BLOC CULTURAL,

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miércoles, 31 de julio de 2024

Cena con mamá - José Luis Garci - Mejor banco en España ,.Viernes - 16 - Agosto ,. / Imprescindibles estrena en La 2 - La célebre fadista Mísia fallece a los 69 años en Lisboa , . Domingo - 18 - Agosto ,. / De seda y hierro - Clara Obligado y Luciana Velázquez Méndez: Exilio, patria y libertad ,. Domingo - 18 - Agosto ,./ Luchar contra la enfermedad - ¿Por qué no alimentarse bien puede dejarle ciego?,.

 

TITULO: Cena con mamá -  José Luis Garci - Mejor banco en España  ,.Viernes -  16 - Agosto  ,.

Viernes  -  16 - Agosto ,a las 22:00 en La 1, fotos,.

 José Luis Garci - Mejor banco en España,.

 José Luis Garci: «Quiero morir atravesado por una flecha siux»

 José Luis Garci,.

Localizar a José Luis Garci hoy en día es una hazaña de película. Un hombre que vive sin teléfono móvil, ordenador ni internet se convierte, tal vez sin pretenderlo, en un blanco complicado. Tras intentar localizarlo en el teléfono fijo que me proporcionó Jesús Egido, director de la magnífica editorial Reino de Cordelia, decidí lanzarme a la aventura callejera. El lugar convenido era la Feria del Libro del Retiro de Madrid. Allí el cineasta estaría firmando libros aquella tarde, así que, bajo un sol de justicia, me aposté en un lugar discreto a la sombra de un árbol mirando el reloj. Me sentía como uno de los killers de Hemingway esperando al cansado boxeador Ole Anderson. Mientras, en el otro lado del paseo, los lectores y admiradores del cineasta formaban pacientes una fila interminable. Aún era temprano, así que saqué del bolso Telegramas cinéfilos, bellamente editado por Reino de Cordelia con prólogo de Jesús Calero. El libro recoge los textos que José Luis Garci fue publicando durante cincuenta semanas bajo ese epígrafe en el ABC Cultural: un almacén literario de la memoria donde se suceden anécdotas, detalles y amores de cine través de un viaje apasionante por la propia vida.

Por fin, entre un barullo de gente apareció el director caminado elegante tras sus gafas de sol. Concretamos un día y una hora, y ambos acudimos puntuales a nuestra cita telefónica una semana después. Ilusionada como Doris Day en Confidencias a medianoche, decidí proponer un juego. Si la entrevista iba a ser por teléfono y sobre Telegramas, las preguntas tenían que ser telegráficas y sobre el cine del propio Garci, que era el único tema que éste no había tocado en sus textos cinéfilos: hablar de El crack, Volver a empezar, Solo en la madrugada, Sesión continua

La voz telefónica de Garci, con un punto divertido, casi socarrón en el tono, iba completando mis preguntas, modificándolas al hilo de sus propios recuerdos, que fluían construyendo un guion para dos casi cinematográfico. Al otro lado yo asistía a mi propia escena como una muchacha que regresara a Cinema Paradiso.

La transcripción de aquella charla es casi literal; imposible renunciar a una sola de las palabras del director.

—¿Cómo le gustaría que fuese su muerte si tuviera que rodarla?

"Severo Ochoa me dijo: cállate; somos física y química. Entonces yo le respondí: sí, y una gota de misterio"

—Antes de nada, por favor, tutéame. Yo también lo haré. Qué menos, ya que compartimos página en el Cultural de ABC. Pues mira, no lo sé. No quiero pensarlo. Supongo que algo que no sea doloroso. Los creyentes tienen mucha suerte, porque están convencidos de que se van a una vida mejor, pero yo no lo tengo muy claro: hay mucha gente que lo está pasando muy mal y no entiendo por qué no se terminan de ir a la otra vida, si la de aquí es horrible. Y no se va nadie ¿sabes? Todo el mundo espera aquí como sea. Realmente siempre he creído que después de la muerte no hay nada, pero como esto del Universo es un misterio, y dónde estamos y lo que sentimos, a mi edad me permito el lujo de pensar que igual sí que hay misericordia. Porque existe un misterio, eso es evidente. Yo siempre digo que hay una gota de misterio en la vida que nunca vamos a poder desentrañar. Recuerdo aquella conversación con Severo Ochoa. Estábamos tomándonos una copa en el bar del hotel Reconquista de Oviedo y no sé muy bien cómo surgió, pero recuerdo que me dijo: “Cállate; somos física y química”. Entonces yo le respondí: «Sí, y una gota de misterio casi tan pequeña como la gota de vermú seco que han echado en la coctelera y que ha logrado que la ginebra no sepa a ginebra, sino a Dry Martini». Él se quedó pensativo y al cabo, apurando su copa, soltó un “está bien visto”. Por cierto ¿has pensado tú cómo «saldrías de cuadro», como se dice en el cine?

—Pues yo quisiera salir de cuadro como Michael Corleone, sentada plácidamente en mi jardín.

—Bueno, plácidamente no; le da un infarto, se agita, imagino que trascurren unos minutos de dolor y luego cae desplomado.

—Pero son unos pocos minutos. ¿Qué menos para morir?

—Los clásicos decían “morir durmiendo”; te acuestas y hasta mañana, pero no hay mañana.

—Pero esa escena no se puede rodar en el cine, sería muy aburrida, casi como una película de Andy Warhol.

—Es verdad; es poco cinematográfico. Entonces, si de una muerte cinematográfica se trata, quiero morir atravesado por una flecha siux.

—Decía James Bond: «Una vez es coincidencia, dos es casualidad y tres es la acción del enemigo». ¿Qué significa para usted El crack (ha vuelto a esa escena del crimen tres veces)?

