A
un lado, el legendario hotel Ritz, recientemente remodelado y
construido con todos los lujos necesarios para una ciudad capital como
era Madrid a principios del siglo XX. Todo este barrio -a ambos lados de
la plaza de Neptuno- fue levantado o remodelado a principios del
siglo XX. La nueva burguesía, los políticos, la ciudadanía de servicios
necesitaba nuevas casas, o palacios, en aquellos lugares emblemáticos.
Esta nueva sociedad estaba lista para ocupar los solares dejados por las
piquetas que habían tirado conventos y monasterios. De algunos aún
queda algún recuerdo, plazas cuadrangulares (como Santa Ana); de otras
demoliciones, no queda ni rastro.
El caso es que subiendo por la calle de la Academia, a un lado está el Ritz y al otro elMuseo del Prado, que antes había sido Real Gabinete. ¿Qué más se puede pedir? ¡Alguna taberna!
Un poco más arriba, el edificio de la
Real Academia Española, dorado depósito de la creación española y del
estudio filológico y lingüístico de su lengua. ¡Menudos tesoros se
custodian en su Archivo y en su Biblioteca! y ¡menuda tradición
científica y cultural que arranca del siglo XVIII!
A espaldas de la Academia, están los Jerónimos. El monasterio había sido instalado allí a principios del siglo XV,
tras moverlo desde El Pardo, cuentan que en lugar de tránsito, que se
le llamaba el monasterio de El Paso. Pero no era sitio salubre. Así que
se llevó a un otero al otro lado de la villa. Y allí sigue. Sigue a su
manera: porque pocos edificios han conocido, y aun sufrido, tantas
destrucciones y remodelaciones como este convento. Y, sin embargo, se
yergue potentísimo sobre la ciudad y parece que es del siglo XV, o
gótico isabelino. Pero no, no lo es. Cuando se hizo la polémica
ampliación del Museo del Prado, se desmontó su claustro
renacentista, y se volvió a recomponer ya dentro del Museo y aún lo
podemos contemplar y visitar, engalanado con una colección de estatuas
reales que no se pueden ver en ningún otro espacio. Y así son los
Jerónimos: piedras alzadas, destruidas, limpiadas, recolocadas,
enriquecidas, protegidas, perdidas. Durante esa última remodelación se
descubrió y examinó una necrópolis de los monjes, cuyos restos óseos fueron trasladados para su estudio a un depósito arqueológico que tiene la Comunidad de Madrid en Alcalá de Henares.
Pobres monjes, que han dejado su rastro enjuto, desdentado, de piernas
arqueadas y columnas vertebrales dobladas por los pesos de la vida.
A
veces me pregunto que si no deberíamos rendir digno homenaje a tantos
huesos humanos que hay por todas partes y enterrarlos, en vez de que
estén en cajas apiñadas en estanterías metálicas, o incluso en vitrinas
de museos. Son cadáveres de seres humanos. Restos de nuestros
antepasados.
La iglesia, por dentro, no tiene nada que ver con lo
que debió ser, aunque ahora sea como es. En la segunda capilla a mano
derecha una lápida nos recuerda que a principios del siglo XVII allá
estuvo el embajador Hans Khevenhüller (enterrado en el refectorio
que ya no existe), él mismo que se hizo una quinta de recreo en
Arganda. Había pasado diez años enterrado en la iglesia de San Pedro
(por eso quedan pechinas con el escudo familiar, unas bellotas) toda vez
que vivió en su palacio en la calle Segovia, que era parroquiano de esa
antigua mezquita hecha iglesia.
La puerta de Mariana de Austria
Yo
no sé si cuando se anda por allí, se es consciente de la herencia
cultural que se puede disfrutar. Subida la cuesta, se puede entrar al
Retiro por la puerta de Mariana de Austria, que no es la principal del
parque.
El Retiro es una obra
maestra del sosiego y la paz urbanas. Ha sido achicado, rediseñado,
destruido y bombardeado, remodelado también, y ahí sigue. ¡Es un parque del siglo XVII!,
sí, porque en Madrid se pasea, se corre, se celebran ferias del libro,
se va y se viene por un parque de los años 30 del Siglo de Oro.
