BLOC CULTURAL,

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domingo, 11 de agosto de 2024

VIVA LA VIDA - Arturo Pérez-Reverte - Sacar a España de Cataluña ,. SABADO - 31 - Agosto ,. / VIVA LA VIDA - Beatriz Montañez - Quién se ha comido el pollo ,. DOMINGO - 1 - Septiembre ,. / No sé de qué me habla - Loteria - El Rasca de la Galleta de la Fortuna - Dolores Redondo - Sectarismo hipermiope con doble rasero ,. / Tarde de toros - Talavante indulta un toro de Álvaro Núñez en Zafra ,.

 

 TITULO:  VIVA LA VIDA - Arturo Pérez-Reverte - Sacar a España de Cataluña  ,. SABADO - 31 - Agosto ,.

 El sabado  - 31 - Agosto   a las 16:00 por Telecinco , foto,.

 Arturo Pérez-Reverte - Sacar a España de Cataluña,.

 Arturo Pérez-Reverte rescata esta opinión sobre la situación política en  España y consigue miles de reacciones

  Arturo Pérez-Reverte ,.

No sé qué ocurrirá en Cataluña en octubre. Estaré de viaje, con la dosis de vergüenza añadida de quien está en el extranjero y comprueba que lo miran a uno con lástima, como súbdito de un país de fantoches, surrealista hasta el disparate. Por eso, el mal rato que ese día voy a pasar quiero agradecérselo a tres grupos de compatriotas, catalanes y no catalanes: los oportunistas, los cobardes y los sinvergüenzas. Hay un cuarto grupo que incluye desde ingenuos manipulables a analfabetos de buena voluntad, pero voy a dejarlos fuera porque esta página tiene capacidad de aforo limitada. Así que me centraré en los otros. Los que harán posible que a mi edad, y con la mili que llevo, un editor norteamericano, un amigo escritor francés, un periodista cultural alemán, me acompañen en el sentimiento.

Cuando miro atrás sobre cómo hemos llegado a esto, a que una democracia de cuarenta años en uno de los países con más larga historia en Europa se vea en la que nos vemos, me llevan los diablos con la podredumbre moral de una clase política capaz de prevaricar de todo, de demolerlo todo con tal de mantenerse en el poder aunque sea con respiración asistida. De esa panda de charlatanes, fanáticos, catetos y a veces ladrones –con corbata o sin ella–, dueña de una España estupefacta, clientelar o cómplice. De una feria de pícaros y cortabolsas que las nuevas formaciones políticas no regeneran, sino alientan.

El disparate catalán tiene como autor principal a esa clase dirigente catalana de toda la vida, alta burguesía cuya arrogante ansia de lucro e impunidad abrieron, de tanto forzarla, la caja de los truenos. Pero no están solos. Por la tapa se coló el interés de los empresarios calladitos y cómplices, así como esa demagogia estólida, facilona, oportunista, encarnada por los Rufiancitos de turno, aliada para la ocasión con el fanatismo más analfabeto, intransigente, agresivo e incontrolable. Y en esa pinza siniestra, en ese ambiente de chantaje social facilitado por la dejación que el Estado español ha hecho de sus obligaciones –cualquier acto de legítima autoridad democrática se considera ya un acto fascista–, crece y se educa desde hace años la sociedad joven de Cataluña, con efectos dramáticos en la actualidad y devastadores, irreversibles, a corto y medio plazo. En esa fábrica de desprecio, cuando no de odio visceral, a todo cuanto se relaciona con la palabra España.

Pero ojo. Si esas responsabilidades corresponden a la sociedad catalana, el resto de España es tan culpable como ella. Lo fueron quienes, aun conscientes de dónde estaban los más peligrosos cánceres históricos españoles, trocearon en diecisiete porciones competencias fundamentales como educación y fuerzas de seguridad. Lo es esa izquierda que permitió que la bandera y la palabra España pareciesen propiedad exclusiva de la derecha, y lo es la derecha que no vaciló en arropar con tales símbolos sus turbios negocios. Lo son los presidentes desde González a Rajoy, sin excepción, que durante tres décadas permitieron que el nacionalismo despreciara, primero, e insultara, luego, los símbolos del Estado, convirtiendo en apestados a quienes con toda legitimidad los defendían por creer en ellos. Son culpables los ministros de Educación y los políticos que permitieron la contumaz falsedad en los libros de texto que forman generaciones para el futuro. Es responsable la Real Academia Española, que para no meterse en problemas negó siempre su amparo a los profesores, empresarios y padres de familia que acudían a ella denunciando chantajes lingüísticos. Es responsable un país que permite a una horda miserable silbar su himno nacional y a su rey. Son responsables los periodistas y tertulianos que ahora despiertan indignados tras guardar prudente cautela durante décadas, mientras a sus compañeros que pronosticaban lo que iba a ocurrir –no era preciso ser futurólogo– los llamaban exagerados y alarmistas.