"Que no salga de este Café Gijón nuestro lo que te voy a decir, pero pienso que yo estoy más cerca de El crack 0"

—Por favor, no me llames de usted… Pues era una ilusión de chaval; a mí me gustaban mucho las películas policíacas (antes, cuando yo era joven, no se decía «cine negro» ni film noir ni nada de eso, se decía “películas policíacas”). Luego, cuando empezamos a leer, descubrimos las portadas amarillas de la literatura francesa y también el cine americano, que empezó a cambiar haciendo películas más oscuras y héroes diferentes; más indefensos y a la vez más solitarios y desencantados. Todo era más negro en todos los aspectos, empezando por la iluminación. Claro, el cine negro viene del expresionismo alemán, donde la luz es tan distinta que ya no ilumina por completo las caras de las mujeres sino una parte nada más, otorgando un brillo especial a los ojos, a las bocas. Yo era un enamorado de ese cine y por eso quise hacerlo. Por eso hice El crack, que se llama así por el crujido, “crack”. Y bueno, Alfredo Landa y yo hablamos mucho y estábamos muy de acuerdo en todo, y Germán Areta, el protagonista, es un guiño al propio Alfredo, que es Areta de segundo apellido. Luego, casi de manera natural, vinieron las otras dos entregas. Y mira, que no salga de este Café Gijón nuestro lo que te voy a decir, pero pienso que yo estoy más cerca de El crack 0. Es de las tres la película que mejor me comunica; la más sencilla, rodada sin ningún esfuerzo, con una puesta en escena muy simple, muy suave. Pero bueno, eso es lo que yo creo.

—Estoy de acuerdo con usted.

—No me llames de usted… Esto tienes que contarlo en la entrevista: tu lucha por volver al usted y mi insistencia en que no vuelvas.

—Lo contaré. Es que estoy muy bien educada, y eso a veces es una ventaja y a veces un inconveniente.

—¿Y dónde te educaste?

—En un colegio de monjas, en Sevilla.

—¡No me digas! Yo tengo muchos amigos en Sevilla. Me gusta muchísimo esa ciudad; creo que es una de las ciudades más bonitas de España. Casi todas las bellezas españolas llevan “s”, ¿te has dado cuenta? Sevilla, Salamanca, San Sebastián. La “s” es estupenda, aunque pensándolo bien, también hay ciudades magníficas sin “s”, como Toledo (Risas). Bueno, en fin, lo que te quería decir es que tengo muy buenos recuerdos de Sevilla. Seguimos.

—Seguimos. ¿Qué precio estaría usted (estarías, estarías tú) dispuesto a pagar por «volver a empezar»?

"Yo tengo los recuerdos de la infancia más cercanos que aquellos de hace siete u ocho años"

—Ninguno. No, ninguno. Porque mira, tienes la vida y vas pasando por todos esos momentos y, sobre todo, tienes la infancia, que al final es el recuerdo más vivo de todos, y no sé por qué diablos, pero es el mejor fijado en el disco duro. Yo tengo los recuerdos de la infancia más cercanos que aquellos de hace siete u ocho años: el colegio, las chicas (yo fui a un colegio mixto, pero no con sección masculina y femenina, sino juntos, en la misma clase y el mismo banco; culo con culo)… Y luego, imagínate, estudié Filosofía y Letras, que entonces era una carrera de chicas, así que siempre he tenido la fortuna de estar rodeado de mujeres. También recuerdo con cariño mi época en el banco. Ahora, con lo que sé de la vida, volverme a lo de antes… no lo creo. Haciendo balance, pienso que he vivido una estupenda vida, estoy ya, digamos, en el quinto rollo, que es la última bobina, y llegar hasta aquí como he llegado yo es bueno. Hombre, te arrepientes de cosas, de algunos errores, de no haber sido tan generoso como pensabas, pero bueno, también he tenido aciertos y amores y amigos. Y luego están las películas; nunca he tenido ningún problema filmando, al contrario, para mí hacer una película era una fiesta. He tenido mucha suerte porque he podido hacer una peli cada dos o tres años, y eso es maravilloso. Esa sensación cuando sales de la cama y te metes en la ducha y piensas: «¡Qué alegría, me voy a rodar!». Yo nunca he entendido a otros compañeros míos que se cabrean y lo pasan fatal, nunca lo he entendido; para mí el cine era la parte feliz de la vida; las películas lo eran todo. Pero fíjate, a pesar de eso, y esto es una exclusiva que te doy, soy de los pocos directores de cine de España, y probablemente del mundo, que nunca ha puesto “un film de”. Ahora todo el mundo pone “una película de”, “un corto de”. Ayer, precisamente, lo hablaba con Arturo (Pérez-Reverte) en la cena: ¿pero cómo se puede poner “un film de”, si no haces la música, ni los decorados, la luz, o el vestuario? En realidad nunca lo he puesto porque probablemente he sido muy ambicioso: yo quería ser como John Ford y Hitchcock y Billy Wilder, que simplemente ponían “dirigida por” o “escrita y dirigida por”.

—Seguimos con tu cine. ¿Con que actriz del Cineccittà de los 50 estarías «solo en la madrugada»?

—Sin duda con Claudia Cardinale, que era de piel tostada, morena, con una boca preciosa y una mirada… A mí me impresionó en Rufufú, aquella película tan divertida de Monicelli. Y está maravillosa también en La ragazza con la valigia… ¿Recuerdas cuando baja por la escalera con los sones de Aida?

—Yo creo que la Cardinale nunca estuvo tan hermosa como en Un maledetto imbroglio, de Pietro Germi.

