TITULO: 7 DIAS CITAS , SI TIENES MINUTOS Y DESCANSO - ¡ BUENOS DIAS JAVI Y MAR ! - CADENA 100 - CALLEJEROS - El fumista,.
¡ BUENOS DIAS JAVI Y MAR ! - CADENA 100 ,.
Lo mejor del programa ¡Buenos días, Javi y Mar! que se emite cada mañana en CADENA 100 de 06:00 a 11:00 y que presentan Javi Nieves y Mar Amate,etc.
Al rincón de pensar - Martes - 25 - Junio ,.
Al rincón, anteriormente conocido como Al rincón de pensar, fue un programa de televisión español en el que cada semana dos personajes de plena actualidad (cantantes, políticos, actores, deportistas) se someterán a las preguntas Risto Mejide en su particular rincón. Se emitió los martes a las 00:00 horas en Antena 3., etc.
El fumista,.
fotos / fumando,.
Heterodoxo dícese del disconforme con las prácticas comúnmente establecidas (la ortodoxia). Así las cosas, se debe apuntar que Jean-Luc Godard es el mayor heterodoxo de toda la historia del cine, la manifestación cultural más importante del amado siglo XX. Ya en el arranque de su filmografía, arremetió contra la ortodoxia de la gran pantalla con el mismo ímpetu que Odile (Anna Karina), Franz (Sami Frey) y Arthur (Claude Brasseur) irrumpen a la carrera en el Louvre en Banda aparte (1964). Todavía es ahora cuando aquella secuencia sigue contando entre las más hermosas y entrañables del parnaso cinéfilo.
Fumista para quienes empecinados en las formas de narrar más simples no le entienden y le desprecian, como el profano en la pintura desprecia el arte abstracto, Godard es al cine lo que James Joyce a la novelística de la centuria pasada. Sus rupturas —con la percepción de la continuidad, con la construcción tradicional de los caracteres dramáticos, con la dirección habitual de actores, con las fronteras que separan los distintos géneros…— constituyen unos hallazgos narrativos que bien pueden compararse a lo que fueron en su momento los de David W. Griffith y Orson Welles. De ahí que sus influencias abarquen desde Bertolucci hasta Lars Von Trier.
Nacido en París el 3 de diciembre de 1930, los primeros años del futuro cineasta transcurren en Suiza. Su padre es cirujano en Lausana y su madre pertenece a una familia de acaudalados banqueros del país. Tras estudiar el bachillerato en Nyon, regresa a París para matricularse en la facultad de etnología de la Sorbona. Es entonces, en sus días de estudiante, cuando comienza a frecuentar la Cinemateca Francesa y a firmar algunas críticas en La Gazzette du Cinéma, publicación que funda él mismo en 1950. Siempre preocupado por sus orígenes burgueses, su primer cortometraje —Operation Béton (1954)— es una reflexión sobre el mundo del trabajo en base a un empleo anterior como obrero que ha desempeñado temporalmente en Suiza.
La conmoción que causa en 1960 el estreno de Al final de la escapada, su primer largometraje, no tiene parangón, ni siquiera con el aplauso que aún se dispensa a Hiroshima mon amour (Alain Resnais, 1959) y Los 400 golpes (François Truffaut, 1959), las otras dos cintas que conforman junto a la de Godard el tríptico inicial de la Nouvelle vague, el nuevo cine francés de los años 60 que habría de ser el pórtico de la pantalla contemporánea. En sus secuencias, la narrativa fílmica queda reducida a una suerte de taquigrafía inconcebible anteriormente. Asegura que para realizar una película sólo hacen falta una chica y una pistola. Ahora bien, para él un trávelin no es un desplazamiento del tomavistas: es un “enunciado moral” porque es una responsabilidad ética del cineasta decidir qué ve y cómo lo ve el espectador, lo que depende directamente del emplazamiento —desplazada o no— de la cámara.
Pese a lo abigarrado de su propuesta, admiraban a Godard Jean Renoir y los Beatles, Fritz Lang y los Rolling Stones. De todos los nuevos cineastas franceses de su generación, llegada la hora de emplazar por primera vez su cámara, fue él quien demostró una mayor coherencia con lo apuntado en sus críticas.
Esa fidelidad a sus propios planteamientos también le convirtió en el más rompedor de todos sus compañeros. Así, tras Al final de la escapada inició una filmografía singular. Su primer periodo puede prolongarse hasta Le chinoise (1967) e incluye cintas tan representativas como El soldadito —alegato contra la guerra de Argelia que la censura francesa prohíbe hasta 1963—, Lemmy contra Alphaville (1965), hoy todo un clásico de la ciencia ficción, o Pierrot el loco (1965), un canto de amor a Anna Karina.
Los sucesos acaecidos en París durante mayo de 1968 vienen a cerrar este primer periodo. Godard, que ya ha dejado ver en Le chinoise que sus inquietudes maoístas corren parejas a su preocupación por la destrucción de la narrativa fílmica, anuncia que abandona el cine comercial. Es un revolucionario vehemente. Condena de mala manera cuanto no entra en su cosmovisión maoísta. Sin embargo, cuando intenta proyectar Le chinoise en China, las autoridades del país consideran que la película es la obra de un loco. Hasta Bertolucci, un reconocido y abnegado comunista, acabará distanciándose del francés por su insoportable dogmatismo.
Ello no será óbice para que Godard se siga dedicando por entero al cine de propaganda política. Obedeciendo a estas inquietudes, creará junto a Jean-Pierre Gorin el grupo Dziga Vertov. Bajo esta denominación rodará cintas alusivas a la práctica totalidad de las cuestiones que se plantea el movimiento revolucionario de la época: el revisionismo —Pravda (1969)—, la contestación estudiantil —Lotta in Italia (1969)—, el problema palestino —Jusqu’à la victoire (1970)— y el largo etcétera.
