BLOC CULTURAL,

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domingo, 14 de mayo de 2017

EN PRIMER PLANO - A FONDO - DESPIDASE DE SUS SERES QUERIDOS. USTED VA A MORIR ESTA NOCHE,./ REVISTA XL SEMANAL PORTADA ENTREVISTA - PAULA HAWKINS,./ EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA - CRISTINA HENDRICKS Y NOSOTROS,.

TITULO: EN PRIMER PLANO - A FONDO - DESPIDASE DE SUS SERES QUERIDOS. USTED VA A MORIR ESTA NOCHE,.

"Despídase de sus seres queridos. Usted va a morir esta noche", fotos.

Eso le comunicó la doctora que atendía a Jonathan Koch, productor de series tan exitosas como ‘O. J. Simpson’. El magnate de la televisión sobrevivió. Pero la gangrena devoró sus extremidades. Un cirujano pionero lo eligió para efectuar un revolucionario trasplante de mano.

Es una mano hermosa, fuerte, con los dedos delgados y la piel suave. Nunca sospecharías que fue antes de otra persona. La cicatriz apenas es visible. En el interior del antebrazo sí se ve una gran marca en forma de ‘Y’. La cicatriz impresiona y habla de la gran destreza técnica que está detrás de un milagro de la medicina.
Hace dos años, Koch era uno de los peces gordos de Hollywood, uno de los reyes de la creación de contenidos. También era un obseso del ejercicio. Medía 1,85, pesaba 95 kilos, tenía 49 años. Jonathan Koch no bebía ni fumaba. Su novia, Jennifer, y él solían acostarse sobre las nueve de la noche. Su estado cardiovascular era propio de un deportista de élite.
El lunes 26 de enero de 2015 tenía previsto embarcarse en el primer vuelo para Los Ángeles. Pero esa mañana se sintió fatal. No fue al aeropuerto. Se dirigió al hospital, donde su médico -quien no encontró la causa de su malestar- le puso una inyección de morfina y le dijo que podía marcharse. Drogado de morfina, Koch se presentó en Washington. A la mañana siguiente fue a la primera de sus reuniones. Pero empezó a ver triple. Un taxi lo dejó en el George Washington University Hospital a las once de la mañana. Tenía casi 39 grados de fiebre.

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Antes de la enfermedad: Koch vendió su productora por 100 millones de dólares, pero sigue en la compañía. Ha producido O. J. Simpson, Los Kennedy…
El jueves por la noche entró en cuidados intensivos. Su enfermedad era un misterio. A las dos de la madrugada, una doctora le dijo a las claras: «Envíe un mensaje a todos sus seres queridos… Seguramente va a morir esta noche».

Malas noticias

Su novia, Jennifer, voló a Washington de inmediato. Los médicos habían sumido a su novio en un coma inducido. Al día siguiente sufrió un shock séptico; su sangre apenas circulaba. Tenía las manos y los pies azulados y cubiertos de ampollas; su organismo estaba desviando la sangre de las extremidades al cerebro. Con las extremidades privadas de sangre oxigenada, la gangrena hizo aparición. Posibilidad de supervivencia: diez por ciento.

La mano izquierda estaba destrozada. Cuando el doctor le vio el pie, dijo: «Quíteselo de en medio. No tiene remedio»

