TITULO: Cuadernos de paso - La sonrisa del pelícano - Esta noche cruzamos el Mississippi - Crónicas marcianas - Juntas preparatorias ,.
La sonrisa del pelícano ,.
La sonrisa del pelícano fue un programa español de televisión emitido por Antena 3, Presentado y dirigido por Pepe Navarro,.
Esta noche cruzamos el Mississippi,.
Esta noche cruzamos el Mississippi fue un programa de televisión producido y presentado por el periodista Pepe Navarro y emitido por la cadena española Telecinco entre el 18 de septiembre de 1995 y el 10 de julio de 1997. Se emitía de lunes a jueves en la franja del late night., etc.
Crónicas marcianas ,.
Crónicas marcianas fue un late show de televisión, producido por Gestmusic Endemol y emitido por la cadena española Telecinco entre 1997 y 2005. Estaba dirigido y presentado por Javier Sardá y
contaba con Miquel José y Jordi Roca, con quienes Sardá había creado La
Ventana en la Cadena SER, como subdirectores y guionistas.
Es el programa de late night más longevo y más visto de la historia de la televisión en España.1 A pesar de ser considerado por muchos como uno de los máximos exponentes de la llamada telebasura en España, obtuvo multitud de premios, como un Ondas, dos de la Academia de la Televisión y seis TP de Oro., etc.
Juntas preparatorias ,.
foto / En los recuerdos más tempranos de mi infancia en Portland siempre está presente la lluvia. Mi primer camarada, el paraguas, como un hongo gris encima de mi cabeza. Nuestra casa era muy semejante a las del vecindario pero allí la vida transcurría de otra manera. El único espacio para la convivencia era la hora de la comida y el resto del tiempo cada miembro de la familia se entregaba a sus actividades. Mi madre se instalaba en la mesa de la cocina para revisar las tareas de sus alumnos de la preparatoria y después iba a sentarse en su sillón favorito de la sala de estar a leer novelas y libros de poemas. Salvo casos urgentes, estaba estrictamente prohibido interrumpir su ritual. Mi padre, por su parte, se encerraba en el garaje para dedicarse a lo que constituía una pasión más que un simple oficio: restaurar coches antiguos. Al concluir su obra maestra y siempre con un pesar que le resultaba imposible esconder, la vendía. Algunas semanas después, cuando volvía a casa por la tarde con el rostro esplendente, de inmediato adivinábamos el motivo: la adquisición de un nuevo viejo coche. Por lo demás, ninguno de nosotros ponía un pie en el garaje para evitar el penetrante olor de las pinturas y de todos los químicos que auxiliaban su tarea. Evelyn, mi hermana mayor, solía quedarse por las tardes en la escuela a ensayar puestas escolares. Cuando volvía más temprano a casa, se encerraba en su dormitorio y escribía con afán cartas a estrellas de cine. Su máximo triunfo fue recibir contestación de Geraldine Page, acontecimiento que aumentó su popularidad entre sus compañeros y profesores.
Mi pasatiempo era de lo más común: dar largos paseos en bicicleta, muchas de las veces a lo largo del curso del río Willamette. Enfundado en un impermeable, en los días de lluvia, me gustaba aspirar el aire recién lavado. Aprendí a hallar placer bajo las gotas en nuestros viajes a Seattle, donde mi madre y mi hermana se perdían en librerías y cafés. En esas horas de ocio yo recorría las calles de la ciudad cobijado por una lluvia tan ligera que más bien se asemejaba al rocío.
Así las cosas, a principios de un verano de 1964, a la hora de la cena, nuestros padres nos sirvieron un platillo de sobremesa. El anuncio de un divorcio amistoso. A Evelyn, confidente de mi madre, la noticia no la tomó por sorpresa. El reparto de bienes ya había sido acordado: yo me quedaría con mi padre en Portland mientras que Evelyn y mi madre iban a establecerse en Los Ángeles para que mi hermana estudiara actuación. Lo único que me había entristecido era dejar de oír la risa de Evelyn que añadía algo de música a aquello que nos habíamos empeñado en llamar hogar.
En un principio extrañé la comida de mi madre cuando intentaba encontrar sabor a aquellos bocados que tenían la sazón propia de los hombres solos. Recién había cumplido los dieciséis años y me preguntaba qué significaba el futuro, aquella palabra que todo mundo pronunciaba con tono fanfarrón.
Los días de aquel verano eran como un fajo de billetes que no atinaba en qué gastar. Mi padre pasaba todo el día en la oficina y yo no tenía amigos ni mucho menos deseos de entregarme a actividades en las que participaba la gente de mi edad. Por las mañanas desayunaba algo, luego me preparaba un emparedado y tomaba mi bicicleta para después perderme el día entero por los alrededores de la ciudad.
Pocos días antes de que se reanudaran las clases en la escuela, mi padre me anunció que nos mudaríamos a un pequeño pueblo a un centenar de kilómetros de Portland. Sus superiores lo habían ascendido de puesto y se encargaría ahora de la administración de las oficinas del aserradero, donde llevaba veinte años trabajando. En mi estado de apatía aquella noticia me había dejado impasible, la única diferencia que hallaba entre vivir en Portland y en un pequeño pueblo era que no iba a pasar desapercibido. Los fines de semana volveríamos a casa para que mi padre continuara ocupándose del oficio que daba sentido a su vida.
La empresa nos asignó una casa en las afueras, no muy lejos de las instalaciones del aserradero. Yo iba a asistir a la escuela en bicicleta. La vivienda estaba amueblada y era más grande de lo que hubiéramos imaginado. Una mujer acudía dos veces por semana a hacer la limpieza y a preparar comida. Mi padre y yo solo teníamos que hacer las compras.
La primera semana fui la novedad en la escuela pero mi timidez no ayudó mucho a que el interés se mantuviera más allá de ese lapso. Muchos, incluidos los profesores, me trataban con una condescendencia sospechosa, como si yo fuera alguien de cortos alcances. Únicamente Jill, una de las chicas más populares de la preparatoria, fue quien mostró una actitud sincera y en la primera oportunidad que tuve la invité al cine, atemorizado en el fondo por mi atrevimiento. Nunca había ido a una función de cine acompañado de una chica. Acostumbraba acudir con Evelyn y en algunas ocasiones con mi madre.
Apenas logré concentrarme en la película, ya que lo único que deseaba era contemplar su sonrisa. En ciertos momentos creí escuchar los latidos de su corazón durante las escenas dramáticas que se proyectaban en la pantalla.
A partir de aquel día aprovechábamos cualquier ocasión para reunirnos y a menudo nos quedábamos en la biblioteca de la escuela para hacer las tareas juntos. Los fines de semana en Portland se me antojaban interminables sin Jill. Los domingos por la mañana mi madre y Evelyn nos llamaban, siempre con buenas noticias y glorificando el buen clima de Los Ángeles. El nuevo trabajo de mi madre superaba sus expectativas y los estudios de mi hermana no podían marchar mejor. Todo parecía la otra cara de nuestra rutina o será que lo que permanece lejos de nuestro alcance adquiere tintes luminosos por la imposibilidad de vivirlo.
Llevábamos un mes en el pueblo cuando Jill me invitó a merendar en su casa. Nunca había probado una tarta de arándano tan deliciosa ni recordaba que mi madre me la hubiera servido con tanta diligencia. En el camino de vuelta a casa concluí que era el enamoramiento el que convertía los actos cotidianos en un hecho extraordinario.