Cierra ese segundo periodo Todo va bien (1972), un intento de hacer un cine comercial con intencionalidad política. Trabajador incansable —amén de uno de los más geniales Godard es uno de los cineastas más prolíficos de todos los tiempos—, ese tercer periodo de la obra del gran maese de la heterodoxia, que se prolonga hasta nuestros días, se inicia con varios vídeos. Si consideramos que el primero de ellos —Moi je— data de 1973, cuando el nuevo medio aún se encuentra en sus albores, podemos sostener que el cineasta sigue mostrando el mismo interés por el cine experimental que le viene caracterizando desde sus primeros títulos.
El vídeo será el soporte de sus realizaciones hasta que en 1980 decide volver a la emulsión fotográfica para rodar Sálvese quien pueda. Tan lúcido como en sus primeras entregas, la crítica al uso —a la sazón fascinada por las aventuras galácticas que nos proponen los cineastas norteamericanos— se ensaña con el maestro. Ajeno a quienes le menoscaban porque no le entienden, Godard, que siempre ha sido un cineasta tan literario como plástico —sus alusiones a autores como Faulkner, Chandler o Conrad merecen el mismo aplauso que los inquietantes y sugerentes planos que dedica a las bellas actrices que invariablemente le inspiran—, emprende lo que los expertos han ido a llamar una “reinvención del cine”. La principal característica de esta fase final del tercer periodo es la revisión de clásicos como Bizet —Nombre: Carmen (1983)—, dogmas de fe como el alumbramiento mariano —Yo te saludo, María (1984)— o mitos cinematográficos como el del investigador —Detective (1985)—.
Ya en su ocaso, Godard ha seguido siendo un cineasta rupturista y sugerente. Su discurso, tanto en su forma como en su fondo, sigue siendo objeto de encendidas controversias. Adiós al lenguaje (2014), una de sus últimas cintas, aún enerva a cuantos se niegan a entender que en su cine no hay más regla que la ausencia total de reglas. La suya es una heterodoxia lúcida y esplendorosa como Odile bailando el Madison, flanqueada por Franz y Arthur, en Banda aparte.
TITULO: LA NOCHE LARGA, MUJERES EN PRIMERA LINEA, - LA CHICA LUNES - 24 - Domingo - 23 , 30 - DOS DIAS Y UNA NOCHE - MARTES - 25 - Junio -Mamen Mendizábal - La portera del bloque piso ,.
DOS DIAS Y UNA NOCHE - MARTES - 25 - Junio ,.
El programa está conducido por la periodista catalana Susanna Griso. Cada semana visitará la casa de un personaje famoso relevante y mediante el hilo conductor de la entrevista, irá desgranando la vida de los famosos. Como novedad la periodista se instalará en las casas de los invitados durante dos días pasando una noche allí. El MARTES - 25 - Junio - , a las 22:40 por antena 3, etc.
LA NOCHE LARGA, MUJERES EN PRIMERA LINEA, - LA CHICA LUNES - 24 - Domingo - 23 , 30 - DOS DIAS Y UNA NOCHE - MARTES - 25 - Junio - Mamen Mendizábal - La portera del bloque piso,.
Mamen Mendizábal - La portera del bloque piso,.
fotos / Mamen Mendizábal,.
A Mamen Mendizábal (Madrid, 1976) le entró el veneno del periodismo leyendo. Intuyó que se hizo mayor cuando transitó de El pequeño Nicolás a las novelas de Julio Verne. Se supo sacerdotisa de la profesión años ha, cuando el despertador, a eso de las cuatro de la madrugada, le invitaba a salir de la cama para peregrinar a la Cadena Ser y ponerse a las órdenes de Iñaki Gabilondo. Punto de fuga fue su primer programa radiofónico propio. Después, saltó a la televisión —TVE, LaSexta—, conquistó la franja vespertina con Más vale tarde, se cansó, participó en otros proyectos —el último, Anatomía de…, cuya nueva temporada se halla a tiro de piedra— y recibió una pila de premios, como el Ondas o el Salvador de Madariaga de Televisión. Aquí conversamos, fundamentalmente, sobre libros y lecturas con una mujer lista, brava y firme que adora las novelas de José Luis Sampedro y de Almudena Grandes. Antes, sin embargo, hablamos de lo que se cuece en nuestro gremio.
—Señora Mendizábal, ¿por qué se hizo periodista?
—Me hice periodista porque tenía claro que me gustaba leer, mucho más que escribir, y porque, a través de la lectura, descubrí un montón de aventuras que habían vivido periodistas. El primer descubrimiento de los viajes, del mar, del amor, del sexo, vino a través de la literatura. Y me parecía que el periodismo combinaba algo que me apetecía, el afán de aventura, una vida de viajes, con la lectura y la escritura.
—Marlasca padre decía que nuestra profesión debía ejercerse “como un sacerdocio”. ¿Suscribe?
—He vivido muchos años en el sacerdocio del periodismo. Cuando trabajas en un programa diario… Empecé con Gabilondo en la radio y me levantaba a las cuatro de la mañana para empezar, a las seis de la mañana, un programa de seis horas. Eso te lleva a una vida de sacerdocio, de mucha disciplina y mucho aprendizaje. Y, probablemente, de contención para sobrevivir a una década de madrugones. Tienes que tener fe en la profesión. A veces, te tienes que alimentar de tus propias ideas porque el entorno no cumple con las expectativas que tenías al haber estudiado.
—¿Por qué triunfan, en nuestro gremio, los falsos profetas?
—Tiene que ver, en parte, con la tecnología. Creo que nos informamos, sobre todo, a través del teléfono móvil: cadenas de WhatsApp, TikTok, Instagram… La tecnología, la IA o los algoritmos te dan lo que quieres. Si insistes en leer sobre un determinado tema, lo que recibes es más información sobre ese tema. Si manifiestas en tu móvil que estás interesado en la ultraderecha, ultraderecha recibes. Por tanto, el mundo se ha hecho más pequeño. El universo crítico casi ha desaparecido. Tú ya no lees lo que no te gusta ni lo que te molesta. Incluso te ofendes…
—Preventivamente.
—Triunfan los gurús sectarios porque la sociedad también es sectaria. Pasa como con las fake news: dan justo en la diana, trabajan con las emociones, con unas emociones superexacerbadas, con una información sesgada. No importa tanto la verdad, sino que lo que te cuenten coincida con tu esfera de pensamiento.
