TITULO: El paisano - Viernes - 28 - Junio - Ventana al campo - Junio ,.
Viernes - 28 - Junio a las 22:10 horas en La 1 , foto,.
Ventana al campo - Junio ,.
No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.
Ventanas de mi cuarto,
cuarto de uno de los millones en el mundo que nadie sabe quién son
(y si lo supiesen, ¿qué sabrían?)
Ventanas que dan al misterio de una calle cruzada constantemente por la gente,
calle inaccesible a todos los pensamientos,
real, imposiblemente real, cierta, desconocidamente cierta,
con el misterio de las cosas bajo las piedras y los seres,
con el de la muerte que traza manchas húmedas en las paredes,
con el del destino que conduce al carro de todo por la calle de nada.
Hoy estoy convencido como si supiese la verdad,
lúcido como su estuviese por morir
y no tuviese más hermandad con las cosas que la de una despedida,
y la hilera de trenes de un convoy desfila frente a mí
y hay un largo silbido
dentro de mi cráneo
y hay una sacudida en mis nervios y crujen mis huesos en la arrancada.
Hoy estoy perplejo, como quien pensó y encontró y olvidó,
hoy estoy dividido entre la lealtad que debo
a la Tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera,
y la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.
Fallé en todo.
Como no tuve propósito alguno tal vez todo fue nada.
Lo que me enseñaron
lo eché por la ventana del traspatio.
Ayer fui al campo con grandes propósitos.
encontré sólo hierbas y árboles
y la gente que había era igual a la otra.
Dejo la ventana y me siento en una silla. ¿En qué he de pensar?
¿Qué puedo saber de lo que seré, yo que no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? ¡Pienso ser tantas cosas!
¡Y hay tantos que piensan ser esas mismas cosas que no podemos ser tantos!
¿Genio? En este momento
cien mil cerebros se creen en sueños genios como yo
y la historia no recordará, ¿quién sabe?, ni uno,
y sólo habrá un muladar para tantas futuras conquistas.
No, no creo en mí.
¡En tantos manicomios hay tantos locos con tantas certezas!
Yo, que no tengo ninguna ¿puedo estar en lo cierto?
No, en mí no creo.
¿En cuántas buhardillas y no-buhardillas del mundo
genios-para-sí-mismos a esta hora están soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas
-sí, de veras altas y nobles y lúcidas-
quizá realizables,
no verán nunca la luz del sol real ni llegarán a oídos de la gente?
El mundo es para los que nacieron para conquistarlo
no para los que sueñan que pueden conquistarlo, aunque tengan razón.
He soñado más que todas las hazañas de Napoleón.
He abrazado en mi pecho hipotético más humanidades que Cristo,
he pensado en secreto más filosofías que las escritas por ningún Kant.
Pero soy y seré siempre el de la buhardilla,
aunque no viva en ella.
Seré siempre el que no nació para eso.
Seré siempre sólo el que tenía algunas cualidades,
seré siempre el que aguardó que le abrieran la puerta frente a un muro que no tenía puerta,
el que cantó el cántico del Infinito en un gallinero,
el que oyó la voz de Dios en un pozo cegado.
¿Creer en mí? Ni en mí ni en nada.
Derrame la naturaleza su sol y su lluvia
sobre mi ardiente cabeza y que su viento me despeine
y después que venga lo que viniere o tiene que venir o no ha de venir.
Esclavos cardíacos de las estrellas,
conquistamos al mundo antes de levantarnos de la cama;
nos despertamos y se vuelve opaco;
salimos a la calle y se vuelve ajeno,
es la tierra y el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.
(Come chocolates, muchacha,
¡Come chocolates!
Mira que no hay metafísica en el mundo como los chocolates,
mira que todas las religiones enseñan menos que la confitería.
¡Come, sucia muchacha, come!
¡Si yo pudiese comer chocolates con la misma verdad con que tú los comes!
Pero yo pienso y al arrancar el papel de plata, que es de estaño,
echo por tierra todo, mi vida misma.)
Queda al menos la amargura de lo que nunca seré,
la caligrafía rápida de estos versos,
pórtico que mira hacia lo imposible.
Al menos me otorgo a mí mismo un desprecio sin lágrimas,
noble al menos por el gesto amplio con que arrojo,
sin prenda, la ropa sucia que soy al tumulto del mundo
y me quedo en casa sin camisa.
(Tú que consuelas y no existes, y por eso consuelas,
Diosa griega, estatua engendrada viva,
patricia romana, imposible y nefasta,
princesa de los trovadores, escotada marquesa del dieciocho,
cocotte célebre del tiempo de nuestros abuelos,
o no sé cual moderna -no acierto bien la cual-
sea lo que seas y la que seas, ¡si puedes inspirar, inspírame!
Mi corazón es un balde vacío.
Como invocan espíritus los que invocan espíritus me invoco,
me invoco a mí mismo y nada aparece.
Me acerco a la ventana y veo la calle con una nitidez absoluta.
Veo las tiendas, la acera, veo los coches que pasan,
veo los entes vivos vestidos que pasan,
veo los perros que también existen,
y todo esto me parece una condena a la degradación
y todo esto, como todo, me es ajeno.)
Viví, estudié, amé y hasta tuve fe.
Hoy no hay mendigo al que no envidie sólo por ser él y no yo.
En cada uno veo el andrajo, la llaga y la mentira.
y pienso: tal vez nunca viviste, ni estudiaste, ni amaste, ni creíste
(Porque es posible dar realidad a todo esto sin hacer nada de todo esto.)
Tal vez has existido apenas como la lagartija a la que cortan el rabo
Y el rabo salta, separado del cuerpo.
Hice conmigo lo que no sabía hacer.
Y no hice lo que podía.
El disfraz que me puse no era el mío.
Creyeron que yo era el que no era, no los desmentí y me perdí.
Cuando quise arrancarme la máscara,
la tenía pegada a la cara.
Cuando la arranqué y me vi en el espejo,
estaba desfigurado.
Estaba borracho, no podía entrar en mi disfraz.
Lo acosté y me quedé afuera,
Dormí en el guardarropa
como un perro tolerado por la gerencia
por ser inofensivo.