Nadie sabía el motivo de la enfermedad. Los médicos se dijeron que quizá tenía un raro cáncer de médula y le proporcionaron quimioterapia. Funcionó. Koch seguía con vida. Pero sufría dolores atroces en las extremidades. Los doctores empezaron a hablar de amputar. Hasta que, 85 días después de su ingreso en el hospital, alguien mencionó el nombre de un médico: Kodi Azari.
Azari, de 48 años, es el director quirúrgico del programa de trasplante de manos en la UCLA. Un genio que ya había conseguido el primer trasplante de dos manos y de brazo en Estados Unidos.
En 2015, este cirujano tenía algunas hipótesis que quería poner a prueba, pero para ello necesitaba contar con un paciente con las condiciones idóneas. salud excelente, enorme autodisciplina, actitud positiva y -lo más complicado de todo- una mano que necesitara ser reemplazada pero que aún no hubiera sido amputada.
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Antes del trasplante: Koch debía estar en perfecta forma física antes de la operación. A pesar de su pierna biónica, de su muñón y sus dedos amputados, se entrenó con un monitor deportivo
Azari creía que, si amputaba el brazo de una forma específica, eso favorecería el enganche de la nueva extremidad. Si su teoría era cierta, se decía, ese paciente hipotético despertaría de la operación y al momento podría mover los dedos.
Nacido en Londres, Azari vivió en Irán hasta los 11 años, cuando la revolución obligó a su familia a escapar del país. La familia llegó a Connecticut sin apenas nada. El niño había soñado con ser piloto de aviones de caza; pero una vez en Estados Unidos comprendió que estaba obligado a proporcionar seguridad material a su familia. Lo que para sus padres, iraníes, implicaba estudiar Medicina.
Azari no estaba muy entusiasmado con la idea, hasta que leyó artículos de prensa sobre el doctor Thomas Starzl, considerado el padre de los modernos trasplantes. Se hizo médico y se comprometió del todo. Durante los años posteriores a su primer trasplante de mano en la UCLA, Azari se despertaba por las noches pensando en cómo iba a hacerlo mejor la próxima vez. «Hay buenos cirujanos rápidos y malos cirujanos rápidos, pero no hay buenos cirujanos lentos. Lo que te lleva a trabajar con lentitud es la ausencia de un plan preciso en tu mente». Y Azari lo tenía: necesitaba era el paciente adecuado… Y lo encontró.

La amputación de la mano izquierda fue para él una liberación, por los terribles dolores que padecía

Cuando examinó la mano izquierda de Jonathan, estaba destrozada: su exterior parecía carbón, y tan solo una diminuta porción de la palma presentaba buen aspecto. La mano derecha estaba mejor; los dedos estaban ennegrecidos casi por completo, pero lo demás podría salvarse, o eso parecía. Cuando el médico miró los pies, vio que el derecho estaba destruido. «Quíteselo de encima. Este pie no tiene remedio», dijo Azari. «Le prometo una cosa -añadió el galeno-. No voy a hacer algo que empeore su estado».

Buscar un donante

El 23 de junio de 2015, Azari le amputó la mano izquierda y gran parte de los dedos de la derecha. Ahora faltaba encontrar a un donante de una mano.
Por sorprendente que resulte, Koch no lamentó la pérdida de la mano izquierda. Le había causado tales dolores que su ausencia resultaba un alivio. «No veía el momento de que la sajaran de una vez», explica. Todavía quedaba mucho por hacer antes del trasplante. Fue preciso encontrar un emparejamiento adecuado en lo referente al tamaño, la pigmentación, el tono cutáneo y el patrón del vello.
El 17 de agosto de 2015, Koch y Jennifer se casaron en el jardín posterior de su residencia. Al día siguiente, a Jonathan le amputaron la pierna y extirparon los dedos necróticos de su pie izquierdo.
Koch había estado haciendo lo posible por quitarle hierro al horror de la desaparición de partes enteras de su cuerpo, refiriéndose a sí mismo como a ‘Mister Potato Head’.
Pero la pérdida del pie fue un golpe duro. Dos semanas después, le ajustaron una prótesis. Al momento se puso a andar. También empezó a llevar una prótesis para correr. «Con el tiempo tendré una prótesis para correr, otra para el tenis y otra especial para asistir a los Emmy -bromeaba-. Y a ver si arreglamos lo de la prótesis para el sexo».