—Hay medios que utilizan la IA para redactar noticias.
—Lo veo con preocupación. Como periodista y creo que como cualquier ciudadano. Uno, lleva a la destrucción de nuestra profesión, y dos, me parece que la observación, la emoción, el conocimiento, la experiencia, el contexto, todo lo que los periodistas introducimos a la hora de escribir, no existe en la IA. Por tanto, puede ahorrar puestos de trabajo y puede destrozar nuestra profesión. Profesión que no está en su mejor momento.
—¿Podría decirme cuál es el momento profesional que más disfrutó?
—He tenido mucha suerte en esta profesión. En la radio, con Gabilondo he disfrutado mucho. Ha formado parte de la construcción de una ética periodística, de una forma de trabajo. De ese aprendizaje, de sentir que me estaba convirtiendo en lo que quería, tuve una sensación de satisfacción cuando terminó esa etapa. He disfrutado mucho los momentos en los que hice mis primeros programas míos, con autoría propia. El primero fue en la Ser, Punto de fuga. Cuando puedes hacer lo que quieres, cuando el editorial es tuyo, cuando le pones la cabeza y el corazón. Disfruté mucho el momento de creación de LaSexta. Vivir el nacimiento de un canal de televisión desde cero, desde que empieza una redacción hasta lo que es ahora, me gustó mucho. Disfruté mucho Más vale tarde, conseguir que un proyecto salga adelante, sea visto por la gente… Y luego, hay momentos puntuales que tienen que ver con el éxito de tus compañeros y con el tuyo.
—¿Alguno que le provocara urticaria?
—Muchos. Los momentos en los que parece que las presiones te van a poder, en los que la idea de la libertad del periodista parece que queda fulminada. O esa parte en la que descubres que no quieres seguir haciendo lo que haces.
—¿Qué no ha hecho en periodismo y le gustaría hacer?
—No he trabajado nunca en un periódico. He colaborado, he escrito artículos de opinión, pero no he formado parte del engranaje de un periódico. Pero me parece que es tarde para eso (risas). Por otro lado, quería haber hecho un parón hace unos años para ir a la universidad y estudiar, pero no lo he hecho.
—¿Qué quería estudiar?
—Me hubiera gustado ir a EEUU a hacer un máster, probablemente, de literatura comparada. Algo que me hiciera renovarme. Pero la maquinaria de la hipoteca (risas), de la vida, de la pareja, de las obligaciones… y, probablemente, los miedos, me llevaron a no hacer ese parón.
—Permítame, dado el calendario, preguntarle si se ha encontrado con algún discípulo de Rubiales a lo largo de su vida profesional.
—Sí, hay muchos rubiales. Los rubiales, para gente como yo que quería ser periodista siendo mujer y con ambición, no sólo nos molestaban, sino que si los denunciábamos, nos volvían a victimizar. Tus jefes, entonces, no miraban a la gravedad de los hechos: la culpable eras tú. La dinámica ha cambiado. No del todo, eh. Los rubiales siguen en las empresas. Son los que dicen: “¡Es que ahora no se puede decir nada! ¿Te puedo dar un beso?”.
—La que se ha liado con Peio Riaño…
—Seguro que conoces a algún rubiales: el manos largas, el sobón… Siempre ha habido algún mote para un compañero o un jefe así. Te avisaban al llegar: “Cuidado, con ese no te vayas sola…”. Lo que pasa es que me construí una armadura, probablemente, llena de bordería, de una personalidad dura, para que esa gente no se acercara. En ese sentido, he tenido suerte; otras mujeres han tenido menos. Endurecerse es un ejercicio incómodo.
—Hablemos de libros, que tengo que justificar la entrevista. ¿Recuerda cuál fue el primero que leyó?
—No te sé decir el primer libro… ¿O sí? (Piensa) Era un libro en inglés que hablaba de un pato amarillo (risas) y que conservamos. Mi infancia, hasta los cuatro años, la pasé en EEUU. A mi padre lo mandaron a trabajar allí, nos fuimos toda la familia. Cuando volvimos, lo hicimos con los libros que manejábamos en aquella época. Realmente, los que recuerdo de mi infancia, con los que pensé “¡cómo me encanta leer!”, eran los de El pequeño Nicolás. Luego pasé a otra colección que llegó en navidades de Julio Verne. Sentí que me hice mayor.
—¿Alguna obra que alimentara su vocación periodística?
—Muchas. Larry Collins y Dominique Lapierre, con Oh, Jerusalén o Arde París, alimentaron muchísimo mi vocación. Kapuściński también. Recuerdo Ébano como un libro que me sujetó a la profesión. Y Pérez-Reverte nos ha sujetado a muchos con Territorio Comanche: nos hizo a todos querer ser corresponsales.
—¿Algún libro que le haya quitado el sueño?
—Este verano leí La frecuente oscuridad de nuestros días, de Rebecca Donner. Me ha quitado mucho el sueño porque cuenta algo que ya sabía y que había estudiado y que tiene que ver con el auge de Hitler. Con cómo se hizo el poder, con cómo la sociedad fue claudicando y cediendo sus derechos. Con cómo es de peligroso que una sociedad pierda su espíritu crítico. Lo he encontrado muy actual, y eso me ha aterrado.
—¿Algún autor u obra que idolatre?
—José Luis Sampedro. La vieja sirena me hizo querer descubrir el mar y sus profundidades. Almudena Grandes, ahora, tan en boca de todos con estaciones y hospitales que van y vienen, ha sido una escritora que me ha abierto a las emociones. He ido a comprarme sus libros en cuanto salían. Almudena Grandes debe estar en el olimpo de las escritoras y no manoseada por la política y sus derivados.
—¿Algún autor u obra que deteste?
—No diré nombres, pero, a través de nuestra profesión y haciendo programas, te toca entrevistar a no sé cuántos autores. ¿A cuántos habré entrevistado? ¿A ochenta o cien? Soy bastante perfeccionista y exigente, no concibo entrevistar a un escritor sin haber leído el libro, y he leído mucho bodrio (risas).
