BLOC CULTURAL,

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martes, 18 de junio de 2024

Juego de Niños - Aníbal Muñoz, bronce en la Final Provincial Judex de karate , . Sábado - 6 - Julio ,. / POLICIA O JUSTICIA - Asesinan a una alcaldesa mexicana tras las elecciones presidenciales ganadas por Sheinbaum ,. / LA PANTERA ROSA - Y LUKE LUKE - Salir de fiesta a la calle ,. / EL CLUB COMEDIA - Ultratontos ,.

 

     TITULO:  Juego de Niños - Aníbal Muñoz, bronce en la Final Provincial Judex de karate ,. Sábado - 6 - Julio   ,.

Juegos de niños,.

  Sabado  -  6 - Julio , a las 22:00 por La 1, foto,
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  Juego de Niños - Aníbal Muñoz, bronce en la Final Provincial Judex de karate,.

 Los jóvenes karatekas talayuelanos en una fotografía de hace un año

Aníbal Muñoz, bronce en la Final Provincial Judex de karate,.

El otro competidor de la Escuela de Kárate de Talayuela, Manuel Muñoz, terminó en quinta posición,.

El domingo 26 tuvo lugar la Final Provincial Judex de karate en el pabellón Antonio Jara de Navalmoral, con la presencia de más de 200 participantes de distintas poblaciones.

Entre ellos estaban los integrantes de la Escuela de Kárate de Talayuela, que, como viene siendo habitual, se mostraron muy competitivos.


El más destacado fue Anibal Muñoz que repite podium, medalla de bronce en categoría alevín masculino A. Además, entre 28 competidores se clasificó de forma automática para la final de su categoría, a disputarse en octubre en Cáceres.

Manuel Muñoz también tuvo su momento destacado, quinto clasificado en juvenil masculino A y, como su compañero, también se clasificó de forma automática para la final de su categoría, igualmente en octubre en Cáceres. 

  TITULO: POLICIA O JUSTICIA - Asesinan a una alcaldesa mexicana tras las elecciones presidenciales ganadas por Sheinbaum,.

 

Asesinan a una alcaldesa mexicana tras las elecciones presidenciales ganadas por Sheinbaum,.

El estado de Michoacán despliega un operativo de seguridad para capturar a los responsables de la muerte de Yolanda Sánchez Figueroa,.

Yolanda Sánchez Figueroa, en una captura de vídeo.
 
foto / Yolanda Sánchez Figueroa, en una captura de vídeo.

Una alcaldesa del estado mexicano de Michoacán (oeste), que sufrió un secuestro en septiembre pasado, fue asesinada este lunes, un día después de la elección de la izquierdista Claudia Sheinbaum como presidenta de México, informó el gobierno regional.

La secretaría de gobierno de esa convulsa demarcación condenó en la red X "el homicidio de la presidenta municipal de Cotija, Yolanda Sánchez Figueroa", añadiendo que desplegó un operativo de seguridad para capturar a los responsables.

Al parecer, fue tiroteada y recibió al menos 19 impactos de bala cuando se dirigía a un gimnasio desde donde se la trasladó al Hospital de Los Reyes, donde falleció, según distintos medios locales.

Sánchez se convirtió en alcaldesa en las elecciones de 2021 con la bandera del conservador Partido Acción Nacional (PAN).

Medios locales reportan que la política fue atacada a balazos en una vía pública. Hasta el momento las autoridades no han dado detalles.

Sánchez ya había sido víctima de un secuestro el 23 de septiembre de 2023 en un suburbio de Guadalajara, en el estado de Jalisco, vecino de Michoacán, cuando salía de un centro comercial en compañía de dos mujeres.

Tres días después el gobierno federal anunció que había sido encontrada con vida.

Según reportaron entonces medios locales, los plagiadores pertenecían al poderoso Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), quienes habrían amenazado a la alcaldesa por oponerse a que el grupo criminal tomase el control de la policía de su municipio.