Sorpresas peligrosas

Azari estaba preocupado. «Con los trasplantes de mano siempre te llevas sorpresas. Nunca salen según lo deseado. Nunca. Aparecen grandes complicaciones que pueden llevar su tiempo. Y no hay recetas infalibles». Al igual que un chef que prueba con un plato complicado antes de servirlo a los comensales, Azari y sus colaboradores ensayaron la intervención quirúrgica de Koch varias veces en el laboratorio.
Boda y quirófano: El apoyo de su novia, Jennifer, ha sido crucial en la recuperación de Koch. Se casó con ella el día anterior a la amputación de su pierna derecha
El 24 de octubre de 2016 apareció un candidato a donante que compartía el tipo sanguíneo de Koch y tenía una mano parecida a la suya. En el mundo de los trasplantes, la petición de una mano física resulta más complicada que la petición de un órgano interno. Porque la mano es muy personal, muy visible, muy definitoria de la identidad.
conocer, salud, Jonathan koch, trasplante mano, xlsemanalEl cirujano reunió un equipo de 13 prestigiosos cirujanos y especialistas en trasplantes. Nadie iba a cobrar un dólar por participar y muchos médicos iban a tener que posponer intervenciones de pago para tomar parte en él.
A las 9:45 de la mañana siguiente, Jonathan entró por su propio pie en el UCLA Medical Centre. Azari lo recibió con un abrazo y una promesa: «Vamos a hacerlo». Para Azari, Koch -con quien estaba en contacto semipermanente desde hacía 19 meses- se había convertido casi en alguien de la familia. «Un familiar que me estaba saliendo por un ojo de la cara -comenta el cirujano-. ¡Tuve que contratar un plan de mensajes de texto ilimitados con la compañía telefónica!».

La operación duró 18 horas. Participaron 13 especialistas. Koch juega al tenis 5 meses después

A las 3:32 de esa tarde realizaron el primer corte para preparar el brazo de Koch. Tic-tac, tic-tac. Tan solo llevaban unas horas de operación y aún quedaban por lo menos 12 más.  A las 11.01 de la noche, los médicos quitaron los torniquetes. La mano de Koch pasó del blanco al rosado y el rojo. La turgencia volvió a los tejidos, y el pulso empezó a latir. El equipo posó para una foto.
A las 7.07 de la mañana -16 horas después del inicio de la operación-, el equipo de Azari procedió a cerrar y a coser. Necesitaron casi 2 horas. Azari estaba empeñado en que todo tuviera un aspecto «perfecto». Más de una vez, los cirujanos terminaron de coser y volvieron a abrir, para recortar un poquito más de piel. «Justo lo que haría un sastre», describe Azari. La intervención concluyó a las 9.09 de la mañana, 17 horas y 36 minutos después de su comienzo. Jennifer se presentó en el hospital una hora después. «Mueve cualquier dedo. Mueve el pulgar», animó a Jonathan. Al entrar en la habitación del paciente, Kodi Azari fue recibido con unos pulgares que apuntaban hacia arriba.
Jonathan Koch va a tener que tomar medicamentos antirrechazo durante el resto de sus días. Todavía no tiene mucha sensación, porque hacen falta meses para que los nervios crezcan. Sin embargo, durante los 15 días que estuvo ingresado en la UCLA tuvo ocasión de coger una pelota de tenis y apretarla. También cogió una botella de agua y se la llevó a los labios, que luego secó con el dorso de su nueva mano.

Virus y estrés

¿Y qué fue lo que llevó a Jonathan a enfermar? Nunca va a saberlo con seguridad. Mientras hablo con él en su casa con vistas a las montañas de Santa Mónica, Koch dice que el consenso es que el virus Epstein-Barr, combinado con el estrés, posiblemente disparó una reacción «que se produce una vez entre 20 millones. Por alguna razón, mi sistema inmunológico se encontró con un enemigo formidable y, en lugar de tratar de salvarme, trató de matarme».
Tiene prohibido el sushi de por vida, por el riesgo de bacterias presentes en el pescado crudo. Está obligado a lavarse las manos de forma constante. No puede comer pomelo, porque dificulta la absorción de determinados medicamentos, y tiene que estar al quite de los síntomas de un posible rechazo de la mano injertada. Cosa que puede darse en cualquier momento.
Pero tan solo cinco meses después del posoperatorio Koch está aprendiendo a jugar al tenis otra vez, empuñando la raqueta con su nueva mano.

