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martes, 20 de agosto de 2024

DESAYUNO - CENA - MARTES - MIERCOLES -JUEVES - VIERNES - Taxis del muelle ,. / EL PAPEL HIGIENICO ROJO - EL D.N.I. - Pedro Mairal - Se quedó dormida ,. / Donde comen dos - Sardinas Cuca - Otoño en la cocina: Alimentos de temporada que debes probar,.

 

TITULO: DESAYUNO - CENA - MARTES - MIERCOLES - JUEVES - VIERNES -  Taxis del muelle   ,.

 DESAYUNO - CENA - MARTES - MIERCOLES -JUEVES - VIERNES - Taxis del muelle   , fotos,.

 Taxis del muelle,.

 La Atlatc denuncia la retirada de la parada de taxis del Muelle Santa  Catalina - La Provincia

Hubo una vez una chica que quiso morir en Venecia, ese pez bizantino que se pudre lentamente sobre el mar. Lo decidió en mitad del silencio del hombre que ya no estaba a su lado, sabiendo que antes tendría que cumplir con los vivos en algunas cosas. Pagar la última noche del lujoso albergo era una de ellas. Su amante se había marchado creyendo que ella lo haría poco después, pero no fue así. Desde la habitación de fumador con la king size bed orientada al Gran Canal, lo vio guardar la desorbitante factura en el bolsillo interior de la chaqueta de lana Harris bajo la nieve del muelle con gesto inexpresivo, casi displicente, sin volver la vista atrás.Uno no debe vivir dejando deudas pendientes; esa es la primera regla del soldado que regresa con vida y remordimientos, pequeña mía”, solía decirle siempre. Ahora comprendía que no solo se refería a las cuentas de hotel.

 

Pan Dulce Con Las Virutas De Coco Y Una Taza De Café Caliente Fotos,  retratos, imágenes y fotografía de archivo libres de derecho. Image 28076208

(Desayuno)

"La salpicadura del agua como metralla fría en el rostro les hizo desviar la atención a la verdadera belleza",.
 
 

 Acelgas con tomate - Verduras, hortalizas y ensaladas - Blog de JOAN DE  HARO NAVARRO de Thermomix® Barcelona

 ( Cena )

La llegada a la Venecia invernal siempre era atropellada, porque él imponía un ritmo marcial que de ninguna manera podía ser desobedecido por quienes formaban parte de su mundo. Caminaba a grandes zancadas a lo largo del corredor que conectaba el aeropuerto Marco Polo con la zona de los taxis acuáticos, seguido, unos pasos más atrás, por aquella chica con flamantes botas de tacón alto y un abrigo de pieles heredado de su madre, un poco anticuado, que la hacía sentirse cálida y culpable, abrazada por todos aquellos pequeños cadáveres de visón. El avispado piloto de la Riva, entrenado desde niño en la inferencia lógica como método de supervivencia, había apostado por lo seguro al verlos llegar: I signori alloggiano all’hotel Danieli, vero?

Los sillones de cuero blanco, la suave caoba color avellana y el rugido inconfundible del motor Chrysler convertían aquella lancha en un objeto irreal y cinematográfico. “Tan hermosa como la Venus de Milo”, le decía ella guiñándole el ojo. “Eres una snob”, se burlaba él. “Por eso te amo”. Ambos mentían con descaro en sus afirmaciones, pero el juego frívolo de las citas había creado desde el principio entre ellos una complicidad singular.

"Aquel coronel Cantwell bebedor y enamorado disparó a los últimos mientras esperaba su propia muerte al otro lado del río y bajo los árboles"

La salpicadura del agua como metralla fría en el rostro les hizo desviar la atención a la verdadera belleza; aquel mar construido recibía a los amantes con la diminuta isla de Tessera a babor y el cementerio de San Michele al otro lado del oleaje y los altos cipreses. Algunas gaviotas los miraban inmóviles en sus sessolas, vigías malhumoradas de los huesos de Stravinsky y Diaghilev. “Ya no quedan patos”, pensó la chica absurdamente. Aquel coronel Cantwell bebedor y enamorado disparó a los últimos mientras esperaba su propia muerte al otro lado del río y bajo los árboles. Sintió una punzada similar a la que mató al cazador y cerró los ojos. El hombre que la acompañaba la besó larga, dulcemente. Un ánade azul pasó, contradiciéndola, por encima de la Isla de los Esqueletos cuando la lancha alcanzó la Riva degli Schiavoni.

