BLOC CULTURAL,

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domingo, 1 de febrero de 2015

A FONDO, CONOCER, TECNOLOGIA, ¿El correo electrónico ha muerto? / EN PRIMER PLANO, CONOCER URBANISMO, Miami se hunde, ¿y qué?,.

TÍTULO:  A FONDO, CONOCER, TECNOLOGIA,¿El correo electrónico ha muerto? ,.

Tecnología / foto,.

¿El correo electrónico ha muerto?

Cada día se mandan más de 120.000 millones de correos electrónicos. Dicho así, hablar de su desaparición puede sonar prematuro. Pero se trata de una tecnología que muestra claros síntomas de fatiga. ¿Una prueba? Los jóvenes apenas lo utilizan. Se lo contamos.
En junio de 1897, el escritor Mark Twain desmentía los rumores sobre su fallecimiento con una ironía que ha hecho historia: «La noticia sobre mi muerte ha sido una exageración». Algo parecido podría aplicarse al correo electrónico... ¿O no?
De un tiempo a esta parte han sido muchas las voces que han anunciado su incipiente muerte. Con un total estimado de 122.500.453.020 e-mails enviados diariamente a lo largo y ancho del mundo y hasta 4000 millones de cuentas activas en 2014 (que podrían llegar a ser 5200 millones en 2018, según datos de la firma de investigación digital Radicati Group), parece que estamos lejos de enterrar a este viejo compañero de fatigas. Sin embargo, hay quien interpreta que estos datos, aparentemente halagüeños, no representan más que los últimos estertores de un enfermo terminal.
Nacido en los años setenta, el correo electrónico se generalizó en los noventa y se ha convertido en un compañero ineludible de nuestras vidas, dentro y fuera de la oficina. Sin embargo, una dura competencia ha entrado en escena con el auge de las redes sociales y las apps de mensajería instantánea léase WhatsApp o Viber ligadas al smartphone (además, hoy ya se leen más correos en estos dispositivos que en la pantalla del ordenador). El número de cuentas de correo electrónico sigue creciendo, sí, pero ¿qué ocurre entre los más jóvenes? Hay cifras que apuntan a que su implantación ha caído un 24 por ciento entre los chavales con una edad comprendida entre los 12 y los 17 años. ¿Se invertirá la tendencia conforme vayan creciendo? No apunta maneras. Recientemente, el vicerrector de la Universidad de Exeter (Reino Unido) Sir Steve Smith afirmaba con rotundidad: «Ya no tiene sentido mandar e-mails a los estudiantes. Se comunican con nosotros a través de redes sociales, especialmente de Twitter».
Entretanto, el 'e-mail' -o los ingenieros que lo hacen posible- ha hecho muy poco por transformarse para plantar cara. Hoy, su aspecto es muy similar al que lucía -nuevo y flamante- dos décadas atrás. Y, lo que es más importante, gestionamos nuestra bandeja de entrada de un modo muy similar al que hemos venido utilizando todo este tiempo. Leemos (o no) la misiva, respondemos si es menester y lo conservamos o lo tiramos a la basura. Es cierto que algunos de los gigantes del sector están buscando alternativas: Google -que acapara terreno con su Gmail-, IBM o Microsoft se han fijado en el funcionamiento de las redes sociales para crear soluciones ingeniosas en la presentación de la bandeja de entrada. Jerarquizando los correos en función de quién los manda, por ejemplo, en lugar de arrojarlos a la bandeja de entrada en estricto orden de llegada.
Mientras algunos se esfuerzan por darle un lavado de cara, el flujo de correos electrónicos ha crecido de manera constante. Para comprobarlo, basta con que cada uno se detenga a pensar en su propia experiencia. ¿Cuánto tiempo dedica diariamente a contestar y responder e-mails? ¿Y a eliminar aquellos que ya no necesita o que nunca tuvieron utilidad alguna? ¿A cuánta gente pone en copia cuando manda un correo? En las oficinas, que generan la mayor parte del tráfico, el cc es práctica habitual en el intercambio de correos: añadir a un testigo -un superior, quizá -para que quede constancia de que se ha hecho o dicho algo. Las siglas cc, que a menudo traducimos como con copia, son en realidad abreviatura de la expresión carbon copy, copia de carbón: alude a cuando se colocaba una lámina de este papel bajo el folio -escrito a mano o a máquina- para crear varias copias. Parece que la práctica no es tan nueva. Con ella, el tráfico se multiplica. Más correos enviados y recibidos. Más e-mails que responder o guardar. Mayor monto de trabajo para unos y otros.
Un informe de McKinsey, fechado en 2012, aseguraba que los trabajadores dedicaban a esta tarea más de un tercio de sus horas de oficina. El correo electrónico podría morir de éxito, ahogado en una bulimia de información que a menudo es intrascendente, cuando no abiertamente intrusiva: según datos de la consultora SecureList, en 2013 el 69,6 por ciento de los e-mails enviados era spam; y los datos cuatrimestrales de 2014 (a falta del informe anual) hablan de una cifra que ronda el 68 por ciento. Ha caído algo, sí, pero se mantiene muy por encima de la mitad. Si bien es cierto que hoy los proveedores de servicios filtran el correo indeseado con notable eficiencia, la conclusión evidente es que el correo electrónico se ha convertido en un gran problema. No podemos vivir sin él, pero necesitamos reinventarlo para que sea más eficiente.
