TITULO: Cuadernos de paso - La sonrisa del pelícano - Esta noche cruzamos el Mississippi - Crónicas marcianas - Partieron hacia el norte ,.
La sonrisa del pelícano ,.
La sonrisa del pelícano fue un programa español de televisión emitido por Antena 3, Presentado y dirigido por Pepe Navarro,.
Esta noche cruzamos el Mississippi,.
Esta noche cruzamos el Mississippi fue un programa de televisión producido y presentado por el periodista Pepe Navarro y emitido por la cadena española Telecinco entre el 18 de septiembre de 1995 y el 10 de julio de 1997. Se emitía de lunes a jueves en la franja del late night., etc.
Crónicas marcianas ,.
Crónicas marcianas fue un late show de televisión, producido por Gestmusic Endemol y emitido por la cadena española Telecinco entre 1997 y 2005. Estaba dirigido y presentado por Javier Sardá y
contaba con Miquel José y Jordi Roca, con quienes Sardá había creado La
Ventana en la Cadena SER, como subdirectores y guionistas.
Es el programa de late night más longevo y más visto de la historia de la televisión en España.1 A pesar de ser considerado por muchos como uno de los máximos exponentes de la llamada telebasura en España, obtuvo multitud de premios, como un Ondas, dos de la Academia de la Televisión y seis TP de Oro., etc.
Partieron hacia el norte,.
foto / Zilia no sabe qué hacer para calmar a su amado, que, sudoroso, con el rostro encendido y los dientes apretados, lanza pestes contra el mundo y piedras contra los árboles y los muros, sin dejar de ir y venir por el estrecho camino que discurre ante la ermita. Sentada en un saliente de piedra en la pequeña galería que protege la puerta de entrada y que ha salvado a más de un pastor de un inopinado chaparrón, Zilia cuenta los nudos de los maderos que sostienen la techumbre a dos aguas, a la espera de que escampe el temporal. Tarda un buen rato en atreverse a decir:
—Espero que san Pedro no tenga en cuenta todo lo que sale de tu boca.
Josef se detiene en seco, se rasca la cabeza, da una última patada a un guijarro y se le acerca.
—¡Que dice que soy demasiado joven, Zilia! —repite, ahora con más frustración que rabia—. ¡Si le saco una cabeza al sargento ese!
—Es que lo eres.
Josef extrae un librillo visiblemente manoseado del bolsillo trasero de sus calzones y pasa varias páginas, señalando los pasajes que se sabe de memoria.
—Tú, que tanto lees, sabes qué dice aquí. ¿Acaso no perderíamos la religión católica si mandara el demonio de Napoleón? Sí, porque habría en España judíos, moros, herejes de todas clases y ateístas. ¿Y la libertad? También. Porque todos los hombres desde diez —enfatiza este número— hasta cincuenta años irían desposados a servir en los ejércitos de Prusia, Alemania, Nápoles y Turquía… ¿Para que se me lleven preso sí que tengo edad, pero para luchar por mi patria no? —Suelta un bufido y sacude la cabeza—. Deberías estar tan preocupada como yo —señala otro fragmento—. Está en juego la felicidad de España, la seguridad de nuestra religión, de nuestra monarquía, de nuestras leyes, de nuestros bienes, de nuestros derechos…
Como sus padres le enseñaron a leer, Zilia conoce el contenido de esos catecismos que mezclan religión y política. A su juicio, si inciden en clasificar como alta traición el hecho de excusarse de acudir a la lucha, es porque hay más personas como ella, que no sienten ninguna inclinación por la guerra. Apasionada de la lectura y la observación de la naturaleza, es de carácter tranquilo, comprensivo y compasivo, todo lo contrario que el impetuoso y arrojado Josef.
—Otras guerras han sucedido a lo largo de la historia y aquí no se ha acabado el mundo. Esto está lejos de todo. Aquí todo tarda en llegar, lo bueno y lo malo. —Zilia se refiere sobre todo al pueblo natal de ambos, Cerler, el más alto de los cuatro lugares (Cerler, Benasque, Anciles y Eriste) que gobierna el mismo ayuntamiento de Benasque, en el norte del antiguo condado de la Ribagorza.
Josef la mira fijamente, pensativo, como si tratara de reconocer no ya a su novia, sino a la amiga de su infancia. Su prudencia, beneficiosa para ambos ante la tentación de una travesura infantil, comienza a irritarle.
—Hasta ahora, hemos ido de la mano con los franceses. Ahora es distinto —señala hacia las montañas circundantes, una inmensa sierra de piedra con dientes desiguales que traza la frontera con Francia—. Nuestros vecinos quieren quedarse con lo que es nuestro. Nos mintieron cuando las tropas imperiales de Napoleón entraron en España con la excusa de invadir Portugal y aprovecharon para ocupar las ciudades, quitar a nuestro rey e imponernos al suyo. ¿No te llena de orgullo pensar en cómo los madrileños se levantaron el año pasado en Madrid contra los franceses? ¡Toda España está en armas contra ellos! ¿Acaso no sabes lo que hacen allá por donde pasan? Violan a las mujeres, asesinan, roban comida y animales de tiro a los pobres campesinos… ¿Cómo no te hierve la sangre sabiendo lo que hicieron en Zaragoza?
Se calla súbitamente, con la pretensión de que Zilia reflexione sobre lo sucedido allí. Por todo el valle ha circulado el contenido de las cartas de los jóvenes cadetes y oficiales que participaron en el infierno de enfermedad, hambre y muerte del sitio de Zaragoza del verano anterior y en el de comienzos de ese mismo año y que terminó con la capitulación de la ciudad en febrero, hace poco más de un mes. Al oeste, también Jaca acaba de caer en manos de los franceses. Ya solo es cuestión de tiempo que estos lleguen al valle y tomen el castillo, que está solo a cuatro leguas de la raya con Francia. Cuesta comprender el ritmo de la guerra: Benasque todavía no pertenece a los franceses, y en otros lugares, según dicen, ya ha comenzado la reconquista. Tal vez Josef no se preocuparía tanto si allí no hubiera un castillo y el valle no fuera un lugar de paso de personas, mercancías y ejércitos que comunica Aragón con Francia y Cataluña.
Zilia compara mentalmente las relaciones entre los países con las de los vecinos: son tan frágiles que incluso los mejor avenidos dejan de hablarse de un día para otro y comienzan a odiarse. Por un palmo de tierra, por un derecho de paso, por unas vacas comiendo en otros pastos, por unas manzanas robadas, por un súbito ataque de envidia. Por eso le inquietan las palabras de Josef. Cómo no van a hacerlo. Francia está a apenas unas horas de camino a pie. Gran parte de los objetos que se venden en el mercado provienen de allí. Existe un contacto estrecho con familias de comerciantes del otro lado de esas montañas que parece que casi se pueden acariciar con la mano. En los meses más crudos del invierno, cuando las nieves impiden faenar en el campo, hombres de Benasque y Cerler trabajan en la tierra baja de Francia para ganar dinero. Gracias a esos viajes, su padre habla algo de francés y conoce a familias francesas con nombre y apellidos. Zilia se atrevería a asegurar que allí también hay jóvenes como ella que maldicen este conflicto nacido de la mente de un loco ambicioso que ha trastocado la paz de sus vidas y que ha lanzado a jóvenes de países hermanos a los brazos de la muerte. No quiere darle alas a Josef. No quiere que participe en ninguna guerra. Sueña con casarse y formar una familia con él. Se conocen desde niños. Josef es fuerte y apasionado. Sabrá llevar bien una casa. Y hablan de todo con confianza.
Le arrebata a Josef el catecismo civil y busca la pregunta que tantas veces se ha hecho ella, por cuanto su respuesta choca con lo que le han enseñado sobre el pecado. El quinto mandamiento de la santa madre iglesia dice: «No matarás». Ella no mataría ni moriría por las decisiones de otros. Mira fijamente a Josef. Lee:
—«¿Será pecado matar franceses? ¿Jóvenes como tú y como yo?».
Josef responde sin dudar; ha memorizado cada palabra.
—«No, señor; antes bien se merece mucho si con eso se libra a la patria de sus insultos, robos y engaños» —le sostiene la mirada antes de añadir—. En Zaragoza también lucharon mujeres. Debemos estar todos preparados.
Zilia no dice nada, pero sus labios apretados y su leve encogimiento de hombros revelan que no le interesa el tema. Josef concluye, con un tono de voz duro, decepcionado:
—Solo tengo catorce años, pero disparo mejor que mi padre. Formaré parte de la historia que cambiará el mundo.
Zilia se pone en pie y se le acerca.
—Lo que me preocupa de verdad es que te pase algo.
Él la envuelve con sus brazos, pero ella percibe que su mente está en otro sitio. Un súbito viento azota las hojas de los fresnos, nacidas durante el derretimiento de las nieves.
Josef se inclina y deposita un suave beso en los labios de ella.
—Es tarde. Regresemos.
Zilia camina por el sendero tras la figura alta y desgarbada de Josef hasta poco antes de las primeras casas del pueblo. Allí se separan para que nadie sospeche que han estado juntos y solos.