—Qué le voy a decir…
—¡Se te quitan las ganas de leer! He desarrollado la técnica de leer en diagonal, pero, a pesar de ello, le das un tiempo de lectura. Y piensas: “¿Pero cómo pueden escribir? ¿Cómo pueden ser famosos?”.
—¿Algún personaje literario del que se haya enamorado?
—Sherlock Holmes es un clásico del que te enamoras. Y Frankenstein. Me parece que está lleno de matices, es un personaje precioso y muy poco habitual en la literatura. Los feos molan mucho. Y los tullidos y los psicópatas… la gente que se sale de lo normal.
—¿Alguno al que haya querido asesinar?
—Recuerdo La fiesta del Chivo, de Vargas Llosa. Consiguió que odiáramos a Trujillo de una manera orgánica.
—¿Qué está leyendo ahora?
—Ordesa, de Manuel Vilas. Me está gustando, pero me está costando. Lo estoy combinando con el último libro de Arsuaga, que es una tesis doctoral sobre nuestro cuerpo y lo que somos.
—¿Es mejor un hombre que lee que uno que no lo hace?
—Sin duda. Un hombre que lee es la mitad del amor (risas). En mi casa se ha leído muchísimo y, para mí, alguien que lee es alguien respetable por lo que significa el ejercicio de leer. El esfuerzo para encontrar tiempo para la lectura. Y lo que supone de aprendizaje: alguien que lee sabe más que alguien que no lee. Además, la literatura me abre el apetito para otras cosas: me descubre otros mundos y me hace querer leer otros libros.
—Y, para finalizar, ¿qué tiene en agenda?
—Tengo una nueva temporada de Anatomía de… para el prime time de LaSexta. Me gusta mucho que un género como el del true crime, que está tan asociado a la sangre o a la violencia, lo hayamos llevado a la televisión para contar historias de los últimos treinta años de España. El género le da un ritmo trepidante, aporta mucha complicidad con el espectador. Además, quiero hacer un documental, pero se me está resistiendo.
TITULO: Viajeros Cuatro - Senegal ,.
El Miércoles - 26 - Junio a las 22:45 por La
cuatro,foto,.
Senegal,.
Niños negros corriendo,.
Venir a Dakar está siendo como vivir una infancia nueva. Una infancia vivida ahora, de adulto. No tiene lógica, y seguramente resultará extraño esto que digo, y sin embargo es. Cuando pienso en lo que —profundamente— me agrada de Senegal, se trata de aquello que tuvimos y hemos ido perdiendo. ¿Qué podría haber en común entre este país y la isla en la que me crié? Aparentemente, muy poco, a pesar de la cercanía geográfica. En aquel tiempo todavía menos, pero ahora se produce cierto paralelismo entre la actualidad de un lugar y el pasado del otro. Mi infancia, como la de todos, se encuentra en un pasado en el que las sociedades eran algo más sólidas que estas en las que vivimos ahora. El recuerdo de mi infancia y la actualidad de Dakar tienen en común (nada concreto, nada palpable) lo esencial. No es que en la infancia comiéramos en una gran bandeja en el suelo, todos alrededor, hasta 12 personas, como estoy haciendo en Dakar en cada almuerzo y en cada cena, pero sí hay algo que es lo mismo y cada vez es menos frecuente en La Palma o en Madrid: encontrarnos todos en torno a la comida, vernos las caras y las manos, compartir el pan, tener al otro en el mismo lugar respecto de nosotros para la revisión diaria (no para la revisión semanal o mensual en un restaurante, sino diaria y en el hogar). Por supuesto allí estaba la madre, el padre, los hermanos, y en Dakar los míos no. Pero aún hay que aguardar a que la comida esté lista, uno de esos momentos gloriosos de cuando era niño. Ahora lo sé: el momento, no de la comida, sino de la espera de la comida. Los sonidos de la casa cuando se aguarda la comida. Las casas suenan distinto en esos momentos. No sé si me explico. Venir a Senegal, hoy, puede ser como viajar a nuestro pasado profundo. Aquí las azoteas son importantes. Se vive en las azoteas, como cuando yo era niño en la isla de La Palma, en un mundo, el de los setenta y ochenta, que guarda ciertas desigualdades con el de mi presente, del mismo modo que el presente de la isla guarda desigualdades con el de Senegal. Esas desigualdades son una fortuna para la memoria y las sensaciones. No la realidad de las cosas, no su casuística —nada de esto es una fortuna para la memoria y las sensaciones cuando nos encontramos en Senegal y recordamos el lugar del que procedemos—: no sus evocaciones, no sus alusiones, no sus añoranzas o remembranzas, ni siquiera sus reminiscencias. No se trata de lo mismo o de lo parecido o de lo que remite o de lo que contiene o transmite lo igual, sino de lo que es. Y ello me hace observar lo que importa (lo esencial en Senegal y en España y en todos los lugares), soslayar lo evidente de las desigualdades. No mirar el mundo incidiendo en las desigualdades —que últimamente parece nuestro deporte nacional, una disciplina política y, por tanto, un ejercicio maniqueo, ficción— sino a través de aquello en lo que coincidimos porque está al final de todo.