Voy a escribir este cuento para probar que soy sublime.
Esencia musical de mis versos inútiles,
quién pudiera encontrarte como cosa que yo hice
y no encontrarme siempre enfrente de la Tabaquería de enfrente:
Pisan los pies la conciencia de estar existiendo
como un tapete en el que tropieza un borracho
o la esterilla que se roban los gitanos y que no vale nada.
El Dueño de la Tabaquería aparece en la puerta y se instala contra la puerta.
Con la incomodidad del que tiene el cuello torcido,
con la incomodidad de un alma torcida, lo veo.
El morirá y yo moriré.
El dejará su rótulo y yo dejaré mis versos.
En un momento dado morirá el rótulo y morirán mis versos.
Después, en otro momento, morirán la calle donde estaba pintado el rótulo
y el idioma en que fueron escritos los versos.
Después morirá el planeta gigante donde pasó todo esto.
En otros planetas de otros sistemas algo parecido a la gente
continuará haciendo cosas parecidas a versos,
parecidas a vivir bajo un rótulo de tienda,
siempre una cosa frente a otra cosa,
siempre una cosa tan inútil como la otra,
siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
siempre el misterio del fondo tan cierto como el misterio de la superficie,
siempre ésta o aquella cosa o ni una cosa ni la otra.
Un hombre entra a la Tabaquería (¿para comprar tabaco?),
y la realidad plausible cae de repente sobre mí.
Me enderezo a medias, enérgico, convencido, humano,
y se me ocurren estos versos en que diré lo contrario.
Enciendo un cigarro al pensar en escribirlos
y saboreo en el cigarro la libertad de todos los pensamientos.
Fumo y sigo al humo con mi estela,
y gozo, en un momento sensible y alerta,
la liberación de todas las especulaciones
y la conciencia de que la metafísica es el resultado de una indisposición.
y después de esto me reclino en mi silla
y continúo fumando.
Seguiré fumando hasta que el destino lo quiera.
(Si me casase con la hija de la lavandera
quizá sería feliz).
Visto esto, me levanto. Me acerco a la ventana.
El hombre sale de la Tabaquería (¿guarda el cambio en la bolsa del pantalón?),
ah, lo conozco, es Estevez, que ignora la metafísica.
(El Dueño de la Tabaquería aparece en la puerta).
Movido por un instinto adivinatorio, Estevez se vuelve y me reconoce;
me saluda con la mano y yo le grito ¡Adiós, Estevez! y el universo
se reconstruye en mí sin ideal ni esperanza
y el Dueño de la tabaquería sonríe.
TITULO: VACACIONES - EUROPA DE PELICULA - Viajar a Europa Berlín,.
Viajar a Europa Berlín,.
La capital alemana como destino turístico es prácticamente inagotable. Tiene de todo para todos.
Berlín cuenta con algunos de los museos más importantes del mundo, con un testigo aún vivo de la historia contemporánea como es su muro, con monumentos de renombre, con una gran diversidad cultural y con una vida y actividad callejera que parece no tener fin. Por otro lado, no hay que olvidar que visitar Berlín es hacer un recorrido permanente por la historia no solo de Alemania, sino de toda Europa.
Comencemos por el corazón de la ciudad, donde se alza, imponente, la Puerta de Brandeburgo, que fue testigo de momentos históricos clave, simbolizó la división alemana primero, y la reunificación del país después. Construida en el siglo XVIII, está inspirada en el propileos de la Acrópolis de Atenas, y en sus columnas se pueden ver las huellas de granadas, balas y bombas lanzadas desde los aviones. Pocos monumentos en el mundo han sido testigo de tantos hechos históricos, de hecho, de las 18 puertas de entrada que tenía la ciudad, esta es la única que sigue en pie.
Muy cerca de la Puerta de Brandeburgo se encuentran el Reichstag y el Holocaust-Mahnmal, ambos lugares de indispensable visita en un viaje a Berlín. El Reichstag, la sede del Parlamento de Alemania, es un precioso edificio que tuvo que ser, como otras muchas construcciones berlinesas, completamente renovado y reformado tras la Segunda Guerra Mundial. Uno de sus aspectos más interesantes es su cúpula de vidrio, que representa una forma de gobierno pública y transparente, y que se puede visitar. Por otro lado, el Holocaust-Mahnmal es un monumento conmemorativo en recuerdo de los judíos asesinados durante el Holocausto. Es un enorme espacio abierto compuesto por casi tres mil bloques de cemento de desigual tamaño ordenado y realizado de forma geométrica que, por lo aséptico de la propuesta, despierta un sentimiento de vacío. El interior no es regular, y adentrarse en él causa sensación de desorientación, aislamiento y ahogo, tal y como se debieron de sentir las víctimas judías. Bajo el monumento, se encuentra el subterráneo anexo conocido como Punto de Información, en el que en sus 800 metros cuadrados están recopilados y escritos los nombres, años de nacimiento y muerte de los seis millones de judíos que murieron en aquel atroz genocidio.
Como lugar de referencia de la zona citada, se encuentra Friedrichstrasse, una de las principales arterias de Berlín. Elegante y sofisticada, esta calle es muy conocida, ya que alberga desde el emblemático Checkpoint Charlie hasta imponentes edificios variopintos como en el que se ubica el Quartier 206, con su interior de estilo art déco y, en contraste, un exterior de vidrio y luz; el Friedrichstadt-Palast, uno de los mayores teatros del mundo; sin olvidar mencionar una fascinante fachada acristalada que se alza soberbia en el número 99, la cual pertenece al lujoso hotel Eurostars Berlín, una elección muy acertada para alojarse si se quiere estar cerca de los monumentos más icónicos de la ciudad.
Arte urbano, museos, barrios emblemáticos...
Otro símbolo imperdible de visitar es el Muro de Berlín. De los 155 kilómetros que llegó a tener, se conservan únicamente dos, repartidos por diferentes zonas de la ciudad: la East Side Gallery, el Memorial del Muro de Berlín en la Bernauer Strasse, el memorial de Hohenschönhausen… De todos ellos, quizás el tramo más conocido sea la East Side Gallery, que con sus 1.316 metros, hoy día decorados con murales pintados por más de cien artistas internacionales, es considerado la galería de arte al aire libre más grande que existe, y rinde homenaje a la libertad y a la esperanza por un mundo mejor.
