TITULO: DESAYUNO - CENA - MARTES - MIERCOLES - JUEVES - VIERNES - Como ese ,.
DESAYUNO - CENA - MARTES - MIERCOLES -JUEVES - VIERNES - Como ese , fotos,.
Como ese,.
Es octubre del año 2021 y mi amiga Valentina y yo estamos en mi casa en Madrid. Ella en la cocina prepara arepas para el desayuno del día siguiente y yo estoy sentada en el escritorio, respondiendo correos de trabajo. De repente, como si nada, me dice: “Deberías escribir un ensayo sobre tu relación con el alcohol”. El comentario me toca, como cuando te molesta el nervio ciático. Es una muy buena idea y no aguanto que no se me haya ocurrido a mí. Así que le miento y digo que por supuesto, que lo tengo todo pensado.
(Desayuno)
Hasta el momento en el que Valentina levanta la cabeza de las hornallas y me mira para decir que debería escribir sobre mi consumo de alcohol yo no lo había ni imaginado. Pero, como con todo en mi vida, el asunto se viene anunciando hace largos meses, quizás años. Como el destino que manifiesta en un río lo que ha planeado como gota. Cuando Valentina dice lo que dice algo me pincha adentro pero también algo se forma. Miento, pero tengo una biblioteca que me respalda.
( Cena )
Reviso las estanterías, las listas de libros leídos, los subrayados que colecciono en mi Instagram, y está todo ahí. Había recorrido el asunto desde todos los ángulos, pero no había reparado en lo que esas lecturas y libros y citas tienen en común: el hábito de beber y el hecho de que era yo la que las estaba leyendo. El problema de que vayamos a la lectura únicamente para identificarnos, para sentir empatía con alguno de los personajes o contención en lo que se narra, es que una pierde la capacidad de descubrir el vasto mundo fuera de una misma. Como una hija única que, con doce años e incipientes tetas, en la colonia de vacaciones todavía se empeña a que se juegue siempre a lo que ella diga.
Entendí recién cuando mi amiga me orientó hacia la escritura que yo leía sobre las diferentes formas del consumo problemático de alcohol buscando un espejo. Me llegaban las imágenes, tenía cierta sensación de culpa constante, pero el televisor estaba mute. En silencio todo eso se fue acumulando, esperó en algún lugar dentro que pudiera prestarle la atención que necesitaba. A mí releer me abruma, me cansa y aburre. Pero algo se había activado y el texto leído ya no era el mismo texto, como el río en el cual alguien se baña y ya no es el mismo.
Cuando me puse a escribir, el derrame fue vertical. Sentía que me vaciaba. Una vez que empecé no pude parar y no había nada que me separara de la silla frente al escritorio. No tenía tema de conversación, no quería salir, ni armar planes. Era imposible conversar conmigo de cualquier otra cosa que no fuera lo que había leído, lo que estaba escribiendo. Escribir, pienso, es vivir adentro de una por una cantidad de tiempo siempre variable, como si todo alrededor te estuviera interrumpiendo. Puede ser algo maravilloso o una catedral de ansiedad. Puede hacerte muy feliz o separarte del mundo entero. En ese sentido funciona como el alcohol.
Terminé un primer borrador y lo giré. Entendí de vuelta y otra vez, gracias a la lectura de mis amigas, que ese borrador era un libro. Un libro cortito pero un libro. Lo publiqué. Primero en Argentina y después en Chile. Poco después levanté mi vida en Madrid, dejé mi casa y mi trabajo y me fui a vivir a Iowa City, Estados Unidos, con una beca para escribir. Algo de ese libro mínimo me ayudó a dar el salto. Sabina Urraca leyó ese primer ensayo que yo había nombrado Doce pasos hacia mí y me dijo que no todo estaba dicho, que podía sacar de ahí algo más. Entonces, encerrada en el invierno espantoso de Iowa, me volví a sentar en mi escritorio para darle vueltas a algo que hubiera querido clausurar con esa primera parte. Frente a la pantalla, absorbida otra vez, escribí en un mes y medio y de un tirón una segunda parte que llamé El diario de la beca.
