BLOC CULTURAL,

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domingo, 9 de agosto de 2015

EL HORMIGUERO MARTES 11 AGOSTO - Las pescaderías de Badajoz, un mercado en peligro de extinción ·/ EL HORMIGUERO MIERCOLES 12 AGOSTO - EVA,.

TÍTULO: EL HORMIGUERO MARTES 11 AGOSTO -Las pescaderías de Badajoz, un mercado en peligro de extinción ·

José Chaves en su pescadería de la calle La Maya con Pepita, una de sus clientas de toda la vida. :: pakopíTan solo ocho negocios del sector se mantienen abiertos en la ciudad, y la evolución apunta a que se trata de la última generación,. foto

Las predicciones de hace ocho años se cumplen. El pequeño comercio del pescado se hunde a pasos agigantados y son pocos los que siguen remando. HOY publicó en 2007 que entonces subsistían trece. Actualmente tan sólo ocho negocios dedicados al sector se mantienen abiertos en Badajoz y los ánimos están por los suelos.
Aun así José Chaves, ('Pepe el pescadero', como le conocen en el barrio de Pardaleras), madruga cada mañana para seguir ofreciendo a sus clientes el mejor de los servicios con buen humor. «Pepita, ¡qué bien la veo! ¡Está usted cada día mejor!, ¿qué le pongo hoy?». Y Pepita, clienta suya de toda la vida, cuenta encantada que no deja de venir a su pescadería porque así sabe el producto que compra. Y es que este tipo de negocios, el del pequeño comercio de barrio, se ha mantenido a lo largo de los años en base a los vínculos de confianza vendedor-cliente.
Gracias a esta relación casi familiar mantienen la fidelidad de unos pocos y logran mantener sus puertas abiertas al público. El comprador habitual sigue siendo la clienta de siempre, la del carrito de la compra y la cartera bajo el brazo. «Las personas más jóvenes no tienen tiempo. Salen de trabajar y se van a las grandes superficies donde compran todo», explica José Chaves.
Carmelo Macías, pescadero de la barriada del Gurugú, lamenta cómo la aparición de las grandes superficies ha traído la ruina a los establecimientos especializados en el sector. «Ya dije 2007 que esto era una muerte anunciada, y no me equivoqué». Precisamente su hermano Manuel Macías ha sido uno de los últimos en colgar en delantal hace dos años, después de tres décadas regentando su pescadería en la calle Meléndez Valdés.
Allá por los años noventa comenzó la expansión de las cadenas de supermercados, y con ello el declive de estos pequeños negocios familiares, que en la mayoría de los casos pasaban de padres a hijos.
Esta es la historia de Manuel Rodríguez, cuya pescadería es la única superviviente en Santa Marina. Manolo lleva cerca de cuarenta años en la profesión de la que su abuela fue precursora. «Aunque les superamos en calidad, no podemos competir con sus ofertas», aclara.
De igual manera Antonio Jaramillo, nieto e hijo de pescaderos, continuó el legado de su familia y aun hoy mantiene su pescadería en Santo Domingo.
También es el caso de los hermanos Chaves, que aprendieron el oficio por iniciativa de su padre y aun hoy se mantienen a flote al frente de tres comercios en Badajoz.
Todos ellos constituyen la última generación de pescaderos pacenses y, muchos ya a punto de jubilarse, coinciden en que «pescadero que se jubila, pescadería que muere».
A la falta de relevo generacional, se suma la carencia de apoyo administrativo. «Nada más que se acuerdan de nosotros para cobrar impuestos», declara José Chaves, que añade que mantener abierto supone un gran sacrificio diario. «No tenemos ninguna apoyo institucional. Estamos subsistiendo nada más», admite Antonio Cubero, dueño de la pescadería que abastece a la zona de Cerro de Reyes.
Pero las peores predicciones no son para sus negocios, que llevan funcionando durante décadas, sino para aquellos que tuvieran en mente iniciarse en el sector en la actualidad. «Porque nosotros llevamos muchos años ya, pero montar una nueva pescadería y empezar de cero hoy en día es inviable. Y es una pena», sostiene Antonio Jaramillo.
La jornada del pescadero comienza cuando aun no ha salido el sol. Se pone en marcha desde primera hora de la mañana para ir al mercado a recoger el pescado del día y poner a disposición de sus clientes un producto fresco. El boquerón, la pescadilla, la lubina, la dorada, el marrajo... El género que los pescaderos pacenses ofrecen al público es amplio y va cambiando en función de la temporada.
Preferencias
Aún así las preferencias en la ciudad no están muy marcadas. «No se vende un pescado más que otro. A lo mejor ven a Arguiñano cocinar sardinas en escabeche y ese día vienen a por sardinas», comenta Manuel Rodríguez entre risas.
Otro de los motivos de la merma del sector es el cambio en los hábitos de la sociedad. «La gente es muy conformista en lo que respecta a la alimentación», asegura José Vázquez, quien hace cinco años decidió mudarse con su pareja Montserrat Rodríguez de Barcelona a Badajoz y hacerse cargo de la única pescadería que hay en Valdepasillas. Confiesan que les costó mucho introducir productos nuevos en Badajoz, como la sepia y el calamar fresco, pero que ahora es una variedad que se está vendiendo muy bien. Por otro lado, no entienden cómo en una capital con más de 150.000 habitantes no existe un mercado de abastos.
El pequeño comercio de venta de pescado da sus últimos coletazos y resiste a marchas forzadas. El pronóstico actual tiñe de negro el futuro de la profesión y a este paso en unos años hablar del pescadero del barrio no será más que una mera leyenda.