Un gran equipo

El doctor Kodi Azari es un experto mundial en trasplantes de mano. Eligió a Jonathan Koch para experimentar una nueva técnica revolucionaria. Con su nueva mano izquierda recién implantada, Koch fue capaz de sujetar objetos. Ahora es zurdo. De la mano derecha, le amputaron los dedos a causa de la gangrena.


TITULO: REVISTA XL SEMANAL PORTADA ENTREVISTA - PAULA HAWKINS,.

 PAULA HAWKINS, fotos.

Es la autora del mayor fenómeno editorial de los últimos años. El éxito de ‘La chica del tren’ ha convertido a la británica Paula Hawkins en una de las mujeres más influyentes del mundo, según la BBC. Ahora, a punto de lanzar su segunda novela, habla en exclusiva con ‘XLSemanal’.

Estaba arruinada, deprimida y desmoralizada. su última novela romántica había sido un fracaso absoluto: apenas había vendido milejemplares…
Paula hawkins, que estudió en Oxford y fue periodista financiera antes que novelista, le pidió dinero a su padre para sobrevivir una temporada. Y se puso a escribir su novela más oscura. La chica del tren llegó a las librerías en 2015, y en pocos meses se convirtió en un fenómeno editorial. Maestros del suspense como Stephen King elogiaron públicamente a su autora, y Hollywood estrenó el año pasado una adaptación de la historia con Emily Blunt en el papel principal. El libro, un thriller cuya protagonista es una mujer alcohólica que sufre lagunas mentales, ha vendido ya más de 20 millones de ejemplares en todo el mundo.
Su próxima novela, Escrito en el agua [Editorial Planeta];, una intriga que gira alrededor de dos hermanas, llega el 23 de mayo a las librerías españolas y Hawkins está abrumada por las expectativas creadas. Nos encontramos con ella en Los Ángeles, donde se halla discutiendo los detalles de la adaptación cinematográfica de la nueva novela con un gran estudio de Hollywood.
XLSemanal. ¿Qué tal lleva esto de estar al otro lado de la grabadora?
Paula Hawkins. Me gusta hablar con periodistas, pero odio hacerme fotos. Hablar de ti misma es raro, pero así funciona este negocio…
XL. Su segunda novela llega rodeada de expectación. ¿Nota la presión?
P.H. Sí, y no es agradable, la verdad. Mucha gente espera mi libro y me siento nerviosa, vulnerable. Espero que los lectores disfruten, pero si no es así tendré que aceptarlo. Lo bueno de ser escritor es que siempre te queda el próximo libro.
XL. ¿Qué me puede contar de este libro sin destriparlo?
P.H. La relación central es la de dos hermanas: una de ellas muere y la otra quiere descubrir qué ha pasado. El libro habla de las relaciones familiares y de cómo nuestros recuerdos nos convierten en lo que somos.
XL. La memoria es un tema recurrente en su obra. ¿Por qué le fascina tanto?
P.H. Me interesa cómo construimos nuestra identidad alrededor de los recuerdos. Tu personalidad la moldean los recuerdos de tu infancia. Pero qué pasa si descubres que algo en lo que siempre habías creído no es real?
XL. ¿Ha tenido alguna experiencia similar?
P.H. Hablando con mi madre, me di cuenta de que recordaba con precisión haber estado en una reunión con amigos en nuestra casa de Inglaterra, pero en realidad yo no estuve. Recordaba incluso haber comido helado. Cuando te ocurre algo así, es muy desconcertante.
XL. Fue periodista durante muchos años. ¿Le gustaba el trabajo?
P.H. Me encantaba. Empecé a trabajar como periodista financiera especializada en Europa del Este. Me mandaban a lugares como Bulgaria a entrevistar a grandes magnates. Pero sabía que nunca sería una gran periodista. Era demasiado tímida. Me gustaba escribir, pero no tratar de sacarle la verdad a la gente. Me daba vergüenza.
XL. Y empezó a escribir novelas románticas por encargo, pero terminó haciéndoles cosas horribles a sus personajes. ¿Por qué?
P.H. Sí, trataba de cambiar de género y empecé a escribir accidentes de tráfico, atentados terroristas… [se ríe]. La comedia romántica no era para mí. No soy una persona de finales felices.