Nunca le gustó aquel hotel. Era excesivo en todo; en columnas, casetones, chimeneas, arañas de cristal; en alfombras espesas, en mármoles veteados de Turquía, blancos de Carrara, negros, jaspeados, rojizos; un hotel excesivo en siglos y en fantasmas, y por supuesto, en precio. Una vuelta de tuerca del lujo veneciano que su listo fundador, Giuseppe Dal Niel de Friuli, más conocido como Danieli, supo moldear con todo el dorado que fue capaz de encontrar hasta asfixiar la austera nobleza medieval de los Dandolo, primeros habitantes del palazzo. De ellos quedaba el recuerdo en el nombre del bar, donde la Navidad anterior él se había dejado fotografiar bebiendo un cóctel de champaña. Se la hizo llegar por mail, y era de las pocas imágenes que tenía de su amante, quien detestaba ser objetivo del foco. La estudió tan detenidamente y durante tanto tiempo que incluso llegó a ser capaz de percibir, en el invisible ojo azul de la esposa que encuadraba, una mezcla singular de admiración distante, costumbre y amor. Imaginaba al matrimonio después de hacer aquella foto, apurando el aperitivo antes de subir a la terraza cubierta con aires de transatlántico de la White Star Line, sentados en una mesa estratégicamente elegida con la cubertería de plata a la derecha, el Palazzo Ducale a la izquierda, y la copa de Barolo al frente, tiñendo de rojo las vistas de la Chiesa di San Giorgio Maggiore, mientras el nuevo año iluminaba con fuegos artificiales sus manos enlazadas sobre el mantel de lino.

Caffè Quadri

"La cubertería de plata a la derecha, el Palazzo Ducale a la izquierda, y la copa de Barolo al frente, tiñendo de rojo las vistas de la Chiesa di San Giorgio Maggiore"

Tras salvar la imponente escalera gótica, los amantes sintieron la urgencia de la soledad. Rodeados por todos aquellos espejos redundantes, se amaron durante horas en mitad de un festín de piel bronceada mil veces multiplicada en el reflejo de otros cuerpos similares a los suyos, de los que también disfrutaban, emborrachando de sexo la mirada. Con los últimos restos de conciencia, la chica arrojó el recuerdo de aquella fotografía a las aguas de la Laguna para concentrarse en la orgía oscura, desesperada, voraz, paciente, enamorada e inagotable que habría hecho sonrojar al mismísimo Casanova y a su hermosa Francesca Bruschini, desnudos y barrocos, en la buhardilla del número 6673 de la Barbaria de le Tole.

Barón Corvo

Casanova

Dos damas venecianas, Carpaccio

La Piazza de San Marcos comenzaba a llenarse de turistas a aquellas horas de la mañana. Olía a cappuccino y a salitre, y el vaho empañaba los escaparates de las tiendas. Ella pegaba la nariz al cristal helado de la joyería Nardi. “Son maravillosos los Moretti, pero ¿has visto qué precioso es ese pequeño ferro hecho de oro? Si viviésemos juntos en Venecia yo sería tu gondolera, como la joven Zildo”.

“Bueno, me temo que yo no soy el Barón Corvo, pero veremos qué se puede hacer”.

"Se amaron durante horas en mitad de un festín de piel bronceada mil veces multiplicada en el reflejo"

Arrebujados sobre el terciopelo dieciochesco del café Florian devoraban sus cornettos, todavía tibios, mirándose a los ojos. El ferro brillaba en el cuello cálido de la chica. “Ahora no pareces una gondolera, pequeña mía. Sonríes como la mismísima contessa Renata”.