Josef ha tomado una decisión. En casa, durante la cena, tiene que controlar su excitación. Sus padres, que no quieren que participe en la guerra, parecen aliviados porque no lo hayan aceptado como voluntario en el castillo, pero no comentan nada para no herir más su orgullo. Por la noche, cuando todos duermen, Josef prepara un hatillo con una muda de ropa y algo de comida y se acuesta, aunque no puede pegar ojo. Dos horas antes del amanecer, aprovechando el profundo sueño del resto de la familia y el azote del viento que hace crujir todos los objetos de madera con los que se encuentra a su paso, abandona la casa, baja por uno de los tres callejones que parten de la única calle que atraviesa Cerler y toma el camino que desciende hasta la cercana Benasque.
Conoce bien el terreno y nunca le han dado miedo los inquietantes murmullos, sombras y súbitos movimientos de la noche por los prados, cuando a otros los pasos o resoplidos de un animal en la oscuridad les encoge el corazón y les desboca la imaginación. Rodeada por colinas, a un tiro de fusil de las últimas casas al norte del pueblo, surge la tenebrosa silueta de una edificación amurallada de unas ciento veinte varas de largo por cincuenta de ancho, con un pequeño puente levadizo sobre un foso poco profundo. A la luz de la luna distingue la silueta de la torre, que se yergue en la plaza de armas, y las oscuras moles del torreón redondo, el baluarte de poniente y la muralla, con sus troneras y aspilleras. Tiene la precaución de abandonar el camino; da un rodeo por unos campos todavía sin labrar y entra en Benasque, la población más grande e importante del valle. Allí viven unas mil seiscientas almas repartidas en casi doscientas casas y siete calles. Hay dos iglesias parroquiales —las de san Martín y santa María—, ayuntamiento, cárcel, peso y lavadero de lanas.
Camina a paso ligero por las estrechas callejuelas cercanas a la iglesia de santa María y se dirige a una pequeña casa de piedra mal encalada y con una puerta de entrada cuyo dintel es demasiado bajo para un hombre de estatura media. Espera hasta percibir una tenue luz de candil y una sombra en movimiento a través de la ventana del primer piso para atreverse a golpear una vez con la aldaba. Al poco, la puerta se entreabre y reconoce a Berot, un hombre de veintipocos años con la piel muy curtida para su edad.
—Me sumo a vosotros —dice Josef, con firmeza y el corazón palpitante.
Berot se percata de su hatillo y esboza una sonrisa. No es el primer adolescente impulsivo que huye de casa y llama a su puerta.
—Esto no funciona así, pero entra.
Después de someterse al largo interrogatorio de Berot, Josef sabe que, aunque se ha despedido mentalmente y con cierta tristeza de su familia y de su casa, debe volver a ella y seguir con sus actividades cotidianas hasta que reciba el aviso de acudir al lugar de encuentro de la banda de guerrilleros que opera al margen de los militares.
Frustrado y expectante, Josef cuenta los días y las semanas hasta que una mañana de agosto, mientras da vuelta con una horca a la mies segada para que se seque, aparece el mismo Berot a caballo. Josef se separa de su familia para acercársele y conversan unos segundos.
—¿Qué quiere ese de ti? —le pregunta su padre, que lo ha reconocido.
—Hay movimiento al otro lado de la frontera. Conviene que todos, solteros y casados, estemos preparados.
No añade que a él lo ha citado al amanecer. Su padre sacude la cabeza y se apresura a retomar la faena. Su intuición anuncia tormentas.
—Más le valdría trabajar y dejar la guerra para los soldados.
—Está usted equivocado si piensa que con la guarnición de Benasque basta para defendernos de los franceses.
—Te prohíbo que vayas.
Josef no responde, pero de nuevo prepara sus cosas y abandona su casa en mitad de la noche.
Cuando al amanecer llega a los bosques del fondo del valle, justo al pie de las montañas tras las que está Francia, reconoce de vista a varios jóvenes de pueblos cercanos, con los que ha coincidido en el mercado o en alguna fiesta popular, armados con sables, fusiles, espadas, pistolas o mosquetes. Solo Berot y sus más allegados van a caballo. A él le entregan un fusil y un cuerno con pólvora. Comienzan a ascender hasta la cima, que alcanzan ya cuando la visibilidad es completa. A partir de allí, el territorio es francés.
—¡Ahí están! —grita Berot.
Serpenteando por una empinada pendiente, una hilera de soldados avanza lentamente, sin percatarse de la presencia de los españoles en las alturas. Cuando los tienen a tiro, Berot da la orden de disparar. A Josef le tiembla el pulso unos instantes antes de apretar el gatillo. Falla el primer disparo, pero recarga el fusil, respira hondo y vuelve a disparar. Ve que cae al suelo un hombre que otros recogen y arrastran. No sabe si lo ha matado, pero no siente ni pena ni remordimiento. Los franceses se retiran.
—¿Habéis visto algún soldado español? —grita Berot exultante—. ¡Yo no! ¿Cómo es que nosotros estamos aquí y ellos no? ¡Porque nosotros protegemos lo que es nuestro y ellos son unos mandados sin cojones, que solo se mueven cuando no queda más remedio, y por obligación! ¡Se han retirado ahora, pero volverán y serán más y más hasta que nos conquisten!
Tras este episodio, Josef ya no regresa a casa. Berot tiene razón. Hay que seguir vigilando la frontera y por el sur. Los franceses no van a cejar en su empeño de tomar el castillo y la población de Benasque para controlar el Pirineo central. Durante las semanas siguientes, Josef pasa hambre y siente frío al dormir sobre el suelo húmedo de los bosques. Los días se suceden en una monotonía de especulaciones a la espera del momento de actuar. Esa es la vida del guerrillero. Siempre en alerta. Come lo que puede cazar a cuchillo para no revelar su ubicación o lo que requisa por los pueblos. Ya ha comprendido que eso no es robar, sino apoyo a la causa. De algo tienen que vivir los que luchan por la libertad de los demás. Se desplaza a pie de norte a sur por la comarca hasta que consigue un caballo. Cabalga junto a un joven llamado Juan, de la población de Anciles, a un tercio de legua de Benasque. Pronto se hacen amigos. Juan tiene más voluntad que habilidad, pero es buen conversador. Gracias a su compañía el tiempo pasa más deprisa y Josef lleva mejor la ausencia de Zilia. La echa mucho de menos, más de lo que pensaba, pero se convence de que también lucha por ella y por su futuro juntos. La ama y será su esposa y la madre de sus hijos. Es lo único que importa. Aunque ella no quiera que luche; aunque sean diferentes.
Su grupo se junta con voluntarios de los valles vecinos catalanes en la parte media de la comarca y durante días tienen en jaque al ejército imperial, aunque finalmente son obligados a dispersarse y huir a los montes. A pesar de la derrota, Josef se siente optimista. Ninguno de los suyos ha muerto y, si han tenido tan cerca la victoria, no es descabellado pensar que la próxima vez pueden vencer.
Por otros guerrilleros está al tanto de lo que ha sucedido en otros lugares. En valles vecinos del oeste, las fuerzas francesas cometen tropelías e incendian casas de paisanos. Berot les repite las mismas palabras de los otros líderes de guerrilleros del Pirineo: «Por cada casa incendiada en España, reduciremos a cenizas un lugar de la Francia, y por la contribución de una libra francesa, exigiremos la de sesenta». El empeño de los montañeses en hostigar a los franceses, sin embargo, no impide que estos vayan ganando territorio en otoño por el sur y el oeste hacia el norte. Una vez han tomado la capital de la comarca, ya nadie habla de alguien lejano y legendario como Napoleón sino de hombres concretos —Octavien Lapayrolerie o Maurice Roquemaurel— que ofrecen mil duros por cada cabecilla de los guerrilleros o exigen por escrito al alcalde de Benasque que se rinda. Pero Benasque no claudica y los franceses irrumpen en el valle la mañana fría y soleada del 23 de noviembre desde el vecino valle de Gistaín.
La partida de Berot les hace frente en el llamado puerto de Sahún, pero esta vez tampoco pueden frenarlos. En el intercambio de disparos, Juan resulta herido. Josef lo carga en su caballo, lo lleva a su casa de Anciles y pasa la noche en el bosque cercano. Otros compañeros traen noticias de que al gobernador del castillo no le ha quedado otra opción que rendir la fortaleza, dar libertad a la tropa y jurar fidelidad al nuevo rey francés, hermano de Napoleón.
Las cosas no pueden ir peor, piensa Josef, frustrado. Benasque ha caído en manos de los franceses y Juan, su amigo de correrías, fallece el primer día de diciembre a consecuencia de las heridas. Berot les ordena que se dispersen, que se escondan donde puedan hasta que se tomen nuevas decisiones.
Josef regresa a casa y sus padres permiten que viva oculto en el pajar. No se lo dicen a nadie, porque en esos tiempos de represalias, nadie se fía de nadie.
Los padres de Zilia discuten por todo, pero en algo están de acuerdo: no quieren que su hija tenga nada que ver con Josef.