Porque no les quepa duda: culpables somos ustedes y yo, que ahora exigimos sentido común a una sociedad civil catalana a la que dejamos indefensa en manos de manipuladores, sinvergüenzas y delincuentes. Una sociedad que, en buena parte, no ha tenido otra que agachar la cabeza y permitir que sus hijos se mimeticen con el paisaje para sobrevivir. Unos españoles desvalidos a quienes ahora exigimos, desde lejos, la heroicidad de que se mantengan firmes, cuando hemos permitido que los aplasten y silencien. Por eso, pase lo que pase en octubre, el daño es irreparable y el mal es colectivo, pues todos somos culpables. Por estúpidos. Por indiferentes y por cobardes.

 

TITULO:   VIVA LA VIDA -  Beatriz Montañez -  Quién se ha comido el pollo ,. Domingo -  1 - Septiembre,.

El domingo  -1 - Septiembre -  a las 16:00 por Telecinco , fotos,.

 Beatriz Montañez -  Quién se ha comido el pollo,.

 Beatriz Montañez: «Necesitaba averiguar quién era»

 Beatriz Montañez ,.

Christopher Johnson McCandless estaba harto y decidió romper con todo. Dejó a una familia con la que no se identificaba, donó sus ahorros a una ONG y puso rumbo a Alaska para cumplir su sueño: sobrevivir solo en plena naturaleza. Jon Krakauer contó su historia en Hacia rutas salvajes (Into the Wild), un libro convertido en guía espiritual para los jóvenes que años más tarde quisieron repetir esta aventura pese a su desgraciado final. Beatriz Montañez había conseguido un importante reconocimiento profesional, como periodista y guionista de cine y televisión, pero tenía una herida que debía cicatrizar, y para lograrlo ella también debía estar sola. McCandless se escondió en un viejo autobús abandonado de la compañía Fairbanks y Beatriz encontró su refugio en medio del bosque, en una casa derruida. Montañez comenzó a escribir, y la carne abierta se fue cerrando a cada nuevo párrafo. El vacío se llenó definitivamente cuando publicó Niadela (Errata Naturae, 2021), un sincero ejercicio de nature writing, que Harper Collins acaba de convertir en novela gráfica, ilustrada por Ángel Sánchez Trigo y Jorge García García.

Hablamos con Beatriz Montañez de heridas profundas que acaban sanando, de máscaras, de Ralph Waldo Emerson y de chimeneas que revocan. De fondo, suenan los versos de «Society» —Society, you’re a crazy breed, I hope you’re not lonely without me—, la canción que Eddie Vedder (Pearl Jam) compuso para la adaptación cinematográfica que Sean Penn hizo de la novela de Krakauer.

—Fama, popularidad, éxito profesional… De cara a la galería su vida parecía idílica, pero había algo que no funcionaba. ¿De dónde sacó el valor para dar ese volantazo?

"Me sentía encorsetada en un personaje que no era yo, que los demás habían definido cómo debía ser"

—Fama es una palabra que no me gusta. Cuando alguien aparece en la televisión y es conocido se le llama famoso. Pero esa es una definición con la que no me siento cómoda. La fama para mí era un lunar en la nariz que todo el mundo veía menos yo. Porque seguía siendo exactamente la misma y teniendo los mismos amigos que veinte años atrás. Después de salir en televisión, mi vida cambió bastante poco a nivel personal. Sí que lo hizo a nivel público. Hay personas a las que les agrada que les reconozcan por la calle, en los restaurantes, pero a mí me crea incomodidad. Porque pienso que el hecho de salir en televisión no es algo que haya que aplaudir. Partiendo de esa definición de «fama», entre comillas, te diría que puedes tener prácticamente todo, o pensar que lo tienes prácticamente todo, y que te falte lo más importante. Yo me di cuenta de que lo más importante era yo misma, y que en ese momento yo no tomaba decisiones: me estaba dejando llevar por las circunstancias. Me sentía encorsetada en un personaje que no era yo, que los demás habían definido cómo debía ser. Utilizo la palabra «personaje», que viene de «persona», cuya etimología es «máscara». Esa falta de identidad me empezó a causar estragos. Me cuestionaba cómo debía hacer las cosas para no defraudar a los demás. Eso me llevó a tomar una decisión: necesitaba averiguar quién era. Me identifico con la frase de Fritz S. Perls: «No estoy en este mundo para llenar tus expectativas y tú no estás en este mundo para llenar las mías». Entonces un día, por necesidad más que por valor, me dije «basta ya». Tenía que recuperarme a mí misma.

—»Ayer soñé que regresaba a Niadela…». Ese homenaje a la novela de Daphne du Maurier, con el que empieza tu libro, encaja muy bien con ese ambiente fantasmagórico que supone irse a vivir sola en medio de la nada. ¿Por qué ese comienzo emulando a Rebeca?

—El comienzo de Rebeca me parece magistral. Es muy onírico. Habla de un regreso. En mi caso, ese «ayer soñé que regresaba a Niadela…» habla de un regreso a quien soy. En el libro, y la película, ella habla de un regreso al lugar que la hizo. Y esa vuelta es un sueño. El subconsciente, como bien dice Jung, trata de devolverte la imagen de quién eres. El usar ese comienzo en mi obra me ayudaba a volver. Al principio de manera onírica, y luego de manera física, a la persona que yo había sido, y que de alguna forma había dejado de ser por encajar, por gustarle a los demás.

