BLOC CULTURAL,

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viernes, 21 de junio de 2024

El paisano - Viernes - 5 - Julio - Los primeros 'repobladores' llegan de Cuba y Valencia ,. / VACACIONES - EUROPA DE PELICULA - ¿Es seguro viajar a Filipinas? ,. / HOSPITAL - Más cerca de un tratamiento contra la discapacidad intelectual no hereditaria ,. / VUELTA AL COLE - Estudiar la nieve ,. / EN PRIMER PLANO - A FONDO - REVISTA XL SEMANAL PORTADA ENTREVISTA - En la tuya o en la mía - Miercoles - 3 - Julio - Aprende a escribir con Javier Cercas ,. / EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA - MI CASA ES LA TUYA - viernes - 5 - Julio - Arturo Pérez-Reverte - Una historia de Europa (LXXXII) ,.

 

 TITULO: El paisano - Viernes -  5 - Julio - Los primeros 'repobladores' llegan de Cuba y Valencia ,.

 

Viernes - 5 - Julio a las 22:10 horas en La 1 , foto,.

 

Los primeros 'repobladores' llegan de Cuba y Valencia,.

El trabajo desplegado por Proyecto Arraigo para Sodebur, con una decena de técnicos contratados, comienza a dar frutos con 2 familias, de 5 miembros cada una. Sus destinos, Lerma y Castrojeriz. En junio se espera otra de Bélgica a Oña,.

 
La familia cubana, a su llegada a la estación de autobuses de Lerma arropada por técnicos y concejales.

Thank you for watching

Las dos primeras familias del plan de repoblación desplegado por Proyecto Arraigo para Sodebur ya están en territorio burgalés. Una de ellas ha llegado desde Cuba para instalarse en Lerma y la otra procede de Valencia y está en Castrojeriz para trabajar en la hostelería. En total, 10 nuevos vecinos para la provincia. Un principio. El tercer municipio de los más de 30 que respondieron a la propuesta de la Diputación de Burgos también ha conseguido ya atraer a nuevos vecinos, una pareja con 3 hijos que ahora residen en Bélgica y que se mudará a Oña en junio, si todo discurre según lo previsto.

Para el responsable de la Sociedad de Promoción de Burgos, Carlos Gallo, esta es «una gran noticia» que no solo confirma las posibilidades del Plan Repuebla, sino que puede servir como elemento motivador para el resto de los pueblos y generar un efecto contagio. El diputado burgalés ha pasado de la esperanza con la que puso en marcha este proyecto en febrero a la ilusión de los primeros resultados.

Proyecto Arraigo ha contratado a 10 personas que trabajan en el territorio, 3 en la zona norte, 4 en el centro y otros 3 en el sur. Se trata de vecinos de las localidades implicadas en Burgos Repuebla Territorio Smart u otras cercanas, que no necesitan tener una formación específica, solo empatía, ganas de ayudar y dinamismo. Según explica Enrique Martínez, director general de la empresa, el 25% de su plantilla actual trabaja ahora mismo en la provincia,.

 

TITULO: VACACIONES - EUROPA DE PELICULA -  ¿Es seguro viajar a Filipinas? ,.

 

fotos / ¿Es seguro viajar a Filipinas? Muchos viajeros se hacen esta pregunta tras ver u oír alguna noticia sobre la situación en las islas. Incluso algunos filipinos que viven en el exterior recomiendan ir con precaución a los viajeros que van a visitar su país próximamente. Sin embargo, ¿hasta qué punto es peligroso viajar a Filipinas en 2024? ¿Hay que tener alguna precaución?

En Viajar por Filipinas vamos a brindarte toda la información y, sobre todo, la experiencia para que puedas viajar al país de una manera 100% segura. Y, si tienes cualquier duda, te la responderemos encantado en los comentarios o por mensaje.

El Ministerio es tajante y muy exhaustivo a la hora de hablar del terrorismo en Filipinas. Señala que existe amenaza de ataques terroristas y secuestros en el país, sobre todo, en la región de Mindanao. Declara zonas de extremado riesgo (y a evitar) el centro y el sudoeste de Mindanao, en concreto, las provincias de Maguindanao, Lanao del Sur, las islas de Basilan, Sulu y Tawi-Tawi, la ciudad de Cotabato City, las provincias de Cotabato Sur, Cotabato Norte, Sultan Kudarat, Lanao del Norte, Saranggani, Zamboanga del Norte, Zamboanga del Sur y Zamboanga Sibugay.

Aunque te hablaremos más abajo sobre ello, ya podemos avisarte de que estas NO son zonas turísticas del país y que el 99,9% de los viajeros no pasa por ellas ni de cerca. De hecho, el propio Ministerio señala: «Los destinos más turísticos de Filipinas suelen ser seguros, aunque no exentos de delincuencia común».

En general, el MAEC señala que hay que tener cuidado al visitar el resto de Mindanao y evitar complejos hoteleros o regiones montañosas muy aisladas.

Al igual que lo hace para hablar en muchos otros países, recomienda no participar en eventos de masas y estar alerta en las grandes concentraciones de personas. A decir verdad, es poco probable que te encuentres en una situación de este estilo en un viaje por Filipinas.

viajar por filipinas seguridad

Por supuesto, el Ministerio también hace una llamada de atención sobre los desastres naturales. Destaca que es necesario estar informado para ver si es seguro viajar a ciertas zonas de Filipinas en ese momento y recomienda ser parte del Registro de Viajeros.

Dentro del apartado de delincuencia, llama a la precaución al moverse por Manila, sobre todo, de noche y a no hacer ostentación de productos caros o mucho dinero en las “zonas más deprimidas”. También aconseja no aceptar comida ni bebida de extraños, pues se han dado algunos casos de turistas drogados y desvalijados de esta manera. Aunque seguro que ya lo haces, como se han dado casos de robos con tirón desde motocicletas, procura ir con tus bolsos/mochilas bien cogidos si caminas cerca de la carretera. Fuera de esto, nosotros, que hemos vivido en la capital filipina, te podemos contar que es una ciudad tranquila, mucho más que la gran mayoría de ciudades de América Latina e, incluso, de Europa.

En el subtítulo de sanidad es tajante: “resulta altamente aconsejable la contratación de un seguro médico de viajes para viajar a Filipinas, dadas las dificultades que pueden surgir en caso de problemas serios de salud en lugares sin infraestructura sanitaria o necesidad de traslado urgente fuera del país. El régimen de atención sanitaria de la Seguridad Social española no es aplicable en Filipinas”. Y es que la atención médica privada en las grandes ciudades (Manila y Cebú, principalmente) es de buena calidad, pero en zonas rurales es más complicado encontrar infraestructuras y personal adecuado en caso de accidente. Nosotros te hablamos largo y tendido de ello en nuestro artículo sobre el Seguro de viaje a Filipinas.


Los desastres naturales en Filipinas

¿Pero entonces es seguro viajar a Filipinas?

Después de escuchar todo esto quizás te hayas asustado un poco. No vamos a contradecir al Ministerio ni mucho menos ni a desoír lo que nos comenta, pero desde nuestra experiencia viajando desde 2010 al país e, incluso, habiendo vivido en la misma Manila una temporada bien larga, podemos decirte que es seguro viajar a Filipinas. Eso sí, siempre con precaución, como en cualquier viaje.

Por alguna razón que desconocemos, hay gente que va esparciendo por las redes que Filipinas es peligroso y todavía no entendemos a qué se debe. Filipinas es un país muy seguro, muchísimo más que cualquier país de América Latina y, de hecho, más que algunas ciudades/países de Europa. En ninguno de nuestros viajes nos ha pasado nada que nos haga pensar que es inseguro, ni siquiera viajando en solitario (y como mujer). Aun así, vamos a ahondar en diferentes aspectos que se repiten siempre que nos preguntan si es seguro viajar a Filipinas.

El terrorismo en Filipinas

Los enfrentamientos entre el llamado Frente Moro de Liberación Islámica y el Gobierno de Filipinas llevan décadas sucediendo. Aunque existe ahora mismo un alto al fuego, sí que es cierto que es recomendable evitar ciertas zonas o ir con precaución por ellas.