—Hombreeee. Te voy a cantar la canción: “Amore, amore, amore, amore mío…”.

—“…in braccio a te me scordo ogni dolore…”.

—¡Te la sabes!

—Es que esa canción es muy importante en mi vida.

—Un día tendrás que contarme esa historia, que a mí me parece que debe de ser muy romántica (Risas).

—Tus actrices y tu cine. ¿A qué actriz del Hollywood de los 60 llevarías a una «sesión continua»?

—Me gustaría llevarme a Kim Novak. Antes, cuando era pequeño, me gustaba Ann Blyth, pero si te digo la verdad, es difícil la elección. Últimamente me ha gustado mucho Naomi Watts en El velo pintado. O Scarlett Johansson. Te hablo de las modernas, claro. También me gusta mucho Noomi Rapace, la actriz sueca de Millennium. Pero bueno, a mí es que siempre me han gustado mucho las chicas (Risas).

—En tu cine has rendido homenaje a escritores españoles como Galdós, Lejárraga, Mihura o Pérez de Ayala, autores poco leídos ya entonces, o prácticamente olvidados. ¿Qué tiene su literatura de cinematográfico para ti?

"Era como si fuese un familiar cercano, el abuelo Benito. Le tenía mucho cariño"

—Bueno, de niño siempre había sentido una atracción enorme por esa literatura y sobre todo por Galdós. Era como un familiar cercano. Mi padre tenía una bibliotequita de esas acristaladas, pequeñas, y había allí unos cuantos libros de Galdós, uno de ellos con una foto del escritor, y yo la miraba y veía a un viejecito encantador con bigote. Era como si fuese un familiar cercano, el abuelo Benito. Le tenía mucho cariño. He leído casi todo, no ya los Episodios nacionales, sino Misericordia, que es una maravilla, Fortunata y Jacinta, fantástica; todo, todo Galdós me entusiasma. A mí me hubiese gustado hacer más cosas de don Benito porque sinceramente, si te das cuenta, es muy cinematográfico. Buñuel, por ejemplo, ha hecho mucho cine de Galdós: Tristana, Viridiana… Es que es un escritor que crea unos personajes inolvidables. En mi caso elegí El abuelo, entre otras cosas, por los personajes que poblaban esa historia, como el pobre maestro que enseña a las niñas, o la magnífica condesa Lucrecia Richmond. También me gustó mucho adaptar los episodios aquellos en Sangre de mayo. Y es que todo ese mundo es precioso, lleno de personajes y lleno de vida. Galdós fue un pintor excepcional de su tiempo. Pero bueno, todo eso se perderá, si es que no se está perdiendo ya; es la ley de la vida.

—No todo. Sus películas están ahí y seguirán estando mucho tiempo.

—Mira, siempre se lo digo a mis amigos: yo no he hecho una buena película en mi carrera, pero sé lo que es una buena película. Por no irme fuera, Plácido, de Berlanga, o Tristana, de Buñuel son buenas películas. Y eso ni yo ni mis compañeros lo hemos rozado en nuestro cine, porque es muy difícil. De lo único de lo que estoy verdaderamente orgulloso es de que he podido hacer cine siendo un tipo que no ha ido a la escuela de cine; en ese sentido he seguido el camino de los directores que yo más admiro, que primero fueron escritores o guionistas y luego pasaron a dirigir, como Wilder o Mankiewicz. Ellos y yo también venimos del campo de la máquina de escribir, de la Underwood, y tal vez por eso sentimos preferencia por los actores y los personajes. Nos detenemos más tiempo en cómo deben decir las frases; no somos directores visuales como lo eran Godard o Lelouch, pero yo me siento orgulloso de haber pasado de la escritura al rodaje… y al día de hoy, mi querida María José, no sé si soy un escritor que ha hecho películas o un director que escribe. Nunca lo voy a saber. 

—Siguiendo con el mundo de los escritores, rodaste La herida luminosa, una obra de Josep Segarra, catalán que escribía en catalán traducido al castellano, para más inri, por José María Pemán, tildado por muchos de fascista. Por todo eso, tu película es hoy una especie de elemento contracultural políticamente incorrecto.

"También llamaban fascista a John Ford. Recuerdo cuando decían: me repugna ese viejo babeante y fascista"

—También llamaban fascista a John Ford. Recuerdo cuando decían: “Me repugna ese viejo babeante y fascista”. Y yo les respondía: “Estáis equivocados. A Ford le gusta el ejército; le gusta que la caballería atraviese un río; le gustan esas imágenes con las que ha construido una obra inmensa y emocionante. ¿Pero qué tendrá que ver eso con lo otro?”. Yo, mira, hay una cosa de la que me siento muy orgulloso, y es que desde niño siempre he sido independiente. Ya lo decía mi madre: “Este chico es muy independiente”. Y en el colegio lo decía mi profesora, doña Angelines: “Este Garci es muy independiente” (ella fue la que me puso Garci, ¿sabes?). Yo he podido rodar La herida luminosa o Asignatura pendiente porque he tenido la suerte de poder hacer siempre lo que me apetecía sin importarme lo que pudieran decir o dejar de decir.

—También rodaste Canción de cuna, obra de María de la O Lejárraga, una escritora completamente desconocida hoy.

—Esa película la quiso hacer Orson Welles. Se ha hecho cinco veces, en Argentina y en Hollywood. Entonces, cuando yo hice mi película, me dijeron: “Bueno, con monjas”. No, no son monjas, son mujeres. Yo quise hacer una película sobre mujeres, escrita por esa gran mujer que fue Lejárraga, en honor a ella. Ese mundo de mujeres es fascinante, y el mundo descrito por esta autora de esas mujeres, de esas monjas, es casi heroico.