¿No podemos vivir sin él? ¿Seguro? Algo así debió de preguntarse Thierry Breton, CEO de la compañía francesa Atos: con más de 70.000 trabajadores en todo el mundo, no se trata de una pequeña empresa. Pero la gestión de sus comunicaciones escritas se había convertido en una carga demasiado pesada: analizaron el tráfico generado por 300 trabajadores y vieron que habían enviado y recibido hasta 85.000 correos en tan solo una semana. El 73 por ciento de los trabajadores pasaban más de un cuarto de su tiempo de trabajo gestionando las misivas electrónicas. Y el propio Breton afirmó que, de los 200 mensajes que sus trabajadores recibían diariamente de media, solo un 10 por ciento era útil para su trabajo. ¿Solución? Prescindir de él. Así de rotundo. El plan era llegar a nivel cero en 2013... Aunque no se ha conseguido, sí lograron reducir en un 60 por ciento el tráfico, con el objetivo de recortar un 20 por ciento más a lo largo de 2014. Moraleja: hoy por hoy quizá no podamos vivir sin e-mail, pero sí podemos reducir considerablemente su carga.
La firma francesa no es la única que lo ha intentado. Una de las últimas voces que ha clamado en su caso, a voz en grito que el e-mail ha muerto ha sido Dustin Moskovitz, uno de los fundadores de Facebook. Allí decidió crear un nuevo sistema de comunicaciones internas de la compañía más racional que el e-mail: nada de intercambio de correos electrónicos; la información importante se ubicaría en una nube visible a todo el mundo. La clave es que cada trabajador sepa dónde acudir para enterarse de aquello que necesita saber o comunicar lo que considere importante. Funcionó, y en 2008 Moskovitz se emancipó y fundó Asana, una compañía radicada en San Francisco que hoy ofrece servicios similares a todo tipo de empresas. El cambio que propone va mucho más allá de la mera bandeja de entrada: las compañías deben basarse en el flujo de trabajo, no en las personas. Es la tarea lo que manda, y no el nombre propio del trabajador en cuestión.
Por el camino, el correo electrónico se vuelve innecesario, superfluo. Si experiencias como la de Asana o la compañía francesa Atos se extienden, el e-mail podría, efectivamente, tener sus días contados. La mayor parte del tráfico de los correos electrónicos proviene del ámbito empresarial: en torno a cien mil millones diarios, aproximadamente un 80 por ciento del total. En el ámbito extralaboral, los síntomas de fatiga de una herramienta desfasada en muchos sentidos son todavía mayores.
De nuevo, pensemos en nuestra experiencia cotidiana. ¿Usa usted apps de mensajería instantánea? ¿Tiene cuenta en Twitter? ¿Cuántas de las conversaciones que hace unos años se producían por e-mail ahora se solventan con un mensaje en WhatsApp? Este tipo de servicios han terminado ya prácticamente con los SMS y ahora podría llegarle el turno al e-mail. ¿Acaso no fue este el responsable de que el fax quedase relegado a su mínima expresión? Quizá ahora le haya llegado a él su hora. Aunque el proceso no ha hecho más que empezar, quién sabe si en diez años los pequeños pondrán la misma cara al oír hablar de un e-mail que ponen hoy día los chavales cuando los mayores hablan de las cintas de casete.
CONSEJOS DE ERIC SCHIDT PARA USAR EL CORREO ELECTRÓNICO
Eric Schmidt, presidente ejecutivo de Google, y Jonathan Rosenberg, otro de los grandes de la compañía, han publicado recientemente un libro titulado 'How Google works' ('Cómo funciona Google'). En él, entre otras cosas, dan algunas pistas sobre cómo afrontar nuestra relación cotidiana con el 'e-mail'. Las resumimos.
-Responda rápido: No hace falta una larga contestación. Con un visto puede ser suficiente. «La mayor parte de los mejores y más ocupados trabajadores que conocemos reaccionan rápido a sus e-mails», dicen en el libro. Si lo hace, «su equipo y sus colegas se mostrarán más proclives a incluirle en discusiones y en la toma de decisiones».
-Cada palabra importa: Pero la prosa innecesaria no. «Si está describiendo un problema, hágalo de manera clara. Esto lleva más tiempo, no menos. Escriba un boceto, repáselo y elimine cada palabra que no sea necesaria. La mayor parte de los correos están llenos de cosas que la gente se salta al leerlos».
-Limpie su bandeja de entrada: Constantemente.«¿Cuánto tiempo pasa frente a su inbox, tratando de decidir qué correo responder? ¿Cuánto tiempo pasa abriendo y leyendo e-mails que ya ha leído?». Es una pérdida de tiempo, dicen y hacen alusión a un acrónimo: OHIO, de only hold it once (que podríamos traducir como solo sostenerlo o mirarlo, una vez). Conserve solo lo necesario.
-Los últimos serán los primeros: Recurren los autores a otro acrónimo: LIFO, last in first out: 'los últimos en entrar, los primeros en salir'. Responda conforme vayan llegando.
-Comparta información: Si recibe información útil, piense a quién más puede serle útil. «Al final del día repase mentalmente los correos recibidos y pregúntese: ¿Qué debería haber reenviado?».
-¿Con copia oculta? ¿Seguro?: Siempre que recurra a ella, pregúntese por qué. «Lo más probable es que esté tratando de esconder algo, "lo que no es una buena idea en una cultura de la transparencia». Use la copia oculta cuando quiera retirar a alguien de una cadena porque la información que contiene ya no le resulta útil. «Y explique en el e-mail que ha hecho esto.
-¡No grite!: «Si debe hacerlo, que sea en persona. Es mucho más fácil gritar electrónicamente».
-En busca del 'e-mail' perdido: Si intuye que un correo le puede hacer falta tiempo después, emplee técnicas que lo ayuden a encontrarlo en la maraña de e-mails. Por ejemplo, reenvíeselo incluyendo algunas palabras claves que le sirvan para identificarlo después. Lo ayudarán a la hora de utilizar de localizarlos usando el buscador.