Ya te contamos en nuestra guía de Filipinas que es aconsejable evitar la zona occidental de Mindanao: Cotabato, Tawi-Tawi, Basilan, Sulú… Estos son lugares que, durante décadas, han sido poco transitados por turistas. Sin embargo, seguro que te preguntas qué pasa con el resto de la isla y sus lugares más conocidos. Viajar a Camiguín y Siargao (islas pertenecientes a la región de Mindanao) es totalmente seguro, igual que visitar ciudades como Surigao, Davao o Cagayán de Oro. Nosotros dudamos ni un momento en hacerlo.

Fuera de estos lugares, viajar a Filipinas es totalmente seguro, igual que a cualquier otro país del Sudeste Asiático. El archipiélago recibe más de 8 millones de turistas al año y cuando llegues verás que la situación es de tranquilidad absoluta. Y si no nos crees, mira esta foto nuestra en Siargao, ¡más relajados no podemos estar!

Viajando en familia a Siargao, Mindanao

Desastres naturales en Filipinas

Por supuesto, debes tener precaución en caso de desastre natural. Tal es el caso de la erupción de un volcán en Filipinas, como fue la del Mayon en 2018 o la casi erupción (pero terrorífica) del Taal a comienzos de 2020. Respeta los perímetros de seguridad establecidos y consulta las predicciones meteorológicas para estar a salvo en caso de tifón. La trayectoria de un tifón se prevé incluso con una semana de antelación y, aunque estuvieses muy metido en el viaje sin mirar noticias, sería rarísimo que no escuchases campanas por algún lado. En caso de que vengan, puedes evitarlos y ponerte a salvo en zonas más tranquilas. ¡Filipinas es muy grande! Los tifones o ciclones son muy ocasionales, pero ocurren.

¿Quieres evitar la temporada de tifones? Conoce cuándo es la mejor época para viajar a Filipinas. En todo caso, la gran mayoría de viajeros visitan el país entre julio y agosto, donde también hay zonas donde reina la época seca.

¿Es Manila peligroso?

Por otro lado, como ocurre en todas las ciudades del mundo, existen barrios no recomendables en Manila o Cebú. Los hurtos por descuido ocurren en lugares donde hay mucha gente o sitios turísticos como Intramuros. Aun así, son extremadamente raros los casos de robo con violencia.

Como te contamos en Qué hacer en Manila, la capital de Filipinas no es una ciudad peligrosa. Claudia vivió en ella durante más de un año y también la hemos recorrido como turistas en muchas ocasiones y nunca hemos tenido ningún problema, incluso caminando en solitario de noche. Podrás conocer la noche de Makati o Malate, descubrir Intramuros, Chinatown o Quiapo sin problemas, siempre y cuando estés atento a tu cartera, como lo harías en cualquier país. Dicho esto, podrás ir perfectamente con tu móvil o la cámara en la mano, rarísimo sería que alguien te hiciese algo, créenos.

En lugares con mucha gente (como puede ser un mercadillo o si llegas a coger el metro) no está de más vigilar más la mochila o llevarla por delante, pero sin caer en la paranoia. De verdad, Manila no es un lugar peligroso, solo hay que ir con el sentido común por delante.

La cosa más pesada de Manila, además de que tiene un tráfico infame, son los taxistas de los taxis regulares o blancos, sobre todo los del aeropuerto o cuando se da la hora punta (que suele ser entre las 17:00 y las 20:00 de lunes a viernes). Hemos tenido cientos de peleas con ellos porque no te quieren poner el taxímetro, te quieren cobrar una fortuna o que les des un «plus» porque «there is a lot of traffic, sir/ma’am» (hay mucho tráfico). En algunos casos nos ha tocado bajarnos hasta con las maletas, tras el cabreo correspondiente. Por eso, ya optamos por usar la app de Grab (el Uber del Sudeste Asiático) cuando estamos en el aeropuerto o sabemos que los atascos van a complicar las cosas.

¿Es Manila peligroso?

La sanidad en Filipinas

En temas sanitarios, el riesgo de dengue es real, sobre todo en temporada de lluvias, cuando las concentraciones de agua provocan la aparición de mosquitos. Aunque a veces se dan epidemia, en estos momentos los números de contagios están como en cualquier otro país del Sudeste Asiático y no hay que volverse loco. Usa repelente de mosquitos al amanecer y al atardecer.

En cuanto al riesgo de malaria, como te contamos en Vacunas para Filipinas, únicamente es alto en determinadas zonas de Palawan que no son turísticas (no es el caso de El Nido o Port Barton). Aun así, si tu médico te receta un tratamiento contra el paludismo, nunca está de más llevarlo y, por supuesto, echar en tu mochila para Filipinas un repelente de mosquitos.

El agua del grifo no es potable en Filipinas y los propios filipinos no la beben. Lo que sí toman es agua potabilizada que se vende en unos bidones que suelen tener un dispensador. En los restaurantes se sirve lo que se conoce como «service water» y que puedes beber con toda seguridad. Es una manera de ahorrar dinero y plástico.

Fuera de ello, es normal sufrir algún problemilla de estómago o de otro tipo leves que te hagan acudir a alguna clínica. Las infraestructuras médicas en Filipinas, a excepción de en las grandes ciudades, no son las mejores, no te vamos a engañar. Es, por ello, que para nosotros es esencial un buen seguro para viajar a Filipinas. Aunque una consulta no suele costar más de 1.500 pesos (25€ aproximadamente), el tener que ser trasladado y hospitalizado a un lugar de calidad puede suponerte una factura enorme que no compensa el haberse ahorrado lo que cuesta un seguro de viajes. De igual manera, la mayoría de seguros médicos de viaje incluyen el coste de los medicamentos y, aunque parezca mentira al ser un país tan económico, el precio de los antibióticos en Filipinas no es bajo… Por una simple infección tratada durante una semana podemos estar hablando de unos 3.000 pesos (50€).

De verdad, no te la juegues. Entre febrero y marzo de 2019, Jairo tuvo que ser hospitalizado en Manila por una neumonía durante 3 semanas. La factura, que pagó el seguro, ascendía a 22.000€.

En definitiva, podemos decirte que, en nuestra experiencia, es seguro viajar a Filipinas, siempre y cuando se haga con precaución y estando informado. Si estás nervioso, verás que al llegar todas esas dudas te disipan y te acabarás enamorando de estas preciosas islas.

Lugares recónditos de Filipinas

Coronavirus en Filipinas

Después de la apertura de fronteras en 2022, hemos vuelto a Filipinas en 3 ocasiones y pasado largas temporadas y te podemos confirmar que el país está completamente normal. Las cifras de coronavirus están en niveles mínimos. Algunos filipinos eligen usar mascarillas en lugares con mucha concentración de personas y transporte público, pero la pandemia se vive de una manera relajada. No se puede hablar de restricciones más allá de tener que rellenar un formulario para entrar a la isla de Camiguin, nada más.

En cuanto a la situación de los hospitales (a los que, por desgracia, hemos ido un par de veces a varios en este período), te podemos contar que están completamente tranquilos y para nada saturados. No dudamos en decirte que es seguro viajar a Filipinas ahora. Eso sí, por favor, hazlo siempre con un buen seguro de viajes que responda si lo necesitas. En Seguro para Filipinas te contamos el que nosotros usamos.

Viajar a Filipinas sola

Lamentablemente, las mujeres todavía tenemos que hacer frente a peligros mientras viajamos y siempre nos preguntamos si es seguro Filipinas para viajar sola. Desde la perspectiva de quien te escribe (mujer que ha vivido aquí y viajado extensamente sola como mochilera), te puedo decir que siempre me he sentido cómoda viajando sola por Filipinas y que nunca he tenido ningún problema.

Sí te puedo advertir que los filipinos (y las filipinas) hablarán abiertamente contigo y te preguntarán, en ocasiones, por qué vas sola. Esto no tiene ninguna mala intención, ¡si no lo contrario! Son curiosos por naturaleza y, ya vayas sola o acompañada, siempre saludan y quieren entablar conversación. No te preocupes, es completamente normal. Si te sientes incómoda, simplemente márchate a otro lado y, por supuesto, usa siempre tu sentido común. En cualquier del mundo, por muy amable y respetuosa que sea la gente, hay alguien que es la excepción.