—No entiendo cómo no se ha hecho una película sobre la vida de María Lejárraga, una mujer impresionante, fundadora, junto a Juan Ramón Jiménez de la revista del modernismo poético Helios, que en 1926 participó en la fundación del Lyceum Club presidido por María de Maeztu, junto a Victoria Kent y Zenobia Camprubí, cuya biblioteca dirigió Lejárraga.

—Parece que me has leído el pensamiento. Esta mujer era una escritora colosal; un genio. Hubo un tiempo en que pensé hacer una biografía cinematográfica, una película sobre su vida: ella se casa con Gregorio Martínez Sierra, un hombre muy culto que hace La Barraca con Lorca y va a Hollywood y luego la deja por la actriz Catalina Bárcena, que es la que estrena, precisamente, Canción de cuna. Pero a pesar de eso él siempre vuelve a María, porque necesita de ella literaria y culturalmente y también anímicamente. Es preciosa esa historia. Espero que alguien la ruede algún día.

—Sin dejar a tus mujeres ni a tus escritores, llegamos a Mihura y Ninette.

—Ninette es una maravilla; una chica absolutamente independiente, libre y fantástica, fresca. Con Ninette puedes casarte sin leer la letra pequeña, o incluso renunciar a conocer París. Es de esas mujeres a las que les das, sin que te lo pidan, el mapa del tesoro. ¿Cómo no llevarla al cine?

—Pero no solo de escritores españoles vive Garci. Entre tus pasiones literarias están Somerset Maugham y Ray Bradbury, a quienes rindes homenaje en estos Telegramas cinéfilos, pero también en tu editorial, Hatari! Books.

"¿Quién me iba a decir a mí que, con el tiempo, iba a conocer a mi admirado Bradbury en el edificio aquel donde trabajaba también Billy Wilder, en Rodeo Drive"

—Somerset Maugham es el mejor “cuentista” de la historia de la literatura, por encima incluso de Chéjov. Hombre cultísimo, sus estudios de pintura son imprescindibles y sus libros de viajes, únicos. Es uno de los genios del siglo XX, pero ¡amigo! aquí ahora todo es Proust, Jame Joyce y cosas de esas. Por cierto, la idea de Hatari! Books fue de Torres Dulce. A él también se le ocurrió reeditar mi libro de Bradbury, que estaba descatalogado. Cuando me lo dijo me quedé un poco pensativo. ¿Qué sentido tenía volver a sacar un libro que escribí hace 50 años? Y fíjate tú, luego se ha vendido muy bien. Qué cosas. Mi vida ha estado llena de sorpresas agradables, porque ¿quién me iba a decir a mí que, con el tiempo, iba a conocer a mi admirado Bradbury en el edificio aquel donde trabajaba también Billy Wilder, en Rodeo Drive. ¿Cómo podía yo pensar que iba a llegar a ser amigo suyo, a cenar en su casa, compartir juntos cursos de cine en El Escorial… La vida es muy rara, por eso te decía antes que no, que no cambiaría nada.

—¿Qué novela de Ray Bradbury, ese “humanista del futuro”, como lo llamas en tu libro, habrías adaptado al cine?

—Yo querría haber hecho una película de tres relatos de Bradbury; uno de ellos es la narración del fin del mundo y cuenta el último día en la Tierra de una pareja que se lleva muy bien, que han convivido y que aquel día trata de hacer algo inhabitual; por eso él llega antes a cenar y lo pasan muy bien; charlan y se acuestan a dormir su última noche, y de repente ella dice: “Escucha, ¿no oyes? Está goteando el grifo”. Entonces él se levanta y cierra el grifo. El último gesto del último día de sus vidas. Es preciosa esa historia. Y bueno, sí, me hubiera gustado muchísimo, pero no se puede hacer todo.

—¿Crees que recibiste el Oscar demasiado pronto en tu carrera?

"Me siento muy orgulloso de haber ganado el primer Oscar para el idioma español, para el cine español y para nuestro país"

—No, yo creo que llegó bien. Me siento muy orgulloso de haber ganado el primer Oscar para el idioma español, para el cine español y para nuestro país. En realidad, he estado cuatro veces nominado al Oscar, que eso a la gente como que se le ha olvidado, con lo difícil que es. Creo que en toda la historia ha ocurrido diecisiete veces. Fíjate tú, en los últimos diez o quince años ha habido una sola nominación, y yo he tenido cuatro. No sé, pero bueno. Te haces a este panorama nuestro. Mira, a ver si te lo digo para que no resulte pedante: yo no he aprendido cine en la escuela de cine, sino viendo películas, sobre todo el cine clásico americano: Hitchcock, John Ford, Raoul Walsh, Howard Hawks, King Vidor, Billy Wilder. Entonces, al no haber ido a la escuela, libremente adopté ese tipo de estética, que era la de los maestros americanos, sin ser yo maestro, por supuesto, pero emulando su manera de rodar. Por eso creo que la Academia de Hollywood me ha nominado cuatro veces. De alguna manera, como decía Robert Wise, “Garci es uno de los nuestros”. Mis películas están contadas como ellos contaban las suyas. Para los americanos yo era una cosa rara precisamente porque era como un americano. Imagínate, es como si a un chico de Illinois le gustan mucho los toros y los estudia a fondo y aprende a torear y un día llega aquí en San Isidro y corta dos orejas. Pues asombra, claro, ¡cómo no! Espero haberlo dicho sin ninguna cosa presuntuosa.

—Sherlock Holmes no podía faltar como colofón de una filmografía tan literaria como la tuya.