Una meca en esta urbe para los amantes del arte es la Isla de los Museos, conocida como Museumsinsel, uno de los conjuntos museísticos más importantes del globo. Una isla en pleno centro de Berlín que alberga edificaciones únicas que dan cobijo a cinco grandes museos y un edificio de recepción y exposición, todo ello declarado Patrimonio de la Humanidad. En esta zona, también se encuentra la catedral, otra de las bonitas edificaciones icónicas berlinesas.
En un viaje a Berlín tampoco hay que olvidar subir a una de las infraestructuras más altas de toda Europa: la torre de las telecomunicaciones o Fernsehturm, construida a imagen y semejanza de sus homónimas europeas. Inaugurada en 1969, tiene una impresionante altura de 368 metros y un magnífico mirador situado a 203 metros, además de un restaurante giratorio a 207 metros. Visitas obligadas son también el barrio judío de Berlín, que alberga lugares tan interesantes como la sinagoga nueva, el cementerio viejo y los Patios de Hackesche Höfe; el singular Ayuntamiento Rojo; y la Alexanderplatz, por citar solo otro lugar de los muchos que merece la pena visitar en Berlín. Lo cierto es que al recorrer las calles, avenidas y plazas berlinesas se descubre el gran contraste de esta urbe entre la historia y la modernidad, y se adquiere la certeza de que es un destino de viaje obligado, al menos una vez en la vida.
TITULO: HOSPITAL - Suprimir el dolor,.
Suprimir el dolor,.
Mediante imágenes tomadas por una máquina de resonancia magnética podemos conocer qué zonas del cerebro son las encargadas de procesar el dolor,.
¿Y si pudiésemos afectar a las zonas del sistema nervioso que procesan el dolor mediante impulsos eléctricos?
Es una pregunta a la que muchos investigadores han tratado de dar respuesta desde hace siglos, tratando de buscar una alternativa... una forma de modificar el organismo para que los pacientes que sufren dolor crónico puedan continuar con sus vidas sin tener que padecer esta tortura.
Los dolores agudos y puntuales tienen una utilidad clara para nuestra supervivencia: nos hacen saber que hay algo que está dañando nuestro organismo y que, por tanto, debemos librarnos del origen de ese dolor. Pero en caso de los dolores crónicos, no nos están avisando de un estímulo identificable sobre el que tengamos control. Es aberrante... y sus consecuencias pueden ser terribles.
Impulsos eléctricos
Ha habido muchos avances en la electroestimulación a lo largo de los siglos. Desde la invención de la Botella de Leyden (un dispositivo capaz de almacenar y transmitir cargas eléctricas) en el siglo XVIII, han sido muchos lo que han utilizado los impulsos eléctricos con fines médicos. Pero después de tanto tiempo, todavía es mucho lo que desconocemos sobre el dolor.
Sabemos que enviando pequeños impulsos eléctricos de baja tensión a un nervio específico podemos modificar la forma en la que las neuronas envían señales al cerebro, y de esta forma aliviar (que no eliminar) el dolor, sabemos que, si por ejemplo, se estimula la médula espinal, se pueden aliviar ciertas dolencias como la lumbalgia crónica o el síndrome de dolor regional complejo; o alterando el nervio vago del oído, que también ha resultado exitoso para tratar algunos tipos de dolor crónico.
Pero, ¿y si pudiésemos ir más lejos?, ¿y si pudiésemos afectar directamente a las zonas del cerebro encargadas de procesar la percepción del dolor?
Placebo y nocebo
En un experimento publicado el pasado 25 de octubre por la revista Neuroscience, se tomaron varias imágenes con máquinas de resonancia magnética de pacientes sugestionados con el efecto placebo y con el efecto nocebo. Y es que, estas “trampas” son el ejemplo perfecto del papel que juega el cerebro en la percepción del dolor.
En ambos casos se demuestra que la sensación del dolor no tiene porqué estar originada por una afección real, y que no tiene porqué existir dolor aunque exista una afección real. El cerebro juega un papel tan importante en la percepción del dolor, que puede eliminarlo o hacer que surja un nuevo dolor de la nada, y solo porque el paciente ha sido sugestionado de cierta forma.
Durante este experimento, los investigadores conectaron un generador de calor moderadamente doloroso a los brazos de los 27 participantes en el estudio. Luego les aplicaron tres tipos de crema sobre la zona afectada. La primera aliviaría el dolor, porque supuestamente estaba fabricada a base de lidocaína; la segunda crema incrementaría la sensación el dolor y la tercera era una crema neutra, que simplemente controlaría los efectos de las anteriores.
En realidad, las tres pomadas eran simplemente vaselina, sin ningún efecto sobre el dolor. Es decir, que las diferentes sensaciones que pudiesen experimentar los pacientes estaban únicamente en su cabeza.
Dónde se origina el dolor
Cuando fueron expuestos a las diferentes cremas, experimentaron las diferentes sensaciones para las que se les había sugestionado. Y mientras todo esto sucedía, las máquinas de resonancia magnética tomaban imágenes de la actividad de sus cerebros.
Los resultados fueron dignos de atención: el cerebro del “sugestionado” sufría una disminución o un incremento de la actividad de una serie de estructuras del cerebro implicadas en la percepción del dolor en función de la pomada que se les aplicaba.
Las zonas alteradas eran las mismas, pero se comportaban de manera diferente: con la primera pomada (que se supone aliviaría el dolor), el cerebro disminuía la actividad de las neuronas que reflejan estas sensaciones. Y con la segunda hacía exactamente lo contrario: las estimulaba. Todas las regiones que se habían visto alteradas durante el proceso correspondían al tronco encefálico.
Esto supone un gran avance, porque ahora los investigadores tienen una idea más precisa de la zona que se debe estimular para modificar y regular el dolor. Ahora bien, todavía queda mucho por estudiar. Únicamente con este estudio es imposible determinar exactamente qué parte del tronco encefálico es la responsable de regular el dolor y lo por tanto, cuál es la zona concreta que debe ser alterada para eliminar el dolor crónico de forma definitiva.