Doce pasos hacia mí y El diario de la beca son dos partes de una misma cosa que hoy se llama Borracha menor.
TITULO:
EL PAPEL HIGIENICO ROJO - EL D.N.I. - Fuera de cobertura,.
EL PAPEL HIGIENICO ROJO - EL D.N.I. - Fuera de cobertura ,fotos,.
Fuera de cobertura,.
A las buenas, querido lector. ¿Qué tal si sigo dándole a la tecla y te cuento un poco más de cómo fue todo a partir de la operación? Pues vamos allá.
Operado del cáncer, recuperándome y, lo más importante, saliéndome pelo de nuevo en la cara, que eso era muy importante de cara a no parecer una cosa mala, como parecía. Con los rutinarios controles y la confirmación de que tendría que tomar Eutirox para siempre, no cerré el capítulo, pero sí me quedé algo más tranquilo. Al fin y al cabo no había muerto, como preveían algunos. Creo que no tenían ni idea de la de cosas que tenía que hacer. Me venía fatal morir.
Eso ya me dejaba dormir. Lo que no me dejaba tanto era que quería recuperar la visión cuanto antes del ojo derecho —iluso de mí— y que las piernas y el cuerpo me dolían cada vez más. Llegando a ser insoportable en la mayoría de situaciones. Las idas y venidas a neurólogo y reumatólogo se sucedían. Aquello parecía un partido de tenis en el que cada cual devolvía la pelota al campo del otro con maestría. Oye, ninguno le colaba el punto al otro, qué buenos eran jugando a eso. Fuera como fuese, unos días tenía esclerosis múltiple y otros tenía lupus, según visitara a uno u otro. Quizá, culparlos de un no diagnóstico sea excesivo. El puñeterito de mi cuerpo jugaba con los resultados de las pruebas y no hacía más que desconcertarlos. Lo que sí me molestó fue la falta de interés en algunas consultas por parte del médico de turno a la hora de ver qué colijindringuis me pasaba. En algunas ocasiones tenía que ser yo el que imploraba algo de ese interés debido al extremo dolor que sufría.
La que peor lo llevaba era mi mujer. Desde hacía un año y medio ella se había echado todo el peso de TODO a la espalda. Trabajaba más horas que nadie y eso hacía que apenas pudiera pasar tiempo conmigo, haciendo que su angustia por una situación ya de por sí angustiosa creciera. Y es que eso de tener que estar enviando constantemente mensajes a tu marido para saber que estaba bien, que no le había pasado nada, no debía de ser agradable. Reconozco que parte de culpa la tenía yo. No sabría explicar bien por qué, pero necesitaba estar solo. Ella no paraba de insistir en que cada día me recogieran para ir a casa de mis padres y así estar “vigilado”, pero yo me negaba y la mayor parte de los días quería estar solo en casa. Escribiendo o simplemente no haciendo nada. Pero solo.
No tardé demasiado en saber que todo aquello era un error. No debía haberlo hecho así.
El primer aviso “gordo” se me dio un día de junio. Lo llamaré gordo porque ya había sufrido episodios similares sin tanta importancia como ese. También sé que recuerdo ese día porque se casaba uno de mis mejores amigos. Pues bien. Estaba en casa, esperando a que mi mujer llegara de trabajar cuando, andando por el pasillo, dejé de sentir una de las piernas —eso sí, no recuerdo ahora cuál— y caí al suelo. La mala suerte hizo que me diera una hostia —aquí no me andaré con eufemismos— contra la pared del propio pasillo. La cosa no pasó a mayores y quedó tan solo en un moretón en la frente que luego traté de disimular con maquillaje. Pero el susto ahí estaba. Había perdido por unos momentos la sensibilidad de una de mis piernas y me había dado un buen golpe que podría haber supuesto un susto mayor que todos los anteriores juntos.