—Es un poco recuperar el mito. No puedo evitarlo. Sherlock Holmes es un personaje que siempre me ha gustado, en la literatura y en el cine. Por eso quise rendir un homenaje propio haciendo un Holmes distinto, en Madrid, tras las huellas de un Jack el Destripador de los lavaderos del Manzanares, ese mundo barojiano que terminó desapareciendo para abrir paso a una ciudad de rascacielos, grandes avenidas y coches. Jack el Destripador encarna en mi película la modernidad, los nuevos tiempos. Esa era la idea. Le tengo mucha simpatía a esa película, porque está llena de pensamientos míos sobre el siglo XX; es como una película B de la Hammer. Pero bueno, vamos a ver cómo pasa el tiempo por ella.

—¿Próximos proyectos literarios?

—He hablado con Jesús Calero, porque me gustaría escribir de nuevo en ABC Cultural, como ya hice con los Telegramas que ahora publica Reino de Cordelia. Pero esta vez sería sobre deporte. Quiero escribir de boxeo, de fútbol, de carreras, dándole el tono ese que le daba Manolo Alcántara, a ver si me sale. Y la editorial Reino de Cordelia quiere editar algunas de las crónicas que yo escribí para ABC sobre los Mundiales y la Eurocopa. En eso estamos. Por cierto, a ver si nos conocemos. Como no tengo ni móvil ni internet, tendrás que enviarme esta entrevista impresa en un sobre a mi dirección postal.

—Así lo haré, pero en el remitente solo aparecerá: “Carta de una desconocida”.

—Entonces sabré enseguida que eres tú.

 

TITULO: Imprescindibles  estrena en La 2 -  La célebre fadista Mísia fallece a los 69 años en Lisboa ,.  -  , Domingo -  18 - Agosto ,.  

Domingo -  18 - Agosto , a las 21:30 horas en La 2, foto,.

  La célebre fadista Mísia fallece a los 69 años en Lisboa,.

Hija de madre catalana, fue reconocida por innovar en el género musical portugués por excelencia,.

La célebre fadista Mísia fallece a los 69 años en Lisboa
 
La célebre fadista Mísia fallece a los 69 años en Lisboa,.

La cantante portuguesa Mísia, una de las fadistas más conocidas a nivel internacional y célebre por innovar con este género musical, falleció este sábado en Lisboa a los 69 años, tras una larga lucha contra un cáncer, confirmó el Gobierno luso en una nota

Susana Maria Alfonso de Aguiar, conocida como Mísia (Oporto, 1955), tenía padre portugués y madre catalana y le diagnosticaron un cáncer en 2016.

La ministra de Cultura lusa, Dalila Rodrigues, lamentó su fallecimiento en una nota remitida a los medios y destacó que "Mísia fue una voz fundamental en la renovación del fado, sin miedo de experimentar nuevas sonoridades y abordajes menos convencionales".

"Prueba de la forma como granjeó el reconocimiento de sus pares, nos deja una vasta lista de colaboraciones con músicos de todo el mundo, que demuestra su versatilidad y su talento", señaló.

Su vasto repertorio incluye no sólo fados sino también tangos y boleros, entre otros géneros musicales, con una quincena de álbumes publicados en los que mezcla tendencias, diferentes culturas y sonidos.

Según medios locales, Mísia -que celebró hace dos años sus tres décadas de carrera musical- falleció en un hospital de Lisboa debido a una crisis relacionada con su enfermedad.

 

TITULO: De seda y hierro - Clara Obligado y Luciana Velázquez Méndez: Exilio, patria y libertad  ,. Domingo - 18 - Agosto  ,.

 El Domingo -  18 - Agosto  ,  a las 20:20 por La 2, fotos,.

 Clara Obligado y Luciana Velázquez Méndez: Exilio, patria y libertad ,.

 Clara Obligado y Luciana Velázquez Méndez: Exilio, patria y libertad

Exilio, patria, literatura. Hablamos con dos mujeres que tienen en común la lengua, el paisaje y el amor por los libros.

Clara Obligado nació en Buenos Aires. Exiliada política de la dictadura militar, desde 1976, vive en España. Es licenciada en Literatura, y ha dirigido los primeros talleres de Escritura Creativa que se organizaron en este país. Galardonada con numerosos premios, como el Femenino Lumen por su novela La hija de Marx o el premio de novela breve Juan March por Petrarca para viajeros, es autora de numerosos libros de ensayo y cuentos, además de colaborar en diversos medios periodísticos, y su obra ha sido traducida a diferentes idiomas.

Luciana Velázquez Méndez, italoargentina nacida en Ramos Mejía (Buenos Aires) en 1982, reside en España desde 2007. Ha vivido en Girona, en Madrid y desde 2019 en Granada, donde ha abierto ¡¡¡Tremenda!!! librería en el barrio del Realejo, en diciembre de 2020.

Ellas nos hablan del envés y la trama de los transterrados.

Clara, llevas en España desde el año 76. ¿Qué fue más difícil, el exilo de la lengua o el de la tierra?

"Hay una extranjería que es permanente cuando uno pasa de un castellano a otro castellano"

—El exilio de la tierra es el más evidente, y se da desde el primer minuto, mientras que el exilio de la lengua es un proceso muchísimo más lento, cuando tú crees que hablas un idioma y te das cuenta de que no es así. Recuerdo la primera vez en España subirme al tren con dos andaluces y no entender absolutamente nada. Poco a poco vas asimilando las palabras, pero a la vez te das cuenta de los equívocos, que en mi caso sigo manteniendo: esa palabra que para ti quiere decir una cosa y aquí cualquier otra. O ese matiz que tú tenías, y era cariñoso, aquí es hostil, o al contrario. Hay una extranjería que es permanente cuando uno pasa de un castellano a otro castellano.

—¿Cómo se lleva eso a la hora de escribir?