Los franceses, al mando ya del valle y de la villa y castillo de Benasque, castigan severamente a los que han ayudado o son sospechosos de ayudar a las tropas españolas; pero también llegan noticias de que, en otras partes de la comarca, los afrancesados o los que han jurado fidelidad al nuevo rey francés, aunque sea a la fuerza, son ejecutados por los guerrilleros y sus bienes confiscados. Lo mejor es no opinar, no moverse mucho fuera de las propiedades de cada casa, continuar con las labores cotidianas del campo y del cuidado de los animales domésticos como si no pasara nada.
Zilia sabe que resulta difícil mantenerse al margen. Algunos en el valle quieren llevarse bien con los franceses, que son los que mandan. Otros los odian, pero se guardan bien de manifestarlo. Ella simplemente ama a Josef, que pertenece ahora al bando de los perseguidos, y quiere verlo con la asiduidad de antes, pero tiene que conformarse con ratos muy breves, siempre a escondidas en el pajar donde Josef se oculta entre viajes, cuando él logra avisarla, agotando ella las excusas, de camino al lavadero o a casa de alguna vecina a pedir un favor, con el invierno ya encima, cuando muy pocas personas transitan por las estrechas calles de Cerler cubiertas de nieve.
En las veladas compartidas con los familiares cercanos, Zilia se entera de que, aunque allí parezca que los días pasan con relativa tranquilidad, el grupo de Berot al que pertenece Josef ha vuelto a las andadas. Los guerrilleros realizan ataques periódicos durante todo el año de 1810, especialmente contra las unidades de intendencia encargadas de aprovisionar el castillo, por lo que los franceses tienen que enviar tropas de refuerzo desde la localidad francesa de Luchon para garantizar los suministros.
En los dos años siguientes, Zilia se acostumbra a esperar el mensaje de Josef para poder verse; se acostumbra a los ardientes reencuentros y a las tristes despedidas. No hace caso a sus padres, que la advierten de que está dejando pasar buenas opciones de matrimonios por su obstinación. No hace caso a sus amigas, que le auguran un negro futuro con un hombre que nunca está y, lo que es peor, que se ha acostumbrado a no pertenecer a un mismo lugar. Más temprano que tarde, la guerra terminará, se repite. Y cuando eso suceda, ya se encargará ella de que Josef olvide los duros días de monte y frío y vuelva al calor del hogar y de un lecho de lana. Calcula que será pronto porque, entre los veranos de 1812 y 1813, los aliados ingleses y españoles, con un tal Wellington al frente, van derrotando a los franceses y forzándolos a retirarse y perder territorio. Lo que sucede en puntos como Zaragoza y Vitoria se repite en lugares tan pequeños y apartados como Benasque. Los franceses ya no campan a sus anchas por el valle porque son ahora las compañías españolas las que empujan desde el sur. Los guerrilleros ya no son unos bandoleros que actúan por su cuenta, sino que se han estructurado de modo militar. Forman parte de los héroes que luchan por echar al invasor. Josef es uno de esos héroes. Su Josef es un héroe.
A principios del año 1814, cada semana corren nuevos rumores. Las tropas aliadas han vencido en el lado francés de los Pirineos. Napoleón ha pedido la paz. El rey Fernando VII ha sido restaurado a su trono y ha podido regresar a España. La situación del ejército francés en Aragón es desesperada. Las plazas de Jaca y Monzón han sido tomadas. ¿La guerra ha terminado? Eso parece; pero entonces, ¿por qué siguen luchando en Benasque?
Se lo pregunta a Josef una mañana de marzo de 1814. Se encuentran en la ermita, esta vez por casualidad. Zilia ha llevado a apacentar a unas cuantas ovejas, con sus corderillos recién nacidos, a un prado cercano y Josef ha aparecido a lomos de su caballo. Se han abrazado y besado. Han bromeado y se han reído. Se sienten como aquellos adolescentes de catorce años, aunque ahora tienen diecinueve. Cinco años de encuentros intermitentes en un contexto de conflictos y batallas los han curtido y endurecido. Sueñan con que todo acabe ya de una vez y puedan casarse.
—No sé yo si podré casarme con la hija de un traidor —bromea Josef, sin soltarla—. Tu padre ha trabajado de guía para los franceses.
—Un par de veces y por obligación, porque habla francés —replica ella, sin enfadarse. Sabe que él ha comprendido que no tuvo opción—. También te odiaron a ti cuando exigías comida y dinero. Nunca llueve a gusto de todos. Quiero que esto acabe. Si es cierto que Napoleón quiere la paz, ¿por qué tienes que seguir luchando?
—Porque no me detendré hasta que el último francés abandone nuestro castillo.
—¿Y cuándo será eso?
—Ya queda poco. Han volado el puente de Eriste y la iglesia de San Martín a la desesperada. La guarnición mantiene a duras penas el control de la villa. Están desmoralizados, pero el comandante es tan obstinado como lo fue Palafox.
—Que acaben otros la guerra. Quédate en casa.
—Ya me conoces. No me gusta dejar una faena sin terminar.
Se inclina sobre ella y la besa apasionadamente, como si quisiera recuperar los besos perdidos en los últimos años, como si quisiera sellar la promesa de que nunca más se separarán.
Hay noticias que tardan semanas o meses en saberse —y en su mayor parte se reciben con prudencia y recelo hasta que el transcurso del tiempo, la coincidencia de varios informantes y la realidad las torna creíbles—; pero la noticia sobre Josef llega a Cerler al atardecer del mismo día de su muerte. Cuando descargan a medianoche su cuerpo sangriento del mulo para entrarlo en la casa, entre los lamentos de sus familiares, ya no le es posible a Zilia aferrarse a la incertidumbre que, en otras ocasiones, ha mantenido viva su esperanza en esos años de guerra. Al borde del desmayo, llora en silencio agarrada del brazo de su madre, que no ha dudado en acompañarla porque hace tiempo que sabe y acepta que Zilia nunca querrá como marido a otro que no sea Josef.
—Un disparo de fusil desde el castillo —explica el dueño del mulo, un vecino de Benasque—. Al amanecer, los soldados del 8º Regimiento de Navarra han tomado la villa. Han muerto un teniente y varios soldados de los nuestros. La guardia francesa ha tenido que replegarse hasta el fuerte —hizo un gesto con la cabeza en dirección a la casa donde habían entrado el cuerpo de Josef—. Mala suerte ha tenido el pobre chaval. Dicen que, con la euforia del momento, se expuso demasiado.
«¿Quién le mandaba a estas alturas hacerse el héroe?», se repite Zilia. «Por tan poco tiempo, por tan poco…».
—Entonces, ¿ya no se ve ningún setuyén por las calles? —le pregunta otro hombre al del mulo. El nombre de los grandes capotes de los franceses ha quedado como mote para referirse a ellos.
—Ninguno. Ahora están todos encerrados en el castillo como ratas.
Zilia no puede hablar. Ni en ese momento ni en los días siguientes. Lo cercano le resulta ajeno, borroso. Pasa el tiempo encerrada en su habitación, mirando sin ver por la ventana. El desconsuelo se ha convertido en odio. Su madre le cuenta que los franceses, acantonados en el fuerte, resisten y se defienden bombardeando las posiciones españolas. Los españoles trabajan codo con codo con voluntarios. Ya no hay soldados y guerrilleros, sino una masa de hombres unidos por un fin común. Hacen trincheras en posiciones más altas, en pequeños prados por encima del castillo, lo que les permite dominar las entradas y las salidas de este.
Su madre le dice que pronto terminará la guerra y que el tiempo curará las heridas; pero Zilia sabe que la suya la desangrará. No puede borrar de su mente la imagen del cuerpo de Josef sin vida, como un saco, sobre la mula. Necesita venganza, aunque nada pueda hacer.
Dos semanas después de la muerte de Josef llegan a Benasque dos morteros, dos cañones y un obús. Los ubican en un prado sobre el castillo. Algunos de Cerler bajan para observar las maniobras, como si fuera la escena final de una representación. Zilia también va. Quiere ver cómo matan a quienes han terminado con sus ilusiones. Cuenta ciento cincuenta disparos de balas, obuses y granadas. Queda derruida parte del muro, la techumbre del cuartel de artillería y la puerta de entrada. Se oyen lamentos, luego hay heridos. Zilia quiere que mueran todos, que no quede ninguno vivo.
En los días posteriores se suceden los bombardeos. Resultan dañados la cocina, la acequia que abastece de agua la cisterna, la torre del homenaje, algunos cuarteles y el alojamiento del gobernador. Resultan heridos un capitán de la Guardia Nacional y tres soldados, y dicen que uno ha muerto. Una bomba alcanza un ángulo de la torre. Otro cañonazo destruye parte de la bóveda que corta el canal que abastece de agua a la cisterna. Los distintos cuarteles son un montón de escombros inhabitables.
Corre el rumor de que los franceses carecen de cirujanos y de medios para atender a los heridos; corre el rumor de que los oficiales franceses quieren que el comandante Placide Fouque negocie con los españoles la capitulación. Un oficial francés parlamenta con el coronel español, pero Fouque no acepta las duras condiciones que aquel impone. Nuevas bombas destrozan los muros y la enfermería, pero el fuerte no se rinde. Corre el rumor de que la tropa trama abandonar sus posiciones y desertar.