“Las mujeres todavía somos juzgadas por nuestra apariencia y papel de madres. Le pasa hasta a Theresa May

XL. Tocó fondo con el tercer libro y se arruinó. ¿Pensó en dedicarse a otra cosa?
P.H. Sí, lo pasé muy mal. Había invertido dos años en escribir aquel libro y fue un fracaso absoluto. Me deprimí y empecé a planteármelo todo. Si no hubiera sido por mi agente, habría dejado de escribir. Fue un periodo oscuro de mi vida, pero supe canalizarlo a través de La chica del tren.
XL. La protagonista era alcohólica. ¿Por qué escogió retratarla así?
P.H. El alcoholismo hace que la gente pierda la memoria y quería explorar cómo eso te vuelve vulnerable a la manipulación. Me identifiqué con su soledad y su aislamiento, porque yo me he sentido así en momentos de mi vida.
XL. También trata la violencia de género. ¿Por qué se adentró en ese terreno?
P.H. Aunque solo hay un episodio de violencia física en todo el libro, Rachel es víctima de la manipulación emocional. Es un tipo de abuso doméstico del que se habla menos porque no deja moratones. El lugar donde las mujeres y los niños son más vulnerables es en su propia casa, y deberíamos hablar más de eso.
XL. «Las mujeres son juzgadas por su apariencia y por su papel como madres», dice el personaje en un momento del libro. ¿Hablaba ella o usted?
P.H. Desgraciadamente, creo que sigue siendo así. Da igual el éxito que tengas. Mira lo que ha pasado con Theresa May. Se la ha juzgado por su apariencia y por no tener hijos. ¿A quién le importa eso? Nadie se atrevería a decir esas cosas de un hombre.
XL. ¿Lo ha sufrido en sus propias carnes?
P.H. Yo no soy madre porque así lo decidí hace mucho tiempo. Ahora ya nadie me lo pregunta, pero cuando tenía 30 años muchos me decían. «Cambiarás de opinión. Te arrepentirás». Era irritante.
XL. ¿Cuánto ha cambiado su vida en los últimos tres años?
P.H. En lo fundamental no ha cambiado. hago las mismas cosas, escribo, tengo los mismos amigos… Pero es cierto que vivo en un apartamento mejor, me alojo en hoteles estupendos, viajo mucho y estoy muy ocupada.
XL. ¿Y es más feliz que antes?
P.H. [Suspira y se lo piensa]. Sí, estoy contenta. Aunque tener un gran éxito también te genera mucha ansiedad. Te cuestionas constantemente a ti misma, te preocupa lo que piense la gente. Además, corres el riesgo de vivir mirándote el ombligo, y eso me horroriza. Tienes que asumir que si a alguien no le gusta lo que haces no es el fin del mundo. Pero no debería quejarme, tengo una vida privilegiada.
XL. Se habla del thriller femenino como un nuevo género literario. ¿No será más bien un invento de los departamentos de marketing de las editoriales?
P.H. Puede ser. Pero las mujeres leen muchas más novelas de misterio que los hombres y, además, libros como La chica del tren hablan de los problemas de las mujeres.
XL. ¿Y por qué cree que las mujeres gravitan hacia este tipo de libros?
P.H. Es una forma de explorar nuestros miedos en un entorno seguro. A las mujeres se nos enseña desde pequeñas a vernos como víctimas en potencia. Se nos dice: «no te vistas así», «no bebas tanto», «no vayas a tal lugar…». A los hombres, en cambio, nadie les dice nada, aunque, paradójicamente, ellos tienen muchas más posibilidades de terminar siendo víctimas de un crimen. La diferencia es que a ellos no se los hace responsables.
XL. ¿Qué tal lleva las críticas?
P.H. En general las leo. Las más duras son las que diseccionan los errores de los que tú ya eras consciente. Solo te queda levantar las manos y decir: «¡Tienes razón, es horrible!» [se ríe]. Pero tampoco hay que obsesionarse.
XL. Y a quién le confía sus primeros manuscritos?
P.H. A mi agente. Es honesta sin ensañarse y tenemos los mismos gustos literarios. No puedo confiar en mis amigos o en mi familia porque ellos no quieren herir mis sentimientos. Además, les pones en una posición incómoda.