Empezaba octubre. Esa mañana había llovido copiosamente; luego Empezaba octubre. Esa mañana había llovido copiosamente; luego de escampar, el cielo mostraba un azul deslumbrante. Jill me propuso dar un paseo en bicicleta por los senderos escarpados que bordeaban el río. Aseguró conocerlos de memoria. Sin más, nos colocamos las mochilas al hombro, montamos en nuestras bicicletas y emprendimos el camino. El terreno se hallaba resbaloso y pedaleábamos con cuidado. En un tramo del camino que parecía más seco, Jill aceleró la marcha y me dejó atrás con las palabras de su desafío:
—Si eres tan bueno como dices, ¡alcánzame! —y desapareció en un recodo del sendero.
Cuando llegué al lugar, no la vi por ninguna parte. Hasta donde el sendero resultaba visible, no divisé a nadie. Seguí la ruta con la esperanza de encontrarla más adelante, esperándome y riéndose de mi torpeza. En vano. Desanduve el camino y poco antes de hallarme de nuevo en el recodo, descubrí el rastro de las ruedas que dibujaban un intento inútil de salvarse de la trampa de la pendiente. Un martillo enloquecido suplantó a mi corazón y sofocado y lloroso partí en busca de ayuda.
Tres días después descubrieron su cuerpo en un meandro del río. La muerte había echado su manto gélido sobre mis espaldas, un cuerpo que ya no era el mío se arrastraba por los días. Voces sollozantes, gritos exasperados e interrogatorios fríos me acosaban con encono. Mi padre decidió que no era prudente que yo asistiera al entierro y mucho menos a la escuela; además, se aprestó a solicitar una licencia para hacerme compañía. En un instante de sosiego le rogué que no enterara a mi madre de lo sucedido. Una tarde tuvo que salir para atender un asunto inaplazable en el aserradero. Ya era entrada la noche y no había vuelto. Yo no había logrado dormir durante los últimos días y me habían recetado somníferos. Yacía en mi cama y el colchón era un pantano, donde me hundía y volvía a flotar. De pronto, desde la lejanía, percibí unos golpes leves en la puerta de mi dormitorio y lo que parecía una voz dijo:
—Me siento muy sola. Déjame entrar, Adam—. Un instinto animal me puso en pie. La puerta se abrió y Jill se plantó delante de mí. Llevaba un vestido blanco de lino, el color de su rostro era cenizo pero no había perdido su lozanía. Los cabellos rojizos caían sobre su espalda y de ellos emanaba un brillo tenue. Observé sus pies descalzos, manchados de lodo. Sus manos frías se posaron en mis mejillas, acercó su nariz a la mía y algo dio un tirón dentro de mí; después el aire abandonó mis pulmones. Me volví, ingrávido, y en la cama descubrí un muñeco lívido.
Jill me tomó de la mano y salimos de la casa sin abrir la puerta. Las calles del pueblo permanecían silenciosas y desiertas. Las luces en las ventanas denunciaban que la vida se encerraba entre cuatro paredes y era ya rehén de la noche. Libres de malos pensamientos, caminamos por esas calles, rozando apenas el suelo; nos deslizábamos por un tiempo letárgico.
Una imponente puerta de hierro forjado nos obstruyó el camino y la dejamos atrás con ligereza. Tomamos por un senderillo. Había una claridad brumosa, como si nos halláramos entre las raíces de la luz. Pude oír los trinos melodiosos de pájaros sumergidos bajo las tumbas que nos daban la bienvenida.
—Estamos en casa —pronunció Jill y por primera vez sonrió.
TITULO: DESAYUNO - CENA - SABADO - ENREDATE - ¡ QUE HAY DE NUEVO ! - ¡ ATENCION Y OBRAS ! CINE - Vivan los novios - Telecinco - Benito Olmo - Orden del día,.
¡ ATENCION Y OBRAS ! CINE ,.
¡Atención y obras! es un programa semanal que, en
La
2, aborda la cultura en su sentido más amplio, con especial atención a
las artes escénicas, la música, los viernes a las 20:00 presentado por
Cayetana Guillén Cuervo, etc, foto,.
Vivan los novios - Telecinco ,.
Vivan los novios fue un concurso del género Dating show, emitido las tardes de los sábados por la cadena española Telecinco entre 1991 y 1994., Presentador Andoni Ferreño, Arancha del Sol, Natalia Estrada y Gabriel Andres Corrado Andreacchio, etc,.
DESAYUNO - CENA - SABADO - ENREDATE - ¡ QUE HAY DE NUEVO ! - Benito Olmo - Orden del día ,.
DESAYUNO - CENA - SABADO - ENREDATE - ¡ QUE HAY DE NUEVO ! - Benito Olmo - Orden del día , fotos,.
Benito Olmo - Orden del día,.
Tengo la suerte de conocer a Benito Olmo desde que comencé a gatear en el mundo de la literatura. De hecho, se convirtió en un referente para mi trayectoria, ya que cuando yo aún me paseaba por la Feria del Libro de Cádiz con un libro autoeditado bajo el brazo, él ya firmaba con las grandes editoriales con las que yo solo podía soñar. En apenas unos años, Benito ha logrado ser finalista del III Premio Santa Cruz, el I Premio Negra y Mortal, el III Premio Cartagena Negra a la mejor novela publicada y el Tormo Negro-Masfarné, además de vender los derechos audiovisuales de La maniobra de la tortuga, la obra que lo catapultó a la lista de los autores de género negro más reconocidos a nivel nacional.
( Desayuno )
Hace unos días terminé de leer El Gran Rojo, la última novela del escritor gaditano afincado en Frankfurt, y estaba deseando poder verle cara a cara para iniciar este duelo de preguntas y respuestas. La lectura de la que me ha parecido su mejor obra hasta el momento me ha generado una serie de cuestiones que vais a encontrar aquí reflejadas. También podéis ver la entrevista, que se grabó en directo para la revista Zenda, al final de este artículo. Aunque logramos hablar de todo un poco, apenas dura unos minutos y así podréis ponernos voces a cada uno de los dos. Porque las caras, a fin de cuentas, tampoco es que valgan demasiado la pena.
( Cena)
—Antes de nada, querido Benito, quería darte la enhorabuena por El Gran Rojo. Hacía mucho tiempo que no leía un thriller que me hiciera disfrutar tanto, sobre todo por la singularidad de su protagonista y la minuciosa ambientación de la trama en Frankfurt. Los que te seguimos ya disfrutamos de tu serie Proyecto Mainhattan, publicada en esta misma revista, donde nos cuentas tu experiencia al irte a vivir a Alemania. ¿Has ido construyendo esta novela a medida que ibas recopilando vivencias con tu cambio de residencia, o ya nació mucho antes dentro de tu cabeza?
—Gracias por tus amables palabras. Comencé a escribir El Gran Rojo cuando llegué a Frankfurt. De esta manera, cada calle, cada conversación y cada incidente del que era testigo cobraban sentido. Ha sido muy emocionante descubrir la ciudad por medio de una novela y mirarla con ojos de escritor. Durante varios meses, El Gran Rojo se convirtió en mi razón de ser. Tanto es así que cuando no estaba escribiendo estaba dando vueltas por algunos de los lugares menos recomendables de Frankfurt para documentarme. El proceso me ha fascinado y me he divertido mucho escribiendo esta novela. Creo que los lectores lo van a notar.