Anochece y Zilia no se mueve del pedregal desde donde contempla la batalla final. Sus padres, incapaces de librarla de la pena que la corroe, le han puesto como condición que acuda a dormir a casa cada noche. No siente ni el frío de las nieves de las cumbres que reparte el viento por prados y pueblos. No siente nada desde la muerte de Josef. Oye los gruñidos de un animal y permanece quieta. No le importaría ser devorada por un lobo y dejar de sufrir.
A pocos pasos distingue la figura de un hombre encorvado que se tambalea y cae de bruces. Un impulso la lleva hasta él. Reconoce la guerrera azul, andrajosa, y los pantalones blancos, rotos y sucios de sangre y tierra, de un soldado francés. Lo observa sin tocarlo.
Cuando él alza el rostro con dificultad, Zilia ve a un joven de su edad que le suplica ayuda en francés y en español. Podría ser el mismo que disparara a Josef dos semanas atrás, piensa con odio. Mira a su alrededor y elige una piedra del tamaño de una col. La toma con ambas manos y la levanta sobre la cabeza del soldado mientras murmura las palabras que le repetía Josef: «Hay que proteger lo nuestro: la familia, la casa, nuestro pueblo, nuestra forma de vida, nuestras tradiciones… Seremos inspiración para otros pueblos. Aquí no tenemos un gran ejército, ni lo necesitamos. Ya estamos nosotros para proteger lo nuestro». ¿Qué ha hecho ella en todos estos años mientras Josef luchaba por su tierra? Nada. Ahora puede colaborar librando al mundo de un asqueroso francés. El joven emite un suspiro desgarrado de derrota y apoya la cabeza sobre la tierra, esperando su final. Con un rugido, Zilia deja caer la piedra a su lado. Un rayo de luz se ha abierto camino en las tinieblas de su entendimiento. «No matarás».
El joven tiene su misma edad. Unos padres, una familia. Tal vez una novia esperándole en algún pueblo de Francia tan pequeño como el suyo. Va a por su bota de agua, que ha quedado en el pedregal. En silencio, ayuda al muchacho a girarse e incorporarse. Le da de beber. Le quita la guerrera y la camisa. Le limpia la herida del costado y se la venda con la tela de su sayalejo. Le da de comer un poco de pan con queso y vigila su sueño durante la noche.
Poco antes del amanecer lo acompaña hasta una zona que solo conocen los lugareños y le indica el camino a Francia. Tendrá que andar unas tres horas y atravesar luego esas montañas en las que todavía persiste la nieve de abril. No sabe si resistirá, pero debe intentarlo. Los españoles están centrados en el castillo; tal vez se encuentre con otros franceses que huyen como él.
Pocas horas después, el comandante francés acepta la capitulación. Se ha dado cuenta de que no tiene sentido este lento goteo diario de muertos, heridos y deserciones. La guarnición francesa sale del fuerte con honores de guerra la mañana siguiente, 24 de abril, y parte para Francia con sus armas y bagajes. Zilia se pregunta si en el camino recogerán al soldado herido o si lo detendrán por desertor.
Cuando llega la calma, Zilia, como todos, se entera de que Napoleón ya había abdicado cuando se produjo la última batalla de la toma del fuerte de Benasque; una batalla que no tendría que haber sucedido. Josef podría estar vivo.
Poco después, Zilia, como todos, se entera de que el rey Fernando VII ha restaurado el absolutismo. Las aguas vuelven a su cauce. España tiene a su rey español. Los nuevos catecismos políticos insisten en la unidad. Repiten que, como todos, ella es española por la gracia de Dios y por la Constitución de la monarquía. Con el paso del tiempo, Zilia aprende que también hay defensores y detractores del absolutismo y sospecha que ese pueblo unido que ha luchado por la independencia frente al invasor puede tomar de nuevo las armas para luchar por la libertad frente a la tiranía.
Estas conversaciones ya no le interesan a Zilia porque no las puede comentar con Josef. Se ancla al pasado. Prefiere leer que la guerrilla de la que formó parte Josef se ha convertido en inspiración para otros lugares del mundo, ha animado a quienes resistían a los franceses en otros territorios extranjeros e incluso ha inspirado a escritores ingleses.
Sus padres, preocupados por ella, le repiten que la vida sigue.
Crecen cada año las cosechas de heno, centeno y algo de trigo. Paren las vacas y las ovejas terneros y corderillos. Crecen las ramas que arderán en los hogares y las hojas de fresno que alimentarán a los conejos. Se casan sus amigas y fundan nuevas familias. Se celebran bautizos. Se cavan tumbas. Los franceses y los españoles retoman sus negocios en tierras fronterizas.
Zilia reconoce que todo continúa como siempre, pero su mirada ha cambiado. La gran guerra contra los franceses ha terminado hace tiempo, pero ella no ha sentido la paz.
TITULO: DESAYUNO - CENA - SABADO - ENREDATE - ¡ QUE HAY DE NUEVO ! - ¡ ATENCION Y OBRAS ! CINE - Vivan los novios - Telecinco - Lucharon contra el frío,.
¡ ATENCION Y OBRAS ! CINE ,.
¡Atención y obras! es un programa semanal que, en
La
2, aborda la cultura en su sentido más amplio, con especial atención a
las artes escénicas, la música, los viernes a las 20:00 presentado por
Cayetana Guillén Cuervo, etc, foto,.
Vivan los novios - Telecinco ,.
Vivan los novios fue un concurso del género Dating show, emitido las tardes de los sábados por la cadena española Telecinco entre 1991 y 1994., Presentador Andoni Ferreño, Arancha del Sol, Natalia Estrada y Gabriel Andres Corrado Andreacchio, etc,.
DESAYUNO - CENA - SABADO - ENREDATE - ¡ QUE HAY DE NUEVO ! - Lucharon contra el frío,.
DESAYUNO - CENA - SABADO - ENREDATE - ¡ QUE HAY DE NUEVO ! - Lucharon contra el frío , fotos,.
Lucharon contra el frío,.
Fueron nuestros compatriotas. Lucharon en primera línea en el frente ruso, el más letal de la II Guerra Mundial. Pese a constituir sólo una mínima parte de los ejércitos desplegados, destacaron por su valor sirviendo dentro del ejército alemán de la II Guerra Mundial, posiblemente la mejor máquina militar de la historia de aquel conflicto.
( Desayuno )
Por ello, fue una de las unidades más condecoradas, así como la de mayor nivel intelectual por contar con el más elevado número de universitarios registrado de las guerras en las que ha participado España. Si a esto sumamos que el propio Hitler, poco dado a elogiar a nadie que no fuera alemán, llegase a alabar su desempeño en las batallas, no resulta difícil entender la inmensa fascinación que la actuación del contingente español en la campaña soviética sigue despertando tres cuartos de siglo después. Pero hay un sinfín de razones más.
( Cena)
Sobresaliente en una difícil tesitura editorial
Pese a la difícil tesitura editorial, estas dos décadas del siglo XXI pasarán a la Historia como una época sobresaliente por la cantidad y calidad de aportaciones bibliográficas relativas a todos los períodos de la Historia de España. Ello, añadido a que la II Guerra Mundial es la guerra “favorita” de lectores de todo el mundo, ha desencadenado que en el estudio de la División Azul hayan confluido rigurosos trabajos de investigación en sus distintos ámbitos: combates, los distintos cuerpos y servicios militares, biografías de sus integrantes… Sería difícil, además de muy injusto, destacar unos sobre otros. Como muestra de lo mucho y variado que se edita citaremos las obras de los veteranos divisionarios Guillermo Díaz del Río (Los zapadores de la División Azul), y Sanz Jarque (Alas de águila), o de historiadores de la talla de Luis Togores y Gustavo Morales (La División Azul, Las fotografías de una historia), o el libro de Salvador Fontenla, Los combates de Krasny Bor que, por su gran interés, se reeditará en fechas próximas. Junto a ellas, otras ya reseñadas en Zenda como la de Juan Manuel Poyato (Bajo el hielo y sobre el fuego: Historia de la sanidad en la División Azul) y las de Francisco Torres (Soldados de hierro y Cautivos en Rusia), todas ellas de la Editorial Actas.
Por ello, está fuera de toda duda que la División Azul despierta a día de hoy mucho más interés que nunca. De ahí que su producción editorial desborde la historiografía para entrar en el mundo del memorialismo, la novela, o que existan incluso subgéneros como la “literatura del cautiverio”.
Tal vez el constatar la existencia de esta excelente y abundante producción ha sido lo que ha movido a La Esfera de los Libros a intentar ofrecer al público una obra global y compilatoria de lo mejor de lo mejor. Y qué mejor que encargárselo al mejor. Resultado: La División Azul, de 1941 a la actualidad, de Carlos Caballero.
Carlos Caballero Jurado (Ciudad Real, 1957) es uno de los más reputados expertos en la historia militar de la II Guerra Mundial —sobre todo del Frente del Este—, y más concretamente de los europeos alistados en la Wehrmacht alemana, para luchar contra Stalin y contra la amenaza del Ejército Rojo. Caballero ha estudiado a voluntarios de los países bálticos, belgas flamencos, franceses, caucasianos, ucranianos y también los exiliados “rusos blancos”. Ello le da una posición privilegiada y distintiva respecto al resto de los investigadores del tema. No en vano le avalan ocho títulos en la famosa editorial británica Osprey Publishing, dedicada a la historia militar, y sus obras han sido traducidas a once idiomas. Entre sus libros citaremos los imprescindibles Morir en Rusia, El cerco de Leningrado y División azul: Estructura de una fuerza de combate.