El frío de diciembre cortaba las piedras, pero no les importaba. Como toda ciudad medieval, Venecia había sido diseñada para engañar a la intemperie. Las calles secundarias, dobladas y equívocas que se desplegaban en torno a los concurridos espacios turísticos, recompensaban con insólita soledad a los viajeros que se atrevían a desafiar su laberinto. Aquel hombre experto en mapas sabía orientarse sin dificultad. Ella le había visto moverse por el zoco de Orán, el Gran Bazar de Estambul, las callejuelas de la vieja Tiro, la selva de El Salvador o las carreteras nevadas de los Cárpatos con la naturalidad del que sabe que le va la vida en ello. Sobrevivir era su profesión, y la ejercía incluso cuando no era necesario.

Retrato de caballero, Lorenzo Lotto

“Aprende a identificar el recorrido del sol, a localizar las posibles salidas antes de entrar en cualquier lugar, a doblar el plano de manera estratégica para que, desde el bolsillo, puedas sacarlo y echar una ojeada rápida sin llamar la atención y, sobre todo, pequeña, no confíes nunca tu suerte a la tecnología, porque tarde o temprano fallará”.

"Habría hecho sonrojar al mismísimo Casanova y a su hermosa Francesca Bruschini, desnudos y barrocos, en la buhardilla del número 6673 de la Barbaria de le Tole"

Evitando las calles principales, cruzaban algunos campi con puestos de frutas y verduras, numerosos campielli con los gatos de Corto Maltese dormitando en pozos de mármol de cuatrocientos años de antigüedad; húmedos sotoportegos, ramos oscuros donde siempre se besaban, cortiles, fondamente, rio-terras, rugas y viejos puentes con nombres deliciosos: Puente de los Asesinos; Puente de las Peleas, del Paraíso, de la Muñeca, del Tuerto, y el singular Ponte Chiodo, sin barandilla. Ella adoraba cruzar ese puente, porque era el único lugar público de Venecia donde él le cogía la mano.

Peggy Guggenheim

"Como toda ciudad medieval, Venecia había sido diseñada para engañar a la intemperie"

El recorrido, en realidad, era una excusa para visitar a los conocidos de siempre: en la Galleria della Academia, al Caballero Joven pintado por Lorenzo Lotto, al que los íntimos llamaban cariñosamente duque de Bomarzo por obra y gracia de Mujica Lainez y la editorial Seix Barral; en el Ca’Venier dei Leoni, a la incomparable Peggy Guggenheim, que quizás hizo de ella misma la obra de arte más auténtica, más costosa y más duradera de su increíble colección. En el museo Correr, imposible evitar el reencuentro con las dos damas del enigmático Carpaccio a las que Ruskin, ese “sacerdote del arte”, convertiría en prostitutas venecianas; y en Ca’Pesaro siempre les esperaba la belleza modernista de la hermana de Boccioni, eternamente oculta entre sombras color pastel. Terminaban su largo paseo en la punta de la Dogana donde aguardaban, tiritando bajo la farola, para saludar a un viejo amigo; un joven flaco y aventurero que solía aparecer por allí con la última luz de la tarde, mochila al hombro, a leer un rato en soledad un librito desconocido de Fruttero y Lucentini.

Retrato, Uberto Boccioni

Luego cenaban en la Antica Carbonera o en l’Osteria di Santa Marina, devorando los espaguetis con botarga y el fegato con polenta mientras se miraban a los ojos deseando estar desnudos otra vez.

"Se detuvo y los saludó en mitad de la Marcha Radetzky, tocándose el ala de su sombrero de gabardina"

Llovía a cántaros en la Piazza desierta, pero a los músicos del café Quadri parecía no incomodarles, desempeñando, solemnes, su papel de impasible orquesta de un Titanic de piedra. “Lord Byron, Goethe, Stendhal, Henry James y tantos otros ilustres parroquianos se habrían sentido orgullosos, como ella lo estaba aquella noche, de ese elegante e inútil gesto”, pensó la chica. “¡Beau Geste, caballeros!” El hombre que caminaba a su lado parecía leerle el pensamiento; se detuvo y los saludó en mitad de la Marcha Radetzky, tocándose el ala de su sombrero de gabardina. Luego se volvió a besarla. “No tan inútil, pequeña. No tan inútil”.