—Hay unos cuantos guiños literarios en su obra. En la versión gráfica la vemos leyendo el Walden de Henry David Thoreau. ¿Cuánto hay de nature writing en su libro? ¿Ha sido algo buscado o ha surgido al confesarte mientras escribías tu obra?

—Ha sido algo absolutamente buscado. Tenía unas premisas ciertas, radicales y concretas, de lo que quería escribir, lo que hacía que fuese extremadamente difícil lograrlo. Tenía muy claro que debía ser un auténtico ejemplo de nature writing, más cercano a Emerson —que para mí es su mejor ejemplo— que a Thoreau. Quería mostrar cómo la apreciación de la naturaleza me transformaba y llegaba a entenderla mejor. En Walden creo que no hay una transformación de Thoreau, sino más bien una afirmación de lo que él siente por la naturaleza. En los ensayos de Emerson sí que ves ese cambio, esa comprensión del mundo que le rodea. Quería que fuese —y creo que ha sido— el primer libro de nature writing puro publicado en España. Este es un género que no tiene que ver con obras sobre la naturaleza o la gente que va a vivir al campo, sino con la transformación que atraviesa el hombre en la naturaleza. En este caso la mujer.

 —En su obra hay una búsqueda de redención. Para poder salvarse debía curar una herida profunda. ¿Lo ha logrado?

"La escritura es el mejor proceso psicológico. La palabra es sanadora. Para curarte tienes que poner por escrito lo que sientes"

—Sí. Lo he conseguido. Igual que les ha ocurrido a otros escritores. Estos primeros libros, como también le pasó a Paul Auster, por ejemplo, sirven para lidiar con tus propios fantasmas. En La invención de la soledad él sacó a relucir asuntos familiares que permanecían a oscuras hasta ese momento. La escritura es el mejor proceso psicológico. La palabra es sanadora. Para curarte tienes que poner por escrito lo que sientes. Esta es también una manera de organizar tus pensamientos. Desde que tengo uso de razón, y dinero suficiente (ríe), he probado muchísimas terapias, no te puedes ni imaginar cuántas, para saber qué era lo que me ocurría: psicoanalíticas, cognitivas, Gestalt… La respuesta la encontré en la escritura. Antes de venir a Niadela, escribí La ausencia, que relata mi infancia, la muerte de mi padre y la relación con mi madre. Es una obra que de momento no tengo ninguna intención de publicar, que necesita reescritura —tiene ahora mismo 700 páginas—, y en la que vomité absolutamente todo lo que me había ocurrido y había vivido en mi adolescencia. Lo maravilloso de ese proceso de escritura es que tuve que crear el personaje de mi madre, el de mi padre y también el mío. Me puse en la situación de amigos y parientes, en su piel, y escribí diálogos con personas con las que nunca había hablado sobre ese tema… Eso fue algo difícil y mágico a la vez: comprender a través de tu personaje lo que el otro no ha dicho o no ha hecho. Muy pocas personas dicen lo que hacen o cómo son, porque se buscan máscaras a través del verbo.  Yo estudié interpretación en Los Ángeles y en la Escuela de actuación de Corazza en Madrid. Hay un ejercicio fascinante para trabajar con tu ego que se llama el «yo afectado». Tienes que recrear una escena determinada en la que no has dicho, o hecho, lo que te gustaría. Este ejercicio me sirvió para escribir La ausencia y también Niadela. En tanto que aquello que no he dicho me define mucho más que lo que he dicho y lo que he hecho.

—Ese ejercicio sería ideal para nuestros políticos.

—Sí. (Risas). Totalmente. Deberían practicar con el «yo afectado».

—En un pasaje de la obra dice: «Mi madre debía haberme explicado qué es la muerte, pero supongo que no estaba preparada». ¿Por qué nos da tanto miedo hablar de ella?

"Estamos en una continua insatisfacción que nos lleva a creer que disponemos de la eternidad para conseguir la solución al problema"

—Mis dos obras hablan sobre la muerte. En Niadela hay un sueño en el cual me suicido. Entonces reconozco mi propia finitud y me siento preparada para morir. Esto es algo difícil para nosotros —aceptar la muerte—, porque pensamos que somos inmortales. Pensamos que nosotros mismos somos una obra inacabada y por eso hay una continua búsqueda no solamente de la felicidad, sino también de los deseos. Estamos en una continua insatisfacción que nos lleva a creer que disponemos de la eternidad para conseguir la solución al problema. Cuando sientes que tu vida es finita, que vas a morir, te entra la ansiedad y la angustia, porque comprendes que tienes un tiempo limitado para conseguir lo que quieres. Además, solemos cambiar de opinión una vez que hemos conseguido nuestro propósito en la vida; buscamos otro diferente. Es una búsqueda eterna de tu propuesta vital.

—Su madre trabajaba de noche y para poder dormir de día usaba unos tapones. Usted también comenzó a usarlos. ¿Qué descubrió en ese silencio? ¿Fue sanador?