De sus orígenes sólo quedan dos edificios (el antiguo Museo del Ejército y el Casón del Buen Retiro), y también el Estanque,
y algunos restos de la ermita de San Antonio de los Portugueses (que
estaba en donde Bellver dispuso su maravillosa escultura dedicada al
Ángel Caído, y más allá porque la ermita era gigantesca).
Quedan
también, fuentes, platos, pilas, surtidores y bebederos porque parece
mentira la cantidad de aguas canalizadas que han alegrado la vida del
parque, de sus jardines y de sus madrileños. (Continuará).
TITULO:
RADIO - TELEVISION - EL TRANVÍA DEL TIEMPO - EL BOTIJO - Cine Bigote
- ¡Esto es traición! ¡A mí la guardia! ,.
RADIO
- TELEVISION - EL TRANVÍA DEL TIEMPO - EL BOTIJO - Cine
Bigote - ¡Esto es traición! ¡A mí la guardia! , fotos,.
¡Esto es traición! ¡A mí la guardia! ,.
Alguna vez hablé aquí de mi amigo André, belga y trotamundos.
Habiendo consagrado su vida profesional al cinematógrafo, es acérrimo
enemigo de la imagen en movimiento. “El Cine”, asegura, “destruye las
neuronas, aplana el entendimiento y esclaviza la voluntad”.
André es un traidor.
Los motivos para traicionar son infinitos, aunque me malicio que el
despecho y un ego mal acompasado están presentes en cualquier traición.
André nunca logró dirigir ni producir cine, y pienso que de ahí debe de
nacer su animadversión, pese a que ganó su buen dinero con el negocio
del celuloide, las cosas como son, amén de una miajita de prestigio que
parece no colmar su autoestima. También suele ser común que todos los traidores arguyan motivos morales para justificarse.
Según André, el cine atenta contra la imaginación, la inteligencia y el
buen gobierno. Una convicción bien peregrina, pero que alimenta su
inquina y le proporciona combustible para sus exabruptos.
Un gran traidor español, Bellido Dolfos, decía que
Sancho el Bravo, a quien asesinó por la espalda, era un traidor.
Chocante. A juicio de Dolfos, no habría traición si el traicionado es a
su vez un traidor. Por fortuna, Bellido Dolfos sólo es un personaje
literario “hijo de Dolfos Bellido”, asegura el Romancero. Y sigue, para que nadie se llame a engaño: “si gran traidor fue su padre, mayor traidor es el hijo”.
"El éxito tiene mil padres, pero el fracaso sólo uno: El Culpable"
La literatura es pródiga en traidores. La literatura
española ofrece unos cuantos, además de Dolfos. Los infames infantes de
Carrión traicionan la confianza del Cid y sacuden a las hijas una
paliza de muerte con la coartada de que Rodrigo Díaz y familia carecen
“de nivel”, vamos a decir. Además de traidores, cobardones. En La Regenta, Leopoldo Alas levantó el traidor perfecto, el Magistral de la catedral de Vetusta, don Fermín de Pas,
que destruye a la inocente Anita Ozores con implacable meticulosidad y
traicionando su confianza. Hay despecho en Fermín de Pas, y también una
envidia ciega y sin sentido, aparte de la convicción de poseer una
superioridad moral que, a su juicio, le otorga carta blanca para
cualquier vileza. Fermín de Pas mete miedo. Aunque el gran traidor de la
literatura española, El Traidor por excelencia, ha sido y será ya
siempre el conde don Julián, por cuya traición “se perdió España”, nada
menos. Don Julián no sólo es Traidor, sino también Culpable.
La figura del Culpable es muy interesante. Nunca viene mal tener uno a
mano para cargarle “el muerto”, el que sea, porque la capacidad de
asumir errores es infrecuente. El éxito tiene mil padres, pero el
fracaso sólo uno: El Culpable. Juan González-Francés, empresario del
sector textil, lo entendía así y pretendió institucionalizar la figura
de El Culpable incorporándola al organigrama de su empresa dotando,
incluso, de despacho propio al titular del cargo. “Un culpable
institucional facilitaría mucho las cosas al permitir que se evacuaran
con rapidez las infinitas tensiones generadas por los errores que, te
pongas como te pongas, son inevitables”.
