TITULO: VIVA LA VIDA - Juan Ángel Juristo: «La imaginación, que es anhelo, cambia el mundo» ,. SABADO - 27 - Julio ,.
El sabado - 27 - Julio a las 16:00 por Telecinco , foto,.
Juan Ángel Juristo: «La imaginación, que es anhelo, cambia el mundo»,.
El reconocido crítico literario vuelve a su labor creadora con un sugerente volumen doble, compuesto por 'Libros soñados' y 'Travesías de tinta',.
En un caluroso día de agosto, de esos en los que “el terral se ha hecho el amo de todo y gobierna las cabezas”, aparece en un descampado un hombre moribundo cubierto por miles de hormigas “pequeñas, rojizas, absolutamente omnívoras”, que se introducen por los diferentes pliegues y orificios del cuerpo que intentan devorar.
Con esa impactante imagen comienza Sur, la nueva novela del escritor malagueño Antonio Soler, que se mete bajo la piel de decenas de personajes para indagar en sus sueños y deseos, en sus frustraciones y miserias, al tiempo que le toma el pulso a una ciudad actual a lo largo de un día, para retratar el mundo a través de ella y desentrañar los enigmas y las zonas de penumbra de la realidad.
Esa ciudad no se identifica, pero todo hace pensar que es Málaga, el lugar donde nació en 1956 este escritor al que le gusta arriesgarse al máximo en cada libro porque, como ha dicho en alguna ocasión, nunca le ha interesado “ser un burócrata de la literatura”.
Y riesgo máximo ha corrido Soler con Sur, una obra coral que ya ha sido calificada por el crítico Santos Sanz Villanueva como “una gran novela, dura y tierna, desencantada y moderadamente positiva; una completa imagen de la vida misma”. “Una espléndida novela”, asegura por su parte Juan Ángel Juristo.
Publicada por Galaxia Gutenberg, Sur es la obra más compleja y ambiciosa de Antonio Soler. Y lo es por la cantidad de personajes (hay 220 en total, aunque el peso de la novela recae en diez) cuyas vidas se entrelazan a lo largo de casi 500 páginas; por las múltiples técnicas narrativas que despliega el autor y por los diferentes lenguajes que emplea, desde el más popular al culto, pasando por mensajes de whatsapp. También deslumbra la maestría con que Soler logra encajar las numerosas piezas de ese puzle que es su nueva novela, reconocida hace unos meses con el I Premio de Narrativa Alcobendas Juan Goytisolo.
Esa distinción se suma a la larga lista de galardones que ya posee el autor, entre ellos el Herralde y el Nacional de la Crítica por Las bailarinas muertas; el Primavera de novela con El nombre que ahora digo, o el Nadal por El camino de los ingleses, llevada al cine por Antonio Banderas.
El hecho de que la trama se desarrolle en un día —dieciocho horas, para ser más exactos— y que tenga como escenario una ciudad de nuestro tiempo hace pensar en la influencia de obras como Ulises, de James Joyce; Manhattan Transfer, de John Dos Passos, o Berlin Alexanderplatz, de Alfred Döblin, novela esta última que le apasiona a Soler. Pero “también hay mucha calle, haber conocido a mucha gente, haber vivido aquí y allí”, dice el autor en una entrevista con Zenda.
“Hay mucho de lo vivido por mí en Sur, algo que también tiene que ver con que sea una novela de madurez, porque con treinta años no has tenido ese recorrido vital y no has sabido a lo mejor captar la esencia de la gente con la que te has ido cruzando. Hay bastantes personajes que tienen un trasfondo real. Por eso, cuando me preguntan que de dónde he sacado gente tan variopinta, les digo en broma que es mi novela más autobiográfica”, afirma el escritor, que ha incluido al final del libro un interesante censo de personajes, de casi 40 páginas, en el que, con ironía y humor, da unas cuantas pinceladas de cada uno de ellos. En esa larga lista aparece el propio Soler, apodado “El pajarito”, y amigos del escritor como Eduardo Lago o Malcolm Otero Barral. Los tres son miembros de “la convulsa” Orden de Caballeros del Finnegans, fundada en Dublín en 2008, y a la que también pertenecen Enrique Vila-Matas, Jordi Soler y José Antonio Garriga Vela, entre otros.