—Los sigo usando. En el budismo hay un concepto sanador que se llama el Gran Silencio. En El silencio: Aproximaciones, David Le Breton crea un concepto de silencio absolutamente brutal, colocándolo en diferentes contextos, etapas vitales, situaciones sociales y circunstancias. Me parece absolutamente necesario, a nivel psicológico y espiritual, tener momentos de silencio, no solamente en nuestro día a día, sino a lo largo de toda nuestra vida. Es uno de los primeros procesos necesarios para llegar a la transformación. Con el silencio te vas a escuchar y vas a saber qué piensas, cómo lo piensas y por qué lo piensas.

—Vamos a la parte más prosaica de su vida en el bosque. ¿Cómo fue ese primer año sin luz eléctrica ni agua caliente a la luz de las velas?

"Hubo un proceso transformador y me fui aclimatando a esa incomodidad. De los momentos retadores pasé a los gratificantes"

—Hubo momentos muy gratificantes y otros… no voy a utilizar «difícil» porque esa es una palabra que tengo prohibida. Digamos «retadores». Hubo momentos maravillosos, de llorar de felicidad, y otros que fueron un auténtico reto. Lo más complicado fue pasar de vivir en la sociedad, en una ciudad como Madrid, con amigos, con una vida social normal a estar realmente sola. Cuando vivía en Madrid podía requerir un momento de soledad, pero aquí eso era todo el rato. Al principio me costó. Los primeros meses estaba cada dos por tres conduciendo hacia el pueblo: a comprar un tornillo, cosas absurdas… Solo por el hecho de volver a refugiarme en la marabunta de la sociedad. Eso fue pasando. Hubo un proceso transformador y me fui aclimatando a esa incomodidad. De los momentos retadores pasé a los gratificantes. Me sentaba en un árbol muerto en el camino y sin darme cuenta habían transcurrido cinco horas. Empezaba a tener la sensación de pertenecer a algo más grande que yo misma. Que no hubiese luz no fue algo que me molestase. Soy una persona extremadamente curiosa. He llevado a mi familia adelante desde que era una niña porque mi madre se puso a trabajar después de la muerte de mi padre. Aprendí a cuidar de mis hermanos mayores, acepté el rol de cabeza de familia, aun siendo la más joven, y me acostumbré a solventar problemas. Eso me ayudó mucho cuando me encontré con los impedimentos del agua y de la luz; todo eso me suponían retos gratificantes a los que encontrarles una solución. Cuando me di cuenta de que no tenía luz, pensé: «Hasta que estudie un poco de electricidad y sepa de qué va esto, pues voy a sustituir las bombillas con velas«. Luego vino la mayor complicación: ninguna de las chimeneas funcionaba y pasaba un frío brutal en invierno. Revocaban todas; estaban mal construidas. Entonces viene el reto de aprender cómo funcionan las chimeneas y arreglarlas. Todo eso me incentivaba. No lo veía como una incomodidad. Me resultaba gratificante poner solución a esos problemas. Lo que sí que resultó duro fue adaptarme a la soledad y ver cómo iban desapareciendo personas de mi vida.


—En el bosque hay animales, muchos, algunos salvajes, con los que usted comienza una relación, que en algunos casos lleva a una identificación. Como ocurre con esa zorra, a la que unas ocasiones alimenta y en otras espanta a gritos.

—El proceso con la zorra fue muy particular. Creo que ese animal no dejaba de ser una representación de mí misma. Me acostumbré a alimentarla y me gustaba su compañía. Pasó de venir por las noches a estar aquí mañana, tarde y noche, porque yo la alimentaba con un trocito de carne o una carcasa de pollo. Yo le proporcionaba la facilidad de no tener que pelear por su comida. Se pasaba el rato tumbada a la entrada de la puerta. Eso es algo que yo empecé a identificar como un reflejo de mí misma, porque no me gusta nada que las personas dependan de mí. Eso me provoca una asfixia. Me ocurre también al revés. Cuando estoy empezando a depender de alguien, me alejo. Cuando me di cuenta de que la zorra se volvía dependiente de mí, quise echarla. Pensé: vamos a empezar de nuevo, te voy a dar de comer solo de vez en cuando porque no quiero que dependas de mí. Eso es lo maravilloso del nature writing y de estar en la naturaleza; te descubres a ti misma a través de ella.

—En una buena novela, el personaje principal tiene que hacer un viaje del que sale transformado. ¿Cómo ha cambiado usted después de estos en Niadela?