TÍTULO : EL HORMIGUERO MIERCOLES 12 AGOSTO - EVA,.

 Eva Vidal (25 años), a las cuatro de la tarde de ayer junto al cruce de La Fatela. :: LORENZO CORDERO El fuego deja a Eva sin su boda,. foto

Una joven de Hoyos no se pudo casar ayer porque no la dejaron acceder al pueblo, que había sido desalojado,.

La estampa de Eva (25 años), al pie de la carretera, con su vestido negro sin una arruga, manejando el móvil con una mano y con la otra limpiándose la lágrima que le baja por la mejilla, es un puñetazo en el corazón. Ayer era su día. A las doce y media se casaba con Carlos, en la iglesia parroquial de Hoyos. El banquete iba a ser en Coria. Le dieron la fecha hace un año. Pero ayer, Eva no se casó. No la dejaron llegar a su pueblo, desalojado la noche anterior. Y las autoridades fueron inflexibles. «Solo me dieron una opción -cuenta la chica, que parece aún más joven de lo que es-: que mi novio y yo nos subiéramos al coche con los padrinos y que nos escoltara la Guardia Civil hasta la iglesia, que nos casáramos y luego nos volviéramos a salir del pueblo».
La historia es pura realidad. Imposible no adjetivarla. Es cruda. Tristísima. «Tenía pagadas las flores y los autobuses para que los invitados fueran al banquete en Coria», cuenta la chica, a la que le cuesta seguir con el relato. Lo completan sus padres, al lado de ella, a diez metros del cruce de La Fatela, del puesto en el que la Guardia Civil controla que no pase un coche sin sirena. «Hemos dormido en Moraleja, no en el pabellón polideportivo sino en el coche -relata el padre-, me he levantado pronto y me he venido al pueblo». «He llegado sin problemas -sigue explicando-, serían las nueve y media de la mañana o así y no había control ninguno, se podía circular libremente». Eso movió a la familia a pensar que el enlace podría celebrarse. «Luego me bajé y cuando quisimos volver al pueblo, ya no nos dejaron pasar, y aquí estamos», zanja el hombre, que tiene otro frente al que atender: su hijo está en el pueblo y no le dejan salir. Según cuenta, Hoyos en un pueblo con puertas imposibles de franquear. Nadie entra y nadie sale.
Visto el panorama, tomaron una decisión: retrasar la boda hasta las seis de la tarde, a ver si decidían «abrir la carretera» y volvía la normalidad. En el cruce se plantaron Eva y sus padres, a esperar. «Me dijeron que fuera a Perales del Puerto -allí estuvo todo el día de ayer el puesto de mando avanzado, donde se reúnen los que deciden- y solicitara el permiso del coordinador para que nos dejaran pasar», sigue detallando el padre. No consiguió nada. Los conos en la carretera no se quitaron para ellos.
«Tenemos invitados que han venido desde Santander y de San Sebastián para la boda -añade la madre- y se han tenido que quedar en Moraleja, por ahí andan algunos de ellos buscando casas rurales o algún sitio para alojarse». Eva lo escucha todo y no dice nada. Dos jóvenes de Protección Civil que han llegado desde Plasencia aparcan su vehículo, abren el portón trasero y de una voz, Javi, el voluntario, ofrece agua fresca y bocadillos para todos. En medio minuto se forma una cola de gente con botellas de plástico en la mano. «¿No comes nada, Eva?». «No, qué va», contesta ella, que no olvidará en la vida el día de ayer. El 8 de agosto era su boda. Pero el día pasó y sigue soltera.

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