—No es fácil. Pero te diría que yo creo que soy escritora por todo eso, justamente. No era mi proyecto; yo quería ser profesora y crítica en Argentina y creo que cuando me amputaron mi país y mi idioma necesité hace un puente de palabras. Siempre digo que yo escribo en versión original y me leo a mí misma en versión subtitulada. Siempre manejando dos registros del idioma. Yo escribo en el castellano de aquí y hablo en el castellano de allá.

—¿Y eso se construye en el tiempo, o se asume?

—Se asume. Ni se aprende ni se construye, es algo que pasa. Es como una manera de querer las cosas.

—Siguiendo en el exilio fértil que es tu literatura, en este hermoso libro que acabas de publicar en la editorial Páginas de Espuma, Todo lo que crece, la infancia lo inunda todo. ¿Es la infancia el desarraigo más grande de todos o el más novelable?

"Quería contar ese momento en que eres un niño con sensaciones, todavía organizando un mundo que todavía no sabes nombrar"

—Es muy difícil lo que preguntas. Yo en este libro trabajo el espacio anterior al lenguaje, y no casualmente. Quería contar ese momento en que eres un niño con sensaciones, todavía organizando un mundo que todavía no sabes nombrar. Yo es que esto lo recuerdo. Me recuerdo a mí misma diciéndole a mi padre “sombrero” cuando quería decir “bombero”. O sea, oía un camión de bomberos y usaba otra palabra. Esta confusión a mí me inauguraba con los problemas del idioma, con la intuición de que no es lo mismo lo que suena que lo que es. Cuando crecí me encontré con otros autores que reflexionan sobre esto, como María Zambrano.

—Sí, la nombras en tu libro y también a otras escritoras importante para ti. ¿Cuáles son tus mujeres en la literatura?

—Montones. Mira, yo me he pasado la vida recuperando mujeres. Tengo un libro que se llama Mujeres a contracorriente y otro titulado ¿Por qué las mujeres no están en el arte? O sea, me considero feminista desde los dieciocho años, aunque eso sí, a mi manera, que es una manera digamos relajada, pues así es mi carácter.

—¿Elegirías a alguna mujer en especial de esa larga nómina vital?

—Pues mis mujeres siempre han sido aquellas que me dicen algo, las que me sirven de modelo.

—En el libro dicen que estás como suturada a las historias y los personajes de la escritora Shirley Jackson.

—Ah. Sí, claro. A Shirley Jackson yo la leí hace poco en realidad, y me di cuenta de que soy parecidísima. Lo que pasa es que esa mujer estaba loca como un chivo y sus personajes más todavía (risas). Pero sí, no me queda más remedio que reconocer que yo parezco cada vez más un personaje salido de una de las novelas de la Jackson. También me fascina Alice Munro, pero ella es un carácter puritano y yo carezco de carácter puritano. En cambio, las otras están locas, y ahí sí. Mi marido siempre dice que yo soy “una loca mansa”. Creo que es verdad. Es una buena definición.

—Escribes este libro de infancia durante el confinamiento. Un destierro en el destierro.

"Los nietos te reeditan la infancia, ver a tus hijas siendo madres. La vida empieza a mirarse para atrás"

—Sí, bueno, yo creo que, independientemente del confinamiento y la pandemia, este libro surgió por lo inevitable. Con la edad uno vuelve a hacerse las grandes preguntas. A eso hay que unirle los nietos si tienes la suerte, como en mi caso, de vivirlos. Los nietos te reeditan la infancia, ver a tus hijas siendo madres. La vida empieza a mirarse para atrás. A mí ésta me parece una etapa fascinante de la vida de la mujer. Al contrario de lo que la sociedad ha querido establecer, que la vejez es una etapa denostada, creo que para una mujer es la mejor época de su vida, cuando todos los problemas y todo aquello que tú tienes que mostrar o demostrar desaparece y te conviertes por fin en un personaje de Shirley Jackson (risas). Vamos, en ti misma. Es una libertad fascinante.

—En tu caso, Luciana, tú abres la librería junto con tu socio y compañero sentimental en plena resaca del confinamiento.

—Sí, así es. En nuestro caso, después de vivir en Madrid y Barcelona llegamos a Granada porque mi compañero, que es músico, había firmado un contrato para dar clases en una escuela de música. Pero el COVID acabó con todo. No teníamos trabajo, ni libertad, ni futuro. Como le ocurrió a mucha gente. Entonces, en vez de lamentarnos, decidimos hacer de la crisis una oportunidad. Rescatamos la vieja locura de montar una librería. El confinamiento nos permitió disponer del tiempo suficiente para dedicarnos de lleno a elaborar el proyecto y presentar las solicitudes legales para las ayudas, que es todo un mundo complejísimo, y así, finalmente y para nuestra sorpresa, aquel sueño se hizo realidad. Hoy esta librería es un lugar de encuentro y mucha felicidad, la verdad.

—¿Cómo se llama?

—Inevitablemente, se llama Tremenda Librería y está en la calle del Molino, 22, en pleno barrio del Realejo de Granada.

—En este libro el paisaje argentino es protagonista. ¿De qué manera el paisaje de aquella infancia te consuela del exilio, Clara?

—El exilio no tiene consuelo, tiene posturas para vivirlo mejor. Es como si te amputaran un brazo: ya no vuelve a salir. Puede ser que tengas una habilidad loca con la mano que te queda, pero sigue siendo una carencia. Sin embargo, y eso es algo que trato de reflejar en mis libros y también en la vida, no toda carencia es negativa. Las carencias, como decía Luciana, bien trabajadas, pueden ser oportunidades.

—Pero hay también en ese paisaje un alegato ecológico.