La noche descorría las cortinas del teatro de Venecia modificando la sólida escenografía de Canaletto. La ciudad se abría como una cortesana asomada al Gran Canal, exhibiendo su vulnerable belleza de vidrio de Murano iluminado, mientras la góndola de los amantes avanzaba por canales recónditos. Bajo una áspera manta militar, él la acariciaba suavemente, un gesto inusual en aquel hombre cuyas manos estaban hechas para maniobrar el timón, leer viejos libros, montar a ciegas un kalashnikov, brindar el placer brutal de unas pocas horas de hotel, o matar. Amaba tanto a aquel hombre egoísta, valiente, injusto y desconocido que deseó con todas sus fuerzas que muriese allí, entre sus brazos, sobre aquel ingenio oscuro y asimétrico que, a pesar de sus doscientas ochenta piezas y sus ocho tipos diferentes de madera, era capaz de flotar con la elegancia de un bucintoro fúnebre.

"La ciudad se abría como una cortesana asomada al Gran Canal, exhibiendo su vulnerable belleza de vidrio de Murano"

De repente se dio cuenta de que estaba tremendamente cansada. Nunca tendría una forcola de nogal en la biblioteca, ni un gonfalone veneciano ondeando en la driza de babor, ni una Navidad en el Danieli o un anillo de bodas. Pero tenía aquella noche en la góndola y la súbita aparición del condottiero Colleoni con su imponente ferocidad de bronce; el reflejo de La Fenice en el agua sucia; una magnífica colección de fotografías de camas revueltas en casi todos los hoteles del mundo y el anillo de plata saharaui de un muerto. Eso tal vez justificara una vida.

También tenía aquella pulsera de oro que él le regaló una Navidad; finísima, como un filamento amarillo, que se doblaba siempre al apoyar la muñeca en la mesa.

"Afuera, los fuegos artificiales como trazadoras lejanas anunciaban la llegada del nuevo año"

Sola, en aquella enorme habitación, sintió mucho frío. Se quitó la pulsera con cuidado y la dejó sobre la colcha. Estaba un poco deformada y no brillaba demasiado, pero sumada al anillo de plata podría valer como pago por la habitación. Lo sacó con dificultad. En el dedo anular se distinguía la marca más clara, como otro anillo de piel que nadie podría arrancarle. Esbozó una sonrisa al pensar en las oportunas palabras que acompañaban la biografía de aquel regalo: “Dime, Maharabi, ¿qué es para ti la muerte?”. “Nunca lo había pensado, sahafiin. Supongo que alguien coge tu fusil; alguien te quita el anillo; alguien se acuesta con tu mujer… Baraka”.

Miró a su alrededor. Todo estaba ordenado y silencioso. Afuera, los fuegos artificiales como trazadoras lejanas anunciaban la llegada del nuevo año. La bañera de mármol brillaba con sobria elegancia de columbario pompeyano, y ella agradeció el calor del agua casi hirviendo cubriéndole la piel. Palpó el pequeño ferro de oro y sonrió al pensar en el ambicioso Caronte. Luego cogió la cuchilla afilada. Y no pensó en nada más.

La bella dormida, de Butto

*Conocida por los venecianos como La Bella Dormida, era una aristócrata rusa que se suicidó durante los Carnavales de 1907 por un desengaño amoroso. Sus padres encargaron al artista Butto que la representase tal y como falleció, en camisón en su habitación de un hotel veneciano. Dos siglos después, allí sigue, en el cementerio de San Michele, mostrando su hermosa muerte congelada en bronce, aunque ya nadie recuerde aquel tremendo acto de amor.

 

TITULO:   EL PAPEL HIGIENICO ROJO -  EL D.N.I. - Pedro Mairal -  Se quedó dormida ,. 

 EL PAPEL HIGIENICO ROJO - EL D.N.I. -  Pedro Mairal -  Se quedó dormida  ,fotos,.

 Pedro Mairal -  Se quedó dormida,.

Un verano feliz, un cuento de Pedro Mairal

 Pedro Mairal,.