El asesinato se registra un día después de que Sheinbaum, una científica de 61 años, lograra una victoria apabullante con más de 30 puntos de ventaja sobre la opositora Xóchitl Gálvez, del PAN.

Michoacán, un estado reconocido por sus destinos turísticos y una pujante industria agroexportadora, es también uno de los más violentas del país, debido la actividad de grupos criminales dedicados a la extorsión y el narcotráfico.

 

TITULO: LA PANTERA ROSA - Y LUKE LUKE - Salir de fiesta a la calle ,.

 LA PANTERA ROSA - Y LUKE LUKE -   Salir de fiesta a la calle  , fotos,.

 Salir de fiesta a la calle,.

 La calle, un cuento de Eduardo Kahane

La vida no fue clemente con Carlos, como si se hubiera ensañado con él. Su mejor época fue cuando dejó la calle y las malas juntas y se consiguió una changa como repartidor en el almacén de don Gregorio, en una esquina de la calle Reconquista frente al río. No tenía alma de ratero. El conventillo de la calle Guaraní tampoco fue buena escuela, ni los gritos de los niños tras una pelota y de los vecinos siempre a la gresca. Pero allí habían recalado sus padres, a tiro de piedra del muelle en que desembarcaron de Catania y al calor de paisanos con quienes, por lo menos, podían entenderse en siciliano.

 Mi música divertida: La pantera rosa

En el almacén se sentía libre. Ayudaba canturreando a don Gregorio a mover los cajones de frutas y verduras, y además hacía el reparto a domicilio. Nada le gustaba más que salir a ese damero impreso en su memoria, de calles que empezaban en el río y terminaban en el puerto. Ya no tenía que esconderse de nadie. Ahora iba ligero, con un canasto lleno de vituallas sobre el hombro, silbando y a pleno sol. Era un muchacho robusto, de espaldas anchas, un mechón lacio, rebelde y negro le caía sobre la frente y reía con todos los dientes. Para el varoncito de don Gregorio, Darío, Carlos era una fiesta. Lo metía en el canasto como una vianda y lo llevaba por su itinerario de callejas, perros sueltos, zaguanes oscuros, escaleras y cocinas que olían diferente a la de su madre.
 

Sí, seguramente aquellos fueron sus mejores tiempos. Don Gregorio era un hombre estricto, pero justo. Le marcaba el camino, sin ambages ni levantar la voz, tan distinto de las estridencias del conventillo y de sus compinches, capaces de robar a sus madres un reloj de pulsera o un juego de cubiertos, recuerdos de familia, para empeñarlos en el Monte de Piedad y pagarse unas copas. Le fue gustando eso de amanecer sin resaca, sin que la luz de la mañana le estalle en las pupilas, iluminando en cambio, las dos cuadras hasta el almacén. Al llegar, sabía que encontraría a don Gregorio detrás del mostrador, erguido como un baluarte, con el orden de las cosas que envolvía a Carlos, en el que se sentía más ligero, más seguro y por una vez libre.

Se metió en el equipo de fútbol del barrio, El Hacha, que los domingos tenía partido en los potreros del final de Ciudadela, frente al Dique Mauá y el río. De pantalón corto y con una boina sucia encasquetada hasta las cejas, Carlos jugaba en un terreno recio y pedregoso que pasaba por cancha. Don Gregorio, entre distraído y paternal, paseaba a la familia por la rambla que bordeaba el campo de fútbol con el pequeño Darío bien sujeto, de la mano, no fuera a escapársele a la carrera al encuentro de Carlos en medio del partido, como sucedió una vez. Al encuentro de Carlos fue muchas veces, de Carlos jugador de fútbol, de Carlos Tarzán, dándose golpes en el pecho, AAAIOAOAA AAAIOAOAA, de Carlos rey de las pulseadas, héroe con don Gregorio, desafiando a gritos y a palo limpio a las ratas que infestaban la bodega. Era como de la familia.