Para saber más sobre este tema y obtener consejos, no te pierdas Viajar sola a Filipinas.

Recomendaciones para viajar seguro a Filipinas

Seguro que ya estás más que convencido que es seguro viajar a Filipinas, pero no está de más que te demos algunos consejos:

  • Contrata un buen seguro de viaje a Filipinas. De verdad, es esencial no ya para no gastarte una millonada si te pasa algo, sino por tranquilidad de espíritu. Como te contamos en el Seguro de viaje a Filipinas, nosotros usamos el IATI mochilero porque nos cubre actividades como buceo o senderismo.
  • Evita beber agua del grifo. Beber el agua purificada que beben los filipinos de los tanques es totalmente seguro. No es necesario (ni bueno para el medio ambiente) que estés comprando botellas de plástico constantemente.
  • Si no tienes el estómago muy acostumbrado, evita comer productos crudos a no ser que hayan sido lavados con agua purificada. Los hielos que se usan para batidos u otras bebidas frías suelen ser de agua en buenas condiciones. Ten en cuenta que los filipinos tampoco beben agua del grifo, no le des muchas vueltas. No comer mango en Filipinas sería un pecado.
  • Presta atención con lo que comes en El Nido, ahí se llevan dando casos de intoxicaciones alimentarias desde hace unos años. Lo mismo para lavarte los dientes, usa agua de botella.
  • A nosotros nos encantan los animales, pero ten mucho cuidado al tocarlos. En Filipinas existe el contagio de rabia, por lo que, en caso de mordedura, ve automáticamente a un centro de salud. Estar vacunado contra esta enfermedad, desde nuestra perspectiva, nunca está de más.
  • Usa repelente de mosquitos, sobre todo en época de lluvias y al amanecer y al atardecer.
  • Consulta (con antelación) a tu médico cuáles son las vacunas recomendadas para Filipinas.
  • En Manila o Cebú, en lugares donde haya bastante gente, ten siempre cuidado de tus pertenencias. Son muy raros los casos de robo con violencia, pero, como en todos lados, los hurtos ocurren.
  • Usa Grab en Manila. Es lo más seguro y tienes menos riesgo de que te timen. En Cebú puedes coger taxis normales.
  • ¡Ten cuidado con los cocos! Puede parecer tonto, pero que te caiga un coco desde lo más alto de una palmera puede ser más que un susto. Intenta evitar estar debajo.
  • No se te ocurra llevarte corales, conchas o caracolas de Filipinas. No está permitido y es casi seguro que te lo quitan en el aeropuerto. Además, si las playas son tan bonitas es porque existen este tipo de cosas y es mejor dejarlas donde están, como viajero responsable que seguro eres.
  • Si alquilas una moto o un coche, circula con mucha precaución, cumpliendo con las leyes viales y equipado con casco. Aunque te parezca que las carreteras están en buen estado, es normal que se crucen todo tipo de animales por la vía, sobre todo, de noche. Los accidentes graves son, por desgracia, comunes. Por otro lado, como te comentamos en Alquilar y conducir coche y moto en Filipinas, si únicamente tienes carné de tipo B, aunque todo el mundo lo hace, no estás facultado a conducir scooters.
  • Lee nuestro artículo sobre Estafas y timos en Filipinas para estar avisado de los posibles «chanchullos» en los que puedas caer. Filipinas es seguro, pero siempre puede haber algún oportunista acechando.

Es seguro conducir por Filipinas

Más recomendaciones para disfrutar tranquilo de Filipinas

  • Reparte tu dinero en Filipinas en diferentes partes del equipaje. No lo lleves todo en el mismo sitio.
  • Podemos decirte que para nosotros es totalmente seguro viajar a Filipinas, pero conocemos varios casos de viajeros a los que le han entrado por la noche a robar en las habitaciones (sobre todo en Port Barton). Por ello, es recomendable reservar en hoteles que tengan una cierta seguridad. Cierra siempre con pestillo y procura poner algo contra la puerta.
  • Los filipinos suelen ser personas muy honestas, pero nunca está de más conocer de antemano el precio normal de los traslados o las excursiones, ya que los conductores de tricycles tienden a cobrar de más. Puedes preguntar en tu hotel para tener una idea, pero también tendrás esta información en Viajar por Filipinas y en nuestro grupo de viajeros en Facebook.
  • Aunque son los mismos guardacostas los que cancelan las travesías en barco cuando el mar no lo aconseja, infórmate por tu lado y no te la juegues si te ofrecen trayectos «piratas». De verdad, hemos tenido viajeros con bangkas hundidas y todo su equipaje en el fondo del mar. Puedes consultar páginas como PAGASA.
  • Vigila el clima durante tu viaje, sobre todo al final. En caso de que venga un tifón o una depresión tropical gorda, muévete cerca de Manila o Cebu para no perder tu vuelo a casa.
  • Evita viajar por zonas montañosas, especialmente por Cordillera, en el caso de que haya llovido mucho en los días previos. A veces se dan casos de deslizamientos de tierra.
  • Es seguro viajar a Filipinas, pero ni se te ocurra comprar o consumir drogas. Las penas por la simple tenencia son muy elevadas y el actual presidente mantiene una cruzada sin medida por ello.
  • Practicar topless o nudismo está prohibido y puede suponer penas de multa o hasta de prisión.
  • En caso de accidente o enfermedad grave, encarcelamiento, robo o pérdida del pasaporte, ponte en contacto con el consulado por teléfono (+6328102885) o correo electrónico (manila@maec.es). Fuera de horas de oficina, usa el teléfono de emergencias consulares: (+63) 9178266046.
  • Usa siempre el sentido común y la intuición. En Filipinas te sentirás siempre muy seguro, pero, como en cualquier viaje, sé precavido sin dejar de disfrutar al máximo.

 

TITULO: HOSPITAL -  Más cerca de un tratamiento contra la discapacidad intelectual no hereditaria ,.


Más cerca de un tratamiento contra la discapacidad intelectual no hereditaria ,.


Desarrollan un método que, en ratones, protege completamente contra una nociva mutación genética espontánea,.

Representación artística de las neuronas
 
foto / Representación artística de las neuronas,.

Investigadores de The Scripps Research Institute (TSRI) de Florida (EEUU) han desarrollado un método que protege completamente –en modelos animales- contra un tipo de trastorno genético que ocasiona discapacidad intelectual, pérdida de memoria y niveles alterados de ansiedad.

El avance podría, en un futuro, impulsar el desarrollo de una terapia diseñada para pacientes con trastornos psiquiátricos causados por mutaciones nocivas en un gen concreto: el SYNGAP1, informa el TSRI en un comunicado.

¿Qué es el SYNGAP1?

El SYNGAP1 es un gen que codifica una proteína con el mismo nombre que resulta crítica para el desarrollo de la cognición y de una función sináptica adecuada (las sinapsis son las conexiones entre las neuronas o células del cerebro, sin las cuales no podríamos procesar información), informa Tendencias 21.

Las mutaciones nocivas en este gen –que reducen la cantidad de proteínas SYNGAP1 funcionales- están entre las causas más comunes de discapacidad intelectual espontánea o esporádica (no enlazada con antecedentes); y están asociadas con la esquizofrenia y con trastornos del espectro autista.

Estimaciones previas han sugerido que las mutaciones genéticas no hereditarias se dan en entre un dos y un 8% de los casos de discapacidad intelectual. Por otra parte, la discapacidad intelectual esporádica afecta a aproximadamente un 1% de la población mundial, lo que sugiere que decenas de miles de individuos con discapacidad intelectual podrían llevar mutaciones nocivas del SYNGAP1 sin saberlo, explican los investigadores.

El efecto de las mutaciones

En el estudio realizado, los científicos examinaron el efecto de las mutaciones nocivas del SYNGAP1 durante el desarrollo. Descubrieron, por un lado, que estas mutaciones interrumpían, en modelos de ratones, un periodo crítico del desarrollo neuronal: el que se extiende entre la primera y la tercera semanas tras el nacimiento.