TITULO: VUELTA AL COLE - Si Europa fuera una catedral,.
Si Europa fuera una catedral,.
foto / En el principio de los tiempos, Europa fue una mujer fenicia de la que se encaprichó el mismísimo Zeus. Como el dios precisaba de alguna argucia para aproximarse a los mortales, optó por transformarse en un toro blanco e internarse en el césped donde pastaban las reses que poseía el padre de la chica. Ella, atraída por el porte de aquel nuevo ejemplar, se acercó a él y empezó a acariciarlo y no tardó en acreditar su mansedumbre; en consecuencia, se confió y se acomodó sobre su lomo. Zeus no desaprovechó la ocasión y echó a correr con la muchacha subida sobre sus carnes, se echó al mar y no se detuvo hasta que llegó con su inopinada amazona hasta las orillas de la isla de Creta. Una vez allí, reveló su identidad, colmó a la mujer de regalos e inscribió la silueta de un toro en las estrellas para crear la constelación de Tauro. Esta historia la versificó el gran Ovidio en sus Metamorfosis, y el historiador Heródoto —quizá porque la cosa resultaba un tanto inverosímil incluso en aquella época— quiso aportarle un toque de racionalidad aseverando que a Europa la habían secuestrado, realmente, los cretenses, quienes habrían vengado así el rapto de otra mujer llamada Ío, a la sazón princesa de Argos.
El inefable paso del mito al logos ha hecho que a la pobre Europa del secuestro se la conozca hoy menos que al continente que lleva su nombre y cuya etimología, según acreditados especialistas, no se debe tanto a la leyenda griega como a la evolución de la raíz semítica hrb, cuyo significado remite a las puestas de sol y, por tanto, se habría empleado para designar a las tierras que desde la perspectiva oriental desplegaban sus dominios hacia los confines del ocaso. Si bien los primeros pobladores de ese vasto suelo hicieron la vida por su cuenta, como no podía ser de otra manera, el devenir de los siglos y las servidumbres de la vecindad acabaron propiciando que sus destinos y desatinos se entrelazaran, dando pie a una historia conjunta que ha conocido tantas luces como sombras, pero que nos vincula irremediablemente a un espacio común del que no es lícito desentenderse. Y así, el germen de lo que hoy conocemos e interiorizamos como Europa nació en una colina de Atenas, se expandió con Roma en la época del imperio, entremezcló creencias y herejías merodeando en torno a los caminos de Santiago, viajó a nuevos mundos desde puertos españoles y portugueses, abrazó el ideal ilustrado al amparo de tres conceptos —libertad, igualdad, fraternidad— que quisieron definir la edad moderna y se desangró en guerras intestinas que generaron afinidades electivas y rencores nada edificantes.
El último de esos grandes enfrentamientos se produjo cuando el nazismo alemán y el fascismo italiano aunaron sus delirios, y el desastre fue tan grande que su término constituyó el principio de una nueva concepción de las relaciones entre estados vecinos. Los primeros pasos de la Unión Europea se dieron como reacción a los variados nacionalismos que habían desestabilizado el continente en las décadas anteriores y con la vocación de levantar sobre las ruinas aún humeantes una suerte de unidad de destino en lo colectivo. Desde entonces, el experimento ha venido avanzando a trancas y barrancas y sus virtudes innegables no han eclipsado por completo sus defectos. Entre ellos, acaso el principal sea su atención primordial y casi único a los aspectos puramente económicos y la escasa empatía social o política que ha demostrado en los momentos de horas bajas que el continente ha tenido que atravesar en estos últimos años. Habermas dijo en una ocasión que el desarrollo de la conciencia europea es más lento que el avance de la realidad concreta, y la pertinencia de esa observación se comprobó por vez primera cuando la crisis económica de 2008 arrojó un trato nada hospitalario del enriquecido norte al empobrecido sur, del mismo modo que ahora la pandemia coronavírica está generando reacciones que casan poco o mal con esa comunidad de ciudadanos libres e iguales que, al menos sobre el papel, conformamos. No se trata de denostar a las potencias de la Europa norteña —porque no hay más que darse una vuelta por allí para comprobar que en ellas las cosas acostumbran a hacerse razonablemente bien— ni de analizar el sentido calvinista o católico de la vida para buscar explicaciones trascendentales a lo que es sólo el fruto de esa deshumanización tecnocrática que tan grata resulta a ciertos economistas. Tampoco tienen sentido las veleidades secesionistas cuando, si algo hemos aprendido después de tanto remar, es que las navegaciones solitarias suelen deparar peores resultados que las singladuras conjuntas.
El rechazo de Alemania y Holanda a la creación de un gran fondo de auxilios mutuos a escala europea sería comprensible si los números fueran números, pero ocurre que tras los números hay vidas, en plural, y que entre las razones de que unos países partan con mejores condiciones que otros se encuentra el que la Unión Europea no se haya mostrado especialmente vigilante ante el cumplimiento mínimo de unas directrices comunes en materias esenciales. Recuerdo un texto emocionante de Manuel Tuñón de Lara en el que venía a decir que Europa empezaría a construirse en serio cuando un español sintiese tan suya la Alhambra de Granada como la catedral de Notre Dame y un alemán asumiera que tan cruciales son para su acervo las sinfonías de Beethoven como las novelas de Cervantes. Mientras el viejo continente siga entregado a esos raptos de orgullo con los que el relajado sur cuestiona las rigideces del más bien austero norte; mientras éste se empeñe en olvidar que fue en el primero donde surgieron las civilizaciones que terminarían otorgando carta de naturaleza a la estructura que hoy nos integra a todos; y mientras unos y otros pierdan de vista que esa integración entre estados debe tener como finalidad inexcusable la igualdad entre sus habitantes, seguirá siendo tristemente certera aquella frase que acuñó José Luis Sampedro: «Europa es como un jefe que nunca se pone al teléfono».
TITULO: EN PRIMER PLANO - A FONDO - REVISTA XL SEMANAL PORTADA ENTREVISTA - En la tuya o en la mía - Miercoles - 26 - Junio - Carmen Linares - Salir distinto,.
En la tuya o en la mía - Miercoles - 26 - Junio ,.