Pero no era la familia. Cuando don Gregorio decidió vender el almacén Carlos se quedó huérfano por segunda vez. La primera fue de unos padres que no estuvieron para él, que en realidad no estuvieron ni para sí mismos. Rotos de añoranza, por la pobreza, la falta de oficio y sin una lengua que ayudara. Un círculo difícil de quebrar. El mundo de Carlos quedó vacío, sin rutas para el reparto, sin reloj que ordene el hacer y el tiempo, sin el sonoro «Buenos días, Carlos» de las comadres en el almacén, alejado de la torre de don Gregorio vigilando los límites, marcando el rumbo como un barco, proveyendo como un patriarca. Era el duelo. Volvió al conventillo con el rabo y los ojos caídos. Buscaba changas. A veces conseguía alguna en la estiba, descargando camiones, recadero de algún puesto del Mercado del Puerto y cuando no había otra, iba de canillita, se colgaba un cartón de linotipo del cuello y pregonaba el «Acción, Plata, Diariooo» por el Mercado del Puerto.

Pasaba las horas sentado en una piedra de la escollera, con las rodillas apretadas contra la barbilla y la vista perdida más allá del horizonte, quién sabe dónde, o en una mesa de boliche, pisando serrín, con el entendimiento ahogado en grappa. Los compinches de otro tiempo, amigos de las malas artes lo buscaban.

—¿Por qué no venís? ¿De qué tenés miedo?

—No. Yo ya no estoy en esa…

—Pero ¿de qué la vas? ¿De trabajador honesto? Está bien, vos si querés probá, pero con ese verso te vas a hundir en la miseria… ¿Vos te vistes la trucha que tenés?

Carlos no quería volver a las andadas. Dejó de jugar los domingos con El Hacha. No tenía ganas, ni fuerzas. Le daba vueltas a la cabeza, se preguntaba por qué don Gregorio no se lo llevó con él y se respondía a sí mismo: «Pero si don Gregorio está ya mayor y no quiere trabajar. Y bueno, me podría haber llevado de hijo. No seas imbécil, ¡Qué hijo ni qué nada! Él tiene un hijo, pero no sos vos… ¿No te das cuenta?». Se daba cuenta, pero no quería darse cuenta. Aquello quemaba como una grappa y se iba desvaneciendo después con otra y otra más. Empezó a rondar la noche del bajo, a buscar alivio en los boliches de coperas y marineros, por los quilombos clandestinos pegados al puerto, y se detenía a conversar con las mujeres que hacían la calle, o se paraban en un umbral sombrío, venidas del interior, brasileñas, sirvientas sin trabajo, huérfanas, caídas en desgracia, como él, que no tenía ni para pagarse una noche de consuelo. Las chicas buscaban clientes, no conversación, así que Carlos, con su lengua media beoda, seguía su ronda. Hasta que tropezó con Violeta.

Estaba paradita sobre el escalón blanco de un portal, bajando por la calle Ituzaingó, cerca del río. Carlos se detuvo y se quedó mirándola, su cuerpo menudo, la falda ancha sin tacones. Un fular rojo le envolvía el cuello. ¿Será una puta? —dudó.

—¿Venís? —Sin moverse, Carlos seguía mirándola—. ¿Querés pasar un rato conmigo? ¿Qué mirás, ricura, tengo monos en la cara? —E insistió—: ¿Vamos?

—No, no. Pasaba por aquí. Solo te estaba mirando.

—¡Mirá, nene, a mirar se va a la feria! Si no vas a comprar, despejá que me jodés el negocio.

—No sabía qué hacías aquí, es que no parecés, o sea que no parece que…

—Decilo. Sí. Que sea una puta. Mirá, sí, soy una puta. Pero dale, empezá a despejar.

Carlos no se lo creyó del todo, pero siguió andando. Un par de noches después, entonado por unas grappas, se encontró bajando por la calle Ituzaingó. Y la vio en la esquina de Reconquista.

—¿Vos otra vez? ¿No serás un poco pesado?