—Seguro que sí, sobre todo en los primeros capítulos, que son una auténtica pasada. Comenzamos a conocer las miserias de Mascarell, un detective privado al que se recurre cuando todo lo demás parece perdido. Ya sabemos lo saturado que está el mercado editorial y lo difícil que es encontrar un protagonista tan original como el tuyo. ¿Has sufrido al tener que separarte del gran Bianquetti, el detective que dio vida a tus anteriores novelas, o por el contrario ha sido una experiencia positiva trabajar en un nuevo protagonista con tantas aristas como Mascarell?
—Ha sido un gustazo despegarme de Bianquetti. Ten en cuenta que escribir dos novelas seguidas con el mismo personaje es agotador. Necesitaba un respiro. La tercera de Bianquetti la tengo en la cabeza y en varios cuadernos, lista para ser ensamblada, pero todavía pasará un tiempo antes de que vuelva a ponerme con el grandullón.
—Otro de los personajes que más me ha gustado ha sido el de Ayla, una chica de apenas dieciséis años que tiene que lidiar con su padre aquejado de Alzheimer tras la muerte de su hermano, una adolescente que derrocha una madurez y una fuerza para sobrevivir entre las calles de Frankfurt que me han enamorado. ¿Es probable que Ayla desempeñe un papel más activo que otras mujeres en novelas anteriores, o solo ha sido una sensación mía?
—Ayla lo tiene todo en contra. Es una inmigrante en plena adolescencia que además debe llevar dinero a casa y cuidar a su padre enfermo de Alzheimer. Por si fuera poco, se impone la misión de averiguar la verdad que rodea a la muerte de su hermano. Es una luchadora, una superviviente, y creo que por eso resulta fácil empatizar con ella. No obstante, no es la primera vez que hago protagonista a un personaje femenino. Desajuste de cuentas (Storytel Original, 2019) está protagonizada por una detective, y en Wonderland (Storytel Original, 2020) uno de los personajes principales es una inspectora de policía con muy mala leche.
—Me alegra que hables de tu trabajo en Storytel, porque tengo un par de preguntas guardadas para más adelante, pero primero me gustaría hablar de tu manejo de los suburbios. En tus novelas paseamos por los barrios menos favorecidos y nos vemos envueltos en el mundo de la prostitución, las mafias y los traficantes de poca monta. ¿Cómo haces para describir estas escenas con tanto realismo? ¿Te ves en la obligación de moverte, aunque sea de refilón, por los bajos fondos para crear una ambientación tan fidedigna en tus novelas?
—Me muevo, sí, y no de refilón. La única manera de escribir de forma honesta sobre la realidad de la calle es sumergirte en ella. El proceso de documentación de la novela me ha llevado a algunos de los lugares menos agradables de Frankfurt. Me he metido en algunos líos, he pedido favores a gente poco recomendable y he entrado hasta la cocina, por así decirlo, de sitios verdaderamente oscuros. Como te he dicho antes, la escritura de El Gran Rojo ha sido muy emocionante y me ha hecho recalar en lugares a los que de otra manera difícilmente me habría acercado.
—También me he dado cuenta de que un gran número de personajes de El Gran Rojo, tanto principales como secundarios, son inmigrantes. Viven y trabajan en Alemania, pero no son de allí.
—Es que Frankfurt es la ciudad con mayor tasa de inmigrantes de toda Alemania. Se dice que la mitad de los habitantes de esta ciudad son inmigrantes o descendientes de inmigrantes. Así las cosas, tuve claro desde un primer momento que la trama de El Gran Rojo, para que fuera un fiel reflejo de la realidad, debía ser llevada en volandas por personajes de diferentes nacionalidades.
—Otro detalle que me ha llamado mucho la atención es que cambias de narrador constantemente, en relación al personaje que protagonice el capítulo en cuestión. Esto le da un dinamismo a la trama que el lector agradece al descubrir diferentes estilos en cada escena. ¿Qué has querido transmitir con este juego narrativo?
—Se trata precisamente de eso: de un juego que propongo a los lectores. Además, de esta manera consigo que cada personaje tenga una voz y un estilo propios, lo que le da a la trama mucha fluidez.
—En uno de los capítulos, en el que Mascarell se ve obligado a visitar al médico para que le echen un vistazo, vamos a descubrir los motivos que lo empujaron a emigrar a Alemania y lo duro del proceso de adaptación por el que tuvo que pasar. Es inevitable que los lectores relacionemos lo que cuentas en El Gran Rojo con tu experiencia personal. ¿Ha sido complicado adaptarte y formar parte de la sociedad alemana? ¿Tienes pensado quedarte en Frankfurt por una larga temporada o estás deseando poder volver a Cádiz?
—La adaptación fue complicada, sobre todo al principio. No me da miedo empezar de cero en otras ciudades. De hecho, he vivido en Cádiz, en Sevilla, en Granada y en Madrid, pero aquí las cosas han sido muy diferentes. Lo peor es la barrera idiomática, ya que el alemán es un idioma endiablado y muy difícil de dominar. Es jodido ir a comprar pan, sellos, papel higiénico, etc. y que no te entiendan ni una palabra. De hecho, la escritura de El Gran Rojo me sirvió como mecanismo de defensa ante la adversidad. Al escribir me siento en terreno conocido, como en casa. No sé cuándo volveré a España, pero tampoco me preocupa demasiado. Estoy a sólo un par de horas en avión. De hecho, tardo menos en llegar a Cádiz desde Frankfurt que cuando vivía en Madrid.
—Pasando por alto la crudeza y la acción que vamos a experimentar en muchas de las escenas de la novela, El Gran Rojo es un libro con el que me he reído mucho. Consigues que al lector se le escape una sonrisa en muchas escenas de la trama y eso denota lo bien que te lo has tenido que pasar a la hora de escribirla.
—Es que si no te diviertes escribiendo, nada de esto tiene sentido. Escribir ya es un oficio muy duro de por sí como para encima no divertirte.
—Además de colocar el El Gran Rojo en las estanterías de lo más leído en las primeras semanas del lanzamiento, has logrado, en apenas unos años, convertirte en uno de los escritores del género más reconocidos a nivel nacional. Autores referentes como Juan Gómez Jurado, César Pérez Gellida, Leandro Pérez o Víctor del Árbol elogian toda tu carrera literaria en la faja de tu última novela. Supongo que debe de ser una gozada y todo un orgullo no solo publicar en una de las mejores editoriales del panorama, sino contar con el apoyo de los escritores más influyentes de este país.
—Hay mucha camaradería en el mundo editorial. La cosa está muy complicada como para encima ir poniéndonos zancadillas unos a otros. Los autores a los que has nombrado no sólo son unos tipos muy majos, sino que además son tremendamente generosos y siempre están dispuestos a echar una mano.
—También fuiste todo un visionario hace algunos años, cuando escribiste Desajuste de cuentas y te convertiste en uno de los primeros autores españoles en escribir una audioserie para Storytel. Debe de ser toda una experiencia contar con las herramientas que nos ofrece el formato del audiolibro y las nuevas tecnologías como los efectos especiales, la música y la dramatización para crear nuevas historias.
—Es un formato diferente, a mitad de camino entre la narrativa tradicional y el guión cinematográfico. Cuando escribes para ser oído, puedes echar mano de todo un arsenal de efectos sonoros sin otro límite que la imaginación. ¿Pasa un coche? Pues hago que suene el motor. ¿Hay un disparo? Pues los oyentes van a escucharlo.