“El lugar donde las mujeres y los niños son más vulnerables es en su propia casa. deberíamos hablar más de eso”

XL. ¿Se divierte escribiendo?
P.H. No voy a mentir: me ha costado tres años escribir este libro y lo he pasado mal. A veces, te encuentras en un callejón sin salida, pero has escrito cincuenta mil palabras y no quieres tirarlas a la basura. Pero cuando va bien, ¡me encanta! Sobre todo cuando varias ideas encajan como un puzle. No lo has planeado, pero ocurre y es maravilloso.
XL. ¿Y tira de momentos de inspiración o es una escritora metódica?
P.H. Soy metódica y aburrida: escribo en casa, en silencio, sola y bebiendo mucho té.
XL. Creció en Zimbabue. ¿Qué tipo de infancia tuvo en África?
P.H. De niña quería ser corresponsal de guerra. Mi padre escribía para el Financial Times y siempre había periodistas en casa contando batallitas sobre secuestros y tiroteos. Por supuesto, hubiera sido la peor corresponsal de guerra de la historia.

“Leemos más libros de misterio que los hombres porque con ellos exploramos nuestros miedos en un entorno seguro”

XL. ¿Y qué tipo de libros formaron su paladar literario en aquella época?
P.H. Con 12 años tuve una fase Agatha Christie. Me encantaba resolver aquellos misterios. Luego, de adolescente, dejé de leer novelas porque me interesaba más la política. No soy una de esas personas que se han leído todos los títulos imprescindibles de la literatura universal.
XL. Y a los 17 años se trasladó a Inglaterra. ¿Cómo encajó el cambio?
P.H. Aquel traslado me transformó. No conocía a nadie y estaba sola. Me sentía como una outsider en la gran ciudad. Y creo que es un sentimiento común entre los novelistas: observas desde la barrera sin sentir que formas parte de un mundo. Aquello me hizo la novelista que soy ahora.
XL. Por cierto, ¿qué la ha traído a Los Ángeles?
P.H. Acabo de terminar el libro y estoy tomándome un descanso, viajando un poco… Y también voy a aprovechar para hablar con Dreamworks de la adaptación de esta novela.
XL. No quiso escribir el guion de La chica del tren. ¿Se implicará más esta vez?
P.H. Sí, pero no escribiré el guion. No lo sé hacer, no sabría por dónde empezar. Este libro es más difícil de adaptar y deseo que se haga bien. Pero tampoco quiero ser uno de esos escritores que pretenden controlar obsesivamente la adaptación de su novela.
XL. ¿Y cómo le ha recibido Hollywood?
P.H. No siento que forme parte de Hollywood. La chica del tren se rodó en Londres con una actriz británica. Fui varias veces al rodaje y fue divertido. Me impresionó mucho conocer a Lisa Kudrow. ¡Era Phoebe, de Friends! [Se ríe]. Aquí solo soy una turista más.
XL. ¿Qué consejo le daría a un aspirante a novelista?
P.H. Durante años escribí cosas que jamás le enseñé a nadie, por eso le diría que encuentre a alguien a quien poder mostrarle su trabajo. Si no, nunca sabrás si eres bueno o malo. El resto es trabajo duro, suerte y muchas coincidencias absurdas.
Cuestión de negocios Experiodista e hija de un periodista, Hawkins, de 44 años, se ve ahora del otro lado. «Llevo bien lo de hablar con la prensa; lo que odio es hacerme fotos. Pero así funciona este negocio».

