TITULO: A vivir que son dos días - A vivir - Cadena SER - Culturas 2 - Paul Nicklen: «El planeta nos necesita» ,.
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Paul Nicklen: «El planeta nos necesita»,.
Están el uno frente al otro, a escasos metros de distancia. Al descomunal animal le bastaría un movimiento de su cola para acabar con el intruso en su reino del silencio. De repente, un gesto incita a la proximidad. Un contacto visual, un leve acercamiento… y entonces la fina línea que los separa se desvanece. Dura una fracción de segundo, de tiempo detenido, y en ese lapsus millones de cosas están cambiando en la conciencia. El humano puede formar parte de ello porque su solitario compañero abisal se lo ha permitido. Sólo ante la complicidad entre un cachalote y el submarinista las normas están claras, despojadas las apariencias, y las interferencias construidas por el pensamiento. Entre ambos todo se vuelve simple, extremadamente frágil y hermoso. Luego el momento pasa y la profunda comprensión llega. El humano regresa a superficie y el leviatán vuelve a sumergirse en el abismo. Pero nada volverá a ser igual…
Esta podría ser una de las historias que me llegan a través de las impresionantes imágenes captadas por el prestigioso fotógrafo, cineasta y biólogo marino Paul Nicklen, nuestro insigne invitado de hoy en Zenda. Cofundador de SeaLegacy, con 20 años de reportajes en National Geographic, y reconocido con los máximos galardones concedidos a reporteros de su especialidad, como el BBC Wildlife Photographer of the Year y el World Press Photo, es autor de las siguientes obras: Seasons of the Arctic (Greystone Books, 2002), Polar Obsession (National Geographic, 2009), Bear: Spirit of the Wild (National Geographic, 2013) y Born to Ice (TeNeues, 2018).
«Necesitamos gente que haga fotos potentes, impactantes y significativas con el objetivo de contar historias importantes. Contar historias es el componente clave para conseguir victorias de conservación»
Hay que saber mirar el hielo y transmitir con una imagen su poder y vulnerabilidad. Nicklen, superando los límites de la resistencia humana al frío extremo, se ha convertido con sus narraciones visuales en otra criatura más en el desierto blanco y el glacial océano, como si hubiera sido bendecido por la diosa Sedna, mientras los misteriosos seres que la naturaleza ha cincelado parecen danzar para él. Así es como nacen las historias, historias que solo las leyendas podrían traducir en poemas tan hermosos que no es necesario ser comprendidos, tan solo cantados o susurrados en una noche. En esos instantes congelados, que parecen emerger de un sueño, uno se pregunta qué estaba pasando en ese preciso momento y qué sucedió después. Sentirse parte de algo suele ser el preludio de una comprensión mucho mayor, y como dijo Cousteau, “las personas solo amamos aquello que conocemos”.
Para este incansable defensor del medio ambiente la inacción nunca es una respuesta. Hay que implicarse para generar el cambio que nos enseñe a mirar de otra manera. Nos hemos acostumbrado a ver el declive de nuestros océanos, la alarmante desaparición de los hielos. Se tiende a normalizar ese final, entre la resignación y la apatía. Pero hay personas que inclinarán la balanza. Nicklen está entre ellos. Y como él mismo dice, “creo que el fuego está ahí, sólo que no saben cómo dirigirlo”.
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—Hay una frase del escritor Percy Bysshe Shelley que dice: “¿Qué serías tú, qué serían las tierras, las estrellas y el mar, si para los sueños del espíritu humano, el silencio y la soledad no fueran más que el vacío?” ¿Qué respondería usted a eso?
—Esa es una hermosa cita. En cierto modo relaja saber que nuestro pequeño planeta se recuperaría sin nosotros. Es un bonito sueño. A menudo cuando siento ansiedad y estrés intento calmar mi mente diciéndome «Paul, tu trabajo es reconstruir el planeta Tierra ahora». Hemos perdido el 70% de la biodiversidad del planeta en los últimos 50 años. Nos enfrentamos a la sexta extinción masiva. Está ocurriendo ante nuestros ojos y creo que la Tierra acabará recuperándose, pero vamos a perder muchas especies y hábitats en el proceso. Así que la única forma de arreglarlo es ahora. Para ello tenemos que proteger plenamente los ecosistemas marinos y hacer frente a la superpoblación. Ya no es bonito tener cuatro, cinco o seis hijos, lo cual es difícil de decir a las naciones que se basan en tener el mayor número de hijos posible. Si continuamos con la codicia, teniendo cuatro o cinco casas, teniendo seis hijos, sin preocuparnos de lo que comemos, sin preocuparnos de adónde viajamos, entonces tenemos serios problemas.