Por otro lado, “hallamos que un cierto tipo de neurona cortical crecía demasiado rápido en este desarrollo temprano, lo que provocaba la formación prematura de ciertos tipos de circuitos neuronales”, explica Massimilano Aceti, en principal autor de la investigación.

Los científicos razonaron que este proceso podía causar errores permanentes en la conectividad del cerebro; y también que quizá pudiera contrarrestarse, mediante el incremento de la proteína SYNGAP1 en los ratones mutantes recién nacidos.

Futuro tratamiento personalizado

Para elevar los niveles de dicha proteína en estos animales, los científicos utilizaron técnicas genéticas avanzadas. Descubrieron que esta estrategia protegía completamente a los ratones de la discapacidad intelectual, pero sólo si se aplicaba antes del periodo crítico de desarrollo mencionado.

Ahora, y a partir de los resultados obtenidos, los investigadores están creando un programa de selección de medicamentos para buscar compuestos que puedan restaurar los niveles de la proteína SYNGAP1 en neuronas genéticamente defectuosas.

Su esperanza es que, a medida que la medicina personalizada avance, terapias de este tipo puedan adaptarse a los pacientes, en función de su genotipo o información genética específica,.

TITULO:  VUELTA AL COLE - Estudiar la nieve,.


Estudiar la nieve,.

 

 Siempre la misma nieve y siempre el mismo tío, de Herta Müller


foto / ¿Llevas un pañuelo?», me preguntaba mi madre todas las mañanas en la puerta de casa, antes de salir a la calle. Yo no llevaba. Y, como no llevaba, tenía que volver a mi cuarto a coger un pañuelo. No lo llevaba ningún día, porque cada mañana esperaba la pregunta. El pañuelo era la prueba de que mi madre, por la mañana, me cuidaba. En las horas que seguían y para el resto de cosas del día ya tenía que arreglár­melas sola. La pregunta «¿Llevas un pañuelo?» era una mues­tra indirecta de cariño. Una muestra directa habría resultado embarazosa —eso no es cosa de campesinos—. El amor se disfrazaba de pregunta. Solo así se podía expresar en tono seco, como una orden, como cualquier instrucción sobre el trabajo. En tono hosco, incluso subrayaba la ternura. Todas las mañanas me encontraba delante de la puerta: una vez sin pañuelo y la segunda con pañuelo. Y entonces ya sí salía a la calle, como si llevando el pañuelo también se viniera mi madre conmigo.

Y veinte años más tarde estaba viviendo sola en la ciudad, independiente hacía mucho, empleada de traductora en una fábrica de maquinaria. A las cinco de la mañana me levantaba, a las seis y media empezaba el trabajo. Por las mañanas, el al­tavoz emitía el himno dedicado al patio de la fábrica. Durante el descanso para el almuerzo, los coros de trabajadores. Los trabadores que se sentaban a comer, en cambio, tenían los ojos vacíos como la hojalata, las manos manchadas de aceite y llevaban la comida envuelta en papel de periódico. Antes de llevarse a la boca su pedacito de tocino, tenían que rascarle la tinta negra con la navaja. En el tren de aquella rutina pasaron dos años, un día idéntico a otro.

El tercer año, la monotonía de los días se acabó. En una misma semana vino tres veces a mi oficina, siempre a primera hora, un tipo enorme, muy alto y de huesos imponentes, un gigante de los servicios secretos de ojos azules muy brillantes.

La primera vez se quedó de pie, me insultó y salió por la puerta.

La segunda se quitó la cazadora, la colgó de la llave del armario y se sentó. Aquella mañana había llevado yo un ramo de tulipanes de casa y los estaba arreglando en un jarrón. Se dedicó a observarme y elogió mi inusual conocimiento del ser humano. Tenía una voz viscosa. No me dio buena espina. Le discutí el elogio, asegurando que yo sabía de tulipanes, pero no del ser humano. Y añadió con muy mala idea que él sí que sabía de mí, y mucho más que yo de tulipanes. Luego se echó la cazadora al brazo y se fue.

La tercera vez se sentó y fui yo quien se quedó de pie, por­que dejó el maletín encima de mi silla. No me atreví a poner­lo en el suelo. Me insultó llamándome tonta de remate, vaga y zorra más echada a perder que una perra vagabunda. Movió los tulipanes justo hasta el borde del escritorio, y plantó en el medio del tablero una hoja de papel y un bolígrafo. Gritó: ¡escribe! Yo, de pie, me puse a escribir lo que me dictaba: mi nombre y mi fecha de nacimiento y mi dirección. Luego escribí que, con independencia del grado de parentesco más cercano o más lejano, no le diría a nadie que —y entonces lle­gó la palabra horrible— colaborez. Esa palabra ya no la escribí. Dejé el bolígrafo en la mesa, fui hacia la ventana y me asomé a la calle polvorienta. No estaba asfaltada, tenía un montón de baches y casas jorobadas. Aquella ruina de calle sigue lla­mándose hoy Strada Gloriei, calle de la Gloria. En la calle de la Gloria había un gato subido en una morera sin hojas. Era el gato de la fábrica, tenía una oreja rajada. Por encima de él se veía un sol temprano, como un tambor amarillo. Dije: N-am caracterul («No tengo carácter para eso»). Se lo dije a la calle del otro lado de la ventana. La palabra «carácter» puso his­térico al tipo de los servicios secretos. Hizo pedazos el papel y los tiró al suelo. Se le debió de ocurrir que luego tendría que presentarle a su jefe su intento de reclutarme, porque se agachó a recoger los pedacitos y los echó al interior del male­tín. Luego dio un profundo suspiro y, en su derrota, lanzó el jarrón de tulipanes contra la pared. El jarrón se hizo añicos y sonó a crujido, como si hubiera dientes en el aire. Con el ma­letín bajo el brazo añadió en voz baja: «Ya te arrepentirás; te tiraremos al río». Yo dije como para mí misma: «Si firmo eso, no podré seguir viviendo conmigo y tendré que hacerlo yo. Mejor que lo hagan ustedes». Ahí ya estaba abierta la puerta de la oficina y él se había marchado. Y, en la calle de la Gloria, el gato de la fábrica ya se había subido al tejado de un salto. La rama del árbol le servía de trampolín.

Al día siguiente empezaron a hacerme la vida imposible. Tenía que irme de la fábrica. Todas las mañanas, a las seis y media, tenía que presentarme en el despacho del director. Todas las mañanas estaba acompañado por el jefe del sindica­to y el secretario del Partido. Igual que, en tiempos, todas las mañanas me preguntaba mi madre: «¿Llevas un pañuelo?». Todas las mañanas me preguntaba el director: «¿Has encon­trado otro trabajo?». Yo siempre le respondía lo mismo: «No lo estoy buscando. Me gusta trabajar en esta fábrica. Quiero quedarme aquí hasta la jubilación».

Una mañana llegué al trabajo y me encontré con mis grue­sos diccionarios en el suelo del pasillo, junto a la puerta de la oficina. La abrí y, en mi mesa, se sentaba ahora un ingeniero. Dijo: «Aquí se llama a la puerta para entrar. Este es mi sitio, a ti aquí no se te ha perdido nada». Irme a casa no podía, porque eso les habría dado una excusa para despedirme por ausentarme de mi puesto de trabajo sin justificación. No te­nía despacho, y, sin embargo, ahora sí que tenía que acudir al trabajo cada mañana como si no pasara nada; no podía faltar bajo ningún concepto.

Al principio, mi amiga, a la que cada tarde le contaba todo durante el camino de vuelta por aquella misérrima Stra­da Gloriei, me hacía un hueco en su propia mesa. Pero una mañana salió a la puerta de la oficina y me dijo: «No puedo dejarte pasar. Todos dicen que eres una espía». El acoso se había dejado en manos de los de abajo, haciendo correr ese rumor entre los compañeros. Eso fue lo peor. De los ataques te puedes defender; frente a la calumnia estás perdido. Cada día, contaba con que podía pasarme cualquier cosa, incluso perder la vida. Pero con aquella maldad no podía. Ningún cálculo lograba hacerla soportable. La calumnia te inunda de suciedad; te ahogas porque no puedes defenderte. A ojos de mis compañeros era exactamente aquello que me había nega­do a ser. De haberme prestado a espiarlos, habrían confiado en mí sin enterarse de nada. En el fondo, me estaban casti­gando por protegerlos.