"Yo la pienso desde la literatura. Este libro es un homenaje mío a la Naturaleza, a lo que somos"

—Por supuesto. Es evidente que vivimos desde hace años una crisis ecológica bestial, y cada uno la piensa como puede. Yo la pienso desde la literatura. Este libro es un homenaje mío a la Naturaleza, a lo que somos. Esto, que ya era en mí un pensamiento muy reflexionado, la pandemia vino a marcarlo más todavía.

—Parece que la pandemia queda ahora muy lejos, porque ha llegado la guerra y ha devorado toda la atención en los medios de comunicación.

—¿Pero qué es la pandemia sino una gran guerra? Hubo más muertos, pero ocultos. La pandemia es una guerra más silenciosa y siniestra.

—La guerra, sin duda, es más visual; es carne de reporterismo. ¿Cómo os habéis sentido viendo todas esas imágenes de exiliados de su patria con los que, al fin y al cabo, compartís una memoria común de lejanías y pérdidas?

—C: A mí me parece que esto no ha terminado nunca. Desde que el hombre es hombre es salvaje y mata a sus congéneres. Quizás los que nos consideramos trabajadores de la cultura tenemos que hacer la guerra en el otro sentido. Esta guerra sucede en Europa y miramos con una atención diferente. Pero ¿y el Congo o Afganistán? Miramos lo que queremos mirar.

"Con pandemia o sin pandemia, con guerra o sin ella, la gente se mueve continuamente; es el destino de la Humanidad"

—L: En mi caso debo decir que llevo mucho menos tiempo en España que Clara, ahora hace 15 años que vine para acá. Y mi situación no tiene nada que ver con un exilio, yo vine porque quise; nada me obligó a dejar mi patria y cambiar de lugar. De todas formas, haciendo hincapié en la extranjería como patria, para mí es algo que está en mi sangre. Es decir, mis cuatro abuelos fueron extranjeros, mi padre es extranjero y ahora yo soy extranjera. Por supuesto que la emigración masiva que está originando la guerra de Ucrania es un fenómeno que traerá consecuencias todavía imprevisibles para Europa y para el mundo, pero realmente, con pandemia o sin pandemia, con guerra o sin ella, la gente se mueve continuamente. Es el destino de la Humanidad, y cada tiempo toca verlo con mayor foco. Pero el mundo se mueve, siempre se movió. 

—¿Es la literatura del exilio un género?

—C: No, yo creo que no. Mi búsqueda es darle voz a una forma de moverse que no tiene voz. Buscar una literatura que represente al transterrado. Esa es mi búsqueda, con todos los límites que pueda tener.

—Desde que empezó la guerra de Ucrania, en tu librería, Luciana, ¿has notado que la gente pide otro tipo de libros?

—Sí, pero en un porcentaje mínimo. Ahora veo más preocupación por las novelas rusas clásicas, por ejemplo, más que por libros de carácter sociológico. También por ensayos de historia, ensayos actuales. En la pandemia pasó igual: la gente pedía libros de ciencia. Pero en general, la novela sigue siendo el refugio del lector que viene a mi librería. No veo tanto deseo de información como el anhelo de evasión en novelas policíacas, clásicas o históricas.

—¿Cómo es tu clientela lectora?

"El lector siempre está abierto a nuestro consejo como libreros. Te escuchan, atienden a tus recomendaciones"

—L: En mi librería, que es pequeña pero muy activa, con charlas, encuentros, cuentacuentos, presentaciones… el lector siempre está abierto a nuestro consejo como libreros. Te escuchan, atienden a tus recomendaciones. Gustan venir a la librería para obtener el intercambio de información, la charla, la opinión, el descubrimiento. De alguna manera confían en mí, y eso me obliga a estar al día en las novedades, pero también a conocer a mis clientes, saber sus gustos, sus anhelos, para poder recomendar de forma personalizada en la medida de los posible. Hay una cercanía que es imposible en librerías grandes y más impersonales, claro.

—¿Y hay mayor interés por la literatura española o por la extranjera?

—L: Pues es una buena pregunta. En mi librería quizás hay un mayor interés por la literatura extranjera porque yo soy extranjera. Es inevitable.

—Las dos vivís de los libros. ¿Como ayuda la literatura a soportar el desarraigo?

—C: Yo no puedo entender cómo alguien puede vivir sin leer. No sin escribir, que se puede vivir muy alegremente, pero sin leer… La literatura es, en primera instancia, reflexión sobre el mundo.  Francamente, ¿cómo entienden esta realidad tan confusa si no leen?

—L: Bueno, para nosotras, de alguna manera los libros son nuestra patria.

—C: Yo casi preferiría la palabra matria, por lo acogedor de la idea. Digamos que la matria es lo que te acoge con dulzura. Como dirían los mexicanos, lo que te “apapacha”.

—No podemos terminar esta charla sin preguntarte por Borges, Clara, al que tu familia y tú misma conocíais.

—C: Sí, sí, claro. Mi padre no quería nada a Borges y yo lo adoraba como escritor, nunca nos pusimos de acuerdo. Pero ese diálogo entre mi padre y yo era un puente de intercambios muy fructífero.

—¿Cómo era Borges?

"En los exámenes orales nunca discutía contigo. Te sentabas ante un Borges mudo y luego te ponía un 10 por el rato agradable de charlar con esta señorita"

—C: Borges era un tipo tímido, muy educado, muy irónico, muy respetuoso de los demás. Lo tuve de profesor en la facultad. Yo tenía 22 o 23 años e iba a verlo a la Biblioteca Nacional, y Borges escuchaba y te decía: “Pero qué interesante lo que vos decís”. Y yo me preguntaba si realmente lo pensaba (risas). Pero a él lo que le gustaba era hablar de literatura. Todo el tiempo. Borges vivía dentro de los libros. En los exámenes orales nunca discutía contigo. Te sentabas ante un Borges mudo y luego te ponía un 10 “por el rato agradable de charlar con esta señorita”.