"Me he transformado en un 99% y hay un 1% en el que sé que tengo que seguir trabajando"

—Absoluta y enteramente. Hace poco tuve que revisar unos correos electrónicos antiguos, del año 2015, para buscar una información, y al leerlos tuve la sensación de que la persona que había escrito esos mails no era yo. Fue algo muy extraño, porque me sentía enajenada en la escritura. En esos textos era muy diligente, muy específica —esa es una característica que siempre he tenido—, con cierto aire de severidad… no me identificaba. Me preguntaba: «¿Quién es esta persona que escribe así?«. Me he transformado en un 99% y hay un 1% en el que sé que tengo que seguir trabajando. Y mejorando también ese 99%, porque sé que es susceptible de más cambios. A pesar de haber hecho el viaje del héroe de Joseph Campbell, y de haber regresado al mundo ordinario con el elixir del conocimiento, creo que, como decía Nietzsche, hay un eterno retorno. Cuando llegué a Niadela sabía que tenía que trabajar con tres grandes defectos que yo tenía, y lo llamé «la filosofía de las tres pes»: mi paciencia, mi practicidad y mi prudencia. Es algo que todavía tengo que pulir, pero creo que me puedo dar alguna palmadita en la espalda, porque he mejorado mucho (risas).

—¿Cuál es su próximo proyecto de escritura? ¿Veremos publicada La ausencia?

—Todavía no estoy preparada para enfrentarme a La ausencia, aunque sé que no soy la misma persona de antes. Debo guardar un poco de distancia para atreverme con esas setecientas páginas. Por ese motivo me he puesto a escribir algo rotundamente opuesto a Niadela, por consejo de Álvaro Colomer, que me recomendó ir al otro extremo, con un estilo y un contenido diferentes. Ahora estoy viviendo la aventura de escribir mi segundo libro, algo que disfruto, pero que también me da dolores de cabeza porque soy asquerosamente perfeccionista. Puedo estar días buscando la palabra que necesitaba.

 

TITULO: No sé de qué me habla - Loteria - El Rasca de la Galleta de la Fortuna - Dolores Redondo - Sectarismo hipermiope con doble rasero  ,.

No sé de qué me habla - Loteria - El Rasca de la Galleta de la Fortuna - Dolores Redondo - Sectarismo hipermiope con doble rasero  , fotos,.

 Dolores Redondo - Sectarismo hipermiope con doble rasero,.

 Dolores Redondo: «Ojalá John Biblia esté muerto»

Dolores Redondo,.

 La Galleta de la Fortuna, el nuevo RASCA de la ONCE que incorpora una suerte  de "filosofía" y una campaña de lanzamiento a lo grande - AZARplus

Un gran aguacero empapa las páginas de la última novela de Dolores Redondo, Esperando al diluvio (Destino, 2022). Con lluvia comienza la trama del libro en las calles de Glasgow, y con esas mismas nubes sobre nuestras cabezas, que se transforman en una poderosa tormenta en los siguientes capítulos, recorremos el Bilbao de principios de los 80, la ciudad vasca anterior al Guggenheim, la de la lucha callejera, los chiquiteros, el omnipresente cielo gris y el olor metálico de las chimeneas de los altos hornos. En Escocia descubrimos a un misterioso asesino —real—, John Biblia, acusado de los crímenes de varias mujeres —tres jóvenes a las que conoció en la misma discoteca, y que en el momento de su muerte tenían la menstruación—, y a un detective que se obsesiona con el caso hasta el punto de seguir la pista de este psicópata hasta España, en contra de la opinión de sus médicos —sufre una grave enfermedad cardíaca— y de las órdenes de sus superiores.

Dolores Redondo ha conseguido un thriller perfecto —su mejor novela—, un texto orquestado con acordes disonantes, que producen una inestabilidad controlada —tan característica de su narrativa—, que se resuelven con una majestuosa consonancia final. Una obra que esconde en su interior una honesta y nostálgica declaración de amor a Bilbao. Si en las historias de Amaia Salazar el lector esperaba inquieto la resolución del misterio, aquí la emoción no disminuye pese a ser conocido parte del desenlace. Y es ahí donde está el gran mérito de la autora: escribir un libro como una sofisticada maquinaria de relojería donde cada pieza encaja al milímetro, y revestirlo todo con la mejor de las orfebrerías sin trampa alguna.

Hablamos con Dolores Redondo en Zenda de amor y miedo, Mike Kershaw, Domingo Villar y, por supuesto, de tormentas, y también de tormentos.

—Esta es una novela que comenzó en un tren, en el que usted viajaba desde Galicia, y que quedó parado a las afueras del Bilbao por los destrozos del diluvio que cayó sobre esta ciudad en 1983, hace casi 40 años. 

"Quería contar esa historia desde hace muchísimo tiempo. Aunque no sabía en qué obra iba a encajar"

—(Risas) Bueno, quizás eso es mucho decir. En realidad no empecé a escribirla entonces porque solo era una niña de catorce años. Digo que he tardado 39 años en escribir el libro como respuesta a preguntas recurrentes del tipo cuándo surgió la idea de la novela y cuánto tiempo ha pasado hasta publicarla. Muchas veces esa idea para una novela ha podido llegar de una forma peregrina, no lo sabes muy bien. Pero en este caso, sí que es verdad que quería contar esa historia desde hace muchísimo tiempo. Aunque no sabía en qué obra iba a encajar. Hace unos nueve años, me dieron la pluma de plata de Bilbao. Ese día dije públicamente —y esto es algo que me ha condicionado— que quería escribir una novela sobre Bilbao como muestra de gratitud hacia esta ciudad que me ha dado tanto. Y enseguida surgió esa historia que tenía pendiente ahí, desde siempre, y quería contar. El resto de los elementos de la novela fueron llegando en distintos momentos. Esta es una novela histórica en la que hay muchos elementos que fueron como los narro. Tuve que recurrir a periódicos de ese verano de 1983 para conseguir la información. También entrevisté a gente que vivió esos momentos: los ertzainas de la primera promoción que salió aquel año a la calle, cardiólogos de esos años para saber de la enfermedad que tiene el personaje principal, políticos y mucha gente que vivió las riadas en Bilbao, y que recuerdan con tanto detalle. Me contaron cómo fueron aquellos días—y los posteriores—, dónde estaban, cómo los vivieron… Al final, reuní una amplísima documentación. Luego, como decía, llegaron muchos más elementos, como el asesino, un asesino real.