Como no podía faltar al trabajo bajo ningún concepto, pero no tenía ni mesa y mi amiga ya no podía dejarme utili­zar la suya, me encontré en las escaleras sin saber qué hacer. Las subí y bajé unas cuantas veces… y, de repente, volví a ser la niña de mi madre, pues «llevaba un pañuelo». Lo extendí en un escalón, entre el primer y el segundo piso, lo alisé bien para que se quedara bien colocado y me senté encima. Me puse los diccionarios en las rodillas y empecé a traducir las descripciones de las máquinas hidráulicas. Yo me había con­vertido en una broma de las escaleras, y mi oficina, en un pa­ñuelo. Durante el descanso para comer, mi amiga se sentaba conmigo. Seguíamos comiendo juntas como antes, primero en mi oficina y después en la suya. Por el altavoz del patio seguían oyéndose los coros de trabajadores con sus cánticos sobre el gozo del pueblo. Mi amiga comía y lloraba por mí. Yo no. Tenía que mantenerme dura. Durante mucho tiempo. Varias semanas eternas, hasta que me despidieron.

Durante aquellas semanas en que fui la broma de las es­caleras, se me ocurrió buscar la palabra «escalera» en el dic­cionario, a ver qué descubría sobre ella. El primer escalón de una escalera se llama «arranque», y el último, «desembarco». La parte horizontal donde se apoya el pie, la «huella», va so­bre la «contrahuella». Curiosamente, en alemán se llama Trep­penwange, que sería literalmente: la «mejilla de la escalera». Y luego el hueco de la escalera se llama también «ojo de la esca­lera». Por mis traducciones conocía palabras muy bonitas que designan las piezas de las máquinas hidráulicas y pringadas

de aceite («cuello de cisne», «cola de golondrina», «tornillo madre»…). De igual modo me dejaban fascinada ahora los poéticos nombres de las partes de la escalera, la belleza del lenguaje técnico. Si la escalera tenía mejillas y ojos… entonces tenía cara. Sean de madera o de piedra, de hormigón o de hierro, ¿cómo es que los seres humanos les ponen su propia cara incluso a las cosas más prosaicas de este mundo? ¿Cómo es que les ponen los nombres de su propia carne al material muerto? ¿Cómo es que lo personifican atribuyéndole partes del cuerpo? ¿Será que los especialistas técnicos solo encuen­tran soportable su trabajo gracias a esta ternura oculta? ¿Será que todos los trabajos de todas las profesiones funcionan se­gún el mismo principio que la pregunta de mi madre por el pañuelo?

En mi infancia, en casa teníamos un cajón de pañuelos. Dentro había dos filas y, en cada una de ellas, a su vez, tres montones diferenciados.

A la izquierda, los pañuelos de caballero para mi padre y mi abuelo.

A la derecha, los pañuelos de señora para mi madre y mi abuela.

En el centro, los pañuelos infantiles para mí.

El cajón era la imagen de nuestra familia en formato de pañuelo. Los pañuelos de caballero eran los más grandes y en los bordes tenían rayas de color oscuro (marrón, gris o gra­nate). Los pañuelos de señora eran más pequeños y con los bordes azul claro, rojo o verde. Los pañuelos infantiles eran los más pequeños y no tenían bordes, aunque en el pequeño cuadrado solía haber alguna florecita o algún animalito pin­tado. De las tres categorías a su vez había pañuelos de diario, los de la fila de delante, y pañuelos de los domingos, los de la fila de atrás. Los domingos, el pañuelo tenía que combinar con el color de la ropa, aunque nadie lo viera.

Nunca hubo objeto en la casa, ni siquiera nosotros mis­mos, tan importante como el pañuelo. Un pañuelo es uni­versal (vale para todo): para los mocos, para la sangre de la nariz, para una herida en una mano, un codo o una rodilla, para llorar o para morderlo y así reprimir el llanto. Un pa­ñuelo mojado y frío en la frente alivia el dolor de cabeza. Con cuatro nudos en las puntas te protege la cabeza de una insolación o de la lluvia. Cuando querías acordarte de algo, hacías un nudo en el pañuelo. Para llevar bolsas pesadas, te envolvías la mano en él. Ondeándolo en el aire decías adiós al tren que salía de la estación. Y como la palabra rumana «tren» se parece mucho a la palabra trän, que en el dialecto del pueblo es «lágrima», en mi cabeza también el chirrido del tren sobre los raíles se asociaba siempre a llorar. En el pueblo, cuando alguien se moría en casa, se apresuraban a sujetarle la barbilla con un pañuelo para mantener cerrada la boca cuando se iniciara el rigor mortis. Si alguien caía muerto al borde del camino, siempre había alguien que le cubría la cara con un pañuelo…, así que el pañuelo era la primera es­tación de su descanso en paz.

En los calurosos días de verano, los padres mandaban a los niños a regar las flores del cementerio a última hora de la tarde. Se iba en pareja o en un grupito de tres, y te quedabas siempre pegado al otro, de tumba en tumba, dándote prisa. Luego te sentabas en los escalones de la capilla, siempre todos bien apretados, mirando cómo de algunas tumbas salían pe­queñas fumatas blancas. El jirón de vapor permanecía un rato flotando en el aire negro y se deshacía. Para nosotros eran las almas de los muertos (tenían formas de animales, de gafas, de botellitas y tazas, de guantes o de calcetines). Y entre ellas, aquí y allá, veías un pañuelo blanco con el borde negro de la noche.

Más adelante, en las conversaciones con Oskar Pastior, du­rante el tiempo en que reunimos juntos el material para la novela sobre su deportación al campo de trabajos forzados en Ucrania, me contó que, una vez, una anciana rusa le había regalado un pañuelo de batista blanca. A lo mejor tenéis suer­te mi hijo y tú, le había dicho, y os dejan volver a casa pronto.

Su hijo tenía la misma edad que Oskar Pastior y estaba tan lejos de casa como él, en la dirección opuesta, le contó la an­ciana, en un batallón de castigo. Oskar Pastior había llamado a su puerta muerto de hambre, con la intención de cambiarle un pedazo de carbón por algo de comida. La señora le hizo pasar y le dio una sopa caliente. Y, como a Pastior le empe­zó a gotear la nariz en el plato, le dio el pañuelo de batista blanca que aún no había estrenado nadie. Con su borde de vainica, puntaditas minuciosas y flores de hilo de seda, el pa­ñuelo era una belleza que abrazaba al mendigo y lo hería al mismo tiempo. Una mezcla: por un lado, consuelo de batista; por otro, una cinta métrica de puntaditas de seda (las rayitas blancas de la escala de la reducción a la miseria extrema). El propio Oskar Pastior era una mezcla para la señora: un per­fecto extraño que viene mendigando y un hijo perdido en el mundo. En aquel doble papel, él se sintió tan afortunado como desbordado por el gesto de una mujer que también era dos personas para él —una rusa desconocida y una madre preocupada que preguntaba: «¿Llevas un pañuelo?»—.

Desde que conozco esta historia, yo también tengo una pre­gunta «¿Llevas un pañuelo?» válida en todas partes, tendida a medio mundo al brillo de la nieve medio congelada y medio derritiéndose. ¿No atraviesa todas las fronteras entre monta­ñas y estepas, hasta internarse en un gigantesco imperio sem­brado de campos de trabajo y de castigo? ¿No hay forma de acabar con la pregunta «¿Llevas un pañuelo?» ni siquiera con la hoz y el martillo, ni siquiera en el estalinismo de la reeduca­ción a través de tantos campos de trabajos forzados?

Aunque hablo rumano desde hace décadas, en aquella con­versación con Oskar Pastior reparé por primera vez en que, en rumano, «pañuelo» se dice batista. De nuevo, topé con la sensualidad de la lengua rumana, que te mete las palabras en el corazón con una sencillez irresistible. El material no da rodeos; se identifica a sí mismo como pañuelo ya terminado, como batista; como si todos los pañuelos de todas partes y en todo momento fueran de batista.