El terral, “ese aire cálido que recuerda una estufa encendida a punto de incendiarse”, nubla la mente e impide respirar a veces a los personajes de Sur, entre los que no faltan drogadictos, músicos callejeros, parados crónicos, tarambanas y delincuentes de poca monta, pero también médicos, empresarios, trepas machistas y hasta una beatona que le regala al cura de la parroquia —atractivo, por cierto— 1.800 euros y las joyas de la familia. Por supuesto, a espaldas del marido.
La escena inicial del moribundo cubierto de hormigas podría hacer creer al lector que está ante una novela negra, pero no hay nada de eso en Sur. Soler habla en ella de las siempre complicadas relaciones familiares, de la falta de horizontes, del deseo sexual, del amor y de la infidelidad, de sueños rotos, de vidas frustrantes. No hay mucho optimismo en esta novela. Sí hay amargura y desolación, matizadas con un inteligente sentido del humor.
El escritor responde las preguntas de Zenda con su amabilidad y sencillez habituales:
—Está claro que Sur es una novela de madurez, entre otros motivos por su compleja estructura, por la increíble galería de personajes que has creado y por cómo retratas el mundo actual a través de una ciudad. ¿Cuáles serían los antecedentes de esta novela?
—Ya en Las Bailarinas muertas (1996) hay como veinte páginas de acciones simultáneas de muchos personajes, y a mí eso me gustó y, además, entiendo que es como un retrato de la realidad, porque paralelamente al punto en el que centramos nuestra atención están ocurriendo multitud de cosas que nos pueden influir. Es como una especie de gran orquesta funcionando al mismo tiempo. Luego, en El camino de los ingleses (2004) hay algo de eso también, pero, claro, hacer una novela entera en ese plan me parecía muy complicado técnicamente y muy arriesgado. Requería muchos puntos de vista.
Fue precisamente en un viaje a Dublín de los miembros de la Orden del Finnegans, cuando cerca del Trinity College vi una placa metálica en la que se dice que en ese lugar sitúa James Joyce tal episodio de Ulises, y me acuerdo que mirando aquello me dije: – ‘¿Y por qué no? Voy a intentar un retrato de una ciudad, de una colectividad’.
Luego me ayudaron determinadas cosas, como el que una amiga médica me contó lo del tipo que aparece devorado por las hormigas, que fue un caso real. Y, además, las motivaciones del hombre eran las mismas que las de mi personaje, porque se dejó ir por una historia encubierta de homosexualidad. La verdad es que me impactó mucho aquello, y se fue fraguando la idea de la colectividad unida a la del hormiguero. Leí a Edward O. Wilson y sus estudios sobre las hormigas y sobre el ser humano como animal social. Empezó a ensancharse todo y comencé a hilar personajes que podían ser los guías principales de la novela. Por ejemplo, en un viaje en AVE me encontré con un tipo maduro, acompañado por una chica joven, que me inspiraron el personaje del empresario Céspedes y de Carole, la francesa.
Normalmente, cuando yo empiezo una novela lo tengo todo muy trazado, el argumento y los personajes, pero aquí me era imposible, porque hacer un guion de eso era casi como escribir la novela entera. Así que, con las líneas principales de Céspedes, la doctora Galán, Dioni (el moribundo cubierto de hormigas) y de los dos tipos que van por ahí con la guitarra, que parecen una especie de Quijote y Sancho, ya tenía una serie de ejes alrededor de los cuales iban surgiendo las ramas. Y me lancé a la piscina. A Ismael, el chico que corta con unas tijeras todas las telas que encuentra a su paso, también lo tenía desde el principio.
—¿Has conocido en la vida real a alguien como Ismael, ese tipo “violento y con tendencia al alcoholismo, desequilibrado mental”, como lo describes en el censo?
—Sí, he conocido a un Ismael. Era un chico de 18 o 20 años que, según me contó su madre, un día se dedicó a cortar en triangulitos todo lo que era textil en la casa, desde los vestidos de ella hasta las cortinas del salón. Un chico violento que salía a la calle a ver qué pasaba, en el mal sentido. Tenía desequilibrios de todo tipo y había sido abandonado por el padre.