En la
tuya o en la mía', presentado por Bertín Osborne, acerca a los espectadores
el lado más desconocido de personajes relevantes de diversos ámbitos. Durante
aproximadamente una hora, los telespectadores tienen la oportunidad de conocer
mejor al invitado y también al propio Bertín Osborne, en La 1 a las 22:30, el
miercoles- 26 - Junio , etc.
fotos / Carmen Linares,.
Así sale uno después de contemplar o escuchar la Belleza o, sencillamente, un pedazo de Arte. Con mayúscula. El Arte que, cuando es puro, cuando es de verdad, cuando sale de las tripas y se hace carne viva para que el público quede subyugado ante el espectáculo, ya no se olvida. Ese tipo de Arte que queda marcado por un fuego que no se ve, que no se toca, pero que se percibe y se siente en lo más profundo del alma. El Arte que identifica, que cuida y que mima. Que puede en ocasiones turbar o perturbar, como algunos de los cuadros, retratos en su mayoría, de Lucien Freud, por la Verdad que entrañan, que esconden en realidad. Esa Verdad desnuda y descarnada que se nos planta enfrente y cuya mirada no podemos desviar ni evitar. Tampoco así la emoción y posterior reflexión que nos despierta y que ansiamos compartir y trasladar a aquel que quiera o se preste a escuchar. Sin embargo, es durante ese proceso de canalización cuando comienza la transformación que se va produciendo en nuestro interior. Una distinción, un clic, un deslumbramiento, un choque lo suficientemente significativo como para entrar en contacto con la pieza u obra de arte, y salir, tal y como reza el título de este escrito, distinto. Ojalá sucediera siempre que nos enfrentamos a las diferentes creaciones artísticas —en todos sus géneros, en todas sus formas—, pero entonces nos acostumbraríamos tanto que acabaríamos por no sentir nada. Por no emocionarnos. De ahí la necesidad y vital importancia de que exista la disparidad o el eclecticismo —como prefieran llamarlo— en los autores y sus obras. Aunque todas las ramas emerjan de un mismo árbol, es una suerte que cobren independencia del mismo, que se desvíen y tomen distintas direcciones y caminos; que crezcan, en definitiva, a su libre albedrío para luego poder distinguirse las unas de las otras haciéndose diferentes y únicas. Y el público, el observador, debe ser lo suficientemente hábil como para captar esa distinción y ponerle, o atribuirle, su debido valor.
El pasado 21 de abril, Sìlvia Pérez Cruz, Premio Nacional de Músicas Actuales 2022, estrenaba su último disco Toda la vida, un día. Un disco que es en esencia un viaje, un recorrido dividido en cinco movimientos (los tres primeros por Aterrados, el interludio coral y poético de William Carlos Williams). Cinco actos que son a su vez cinco etapas vitales —la Infancia (de los 0 a los 20 años), la Juventud (de los 20 a los 40), la Madurez (de los 40 a los 60), la Vejez (de los 60 en adelante) y, por último, o principio, el Renacer—, e identificadas con un color concreto, que Pérez Cruz se ha inventado basándose en su propia vida y experiencia para ayudarnos a entender ya no sólo el concepto del disco, sino también para invitarnos a reflexionar sobre una cuestión tan básica y ancestral como natural y filosófica, pues, aunque cueste creerlo, nada muere completamente, nada termina ni acaba, más bien revive, cambia, al igual que los procesos y los ciclos por los que inevitablemente pasamos como seres vivos. Mutamos y nos transformamos. Renacemos y nos regeneramos. Evolucionamos y nos desprendemos de aquello que no nos suma. Como serpiente que muda, dejamos caer la piel muerta que, en lugar de servirnos, estorba, y aprendemos a coger de cada etapa y cada momento sus luces y sus sombras. Lo bueno y lo malo, tratando de mantener un equilibrio; tratando de no perder la esencia de lo que somos; de quiénes somos. Y en este sentido, si uno se detiene en las ilustraciones de Borja Cámara que acompañan los cinco movimientos titulados La Flor, La Inmensidad, Mi Jardín, El Peso y Renacimiento, reparará en un denominador común, un hilo conductor que los conecta: el círculo, esfera dorada o bola de ámbar —en caso de que hayan visto los videoclips dirigidos por Sìlvia—, que están presentes en todos ellos. La creadora, música y compositora aún no ha sido capaz de definir exactamente de qué se trata o qué representa. Quizá el alma —bien la propia, bien la Universal—; quizá la quintaesencia; quizá, aquello tan difícil de nombrar, pero que siempre está. Va con nosotros, y nos acompaña. Nos enseña y nos (re)descubre. Nos sana y nos colma cuando más zaheridos o vulnerables nos sentimos.
Sea como fuere, el camino introspectivo de Pérez Cruz —así como el nuestro—, parte de una obertura, una Infancia, bañada en color amarillo donde se respeta un tono y una sonoridad amable, suave, de viento y de cuerda; de madera, calor y hogar, que nos transporta a los primeros pasos que damos. A las primeras amistades que forjamos sin esperar nada a cambio. A los juegos que inventábamos mientras vivíamos con la sensación de que el mundo jamás podía acabarse porque éste acababa de inventarse y Ell no vol que el món s’acabi. Protegidos como estábamos, soñábamos despiertos con Els dracs busquen l’abril y Planetes i orenetes que giraban y volaban a nuestro alrededor sin que nos diésemos cuenta. De ese modo, Sìlvia nos expone un primer cuadro —ilustración— en el que una niña sentada de espaldas sostiene entre las manos lo que puede ser la inocencia o el alma íntegra u honesta de quien se halla lejos de corromperse, e intuye que ése es el tesoro, o el legado que debe guardar, conservar y proteger como recuerdo y memoria de su historia. Todo capullo conoce cuál es su destino: abrirse. Por lo que esa niña, como todos los demás, aprende a caminar, a ver, a tocar, a saborear, a preguntarse qué es la naturaleza y qué las flores; qué los cuentos y leyendas; los instrumentos, los poemas; la noche, la luna, el sol, las estrellas, los pájaros, el viento, el amor… Estima su origen, su tierra y su lengua sin obviar el mundo que le rodea, espacio ilimitado que le despierta asombro y temor permitiéndole florecer:
«Como La flor,
hay que romperse
salir y brotar
Verter la sangre al nacer
Sentir el viento al caer
El vértigo al vacío
que te empuja a renacer.