Cuando estoy en Madrid no existe esta espera. Aquí, en Dakar, todos aguardamos el momento de salir de donde nos encontremos. Suenan las voces que nos convocan y llegamos al centro de la casa, que es el paño en el suelo donde se posa la gran bandeja de arroz, pescado, verduras y salsa. En Madrid, durante años, la comida solía hacerla yo para mi hija y su madre. Y ahora, si no la hago —si no almuerzo o ceno en otro lugar: en casa de mi novia, en mi excasa con mi hija y su madre o en cualquier bar o restaurante—, comer no requiere de esperas ni se produce en compañía ni hay posible revisión diaria de los otros. En el piso en el que vivo con más gente —un piso enorme, 200 m2 más otros 200 m2 de terraza, en una casa de la segunda mitad del siglo XIX apenas modificada durante el siglo XX y sin actualizar, esto es: desprovista de lo que se considerarían comodidades y necesidades estéticas del siglo XXI—, un piso de Bravo Murillo, por otro lado, que ya existía en tiempos de Tristana, de Galdós, entonces en el extrarradio terroso de la ciudad y hoy barrio tomado por inmigrantes musulmanes, dominicanos, africanos y españoles de provincias, comparto formando una familia extrañada, en régimen de semiokupa, cada cual en su cubículo (su habitación, algunas de ellas de 30 m2), conectados a internet e íntimamente unidos a personas que no están en la casa. Ni siquiera hablamos demasiado entre nosotros, y desde luego no lo hacemos con profundidad cuando se trata de nuestras cosas. Apenas coincidimos. No nos vemos. Y cuando hablamos, no vamos muy lejos ni vamos muy adentro ni en nosotros ni en el otro. Una postura en cierto sentido profiláctica, que consiste en no cargar sobre los compañeros el menor peso emocional, y desde luego no permitir que el compañero lo cargue sobre nosotros: una convivencia light, pretendidamente superficial, fluida y por tanto apacible, sin sobresaltos, sin malos rollos, y que me proporciona una sensación de libertad que no había sentido nunca, ni viviendo solo.
En la casa, nunca jamás nadie “dice” nada a ningún otro. No hay llamadas de atención ni reproches ni observaciones sobre la vida de los otros. En casi dos años no he vivido ni una sola discusión en la casa. Cada uno de nosotros valora (más que la limpieza, el orden o la contribución a lo común en papel higiénico, aceite o ajos) que nadie nos diga nada. Con espacio de sobra para cada uno, estamos solos. Vivimos solos y, por lo tanto, jamás nos hemos sentado juntos a la mesa.
El estilo de vida en esta casa de Dakar, sin embargo, es de una solvencia que me recuerda a la infancia, familia —entonces— de cuatro hermanos en torno a los padres. Sólo que aquí, en Senegal, es habitual que el núcleo familiar acoja a hermanos y hermanas de los padres y las madres, a sobrinos o sobrinas, a las cuñadas casadas con el hermano del cabeza de familia varón, a la hermana estudiante soltera, incluso a alguien que no es propiamente de la familia: un tocayo, el hijo de un tocayo o el hijo de un amigo. Aquí, en cuanto una persona encuentra una fuente solvente de ingresos, el entorno más amplio posible se cobija alrededor, y quien obtiene los ingresos solventes nada hace (ni nada podría hacer, posiblemente) para echar de su lado a los suyos.
Estamos todos cenando en torno a la bandeja —hace un rato—, y el bebé de la casa busca consuelo en los brazos del joven Dino. Ni en los brazos de su madre ni en los de su padre. El joven Dino procede de un pueblo lejano, no sé cuál es su acuerdo en la casa, pero no se trata de un familiar, si acaso podría ser —me parece— el novio extraoficial (o privado, o clandestino, aquí lo de ser novios no se lleva) de la hermana de la madre del bebé. Estudia derecho y en este momento, porque no hay clases, tiene un trabajo poniendo azulejos en el centro de Dakar. Por la mañana, hasta la hora de marchar, lo que hace poco después de comer, se ocupa del bebé de la casa. Parecería su padre, pero su madre se encuentra normalmente en otras dependencias y no son pareja, y cuando el padre llega, a la noche, el bebé sigue recurriendo a los brazos amorosos del joven Dino. Me parece insólito. Por supuesto, el bebé pasa por los brazos amorosos de su madre y por los brazos juguetones de su padre y, también, todo el tiempo, por los entretenidos brazos ocasionales de los hermanos del padre del bebé, cuatro jóvenes en la casa. Nunca faltan brazos para él, nunca le faltan ni protección ni cuidados, pero su relación insuperable es con el joven Dino, que no es su padre ni es, exactamente, de la familia. Dino se desvive por él y él, cuando necesita un adulto, recurre a Dino. Se cae, llora, y Dino corre en su auxilio y él corre hacia Dino.
Se trata de una familia formada de manera mucho más solida que las de España hoy, más sólida incluso que las de mi infancia. Mientras aquí, de la manera más estrecha e íntima, es parte de la familia hasta quien ha llegado de fuera, en España tratamos de mantener a todo el mundo, también a la familia, en un lugar distante, individuales e independientes hasta un cierto riesgo de soledad. Aquí, en Dakar, sin embargo, la soledad es inviable, extraña, rara: genera desconfianza en los otros. Lo que resulta natural en España, aquí no lo es, y lo que aquí es natural, en España se rehúye.
TITULO: Ven a cenar conmigo - EL HOROSCOPO - Miquel Silvestre ,.
Miquel Silvestre,.
Biografía | |
---|---|
Nacimiento | 23 de diciembre de 1968 (55 años) Denia (la Marina Alta) |
Actividad | |
Ocupación | Novelista |
Género | Novela |
miquelsilvestre.com | |
José Antonio Miquel Silvestre, más conocido como Miquel Silvestre (n. Marina Alta23 de diciembre de 1968) es un escritor y productor audiovisual valenciano. Ha publicado novelas, cuentos, obras de teatro, documentales, libros y documentales sobre sus viajes para diversos medios como El País, ABC y Radiotelevisión.
Biografía[editar]
Graduado en derecho, después de terminar su carrera universitaria, terminó su carrera como propietario, que ganó el título en 2003 y fue el número uno del mundo 2008 por su carrera, y se le pidió que viajara con su motocicleta y que hiciera un vuelo al mundo que llamó el "Explolorador de la Ovidas" de las "Ovidas" (la "Ruta Occupeda" en el mundo del mundo. Miquel Silvestre inició una exploración de los cinco continentes para estudiar la historia de figuras históricas, como el capitán Francisco de Cuéllar, Juan Bautista de Anza, el coronel Carlos Palanca, y los jesuitaFra Juníper Serra, el jesuita Pedro Páez, y los diplomáticos del siglo XVIII, como Ruy González, y el siglo XVIII, así como los escritos del siglo XVIII.Una motocicleta BMW R1200 GS, que lleva el nombre de uno de los dos de las Malaspina Expeditions.