Y así fue varias noches hasta que quedaron en verse una tarde. Violeta era del interior, de un pueblito de Cerro Largo donde no había nada, ni gente, ni diversión, ni trabajo. Menuda, llevaba unas faldas anchas que se hacía copiando las que veía en revistas y seguía dos radionovelas. Alguien le dijo que en la capital podría tenerlo todo y se lo creyó. Durante un tiempo estuvo de empleada con cama en una casa, en Carrasco, pero sin horarios, ni sábados ni domingos, y con un patrón que en cuanto veía la oportunidad se le echaba encima. Se fue para limpiar casas por horas, pero no le daba ni para pagarse el cuarto. Y se echó a la calle.

Anduvieron horas por la rambla de piedra. El aire fresco junto al río fue despejando las nubes. Carlos se sintió escuchado. Alguien quería mojarse en agua pasada y se encontró contando una historia, que no había merecido el oído de nadie y que no empezaba en la Catania de sus padres, ni en el conventillo, sino en el almacén, con don Gregorio y ese niño Darío que abría grandes los ojos al verlo y lo escuchaba anonadado. Cuando empezó en el almacén creyó que estaba saliendo del agujero, pero se fue agitando con su propio relato, con su mal fario, «a ver, quién carajo me va a decir a mi qué es lo que no hice bien, ¿cómo se hace para salir del agujero si naciste en él…?  Ya sé que don Gregorio no es mi viejo, pero podía haber hecho algo, en vez de dejarme tirado», y se ahogó en un grito ronco que dolía oír, mitad llanto mitad rabia, mientras pateaba una lata.

Esa tarde acabaron en el cuartito de Violeta, al fondo de un patio cuadrado, sin plantas y sin luces, al que asomaban muchas puertas. Lo primero que vio Carlos al entrar en la minúscula habitación fue un aguamanil con pies de hierro junto a la cama sin hacer, y un armario abierto donde chillaban los colores de unos vestidos, lo único que no era pardo y desconchado en aquel tugurio. Otro conventillo.

—Vas a ver como encontrás una changa. Tené paciencia. —La Violeta de la rambla, abrigada en su cuartito se iba pareciendo cada vez menos a la que encontró en la esquina aquella noche, menos arisca, más conversadora.

El cuartito olía a kerosén, a humedad y miseria. Tenía algo de guarida, de crisálida oscura. Carlos empezó a quedarse algunas noches, se sentía bien allí y terminó trayendo sus pocos bártulos. En uno de sus raros días sobrios le prometió a Violeta que la sacaría de la calle si encontraba una changa regular, pero no la conseguía ni podría conseguirla en el estado en que se presentaba, desaliñado, arrastrando las palabras y con tufo a grappa hasta en la ropa. Violeta le soltaba unos pesos «para tus gastos» —le decía— que al principio Carlos rechazaba, pero terminó pidiéndoselos, por las buenas las primeras veces, y a golpes cuando estaba borracho, que era casi siempre. No la sacó de la calle, sino al contrario, empezó a vivir de la calle de Violeta y a montarle escenas de celos, y a pegarle por puta y arrastrada.

Volvió a ver a sus compinches de otros tiempos para ver si por allí había algo. Salió con ellos alguna noche, pero le dijeron que no volviera. Llegaba en un estado que no les servía ni de campana, flaco, arrastrando las chanclas —«es que se me hinchan las piernas», se justificaba—, amarillo, los ojos en blanco y sin fuerzas.

Solo Violeta lo visitó en el Hospital Maciel. Se sentaba junto a él, entre el olor a lejía que le picaba los ojos y las muchas camas y gemidos de aquella enorme sala, le aflojaba la bata sudada, le alcanzaba el vaso de agua si lo pedía, lo ayudaba a erguirse para beber y se quedaba mirándolo, por si despertaba y la reconocía. Una tarde, Carlos entreabrió los ojos y balbuceó el nombre de don Gregorio, que si iba a venir… Violeta no sabía dónde buscarlo. Al día siguiente encontró la cama de Carlos vacía, por la noche había terminado de irse.