—Cuéntenos alguno de sus recuerdos conviviendo junto a los inuit de Iqaluit y el lago Harbour.
—Era un pueblo de 190 personas, donde la existencia transcurría sin teléfono, sin radio, sin televisión, sin vuelos. Muy rara vez había un vuelo de entrada y salida. La única manera de viajar a Frobisher Bay, la siguiente ciudad más grande, era en moto de nieve, y se tardaba dos días, así que estabas inmerso y conectado con la naturaleza. En verano las mareas subían y bajaban dejando ver las enormes rocas de las zonas intermareales. Veíamos ballenas beluga, narvales, morsas, caribúes… En medio de esa hermosa vida te sientes como un animal salvaje y eres parte de un ecosistema. Hoy en día nos hemos desconectado tanto de la naturaleza… Cuando sales por la puerta de tu casa estás en una especie de ecosistema funcional y próspero. Pero para mí eso es equivalente a no tener nada. En el lugar donde crecí sentía una sensación de calma, paz y de conexión. Una sensación de felicidad, de ser salvaje y libre. Y lo echo de menos.
—¿Cuándo descubrió el océano y qué le aportó ese estrecho contacto?
—Cuando tenía cuatro años me trasladé a la isla de Baffin, el segundo lugar del mundo con las mareas más altas, y me encontré con una especie de revelación: cada vez que bajaba la marea era como estar inmerso en un acuario donde veías a todos los animales nadando alrededor. Te levantabas sobre las rocas y veías los anfípodos de los que hablaban los inuit. Cobraban vida las historias inuit de fantasmas, como la del monstruo marino Qalupalik, que arrastraba a los niños bajo el hielo. A veces el océano se congelaba, creando como una autopista. El hielo era siempre cambiante, y a veces peligroso. Teníamos que esperar durante horas a que la marea subiera lo suficiente para que pudiéramos salir del hielo marino y volver a la tierra. Pasé de mi vida en Saskatchewan a la inmersión total en el océano. Y el océano lo es todo. Es tu tienda de comestibles, es tu autopista, es tu paisaje, es tu lugar de miedo, es tu lugar feliz. Aquel primer encuentro fue mágico.
—Le he oído decir que cuando creces en el norte hay una especie de sensación de aislamiento, de que no tienes oportunidades, de que no tienes posibilidades. ¿Es así?
—Buena pregunta. Sí, es así. Cuando vives en una comunidad tan pequeña y aislada, con muy pocos desplazamientos y sin televisión, todo lo que tienes son libros de Jacques Cousteau y enciclopedias. No te imaginas que hay un mundo ahí fuera, comparado con un niño en el sur que va a una escuela privada, así que intentas buscar tu oportunidad. Verás, los inuit tienen una palabra llamada “tushu” para referirse a esto; cuando alguien dice que tiene tushu, quiere decir “me alegro por ti, pero me gustaría que a mí me sucediera lo mismo algún día” (no es lo mismo que tener celos). Así que supongo que crecí con tushu, porque una parte de mí tenía sueños y creía en personas como Jacques Cousteau, pero nunca creí realmente que habría oportunidades hasta que dejé el norte y empecé a ir a la universidad en Victoria. Ahí fue cuando conocí a estudiantes con pasiones afines. Fue alucinante al cumplir los 20 años conseguir tener mi propia cámara, una cámara submarina, y aprender a bucear.
—Usted comentó que sus inicios en National Geographic no fueron fáciles. ¿Qué le hizo persistir?
—Cuando hablé con mi amigo Joel Sartore, que es uno de los iconos legendarios de National Geographic, me dijo que yo había tomado el camino más difícil para entrar en la revista. No sabía cómo iba a entrar en National Geographic, pero tenía la certeza de que la única habilidad que podía tener mejor que nadie en el mundo, precisamente por cómo había sido mi infancia, es que se me daba bien congelarme. Yo era bueno aguantado condiciones durísimas y frío extremo. Así que me llevé esas habilidades al agua, bajo el hielo, empujándome a mí mismo a situaciones cada vez más difíciles. Y así fue como, en última instancia, aquello llamó la atención en National Geographic. Estar en esta revista es el equivalente en España a jugar en el Barça o el Real Madrid, excepto que sólo hay un equipo, el National Geographic, y tu contrato, así que sólo eres tan bueno como tu última historia. Si fracasas en un reportaje pueden despedirte, y no hay otro sitio al que ir, así que básicamente estás acabado bajo la bandera de National Geographic. Es un sitio terrorífico para trabajar, y también el lugar más increíble para trabajar. Te sientes abrumado por tu propio miedo al fracaso, porque si no lo consigues, nunca más volverás a tener una plataforma con la que llegar a cien millones de personas que vean la historia que has fotografiado. Hice mis primeras tres asignaciones con National Geographic y todos mis editores me dijeron que no era lo suficientemente bueno. Así que me esforzaba al máximo, exprimía el presupuesto, dedicaba tiempo extra… Y entonces sucedió que el primer encargo, que se suponía que iba a ser de 16 páginas, aquel con el que me dijeron que probablemente nunca volvería a trabajar allí, acabó convirtiéndose en un encargo de 24 páginas y ganando el primer premio en los World Press Photo Awards. Pero luego llega el siguiente encargo, y tienes que seguir intentándolo, no puedes confiarte en ese primer éxito. Es un lugar aterrador para trabajar, pero eso es lo que lo hace tan grande. Tienen un nivel de exigencia brutal, pero eso es lo que hace que National Geographic sea National Geographic.