(…)
Buscando la virtud
de sacar sus miedos a la luz…»,
con tal de afrontar el siguiente nivel: la Juventud teñida de azul. Una época en la que se nos brinda la posibilidad de convertirnos en proscritos. De errar, de probar, de no estar sujetos a ninguna regla ni red que nos sujete o nos mantenga. Nos sumergimos y adentramos en el proceso más empírico que atañe la falta de gravedad quedando suspendidos en el Todo y en la Nada a la vez; en La Inmensidad de lo que podemos llegar a ser. Somos y no somos. Queremos y no podemos, o podemos y no queremos. Nos sentimos duales y contradictorios porque nos mueve tanto el experimento como la experimentación más radical. «Nuestra pasión es rozar el borde vertiginoso de las cosas. Sigue siendo lo que ha sido siempre: (…) las contradicciones del alma», escribió Graham Greene. Y así nos vamos desenvolviendo entre afines y opuestos, proyectando hacia fuera en lugar de hacerlo hacia dentro convencidos de que allí, más allá, está «lo nuestro»: una imaginaria tierra que ni es prometida ni existe todavía y, por ello, nos dejamos y sentimos caer Sin rumbo ni brújula que marque la ruta que, se supone, debemos seguir. La visión y la escucha se distorsionan ante lo que se nos presenta como un desafío o una provocación, y así sucede con la banda sonora que conforman los cinco temas de este segundo movimiento en los que la poesía, el flamenco, el sintetizador, el autotune y los instrumentos de viento y metal, nos ponen a prueba. Como si la compositora quisiera de ese modo materializar, hacer tangibles, las situaciones en las que nos hemos visto comprometidos y los abismos hacia los que nos hemos arrojado sin pensarlo, negando lo que somos y lo que creemos. Rechazando la evidencia y la verdad, abanderamos la rebelión y la anarquía. Y nos exiliamos, y nos desterramos, y nos volvemos parias de nosotros mismos, de nuestra esencia. Nuestro rostro no es el propio sino el de otro: el del exiliado y el desterrado; el del hombre y la mujer indescifrables, misteriosos e inalcanzables. El del mezquino y el marginado, Sucio, o como El poeta es un fingidor tomado de Pessoa que:
«…Finge tan completamente
que hasta finge que es dolor
el dolor que en verdad siente.
Y, en el dolor que han leído,
a leer sus lectores vienen,
no los dos que él ha tenido,
sino sólo el que no tienen.
Y así en la vida se mete,
distrayendo a la razón,
y gira, el tren de juguete
que se llama corazón».
Todo para matar una parte de sí; acometer un homicidio o, mejor aún, suicidio del ser. Sentirse morir y renacer. Hemos roto los esquemas y los límites que nos habían impuesto tocando el cielo y descendiendo a los infiernos, y aun así, en medio del caos, sigue habiendo raíz. La raíz que nos ampara y ata a la tierra para que estiremos bien las ramas —nuestros brazos— y nos superemos para llegar más alto. Entonces, la niña que se ha convertido en mujer en este segundo cuadro y movimiento, siente su pelo ingrávido y su vestimenta no es más que una tela ligera. Su brazos, bien pueden ser los pétalos de esas flores que descubrió, con las que se identificó hacía años y ahora le sirven de protección para que no olvide de dónde vino. Y aunque crea que se ha perdido, que no encuentra su esfera, debe saber que está sentada sobre ella. En efecto, no es la misma. Ha salido reforzada, ha querido Salir distinto, y eso le permite crear, sembrar de nuevo. Después de la deconstrucción, se plantea construir lo que llama Mi Jardín: la Madurez verde, serena y apacible.
Llaman los años de la claridad, de saber despejar y limpiar el ramaje que entorpece y afea la vía por la que caminamos. De coser los jirones de las ropas que llevamos. De no pensar en el futuro, más bien de mimar el presente y, por ende, lo que se tiene., lo que hemos ido acumulando a lo largo de los años, y ya no hay prisa ni impaciencia por llegar a ningún sitio. Estamos donde siempre habíamos querido, rodeados de lo que siempre habíamos soñado, y cuando sopesamos el momento en el que nos encontramos, nos damos cuenta de que, en realidad, todo nos llegó cuando debía. Será por eso, que, quizá, en esas dos décadas que conforman el tercer movimiento creado por Pérez Cruz, nos insta con tres temas, un coro y dos dúos, a valorar el abrazo, la intimidad y la amistad. El silencio y la escucha. Los diálogos y monólogos que tenemos con nosotros mismos, como aquellos que exponemos ante quienes nos han desenmascarado porque les hemos permitido hacerlo. Se han ganado el derecho, o bien nosotros, por nuestra parte, hemos aprendido a quitarnos las caretas y a mostrar lo que tanto empeño pusimos en esconder u ocultar años atrás. Tras haber buscado “el hueco amable entre las grietas”, hemos embellecido lo que consideramos nuestra fragilidad y nuestra miseria. Y, en virtud de ello, demandamos un cantar de casa, acústico, que podemos interpretar, e interpelar, a capella en torno al fuego y acompañados por una guitarra, pues no hay alarde de emoción y tampoco intensidad sobrepasada, sino recogimiento y templanza. Ya no hay reparo en pedir Ayuda, ya no nos importa entonar:
«Cerrando la boca digo,
a pesar del desconcierto,
con ventana y cielo abierto
desabróchate el vestido,
el corazón y el abrigo,
que esta noche escribo fuerte,
olvidando miedo y muerte,
Mi última canción triste…»