 TÍTULO: EN PRIMER PLANO, CONOCER URBANISMO, Miami se hunde, ¿y qué?,.

Urbanismo / foto

Miami se hunde, ¿y qué?

La amenaza de inundación es seria: el aumento del nivel del mar ya se percibe en sus calles encharcadas. Los que más peligro corren son los ricos: sus casas están en primera línea. Sin embargo, la ciudad vive ajena a las voces de alarma de los expertos, inmersa en un 'boom' inmobiliario. Millones de dólares están en juego. Se lo contamos.
Las cucarachas salen de grietas y ranuras. Son muchísimas. Y grandes como abejorros gordos. Buscan terreno seco, la seguridad. Si no lo consiguen, acabarán convertidas en comida para peces. Raymond Romero se apoya en una valla oxidada y entorna los ojos bajo el sol de la mañana. «Veo este espectáculo dos veces al día», dice. Las cucarachas vienen con la subida de la marea. El agua rebosa por los sumideros situados delante de su casa en Miami Beach. También se desborda del canal de 20 metros de ancho que pasa por detrás de la vivienda e inunda la terraza. Al cabo de un rato el agua se retira, regresa al canal, fluye de vuelta a los sumideros... por el momento: volverá dentro de 12 horas.
Raymond Romero, de 39 años, vive junto a un canal navegable, solo cuatro manzanas detrás de los hoteles de lujo que se alinean a lo largo de esta famosa playa. Tras cada inundación, Romero saca sus muebles a la calle para que se sequen. Dice que ya no se puede permitir pagar el seguro de la casa. Las cuotas suben al mismo ritmo que el nivel del agua.
Florida sumergida
La mayoría de los seis millones de habitantes de su área metropolitana saben que la ciudad acabará siendo víctima de la subida del nivel del mar. Ya casi nadie discute si ocurrirá o no. Lo único que no se sabe es en qué momento la mayor parte de Florida pasará a ser inhabitable por culpa de las aguas. Puede ser en 20 años, en 50 o en 100. Los científicos avisan: Miami sucumbirá a la inundación. En su último informe, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático estima que el nivel del mar habrá subido entre 26 centímetros y un metro para finales de este siglo. Otros estudios creen posible una subida de entre 1,80 metros y seis metros. Miami ocupa el puesto número uno en la lista de ciudades con el mayor riesgo de daños económicos, por delante de Nueva York, Boston, Bombay, Shenzen, Calcuta o Bangkok.
El buzo urbano
Hora punta en Miami Beach. Freddy Pérez está sumergido hasta el cuello en uno de los sumideros de una arteria urbana de cuatro carriles. La marea también se desborda en esta zona, aflora por conductos y tuberías. «Estamos instalando bombas fijas y elevando los muros de contención», explica Pérez. Desconoce durante cuánto tiempo estas medidas serán eficaces. «Quizá unos diez años, quizá veinte. Depende de lo rápido que se derrita el hielo de Groenlandia», dice.
Philip Lavine, alcalde de Miami, está convencido de que la ciudad se puede salvar. Si dijera otra cosa, podría provocar una huida en estampida de los inversores. Se sigue construyendo como si no hubiera peligro. Compañías financieras y bancos de todo el mundo se están instalando en la ciudad. Incluso en las muy amenazadas playas de Miami Beach se alzan nuevos bloques de viviendas. En el área de Miami se están levantando unas 150 torres de oficinas, hoteles y apartamentos. Los planificadores urbanos calculan un crecimiento de la población de tres millones de personas hasta el año 2060.