Pedro Mairal irrumpe en el mundo editorial en 1998 con Una noche con Sabrina Love, premio Clarín, recuperada por Libros del Asteroide en 2016, y luego La uruguaya con la que gana el premio Tigre Juan. Ahora, Destino acaba de publicar Breves amores eternos, un libro de cuentos en el que cada uno de ellos es una auténtica caja de sorpresas. Este es el universo de Pedro Mairal, un escritor que en sus historias refleja cómo los hombres afrontan sus relaciones sentimentales; hombres que tropiezan con los mismos errores, que son puestos en evidencia por su limitada capacidad ante las mujeres, las cuales tienen mejores recursos emocionales.

 

Pedro Mairal construye con inteligencia una literatura incisiva, tierna, divertida y perturbadora a veces, que provoca en el lector una admiración que crece en cada libro.

Zenda publica Un verano feliz.

 

Un verano feliz

Mi mujer insistió tanto que le dije que sí, que iba a ir a terapia, porque se cree que estoy deprimido. Pero la verdad es que conocí a una mujer en Uruguay. Una gorda lindísima que me hizo tanto bien que ahora la extraño. Pienso mucho en ella y sobre todo en la última vez que la vi. No estoy nada deprimido. La que está deprimida es ella. Deprimida y enojada. De hecho, estuvo enojada todo el verano. Quizá al principio fue mi culpa, supongo. Hice un chiste estúpido ni bien llegamos a Punta del Este: ella se había comprado unas cremas y me dijo esta crema es para levantar la cola y yo dije en voz baja ¿viene con una grúa de regalo? No me lo perdonó porque era el primer día de playa y estaba susceptible, insegura de ponerse el traje de baño. No sé. Hace tiempo nos habría causado gracia, nos podríamos haber reído juntos. Pero ya no se ríe de mis comentarios. Está atacada con el tema de la edad, cumple cuarenta y siete este año. Yo no tengo tanto problema, pero ella sí, todo el tiempo mirándose al espejo, lamentándose por cómo le cambió el cuerpo. Yo me quedé pelado y no protesté tanto. La cosa es que se tomó muy mal mi chiste, y no sirvió de nada que le dijera que estaba linda ni que le pidiera disculpas. Me tachó, me castigó con lo que sabe que me jode: no cogimos ni una vez en todo el mes.

Yo empecé a juntar una mezcla de bronca y calentura. Era violenta, la calentura. Todo el día rodeado de unas minas increíbles. Íbamos a la playa en Manantiales, porque mis hijos tienen a los amigos ahí. Antes iban amigos nuestros, ahora están los padres de algunos compañeros de colegio de mis hijos, pero no pasamos de saludarnos y hablar un poco de política. La cosa es que entre tantas minas tenía que meterme al mar a cada rato, a enfriarme, me sobraba una energía que me ponía de mal humor, y las pendejas de dieciocho, amigas de mi hija, tomando sol ahí al lado con unos culitos duros y redondos, unas tetitas altas que a cada rato medio se les escapaban de la bikini, y yo hacía un esfuerzo terrible por disimular, parecía una momia con anteojos negros sentado en la reposera porque no movía la cabeza pero miraba todo, no podía parar de mirar minas y de imaginarme que me las cogía a todas. Una vez me masturbé rápido en el baño del parador. No hacía eso en un lugar público desde la adolescencia. Otra vez no aguanté más y me metí a nadar con bronca mar adentro. Me tuvieron que sacar. Lo que me impresionó fue la cara de vergüenza de mi hijo y mi hija cuando llegué a la orilla escupiendo los pulmones. Mi mujer se asustó, pero le agarró por el lado del enojo, cómo hacés una cosa así, mirá si te morís acá, Rodolfo. Esa noche no hablé y al día siguiente dije que me sentía un poco mal, así que los llevé a todos a la playa y me fui a Maldonado a comprar una manguera que hacía falta para el jardín.