El autor es toda una referencia en la bibliografía divisionaria desde que comenzase hace casi cuatro décadas en la revista Defensa (revista en la que también escribía por aquellas fechas un jovencísimo Arturo Pérez-Reverte), y desde entonces no ha dejado de publicar libros, prólogos, recensiones, acotaciones y artículos, así como participar como experto en jornadas y simposiums sobre el tema
Lo que es capital señalar es que tanto la intensa producción antes citada y las obras de Caballero, sin excepción, han contribuido de forma eficaz a desmontar estereotipos y flagrantes falsedades en ámbitos tan diversos como las motivaciones de los divisionarios, el desarrollo de operaciones, cifras sobre efectivos o detalles sobre organización de las unidades. Es casi una especialidad del autor el desmontar mitos que no por arraigados dejan de ser por completo falsos, como la participación de españoles en la defensa del búnker de Hitler, que jamás existió (algo que algunos historiadores de izquierdas han querido usar como prueba de cierta “complicidad con el nazismo”).
Debemos insistir, tal vez, en la efectividad con la que Caballero —siempre basándose en documentación y testimonios— rebate todo este interés “enconado” en negar la voluntariedad de los alistados, que se explica por no querer reconocer en estos anticomunistas la abnegación, el esfuerzo, el romanticismo y el idealismo, valores que en grado sumo exhibieron estos combatientes.
La División Azul, de 1941 a la actualidad: La obra global
Sus 876 páginas confieren a la obra un carácter casi enciclopédico, pero su formato de 16×24 cm y la tipografía elegida hacen que resulte manejable. Su erudición no está reñida con un destacado planteamiento didáctico —no han caído en saco roto los 35 años de docencia del autor—. Ello lo hace un texto muy valioso para el que se inicia en el conocimiento de la División, con una rotunda capacidad de aplastar los mitos que le hayan podido llegar al lector aficionado, usando para ello la documentación y también la lógica “pura y dura”. Pero también la obra resulta crucial para el investigador avezado. ¿Por qué? Por exhibir un gran equilibrio entre el ingente conocimiento, el profundo dominio de las fuentes directas y la maestría en el relato operacional.
Para aficionados y expertos, el autor ofrece en sus páginas una síntesis crítica de las aportaciones de la amplia bibliografía de los últimos 20 años. Y ha conseguido lo más difícil: dar ritmo a la concatenación de temas y conseguir el desarrollo global, no por agregación sino por integración. Además, no es un relato frío, sino que transmite con convicción y rigor las razones que movían a los divisionarios, más allá de las puramente bélicas, lo que sobredimensiona el relato castrense para navegar en la esfera de los sentimientos. El lector se sitúa muy cerca de lo que sintieron, padecieron, lucharon y por lo que murieron. El resultado: un texto que se configura como el mejor libro para conocer lo que fue la División Azul en su conjunto.
El capítulo I arranca con la famosa frase de Serrano Súñer: “¡Rusia es culpable!”. El detonante imprescindible… Tras él, una concesión lírica: cual banda sonora textual, el autor va titulando el resto de los capítulos con versos de las canciones que elevaban el ánimo de los divisionarios en las duras jornadas.
Rusia es culpable
En el capítulo inicial, Caballero repasa las perspectivas históricas en las que debe situarse la División Azul, recordando cómo nuestro país jamás ha tenido conflictos con Rusia, pero debido a las experiencias traumatizantes del régimen del Frente Popular, cuando se lanzó la llamada a los jóvenes para un alistamiento contra la “Rusia Comunista”, este desbordó todas las expectativas. Y al analizar este tema descarta fundadamente las leyendas de levas forzosas de las que tanto se ha hablado (que en realidad ya había desmentido hasta un informe interno del PCE de febrero de 1942). La verdad es que centenares de miles de españoles arrastraban “deudas pendientes” con el comunismo: asesinatos de familiares, camaradas y amigos; expolio de propiedades —no fincas ni grandes empresas, sino viviendas y bienes personales—; largas penas de prisión, las vivencias de las checas del terror rojo y el recuerdo indeleble del «muera España, viva Rusia» que tanto había publicitado el Frente Popular.
En realidad, para ellos la sovietización había provocado el estallido de la guerra en la que —además de los caídos en combate y los muertos en represalias políticas— decenas de miles de personas murieron de hambre y penalidades. Junto a estas heridas “físicas” estaban los nada desdeñables daños morales causados en las creencias más profundas de los millones de españoles de entonces, el catolicismo, con las profanaciones, destrucción y escarnio de tantos símbolos sagrados.
Por ello se alistaron excombatientes, pero también jóvenes que eran niños en la Guerra Civil y no habían podido luchar contra “los rojos”, familiares de asesinados, y republicanos arrepentidos de haber apoyado en su día al Frente Popular. Junto a estos perfiles, aparecen también los jóvenes que tenían lo que se conoce como “vocación militar” y que deseaban hacer de la milicia su forma de vida, y que esperaban que la campaña de Rusia fuera para ellos una gran escuela.
En todo caso, el número de los presentados, tanto en la Falange como en los cuarteles, fue muy superior al requerido e infinidad de solicitudes rechazadas. Aspirantes falseaban su año de nacimiento —tanto por arriba como por abajo— para no quedar excluidos del arco exigido (entre 20 y 28 años).
Que el grueso del contingente del alistamiento lo formaran españoles con intenso compromiso ideológico falangista vino marcado desde la inicial exhortación al alistamiento:
Camaradas: no es hora de discursos. Pero sí de que la Falange dicte en estos momentos su sentencia condenatoria: ¡Rusia es culpable! Culpable de la muerte de José Antonio, nuestro fundador. Y de la muerte de tantos camaradas y tantos soldados caídos en aquella guerra por la agresión del comunismo ruso. El exterminio de Rusia es exigencia de la Historia y del porvenir de Europa.
Ellos le darían a la unidad el nombre con el que ha pasado a la Historia: «División Azul», aunque su nombre oficial español fuera el de División Española de Voluntarios (DEV), y para los alemanes la 250ª División.
Aunque los voluntarios falangistas representaban a todas las clases sociales, abundaron los estudiantes, profesores, escritores e intelectuales, y de ahí deriva el gran valor de las memorias publicadas sobre la campaña (y de las que se conservan inéditas), fuentes directas usadas de forma recurrente por Caballero.
Pese el aplastante dominio “azul”, en esta nueva cruzada contra el bolchevismo, aunque se pretendió que la División tuviera un carácter unívocamente falangista, la realidad es que los cuadros de mandos, de coroneles a cabos, los formaron militares del ejército español, lo que le proporcionaría a la unidad una eficacia de la que hubiera carecido de ser una fuerza puramente miliciana. Esta simbiosis de profesionalidad y profundas convicciones ideológicas —y también las creencias religiosas— se refleja claramente en variados aspectos, que van desde las letras de las canciones que entonaban a la omnipresencia de “detentes”. Toda la historia de la División Azul está marcada por una ética basada en la aceptación de la muerte como destino, en férreas creencias, en un intenso patriotismo. Idealismo, estoicismo e incluso mesianismo, son los valores que forman la peculiar escala de valores de la unidad. Y la combinación de todo ello le haría ser una de las unidades más destacadas en la historia militar española contemporánea y también la más competente de entre las fuerzas extranjeras que combatieron como aliados de Alemania en su lucha contra el Ejército Rojo de Stalin.
Con todo, no podemos olvidar que para los militares procedentes del bando vencedor en la Guerra Civil, la campaña de Rusia no sólo era una cuestión ideológica, sino también una oportunidad profesional. Iban a combatir codo con codo con el ejercito reputado como el mejor del mundo. Y por ello utilizaron influencias para ser seleccionados, ya que los voluntarios superaban las plazas de oficiales ofertadas, e incluso algunos de ellos se alistaron en grados inferiores o como soldados rasos. Como ejemplo, en la Academia General Militar de Zaragoza, la totalidad de la promoción de 1941 quiso ir voluntaria, pero sólo fueron admitidos los más destacados en táctica y topografía.
La coexistencia entre dos visiones sobre el sentido de la unidad, la puramente falangista y la militar, no dejaría de provocar fricciones. Por ejemplo, aunque los integrantes fueron uniformados de acuerdo a las normas del Ejército, se les permitió usar la camisa azul mahón falangista y se les proporcionó la boina roja carlista, algo a lo que se oponían los mandos militares españoles. La polémica se zanjó cuando el general Muñoz Grandes también exhibió el cuello de la camisa azul en su uniforme.
La presencia de la boina roja del Requeté sólo respondía al controvertido decreto de unificación, porque el carlismo, el otro componente ideológico antibolchevique de la anterior “cruzada” (la Guerra de España), no participó de forma oficial. Hubo instrucciones expresas de las jerarquías carlistas para que no se alistaran.