Durante estas aventuras, realizó cientos de reportajes históricos y políticos para algunos medios españoles, especialmente para ABC, [1]El País y la serie de televisión española [3]Solo Moto[4]Yorokobu[5]Vueling,[6] y también para la serie de televisión española Vueling,[6] y para la serie de televisión española Diario,[3] y para la serie de televisión española Diario,[3] y para la serie de televisión española Diario, así como para la serie de televisión española.
TITULO: Batalla de Restaurantes - Cocina - El chorizo le ha calmado un poco ,.
El chorizo le ha calmado un poco ,.
foto / Un chorizo rojo muy rico en su tabla ,.
Madrid es un estado de ánimo en el que las alegrías se filtran por las alcantarillas de cada acera en cada barrio confinado por la indigencia intelectual de unos gobernantes que están convencidos de que lo público es algo susceptible de ser privatizado, tras un periodo de saqueo y deterioro, con el objetivo de convencer a la población de que no funciona.
Madrid es la metrópoli que lleva siglos acogiendo a gente que no tuvieron sitio en su lugar de origen. Gente como Fatou, senegalesa, violada sistemáticamente varias veces en las fronteras de Mauritania, República Saharaui y Marruecos en su intento de llegar al Mediterráneo para embarcarse en una patera y acercarse al sueño europeo. Gente como Svetlana, moldava, que creyó conseguir su sueño al encontrar trabajo en un restaurante italiano de Alemania hasta que el dueño, que la miraba cada día lascivamente, decidió violarla y amenazarla con que si se iba de la lengua la denunciaba a la Policía porque era una «simpapeles de mierda», así la llamó. Este fue parte del precio que pagaron por llegar a España, ambas con bebés no deseados en sus brazos. Fatou con un poco más de suerte que Svetlana, ya que a través de una oenegé entró a vivir en una residencia hasta que la encontraron trabajo en una casa de Núñez de Balboa. La moldava acabó en un club de carretera de Castilla La Mancha cuyo dueño descerebrado se olvidó de untar a unos guardias civiles corruptos que hacían la vista gorda con aquel tinglado siniestro. Fue liberada y llevada a una residencia, en Usera, en donde conoció a Fatou.
Madrid es la jodida metrópoli que acoge a los inmigrantes de tercera generación nacionales, los nietos de aquellos héroes sin nombre que vinieron en trenes atestados con cestas que contenían gallinas y un queso para encontrar en Madrid lo que les negaban en sus pueblos de origen porque eran hijos de republicanos represaliados en la Guerra Civil o sencillamente hijos de pobres y analfabetos. Gente como la Yeni, hija única, a la que la vida vapuleó como un toro embravecido, dándole cornadas hasta en el carné de identidad, y que creyó encontrar en el alcohol y las drogas aquella puerta de escape que la llevaba a ninguna parte. Ahora está enganchada a la heroína porque se ha puesto más barata que la coca. Además, que la coca ya no le sienta bien y con el caballo por lo menos se duerme y se distrae alucinando con metáforas de esas yonquis que se desvanecen nada más pasarse los efectos del narcótico, cada vez antes, hay que joderse. La Yeni ya no trabaja porque no puede trabajar, pero el piso de sesenta metros cuadrados es lo que la mantiene, ya que le ha alquilado una habitación a Svetlana y otra a Fatou. Ella duerme en el sofá, o en la calle, si se desvanece por un mal pico o se enrolla por ahí con lo que sea, desde luego nada bueno, aunque cada vez menos, por los niños. Picos programados, ni un puto chute a deshoras, no vaya a ser que… Ella lo intenta, aunque el yonqui sensato no existe.
Las tres mujeres ya estaban mal antes de la pandemia. Estaban tan mal que lo de este virus que nadie sabe de dónde ha salido les parece un anuncio malo de perfume barato, pero les afecta. Les afecta porque la heroína ha subido, porque los sueldos han bajado y porque sus circunstancias personales no las permiten enfermar. Ahora el caballo te lo traen hasta la puerta gañanes en patinetes eléctricos, aunque la Yeni preferiría salir a la calle a por el jaco y que no le cobraran tanto. Les afecta porque en la primera oleada, a Fatou, los señores le dijeron que no volviera hasta ver qué pasaba. Más tarde la readmitieron, como antes, sin contrato, pero le pagan menos por el riesgo que deben de asumir al dejarla trabajar en casa. «Riesgo Covid», le dijeron. Y ella acepta, claro. Como también acepta Svetlana estar más tiempo en el bar en el que lleva trabajando ya dos años. Trabajar más, sí, pero por menos dinero porque según el dueño «los ingresos después de la pandemia no son los mismos y hay que arrimar el hombro». El hombre le echa miradas libidinosas desde el principio, pero al menos se conforma con eso, con mirarla, probablemente será impotente, y para Svetlana eso es una bendición después del restaurante de Alemania y el puticlub.
La Yeni es la encargada de llevar a los críos, incluido el suyo, fruto de un polvo en uno de esos pedos de caballo de dos días, a la guardería, y de recogerlos y llevarlos a una asociación sin ánimo de lucro en donde dan de comer a una buena parte de las criaturas de los más desfavorecidos de Usera. La Yeni, con menos espíritu maternal que una hormigonera, pero con la suficiente lucidez como para chutarse mientras los críos están en la guardería. Llevarlos y recogerlos, llevarlos a comer, recoger bolsas del banco de alimentos y después a casa, y los niños a su corralito con juguetes hasta que vengan la moldava y la senegalesa y a partir de ahí libre. El alquiler y el cuidado de los críos le aseguran gran parte de los chutes, pagar la luz y el agua. El resto del dinero ya se lo saca ella por allí haciendo servicios a taxistas viciosos o haciendo estriptis en fiestas de cumpleaños de pijos sin sesera y sin escrúpulos.