—¿Cómo llegó a su escritorio la historia del asesino John Biblia?

"John Biblia no solamente existió, sino hasta que es probable que todavía siga vivo"

—John Biblia no solamente existió, sino hasta que es probable que todavía siga vivo. La información de sus crímenes, los que cometió en Glasgow y que narro en la primera parte de la novela, está tomada tal cual de la transcripción policial. No he puesto una coma ahí. Luego, en los capítulos de Bilbao, establezco la teoría de que pudo venir a esta ciudad de España por sus similitudes con Glasgow, como su vida nocturna, tan necesaria para un asesino que se llevaba a sus víctimas de las discotecas. Las tres mujeres a las que mató las conoció en la misma sala de fiestas: Barrowlands. A las tres las violó y luego las asesinó. Las tres tenían la menstruación, algo muy llamativo. Cuando los policías de Glasgow investigaron el tercer crimen, se dieron cuenta de que estaban ante un gran depredador. Luego se esfumó, y se convirtió en una leyenda en Reino Unido. Como ocurre con todos los asesinos que no han sido capturados, como pasó con Jack el Destripador. Hay muchas teorías sobre quién pudo ser, las motivaciones de sus crímenes, dónde puede estar, qué ha podido ser de él… Yo me uno a esa amplísima historia con mi novela. El tema es tan actual que en 2021 la BBC estrenó un documental, de dos episodios, que se titula The Hunt for Bible (La Caza de John Biblia), que habla de la enorme operación policial que se puso en marcha. En esos años se distribuyeron miles de carteles con el retrato robot de este tipo. Tantos que se generó tal paranoia que la policía tuvo que extender carnets, que identificaban a hombres que se parecían al retrato de John Biblia, confirmando que no eran ellos para evitar linchamientos. Hasta ese punto llegó la locura con este asesino.

—Hay una serie de capítulos dedicados a «El niño». Siempre que hablamos de asesinos en serie nos obligamos a remitirnos a su infancia. ¿Qué importancia tiene esa época en sus crímenes posteriores? 

—El lector acostumbrado a leer novela negra, y a ver series de este género —desde su visión actual— va a notar las grandes diferencias de conceptos, va a percibir cómo las teorías sobre John Biblia han ido evolucionando con el tiempo, desde los años 60 hasta los 80. Las primeras hipótesis, realizadas por investigadores que habían nacido en los años 30, era muy básicas, tremendamente simplistas, que indicaban que Biblia había propuesto a estas chicas tener relaciones sexuales, y como ellas tenía la menstruación esto le había enfurecido. Esa era la explicación superficial de por qué mataba a mujeres con la regla. Mucho más tarde, se empezaron a preguntar cómo detectaba que tenían la menstruación. Cuando aparecieron las primeras mujeres dentro de la policía, los planteamientos empezaron a variar. Aunque sigue siendo muy misterioso cómo él lo sabía. Esta cuestión me hizo ver que solo se habían enfocado en él y en sus motivaciones, y nunca habían tenido en cuenta el punto de vista de las víctimas. Al empezar a escribir la novela tenía pensado para John un tratamiento muy externo, simplemente desde el punto de vista del del investigador. Entonces hablé con un especialista en abusos para hacer un perfil psicológico de John. Él no tuvo dudas cuando me dijo que era muy probable que el propio John Biblia hubiera sufrido abusos sexuales. En ese momento me vi obligada a tener que tratarlo también desde ese punto, desde el punto de un agresor que primero ha sido víctima, algo que no justifica ni muchísimo menos sus agresiones. En mis anteriores novelas Amaia Salazar también había sido víctima, y a ella le sirvió justamente para lo contrario, para convertirse en paladín de las víctimas y tener una sensibilidad extraordinaria hacia ellas.

—La música tiene un gran protagonismo en el libro: Mocedades, Bonnie Tyler, los temas que pone Ramón García en la radio… pero hay una canción que nos acompaña durante toda la narración, «Wouldn’t It Be Good», de Nik Kershaw. 