—De hecho, hace apenas unos meses, estrenaste Wonderland, un thriller ambientado en un macrocomplejo de lujo situado en Madrid, un lugar repleto de casinos y luces de neón donde el exceso y el lujo están a la orden del día, en el que uno de los detectives protagonistas está doblado por el mismísimo Alex O’Dogherty. Por lo que veo, parece que tienes intención de seguir intercalando tus obras y escribir historias para ambos formatos, ¿no es así?
—Me encuentro muy cómodo en este formato. Al final lo importante es contar historias, ¿no? Y yo me considero un contador de historias. No hay que tener miedo a los desafíos, así que seguiré escribiendo novelas, audiolibros y lo que me echen.
—Y por si fuese poco, La maniobra de la tortuga, la novela con la que lograste ser finalista en varios festivales del género, ha vendido sus derechos para su adaptación cinematográfica. Tengo entendido que comenzará a rodarse dentro de unos meses. ¿Qué puedes adelantarnos de la película de tu primera novela? Supongo que estarás deseando poder verla en la gran pantalla, igual que los miles y miles de lectores que la esperamos con ansia.
—Te puedo contar que comenzaremos el rodaje el 3 de mayo, que Cristina y Bianquetti serán interpretados por Natalia de Molina y Fred Adenis, y que el guión ha quedado espectacular. Estoy muy ilusionado con este proyecto y estoy seguro de que nos va a dar muchas alegrías, tanto a mí como a los lectores de La maniobra de la tortuga.
—Aprovecho la última pregunta para despedirme de ti, para volver a darte la enhorabuena por el fabuloso trabajo que has realizado con tu última novela y para ponerte en un aprieto: ¿Después de El Gran Rojo has comenzado a trabajar en algo nuevo? ¿Tienes algo entre manos de lo que nos puedas adelantar aunque sea solo un poco?
—Estoy trabajando en la segunda parte de la audioserie Wonderland. También tengo muy adelantada una nueva novela ambientada en Frankfurt y los primeros bocetos de otra historia con la que aún no sé qué hacer.
TITULO:
REVISTA MUJER HOY DE CERCA PORTADA - VIAJANDO CON CHESTER - Magalí Etchebarne: »El cuento me parece un género complejo» ,.
VIAJANDO CON CHESTER
Viajando
con Chester es un programa de televisión español, de género
periodístico, presentado por Pepa Bueno, en la cuatro los domingos las
21:30, foto, etc.
REVISTA MUJER HOY DE CERCA PORTADA - Magalí Etchebarne: »El cuento me parece un género complejo»,.
Viajando con Chester es un programa de televisión español, de género periodístico, presentado por Pepa Bueno, en la cuatro los domingos las 21:30, foto, etc.
Magalí Etchebarne: »El cuento me parece un género complejo»,.
foto / Magalí Etchebarne ,.
Madres e hijas, hermanas, amigas… Mujeres que se enfrentan a la muerte en diferentes lugares y circunstancia pero siempre cerca del agua. Son las protagonistas de los cuatro relatos que componen La vida por delante (Páginas de Espuna, 2024), de la escritora y editora argentina Magalí Etchebarne, ganadora de la séptima edición del Premio Ribera del Duero de Narrativa Breve, que entre mayo y junio ha realizado una gira por España. Cuatro historias autónomas pero vinculadas por la misma voz potente, la de una narradora capaz de abordar asuntos sombríos con elegante distanciamiento y una vena poética. Dos de ellas conectadas como sendas ramas del mismo árbol. Etchebarne habla de la lucha inútil contra la vejez — «Esa forma obscena que tiene la piel de separarse de los músculos como si quisiera divorciarse»—, de la enfermedad, del desgaste del amor —«¿qué es lo que tiene que pasar para que una pareja implosione?»—y de ciertas piedras de obsidiana que usan las mujeres. Y lo hace bajo una mirada sagaz y comprensiva con la fragilidad de la naturaleza humana.
—Los cuentos suelen ser antesala de la novela. ¿Crees que será así en tu caso, o te encuentras a gusto en el relato breve?
—Suele ser percibido el cuento como un género de ensayo, una forma de iniciación para escribir algún día una novela, para al fin pasar al gran género. No me identifico para nada con esa manera de concebirlo, me parece un género complejo, tan rico como la novela, con una potencia y una contundencia que la novela muchas veces imita. Me gusta leer relatos, me gusta intentar escribirlos, me parece dificil hacerlo y trabajo mucho tiempo en cada uno. Tengo algunos otros proyectos por delante para los cuales no imaginé todavía una forma exacta, y eso también me gusta.
—Los cuatro relatos que incluye tu libro tienen entre ocho y quince páginas. ¿Es ese el rango en el que te sueles mover?
—Hasta ahora he publicado dos libros de relatos, La vida por delante y, en 2017, Los mejores días. Los cuentos que formaron parte de ese libro son cuentos más breves, de por lo menos la mitad de páginas, así que no creo que pueda hablar actualmente de un rango o un patrón en el que me mueva exactamente. Quizás los que estoy escribiendo ahora vuelvan a ser extensos, todavía más que estos que forman parte de La vida…
—¿Qué proceso sigues desde que surge la idea matriz hasta que la das por culminada en palabras?
—Suelo tener escenas o personajes, más que ideas matrices. Incluso uno de estos cuentos nació simplemente de una frase que le escuché decir a un hombre una noche en una fiesta. Me inquietó y me produjo una amargura tan inexplicable que volví a mi casa y la anoté. Luego, durante mucho tiempo, hice crecer desde ahí, y alrededor de esa frase, una trama. Como si pusiera andamios para rodear esa cosita y dejarla que se ramifique. Imagino siempre la escritura como un proceso en el que avanzo bastante a tientas, sin demasiadas certezas y luego, un día, después de mucha escritura, la idea del relato aparece, puedo verlo con nitidez. Pero no sé si es la etapa que más disfruto del proceso, me gusta también todo ese tiempo medio atontado, aparentemente inutil y desordenado de sumar, sumar, exagerar e inventar alrededor de esa semilla original.
—¿Buscas los temas en la realidad o en otros ámbitos?
—En la vida. La vida siempre me da la primera linea. Por eso es que me cuesta mucho pensar en esa imagen del pánico a la hoja en blanco. Creo que no existe la hoja en blanco, ni en la vida ni en la escritura. Casi todo ya está empezado en la cabeza, en la imaginación, desde mucho tiempo antes de ponerme a escribir. Diría que solo me siento, con esfuerzo, a tirar de ese hilo.
foto / portada del libro,.
—La lucha contra la vejez y la enfermedad, el suicidio, la muerte, la descomposición de la pareja… Abordas temas duros pero sin dramatismo, con una especie de elegante serenidad e incluso humor. ¿Por qué crees que se da ese contraste?
—Hebe Uhart dijo que el humor es una forma de perdón en el texto, que el humor sale del perdón, digamos, y como quien escribe suele ser muy narcisista y esa suerte de superioridad que aparece solo perjudica a lo que se escribe, el humor es un rescate. No puedo pensar que ese hombre por decir esa frase es despreciable y que yo porque la anoto soy superior y por lo tanto mi narradora tiene razón. Me interesan los matices, lo misterioso. Porque quizás esa frase no había sido dicha con ninguna mala intención y fui yo la que operé de manera condenable llevándomela para mi cosecha. Entonces, cuando escribo pienso que no tengo del todo razón, pero que soy como una actriz intentado convencer a quien me va a leer de que las cosas son como yo digo, engañando a conciencia, seduciendo al lector para que se quede ahí.