La segunda oleada les ha cogido por sorpresa. La segunda oleada les va a traer más problemas de los que ya tienen, aunque ellas todavía no lo saben. Se avecina un horizonte de confinamientos selectivos severos, de policías multando a hombres y mujeres que intentan cruzar las fronteras de los distritos para ganarse unos duros en trabajos sin contrato. La segunda oleada es la gran coartada de unos políticos que finalmente pueden hacer y deshacer bajo la patente de corso del virus, disfrazando sus órdenes de medidas, eliminando pobres e indigentes molestos y creando su Madrid limpio de indeseables, de muertos de hambre, de desgraciados que se llevan el dinero público en subvenciones y ayudas, pero que, sin embargo, son necesarios, solo unos pocos, para limpiarles su mierda, conducir sus coches o llevarles la comida a sus casas. Eso sí, con mascarillas, no vaya a ser… Eso sí, con uniformes, limpitos, no vaya a ser… Eso sí, a poder ser, pobres que hayan estudiado y tengan una mínima educación, que pasen el nivel de zarrapastroso, no vaya a ser…
Hay cierres perimetrales que reducen los índices de contagios junto a los confinamientos selectivos. Madrid, sin embargo, es un milagro porque apenas aplica medidas y provoca una inmigración temporal de otro tipo que se consolida en la tercera oleada: turistas guiris que no se cortan en declarar ante las cámaras que Madrid es la capital Covid, turistas guiris que vienen en vuelos baratos a fiestas ilegales a beber y a drogarse y que se descuelgan por ventanas o se esconden bajo colchones sucios de sexo furtivo y sin protección cuando la Policía llama a la puerta.
Madrid es el ejemplo de lo que no se debe hacer, con listas milagro de nuevos contagios y nuevas muertes. Madrid es la nueva Babilonia en donde el desastre se viste de dignidad y la muerte pasea en carrozas revestidas de silencio, sobre una alfombra tejida de almas muertas. Madrid sostiene sobre su eterna memoria toneladas de historias tristes. Madrid conserva menos dignidad que el borracho que se puede intuir en cada bar triste de cada ciudad muerta. Madrid padece una metástasis que emponzoña el aire de pensamientos clónicos y absurdos. Tan absurdos que ya todo el mundo cree que constituyen la nueva normalidad.
Pablo se muere de frío cada madrugada en la Glorieta Elíptica junto a otros cientos de inmigrantes que esperan a las furgonetas siniestras que ofrecen cada día trabajos basura por horas a simpapeles. Son trabajos de un día o tres a lo sumo y que van desde pintar pisos a cavar zanjas, desde echar jornadas maratonianas en fábricas clandestinas montadas en naves abandonadas hasta trabajos de jardinería en chalés de nuevos ricos. Trabajos por los que no se pagan más de tres o cuatro euros (con suerte) la hora. Pablo es un negro colombiano que huyó de su país escapando del Gobierno, que le acusaba de colaborar con las FARC, y huyendo de las FARC, que le acusaba de colaborar con el Gobierno y escapando de los narcos, que le acusaban de colaborar con las FARC y el Gobierno. A veces, los trabajos consisten en dar palizas o quemar propiedades. Estos se pagan mejor, pero Pablo no quiere meterse en líos.
Una noche, la Policía llama repetidas veces al timbre del piso de la Yeni. Es Fatou la primera que llega hasta la puerta. Svetlana se asoma desde la habitación. La Yeni no está en el sofá. Hay dos policías nacionales tras la puerta que observan con expresión cansina a la senegalesa primero y después a la moldava. Preguntan que si pueden pasar y les piden su documentación. Afortunadamente las dos tienen regularizada su situación en España. Aun así, los policías las miran con desconfianza y les preguntan que si viven ahí. Las mujeres les describen la situación. Los policías les dicen que la Yeni está muerta y que los tienen que acompañar a comisaría para declarar.
Pablo, que conoció a Svetlana hace unos meses y desde entonces sale con ella, las espera en la puerta de la comisaría. Han entrado con tres niños y salen con dos porque al hijo de la Yeni se lo han llevado los de asuntos sociales. Ya no lo volverán a ver.
Pablo y Sergei, un refugiado político ucraniano que sale con Fatou desde hace unas semanas, esperan muertos de frío a las furgonetas en la Glorieta Elíptica. Fuman cigarros hechos de picadura junto a Andwuele, otro refugiado de Tanzania que tuvo que huir de su país porque es albino. En Tanzania por una extremidad de un albino llegan a pagarse hasta tres mil euros y sesenta mil por un cuerpo entero. Los niños son atacados por la calle por redes de traficantes sin escrúpulos que no dudan en amputar a lo vivo cualquier parte del cuerpo que les hayan encargado para utilizarlos en rituales de brujería. A Andwuele lo traicionó su propio hermano, que necesitaba dinero para llevar comida a casa. Salió ileso porque logró huir de un ataque con machetes. Hoy han tenido suerte. Los han contratado para pintar un piso entero. Ya lo han hecho otras veces y tienen destreza. Nueve horas de trabajo a tres euros la hora por cabeza. No está nada mal.
Sergei es alcohólico, pero no lo sabe. Fatou quiere ayudarle, pero él no entiende qué es lo que quiere decir Fatou porque ignora que tiene un problema. Él cree que salir a las cuatro de la mañana en busca de un par de cartones de vino barato y una botella de whisky de marca sospechosa a «un veinticuatro horas» es algo normal. Cree que solo tiene insomnio. Sergei muere a los pocos días en un banco de un parque de Usera ahogado en su propio vómito.
Madrid, una vez más convierte en morgue sus calles e ignora que entre los sintecho el índice de contagios al compartir botellas y utensilios se multiplica. La muerte de los sintecho es sistemáticamente silenciada en los medios de comunicación, al igual que los suicidios, que se han multiplicado como consecuencia de la crisis debida a la pandemia. Muertes silenciadas, fin de unos sufrimientos personales que no importan a nadie.