"Esta canción de Nik Kershaw habla de esos momentos en los cuales la fragilidad y la debilidad se manifiestan"

—Esa canción me encanta, siempre me ha gustado desde que era una peque. Antes de empezar a escribir la novela, yo sabía que es así cómo se sentía el protagonista de la novela, el policía Noah, cuando deja volar su imaginación y se piensa: qué bueno sería si pudiera dar un paso en esa dirección, contar con el tiempo necesario, poder tener esa oportunidad. Porque él está muy limitado. Este es un personaje con el que creo que los lectores de la novela van a disfrutar mucho. Noah Scott Sherrington es un policía escocés a la antigua usanza —que ha dedicado toda su vida a su trabajo, no se ha casado y no tiene demasiados amigos— que de repente experimenta un gran crecimiento. De pronto, una terrible enfermedad, con fecha de caducidad inminente, se cierne sobre él y siguiendo una corazonada —contra la opinión de los médicos y de sus jefes, que le han apartado del caso— decide ir hasta el final. Porque si muere sin resolver el caso, su vida no habría tenido sentido. Por eso viaja a Bilbao. Y esa canción de Nik Kershaw habla de esos momentos en los cuales la fragilidad y la debilidad se manifiestan, cuando siente que ya no le queda tiempo y quiere disfrutar de esas cosas de las que ya no va a poder hacerlo. Me pareció que era una canción perfecta para expresar esos sentimientos.

—En ese personaje de Noah vemos los dos sentimientos más fuertes de su novela, el amor y el miedo. 

"Aprender en tu hogar cómo es el miedo es de lo más terrible que te puede pasar"

—El amor y el miedo son fundamentales en toda la novela. Tanto en la vida de Noah, como en la de John, por su falta, por su carencia en la vida de ambos, que están unidos por eso. Creo que son temas recurrentes en mis novelas. Ya lo veíamos con Amaya Salazar y también con Manuel y Nogueira en Todo esto te daré. Aprender en tu hogar cómo es el miedo es de lo más terrible que te puede pasar. Da igual que seas un niño, una mujer, un hombre o un anciano, si no te sientes protegido dentro de tu hogar es terrible. Cómo es el amor lo aprendemos en casa, ejemplos que recibimos desde la infancia, el amor de nuestros padres, entre ellos, de nuestros hermanos y del resto de nuestra familia. Ese es el concepto de amor que vamos a repetir una y otra vez durante nuestra vida. De esa forma, vemos a gente —que no puede salir de un círculo vicioso— que repite una relación tóxica tras otra, y eso está motivado por el ejemplo de amor que ha vivido en su casa, un amor que daña, un amor que hiere… Es muy difícil salir de ahí, aunque se puede lograr. Lo de tener miedo en el hogar es algo que he vivido a través de otros personajes, como Amaya Salazar, y me parece terrorífico. Tanto en la infancia, como en la edad adulta, todos deberíamos sentirnos a salvo en nuestro hogar.

—Los 80 en Bilbao fueron intensos.

—Los 80 fueron un momento de ebullición. A menudo tengo la sensación de que toda la novela es un bullir de cosas que podían haber explotado en cualquier dirección, como la propia Bilbao de aquel momento. Que era una ciudad que hervía de tensión política, social con la kale borroka, de guerra de las banderas, la presencia de la heroína, la Ertzaintza con su primer retén de policías en la calle, la represión policial de los funcionarios que habíamos heredado del anterior régimen, solo dos años atrás habíamos tenido un golpe de estado… Esa tensión que narró es la que aparecía en los periódicos de aquellos días. Bilbao era un hervidero en todos los sentidos.

—En la novela hay unas cuantas referencias a la ciencia y a la medicina: el papel de la psicóloga, los primeros trasplantes de corazón, la enfermedad del policía escocés, y su propio apellido, Scott Sherrington, el mismo que el de un neurofisiólogo que fue premio Nobel de Medicina.

"En cardiología fue un momento extraordinario. Ese es un tema que trato en particular en la novela"

—En esa época se produjo una explosión creativa. Del Punk se pasó a la Movida. Un montón de ideas bastante aperturistas, ecologistas, que hablaban de respeto, de tolerancia, de igualdad… En esos años entraron las primeras mujeres a la Guardia Civil, a la Policía Nacional y al Ejército. Se dieron avances sociales muy interesantes. Y también hubo muchos progresos en la ciencia. En la rama de la cardiología fue un momento extraordinario. Ese es un tema que trató en particular en la novela. También en la psicología. Fue algo tremendo. En los 70 se empezaron a hacer en Estados Unidos los primeros análisis de conducta, pero en los 80 teníamos las consecuencias en nuestro país, cuando se dieron cuenta de la importancia que tenía cambiar el punto de vista y empezar a mirar no solamente desde los ojos del agresor, sino también desde el perfil de la víctima para entender, sobre todo, a esos grandes depredadores, por qué elegían a un tipo de presa en concreto.

—Quizás John Biblia pueda estar dando un paseo por Las siete Calles en este momento. ¿Se lo imagina vivo? ¿Quizás leyendo su novela?