El gobernador de Florida, el republicano Rick Scott, encaja a la perfección en este ambiente: cree que el cambio climático es pura propaganda izquierdista. Algo que inquieta a Harold Wanless, profesor de Geología en la Universidad de Miami que lleva desde los ochenta avisando del peligro de la subida del nivel del mar. Cree que los acuerdos internacionales para la protección del clima son buenos, pero que en el caso de Miami ya es demasiado tarde para revertir la situación.
El profesor Wanless despliega unos mapas del sur de Florida. Muestran la cantidad de tierra que se iría perdiendo si el agua subiera hasta los 1,80 metros. Las aguas residuales ya no podrían evacuarse, el sistema de vaciado de las cisternas no funcionaría, los inodoros no servirían de nada. Según los mapas de Wanless, dentro de diez años solo quedaría un fragmentado paisaje de islas. Piet Dircke dirige el departamento de gestión del agua en la empresa holandesa Arcadis. Fue su equipo, con experiencia en Nueva Orleans tras el huracán Katrina, el que planificó el sistema de diques y bombas de achique que impidió que la tormenta Isaac se tradujera en otra catástrofe. 
Después de tres horas examinando los canales y elementos de contención en las orillas concluye que «los edificios más valiosos en esta ciudad están pegados al agua. Incluso en días de escaso viento solo los separan unos pocos centímetros, y muchas parcelas y casas se inundan. El mar era el mejor amigo de Miami, pero ahora se está convirtiendo en su peor enemigo. Solo veo una solución: construir una plataforma firme varios kilómetros mar adentro, delante de la ciudad, que se alce muy por encima del nivel del agua y sobre la que se puedan construir casas. De esa forma, la nueva Miami protegerá a la antigua».
Philip Stoddard, biólogo y responsable municipal del pequeño distrito de Miami Sur, nos muestra el segundo gran problema al que se enfrenta la ciudad: se asienta sobre una roca caliza porosa y llena de agujeros, en lo que hace millones de años fue un arrecife de coral. La subida del nivel del mar empuja a su vez el nivel del agua dulce acumulado bajo la ciudad. En lugares muy bajos, el agua ya aflora en la superficie cuando hay marea alta. Stoddard cuenta: «La gente llama a los bomberos y les dice: 'No llueve, pero se me está haciendo un lago en el jardín'». Como regidor de un barrio de apenas 13.000 habitantes, Stoddard ha establecido que, para construir en Miami Sur, sea obligatorio hacerlo sobre pilotes. Y las nuevas calles ya se están haciendo elevadas.
Una cuidad de contrastes
-Charcos callejeros: Cuando llueve, en Miami Beach el agua llega hasta la rodilla. El mar empuja desde los canales y bloquea los desagües. El trabajo de Freddy Pérez consiste en sumergirse para desatascar los sumideros. A pesar del peligro, se siguen construyendo edificios cerca del mar. «Las casas más valiosas están pegadas al agua», alerta Piet Dircke, especialista holandés en planificación de diques y bombas de achique para ciudades.
-El lujo no se detiene: El mundo de los negocios vive de espaldas a la amenaza de inundación. Se están levantando 150 edificios de lujo en el área de Miami. Hay obras colosales, como la torre Porshe Design, cuyos residentes tendrán ascensor hasta su piso, para ellos ¡y sus coches! Mientras, los expertos alertan de que solo en el área metropolitana se encuentran amenazados hoteles y apartamentos por valor de 400.000 millones de dólares.

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