A reivindicar la figura de don Julián, traidor y culpable, dedicó Juan Goytisolo
un libro demente que se abre con un exabrupto a estas alturas
celebérrimo. Un expatriado, o así, lo lanza desde el otro lado del
Estrecho contemplando el nebuloso perfil de la costa española al
amanecer. Para mí que el memorable —y cultísimo— exabrupto debiera
figurar en bronce en todas las plazas de España. “Tierra ingrata, entre
todas espuria y mezquina, jamás volveré a ti: con los ojos todavía
cerrados, en la ubicuidad neblinosa del sueño, invisible por tanto y no
obstante sutilmente insinuada: en escorzo, lejana, pero identificable en
los menores detalles, dibujados ante ti, lo admites, con escrupulosidad
casi maníaca; un día y otro día y otro aún: siempre igual…”. Etcétera.
En fin, el Monólogo del Culpable que intenta exculparse y justificar su
desafección. Un tema viejo como el mundo.
"Marchamo
de calidad, honda trastienda y acrisolado pedigrí literario tienen
traidores como Ivan Ogareff, contratipo de Miguel Strogoff"
Traidor a Dios, nada menos, y culpable, por tanto, de Todos los Males
del Universo es Satán, Belcebú, ángel y demonio a la vez, prototipo de
cuanto traidor hay y ha habido: a su imagen y semejanza moldeó el
universo católico la figura mefítica del heresiarca Lutero, histórico
traidor, culpable de la división de La Iglesia que ha sido causa de la
perdición de muchos. Aunque, claro, todo es relativo, y Martín Lutero gana mucho cuando lo miras desde la óptica protestante.
A propósito de esto, el tío Jorge Luis, siempre genial, trató el tema en un ensayo-relato titulado, precisamente, Tema del traidor y del héroe,
en el que especula con la posibilidad de que uno y otro, traidor y
héroe, sean dos caras de la misma moneda, un Jano bifronte, un solo ser
que es una cosa u otra dependiendo no de sí mismo, sino del que mira.
Jorge Luis se vale para ello de una anécdota que pretende histórica,
pero que me temo sea apócrifa, otra invención del alma fantasiosa de
nuestro querido tío porteño, a quien imagino soñando con la posibilidad
casi lasciva de ser él mismo el héroe de una historia, la que sea, y a
la vez el traidor.
"De Edmundo Dantés aprendimos que la venganza es un plato que se toma frío"
Marchamo de calidad, honda trastienda y acrisolado pedigrí literario
tienen traidores como Ivan Ogareff, contratipo de Miguel Strogoff, y
Ruperto de Hentzau, contratipo espiritual del bello y gallardo Rodolfo Rassendyll, a su vez contratipo físico de SM Rodolfo V, Rey de Ruritania y Señor Nuestro. O como el infame Moriarty, enemigo por despecho de todo lo que se menea y contratipo de Sherlock Holmes.
Y, cómo no, Judas Iscariote, traidor nada menos que a Jesús, el Mesías
fundador de la fe cristiana, por sólo treinta miserables monedas de
plata, cantidad sobre la que, al decir de algunos, se habría edificado
después la leyenda, que no Historia, de los tres caballeros Audax,
Ditalco y Minuro, los traidores que habrían entregado a Roma la figura
egregia de Viriato (pastor lusitano).
Imposible no terminar este literario paseo por los senderos de la
traición sin mencionar a los infames Danglars, Fernando y Villefort, en
quienes tomara cumplida venganza Edmundo Dantés, ya para siempre inmortal en la Historia de la Literatura y de las leyendas del mundo como conde de Montecristo,
emblema a su vez de algunos de los mejores cigarros de Vueltabajo. De
Dantés aprendimos que la venganza es un plato que se toma frío.
En fin, que aluego preguntan algunos que por qué rayos nos gusta leer. A servidor, porque se le pasa pipa.
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