—Mucha gente se habría rendido. ¿Por qué usted no?
—Pensé en ello. Tuve un padrastro llamado Alex Fallow. Me quejaba de lo difícil que era, y él me decía: “Hijo, ¿por qué no me escribes todos tus problemas y luego me escribes diez soluciones?”. Así que cada vez que me venía un problema a la cabeza escribía todas las soluciones, y así iba creando mi propia hoja de ruta para tener éxito, para alejarme de los retos. Si sólo te centras en los retos y en dónde estás fallando, entonces vas a seguir fallando, pero si empiezas a centrarte en esta hoja de ruta de soluciones a todos tus problemas, entonces, en última instancia, encuentras un camino a seguir y puedes controlar las “vocecitas de tu mente”. Todos tenemos ese horrible compañero de piso que está todo el día diciéndonos que no somos lo bastante atléticos, lo bastante guapos, lo bastante buenos fotógrafos, lo bastante buenos submarinistas o periodistas. Pero eso es tu propia inseguridad, tu propia duda, así que tienes que aprender muy rápido que ese es tu compañero de cuarto interior. Yo construí una trampilla para mi compañero de piso y puedo enviarlo a través de ella cuando se pone demasiado ruidoso hablando conmigo. Y es genial. Simplemente te ayuda a deshacerte de esa voz negativa que está constantemente tratando de hundirte.
—¿Qué aprendió de sus referentes Tom Mangelsen o Joel Sartore?
—No conocí a Mangelsen hasta más adelante. He aprendido más de tipos como Joel Sartore, especialmente a ser amable. Mi madre también solía decir esto: “Sé amable con todo el mundo al subir, porque te los encontrarás a todos al bajar”. No acabo de entender por qué un montón de fotógrafos, al segundo que ponen una cámara alrededor de su cuello, cambian su personalidad. De alguna manera se vuelven un poco más arrogantes, un poco más agresivos. Creo que simplemente hay que aprender que la cámara es un pasaporte para ver el mundo de una manera nueva y para compartir el mundo con los demás, la belleza de la naturaleza. Y es una oportunidad que debería hacerte sentir humilde, maravillado y en paz. Creo que gente como Joel me enseñó eso, que si no le gustas a nadie por tu comportamiento, entonces va a ser un viaje muy duro por la vida. Realmente tienes que estar al servicio de los demás, ser mentor de otros fotógrafos, estar ahí, dar consejos, compartir. Sabes que formas parte de una pequeña comunidad de élite en National Geographic. Y eso es lo que más me gustó de National Geographic, que cuando caminas por los pasillos y ves a Steve McCurry, Joel Sartore, Mike Yamashada y David Dubile ves a los mejores fotógrafos del mundo y te das cuenta de que todos son humildes, agradables, amables y te apoyan porque ya han triunfado.
—¿Alguna vez ha sentido que esa línea que nos separa de los animales se diluye cuando ellos te permiten acercarte?
—Creo que mucha gente ve mi trabajo y asume que tengo un don especial, que tengo la capacidad de hablar con los animales. Y no creo que sea así en absoluto. Creo más bien que he pasado la mayor parte de mi vida rodeado de animales salvajes y he aprendido a comportarme como uno de ellos. Cuando estoy cerca de animales salvajes no me muestro agresivo ni asustado. Si un oso pardo quiere acercarse puedo evaluar cuáles son sus intenciones. Si te pones muy nervioso puede que el oso capte tu energía frenética y cambie su comportamiento. Por lo tanto, se trata de una actitud que se va asentando con el tiempo, hasta que puedes llegar a estar en el agua con 25 orcas que están en pleno frenesí de alimentación. Si piensas lo suficiente en esto te das cuenta de lo hermoso y relajante que es en realidad. Es simplemente poesía en movimiento. Una vez, estando en el metro de Nueva York, me asusté tanto que un tipo captó mi energía y empezó a pegarme. Me aterra estar en las ciudades: el tráfico, el ruido incesante y la gente gritando… Te puedes encontrar personas agresivas, otras borrachas… Eso es lo que verdaderamente me aterroriza. El mundo de los animales salvajes es muy coherente. Los animales no quieren arriesgar sus vidas o arriesgarse a ser heridos. Si se lastiman mueren, por ello son muy cautelosos. Si un oso pardo se prepara para embestirte es probable que sea para proteger a sus cachorros escondidos en el bosque, así que simplemente retrocedes y le das su espacio, lees la situación. Pero es difícil hacerlo si estás nervioso. He visto tres mil osos polares, dos mil osos pardos, mil osos negros y quizás cincuenta osos espirituales. Nunca he tenido que matar a un oso en mi vida. He tenido que gritar a un par, pero nunca he tenido que pensar siquiera en apretar el gatillo contra un oso.