Oskar Pastior guardó el pañuelo en su maleta como reli­quia de una madre doble con un hijo doble. Y, pasados los cinco años de internamiento, se lo llevó a su casa. ¿Por qué? Su pañuelo blanco de batista representaba la esperanza y el miedo. Y, cuando sueltas la esperanza y el miedo, te mueres.

Después de la conversación sobre el pañuelo blanco, pasé media noche componiéndole un collage a Oskar Pastior en una tarjeta blanca.

Aquí hay puntos bailando dice Bea
vas a parar a una copa larga de leche
colada blanca en tina de cinc verde gris
todos los materiales se parecen al final
para que veas
yo soy el viaje en tren y
la cereza en la jabonera
no hables nunca con desconocidos y
sobre la central.

Cuando, a la mañana siguiente, fui a verlo y a regalarle el collage, me dijo: «Tienes que añadir “para Oskar”». Yo dije: «Lo que yo te regale es tuyo. Ya lo sabes…». Y él dijo: «Tienes que añadirlo, que a lo mejor la tarjeta no lo sabe». Así que me llevé la tarjeta de vuelta a casa y pegué las letras: «para Oskar». Y se la volví a regalar a la semana siguiente, como si la primera vez hubiera tenido que volverme desde la puerta sin pañuelo y ahora me encontrase otra vez delante de la puerta con un pañuelo.

Con un pañuelo termina otra historia más:

Mis abuelos tuvieron un hijo llamado Matz. En los años treinta, lo mandaron a estudiar a la Escuela de Comercio de Timisoara, para que así luego se hiciera cargo del negocio de cereales y de la tienda de ultramarinos de la familia. En aquella escuela daban clase profesores del Reich alemán, au­ténticos nazis. Al terminar su formación, quizá pudiera de­cirse que Matz también era comerciante, pero lo que estaba claro es que era un nazi consolidado. Le hicieron un lavado de cerebro en toda regla. Así que, al salir de la escuela, Matz era un nazi ferviente; lo habían cambiado por completo. La­draba consignas antisemitas como un poseso y era del todo impenetrable. Mi abuelo intentó hacerle entrar en razón en varias ocasiones —la fortuna familiar entera se la debían a los créditos que le habían concedido comerciantes judíos amigos—. Y, como eso no sirviera de nada, más de una vez también lo abofeteó. Pero Matz ya tenía el juicio perdido. Se las daba de ideólogo del pueblo, perseguía a los jóvenes de su edad que intentaban zafarse de ir al frente. A él le habían asignado un puesto en una oficina del Ejército rumano. Pero la teoría aprendida quiso que pidiera llevarla a la práctica y se presentó voluntario a las SS para ir al frente. Unos meses más tarde volvió al pueblo para casarse. Después de la lección de los crímenes que se cometían en el frente, recurrió a una fór­mula mágica que habría de servirle para escapar de la guerra unos días. La fórmula rezaba: «permiso matrimonial».

Mi abuela guardaba dos fotos de su hijo en el fondo de un cajón: una fotografía de boda y una fotografía post mortem. En la fotografía de la boda hay una novia de blanco, un palmo más alta que él, delgada y seria (una virgen de escayola). Lle­va una corona de flores de cera que parecen copos de nieve posados en su cabeza. A su lado está Matz con su uniforme nazi. En lugar de un novio, es un soldado. Un soldado que se casa y, para mi abuela, su último soldado que vuelve a casa. Apenas se reincorporó al frente, nos llegó la foto post mortem. En ella se ve lo último que queda de un soldado reventado por una mina. La fotografía tiene más o menos un palmo de tamaño y se ve un campo negro y, en el centro, un pañuelo blanco con un montoncito gris encima, que es la persona. En mitad de todo el negro, el pañuelo blanco se ve tan pequeño como un pañuelo de niño, con un grotesco dibujo en el cen­tro del cuadradito. Para mi abuela, también esa foto tiene su mezcla: lo que se ve sobre el pañuelo blanco es un nazi muer­to; lo que guarda su memoria es un hijo vivo. Mi abuela lle­vó esa imagen doble guardada en su libro de oraciones toda la vida. Rezaba todos los días. Es probable que también sus oraciones tuvieran una doble naturaleza. Es probable que re­flejaran el desgarro que supone que su hijo querido fuera al mismo tiempo un nazi poseso, y también que pusieran a Dios ante la doble súplica de amar a ese hijo y perdonar al nazi.

Mi abuelo había servido en la Primera Guerra Mundial. Sabía bien de lo que hablaba cuando, al respecto de su hijo Matz, decía con frecuencia y con amargura: «Sí, cuando on­dean las banderas, el sano juicio se te va por la trompeta». Esta advertencia era igualmente válida para la dictadura que siguió y en la que yo misma viví. A diario se veía cómo a los oportunistas se les iba el sano juicio por la trompeta. Yo deci­dí no tocar la trompeta.

Eso sí, de niña me obligaron a tocar el acordeón en contra de mi voluntad. Porque teníamos en casa el acordeón rojo del difunto soldado Matz. Los tirantes del acordeón me que­daban larguísimos. Para que no se me resbalaran de los hom­bros, el profesor de acordeón me los sujetaba a la espalda atándolos con un pañuelo.

¿Puede decirse que son justo los objetos más insignifi­cantes —llámense trompeta, acordeón o pañuelo— los que atan las cosas más dispares de la vida?, ¿que los objetos dan vueltas y que, en sus variaciones, hay algo en ellos que obe­dece a la repetición, al círculo vicioso? Se puede creer, pero no se puede decir. Ahora bien, lo que no se puede decir se puede escribir. Porque para eso escribir es una actividad muda, una tarea que va de la cabeza a la mano. La boca se puentea. Yo durante la dictadura hablé mucho, por lo ge­neral porque había decidido no tocar la trompeta. La ma­yoría de las veces, hablar tuvo consecuencias insufribles. Sin embargo, la escritura comenzó en silencio, en las escaleras de la fábrica donde me vi obligada a hacerme a la idea de muchas más cosas de las que se podían decir. Lo sucedido ya no era susceptible de ser articulado hablando. A lo sumo se habría podido hablar de todos los detalles externos aña­didos, pero nunca de su alcance. Eso únicamente alcanzaba yo a deletrearlo sin sonido en el interior de mi cabeza, en el círculo vicioso de las palabras cuando se escribe. Mi re­acción al miedo a la muerte fue el hambre de vivir. Era un hambre de palabras. Únicamente el torbellino de palabras era capaz de comprender mi estado. Deletreaba lo que no podía decirse con la boca. En el círculo vicioso de palabras, yo corría detrás de lo vivido hasta que algo aparecía en una forma en la que, hasta entonces, no lo conocía. En para­lelo a la realidad, se puso en marcha la pantomima de las palabras. La pantomima de las palabras no respeta las di­mensiones reales —lo mismo reduce los hechos principales que expande detalles secundarios—. El círculo vicioso de las palabras se adueña de lo vivido y, de cabeza, lo somete a una especie de lógica onírica. La pantomima no respe­ta nada, nunca deja de ser miedosa y sufre tanta adicción como empacho. El tema de la dictadura está presente de por sí, puesto que la normalidad nunca regresa cuando te la han robado prácticamente por completo. El tema siem­pre está implícito, si bien las que se adueñan de mí son las palabras. Son ellas las que llevan el tema adonde se les an­toja. Ya nada es verdad, y es verdad todo.

Mientras fui la broma de las escaleras, me sentí tan sola como de niña cuando me mandaban al valle a cuidar las vacas. Comía hojas y flores para que me considerasen parte de ellas, puesto que las plantas sabían cómo hacer para vivir, en tanto que yo no lo sabía. Las llamaba por sus nombres. El nombre «cardo de leche» se refería de verdad a la planta pinchosa que tenía los tallos llenos de leche. Otra cosa es que la planta atendiera al nombre de «cardo de leche». Así que también probaba a llamarla por nombres inventados —como «costilla de pinchos» o «cuello de erizo»— en los que no aparecían ni «cardo» ni «leche». En el engaño de todos aquellos nombres de mentira en presencia de las plantas de verdad se abría una grieta al vacío, el ridículo de verme hablando sola en voz alta en vez de con la planta. Con todo, aquel ridículo me hacía bien. Yo cuidaba de las vacas, y la sonoridad de las palabras cuidaba de mí. Y sentía que:

Cada palabra de la cara
sabe algo del círculo vicioso
y no dice nada.