Y la voluntad de la mujer de la tercera ilustración, respira y gravita en torno a su querer; al corazón y al pecho que se ilumina. Su fortaleza, lejos de ser centrífuga, es más centrípeta que nunca. Mantiene los ojos cerrados y el rostro calmado, desabrochándose, como expresan los versos de la canción, el vestido, dispuesta a desnudarse. Dispuesta a no esconderse ni perderse en el maremágnum de esta vida que avanza y que, inevitablemente, termina. Y sucede, para algunos, que los años empiezan a pesar. Que el descenso o el final se acercan y es la hora de echar la vista atrás, de recapacitar con la sabiduría y la experiencia que se te ha concedido como regalo y que tú has sabido aprovechar consciente de lo que suponía, pues muchos no llegan a esa edad. Muchos, se quedan a mitad de camino, y otros, no superan ni los primeros días. Pero tú sí, y has visto cómo has ido perdiendo a familiares, amigos e incluso conocidos. Los has sobrepasado, los has sobrevivido, y por eso te sientes todavía más afortunado. ¿Por qué yo sigo respirando y ellos no? ¿Por qué a mí se me ha dado este regalo de ver crecer a mis hijos, de ver nacer a mis nietos y sostenerlos entre mis brazos cuando a muchos otros, seres queridos, seres cercanos, se les ha negado? Sin embargo, hay un pensamiento que te invade, que no te deja: «Todavía no he empezado y todo termina ya», acertó a decir Imre Kertész. La existencia se torna una losa sobre los hombros, y el cuarto movimiento que propone Sìlvia conlleva El peso de seguir respirando. De seguir recargando los pulmones, día tras día, con un aire y un oxígeno que ya no te sabe renovado, más bien pasado de todo, denso y oxidado. Un aire que a veces mata, que obstruye en lugar de liberar como solía hacerlo en tus mejores años, en los años lozanos. No te reconoces en los andares, en la cojera, en la curvatura de tu espalda deformada ni en las arrugas y manchas que adornan y ensombrecen tu piel cada vez más apagada. Blanco y negro son tus colores porque es la delgada línea que separa la vida de la muerte. Estás a un paso, a un traspiés o una mala caída de echarlo todo a perder. Todos los recuerdos, toda la memoria, todo lo que has construido, tu legado… volatilizado en cuestión de segundos por no andarte con cuidado. Y aun así, te sigues revelando ante un mundo que no reconoces porque no es el tuyo, pero es que tampoco quieres que lo sea, ni haces el amago —mucho menos el esfuerzo— de pertenecer o formar parte de él. En vez de hermanaros, el nuevo mundo y tú, os tiráis los tratos a la cabeza y seguís refunfuñando. La Vejez y la soledad van de la mano. Ya no hay un “nosotros”, únicamente un “tú”: ancestral roble y lentitud. Como dijo Liliana Herrero —para la que Sìlvia compuso el tema Toda la vida, un día— a Pérez Cruz: “sin tonterías ni florituras”, la voz y la sonoridad emergen desde las profundidades de uno, del estómago, de lo poco que te queda contenido en el vientre, en las entrañas y aún permanece intacto: la tonalidad, la tuya, que no varía. Eres antiguo y clásico, al igual que la música que suena a tu alrededor y en tu interior, pero sobre todo, eres lo suficientemente sabio como para afirmar con rotundidad y sobriedad que, en verdad, toda la vida cabe en un día, y en un día, toda la vida. Y sólo a partir de entonces, eres consciente de que Tots el finals del món son idénticos y susurras ante tus más allegados un desgarrado Em moro que dice así (traducido):
«Me muero (…)
Plantadme una flor
Pensadme con amor,
Que la luna empuje el sol,
Que se pudran todos los frutos
y rebroten tus dedos
Que el mar suba
Se caiga el río
(…)
Mi corazón todo hecho de litio
No sabía que los principios
nacían de los finales
Las canciones
son inmortales
Y en este segundo de vida
donde todo parece
hecho a medida
Lloran partos y funerales
Ellas paren
mientras se celebran funerales
las canciones
son inmortales»
Como inmortal eres tú, nuevo ser, transmutado en canción, poema, o en una cuarta ilustración donde la que fue niña, y mujer, es ya una anciana sentada apoyada con rigidez y firmeza sobre sus caderas como representación inalterada de la Madre Naturaleza. De ésta se ha nutrido y ha aprehendido a quitarse y perder todas y cada una de sus capas. Cubierta como está, solamente con un mantón negro, su pecho y su corazón son ahora un clavel color rubí; y observa sin mirar, y siente sin tocar. Ella también se sabe inmortal. La vida nace, sigue latiendo, aunque el vientre esté muerto.
Es el momento del rojo Renacimiento. De una sonoridad alegre, rítmica y vital marcada por la percusión y la voz. Es el momento del quinto movimiento, y desde el horizonte, como si la antigua diosa egipcia Nut se preparase para el parto equinoccial con el que alumbraba a sus hijos divinos devolviendo así el equilibrio y la armonía al Universo y a la Naturaleza, emergen los primeros rayos de esta renovada luz que se desvela en día señalado: 21 de primavera, celebrado y cantado a dúo por una madre y su hija. Lo que se creyó que había muerto después del invierno, renace y retorna a la esencia, a las Estrelas e raiz, a El teu nom y al Món; a lo puramente dionisíaco que subyace tras la pulsión a flor de piel de los sentidos; a lo que existe porque puede sentirse, pero definirlo, nombrarlo, supone limitarlo y por ello Nombrar es imposible. Aunque como dice el poema de Pablo Messiez: «(…) puede ser bello intentar lo imposible. / Pero cada vez que hablamos / algo queda fuera de los nombres. / Cada palabra / omite la única parte única de aquello que quiere decir. / Nombrar es olvidar / Y hoy quiero recordar…» como sentenció Albert Camus, «al igual que las grandes obras, los sentimientos profundos siempre significan más de lo que conscientemente dicen». Y precisamente alrededor de esta premisa radica la última etapa de este viaje inmersivo en el que, sin quererlo, y como en todo buen renacimiento —e igual que en la ilustración de Cámara—, uno se hace pequeño; se siente como bebé intrauterino cuyo cuerpo, mente y espíritu vagan en un ingrávido éter de placenta, protegido, donde lo único que conecta lo de dentro con lo de fuera es el cordón umbilical que alimenta el alma, la percepción y la sensibilidad. De ese modo, el disco de Sìlvia Pérez Cruz, compuesto por un total de 21 canciones, 69 minutos y 90 músicos, que cuenta con las colaboraciones de la ya mencionada Liliana Herrero, Natalia Lafourcade, Carmen Linares, Pepe Habichuela, Diego Carrasco, Juan Quintero o Salvador Sobral, entre otros, simula en consecuencia una especie de enso (círculo japonés, budista y zen) que representa el infinito contenido del Ser, de lo que verdaderamente Es, donde no sobra ni falta nada y sin embargo, se halla en continuo flujo y movimiento como el mundo y el universo, como las estaciones, como los ciclos, como las etapas vitales que irremediable e irreversiblemente se experimentan y se viven. Como todo nacimiento que conduce a la muerte y ésta, a su vez, al renacer.