—Creo que a veces, como humanos, nos olvidamos de que también somos animales. ¿Te sientes, no quiero usar las palabras «menos humano», pero sí más en contacto con nuestro lado animal?
—Los animales salvajes solo dejan de serlo si se alteran por el comportamiento humano, por ejemplo si son alimentados por nosotros. Si retrocedemos miles de años, todos éramos animales salvajes. Vivíamos en las llanuras, caminando entre mamuts lanudos y recogiendo nuestra cena. En esa desconexión de nuestra propia base hemos empezado a juzgar a los animales, basándonos en el miedo. Estamos aterrorizados de nuestra propia sombra, así que fabricamos en nuestras mentes un tiburón que nos ataca en el agua, o un oso persiguiéndonos por el bosque. Hemos perdido el rumbo, nos hemos desconectado de la naturaleza y, desde ahí, justificamos y fabricamos la guerra que hemos declarado a leones, osos, lobos… a todos los grandes carnívoros. La erradicación de estas increíbles especies que han estado aquí durante millones de años se debe al miedo que les tenemos. Pero si alguien se sentara en la tundra con un lobo salvaje, o junto a una manada de lobos blancos en el Ártico no pensaría en matarlos. Verías a esos animales bajo una nueva y hermosa luz.
—¿Podría explicarnos, por favor, en qué consiste la regla porcentual del “20-60-20” en su proceso creativo?
—Básicamente, es una regla, una guía para mí mismo. Los animales en la naturaleza son tan asombrosos que es muy fácil quedarse atrapado con sólo hacerles fotos a pantalla completa. Pero para mí esta regla me obliga a crecer como artista y a salir de mi zona de confort. Si te encuentras con un oso espíritu en una cascada, puede que te limites a fotografiarlo a pantalla completa. Pero entonces te das cuenta de que el primer 20% consiste simplemente en conseguir algo nítido y enfocado para que los editores lo puedan utilizar. El segundo 60% es donde estás usando tu caja de herramientas de habilidades artísticas. Por lo tanto, estás usando velocidades de obturación largas. Estás retratando un pequeño animal en un gran paisaje, o una sensación de lugar, o fotografiando tomas detalladas de un oso, como el ojo, o las pestañas, o el brillo de las gotas de agua de sus dientes, o lo que sea. Y luego el último 20% consiste en santiguarse, porque básicamente es donde es probable que fracases y puedas perder la imagen, pero es justo ahí cuando vas a crecer, expandiendo tu habilidad y tu capacidad como artista para probar diferentes técnicas. Eso es la regla 20-60-20. Para mí es sólo simplemente perderse. Sé que he filmado algo especial cuando estoy completamente inmerso. Puedo estar con un oso o un animal durante cinco horas y, de repente, salgo de este trance en el que no sé dónde he estado, pero estoy completamente agotado emocional, mental y físicamente, porque he estado perdido en esta conexión. Es de ahí de donde surgen imágenes muy especiales, como la del encuentro que tuve con un hermoso lobo de mar tumbado en un lecho de Fucus en la zona intermareal de la Columbia Británica. O con el oso que salía majestuosamente del mar mientras el agua se deslizaba sobre su pelaje. Sin esa regla no existiría la fotografía que hice de las cascadas en el hielo. Eso se encuentra en la intersección del arte, la ciencia y la conservación. Y es la regla 20-60-20: alejarse de la cascada, acercar las nubes lenticulares, esperar a que ese pequeño pájaro vuele a través del encuadre… Esas son las imágenes que perduran para siempre.
—¿Qué siente bajo el mar, cuando buceas en esas zonas boreales?