—La ciudad es protagonista también de la novela. Es Málaga, pero podría ser cualquier otra ciudad de hoy en día.
—Ese era el reto. El mapa de Málaga está muy detallado en algunas zonas, pero la idea es que lo que se cuenta sirva para cualquier otra ciudad, Sevilla, A Coruña o Toulouse, me da igual, porque lo que yo quería era hacer un corte o una disección en una ciudad contemporánea, del siglo XXI, con sus distintos lenguajes, con la gente que se cruza y que parece que se conoce, aunque en realidad no sea así. En cierto modo, ahí está la idea que a mí de niño me impresionó mucho, ya en el colegio, del Diablo Cojuelo, es decir, alguien que llega y levanta los tejados de Madrid y realmente ve quiénes son los otros y con quiénes estamos viviendo. El trabajo del novelista consiste en meterse bajo la piel de sus personajes para saber qué los lleva a actuar de una determinada forma.
—En tu novela hay personajes de casi todos los estratos sociales y algunos andan realmente perdidos. Sin embargo, aunque el desencanto, la mediocridad o la violencia dominen las vidas de muchos de ellos, tu mirada es compasiva, no te cebas en sus desgracias.
—Esa es la cualidad de un novelista: el comprender, no el justificar. Entender a los demás y por qué hacen lo que hacen. Escribir de los extraños, de los que en principio están lejos de ti, porque si los personajes de tus novelas estuvieran de acuerdo contigo poco conflicto habría ahí. Es un trabajo casi actoral, de método Stanislavski, de observar yo creo que también. Pero aquí no se sabe qué es antes, si el huevo o la gallina, si observo porque escribo o escribo porque observo. Es más bien lo segundo. Yo creo que nací con una mirada de extrañeza hacia el mundo, de no entenderlo muy bien y eso te hace mirarlo con más atención. Me ocurrió desde muy niño, no entendía por qué la gente hacía determinadas cosas, y eso te lleva a mirar y a escuchar. Y yo creo que esa mirada compasiva forma parte de la esencia de todo novelista que se precie.
—Incluso con esa pobre loca de Belita te muestras compasivo. Esa mujer tan beata que le regala al cura 1.800 euros y las joyas de la familia.
—Van a pensar que me he criado en un manicomio, pero también he conocido a una mujer que se parece a Belita. Yo recuerdo que cuando presenté en Barcelona el primer libro de relatos que publiqué, alguien me comentó que escribía de una gente muy extraña. Yo les dije: “Bajad al Raval o a las Ramblas», que entonces no estaban tomadas por los turistas, «y veréis cómo vive mucha gente, quiénes son».
—En Sur aparecen escritores amigos tuyos.
– Hay mucho de juego en la novela. Menciono a amigos escritores, como a Luis Mateo Díez o Eduardo Lago, y doy títulos de novelas como Romanticismo, aunque no diga que es de Manuel Longares, o Gran Granada, de Justo Navarra, o Ventajas de viajar en tren (de Antonio Orejudo). Hay guiños de todo tipo.
—Te gusta arriesgarte en cada libro y tu nueva novela, por su complejidad y ambición, es casi un doble salto mortal.
—Me parecía que era el momento, porque si no lo hago ahora que llevo 30 años escribiendo y tengo un aprendizaje, cuándo lo voy a hacer. Y si sale mal, hay una cosa llamada papelera y allí irá. Y luego hay algo que es muy importante y que tiene que ver con eso de que no me gusta sentirme un burócrata de la literatura: yo me lo he pasado muy bien escribiendo esta novela, me he divertido mucho. Es un juego.
No he tardado demasiado tiempo en escribirla, un año y un par de meses, pero sí he trabajado cada día, de forma muy intensa, sin perder en ningún momento de vista el lenguaje, la maquinaria de los personajes, cómo tenían que ir apareciendo o desapareciendo. En realidad, tiene mucho eso de director de orquesta y así me he sentido, como el director de una gran orquesta: están los solistas, pero no hay que olvidar al de los platillos.
—El comienzo no puede ser más impactante, con ese moribundo que está siendo devorado por las hormigas.