Supongo que cualquier persona habría aprendido de ello. Pero también es cierto que, para mal o para mal, no soy como el resto, por lo que no, no aprendí. Tras un mes de idas y venidas en cuanto a achaques de salud —y con mi mujer con una histeria justificada en cuanto a querer saber cómo estaba cada cierto tiempo mientras ella trabajaba— tuvo un susto todavía mayor. Sólo sé que era julio, no recuerdo ni el día ni nada. Sólo sé que no hacía demasiado que había contestado a mi mujer y le había dicho que estaba bien. Era por la tarde y acababa de sacar la ropa de la secadora. La estaba doblando. Bien. Pues ya no recuerdo más. Sólo sé que me desperté en el suelo.
Miré el teléfono. Diecinueve llamadas perdidas de mi mujer, seguía sonando. Lo contesté aún sin saber qué había pasado. Cuánto tiempo llevaba ahí. Ella se asustó tanto que no dudó en salir del trabajo y venir conmigo. Yo seguía desconcertado. No tenía ni idea de cómo había acabado ahí.
Como es lógico, me ingresaron inmediatamente en el hospital. No sé si fue eso, que asustó a los médicos o qué, pero empezaron a tomarme algo más en serio en cuanto a lo de mis piernas. En reumatología se vieron desbordados porque no conseguían dar con lo que era, por lo que se tomó la decisión de enviarme al hospital de la Fe, en Valencia. Yo pensé: joder, la Fe. Eso son palabras mayores. Ahí me curan seguro.
Anda que no soy imbécil.
En fin.
Las pruebas seguían por un lado y por otro. Y sí, la cosa se siguió complicando. Pero eso ya te lo contaré en futuras entregas.
En cuanto a mi sueño de ser escritor pasó algo muy importante. Hice mi primera presentación. Vale que fue en mi pueblo, vale que, no sé, sólo con familia ya tendría que haber gente. Pero lo que no esperaba es que fueron más de cien personas movidas por la curiosidad de que alguien del pueblo había escrito una novela —en realidad presentaba la segunda, pero bueno—. Ese día empecé a sentir que quizá no fuera una locura querer aspirar a algo en este mundo. Recuerdo que fue de las primeras veces que pensé que la vida me sonreía después de lo que me estaba sucediendo por otro lado. Recuerdo haber presentado el libro con las grapas recién quitadas del cuello tras la operación del cáncer, pero, joder, no me importaba mi aspecto de Frankenstein, me importaba que mi sueño se empezaba a hacer realidad. Además, las entrevistas desde diferentes medios locales, comarcales y nacionales también empezaron a llegar. Yo no me lo creía. El libro se estaba vendiendo como el pan. Yo, que no aspiraba a vender ni cien unidades ya hablaba en miles —ojito, hablamos juntando digital y papel, que si fuera papel estaría escribiendo esto montado en mi Porsche (sí, los cojones)—. De todos modos traté de no emocionarme demasiado, sabía que debía trabajar más duro que nunca para no quedarme estancado en el ligero paso que había dado. Todavía me quedaba tanto por andar… Pero, oye, lo dicho, ver que todo marchaba en este sentido me animaba a tirar para adelante. A trabajar duro.
No me importaba que mi cuerpo estuviera apagado o fuera de cobertura. No me importaba que mi nivel de redacción de una novela todavía estuviera en el de un niño de seis años. No. Quería luchar porque pensaba que podía. Y no hay nada más importante que pensar que se puede. Es el arma más poderosa que existe. Creer en uno mismo. Para todo.
Y hasta aquí quedaba pescado por vender. Pero me traerán más. Así que, mientras esperamos, ¿por qué no me cuentas qué te ha parecido en mi correo (BlasRuizGrau@hotmail.com) o en mi twitter (@BlasRuizGrau)? Agradeceré cualquier comentario y, sobre todo, si compartes este texto con tus contactos. Puede que alguien le venga leer algo así. Quién sabe.
TITULO : Donde comen dos - Sardinas Cuca - Citrus del Tancat o dónde comerse el Delta del Ebro ,.