—Las mujeres son protagonistas prioritarias y los hombres salen bastante mal parados. ¿Una forma sutil de generar una narrativa feminista?
—Soy feminista y seguramente lo que haga sea feminista, aunque no creo que los hombres salgan tan mal parados. Me parece que son hombres que están tristes, un poco vencidos por la vida, que a veces no pueden asumir su dolor o su falta de gracia. Eso no los vuelve en ningún relato sujetos odiosos o malditos, sino simplemente humanos.
—He oído que de niña escribías cartas a la mujer que serías en un futuro. ¿Qué le dirías hoy a la niña que fuiste?
—Lo que me perturbaba cuando hacía eso era la pregunta por a dónde iría esa que era, me dejaba cartas para recordarme quién era, qué me gustaba, qué hacía, porque temía olvidarme y convertirme en otra persona. Creo que le diría que tal como me imaginaba un día esa niña desaparece, que ya no soy la misma, y eso no está mal, está muy bien crecer, ser una señora.
—Entre los comentarios halagüeños que habrás leído sobre tu obra, ¿cuál te ha sorprendido más? ¿Y con cuál te identificas más?
—Todos me sorprenden y no sé si me identifico. Tampoco me identifico del todo con los comentarios negativos. Me sorprendió una lectura que me hizo una chica en un club de lectura en Madrid, me dijo que en el libro aparecían muchas amigas, la amistad como salvataje, y una forma de salir del dolor. Es algo que no me había dado cuenta de que aparecía en todos los relatos, y me gustó.
—¿Qué sinergias existen entre tu actividad como editora y como escritora?
—Trabajo como editora hace diez años, que es una forma de lectura. Pero conviven perfectamente porque no dejo de estar leyendo, que es lo que más sirve para escribir.
—¿De qué grandes cuentistas te sientes deudora?
—Me gustan los escritores norteamericanos, Carver, Salinger, Cheever… Me gusta mucho también Claire Keegan, que es una autora irlandesa increíble y hace algo emocionante con los cuentos. Amy Hempel, Grace Paley o Lorrie Moore me enseñan el humor, me gusta A. M. Homes por su sordidez. Pero crecí leyendo a cuentistas latinoamericanos como Borges, Córtazar, Felisberto Hernández, Horacio Quiroga. Más tarde, bastante más tarde, llegué a la escritura de las mujeres, Clarice Lispector, Silvina Ocampo y fue una felicidad difícil de explicar.
—Los mejores días y ahora La vida por delante. Tus títulos son una declaración de optimismo. ¿Cómo has evolucionado entre ambos libros?
—¡Es cierto! Pero creo que también son irónicos, en ninguno hay tanta vitalidad, me parece. Incluso La vida por delante me parece un conjunto de relatos más oscuros.
—¿Qué significado tiene la presencia del agua, una constante en todos los relatos?
—No imaginé un significado. En general en todos los relatos hay viajes, traslados hacia lugares naturales como la playa o las cataratas. Un amigo escritor me dijo que eran escapadas como formas de un hedonismo berreta.
—¿Y la piedra de obsidiana? ¿Es fruto de tu imaginación o algo real?
—Es algo real. La obsidiana es un vidrio, un resto de roca volcánica, y leí y escuché sobre mujeres que la usan como en el cuento porque se le adjudican poderes curativos. Me pareció muy llamativo que una mujer estuviera dispuesta a usarla de una forma tan incómoda como se propone con el fin de sentirse mejor.
—El primer y el tercer relato enlazan a los mismos personajes en torno a la que me parece la gran protagonista del libro: Beatriz Elisa Sánchez. ¿Es un homenaje a tu madre o a todas las madres en general?
—Creo que es una madre un poco monstruo y mamushka de muchas madres. Mi madre no se parece en nada a esa mujer, pero me divirtió imaginarme una suerte de máquina de emitir sentencias, máximas, alguien para quien el dolor se vuelve su condena pero también la justifica en su victimismo.
TITULO: Viaje al centro de la tele -Tesoro de la tele - La bola de cristal ,.
jueves - 8 - Agosto a las 22:00 horas en La 2, foto,.
La bola de cristal,.
Un viaje por el primer programa infantil que trataba a los niños como adultos: ‘La Bola de Cristal’. Una recopilación de los grandes momentos que han hecho de este espacio un punto de referencia cultural para todas las generaciones. Y, como es habitual, con la pausa necesaria para apreciarlos.
Durante cuatro años (1984-88) Lolo Rico dirigió ‘La Bola de Cristal’, un espacio que rompió todos los moldes y que invitaba a los niños y adolescentes a desarrollar su imaginación, a fomentar el espíritu crítico y, en definitiva, a pensar.
Con la cantante Alaska al frente, ‘La Bola de Cristal’ contó con la colaboración de algunos artistas más reputados del momento: Santiago Auserón, Kiko Veneno, Loquillo, El último de la fila o Javier Gurruchaga.
‘Tesoros de la tele’ invita a los espectadores a recordar y, a otros, a descubrir las secciones más emblemáticas de este revolucionario programa de RTVE que marcó una época. Con las actuaciones musicales que están en el imaginario popular y el humor educativo de Pedro Reyes y Pablo Carbonell.
También será el momento de recordar a los populares Electroduendes: La Bruja Avería, Bruja Truca, Hada Video, Maese Cámara y Maese Sonoro, los personajes que vivían dentro de la televisión e hicieron las delicias de los más pequeños. Se burlaban de los humanos que salían en televisión con expresiones tan célebres como “¡Viva el mal, viva el capital!”
Como siempre, no falta la información complementaria a las imágenes, para que los espectadores conozcan más sobre este mítico programa de televisión.
TITULO: Me voy a comer el mundo -Alberto Chicote: «Lo que más busco cuando cocino es la libertad»,.
Alberto Chicote: «Lo que más busco cuando cocino es la libertad»,.
fotos / El cocinero Alberto Chicote,.
El cocinero Alberto Chicote (Madrid, 1969) es un anfitrión tan atento que ayuda a recordar que los de su especie escasean. “¿Quieres un café, majo?”, pregunta desde la cocina abierta del Omeraki, su nuevo restaurante, cuya entrada y recepción es una biblioteca gastronómica. Omeraki como tal no significa nada. La “O” es honorífica, el símbolo de la perfección y la excelencia para los japoneses. Y, por último, “meraki” representa el sabor y el alma puesta en lo que se hace. Chicote lo cumple; todo suma. “¿Sacarina o azúcar?”, vuelve a preguntar. Su pareja, Inma, se mueve por la sala del local de un lado a otro. Hace un alto en el camino para saludar antes de retomar sus labores en la oficina del restaurante.
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—¿Cuál es el olor de lo soso?
—No sabría definirlo, pero sí que es verdad que las cosas cuando están sosas huelen diferente que cuando tienen su punto de sazón. Posiblemente sea una cuestión de tener un archivo de aromas metido en la cabeza durante mucho tiempo que te hace reconocer que eso no te huele igual que cuando estaba como tenía que estar y, de algún modo, defines que le falta algo, en este caso sal. ¿La sal huele? No. Pero sí es verdad que las cosas que están en su punto de sazón te despiertan una sensación de que está bien y que, cuando le falta, enseguida te das cuenta. Si lo que te falta es el tomillo o el romero o el tomate e0s mucho más fácil de reconocer. Si tú sabes que un guiso tiene que llevar romero y no hay romero, lo hueles y sabes que te falta. En una carne a la plancha es muy difícil identificar esto, pero en guisos, cuando están soltando vapores y aromas, yo sí que reconozco cuándo le falta sal.