La desvinculación del carlismo de la División Azul no se dio sólo por motivos religiosos, como argumentan algunos tradicionalistas (esgrimían que el régimen nacionalsocialista era anticristiano), sino por la fuerte corriente aliadófila generada por don Javier, el pretendiente carlista, que fue combatiente en Bélgica y acabaría en el conocido campo de concentración de Dachau, del que se salvó milagrosamente. Tampoco debe desdeñarse el rechazo de su líder español, el sevillano Manuel Fal Conde, al dominio de la Falange.
Sin embargo, a título individual, en las filas de la División Azul sirvieron más carlistas de lo que se suele creer, en los que el anticomunismo primó sobre cualquier otra consideración política a la hora de alistarse —entre ellos, el padre del afamado chef Carlos Arguiñano—, y su convivencia fue espléndida aunque hicieran chascarrillos —como eran pocos, a los requetés, en chanza, los falangistas los llamaban requetrés—.
La vinculación nazi
La historiografía mas reciente y erudita ha evidenciado rotundamente que ninguno de los voluntarios demostró afinidades con el nazismo. Se ha demostrado en obras como la ya citada Soldados de hierro y se vuelve a demostrar en esta. Lucharon junto a ellos, pero no por ellos. Lucharon, como ya hemos explicado en otros trabajos, por combatir un comunismo materialista y ateo al que culpaban de la guerra fratricida. Es curioso que se les acabara estigmatizando por combatir jurando fidelidad a Hitler —lo que no dejó de ser un puro formalismo—, cuando la historia ya ha demostrado que a quien se enfrentaban —que no era otro que Stalin— fue el responsable de uno de los totalitarismos más sangrientos de la historia de la Humanidad, y que multiplicaría por diez los muertos ocasionados por el Führer. Stalin gobernó sobre un vasto sistema de terror y sobre el esclavismo de masas, aspecto este último que muchos de los voluntarios de la División Azul padecieron en sus propias carnes: los que terminaron en los Gulags soviéticos, explicado en detalle en la exitosa reseña de Cautivos en Rusia que apareció en Zenda.
Una cuestión clara que demuestra que la División Azul no pertenecía a las fuerzas nazis es que, a diferencia de unidades de otros países aliados de Alemania, jamás estuvo bajo órdenes alemanas y siempre fue encuadrada y dirigida por oficiales españoles.
En realidad, sirvió muy eficazmente a la política exterior española del momento. Franco no entró oficialmente en la contienda, y con su extraordinaria habilidad y una diplomacia avezada evitó la entrada en la guerra, pese a las presiones de alemanes, y a las amenazas de los anglosajones que estuvieron muy cerca de invadir España, como se explica en esta obra y en Entre la antorcha y la esvástica, de Emilio Sáenz-Francés. La División Azul también serviría para que un cierto sector del falangismo, que consideraba necesario que el “Nuevo Régimen” entrara en la guerra mundial, encontrara la válvula escape para esta pulsión. A otro nivel, sirvió para liquidar la deuda moral y económica contraída con Alemania durante la Guerra Civil Española.
Sus generales, bien elegidos (tanto el carismático africanista Muñoz Grandes como Esteban-Infantes, extraordinario cerebro táctico), exhibían valores personales que desencadenaron una adhesión inquebrantable entre los divisionarios. La profunda consistencia interna de la unidad se refleja igualmente que la deserción fue en sus filas un fenómeno menos que anecdótico: irrelevante completamente (Caballero da las cifras exactas y las compara con las muchísimo más abultadas registradas en las Brigadas Internacionales).
Las hostilidades que caracterizaron el trato de los españoles con los soldados alemanes, la convivencia con la población civil rusa y la protección a personas judías son datos que se constituyen en pruebas más que manifiestas de que en la División Azul no se puede encontrar ninguna vinculación nazi. No hubo acusaciones de crímenes de guerra contra ella, y la memoria colectiva rusa guarda un recuerdo emocional de la conducta española, muy destacada en el ámbito sanitario y asistencial, como tan bien ha desarrollado el doctor Poyato en Bajo el fuego y sobre el hielo, su erudito estudio sobre los servicios médicos de la División Azul.
Un gran desarrollo argumental
Los siguientes capítulos de la obra de Caballero abordan de manera cronológica la historia de la División Azul. En “¡Rusia es cuestión de un día!: De España a Nóvgorod, la cuna de Rusia» se describe la organización y marcha hacia el frente de la unidad. En los titulados “¡Nada nos importa el frío, teniendo la sangre ardiente!” y “Morir en la nieve, como cara al sol”, se narra la presencia de los españoles en el frente del río Vóljov. En otros dos, los titulados “Cuando vuelva a España con mi división”, «Asediando Leningrado: Gloria y tragedia en Krasny Bor» y “Adiós, hermosa Katiusha: A la defensiva frente a Leningrado», los ciclos de combates en el frente de Leningrado.
Sigue el estudio cronológico con “¡Adiós, Lili Marlén!: De Leningrado a Berlín, pasando por los Pirineos y los Balcanes», donde se analiza la presencia de los españoles en las filas alemanas tras la retirada de la DEV en 1943, (especialmente en las unidades clandestinas, tema controvertido explicado con rigor). Puesto que en algún caso estos hombres sirvieron en unidades de la Waffen SS, el hecho ha dado lugar a una infinidad de leyendas, que Caballero sitúa en su justa medida.
El siguiente capítulo, “¿A qué fuimos a Rusia?”, analiza cómo vivieron los divisionarios el recuerdo de su experiencia. Por las filas de la División Azul pasaron 45.000 hombres, que sufrieron una terrible experiencia (casi 5.000 muertos, muchos miles más de heridos, mutilados, congelados) y varios cientos de prisioneros, una experiencia que marcó tanto a los supervivientes que a su vuelta se asociaron en Hermandades y publicaron un elevadísimo número de testimonios tras el final de la II Guerra Mundial. Ellos jamás renegaron de su experiencia, y no es extraño, ya que tenían motivos para sentirse orgullosos: había condecorados con 2.362 cruces de Hierro de 2ª clase y con 135 de 1ª clase, además de las propias del ejército español, entre las que destacaron por su extraordinario valor las ocho Cruces Laureadas de San Fernando otorgadas a sus miembros, todas ellas a título póstumo, excepto la concedida al mítico capitán Palacios, que pudo recibirla tras ser liberado del Gulag stalinista.
El libro cierra sus páginas con análisis exhaustivo del debate historiográfico existente en torno a la División Azul y un apéndice documental donde se recogen hasta más de 800 fuentes distintas.
El desarrollo bélico: táctica y estrategia
La narración de las batallas será un apartado que cautivará al lector por su claridad y rigor a nivel estratégico y táctico. La División Azul ha dejado en nuestra historia militar un rosario de nombres en ruso que a un lector que no esté muy especializado le cuesta entender. Los grandes ciclos de combates (la ofensiva al Este del Vóljov; las luchas defensivas al Oeste del Vóljov; los combates en el frente de cerco a Leningrado) son analizados a nivel estratégico, pero muchos de los combates concretos y en áreas más restringidas (Sitno, Dubrovka, Nikitkino, Possad, Chevelevo, Udarnik, Teremez, Maloye Samoshie, Sapolje, Poselok, etc.) son descritos con un rigor que agradecerá un profesional de la milicia y con la claridad que los hace inteligibles al público menos versado en los temas castrenses.
Para facilitar la comprensión de este apartado, La División Azul, de 1941 a la actualidad: Historia completa de los voluntarios españoles de Hitler presenta un valor añadido. Junto a la selección de fotografías en papel couché, ofrece una rica y cuidada cartografía, compuesta por 25 mapas originales. “Como historiador militar, me obligo a que el lector tenga conciencia exacta de lo que estaba ocurriendo en los frentes, y la cartografía le permite posicionarse en cada momento en la situación estratégica en que estaba envuelta la División Azul, sus despliegues propios, etc.”, ha declarado Caballero a Zenda.
Y es que el componente puramente “militar” en la historia de la División Azul es realmente sorprendente. Desde territorio bávaro, donde estaba instalado el campamento de instrucción, partieron en tren hasta la frontera polaco-soviética y, una vez allí, a pie hasta el frente ruso, en marchas de 50 kilómetros al día con 40 kilos de equipo, pernoctando en los gélidos caminos. Tras un mes de marcha, ya en el frente de batalla, vivieron el invierno más frío del siglo, donde la congelación causó más bajas que las balas, llegando a sufrir los 51 grados bajo cero. El sector al que se les asignó, en el Vóljov, incluía la ciudad de Nóvgorod, la primera capital rusa, que los soviéticos deseaban liberar por obvios motivos. Apenas llegados al frente, los españoles cruzaron el Vóljov, junto con tropas alemanas, hacia el Este, pero para entonces la Wehrmacht estaba exhausta y tras dos meses de combates los soviéticos los devolvieron a las líneas de partida. En este periodo la División Azul escribió páginas épicas como las de Possad.
Envalentonados, los soviéticos quisieron seguir progresando hacia el Oeste, rebasando a su vez el Vóljov. Pero de manera muy significativa y reveladora, lo hicieron al Norte del sector ocupado por los españoles, ya que la División Azul era, a ojos de los soviéticos, una unidad impenetrable.