A Fatou y Svetlana las desahucian unos meses después. Demasiado han durado en una vivienda que no era suya. Han luchado por seguir pagando un alquiler y si las han echado tan tarde ha sido por los niños. Pablo, que comparte un piso con Andwele y otros dos inmigrantes, las acoge y por una vez la suerte les sonríe cuando después de dormir dos meses en el suelo del salón con los niños, los dos inmigrantes son detenidos e ingresados en el CIE de Aluche en espera de ser deportados a sus países. Como Andwele y Fatou han empezado a salir juntos, el piso de dos habitaciones es ideal para las dos parejas. Los dos niños, uno muy rubio y el otro muy negro, no tienen problemas entre ellos, todo lo contrario, son como hermanos, y duermen juntos en una cama plegable del salón.
A Pablo un día le dan un chivatazo en una de las oenegés a las que van a recoger alimentos. Hay un bar en el barrio, el bar del hermano del tipo de la oenegé. Lo acaban de cerrar porque en él se pasaba droga. También la distribuían por los domicilios, un negocio que ha aumentado con la pandemia, de forma que una flota de chavales con patinetes eléctricos traslada cocaína, heroína o marihuana a cualquier punto del barrio e incluso a otros distritos. Al hermano del tipo de la oenegé le hace falta dinero para abogados y para seguir pasando la pensión alimenticia a sus tres hijos. Así que el tipo de la oenegé le ofrece el bar a Pablo, sabedor de que hace un favor a su hermano, pero también a Pablo. No es el primer inmigrante al que saca adelante. Pablo se lo piensa, pero descarta coger el bar. No hay dinero, ni para el alquiler ni para la fianza ni para nada. El tipo de la oenegé le dice que solo tiene que entrar y ponerse a trabajar, que ya se verá después qué es lo que pasa. Los dos hermanos son de Usera de toda la vida. El mismo barrio, los mismos padres, los mismos colegios públicos. Uno ayuda a la gente y el otro la envenena. Uno está no en una, sino en varias oenegés. El otro está en la cárcel.
Fatou, Svetlana, Andwele y Pablo se han hecho cargo del bar. En una cristalera han pintado un letrero: Bar la Yeni, se dan comidas. Fatou, a la que no se la da nada mal dibujar, ha representado toscamente debajo del letrero unos calamares a la romana junto a un chorizo y una morcilla. El bar empieza a funcionar bien, ya que las mujeres son hábiles en la cocina y los hombres mantienen a raya a la clientela sirviendo vinos y cervezas y manteniendo el orden. Todo va bien hasta que dos meses más tarde unos tipos con gafas de sol y mascarillas con bandera de España entran al bar justo antes de cerrar y exigen la caja apuntándoles con una pistola. Pablo, curtido en mil batallas, se da cuenta de que la pistola no es de verdad y salta la barra para forcejear con uno de los atracadores hasta que lo inmoviliza. Andwele sigue su ejemplo, pero no puede llegar a tiempo. El otro tipo se acerca a Pablo por detrás y le clava una navaja en el cuello. Pablo muere media hora más tarde en el suelo del bar rodeado de inmundicias, de policías y de médicos y enfermeros del SUMMA que no han podido hacer nada para salvarle la vida. Las lágrimas de Svetlana caen hasta el rostro moreno y muerto del colombiano.
El bar sigue abierto hasta que, un mes después, Andwele cae enfermo y tiene que ser ingresado en la UCI con neumonía lateral amiotrófica como consecuencia de haber contraído en la tercera oleada Covid 19, la variante argentina, más infecciosa y contagiosa que otras cepas. Andwele muere dos días más tarde en la cafetería de un hospital convertido en UCI de urgencia. A Andwele no pueden verlo, como tampoco les permitieron a las mujeres ver el cadáver de Pablo. Normas de la pandemia.
Las mujeres siguen con el bar. Ya no sirven tanta variedad de comidas, pero todos los días hay cocido completo por seis euros, con bebida y trozo de pan. Cuando termina el turno, admiten a gente que no tiene dinero y les ponen cocido sin cobrarles nada. Sus niños, cuando no están en el colegio, pasan el día en una mesa de la cocina jugando y haciendo los deberes. El bar está más lleno que antes.
Una noche, después de acostar a los niños, las mujeres hablan. Están agotadas. Es la senegalesa quien propone beber algo para relajarse porque ha cogido una botella del bar. Ninguna de las dos es bebedora. La moldava ni siquiera ha probado nunca el alcohol. Pero accede porque no tiene nada que perder. Cuando lleva tres vasos de whisky, piensa que por qué nadie le ha dicho nunca que eso existía y que el efecto que provoca es lo más parecido al cielo que ha experimentado nunca. A Svetlana le ha gustado tanto que empieza a beber a diario y Fatou se arrepiente de haber propuesto beber aquella noche a su amiga, a su hermana. Vuelve a revivir la historia de Sergei, aquel novio ucraniano que tuvo. Svetlana se convierte en una borracha convulsiva, protagonizando más de una bronca en el bar, porque lo mismo hace un estriptis improvisado que provoca una pelea entre dos o más hombres o se cae desde lo alto de la barra y se la tienen que llevar en ambulancia. Un día Svetlana desaparece. Fatou la busca por todos los hospitales, por todas las comisarías, por todos los tanatorios. No vuelve a verla. No puede seguir ella sola con el bar. El bar cierra. Fatou se queda sola, sin dinero y con dos niños, uno muy rubio y el otro muy negro. Los dos tienen mucha hambre y muchas necesidades. Fatou no puede más. Lo último que piensa antes de saltar desde la ventana del cuarto piso que ya no puede pagar es que a lo mejor su hijo y el de Svetlana tienen más suerte que ellas.
Madrid despierta cada día de una pesadilla recurrente y dolorosa. Madrid es la diana de los exabruptos de mentirosos compulsivos, de traidores salvapatrias y de hipócritas de catecismo rancio. Madrid se vacía de memoria con cada muerto por cada injusticia programada. Madrid hace mucho que dejó de ser Madrid. Madrid ya no acoge. Madrid humilla y desprecia. Madrid descansa sobre un montón de basura tan densa e inestable que cuando descarrile nadie podrá apearse. Nadie querrá apearse. Nadie querrá seguir protagonizando una farsa tan perversa. Madrid se muere.
No hay comentarios:
Publicar un comentario