—Imagínese lo que es poder adentrarte en el mar, estar en ingravidez, rodeado de arrecifes de coral y bosques de algas, y saber que hay grandes animales ahí fuera, como la ballena azul. Imagínese todo este ecosistema conectado, funcionando desde los microorganismos más pequeños, el fitoplancton y el zooplancton, hasta los más grandes… Cuando estoy ahí abajo me siento seguro, reconfortado, zen, feliz. Estoy en paz bajo las olas.
—En sus imágenes narra soledad, desafío, ingravidez, fragilidad, fortaleza… ¿Qué le inspira para hallar ese momento preciso?
—Lo que me inspira son los animales. No puedes obligar a un animal a hacer algo que no quieres que haga. Si lo haces, entonces básicamente estás apoyando la tortura de animales. Para mí los encuentros más hermosos se producen cuando un animal decide interactuar conmigo y entregarse a mí. Puede ser un cachalote, una ballena azul, un grupo de narvales, un oso polar, un lobo, en fin, lo que sea, podría ser un pájaro o una polilla. Quiero decir, si cualquiera de estos animales, independientemente de la especie, dictan el encuentro tendrás una conexión espiritual muy poderosa con ellos. Si quieres imponerte en la situación y afectar a su comportamiento, entonces eso se notará y se verá en tus fotos. Mi sueño desde que era pequeño es convertirme en un fantasma, un fantasma que pudiera caminar por la naturaleza. Imagina poder acercarte a un puma salvaje, o estar a solas con un oso espíritu mientras duerme. A veces he podido vivir esos momentos porque estoy dispuesto a dedicarles el tiempo necesario para que se acostumbren a mí y yo pueda ser ese fantasma en su mundo. Ahí es donde tengo los encuentros más espirituales y hermosos, que se ven mis fotos. Ahí es donde la gente piensa que tengo esa conexión con los animales, pero es porque les he dedicado tiempo y lo he hecho de forma muy respetuosa, reflexiva y atenta.
—El trabajo que realiza para SeaLegacy, junto con su esposa Cristina Mittermeier, está siendo crucial. ¿Cómo lograron proteger a ciento cuatro especies de tiburón en un solo día?
—Estos vientos de conservación nunca los hacemos solos. Mi esposa Cristina es maravillosa en la construcción de relaciones de conservación. Lleva 30 años en primera línea en la lucha por la conservación. Mientras yo filmaba para National Geographic ella estaba fuera haciendo el trabajo más duro. Es una maestra a la hora de reunir a las comunidades y actores adecuados en busca de puntos de inflexión para luego utilizar lo que es nuestra fuerza, que reside en la narración y la producción visual de imágenes. Así fue como conseguimos mantener a las grandes petroleras fuera de la región de Lofoten en Noruega o logramos prohibir las redes de la muerte en la costa de California. Algunas de estas y otras victorias que hemos logrado se deben a que Cristina trabaja con los socios adecuados y es capaz de movilizar las fuerzas galvanizadoras precisas para lograr el cambio que influya en la política, en la ley, y que, finalmente, los animales ganen. Así es como suceden todas nuestras victorias.
—Es importante señalar que la conservación es un arduo y largo trabajo. La decisión se tomó en un día, pero el trabajo previo con todos los socios duró años.
—Creo que la gente no se da cuenta de eso, y sería bueno decir esto en este artículo. La gente es impaciente. Sólo quieren victorias y quieren verte ganar, pero esto es un largo camino. Pero lo mejor que puede hacer la gente es implicarse. Ahora mismo sé que hay muchos jóvenes sufriendo ansiedad, depresión, tienen miedo, están preocupados por el futuro, por su futuro, por el planeta, están preocupados por los animales. Y si te quedas ahí sentado en tu habitación, encerrado, inactivo, eso sólo va a crear más depresión y ansiedad. La única manera de lidiar con eso es volverse activo. Esa acción es lo que va a ayudar a liberar tu miedo, tu ansiedad y tu depresión. Tan pronto como te involucras en algo y empiezas a ser parte de una victoria, eso va a hacer que quieras involucrarte más y más, y de repente vas a estar en esta especie de cinta de grandes victorias. Necesitamos apoyo, todos lo necesitamos. Y este planeta nos necesita.
—Nos hemos acostumbrado a escuchar que los hielos del Ártico acabarán desapareciendo a muy corto plazo. ¿Cree que vamos a ganar esta batalla?