—Esas hormigas que no paran son como el ser humano, que estamos todos trabajando al mismo tiempo. Te asomas desde un rascacielos y miras hacia abajo y ves una gran organización, aunque parece que cada uno va a lo suyo, pero es todo un conjunto, una gran orquesta que a veces desafina. Todo el mundo trabajando en conexión, aunque parezca que estamos en la época de mayor individualidad.
Cuando a mí me contaron el caso del hombre moribundo devorado por las hormigas, me pareció espantoso desde el punto de vista humano, y, además, ocurrió tal como se cuenta aquí, que la mujer, médico, quiso hacerse cargo en el hospital del cuerpo de su marido. Una mujer con fortaleza, aunque luego, por dentro, a saber cómo sostenía ese armazón. La mujer sabía por qué había ocurrido todo.
—Tú fuiste atleta de joven y lo tuviste que dejar por un accidente, y en esta novela el personaje del Atleta, uno de los más interesantes, no cesa de correr, en realidad “para no ir a ninguna parte”. Tiene aspiraciones literarias y escribe un diario: ¿cuánto le has prestado a ese personaje?
—Sí, yo fui atleta, de los 400, como mi personaje. Parte del diario que escribe el Atleta es mío. Eran cosas sueltas que escribí a mano hará treinta años o más. Y como el libro es una especie de mosaico donde yo quería que cupiese todo tipo de voces distintas, cogí aquellos fragmentos míos que podían encajar y les añadí elementos del entorno familiar diferentes. Pero muchas de las preocupaciones o reflexiones sobre el padre eran mías.
—La mayoría de los personajes de Sur están desencantados con la vida que llevan, incluso aquellos que podrían figurar entre los triunfadores, como Céspedes, el empresario, que conoce a una joven francesa en una fiesta y no se le ocurre otra cosa que llevarla en AVE a Madrid y comprarle un reloj por valor de 8.850 euros que acaba en el retrete de un tren.
—Céspedes está llegando a una edad en la que el viaje en tren tiene un cierto sentido, porque él sabe que ya le toca bajarse del tren y quedarse en el andén, parece que tiene que empezar a renunciar a muchas cosas. Son los últimos disparos del cazador, tirando las salvas.
—Recoges muchos tipos de lenguajes en esta novela, desde el más popular hasta el culto. Y los mensajes de whatsapp que incluyes de vez en cuando no tienen desperdicio. Un ejemplo: “No e podido ir.. el Kbron de mi hermano me ha roto ls pantlones d dporte los a echo pdazos Ablamos.»
—Es que yo recibo algunos mensajes así escritos y, si a mí me pasa, me imagino que los de los adolescentes serán mucho peores, por la velocidad, porque no les importa o porque lo consideran otro código, en el que no hay que esmerarse. Y, bueno, al final se está creando otro lenguaje, y yo quería recogerlo todo.
—¿No hay demasiada amargura o desolación en esta novela? Me parece que no hay nadie satisfecho con la vida que lleva.
—Desolación, sí, puede haber, pero es una mirada sobre una realidad … El sur, que siempre parece que es un lugar idílico donde todo se va a solucionar, pues no es así. Sólo es un punto geográfico en el que hay buen clima y la gente a lo mejor, gracias a eso, vive de un modo aparentemente más alegre, pero hay un trasfondo de dureza vital. Yo creo que es una concepción mía personal de la vida. Alguna vez he dicho en broma que, si hubiera libro de reclamaciones en la vida, yo lo pediría porque he visto y he sentido cosas que no me gustan un pelo. Y eso puede que esté en el libro, como una mirada del mundo desde ese punto de vista no demasiado optimista, aunque luego también hay sentido del humor.
Yo diría que es la mirada de un pesimista que intenta pasárselo bien, mi posición vital.
—El motor que mueve muchas veces a tus personajes es el deseo sexual, muy presente en la novela.
—El deseo está en el libro porque en ese afán mío de levantar los tejados, el mirar los deseos sexuales y sensuales de la gente tiene mucho que ver, forma parte del secreto de los demás, y con frecuencia es un secreto muy pujante, en los adolescentes, por ejemplo. El caso de Guille, hijo de Dioni y de la doctora Ana Galán, que sólo piensa en acostarse con una chica aunque acaba de morir su padre. Y en los maduros, como el caso de Céspedes, quieren aprovechar el poco tiempo que les queda.