Cuanto más se escucha, más vivo parece y aunque el proceso de alquimia musical le haya llevado tres años, no cabe duda de que la artista de Palafrugell ha sabido conjugar y crear una auténtica música de las esferas y generar, de esa forma, una armonía eterna, la suya, fruto de su memoria y experiencia.
En suma, esta obra de arte musical, poética y pictórica que Pérez Cruz ha querido presentar ante el oyente, el espectador, el público en general, ha sido concebida fundamentalmente para ser compartida. Para que todo el que se acerque a ella y a su historia, se reencuentre y recuerde quién fue, quién es, quién no quiere ser e incluso quién aspira a ser. No importa cuán aterrado se esté pues no hay nada que temer, y en caso de no encontrar donde guarecerse, conviene recordar que en el Arte siempre se encontrará una flor amiga que, al igual que nosotros, de cada proceso siempre sale distinta.
«Duele soñar tan profundo
y vivir a la par
de ciudad a ciudad,
noble de viña y de bar
Como el buen marinero,
ni arrastrar ni empujar
De capital a la costa
y en los pueblos sin mar…»,.
TITULO :EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA - MI CASA ES LA TUYA - viernes - 28 - Junio - Arturo Pérez Reverte - Estáis jodidos, Antonio ,.
MI CASA ES LA TUYA - VIERNES - 28 - Junio ,.
MI CASA ES LA TUYA -', presentado por Bertín Osborne,.
acerca a los espectadores el lado más desconocido de personajes relevantes de diversos ámbitos. Durante aproximadamente una hora, los telespectadores tienen la oportunidad de conocer mejor al invitado y también al propio Bertín Osborne, en Telecinco a las 22:00, el viernes - 28 - Junio ,etc.
EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA - MI CASA ES LA TUYA - viernes - 28 - Junio - Arturo Pérez Reverte - Estáis jodidos, Antonio ,.Estoy de cena con mi compadre Antonio Lucas, escuchándolo hablar con mucho placer; porque Antonio, además de ser un imitador genial de voces ajenas, tiene una voz estupenda, bien timbrada, que siempre me hace pensar que si en vez de ser uno de los poetas, escritores y periodistas culturales más notables de España hubiera sido locutor de radio en los años 50, cuando la tele aún no había llegado y las chachas cantaban Mi luna de miel y Campanera mientras le pasaban el plumero a los muebles, habría arrasado entre las damas. Lo imagino, a Antonio, diciendo ante el micrófono con esa voz seductora: «Y ahora, en Radio Nacional, el capítulo trescientos cuarenta y dos de María la huerfanita, de Guillermo Sautier Casaseca», o recomendando una copita de Ojén, o preguntándole a una concursante si era señora o señorita –«Si es señorita, será porque usted quiere»–; y estoy seguro de que habría recibido más cartas de amor que las que, en otro orden de cosas, recibía Elena Francis.
Le comento eso a Antonio; y él, flemático y mediterráneo como es, se encoge de hombros y responde: «Son los tiempos». Y lo dice con toda la razón, porque los tiempos están hechos por la gente que los habita; y la gente que habita este tiempo quiere, o exige, tener lo que tiene. Nada puede objetarse a eso desde un punto de vista práctico. Si la Historia, el pasado, la realidad, deben retorcerse para que encajen en los cauces por donde discurre el presente, pues se hace y en paz. El proceso es imparable, sin vuelta atrás. Para que el presente y el futuro sean como queremos que sean, el pasado no debe ser lo que fue, sino lo que nos gustaría que hubiera sido. Nada más fácil hoy, cuando la gente de infantería, desprovista de mecanismos defensivos —me refiero a la cultura—, se lo traga todo. Basta con colgar vídeos de treinta segundos, escribir libros de historia o novelas, hacer series de televisión donde, falseando lo que realmente ocurrió, se haga justicia a quienes en otro tiempo no la tuvieron. Tenemos el mundo presente y el pasado perfectos ahí mismo, al alcance de un clic en el teléfono móvil. ¿Cómo resistirnos a eso?
Estáis jodidos, Antonio, le digo. Me refiero a tu generación, ésa que anda ahora entre los cuarenta y tantos y los sesenta. Porque los más jóvenes ya vienen con anticuerpos, vacunados para que nada les chirríe. Lo maman desde pequeños en la guardería y el cole —piratas buenos, lobos entrañables, mujeres combatiendo en las Cruzadas, aristócratas afroamericanos—, y les parece normal. Se lo zampan con inocencia, y punto. En cuanto a los que somos viejos, nuestra ventaja es que nos importa un carajo. Estamos amortizados: sabemos lo que hubo, porque llegamos a tiempo de que nos lo contaran, y la indignación ante la ignorancia y la desfachatez de quienes viven del camelo, y la credulidad de los pringados que se lo compran, se acaba trocando, impotente, en un estoicismo guasón, incluso divertido por el espectáculo. El problema, compadre, es vuestro: de quienes sois demasiado mayores para ser crédulos y demasiado jóvenes para ser indiferentes. Ésa es la tragedia de ser lúcido en una generación que, ahora con un pie en cada orilla, fue sin embargo educada en la útil y noble biblioteca —Homero, Séneca, Cervantes, Montaigne— que ahora se desprecia o se destruye. No envidio a quienes por formación y cultura no podéis tragaros la milonga, pero vivís y trabajáis en un mundo maniqueo, sin matices, que exige bailar con ella. A ver cómo os las arregláis, querido compadre, para ser leales a vosotros mismos y al mismo tiempo sobrevivir en un mundo de bolcheviques con rastas.
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