La sonoridad de las palabras sabe que tienen que engañar, porque los objetos también nos engañan con el material del que están hechos, y lo mismo hacen los sentimientos con los gestos que los acompañan. Y en el punto de intersección en­tre el engaño de los materiales y el de los gestos anida la so­noridad de la palabra con su verdad inventada. Al escribir, no se puede decir que se tenga confianza en el engaño, más bien es que el engaño es honesto.

En mi época de la fábrica, siendo la broma de las escaleras y siendo el pañuelo mi oficina, también encontré en el dic­cionario la hermosa expresión «escalera de interés». Se re­fiere a cómo van subiendo los intereses de un préstamo. Los intereses en ascenso suponen, para quien tiene que pagar, un gasto, y para el otro, un beneficio. Al escribir se dan las dos cosas —cuanto más profundizo en el texto, y cuanto más me exprime lo escrito, más sale a la luz lo vivido—, y esto es algo que no se daba en el momento de vivirlo. Son las palabras las que lo descubren, porque antes no lo sabían. Cuando mejor reflejan lo vivido es cuando lo pillan por sorpresa. Se vuelven tan potentes que lo vivido tiene que agarrarse a ellas para no deshacerse.

Me parece que los objetos no conocen su material, que los gestos no conocen sus sentimientos y que las palabras no conocen a la boca que las dice. Sin embargo, para asegurar nuestra propia existencia, necesitamos los objetos, los gestos y las palabras. Cuantas más palabras podamos tomar, más li­bres somos, después de todo. Cuando nos prohíben valernos de la boca, buscamos afirmarnos a través de gestos, incluso a través de objetos. Son más difíciles de interpretar; durante un tiempo se mantienen libres de sospecha. Nos pueden ayudar a enfundarnos de una dignidad que, durante un tiempo, se mantiene libre de sospecha.

Poco antes de nuestra emigración a Alemania, el policía del pueblo se presentó una mañana temprano en casa de mi madre. Ella ya estaba en la puerta cuando le vino a la cabeza «¿Llevas un pañuelo?». No llevaba. Aunque el policía estaba impaciente, mi madre volvió a entrar en la casa a por el pañue­lo. En el puesto de policía, el agente se puso como una furia. Mi madre no sabía suficiente rumano como para entender su vocerío. Después, el policía salió del despacho y cerró la puerta desde fuera. Mi madre se pasó el día allí encerrada. Las primeras horas, se quedó sentada a la mesa llorando. Luego se puso a recorrer la estancia y a limpiar el polvo de los muebles con el pañuelo húmedo de lágrimas. Luego cogió el cubo de agua que había en el rincón, descolgó la toalla del clavo don­de estaba y fregó el suelo. Yo me quedé espantada cuando me lo contó. «Pero ¿cómo se te ocurre limpiarle el despacho a ese tipo?», le pregunté. Y ella, sin ninguna vergüenza, me contes­tó: «Busqué una tarea para que se me pasara el tiempo. Y el despacho estaba sucísimo. Menos mal que llevaba uno de los pañuelos grandes de caballero».

Entonces entendí que aquella humillación añadida pero voluntaria le había servido para ganar dignidad durante el arresto. En un collage le busqué palabras:

Pensé en la rosa firme del corazón
en el alma inútil como un colador
pero el dueño insistió en su empeño:
¿el mando quién se lo lleva?
yo dije: salvar la piel
él gritó: la piel no es nada
más que una mancha de batista humillada
y con poca cabeza.

Me gustaría encontrar una frase para todos aquellos a quie­nes, a diario y hasta hoy en día, una dictadura les roba la dignidad…, aunque fuera una frase con la palabra «pañuelo», aunque fuera la pregunta «¿Llevas un pañuelo?».

¿Es posible que la pregunta del pañuelo en realidad nunca se haya referido al pañuelo, sino a la profunda soledad del ser humano?,.

 

  TITULO: EN PRIMER PLANO - A FONDO - REVISTA XL SEMANAL PORTADA ENTREVISTA - En la tuya o en la mía - Miercoles - 3 - Julio   -    Aprende a escribir con Javier Cercas ,.

En la tuya o en la mía  - Miercoles    -  3  - Julio  ,.

 En la tuya o en la mía', presentado por Bertín Osborne, acerca a los espectadores el lado más desconocido de personajes relevantes de diversos ámbitos. Durante aproximadamente una hora, los telespectadores tienen la oportunidad de conocer mejor al invitado y también al propio Bertín Osborne, en La 1 a las 22:30, el miercoles- 3 - Julio  , etc.

 EN PRIMER PLANO - A FONDO - REVISTA XL SEMANAL PORTADA ENTREVISTA - En la tuya o en la mía - Miercoles -  3 - Julio -  Aprende a escribir con Javier Cercas ,.
 
  Aprende a escribir con Javier Cercas,.
 
 

foto /  Javier Cercas,.

Decía don Miguel de Unamuno que, a la hora de concebir una novela, unos escritores se comportan como animales ovíparos y otros, pues como vivíparos. Los primeros necesitan poner un huevo y empollarlo durante días antes de sentarse a la mesa y redactar el primer párrafo, mientras que los segundos sienten el germen de la historia en su interior y abren rápidamente las piernas para expulsarlo, verle la cara y ponerse a escribir.

Unamuno fijó esta distinción en el ensayito A la que salga, publicado originariamente en la revista madrileña Nuestro Tiempo de septiembre de 1904, y desde entonces ha habido multitud de narradores que se han agarrado a esta categorización para explicar su método de trabajo. Javier Cercas es uno de ellos.

"Por las tardes vuelve al escritorio o se entretiene leyendo, siempre según el grado de implicación que sienta con la novela que tiene entre manos"

El autor de obras ya tan distantes en el tiempo —y en la forma— como Soldados de Salamina e Independencia ejemplifica a la perfección la teoría de Unamuno. Y lo hace porque, si en su juventud fue un escritor vivíparo, en la actualidad se define como ovíparo. El paso del tiempo ha cambiado a este hombre por completo, pero no sólo lo ha hecho en el asunto del huevo o la gallina, sino también en el modo en que encara su jornada laboral. Hasta hace relativamente poco, Cercas tenía un estudio en el barrio de Gracia al que iba a escribir a diario. Lo alquiló porque la viuda de Roberto Bolaño le dijo a su mujer que no había nada mejor en el mundo que perder de vista al marido durante unas horas al día, y aquella misma noche su esposa le instó a que buscara un despacho. Pero esto ocurrió cuando vivían en Barcelona y no en Girona, que es donde residen en la actualidad. Ahora les rodea el campo, y el escritor sale a correr tan pronto como se despierta, sobre las 06:00 AM. Ha cogido el vicio del deporte y ya no puede desengancharse, motivo por el cual no enciende el ordenador hasta las 08:30. No cambia la mesa de trabajo por la de comer hasta las 13:00 y después echa una siesta que, si bien no es de «pijama, padrenuestro y orinal» —que diría aquel otro maestro por todos conocido como don Camilo—, sí que comprende unos treinta o cuarenta minutos, que tampoco está mal. Por las tardes vuelve al escritorio o se entretiene leyendo, siempre según el grado de implicación que sienta con la novela que tiene entre manos. Si está en los inicios, que es la etapa del proceso creativo que más difícil le parece, prefiere rematar el día con tareas poco creativas; pero, si ya se ha adentrado en la historia y sabe perfectamente hacia dónde se dirige, regresa al trabajo y continúa tecleando hasta que, según sus propias palabras, las letras le parecen cuadrados, que es una forma bastante gráfica de decir que lo hace hasta que cae rendido.