—Podría dar una respuesta esperanzadora: sí, por supuesto que vamos a ganar. Somos humanos, estamos causando un gran daño, pero somos capaces de un gran bien. Pero la verdad es que, cuando miro cuestiones como la violencia armada en los Estados Unidos se me hace difícil pensar que la gente va a cambiar finalmente su estilo de vida para salvar a los osos polares y el hielo marino. Vamos a asistir a la pérdida de gran parte del Ártico, de colonias de pingüinos, de la Antártida y del hielo marino, porque se está derritiendo muy rápido. Incluso si todos cambiáramos nuestros hábitos y nos convirtiéramos mañana en un “EcoPlanet”, seguiríamos perdiendo muchas cosas sólo por la cantidad de carbono que hay en la atmósfera. Pero lo único que sé hacer es seguir luchando, seguir luchando por estas especies. Estamos teniendo victorias. Hace veinte años me pidieron que no hablara demasiado sobre el cambio climático, incluso para National Geographic, porque era demasiado deprimente y la gente no estaba realmente preparada para ello. Ahora todo el mundo está hablando de ello. La gente está despertando, se está produciendo un cambio.
—Para mí una de tus fotografías más evocadoras es Suspended Grace… ¿Qué recuerdos le trae?
—Ese fue sólo uno de esos momentos que surgen si esperas lo suficiente. Una madre cachalote estaba haciendo inmersiones a una milla de profundidad, alimentándose de calamares gigantes, y estuvo ausente durante más de una hora. Había dejado a su pequeña cría en la superficie. Cuando regresó junto a ella se veían tentáculos de calamar colgando de su boca. Entonces ella confió en nosotros lo suficiente como para pasar el rato con su cría y se quedó profundamente dormida. Pudimos bucear a doce o quince metros de ella y la miramos a los ojos. Estaba completamente relajada. Su cría dormía a su lado. Luego la cría vino a jugar con nosotros. Hubo una aceptación total por parte de la madre y su cría. Es uno de esos momentos en los que te dejan entrar y lo único que intentas como fotógrafo es hacer justicia… ¿cuál es la palabra? Hacer justicia a la situación del momento con tu cámara. Y eso es todo lo que intentas hacer. La naturaleza es extraordinaria, es hermosa, es asombrosa. Y sólo estás tratando de hacer justicia a esas escenas con tu cámara.
—¿Lo ves como traducir un poco esas escenas a través de su cámara?
—No sé si estoy traduciendo. Sólo intento celebrar este momento de esta madre y su cría en el mundo en el que viven. Y creo que los tentáculos de calamar son un toque precioso que la conecta con ese mundo profundo, desconocido y misterioso del que sabemos muy poco.
—De todos los animales salvajes que ha fotografiado, ¿cuál es para usted el más carismático y por qué?
—Todos me parecen increíbles. Me encanta cualquier animal que me ayude a hablar de su ecosistema y a utilizarlo para luchar por su hábitat. Como cuando usamos al oso pardo en el Yukón como megafauna carismática para ayudar a proteger la cuenca del Peel: el tribunal supremo mantuvo la minería del diamante o la industria minera del oro fuera de la cuenca. El juez y el tribunal supremo mostraron mi artículo con la fotografía del oso pardo en National Geographic y dijeron: “Esto es por lo que estamos luchando”. Eso es poderoso. Pero si tengo que elegir un animal, siempre es la foca leopardo. Mantuve un encuentro con una hembra que me traía pingüinos vivos, y veces muertos, para que yo me los comiera, como hacía ella. Yo sabía que podría matarme en cualquier momento, pero había decidido interactuar, sentía curiosidad por mí. En otra ocasión una orca macho enorme de 5.500 kilos intentaba jugar al escondite conmigo. Recuerdo también la vez que pude escuchar cantar a una ballena jorobada. Fue una canción de veinte minutos. Estábamos a treinta metros de profundidad, yo estaba acostado en el fondo del océano y ella estaba cantando y vibrando a través de todo mi cuerpo. Apenas podía reaccionar o moverme. Esos momentos, aunque sean los más terroríficos que puedas imaginar, también son los más hermosos.
—¿Se ha preguntado por qué siente esa obsesión polar?
—Sólo por el lugar donde crecí. Lo sé, puedo sentirlo. Las regiones polares son el lugar más duro del planeta para trabajar. Es lo más extremo, con temperaturas inferiores a cincuenta o sesenta grados bajo cero en tierra, y un mar gélido. Pero es ahí donde sé que puedo aportar más valor y marcar la diferencia con mi cámara para conectar con una audiencia global.
—¿Qué siente cuando acaba de filmar una escena sorprendente?