OTRAS MUJERES QUE DAN MIEDO

Mary Higgins Clark: la gran dama del suspense


Foto: Cordon Press
Mary Higgings clark, novela suspense, xlsemanalLa llaman la ‘reina del suspense’. Y con razón. Mary Higgings Clark es la gran dama de la novela de misterio americana. Domina las listas desde 1975, cuando publicó su primera historia de suspense. Desde entonces, cada una de sus 50 siguientes novelas ha alcanzado la condición de best seller y todas juntas han llegado a vender más de 100 millones de copias. Y no se cansa. A sus 90 años, esta mujer que fue secretaria y azafata antes de casarse, asistir a un taller literario y acumular una fortuna de más de 110 millones, publicó su última intriga el pasado noviembre.

Liana Moriarty: arrasa desde Australia

Liane Moriarty, novelista, xlsemanal
Foto: Uber Photography
En 2014, esta escritora australiana batió todo un récord. Tres de sus novelas figuraron en la lista de The New York Times de los cinco libros más vendidos en Estados Unidos. En estos momentos, de hecho, Pequeñas mentiras -publicada en julio de aquel año- ocupa todavía el segundo puesto, propulsada por su conversión en miniserie de la HBO de la mano de Nicole Kidman y Reese Witherspoon, dos estrellas que fueron directamente a su casa para comprarle los derechos. Las ventas de sus novelas -siete desde 2004- ya superan los diez millones de copias.

Dolores Redondo: una española muy intrigante

dolores redondo, novelista española, xlsemanal
Foto: Chesco López
Pudo haber sido abogada o restauradora, pero Dolores Redondo se puso a escribir -primero, relatos cortos y cuentos infantiles- hasta que, un buen día, probó con la novela policiaca y de la noche a la mañana se convirtió en una de las autoras españolas más vendidas. Aquella ficción –El guardián invisible– inauguró su Trilogía del Baztán, un bombazo traducido a más de 30 idiomas del que se estrenó hace apenas unos meses la adaptación cinematográfica de la primera entrega de la saga. Poco después, por cierto, de ganar el último Premio Planeta con Todo esto te daré.

 TITULO: EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE  LA SEMANA -CRISTINA HENDRICKS Y NOSOTROS,.

RELOJ.jpg foto, reloj . CRISTINA HENDRICKS Y NOSOTROS,.