Esas pulsiones forman parte de la interioridad de la gente y también me interesaba levantar esos tejados, claro.
TITULO:
VIVA LA VIDA - Julio Llamazares ,. Domingo - 28 - Julio ,.
El domingo - 28 - Julio - a las 16:00 por Telecinco , fotos,.
Julio Llamazares,.
Julio Llamazares: «La voracidad recaudatoria de la Iglesia mata la vida en las catedrales»,.
Llevado por ese espíritu con el que el viajero va “buscando la magia que el mundo ofrece a los que lo andan”, Julio Llamazares comenzó en 2001 a visitar las catedrales españolas, una a una, para tratar de captar la esencia de esos “sueños de piedra” que ha construido el hombre a lo largo del tiempo e impulsado también por el deseo de “conocer a fondo” el país en el que vive. Ese viaje literario, no exento de “locura”, dio un primer fruto en 2008, en el libro Las rosas de piedra, centrado en las catedrales de la mitad norte de España, y culmina ahora, diez años más tarde, con Las rosas del sur, dedicado a las de la mitad sur, Baleares y Canarias.
Casi diecisiete años ha tardado Llamazares (Vegamián, Léon, 1955) en finalizar el que, sin duda, es el proyecto más ambicioso de su vida y que ha realizado con la misma “pasión y emoción” que late en todo lo que escribe.
De Galicia a Tenerife, de Barcelona a Cádiz, de Bilbao a Sevilla, este “trotamundos y poeta”, como le gusta definirse, ha recorrido más de veinte mil kilómetros, ha visitado 74 ciudades y ha plasmado sus impresiones en dos volúmenes que suman más de 1.200 páginas. Un empeño de proporciones “catedralicias”, cuyo origen esté quizá en la fascinación que sintió de niño cuando visitó por primera vez con su padre la catedral de León, “ese maravilloso caleidoscopio de vidrio”. A partir de ahí, nunca dejó de asombrarse ante esos “libros de piedra alzados en el cielo”, como los describía Fulcanelli, que reflejan “muy bien el espíritu y los cambios que ha experimentado la sociedad española a través de la historia”, afirma el escritor leonés en una entrevista con Zenda, a propósito de la publicación por Alfaguara de Las rosas del sur, una obra “poliédrica” porque “es un libro de viajes, pero también tiene algo de ensayo sociológico, algo de crónica periodística y, sobre todo, tiene el afán de disfrutar de estos templos que son, posiblemente, los edificios más bellos que ha construido el ser humano, por los menos en Occidente” y que fueron concebidos “para soñar despiertos”.
Llamazares no sabe a ciencia cierta “lo que hay detrás del empeño titánico” que ha supuesto recorrer España a través de sus catedrales, pero reconoce que “hay que estar un poco mal de la cabeza” para hacer algo así, aunque, añade, “para dedicarte a escribir tienes que estar también un poco mal de la cabeza, ya de entrada; debes estar en desacuerdo con el mundo”. Las rosas de piedra y Las rosas del sur “son producto de una locura”. No podría ser de otra forma porque “las catedrales son sueños de locos”, el último ejemplo es el de Justo Gallego, “ese hombre que lleva sesenta años haciendo una ‘catedral’ él solo en Mejorada del Campo”.
De esa misma locura, según la leyenda, hablaban los canónigos sevillanos en 1401 cuando quisieron construir una catedral “tan gigantesca que en la posteridad los tuvieran por locos”.
En sus viajes, el escritor se limita a contar lo que ve y lo que le pasa. No ha pretendido dar lecciones “ni de historia, ni de arte, ni, mucho menos, de espiritualidad”. Y aunque el principal motivo que lo ha llevado a visitar las catedrales es disfrutar de tanta belleza y de tantas obras maestras como hay en ellas, también critica a la Iglesia por cobrar la entrada a estos templos y haberlos convertido en museos dedicados a “la explotación turística”.
“La voracidad recaudatoria de la Iglesia mata la vida en las catedrales”, dice Llamazares, consciente de que sus críticas molestan, y mucho, a las autoridades eclesiásticas, pero él habla con “conocimiento de causa”: ha estado en 75 catedrales y sabe “cómo las manejan”.