—¿Hay pocos cocineros que no prueben la comida?
—Hay demasiados cocineros a los que no les gusta comer o que no les gusta probar lo que están haciendo. Probar las cosas continuamente es un coñazo, en contra de lo que la mayoría de la gente pueda pensar. Pero siempre me acuerdo del consejo que me dio un jefe mío (Salvador Gallego) hace años: “Alberto, sacrifica antes tu estómago que tu orgullo. Cuando tú saques una cosa, tienes que saber cómo está, porque si a ti alguien te devuelve un plato porque está soso, porque se ha fermentado o porque tiene un punto de acidez que no debiera de tener, es tu orgullo el que se daña. Mientras que, si tienes que probar la misma salsa doce veces durante el servicio, es tu estómago el que sufre”. Es poco común encontrarte cocineros que prueben las cosas continuamente y hay gente que, desde el público, tampoco lo entiende. Evidentemente, no todo el mundo tiene el mismo rango de acierto. Ten en cuenta que, cuando tú cocinas para otros, tú no juzgas por tu propio gusto. Cada cocinero, que tiene que ser profesional y tiene que tener oficio, tiene que saber exactamente qué es lo que tiene que sacar en la cocina en la que esté, y esto es fundamental. Cuando yo he trabajado para otros, el rango de gusto, de intensidad y de potencia no era el mío, era el de mi jefe, que me decía “yo esto lo quiero así”.
—¿De cuántos factores depende esto?
—Tienes que aprender a reconocer los sabores, las intensidades, las densidades… Hay un montón de factores que tienes que tener en cuenta para hacer las cosas como tú crees que son. En contra de lo que se llevaba hace treinta años, los conceptos ahora ya no son tan académicos como antes. Cuando yo empecé a estudiar, te ponían un libro de Auguste Escoffier encima de la mesa, o te ponían uno de Henri-Paul Pellaprat… y esa era la cocina que había que hacer y ya está. Y una salsa holandesa era una salsa holandesa. Esto ha cambiado; ahora una holandesa puede ser más ligera, más acidulada, puede ser con una mantequilla de oveja en vez de con una mantequilla de vaca, con unos huevos o con otros… Hay tantísimas cosas que pueden variar que el término “holandesa” se ha quedado un poco para una emulsión de yemas de huevo con mantequilla tibia y acidulada algunas veces. Antes no. Antes mandaba El práctico (Rueda, 1970) o Le Répertoire de la Cuisine (Sourcebooks, 1977). En prácticamente todas las cocinas en las que he trabajado muchos años, El práctico o L’Art Culinaire Moderne (Argós, 1956) de Pellaprat (la edición francesa o la española) siempre estaban allí. Eran volúmenes muy profesionales. Eso antes valía. Ahora mismo vale para reconocer la base y para evolucionar a partir de ahí. Hace 40 años, hacer una salsa Périgourdine y meterle manzanas era no tener ni puta idea de lo que estabas haciendo. Pero eso ha cambiado un huevo.
—¿La primera cocina en la que trabajaste fue la de un colegio?
—Sí. En el Virgen del Bosque, en Villaviciosa de Odón. Cuando estaba en la escuela de hostelería tuve que buscar prácticas. Ahora se hace de otra manera: cursas tus estudios y luego tienes un periodo de prácticas. Iba a clase por la tarde y todas las mañanas hacía prácticas. Me levantaba muy temprano, iba a la cocina del colegio, dábamos de comer allí a mil chavales y luego me iba a la escuela y terminaba el día. Los fines de semana te buscabas algo para trabajar o hacías prácticas en un sitio con algo más de nivel para aprender cosas diferentes o bien para sacarte unas perras. Yo convalidé lo uno y lo otro. En el colegio, cuando llegué, no tenía ni puta idea de nada. Aquel trabajo me pareció maravilloso y picábamos las cebollas, batíamos los huevos, picábamos los tomates, los ajos… Era una cocina muy tradicional en funcionamiento para un volumen tan grande. Ahora mismo eso ya no existe. Si tú le pides al proveedor que te mande las cebollas picadas, te las manda. Y la empresa que lo lleva sabe que le sale más a cuenta pagar la cebolla picada que pagar a un tío para que las pique. El huevo ya se compra pasteurizado…
—¿Qué recuerdas del primer día?
—Llegué a la cocina y me preguntó el jefe de cocina: “¿Tú sabes darle la vuelta a la tortilla de patatas?” Yo le respondí que no tenía ni idea, y entonces me dijo: “No te preocupes, que hoy vas a aprender”. ¡Imagínate! ¡Tortillas en sartén para mil niños! Igual le di la vuelta a 300 tortillas.
—¿Utilizabas un plato para ayudarte a darle la vuelta a las tortillas?
—Sin plato ni nada. Tenía el tío diseñado un sistema de traslación de sartenes. A mi derecha había una señora con dos sartenes y dos fuegos, se echaba el batido, se le daba un meneo, se pasaba a una plancha bastante grande, vuelta a una, vuelta a otra, la iba pasando… y al final había otra señora que la sacaba y las sartenes volvían al principio. Ahora me pego la vuelta a las tortillas con los ojos cerrados.
—¿El ser cocinero está más cerca de lo artístico?
—Esto de la cocina y el arte ha dado para mucho. Pero, primero, tendríamos que definir qué es el arte. Podemos definir que alguna de las disciplinas artísticas como la música, la pintura o la danza lo son porque despiertan emociones en quien las observa o las consume, pero también es cierto que no todo lo que se pinta se podría conceptualizar como arte, no todo lo que se danza es artístico y no todo lo que se escribe es arte. En la cocina soy de los que piensan que cada uno opine lo que quiera. Yo creo que lo que hago no es arte; es un oficio al que le tengo un cariño especial. Puedes despertar emociones en la gente más allá de lo que se puede despertar en otras cosas, pero también hay gente que se emociona un huevo cuando se sienta dentro de un coche y no denominamos a la automoción un arte. ¿Eso es arte? Es subjetivo. Tengo muchos compañeros y comensales que defienden que la cocina es un arte, pero yo prefiero quitarme esa presión de encima diciendo que cocino y ya está. ¿Que viene alguien y me dice que lo que yo hago es artístico? Pues bien. ¿Que alguien me dice que no? Pues también bien. He llegado al grado en el que me he dado cuenta de que si no me preocupo por eso soy más libre, y lo que más busco cuando cocino es la libertad.
—¿Te acuerdas cuando hace unos años se definió la cocina tecnoemocional?
—Somos cocineros, nos adaptamos a los cambios. Siempre nos hemos adaptado a los cambios muy rápidamente. Hemos cambiado muchísimo en muy poco tiempo. Cuando hablamos de cocina de vanguardia y cocina tradicional, resulta que siendo conceptos necesariamente temporales, lo que denominamos como tradición ni se parece a aquello que fue cuando también lo denominábamos tradición o incluso vanguardia, porque cualquier tradición ha tenido un punto de nacimiento. Hay platos que consideramos muy tradicionales que tienen una vida cortísima y que evolucionarán hacia una cosa u otra e incluso a su desaparición. Hay platos que te puedes encontrar en los tratados clásicos de cocina que no ves en ningún sitio, y cuando digo ningún sitio me refiero en ninguna mesa de restaurante o de casa. Están escritos, pero han volado.