     TITULO: EL CLUB COMEDIA -  Ultratontos,.

 Ultratontos,.

 Cuando los tontos mandan o el Nuevo tratado de lo mejor

foto / Parafraseando no sin tristeza a Larra, debo decir que “en este país” las cosas no han cambiado demasiado y si lo han hecho, tal vez no haya sido a mejor. En este país, pues, donde la sensación es la de que en los últimos años el pensamiento está proscrito y los que piensan son tratados como apestados y condenados al ostracismo del desprecio o cuando menos de la burla, Javier Marías ha tomado el atajo quevediano del no callar.

"Javier Marías ha tomado el atajo quevediano del no callar."

Somos legión los que admiramos a este escritor que desde que era casi un muchacho, aún incluso cuando el ejercicio de la escritura brotaba, joven, del atrevimiento, el juego o la emulación, ya era capaz de trenzar prodigiosamente ideas propias fruto de la exquisita educación y el valiosísimo bagaje cultural.

Desde entonces, en su papel de escritor profesional, lo hemos visto construir mundos literarios inclasificables hechos a base de lecturas, lucidez y vida. Y con esa materia privilegiada es con la que, cada semana desde hace años, Javier Marías construye su columna de opinión.

"Se titula como la última columna de la serie, “Cuando los tontos mandan”, y ya el título incluye la voluntad de continuar arrojando (como en volúmenes anteriores) el mismo guante a la cara de la estupidez y el odio."

El volumen que acaba de publicar Alfaguara y que recoge lo que Javier Marías escribió en El País Semanal desde febrero de 2015 a enero de 2017 se titula como la última columna de la serie, Cuando los tontos mandan, y ya el título incluye la voluntad de continuar arrojando (como en volúmenes anteriores) el mismo guante a la cara de la estupidez y el odio: Ni se les ocurra disparar (Alfaguara, 2011), artículos de 2009-11; Tiempos ridículos (Alfaguara, 2013), artículos de 2011-13, o Juro no decir nunca la verdad (Alfaguara, 2015), artículos de 2013-15. Títulos todos que en los tiempos que corren indican no solo una actitud de elegante gallardía cultural, sino también de indiscutible valentía.

Bien es cierto que el dedicar toda una vida a la escritura y el pensamiento no implica necesariamente la obligación moral de tomar partido, pues la militancia por las causas justas pertenece a otro orden de cosas, pero es inevitable que la personalidad singular que todo creador posee lleve a éste (pese a quien pese) a querer hablar, sobre todo cuando el silencio es una imposición.

"El ejemplo de la integridad de Javier Marías es para muchos de nosotros la mayúscula de esas palabras que ya casi nadie se atreve a pronunciar en público: lealtad, honradez, hidalguía, caballerosidad, educación, maneras, nobleza, buena casta, excelencia, moral."

Con estos artículos, Javier Marías demuestra desde hace años que no ha de callar, ni obedecer, ni mirar para otro lado. También consigue con sus palabras (aunque eso ya se escape de su voluntad) fortalecer a las gentes de bien, esas que como él se indignan y duelen de la realidad que compartimos todos pero que sin embargo carecen de atalaya para poder manifestar su hartazgo y ser escuchados. El ejemplo de la integridad de Javier Marías, como el de otros tantos compañeros de letras que salen a pelear cuando hay que hacerlo, es para muchos de nosotros la mayúscula de esas palabras que ya casi nadie se atreve a pronunciar en público: lealtad, honradez, hidalguía, caballerosidad, educación, maneras, nobleza, buena casta, excelencia, moral.

Sostenía mi admirado Julián Marías, filósofo y padre de este escritor, en su lúcido Tratado sobre lo mejor, que “la moral es un estímulo hacia lo mejor». No hay mayor prueba de aquella verdad indiscutible que los artículos de Javier Marías que ahora recoge Alfaguara. No hay mejor estímulo que ver cómo estos hombres buenos mantienen esa actitud moral frente a lo que acontece. Todo un ejemplo a seguir.

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