Llamazares ha cultivado con maestría casi todos los registros literarios, desde la poesía, la novela o el relato corto hasta el artículo periodístico o los libros de viajes, género este último al que también pertenecen El río del olvido, Trás-os-Montes, Atlas de la España imaginaria y El viaje de Don Quijote.
El autor de La lluvia amarilla, Las lágrimas de San Lorenzo y Distintas formas de mirar el agua, entre otras novelas, responde las preguntas de Zenda en la sede de Alfaguara:
—¿De dónde has sacado las fuerzas para realizar un proyecto tan ambicioso como éste?
—Debo decir que lo empecé de forma inconsciente. He pasado por algunos momentos de desfallecimiento, aunque pocos, y he necesitado hacer pausas, por eso he tardado más en hacer el segundo tomo que el primero. El primero lo hice casi todo seguido, pero en el segundo, hice pausas para descansar o para escribir otros géneros literarios que me permitieran cambiar de registro y que me dieran un poco de aire. Pero he disfrutado tanto recorriendo España y visitando todas sus catedrales que no digo que lo volvería a hacer, pero, seguramente, cada vez que vaya a una ciudad, veré de nuevo la catedral.
—No sé si habrá alguien en España que haya hecho algo similar. En La Laguna, cuando le comentaste a un sacerdote que habías visitado todas las catedrales españolas, se quedó asombrado y te dijo que él sólo conocía una veintena.
—Se lo comenté por una razón. Era mi último viaje y era Viernes Santo, había mucho lío en la catedral. Leí que en esa catedral está el mayor y mejor museo de iconos ortodoxos que hay en España. Al parecer, un obispo de La Laguna empezó a reunirlos cuando estuvo en Oriente y luego completó la colección con aportaciones particulares. Quise ver el museo, pero ese día estaba cerrado. Yo nunca decía para qué visitaba las catedrales porque, al hacerlo, matas la espontaneidad del viaje, pero, en esa ocasión, un poco a la desesperada, le conté a un sacerdote que ese día terminaba un recorrido por las 75 catedrales de España, y el hombre me miraba con admiración y estupor. El sacerdote, que se llamaba Celso, era encantador y me demostró una generosidad enorme. Entró en la sacristía y me dio las llaves de la sala. Confió en mí y me dejó solo.
En general, la gente que yo me he encontrado en estos viajes no tiene término medio, o es muy huraña y desconfiada, o personas muy amables, como pasa en la vida. Porque, al final, las catedrales son la representación de la ciudad de Dios en la tierra y no dejan de ser un trasunto de la ciudad terrenal en la que están.
—Dices que las catedrales son “las cajas negras de la memoria de un país tan diverso como es España”, ¿qué reflejan esas cajas negras?
—Pues reflejan todo el espíritu de la sociedad que las construyó y que las ha mantenido y las sigue manteniendo en mejor o peor estado. Y el conjunto de las cajas negras muestra la gran caja negra de este país.
Deshojando esas rosas de piedra a las que alude el título, tú puedes conocer la idiosincrasia de los lugares en que están. Puedes seguir la historia del país y, también, la formación de las ciudades, como sucede en Madrid, que es una ciudad inventada, como su propia catedral, y que necesitaba tener una para homologarse con las otras capitales europeas. Se puede seguir también la fortuna o el infortunio de ciudades que fueron muy importantes y que ahora no son nada, esos lugares que tienen catedrales maravillosas como El Burgo de Osma, Solsona, Segorbe o Sigüenza…
Las catedrales te enseñan, además, cómo ha evolucionado el pensamiento filosófico y religioso de la sociedad. Ahora hay poco culto en ellas, reflejo de la desacralización de la sociedad. La gentrificación de la que se habla tanto -esa palabra horrorosa que se ha puesto de moda- afecta en primer lugar a las catedrales, porque se han convertido en museos, muchas veces sin vida, sin alma, entregados a la explotación turística.
—A lo largo del libro, criticas con frecuencia a la Iglesia por cobrar las entradas a las catedrales y afirmas que “el viajero está harto de pagar para poder ver lo que al fin y al cabo es suyo también”.
—No me molesta pagar los cuatro o los seis euros que pidan, porque yo puedo hacerlo. Lo que no me gusta es que ni siquiera te permiten presentar un libro sobre catedrales en ellas. Hay un secuestro evidente.