Maldonado es una ciudad chica, siempre me gustó. Di vueltas buscando una ferretería y de repente una cuadra me sonó conocida hasta que vi el cartel que decía Hiroshima. Era un puterío al que íbamos con amigos en los ochentas. Sigue ahí. Estaba la puerta abierta. ¿Por qué no?, pensé. Tenía rabia. Rabia contra mi mujer, que cada noche cuando me quería reconciliar con ella me daba la espalda y me decía estoy agotada. Me sentía tan castrado, frustrado, un pelado calentón que no podía cogerse una pendeja de dieciocho, ni una chica de veinticinco, ni una mujer de treinta, ni una mina de mi edad. Me sentía realmente mal y además me quemaba la cabeza esa histeria de la playa, todo ese muestrario de culos prohibidos. ¿Con quién cogían todas esas mujeres? Con cualquiera menos conmigo. Me quedé dentro del auto, en la esquina. Me fijé que no viniera nadie y me decidí a entrar. Había una tipa barriendo. Me dijo está cerrado señor, abre a las veinte. Perdón, perdón, dije pegando la vuelta, y me atajó: ¿A quién busca? Si busca una chica le voy a dar referencias. No entendí bien hasta que la vi dejar la escoba y anotar algo en un papel, en la barra. Me lo dio y salí rápido. Me volví a sentar al volante. El papelito decía Melanie y tenía un teléfono.

Estaba embalado. Pensé en volver a la Punta y llamar después, pero ya estaba dentro de una ola de adrenalina que no sentía hacía tiempo. Yo en general fui siempre fiel. Hace mucho me enredé durante unos meses con una compañera de trabajo —no en la empresa donde trabajo ahora—, pero después lo cortamos de mutuo acuerdo y nunca más. Después me porté bien. No me quiero justificar. Esto lo hice porque quería. Quería estar con una mujer desnuda, sentirla contra mi cuerpo, no me importaba si tenía que pagar. Llamé desde un locutorio y una voz de mujer muy dulce me dijo que atendía en su casa, que trabajaba sola, me dio la dirección y me pasó la tarifa por una hora. Calculé que eran sesenta dólares en pesos uruguayos. Le dije que iba para allá. No quedaba lejos. Pasé dos veces por la puerta manejando despacio, mirando la casa de una planta, con las persianas bajas, sencilla. Dejé el auto a dos cuadras y toqué el timbre. Me abrió una gorda de ojos verdes, me hizo pasar con una sonrisa medio tímida. Tenía el pelo negro, largo y suelto. Soy Melanie, me dijo. De entrada me gustó, era de esas mujeres gordas con forma, con buenas curvas, pulposas pero con cintura angosta. Me hizo pasar al cuarto, nos desvestimos y nos dimos con todo durante un rato. Era la una de la tarde y yo cogiendo en Maldonado. Pero me dio una felicidad enorme. No sé cómo explicarlo. Me sentí tranquilo, aliviado. Melanie era cariñosa, me trataba bien, me ponderaba, me hacía sentir como un hombre. Daban ganas de hacerla ir a mi mujer para mostrarle y decirle ¿ves lo fácil que es tenerme contento?

En casa decreté que día por medio no iba a ir a la playa sino a jugar al golf, y además solo, o a tirar pelotas. Cargaba la bolsa en el baúl y me iba a pasar una hora con Melanie, que después de vernos un par de veces me confesó que se llamaba Mónica, que era viuda, que había trabajado de noche en el Hiroshima, que todos los días a las diez de la mañana lo llevaba a su hijo a la colonia de vacaciones y algunas tardes trabajaba de ayudante en una peluquería. Yo, por mi lado, le dije toda la verdad. Le conté todo de mi familia, la pelea absurda con mi mujer. Hablábamos, cogíamos un rato y después yo me iba. Al día siguiente iba a la playa feliz de la vida, sereno, mirando a las chicas pero sin bronca, disfrutando la vista, juntando ganas porque sabía que la veía a Mónica al día siguiente. Era muy linda. Esas morochas blancas, con unas tetotas enormes, un culo carnoso que era una fiesta total. A ella le convenía la hora y a mí también. El acuerdo era perfecto. Un mediodía llevé pollo con papas fritas de una rotisería y almorzamos en su cocina. Me empecé a quedar un poco más de una hora, a veces dormíamos una siesta hasta las tres. Era agradable estar en su casa, tan lejos del cotorreo de la playa, de mi mujer quejándose por la mucama, de mis hijos pidiéndome plata. Esto era otro mundo, más simple, más lento. Un día estaba su hijo porque tenía un poco de fiebre, así que solo tomamos mate en el patio, no hicimos nada y no me importó, de hecho, me gustó, me habló de sus plantas mientras el hijo se acercaba y me dejaba autitos en las rodillas.