Donde comen dos - Sardinas Cuca -Citrus del Tancat o dónde comerse el Delta del Ebro , fotos,.
Citrus del Tancat o dónde comerse el Delta del Ebro,.
En sus días libres, el cocinero Aitor López se deja ver en L’Agadir del Delta, en La Bodegueta de Sant Vicent y en Casa Jaime,.
Hoy, nuestro destino es el espacio gastronómico situado en el hotel Tancat de Codorníu, en Les Cases de Alcanar, en Tarragona. Lean y únanse a nuestro viaje. Al frente, encontramos al cocinero Aitor López, quien a diario dota de valor los productos que llenan su despensa para otorgarles un contexto y llevar a la mesa el entorno en el que se encuentra esta casa. Sobre todo, porque esta antigua masía del siglo XIX rehabilitada acoge dos mil árboles frutales, entre los que destacan los naranjos, de ahí el nombre de Citrus, y un maravilloso huerto ecológico, que son las piedras angulares de un proyecto arraigado al territorio. Pero, vayamos al grano, ¿qué se come en esta casa? Se preguntarán. Aitor apuesta por una culinaria mediterránea en la que la tradición y la cocina de la memoria pesan, alimentada por ingredientes de proximidad. Es decir, de la lonja de la Ràpita y del Delta del Ebro, de donde proceden los mejillones, las ostras, las gambas blancas y los cangrejos, con constantes guiños al recetario catalán y al valenciano por su peculiar emplazamiento a caballo entre ambas comunidades.
Vinaroz y Peñíscola
Dicho esto, el chef propone la coca de pimiento con tomate y atún curado, el cangrejo del Delta aliñado con curry francés, el hinojo confitado con bullabesa anisada de mejillones del Delta, el «wellington» de berenjena ahumada, jugo de «cap i pota» y chantilly, y el flan de azafrán y haba tonka, melocotón de la Terra Alta y helado de almendra cruda. Son platos que definen la filosofía del chef e integran alguno de los tres menús degustación: Lo Canar, Montsià y Sol de Riu. Para seguir saboreando el Delta del Ebro, como siguiente destino Aitor no lo duda y señala L’Algadir del Delta, donde es posible hacer parada y fonda, porque el espacio cuenta con 15 habitaciones en Poble Nou del Delta (Amposta-Tarragona) en el mismísimo Parque Natural del Delta del Ebro. Por eso, Joan Capilla ofrece unas recetas súper arraigadas a la zona, con el arroz como especialidad, que lo han llevado a obtener la estrella verde Michelin. Ya en Peñíscola, acostumbra reservar en un clásico, Casa Jaime, donde rendirse ante la cocina tradicional marinera con los guisos de los pescadores, con platos como la raya con langostinos y el suquet de peix sin olvidarse del arroz Calabuch, con espardenyes y ortiguillas de mar, el particular homenaje de Jaime y Jordi Sanz a Luis García Berlanga. Y, cuando Aitor quiere un vino en su día libre es fácil encontrarle en La Bodegueta de Sant Vicent, en Vinaroz (Castellón), donde se apuesta por el descorche y es posible escoger una etiqueta sabiendo que si al final del almuerzo o cena no lo ha terminado, se lo puede llevar. Nos recomienda catar Les Alifares, de Frisach, una garnacha gris cien por cien, de la D.O Terra Alta (Corbera d’ Ebre), aunque se reconoce un entusiasta de los corpinnat, un espumoso ecológico que, bien frío, se lo llevaría a un pic nic para armonizar con unos mejillones y unos salazones. Además de estos, los cavas y destilados en dicha casa son grandes amigos de las conservas, del jamón y del queso, manjares con una buena relación calidad-precio. Tomen nota, porque asegura que es primordial volver a casa con uno de los arroces de Moli de Rafelet, un vino de la D.O Tierra Alta, del Montsant por mencionar alguno, así como con unas conservas de anguila ahumada.
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