—A menudo no lo sé. Vuelvo a mi reflexión anterior sobre la sensación de sentirme perdido. Es casi como una experiencia trascendental fuera del cuerpo. Puedo estar con un oso espíritu o con un lobo o con una ballena, lo que sea, pero cuando estoy perdido y ni siquiera estoy pensando técnicamente en mi cámara, sólo estoy allí con el animal, de repente miro hacia abajo y me doy cuenta de que he disparado tres mil fotografías en dos horas. Casi no tengo ni idea de lo que hay en mi cámara porque ha sido una experiencia extracorporal. Pero sé por instinto y por emoción que tiene que haber algo mágico ahí, porque lo que acabo de presenciar es tan hermoso, tan evocador y tan poderoso que tiene que haber algo que te cambie la vida en ese momento. Algo poderoso. Y así es como lo sé. Luego edito y a veces me decepciono porque, de nuevo, para mí la naturaleza es perfecta y solo intento hacerle justicia. A veces tienes éxito, a veces fracasas, pero por lo general sabes en tus entrañas y en tu corazón que va a haber algo muy poderoso.
—¿Dónde y cómo querría pasar los próximos años?
—Quiero pasar tiempo en lugares donde sé que puedo aportar valor. El planeta está sufriendo en todas partes. A diario nos llega gente diciendo: “Cristina, Paul, tenemos un problema. Necesitamos vuestra ayuda”. Y te gustaría poder estar en todas partes a la vez, aunque sabes que es imposible. En este momento estoy sobre todo siguiendo los vientos, en nuestro barco, en el mar. Siempre hay desafíos de conservación y hay belleza que necesita ser celebrada donde quiera que miremos. Ahora estamos buscando lugares en las Galápagos donde poder fotografiar tiburones martillo para ayudar a crear un corredor migratorio para los tiburones. También estamos haciendo algo parecido en el Pacífico Sur, entre Timor Oriental y Australia, fotografiando ballenas francas. Así que vamos allí donde podemos ser más eficaces y obtener victorias de conservación. Y básicamente voy donde Cristina me dice que vaya. Es mi jefa.
—¿En qué libros se refugia?
—Siempre llevo un libro conmigo. Me gusta perderme en una historia. A menudo historias de supervivencia, como El grial del Ártico, o historias de resistencia, como la de Shackleton; todas aquellas que me sirvan para darme cuenta del tiempo en que vivimos. Cada vez que pienso que tengo frío o me siento miserable, hambriento, cada vez que las cosas se ponen difíciles, me doy cuenta de que, en realidad, no tenemos problemas. En esta era moderna, cuando me comparo con esos tipos, pienso que no somos verdaderos exploradores. Simplemente estamos ahí fuera trabajando duro y a veces nos enfrentamos a retos, pero nada comparado con lo que ellos experimentaron. Me encanta leer libros como El alma sin ataduras, una obra a la que recurro cuando en mi mente se instala una voz persistente que me dice que las cosas no van bien. Yo no lo llamaría un libro de autoayuda, es un libro de autoconciencia. Digamos que me gustan las historias de no ficción y me gustan los libros de autoconciencia; me gusta inspirarme y me gusta soñar, pero en general no paso demasiado tiempo con la ficción.
—¿Qué papel desempeña el arte en su obra?
—Siempre he tenido un estilo muy creativo y artístico, pero en National Geographic quieren que hagas fotos con un estilo mucho más periodístico, que cuenten una historia. Puedes hacer un montón de fotografías en un encargo, pero sólo puedes usar una o dos de esas imágenes en la historia, que son las que ocuparán esas páginas centrales del reportaje. Así que ahora es un regalo retroceder en el tiempo y ver el trabajo de toda una vida de más de veinte años de imágenes periodísticas y encontrar esas joyas que pueden ampliarse y que puedes tener en tu pared y sumergirte en ellas, creando una respuesta visceral y evocadora. Tal vez sólo tomo de una a tres imágenes al año que son dignas de vivir en la pared de alguien. Me encantan esas imágenes que están en la intersección del arte, la ciencia y la conservación. Tienen que ser poderosas, bellas y asombrosas de contemplar, pero también tienen que basarse en hechos. Tiene que ser real y tiene que contar una historia conectada sobre nuestra intersección con la naturaleza y nuestro planeta, porque entonces esa imagen está al servicio de nuestro planeta. Es un gran tema de conversación con la gente que pregunta por esa imagen. Para mí es una imagen que puede vivir para siempre en una pared.
—¿Alguna vez le ha influido la opinión de los coleccionistas que asisten a sus exposiciones? ¿Le condiciona de alguna manera la opinión de los demás sobre su obra?
—Creo que lo único que no he hecho como artista es quizá no tener más éxito, pero sé de algunos fotógrafos que disparan estrictamente a lo que se va a vender, y eso nunca ha sido lo fundamental para mí. Prefiero tener una imagen poderosa que cuente una historia importante y tenga un mensaje importante, y puede que se venda más despacio, y prefiero esperar a los compradores que lo consigan. No se trata de vender rápido ni de bombear arte, sino de que la gente establezca esa conexión. Eso es muy importante para mí. Así que sí, me encanta escuchar lo que les interesa a los coleccionistas y a la gente, pero en general no dejo que eso dirija y dicte mi nueva obra. Sólo fotografío lo que quiero fotografiar, lo que considero que está al servicio del planeta. Ése es mi estilo.