—L: Una imagen totalmente opuesta a la que solemos tener los lectores que no lo conocimos, pues a veces se presenta como un tipo irónico, casi hostil, muy duro. Y para nada.

—¿Tú recomiendas la lectura de Borges en tu librería, Luciana?

—L: Pero por supuesto. ¿Pero cómo noooo? (con acento forzado argentino, risas) No, en serio, cuando me piden recomendación, yo hago muchas preguntas antes. Es que soy argentina, llevo un sicólogo dentro, no lo puedo evitar (más risas). Más allá del cliché, recomendar un libro es la tarea más difícil que hay para un librero; es una enorme responsabilidad. Y a mí no me gusta que mis lectores «padezcan» los libros, sino que los disfruten.

—¿Cómo recomendarías, en pocas palabras, a un cliente de tu librería este libro de Clara Obligado, Todo lo que crece?

—L: Pues le diría: «Este libro debes leerlo porque es un bálsamo para cualquier persona que quiera entender la escritura y la extranjería». Un libro que, de alguna forma, legitima la añoranza. ¿Y qué, si no eso, es en realidad la Literatura?,.

TITULO:Luchar contra la enfermedad - ¿Por qué no alimentarse bien puede dejarle ciego?,.

¿Por qué no alimentarse bien puede dejarle ciego?,.

La perdida de visión es considerada irreversible y fruto del envejecimiento, pero existen técnicas alimentarias que pueden prevenir este tipo de enfermedades,.

Un perro guía ayuda a una persona ciega en el supermercado
 
fotos / Un perro guía ayuda a una persona ciega en el supermercado Fundación ONCE,.

La presbicia es la pérdida gradual de la capacidad de los ojos para enfocar objetos cercanos. Esta degradación visual es tan frecuente en nuestros días que se considera normal y propia del proceso de envejecimiento, como si el hecho de pasar de una determinada edad conllevara tener una mala visión. Se la considera una enfermedad irreversible que se va agravando con el tiempo, lo que requiere el uso de lentes con cada vez mayor graduación. Sin embargo, gracias a los trabajos del oftalmólogo norteamericano William Bates en 1926, hoy en día se conocen numerosas técnicas que previenen o recuperan la vista por medio de una buena alimentación.

Oftalmólogo realizando un examen ocular
 
Oftalmólogo realizando un examen ocular,.

Según la oftalmología, la presbicia se produce por el endurecimiento o pérdida de la elasticidad del cristalino o lente intraocular. Por tanto, al ser menos elástico, se dificulta la tarea de los músculos encargados de modificar su forma para poder enfocar de cerca. En este sentido, la medicina concluye que dicha pérdida de elasticidad se debe a una mala alimentación, especialmente al abuso de cereales refinados o azúcares, entre otros. El problema se origina por la producción de alimentos cada vez más artificiales y refinados. Un claro ejemplo de ello son los cereales que, al quitarles la cáscara, que contiene las vitaminas, minerales y fibras, y dejando solo el almidón, este es desdoblado fácilmente por las enzimas digestivas, lo que favorece su entrada al sistema circulatorio en forma de glucosa e hidratos de carbono. Otro de los factores que inciden en esta problemática es que, para hacer los alimentos más atractivos, se reducen a polvo muy fino antes de darles una forma definitiva, un método muy utilizado para hacer galletas, copos o golosinas, lo que todavía acelera más su digestibilidad. Lo mismo ocurre con los cereales integrales, los cuales, al ser reducidos a polvos impalpables, producen prácticamente los mismos efectos. Nuestro organismo no está preparado para recibir dichos polvos, por lo que estos producen un shock de glucemia al ser absorbidos de una forma tan rápida. El cuerpo humano no posee barreras naturales para impedir este ingreso masivo de glucosa. Por tanto, al recibirlo desencadena un proceso que aumenta la secreción de insulina, cuya función básica es facilitar la entrada de glucosa en el interior de las células del organismo.

¿Cómo afecta la glucosa a nuestra visión?

Las grandes cantidades de glucosa suministradas inciden de manera directa en el ojo, donde, al ingresar, irrita inicialmente la conjuntiva penetrando posteriormente en el cristalino. Esta lente natural no posee vasos sanguíneos en su interior, y realiza su metabolismo absorbiendo el oxígeno y los nutrientes del medio ambiente intraocular formado por el humor acuoso y el humor vítreo. Si la oferta de glucosa es muy grande, también aumenta la cantidad que absorbe el cristalino, provocando que este pierda su elasticidad y se “nuble”. Estos procesos duran varios años, y durante ese tiempo, los ojos se defienden de esa intoxicación excretando sustancias en forma de lagañas. Cuando el abuso de este tipo de sustancias aumenta, las nubes del cristalino se van concretando hasta producir cataratas.

La dolencia producida por el aumento de la presión intraocular, conocida comúnmente como glaucoma, se debe también al abuso de estas sustancias que, finalmente, dificultan tanto la circulación ocular que terminan aumentando la presión dentro del ojo. Esto ocurre a nivel de una pequeña redecilla intraocular denominada “trabéculum”. Según los expertos, todas estas dolencias se pueden prevenir o recuperar con una dieta y ejercicios adecuados. Por último, debemos destacar que hay alimentos naturales que contienen altas cantidades de fécula, como son la patata, la batata, el plátano y la yuca, que hay que consumir con moderación, o directamente no consumir.

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