Cuando era más joven, Javier Cercas no practicaba ni el running ni el footing ni el jogging ni en verdad nada que le cansara demasiado, y tampoco sentía la necesidad de echar una cabezadita después de comer. Rebosaba energía y, en consecuencia, dejaba que fuera el instinto quien guiara sus pasos. Lógicamente, en aquella época era un escritor vivíparo. Las ideas manaban de su interior a borbotones y no necesitaba anotarlas para convertirlas en novelas. Así nacieron El móvil, El inquilino y hasta El vientre de la ballena, y aunque tuvo que reescribirlas en más de una ocasión, de tan desordenadas como salían al mundo, no puede decirse que fueran obras fracasadas. Antes bien todo lo contrario.

"Javier Cercas no quiere publicar una y otra vez la misma novela, así que ahora piensa antes de escribir. Ya no se conforma con las ideas que asoman por su cabeza"

Sin embargo, ahora Cercas es un escritor ovíparo. Cuando una idea estalla en su cabeza, coge papel y boli, la apunta en una libreta y la analiza con tanto detenimiento que acaba conociendo hasta la más diminuta de sus aristas. Los esquemas y los mapas y las listas y las flechas que suben y bajan y recorren el folio se han convertido en su forma de trabajo y, antes de transformar una ocurrencia en un párrafo, el autor le da tantas vueltas que incluso acaba mareándola. Y si alguien pregunta a Cercas si no añora la época en la que se dejaba llevar por la intuición, en que concebía la literatura como una explosión de libertad, en que pensaba antes con el estómago que con la cabeza, responde que no. Porque, según aclara a continuación, uno no puede pasarse la vida escribiendo siempre el mismo libro. En su opinión, cuando no sometes las ideas a un juicio implacable, acabas repitiendo fórmulas antiguas y te conviertes en una especie de Marcel Duchamp que, después de haber enviado su famoso urinario a la Sociedad de Artistas Independientes, hubiera dedicado el resto de su vida a plantar mingitorios por todos los museos del mundo. El artista francés podría haber ganado dinero a espuertas haciendo eso, pero prefirió explorar nuevas posibilidades, evitar la repetición, mirar hacia adelante. Y dos años después le pintó un bigote a la Gioconda.

Javier Cercas no quiere publicar una y otra vez la misma novela, así que ahora piensa antes de escribir. Ya no se conforma con las ideas que asoman por su cabeza, sino que las coloca sobre la mesa, las observa con atención y sólo las empolla si está seguro de que la criatura que habrá de romper el cascarón será diferente a sus hermanas. Y sólo hay que analizar la trayectoria profesional de este hombre para confirmar que, realmente, se ha reinventado cuando menos tres veces. Que no son pocas.

 

TITULO :EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA - MI CASA ES LA TUYA - viernes  -   5 - Julio -  Arturo Pérez-Reverte - Una historia de Europa (LXXXII) ,.

MI CASA ES LA TUYA - VIERNES -   5 - Julio  ,.

MI CASA ES LA TUYA -', presentado por Bertín Osborne,.

acerca a los espectadores el lado más desconocido de personajes relevantes de diversos ámbitos. Durante aproximadamente una hora, los telespectadores tienen la oportunidad de conocer mejor al invitado y también al propio Bertín Osborne, en Telecinco  a las 22:00, el viernes  -  5 - Julio  ,etc.

  EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA - MI CASA ES LA TUYA - viernes - 5 - Julio - Arturo Pérez-Reverte - Una historia de Europa (LXXXII) ,.
 
 Arturo Pérez-Reverte - Una historia de Europa (LXXXII),.
 
 
 
 
Arturo Pérez-Reverte - foto,.
 
 Las cosas como son: en lo de poner patas arriba el mundo viejo, la Revolución francesa fue más lejos que ninguna (allí donde otros, ni siquiera los norteamericanos, se habían atrevido a llegar, ni nadie llegaría hasta la pajarraca bolchevique de 1917). En ese registro los gabachos fueron más radicales, más violentos, más tenaces y más influyentes que nadie, pues despabilaron a la peña en muchos lugares de Europa; aunque luego, poco después, ellos mismos ayudarían a aplastar las ideas que habían puesto en circulación: participación activa del pueblo llano (en plan paripé, porque el pueblo llano siguió tan puteado como siempre), revolución burguesa, leña a la Iglesia más reaccionaria, destrucción de viejas instituciones, abolición de privilegios feudales y apoyo a la inteligencia frente a la tradición y el dogma. Todo eso, en mayor o menor medida, y aunque la revolución de Francia se diluyó luego en otras cosas, sería alma de los cambios políticos y sociales que Europa iba a conocer en los dos siglos siguientes, lo que no es poco. Pero vamos a no adelantar acontecimientos, porque en el firmamento de la Francia revolucionaria, que ya no lo era tanto, acababa de aparecer una rutilante estrella: un joven y bajito capitán de artillería nacido en Córcega, que había sacado las castañas del fuego a los gerifaltes en los días de algaradas callejeras (apuntando los cañones contra el pueblo, todo sea dicho), y se estaba calzando (o ella a él) a una tal Josefina Beauharnais, amiga íntima de uno de los que más cortaban entonces el bacalao, con la que se acabó casando. El caso fue que, tanto por méritos propios como por méritos de bragueta (que en ambos era un fenómeno), el artillero aquel, Napoleón Bonaparte por más señas, ascendió a general a la tierna edad de veintiséis años, y lo hizo tan bien que en poco tiempo se volvió niño mimado del Directorio, que así se llamaban los que entonces mandaban en la Frans (una pandilla de golfos trincones y corruptos, dicho sea de paso). Como de genio militar andaba sobrado el chaval, lo mandaron a combatir a los enemigos exteriores, que eran numerosos, y lo hizo de cine. Empezó por Italia, cruzando los Alpes con su ejército como había hecho Aníbal (‘Imposible’ es una palabra que no está en mi diccionario, dijo viniéndose arriba), y les dio allí a los enemigos una somanta de palos de la que todavía se acuerdan. La siguiente en la lista era Inglaterra, siempre dispuesta a dar por saco desequilibrando a Europa. De todas las potencias enfrentadas a la Francia revolucionaria, sólo ella, atrincherada en su isla y tras su poderosa flota (la más profesional y potente del mundo), seguía dando la brasa. Convenía cortar a los ingleses la comunicación con las colonias de la India, para hacerles un poquito la puñeta; y el Directorio, que ya empezaba a mosquearse con la fama que estaba consiguiendo el enano corso, vio la manera de quitárselo de en medio enviándolo a Egipto, a ver si con algo de suerte no volvía. Pero les salió el gorrino mal capado: como Julio César (otro gran militar y político con el que, junto a Alejandro de Macedonia, se compara a Napoleón), el Petit Cabrón (lean La sombra del águila, háganme el favor) llegó, vio y venció, rompiéndoles allí los cuernos a los rubios. Lo que pasa es que la jugada sólo le salió a medias, porque de un lado su ejército agarró la peste, palmando a montones, y de otro el almirante inglés Nelson, que era un verdadero artista de los mares, hizo polvo la escuadra franchute en la batalla naval de Abukir (1798). Con ese marrón encima, y enterado de que en Francia los del Directorio le estaban haciendo una cama de cuatro por cuatro, Napoleón dejó tirado a su ejército, se subió al primer barco que tuvo a mano y se plantificó en París, con dos cojones. Y el momento resultó ser perfecto, porque Austria, la vieja enemiga continental, reanudaba la lucha, animada por el hecho de que el nuevo zar de Rusia (desequilibrado y algo majareta, dicho sea de paso) se había aliado con Gran Bretaña, y a los ejércitos ruso-austríacos les iban bien las cosas en Alemania e Italia. También la Francia interior estaba en crisis, pues los del Directorio, que seguían robando a manos llenas, habían convertido aquello en un bebedero de patos. En ésas llegó Bonaparte, acogido como un héroe, y con su ojo de lince (que no le fallaría hasta dieciséis años más tarde en Waterloo) vio la jugada y se puso a ella: el 9 de noviembre de 1799, sostenido por las bayonetas de sus granaderos, dio un golpe de Estado y los diputados del Consejo tuvieron que saltar por las ventanas. Años más tarde, cuando al Petit Cabrón se le reprochara haberse autoproclamado luego emperador de Francia, replicaría con mucho arte: La corona estaba abandonada en el barro y yo me limité a recogerla.
 
 

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