El afán recaudatorio puede a veces también molestar. En la Mezquita de Córdoba te cobran once euros por entrar y, si sales al baño o a tomar un bocadillo y vuelves a entrar, te vuelven a cobrar. Hay una voracidad recaudatoria que es un poco ofensiva y que, además, a ellos les ofende que lo digas. Yo lo hago porque tengo conocimiento de causa. Es que he estado en 75 catedrales y sé cómo las manejan.
Lo que realmente me molesta de todo eso es que la voracidad recaudatoria de la Iglesia mata la vida en las catedrales. En el momento en que cierran las puertas y cobran por entrar, acceden sólo los turistas. Es decir, las catedrales se han cerrado a la vida de la ciudad. Los vecinos ya no las consideran suyas porque, cuando te cobran por entrar a un sitio, ya no lo sientes como algo tuyo.
Han matado la vida en las catedrales, no sólo religiosa, sino de contemplación, de disfrute. Yo, antes, cada vez que iba a León, visitaba la catedral. Ahora no lo hago, no por no pagar los euros que cueste, sino porque dentro sólo vas a encontrar un cascarón vacío, lleno de gente con audioguías, deambulando como autómatas. La vida que había antes en esos templos, con la gente que iba a rezar, los sacristanes, los que entraban y salían, eso se ha muerto. Y no hay con quién hablar, no hay vida, no hay emoción, no hay nada. Y eso es lo que me molesta. Y por decirlo te llaman anticlerical. Pero lo digo porque me duele, porque amo las catedrales. Evidentemente, yo no dedico dieciséis años de mi vida y 1.200 páginas para criticar a la Iglesia, sino para disfrutar de las catedrales y transmitir esa pasión a la gente.
—¿Qué habría que hacer para conservar las catedrales, ese patrimonio artístico tan maravilloso?
—Hay un debate pendiente en la sociedad española, que es cómo abordar el mantenimiento del patrimonio, no sólo el religioso sino el civil también. Y yo creo que tiene que ser una función del Estado. Es lógico que lo regenten las iglesias y los cabildos como hasta ahora, pero tiene que ser una función de todos, precisamente porque requiere mucha inversión.
Por eso creo que es perentorio un debate sobre cómo mantener esos edificios sin convertirlos en museos y sin matar su sentido original, que es lugar de acogida, de refugio, de culto; espacios culturales donde hay conciertos de música, donde hay actividades.
En algunos casos, cuando hay culto, habilitan una capilla lateral a una hora intempestiva para que la gente no pueda ver el templo con la disculpa de ir a misa. De hecho, a mí me ha ocurrido, y lo cuento en la Seo de Zaragoza, donde a una determinada hora cierran la catedral y, entonces, abren una puerta lateral, de la que casi ni avisan, para la misa, y te llevan por un lugar acordonado hasta una capilla, con todo el templo apagado para que no puedas verlo a la que pasas. Y en la puerta hay un vigilante que te pregunta: – “¿usted va a misa?” Y yo le dije: – “esa pregunta es anticonstitucional. Oiga, yo vengo a lo que me dé la gana”. Y me advirtió: –“es que cerramos la puerta y no puede salir”. — “Pues tampoco eso está permitido. Yo puedo entrar a misa y a la mitad querer salir”, le dije yo.
—Criticas también “la regresión a la España eterna” que suponen algunas cosas que te vas encontrando, como, por ejemplo, la tumba del marqués de Villaverde, el yerno de Franco, en la catedral de la Almudena. O te llama poderosamente la atención la placa de mármol que, en la de Jaén, recuerda a los sacerdotes “asesinados en la ‘revolución marxista’. 1936-1939”.
—En Jaén no me pareció mal que hubiera una placa recordando a los sacerdotes asesinados, sino lo de “la revolución marxista” para referirse a la guerra civil española, y más después de que la llamada Ley de la Memoria Histórica obligue a quitar de los sitios públicos cualquier alusión partidista a ese enfrentamiento. Le pregunté por ello al sacristán y se enfadó mucho.