También se hundió el frente alemán al sur del sector ocupado por la División azul, en la ribera meridional del Lago Ilmen. Y aquí los voluntarios anticomunistas españoles escribieron una de sus páginas más gloriosas, cuando su Compañía de Esquiadores, al mando del Capitán Ordás, compuesta por 228 hombres, protagonizó una épica misión en enero de 1942. Atravesó el congelado Lago Ilmen con temperaturas de -50ºC para socorrer a un destacamento alemán sitiado en la aldea de Vzvad. Se empeñaron con tanto heroísmo y espíritu de sacrificio que al terminar su misión —con éxito— del contingente inicial solo restaban indemnes 12 hombres.
La misma gesta, pero a mucha mayor escala, se repitió en la batalla de Krasny Bor. Tras obtener el triunfo de Stalingrado, el Ejército Rojo se sentía invencible. Y por ello, apenas unos días después de que Paulus se rindiera en la célebre ciudad del Volga, atacaron a la unidad española. Cuatro divisiones soviéticas contra un regimiento español. Pero hubo tal derroche de heroísmo y de pericia, tal voluntad de resistencia y capacidad de sacrificio, que los soviéticos fracasaron estrepitosamente. La División Azul nunca tuvo su propio “Stalingrado”.
Otras cuestiones de interés
En el desarrollo del libro también debe destacarse cómo se presenta la acción de los diplomáticos, el trabajo de los propagandistas, las tensiones políticas que se generaron en torno a su existencia y otros aspectos sorprendentes, como la infinidad de premios literarios de ámbito local durante aquellos años, por citar un ejemplo. O que el Nobel gallego Camilo José Cela escribiera en la Hoja de Campaña, la publicación semanal divisionaria. O que el maestro Azorín escribiera elogiosos artículos sobre ella…
Con fluidez, en la obra se transita de periódicos soviéticos a informes de espías británicos, aunque “la parte del león” corresponde a la descripción de la experiencia divisionaria en sí misma, tanto en el frente como en la retaguardia. De ahí que Caballero también aborde —sin caer en la sensiblería— las vivencias más íntimas de los combatientes. Pero sin duda, uno de los grandes bastiones del libro es su contundencia en esclarecer los numerosos mitos y leyendas en los diferentes ámbitos que rodean la existencia de la División Azul.
Los voluntarios de la DEV fueron —y son— vilipendiados por unos y grandes héroes para otros. Pero nadie puede negar su valor sobrehumano y heroísmo en situaciones extremas. Protagonizaron un singular capítulo de la Historia de España, en el que fueron a luchar en las gélidas estepas rusas contra el comunismo y por su Dios en nombre de su patria.
Durante el transcurso de la II Guerra Mundial, la propaganda británica se cebó contra la División Azul. Afirmaron que estaba compuesta por civiles sacados de las cárceles y soldados reclutados a la fuerza. Sin embargo, acabada la guerra, los primeros que escribieron palabras altamente elogiosas sobre la División Azul fueron precisamente historiadores británicos. La guerra había acabado y la propaganda ya no era necesaria, por lo que se imponía la Historia. No ocurre lo mismo en España, donde la izquierda historiográfica sigue lanzando ataques tan burdos y falsos contra la División Azul como si aún hoy sus miembros estuvieran en las orillas del Vóljov o en los arrabales de Leningrado.
Con obras como La División Azul, de 1941 a la actualidad, de Carlos Caballero, los divisionarios han ganado una nueva batalla: ser reconocidos por la historia con justicia, demostrando, con todo el rigor de la investigación científica y parte del corazón del autor, cómo eran, cómo lucharon, cómo sintieron, padecieron y murieron, liberándose de forma definitiva de mitos, infamias y leyendas para una posteridad que debería reconocerlos como lo que fueron: los últimos combatientes románticos de nuestra Historia.
TITULO:
REVISTA MUJER HOY DE CERCA PORTADA - VIAJANDO CON CHESTER - Antía Jácome - Piragüismo ,.
VIAJANDO CON CHESTER
Viajando
con Chester es un programa de televisión español, de género
periodístico, presentado por Pepa Bueno, en la cuatro los domingos las
21:30, foto, etc.
REVISTA MUJER HOY DE CERCA PORTADA - Antía Jácome - Piragüismo ,.
Antía Jácome - Piragüismo ,.
Viajando con Chester es un programa de televisión español, de género periodístico, presentado por Pepa Bueno, en la cuatro los domingos las 21:30, foto, etc.
Piragüismo - Antía Jácome: «La primera vez que subí a una canoa dije que no quería volver a ver otra en la vida»,.
La gallega, una de las grandes esperanzas del piragüismo español, aspira a dos medallas en París, una en solitario y otra formando pareja con María Corbera. Un objetivo ambicioso, pero alcanzable,.
Galicia, Sevilla, Mallorca... Incluso Kenia, el camino de Antía Jácome a los Juegos de París: "La gente me decía: 'Haces piragüismo, ¿qué es eso?'"
Con 15 años se fue de casa en busca de su sueño olímpico. En el último Mundial ganó tres medallas de plata, dos junto a María Corbera, compañera y a la vez rival por el barco individual. Un viaje a Kenia le ha cambiado la mentalidad
"Horrible" y "bonito" son antónimos, dos términos que no deberían casar bien en la misma frase... O sí. "La parte final de la regata es horrible, pero también la más bonita. En los últimos 100 metros es cuando lo pasas peor, te llega toda la fatiga, te pican los brazos, pero no puedes dejarlo porque si no te pasan. Aguantas con lo que puedas. Y también es muy satisfactorio llegar a la meta y que lo puedas celebrar... O no, pero vas a llegar y la sensación es: 'Ya está'”, describe la piragüista Antía Jácome, que la última temporada, después de ese esfuerzo del que habla, acabó "muerta", pero pudo celebrar siempre, pues hizo podio en todas las competiciones que disputó, uno de los motivos por los que ha sido galardonada con el premio Admiral a la mejor deportista de 2023. Tres veces subió al cajón en el Mundial, tres platas en C2-200, C1-200 y C2-500. Las dos últimas pruebas son olímpicas, por eso es una de las opciones de medalla en los Juegos de París. "Sí me imagino con esas medallas", asegura, pero no desde la soberbia, sino desde la confianza en sí misma y en el trabajo que viene realizando.
En una de esas distancias da paladas sola, en otra con su amiga y a la vez rival María Corbera. El nivel de piragüismo en España es muy alto y la competencia por estar en los Juegos es feroz. Antía y María van a pelear en el selectivo de abril por el barco individual para París y después se unirán para buscar el objetivo por parejas. "Antes lo llevaba mal, porque realmente no nos conocíamos y era una rivalidad que hacía que hubiese un poquito de mal rollo, tensión que no sabíamos cómo llevar. Pero desde que empezamos con el barco de equipo, realmente María es muy, muy buena persona, no tenemos ningún roce, somos totalmente diferentes, pero complementarias. Cuando estamos en el C1 las dos queremos ganar, siempre vamos a tener esa rivalidad, pero es sana, es que queremos ser las mejores porque estamos entrenando para eso", afirma Antía Jácome, que entrena en Mallorca, mientras su compañera lo hace en Aranjuez, aunque de vez en cuando se juntan para prepararse a la vez.
El viaje hasta París de Antía ha tenido muchas paradas. Todo empezó en su Galicia natal, casi por casualidad. Era la típica chiquilla inquieta que probó con muchos deportes. Hizo balonmano, siguiendo los pasos de su madre, gimnasia rítmica y hasta bici de montaña. Era divertido, pero nada le llenaba del todo. Entonces conoció el piragüismo casi por casualidad, y fue un flechazo: "Mi padre quedaban una vez al año con sus amigos a cruzar la Lanzada, que es una de las playas más largas de Galicia. Decidimos acompañarlo con un kayak de estos grandes que no vuelcan, y a mí me encantó y se me metió en la cabeza que quería hacer piragüismo y me pasé todo el trayecto diciéndole a mi padre: 'Quiero hacer piragüismo, quiero hacer piragüismo'. Dio la casualidad de que ese día nos encontramos con un amigo suyo y su hija hacía piragüismo en el club donde yo estaba en Pontevedra, y al lunes siguiente ya estaba apuntada. Me daba un poco de vergüenza y le pedí a una amiga que viniera conmigo, pero fue la mejor decisión de mi vida, sin duda", recuerda. "No había nada que me hubiese gustado tanto. Era raro también porque la gente me decía: 'Haces piragüismo, ¿qué es eso?'; y cuando aún lo explico ahora es como ¿piragüismo?", añade. Ella ha abierto camino en su familia en este deporte y su hermano Martín ya ha sido campeón del mundo sub’23.
A Sevilla con 15 años
Antía no tardó en destacar y con 15 años se fue a Sevilla con la selección. "Sin mis padres, vivir sola en un centro de alto rendimiento... Era muy guay. Aunque después te hacen falta, te sientes sola muchas veces, pero yo no lo pasé mal", reconoce. Fueron seis años hasta que los entrenadores que tenía se marcharon sin avisar a entrenar a China, y tuvo que volver a hacer las maletas para ir a Mallorca en 2022. Allí se puso a las órdenes de Kiko Martín, quien fuera técnico de Sete Benavides (bronce en Londres 2012), que ahora está de segundo entrenador.