—¿Por qué?
—Porque los gustos cambian, las necesidades cambian y todo lo que nos rodea cambia. Los platos, para alcanzar el estatus tradicional siempre han seguido dos caminos diferentes: el popular y el de alta clase. Ha habido muchos platos que se han creado en las grandes cocinas, cuando solamente estaban en las casas de los príncipes, de los duques y de la nobleza. Había un tipo que, por el motivo que sea, elaboraba un plato, muchas veces en honor a alguna cosa o acontecimiento, y luego, por la calidad en la mayoría de las veces, ha ido bajando hasta que ha alcanzado a todo el mundo. Después ha habido el caso contrario: platos surgidos de la necesidad han adquirido tal calidad que han ascendido a las altas cocinas y ya los consideramos como platos genéricos que entendemos como tradicionales de todo el mundo, pero luego cambian y desaparecen.
—Emilia Pardo Bazán, en el prólogo de La cocina española moderna (Renacimiento, 1913), decía que la mayoría de los platos extranjeros podían hacerse a nuestro modo: “No diré que metidos en la faena de adaptarlos no hayamos estropeado alguno, en cambio a otros —y citaré por ejemplo las croquetas— los hemos mejorado en tercio y quinto”. La croqueta nació en Francia en siglo XVIII y fue introducida en España a principios del siglo XIX. Después de todo, a Pardo Bazán le parecía “el culmen de los fogones patrios”.
—Como muchas otras cosas que te decía. Cuando hablamos de la tortilla de patatas, por ejemplo, pensamos en ella como un plato que nos ha acompañado durante 500 años. En este caso, el origen está documentado: las guerras carlistas. Sin embargo, nos olvidamos de que las patatas no son un producto muy nuestro hasta hace muy poquito. Vinieron de América y, curiosamente, en ninguno de los países americanos en los que llevaban consumiendo la patata muchísimo más tiempo que nosotros, y que tenían huevos a su alcance igual que nosotros, han desarrollado la tortilla de patata. Sin embargo, aquí sí. Otras cosas que ellos hacían con la patata nosotros no las hacíamos hasta hace bien poquito, porque ahora la permeabilidad cultural ha crecido muchísimo y le hemos dado un nombre: cocina fusión, que me meo de la risa, porque es una cosa que parece que hemos hecho desde hace cuatro días. Tendemos a pensar mucho en todo lo que venía de América; durante años, teníamos muchísimo contacto con ellos porque nos venía directamente aquí, mientras que nada de lo que venía de Asia nos llegaba, porque no había ni esa línea de transporte ni de comunicación. En el momento en que la comunicación se expande, sobre todo a través de internet, ha cambiado la vida en la cocina de los pueblos.
—¿Más que los libros?
—Mucho más que los libros. Un libro es una cosa de un consumo, no diré puntual pero sí individual, mientras que internet es de consumo general y masivo. El libro más famoso de cocina internacional y más clásico no tiene los millones de lecturas que ahora traduciríamos en visualizaciones de un tipo haciendo una receta en Instagram.
—¿Se ha democratizado tanto la cocina que internet ha abierto la mentalidad y el paladar?
—Sí. Y sobre todo se ha extendido muchísimo más. A los que somos amantes de los libros como yo, nos gusta leer y ver cómo escribe cada uno de los autores. Pero no cada autor escribe bien. Ni siquiera grandísimos cocineros escriben bien lo que hacen, para empezar porque no tienen por qué. Exigirle a un cocinero que sea buen escritor es algo que puede ser o que no. No todo el mundo tiene la facilidad o el don de saberse explicar y de coger una receta y saberla contar bien, pero sí que es cierto que YouTube nos ha facilitado mucho el ver cómo hace un tío una cosa. El medio es cojonudo. ¿Qué es lo que pasa? Que hay tanta gente haciendo pollos con tomate, por ejemplo, que es muy difícil saber a qué referenciarte. Con los libros, claro, quien llegaba a publicar uno nunca era un mindundi. Ahora se publican muchos más libros y con más facilidad. No quiero decir que la gente que escribe libros ahora sea una mierda, en absoluto, pero sí que es verdad que para hacer el Pellaprat tenía que haber una persona muy armada. Estos tíos eran unos putos bestias, tenían la posibilidad de publicar un libro, pero cualquier cocinero que a principios del siglo XX quisiera publicar un libro no tenía esa posibilidad.
—¿Se veía forzado a explicarlo muy bien?
—Para su gente, nada más. Pero no tenía las posibilidades de publicar un libro, porque tú eras un cocinero de medio pelo o no de los más grandes y te ibas a una editorial y no tenías refrendo. Por eso el número de libros que se publicaban entonces era mucho menor que el de ahora. Ahora las posibilidades editoriales han subido muchísimo. Todos sabemos que los libros de cocina son de los más vendidos de cada una de las editoriales a no ser que estén muy centrados en un tipo de producto concreto. Las grandes editoriales publican libros de cocina sin parar porque se siguen vendiendo mogollón. La gente quiere saber cómo hacer las cosas.
—¿Cuánta gente ha llegado a tu tortilla de patatas a través de Reina roja, de Juan Gómez-Jurado?
—Pues unos cuantos. Juan siempre mete historias de amigos y conocidos. Un día me dijo: “Oye, Alberto, ¿tú cómo haces la tortilla?”, se lo expliqué y lo metió en Reina roja. Lo que me llama la atención es que la gente la reconozca, porque él no dice “la tortilla de Chicote”, sino que —escribe— Jon Gutiérrez hace una tortilla así, así y así. Leer a Juan, por lo menos para los que le conocemos, es muy divertido, porque siempre mete un montón de cosas de ésas que tú no te das cuenta pero que están ahí. Es un tío extremadamente generoso a la hora de escribir.
—Siguiendo con los libros, tu primer ejemplar de El hobbit te llegó con 12 años. ¿Quién te lo regaló?
—Mi prima Aure. Yo he leído mucho desde que era un chavalín. He tenido la fortuna de que en mi casa se leía un montón. Cuando ves a tus padres hacer cosas, tú las haces también. También tenía unos primos que vivían cerca de mi casa, donde yo creo que incluso se leía más, y entre los libros que tenía yo y los que tenían mis primos nos los cambiábamos todos y leíamos mogollón. Y encima mi tío, el padre de estos primos que te digo, se preocupaba de traerles cosas muy diferentes que yo no había visto en la vida. No sabía lo que era ciencia ficción, ni literatura fantástica, ni nada. Creo que lo primero que cayó en mis manos fue El hobbit y me abrió un mundo muy diferente. Siempre he sido muy fan de [John Ronald Reuel] Tolkien, me gusta muchísimo y me lo leo y me lo vuelvo a releer.
—Tienes no pocas ediciones…
—Sí. Lo de El hobbit es ya una cosa como particular. Intento buscar diferentes ediciones para tenerlas, por ese pequeño afán de coleccionismo. Yo tengo muchos libros no por el afán de coleccionarlos, sino porque me gusta leerlos y no me gusta quitármelos de encima y tengo la fortuna de poderlos almacenar. Aquí, en Omeraki, me traje la biblioteca gastronómica. Lo he traído todo. Calculo que habrá 1.100 o 1.200 volúmenes además de todo lo que hay en casa de otro tipo de cosas: novelas, arte, fotografía y cómics. Por desgracia el cómic todavía lleva esa etiqueta de producto juvenil que yo creo que no debería de tener.