TITULO: LA BRUJULA ONDA CERO - La Linterna La Cope - El vértigo a la ultraderecha acelera un frente de la izquierda y los independentistas contra el odio,.
La Brújula es un programa de radio de la emisora española Onda Cero, presentado y dirigido por David del Cura.
Es el tercer espacio en audiencia en la franja nocturna,
retransmitiéndose entre las 20 y las 24 horas, tiempo que dedica a un
análisis de la actualidad, el deporte, la economía (con el espacio
denominado La Brújula de la Economía) y el debate político., etc,.
La Linterna La Cope ,.
'La Linterna' es el programa de radio informativo, político y económico, cultural y de debate nocturno de la Cadena COPE. Dirigido y presentado desde 2009 por Ángel Expósito, se emite de lunes a viernes de 19:00 a 23:30 horas, correspondiendo la última hora de los viernes a 'La Linterna de la Iglesia', dirigida y presentada por Faustino Catalina,.
El vértigo a la ultraderecha acelera un frente de la izquierda y los independentistas contra el odio,.
foto / Desde la izquierda, los candidatos a las elecciones catalanas Pere Aragonès (ERC), Salvador Illa (PSC) y Josep Rull (Junts), este martes antes del debate de TV3.
Junts, PSC, ERC, la CUP y los Comunes desbloquean un compromiso para vetar posibles acuerdos con Vox y Aliança Catalana. PP y Ciudadanos se desmarcan de esa iniciativa,.
La campaña electoral catalana avanza con la mirada puesta en un abismo que se abre a su derecha. A medida que se acerca la cita con las urnas del 12 de mayo, los sondeos y trackings (evolución de la intención de voto) que manejan los partidos robustecen la posibilidad de que la extrema derecha gane peso en el Parlament. Vox no se resiente de la crecida del Partido Popular y los ultras independentistas de Aliança Catalana se relamen con el voto de castigo aflorado por el desencanto que ha contagiado la esterilidad ,.
Las elecciones en Francia marcan un nuevo relevo en la carrera de la llamada ultraderecha en su carrera hacia el poder. No hay país en el que no anide esa llamada a un nuevo proteccionismo, a una «reconstrucción nacional» que apela a episodios pretéritos para ganar el futuro. No imagino, no obstante, a tanta gente con nostalgia de ninguna época fascista, brazo en alto y esos símbolos demodé, paseando por la calle en busca de un imperio en su barrio y tampoco a melenchonistas dispuestos a asaltar la Bastilla y a decapitar a macronistas con peluca.
Lo que se ha demostrado es que cuando esta ultraderecha se sienta en el trono y mira a los ojos a la realidad, la política del grito y la euforia se torna calmada y realista, que es la manera sensata de que el país llegue a fin de mes. He ahí a Meloni que, de tan pragmática, hasta Abascal le hace mohín de rechazo. Esta no es mi Meloni.
Si se hace un análisis quirúrgico y sin aspavientos de los millones de europeos que votan a la ultraderecha se llega a la conclusión que, efectivamente, nadie echa en falta que Musolini eleve un gran monumento a la egolatría nacional, bastaría con que los políticos pasearan de vez en cuando por ciertos barrios. La mayoría de los lepenistas votarían a la izquierda tradicional si esta izquierda no se hubiera sometido a la castración química de sus principios. Ahora no le importa el bienestar de la gente en general sino el de grupos de personas en particular. Se habla más de lo trans (y etc, es por poner un ejemplo) que de los trabajadores del automóvil, cuando hay más de esto último y con no pocos problemas.
La izquierda, en la pueril ensoñación de unos postulados alienígenas, al estilo Irene Montero, llega más al rico que tiene mala conciencia de serlo que a la clase trabajadora, a la que molesta que se repartan subsidios por nacionalidades menos a los del país en el que vive. Qué espera esa misma izquierda si los presupuestos a asuntos ideológicos se abultan a costa de que la jubilación se retrase o si el Estado del Bienestar se mantiene con una sangría impositiva difícil de acunar o si los tomates no pueden venderse en la Unión Europea por motivos ecologistas, pero sí los marroquíes que no saben qué es eso.
Nos volveremos a equivocar si concluimos que la ultraderecha y su resultado potente en Francia significa, por más que vocifere Le Pen, que el pueblo está ansioso de encarcelar a los emigrantes en cuanto crucen la frontera. Eso es solo la espuma. Los que abominan de esa ultraderecha deberían hacer examen de conciencia.
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