Los de París serán sus segundos Juegos y aunque ahora va con otras aspiraciones, no pierde la humildad. "Al acabar los Juegos de Tokio me decían: 'Casi, rozando las medallas'; y yo: 'No, ¡he conseguido un quinto puesto!’ Le doy mucho valor a ese diploma, cuesta mucho lograrlo, no consideraba que hubiera perdido el bronce, no me puedo dejar contagiar por ese pensamiento. A París voy con otras aspiraciones, quiero la medalla, pero también sé ganar y sé perder; mi mentalidad la tengo muy preparada para las dos", admite.
"Llegué de Kenia y dije: 'No quiero móvil ni nada'"
Una mentalidad que reafirmó el pasado verano tras hacer un viaje a Kenia. "Me marcó mucho porque la gente vive diferente, se preocupa por menos cosas y yo siempre me preocupaba por cosas tontas, por el físico, comparándome con la gente, y me di cuenta de lo que tenía, que a mucha gente le gustaría vivir lo que estoy viviendo yo, ser deportista de alto nivel, así que deja de compararte con todo el mundo y valora lo tuyo. Ellos a lo mejor valoraban tener comida. Llegué y dije: 'No quiero móvil ni nada'", rememora Antía, que tampoco descuida los estudios: se sacó el grado superior de educación infantil y está haciendo el grado de la universidad. No tiene claro qué quiere hacer en el futuro, pero... "Como el piragüismo es un deporte no muy llamativo y que no tiene tanta repercusión, es lo que te queda, tener ese colchón detrás para el día de mañana poder estar tranquilo". Eso a largo plazo. A corto está el sueño olímpico de París.
TITULO: Viaje al centro de la tele -Tesoro de la tele - Hola Raffaella ,.
jueves - 22 - Agosto a las 22:00 horas en La 2, foto,.
Hola Raffaella,.
Selección de los mejores momentos de Hola Raffaella, un programa de enorme éxito lleno de música y de alegría.. Un recorrido por sus secciones, sus actuaciones musicales, sus juegos y sus entrevistas.
TITULO: Me voy a comer el mundo - Descubre el “Ayuno de Daniel”, la eficaz dieta basada en la Biblia que arrasa entre los deportistas,.
Descubre el “Ayuno de Daniel”, la eficaz dieta basada en la Biblia que arrasa entre los deportistas,.
Este peculiar plan que ha conquistado a las celebrities se ha convertido en la última moda en los gimnasios. Dura 21 días y solo permite incluir agua y alimentos cultivados a partir de semillas.
Mucho se ha hablado del ayuno intermitente que siguen muchos deportistas de élite sin embargo ahora un nuevo tipo de ayuno arrasa en los gimnasios por sus inumerables beneficios para la salud y para moldear la figura: El Ayuno de Daniel. Este ayuno no es nuevo pero ha vuelto a resigurgir en los últimos tiempos. Se trata de una peculiar dieta rescatada de los alimentos de los que habla la Biblia y hay constancia en ella de que tanto Moisés, Elías, Ester, Esdras, Job, David, Daniel, Pedro, Pablo, e incluso Jesús, ayunaron.
Cuando el profeta y sus compañeros fueron tomados prisioneros por los ejércitos de Nabucodonosor, prefirieron hacer una abstinencia de purificación comiendo solo legumbres y bebiendo solo agua antes de comer el vino y la comida que les ofrecía el rey.
“Te ruego que pongas a prueba a tus
siervos por diez días, y que nos den legumbres para comer y agua para
beber. Que se compare después nuestra apariencia en tu presencia con la
apariencia de los jóvenes que comen los manjares del rey, y haz con tus
siervos según lo que veas. Los escuchó, pues, en esto y los puso a
prueba por diez días. Al cabo de los diez días su aspecto parecía mejor y
estaban más rollizos que todos los jóvenes que habían estado comiendo
los manjares del rey” ,.
En base a esta historia del Antiguo Testamento se ha elaborado esta dieta, rebautizada la “dieta de Dios”, “dieta de la Biblia” o “Ayuno de Daniel”.
Está compuesta en un 70 por ciento de frutas y verduras y en un 30 por ciento de proteínas magras y granos enteros, bebiendo solamente agua.
¿Qué dice la ciencia?
Según un estudio publicado por la revista Nutrition and Metabolism, la reducción de la ingesta total de calorías no solo promueve la pérdida de peso, sino que también mejora su salud general. Los investigadores evaluaron el efecto de 21 días en el ayuno de Daniel sobre el estado de los antioxidantes y el estrés celular. Encontraron que la dieta de Daniel llevó a una reducción de calorías, una mayor ingesta de antioxidantes y un menor estrés celular. Un estudio separado encontró que el plan Daniel de 21 días mejoró rápidamente los factores de riesgo metabólicos como el colesterol, la insulina y los marcadores inflamatorios.
Richard Bloomer, de la Universidad de Memphis, ha llevado a cabo diversos estudios para analizar el Ayuno de Daniel. Los resultados indican que tras seguir este tipo de alimentación durante tres semanas, los que siguen sus directrices reducen los factores de riesgo que conducen a problemas cardiovasculares y el estrés oxidativo. Asegura que esta dieta no solo es muy similar a la dieta vegana, sino que cree que es más saludable al eliminar completamente los alimentos procesados. Aunque esta dieta no limita el número de calorías ingeridas, Bloomer cree que los que la siguen terminan comiendo menos gracias al poder saciante de los nutrientes y la fibra lo que se traduce en una considerable pérdida de peso.
Beneficios
1. Beneficios Mentales y Emocionales del Ayuno.Alivia, la ansiedad y el nerviosismo, despeja la mente de pensamientos y sentimientos negativos, disminuye la niebla del cerebro, disminuye las toxinas que pueden hacer que se sienta deprimido o cansado.
.2. Beneficios físicos del ayuno.- ayuda a romper las adicciones al azúcar- apoya la desintoxicación del cuerpo- promueve la pérdida de peso saludable- aumenta los niveles de energía- mejora la salud de la piel- Mejora la digestión saludable y la eliminación- Disminuye la inflamación sana y mejora las articulaciones- Equilibra las hormonas.
¿Qué comer para hacer el ayuno de Daniel?
Durante esta etapa debes consumir alimentos y bebidas completamente naturales. Nada debe contener químicos, conservantes, ni debe haber sido procesado o refinado por medio alguno. Los alimentos que se incluyenson:
Bebidas: Lo más recomendado es beber agua pura, sin sabores ni agregados. Consume al menos dos litros al día, tres si puedes. Otra opción es consumir jugos naturales de frutas frescas, jugos de vegetales, y sopas de vegetales cocidos.
Frutas: Son fuentes ricas en vitaminas, minerales, antioxidantes y compuestos fundamentales para el bienestar del organismo, dándole energía y más resistencia para el combate de enfermedades. En lo posible, deben ser de cultivos orgánicos, o con metodologías agrícolas convencionales tan libres de pesticidas y químicos como sea posible. No se debe consumir frutas procesadas, en conserva, mermeladas ni otras, pero si las congeladas, si no contienen agregados como azúcares, conservantes u otros. Puedes incorporar cualquier fruta y baya fresca.
Granos: Sólo se debe consumir granos enteros o integrales si necesitas complementar tu nutrición, especialmente considerando la ausencia de fuentes de proteína provenientes de la carne. Cocínalos en agua limpia, en hervor o al vapor. Incluye: arroz integral, avenas, cebada, maíz y trigo.
Legumbres: Incorpóralos si necesitas complementar tu nutrición, enjuagándolos y cociéndolos en agua pura, sin sal ni agregados. Incluye: frijoles, lentejas, arvejas, ejotes, chícharos y cacahuates.
Semillas: El Ayuno también permite consumir semillas, por sus aportes nutricionales, siempre que sean naturales y no tostadas ni procesadas. Se incluye tanto semillas como sus pastas o mantequillas, solas o agregándolas a ensaladas y sopas que prepares.
Vegetales: Poseen minerales, vitaminas, antioxidantes y buenas dotaciones de fibras, fortaleciendo el funcionamiento y la salud intestinal, entre otros numerosos beneficios para la salud. Deben ser de preferencia orgánicas, o tan libres de químicos y conservantes como puedas conseguir. Lo ideal es comerlas en crudo cuando se pueda, o cocidas al vapor, sin agregarles sal ni saborizantes. Puedes incluir cualquier vegetal natural no procesado que quieras.
Alimentos no permitidos
No se deben comer carnes de ningún tipo, ya sea de res, pescado, pollo, cerdo o de aves. Tampoco está permitido ingerir derivados de la leche tales como: queso, mantequilla, crema, cuajada, yogurt etc.
No se debe de comer mariscos de ningún tipo. Tampoco es permitido comer gluten. Absolutamente nada de comida frita. No está permito comer alimentos que contengan harina o sus derivados, en otras palabras, ningún tipo de pan o repostería.
No se debe de consumir azúcar refinada. Las comidas con alto contenido de grasa, como mantequillas tampoco deben de ingerirse. No se puede beber ningún tipo de refresco, bebida energizante o café.
Los postres tampoco están permitidos.
Varios científicos señalan que ayunar durante unos días puede ayudar a bajar de peso, aumentar el potencial del cerebro y alarga la vida.
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