—(Ríe) Prefiero no imaginarlo así. La verdad es que ojalá que esté muerto, sinceramente. No le deseo la muerte a nadie, pero ojalá ya no esté vivo porque no merecía haber tenido una buena vida después de todo el daño y el dolor que causó. Pero lo cierto es que podría estarlo, podría ser un anciano. Los testigos de aquel entonces decían que podía tener veintipocos años, una edad muy variable porque tenía uno de esos físicos que pasan desapercibidos y que suele habitual en muchos de estos asesinos de tipo gris, como lo era el de mi anterior novela. Alguien que no es demasiado llamativo, ni demasiado guapo, ni demasiado feo, ni demasiado brillante, pero está ahí para envolverse con esa piel de cordero. Así que, si no está vivo, mejor, y si lo está, que reciba lo suyo antes de dejar este mundo.

—¿Cómo va la adaptación de La cara norte del corazón? ¿Sabemos ya fecha de estreno? Y, lo más importante, ¿qué actor será Aloisius Dupree?

"Me alegro de que en su momento llegase Heyman con NBC Universal. Si hicieron volar a Harry Potter, seguro que pueden reproducir el huracán Katrina"

—(Risas) Pues no te lo puedo decir porque esto sí que es secreto, pero muy secreto. Los derechos de La cara norte del corazón los tiene el productor de Harry Potter, David Heyman, en asociación con NBC Universal. Va a ser una serie, y lo último que sé es que ya había un guion y me parece que un piloto, al que están haciendo algunos cambios. Eso es todo lo que sé. Tampoco me informan a diario. (Reímos). Cuando escribí La cara norte del corazón los productores españoles me dijeron que era terriblemente difícil de adaptar al cine, por presupuesto y medios. Estamos hablando de Nueva Orleans tras el paso del huracán Katrina. Una ciudad en ruinas. Me decían que era muy difícil de producir, pero yo siempre digo siempre que soy escritora, no guionista, y no me voy a poner límites nunca. Me alegro de que en su momento llegase Heyman con NBC Universal. Si hicieron volar a Harry Potter, seguro que pueden reproducir el huracán Katrina. Y con esta nueva novela va a ocurrir lo mismo porque el Bilbao que yo narro ni existe. Y encima son los 80. Si algún día me da por escribir un guion, entonces lo haré dentro de unos parámetros que encajen, pero cuando escribo novelas hay que ser libre. El escritor tiene que ser libre de poder contar y si necesitas la gran riada de 1983 en Bilbao, pues la pones. Y si eso es muy complicado al adaptarla al cine, pues que no se haga. Me gusta el romance que mis novelas tienen con el cine porque me encanta el cine, pero no siempre es tan necesario, no pasaría nada.

—Esta novela tiene una dedicatoria muy especial, a su amigo el escritor Domingo Villar, fallecido este verano.

—Domingo falleció mientras yo estaba al final de esta novela. Fue muy triste para todos los que vivimos esos días en los que estuvo ingresado antes de fallecer. Había un hilo de esperanza que intentamos mantener, a ver si conseguía salir del coma. Creo que todos estamos de acuerdo en que es una gran pérdida para la literatura. Porque Domingo estaba en el género negro, pero él hacía una literatura con mayúsculas. Pienso también que nadie que conociera a Domingo no se considerase amigo suyo, él era amigo de todos. Hemos perdido a alguien muy especial. Me vas a permitir que pida a los lectores de Zenda que se acerquen a sus novelas. Y si ya las han leído, que las vuelvan a leer. Domingo Villar era un genio. Sus libros son maravillosos por la profundidad psicológica y emocional de sus personajes. Él era la clase de escritor que adoro, un escritor honesto que cuando habla de emociones habla de las suyas. Por eso es tan fácil sufrir, gozar, disfrutar, con lo que escribía. Así que, por favor, a leer a Domingo Villar.

—En su próxima novela, volveremos a empaparnos con otra gran tormenta.

"Esas tormentas a las que les someto a mis personajes están sobre todo en su interior"

—Pues en la siguiente no llueve tanto (ríe). Es curioso. Sí que es cierto que me encanta la lluvia. Me gusta situar a los personajes en ese escenario que da un tono especial a mis novelas. Pero esas tormentas a las que les someto están sobre todo en su interior, y de esas puedes estar seguro de que habrá más. Empiezo un ciclo narrativo pero que continúa con lo anterior. Quiero apuntar que este personaje, Noah Scott Sherrington, ya estaba en la anterior novela, en La cara norte del corazón. Lo presenta Dupree en una conferencia, ante una jovencísima Amaia Salazar. Aloisius les cuenta a los cadetes del FBI cómo un investigador escocés había elaborado una lista de posibles víctimas en base a las mujeres que habían desaparecido en su población, y que tenía la sospecha de que había allí un gran depredador. Cuenta la historia de Noah Scott Sherrington y cómo tuvo que salir por una enfermedad de la policía. Hay hilos tendidos entre estas novelas. Continuaré con este proyecto en el que los personajes, unos que conocéis y otros que os presentaré, están siempre sometidos a estos tormentos que a mí me gustan tanto. Sobre todo, porque creo que de la debilidad y la fragilidad, de las cuales surgen esos momentos tan terribles, salen siempre un crecimiento extraordinario y una fortaleza inusitada que nadie espera, justo cuando parece que el personaje está a punto de sucumbir. A los que os guste esto, os aseguro que habrá más tormentas.

 

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