—Tolkien incluía una vasta colección de alimentos y platos en sus obras. ¿La cocina empezó a gustarte a partir de estos libros en los que se detallaba qué comían los personajes?
—En absoluto. A mí la cocina me empezó a gustar el primer día que entré en una cocina. De hecho, hasta que no entré en una cocina, yo no tenía la certeza de que aquello pudiera ser lo mío. Me metí ahí no sé muy bien por qué; en una orientación en el colegio me dijeron que se podía estudiar cocina y alta cocina y me apunté con más miedo que vergüenza, pensando sobre todo que tenía diecisiete años y que estaba más que a tiempo de darle la vuelta al destino haciendo otra cosa. Entré por primera vez a la cocina, me puse la chaquetilla y me compré mis primeros cuchillos, que era lo que te exigían en la escuela, sin saber si aquello me iba a gustar. Yo había cocinado en casa dos veces con mi madre y tampoco me había despertado una cosa loca. Sí, era divertido, porque cocinar un día en tu casa con tu madre, hacer unas rosquillas o unos bizcochos, pues es divertido siempre, pero cocinar a nivel profesional no tiene nada que ver. Es una movida diferente. Y el día que entré en una cocina por primera vez se me despertó una visión de que aquello podía tener mucha proyección.
—¿Y cómo aprendieron las madres o las abuelas?
—A calzón quitao. Los caminos de comunicación eran muy diferentes. ¿Sabes cuál era un lugar de comunicación o de conocimiento culinario que ahora prácticamente no existe? Los mercados. La gente iba al mercado y le preguntaba por ejemplo al pescadero o le decía la señora o el señor de al lado cómo se hacía. La gente tenía recetas de sus vecinos y lo mismo no tenían ningún libro de cocina, pero sí esas libretas donde apuntaban cómo se hacían las cosas. Era un conocimiento que se pasaba de unos a otros. Cuando mis padres se casaron, a mi madre le regalaron La cocina completa (Espasa-Calpe, 1933) de la Marquesa de Parabere y el Manual de cocina (Almenara, 1962). Para mí, eso refleja un momento de una época. Mira [Alberto lee la dedicatoria que le escribieron a su madre en el Manual de cocina]: “Si después de encasquetarte este ‘librito’ a José le da una indigestión, puedes ir despidiéndote de tu actividad en el matrimonio. No me decepciones, ¿eh? Te quiero”. ¡Tócate los cojones, Julián! Pero es que en aquel momento era así.
—“El hambre es un proceso, una lucha del cuerpo contra el cuerpo”, dice Martín Caparrós en El hambre. ¿Comer es una necesidad, un derecho o un placer?
—Comer es una cosa y alimentarse es otra diferente. Cuando ya le damos a comer un valor que tiene que ver con lo gastronómico, entonces estamos hablando de la evolución del hombre y de la evolución de los pueblos. La búsqueda del placer con el hecho de alimentarte, para quien no tiene para alimentarse es prácticamente un insulto. Hablarle de solamente una mera alimentación a quien tiene la posibilidad de disfrutar con lo que come, es como dejarle la cosa a mitad de camino. Por lo cual, el hombre ha ido evolucionando desde la alimentación a la gastronomía. Hay un tratado muy bonito de Faustino Cordón, que se titula Cocinar hizo al hombre (Tusquets, 1979), donde define en buena parte que cocinar es una de esas cosas que nos diferencia y nos identifica frente a todos los animales que están a nuestro alrededor. Todos los animales consumen un producto tal y como está en la mera naturaleza. El tigre se come la gacela y no la cocina. Se la come como viene. Nosotros no. Nosotros hemos desarrollado un modo de tratar los alimentos que tiene que ver, ya no solamente con que sean más digeribles —que esto es un proceso adyacente—, sino con la búsqueda del sabor. Con la búsqueda de una mayor parte de placer.
—“Gandalf encabezaba ahora la marcha. —No nos salgamos del camino, o ya nada podrá salvarnos —dijo—. Necesitamos comida, en primer lugar, y descanso con una seguridad razonable; además es muy importante internarse en las Montañas Nubladas por el sendero apropiado, o de lo contrario os perderéis y tendréis que volver y empezar de nuevo por el principio (si llegáis a volver)”. ¿Cuáles son los sabores de tu camino?
—Hemos de seguir un camino para sentirnos seguros y garantizarnos la supervivencia. Los caminos siempre son rutas o senderos que otros han abierto. Lo que hoy es un sendero seguro un buen día fue una primera ruta para alguien que la abrió. Seguramente, si ese que lo abrió no hubiese salido de los caminos establecidos o de los senderos que ya estaban dibujados, ese camino no se habría dibujado nunca. Con lo cual, Gandalf no podría haber estado nunca con Bilbo Bolsón transitando por las Montañas Nubladas porque nadie habría abierto ese camino. Abrir un camino implica siempre una suerte de valentía, de consciencia —porque te pueden matar por el camino—. De hecho, en el último libro de cocina que publiqué, Cocina de resistencia (Planeta, 2021), hay un pequeño speech al principio en el que hago una rotura de cocina académica, porque en aquel momento era cocinar con lo que había, cuando estábamos encerrados todos en casa: “Para mí, una receta es una guía, un camino amplio para transitar mientras hago lo que más me gusta. Es como dar un paseo por el bosque: hay distintos caminos que puedes seguir, unos más amplios, otros más angostos, pero a cada paso puedes decidir por dónde ir. Si prefieres ir por un lado, bien, y si prefieres por otro… también. Incluso te recomiendo que, de poco en poco, y cuando más te apetezca, te salgas del camino para mojarte las botas con el rocío adherido a las hierbas del camino o irte un poco más allá, donde no se ha pisado antes, para hacer tu propio paseo, que quizá termine siendo un camino más adelante”. Los cruces de caminos siempre han sido lugares en donde todo se encuentra y todo se separa. Que tú sepas que hay un camino hacia al Norte, no quiere decir que lo tengas que seguir. Está ahí, alguien lo abrió, y en algún momento dijo: “Vamos al Norte”.
TITULO: Cine de barrio - Cine - Un beso en el puerto ,.
El sábado - 10 - Agosto , a las 19:00 por La 1, foto,.
Inés Ballester - presenta - Un beso en el puerto es una película dirigida por Ramón Torrado con Manolo Escobar, Ingrid Pitt, Antonio Ferrandis, Manuel Alexandre, Joaquín Roa,.
Reparto,. Manolo Escobar , Ingrid Pitt , Antonio Ferrandis,.Después de que el respetado hombre de negocios Jean-Baptiste Meyer fuera asesinado en su suite de hotel en Berlín en 2001, Fabrizio Collini se enfrenta a la policía como el principal sospechoso. El joven abogado Caspar Leinen, que acaba de recibir su licencia, es nombrado su abogado. Tras recibir el caso se entera de que la persona asesinada era Meyer, una figura paterna para él, con cuyo nieto fue a la escuela.
Según Leinen, se va adentrando en el caso y negociando con el abogado de la familia Richard Mattinger, se irá dando cuenta de que está descubriendo uno de los mayores escándalos judiciales de la historia de Alemania. Tanto su cliente como la víctima del crimen tienen un pasado oculto que se irá revelando poco a poco y que tiene que ver con la etapa de la Alemania Nazi.
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