El último día que la vi a Mónica, amaneció el cielo cargado con unos nubarrones negros y truenos. Mi hijo había llegado de madrugada, borracho, y el auto estaba chocado, no mucho, pero con el guardabarros rozando la rueda. Lo reté, pero él no sabía que mi bronca era por haberme dejado sin auto justo ese día. Agarré solo tres palos, una madera, un hierro y el putter, me los até a la espalda con una correa y me subí a la motito de mi hija. Rodolfo vos estás loco, hay rayos, decía mi mujer, y yo le decía que el golf últimamente era lo único que me hacía feliz. Por el camino me agarró la lluvia, primero suave, después un chaparrón que me ensopó. Antes de llegar me quedé sin nafta y tuve que caminar empujando la moto hasta una estación de servicio. Empezaron a caer rayos y yo con los palos a la espalda tenía miedo de atraerlos, pero seguí. Quería estar con Mónica. Cuando me vio llegar, sonrió y trajo una toalla sin decir nada. Me saqué la ropa mojada y nos metimos en la cama. Puedo decir que algo pasó. No quiero exagerar, ni sé explicarlo bien, pero sé que los abrazos tuvieron otro significado esa tarde. Aunque no dije nada, ella entendió que no nos íbamos a ver más. Afuera diluviaba, Mónica me pasaba muy suave la mano por la cabeza. Sabía que eso me gustaba. Después me trajo ropa seca de su marido, que había sido jardinero y había muerto electrocutado con una máquina de cortar pasto. Sobre una silla me dejó una camisa y un pantalón. Me quedé un rato con ella en la cama, sentí su respiración distinta cuando se quedó dormida y me levanté. Me puse de vuelta mi ropa mojada y le dejé la plata en la mesa de luz. Se despertó un poco y nos dijimos chau con un beso. Le dije que no se levantara y me fui. Al día siguiente volvimos con mi familia a Buenos Aires. Cuando salimos del ferry en Dársena Norte, en la puerta de Buquebús, unos manifestantes contra la papelera uruguaya nos tiraron huevazos que chorreaban por el parabrisas del auto. Yo, antes de saber de qué se trataba, sentí que me lo merecía, sentí que me estaban escrachando a mí. Pero bueno, uno después se acomoda otra vez a su vida. Por eso digo que no estoy deprimido, pienso en Mónica nomás. Supongo que ya me voy a ir olvidando. Lo que tengo claro es que no voy a hacer terapia. Aunque quizá le diga a mi mujer que voy a ir a terapia, así puedo aprovechar para salir y estar solo un rato.

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Otoño en la cocina: Alimentos de temporada que debes probar,.

Desde el punto de vista culinario como nutricional, los alimentos de temporada son un acierto seguro en tus platos,.

Otoño en la cocina: Alimentos de temporada que debes probar
 
Otoño en la cocina: Alimentos de temporada que debes probar,.

El otoño ha llegado al hemisferio norte, marcando un período que va desde el 23 de septiembre hasta el 22 de diciembre, y con él, una explosión de sabores y colores en la cocina. En esta temporada, los ingredientes de otoño están en su mejor momento, lo que los convierte en una elección sabia tanto desde el punto de vista culinario como nutricional.

 Sardinas picantes | Conservas Cuca

Verduras de Hoja Verde: Nutrientes en Abundancia

Las verduras de hoja verde, como espinacas, acelgas, lechuga, berros y rúcula, son un componente esencial del otoño. Aunque se pueden disfrutar durante todo el año, alcanzan su máximo esplendor cuando las temperaturas comienzan a descender. Son una excelente fuente de vitaminas, fibra y antioxidantes, con un aporte calórico mínimo. Incorporar estas verduras a tu dieta en otoño es una decisión inteligente para mantener un estilo de vida saludable.