No se atreven. Mucha chulería de boquilla, pero no se mojan. El plan era que cada cual contaría su versión de los hechos para luego compararlas entre sí. Será divertido, decíamos. Pero me han salido unos mantequitas blandas. Barruntan que los llamarán machistas, chulitos de barra o algo así. Son jóvenes, y aún están en esa edad en la que uno se cuida con las redes sociales. El caso es que no cumplen. Así que, tras esperar un tiempo dándoles la oportunidad de teclear lo ocurrido, me tiro al ruedo y lo cuento yo. Lo de aquella noche, en Casa Lucio, con Cristina Hendricks. La pelirroja de Mad Men, ya saben. La de las tetas grandes. Además de anatómica, ésta es una definición sexista, claro. Pero cuando uno escribe debe buscar, ante todo, la brevedad y la eficacia. Y reconozcan que la definición es breve y eficaz a tope: pelirroja de tetas grandes. Ahora todos –y todas– saben a quién me refiero.
Estábamos cenando, los compadres habituales: Antonio Lucas, Manuel Jabois, Edu Galán y David Gistau. En realidad Gistau no estaba esa noche, pero da lo mismo. A efectos de la narración, estaba. Me lo invento y no pasa nada. También se sentaba a la mesa –esto no me lo invento– mi carnal el novelista mexicano Élmer Mendoza. Nos acompañaba su mujer, Leonor; pero como ella no me viene bien al relato, diré que esa noche no estaba. Éramos seis tíos, por tanto, cenando cocochas a la plancha y solomillos poco hechos, con tinto Luis Cañas reserva. Hablando de lo habitual: libros, periodismo, política, mujeres, el musical de Mongolia, el último poema de Luki, la potencia sexual de Jabo, los cuatro niños de Gistau –que no estaba–, que pasan todo el puto día, papi, papi, papi, pidiendo de comer. En fin. Cosas de ésas. Entonces suena mi teléfono y un amigo me dice. «Cristina Hendricks va a cenar a Lucio». Se lo digo a la peña, y mientras lo hago, se acerca Teo, el maître. «Cristina Hendricks acaba de sentarse en la mesa de Severo Ochoa», susurra. Miramos todos, como un solo hombre y una sola mujer. Y la vemos.
En carne mortal pierde mucho. Suele ocurrir. Pero sigue siendo guapa y bien dotada. La acompaña un pavo enchaquetado que Teo define como el legítimo esposo. Estudiamos al pavo con ojo crítico. «No tiene ni media hostia», apunta Edu Galán, ecuánime. Todos nos mostramos de acuerdo. «Habría que decirle algo a ella», sugiere Gistau, que sigue sin estar allí. «Esa gringa no puede escaparse viva», opina Élmer. Todos se muestran de acuerdo y me miran, tanto porque soy el mayor –aún respetamos esas cosas entre nosotros– como porque esta noche me toca a mí pagar la cuenta. Así que, asumiendo mi responsabilidad, me vuelvo a Jabois. «Tú eres el guapo y el cachas de esta mesa», digo, autoritario. «Nuestro semental de concurso», puntualiza Edu, y acto seguido nos enfrascamos en un breve repaso biográfico-sexual de Jabo, políticas y periodistas incluidas, hasta que retomo el hilo. «Te toca hacerte una foto con ella, camarada. Ya estás tardando».
Nos mira Jabois, indeciso, y asentimos todos. «Vuelve con tu escudo o sobre él», sugiere Lucas, épico. Casi homérico. Con su bondad habitual, Jabo asiente, respira hondo, se pone en pie, va con su mejor sonrisa hasta la mesa de la Hendricks, le pide hacerse una foto, y ella pasa de él. Por su parte, el marido pone mala cara y dice que de fotos, nada. Regresa humillado Jabois. «Me han mandado a tomar por culo», dice con su tierno acento gallego. Y se sienta. Nos agitamos, indignados. «El marido no tiene media hostia», insiste Edu Galán. «Menudo gilipollas», dice Luki. «Deberíamos romperle el morro», digo yo. «En Sinaloa le daríamos plomo», remata Élmer. Pedimos las copas, y Edu encarga un Fra Angélico. «Bebida de puticlub», comento. Edu me llama clasista e hijoputa.
Salimos al rato. En la puerta, la Hendricks se hace fotos con los camareros, con el guardacoches, con el que vende lotería, con todos los que pasan por allí. Jabois se deprime un huevo. Nos agrupamos, consolándolo. «El marido no tiene media hostia», insiste Edu. Nos quedamos mirando a la pelirroja y al legítimo con ganas de darle a éste las del pulpo. Haciendo cálculos entre las ganas que le tenemos y los titulares de prensa del día siguiente: «Reverte y otros cinco desaprensivos inflan al marido de la Hendricks en Casa Lucio». O sea, que no. Al final decidimos irnos con las orejas gachas, mientras Edu, que va hasta las patas de Fra Angélico, insiste: «El marido no tenía media hostia». Asentimos todos, cabizbajos y resignados, mientras nos alejamos en la noche. Asiente incluso Gistau, que no estaba.

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