Coles: Versatilidad en el Otoño

Las coles, también conocidas como crucíferas, incluyen coliflor, brócoli, coles de Bruselas, berzas, romanesco, nabos, repollos y lombardas. Estas verduras alcanzan su momento óptimo cuando el frío se instala. A pesar de su reputación de no ser las favoritas de todos, su sabor y valor nutricional pueden mejorar significativamente si se cocinan al dente en lugar de sobrecocerlas. ¡Dale una oportunidad y sorpréndete!

Manzanas, Peras y Naranjas: Sabores Otoñales Clásicos

Aunque la variedad de frutas en el otoño es menor que en los meses más cálidos, las manzanas, peras y cítricos como naranjas y mandarinas ofrecen numerosos beneficios nutricionales y oportunidades culinarias. Son una magnífica fuente de vitaminas y fibra cuando se consumen frescas y también son versátiles en repostería, aportando un toque delicioso a tartas y bizcochos.

Calabazas: Versatilidad en Cada Bocado

El otoño está intrínsecamente ligado a la calabaza, un alimento lleno de propiedades beneficiosas. Rica en agua, fibra y carotenos, la calabaza tiene una baja densidad calórica. Su sabor dulzón la hace adecuada para recetas de repostería y platos salados, como cremas, sopas, guarniciones y platos de pasta. La calabaza es una elección versátil que te permite experimentar en la cocina.

Boniato: Un Tesoro de Otoño

El boniato, también conocido como camote, patata dulce o batata, es un tubérculo que brinda múltiples opciones de preparación. Puede convertirse en purés, cremas, o incluso en bastones alargados similares a las patatas fritas. En otoño, no te olvides de otras raíces y tubérculos como nabos, apionabos, chirivías, zanahorias y remolachas, que también son perfectos para añadir a tus platos.

Caquis: Dulzura de Octubre

Con la llegada de octubre, los caquis entran en temporada. Este fruto, también conocido como palosanto, persimonio o zapote, presenta una piel brillante y un sabor astringente que se vuelve dulce cuando madura. Los caquis son versátiles tanto en recetas dulces como saladas y son ricos en minerales como el potasio y la vitamina A.

Uvas: Más que una Tradición Navideña

Aunque las uvas están tradicionalmente asociadas a la Navidad, el otoño es la temporada de vendimia, cuando estas frutas alcanzan su mejor momento. Existen variedades como Albillo, moscatel, aledo, villanueva y chelva que ofrecen una excelente fuente de vitaminas, fibra y antioxidantes. No esperes a Nochevieja para disfrutar de las uvas, agrégala a tu carrito de la compra en otoño.

Castañas: Un Snack Saludable y Versátil

Las castañas asadas son un snack saludable por excelencia. Son ricas en vitaminas y minerales, y su bajo contenido calórico sorprende, ya que a pesar de ser un fruto seco, sus propiedades nutritivas se asemejan más a las de un cereal. Además de comerlas asadas, las castañas se pueden disfrutar en purés, sopas, cremas o como ingrediente en una variedad de recetas de repostería.

 

Chirimoya: El Tesoro Exótico del Otoño

La chirimoya, una fruta originaria de los Andes peruanos y las montañas de Ecuador, se convierte en una deliciosa golosina natural durante el otoño. Con su piel verde y una pulpa carnosa, esta fruta es rica en sabor dulce y se puede disfrutar tanto fresca como en diversas preparaciones culinarias.

Caza: Sabores Salvajes del Otoño

Para los amantes de la carne, el otoño trae consigo una oportunidad única para degustar platos de caza, ya sean de animales mayores como corzo, jabalí y ciervo, o de aves menores como codornices, perdices, pichones y becadas. La cocina de caza puede no ser del agrado de todos, pero aquellos que la aprecian la encuentran fascinante.

Setas y Hongos: El Placer de la Micología

Para los entusiastas de la micología, el otoño es la temporada dorada. Este es el momento en que la naturaleza ofrece la mayor variedad y calidad de setas y hongos, como boletus, níscalos, rebozuelos, trompetas de la muerte y amanitas. Estas delicias de la cocina,.

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