Pero, bueno, cuando pasas un día entero en una catedral ves muchas cosas y yo, con cualquier motivo, intento entablar conversación con la gente. Hay un reflejo del tiempo histórico y de lo que está ocurriendo en el país mientras viajo. Y yo lo cuento. Es literatura de viajes. Y una de las cosas que veo también es el estado de la Iglesia: te encuentras sacerdotes muy abiertos y sacerdotes tridentinos, pero igual que en la sociedad civil.
Me ha ocurrido de todo en las catedrales, como, por ejemplo, que la policía me haya pedido la documentación en la de Teruel, en mitad de una misa. ¿Sabes lo que pasa? Que cuando estás más de veinte minutos en una catedral ya te empiezan a mirar con sospecha. Y cuando sales al mediodía a comer y vuelves por la tarde, entonces se extrañan aún más y ya te preguntan, el sacristán u otro que ande por allí, porque piensan que puedes ser de la Administración o alguien que está mirando lo que va a intentar llevarse por la noche.
—En Córdoba te subleva que la Iglesia se haya empeñado en presentar aquello como Mezquita-Catedral, pero por lo menos en esta ciudad respetaron la mezquita, porque en otras las arrasaron para construir catedrales.
—Yo quería haber presentado este libro en la Mezquita de Córdoba, pero no ha habido manera. Y quería hacerlo porque resume muy bien el sincretismo español, en un país que reniega de su pasado islámico, aunque es tan evidente en el lenguaje, en la gastronomía, en los monumentos. Entonces, la mayor parte de las catedrales del sur están hechas sobre mezquitas que tiraron para construir la catedral. Pero la de Córdoba es la única que se ha conservado y es una de las maravillas del mundo, con la impostación de una catedral cristiana, que podría ser bellísima, separada de la otra, pero que no deja de ser como si hubiera caído del cielo en mitad de la mezquita.
Según la tradición, cuando el obispo Alonso Manrique de Córdoba decide hacer una catedral dentro de la mezquita, hay una gran polémica incluso dentro de la propia iglesia cordobesa de la época. Al final gana la posición del obispo y éste, que era amigo del emperador Carlos V, le pide permiso y dinero para hacerlo. El emperador se lo concede, igual que hizo con el palacio de Carlos V en la Alhambra, que es el mismo caso… Y, según la leyenda, cuando Carlos V vio el resultado exclamó, arrepentido: “Habéis destruido lo que era único en el mundo y habéis puesto en su lugar lo que se puede ver en todas partes”.
—Te llamó la atención ver familias musulmanas visitando la mezquita de Córdoba. Y te preguntaste qué sentirían al estar en ese lugar del que “seguramente habrán oído hablar en sus países de procedencia como la gran mezquita perdida”.
—Sí, me llamó mucho la atención. Es en la única catedral en que he visto musulmanes. Japoneses ves en todas partes, pero musulmanes sólo he visto allí, en la mezquita de Córdoba, y al ver a esas familias me preguntaba qué pensarían ellos. Aunque eso te ocurre a la inversa en Santa Sofía, en Estambul. No es sólo algo que haya ocurrido de una religión a otra.
—A veces, en catedrales como las de Toledo, Sevilla o Mallorca experimentas el síndrome de Stendhal y sientes cierta “angustia ante tanta belleza”, igual que le pasó al escritor francés cuando visitó Florencia.
—Hay momentos y hay catedrales en que me he sentido así. La catedral de Sevilla es, por la cantidad de obras pictóricas que tiene, el tercer museo de pintura en España.
Pero, te voy a decir lo que más me ha costado en este libro, que no ha sido recorrer veinte mil kilómetros, documentarme, hablar con todo tipo de gente y rellenar varios cuadernos de notas. Lo más difícil ha sido, después de todo eso, eliminar la mayor parte de la información para que no se convirtiera en una guía de catedrales. Porque sólo con enumerar lo más importante de la catedral de Sevilla ya te llena un tomo. Conseguir mantener el equilibrio entre lo literario, lo informativo y lo ensayístico.
—Tú sientes especial predilección por la catedral de León desde que la visitaste de niño, pero ¿qué otras catedrales te emocionan también?
—Siento debilidad por la de León, pero no por patriotismo, sino porque objetivamente es de una gran belleza. Es pura fantasía. Literariamente, las más grandiosas y monumentales son las que menos juego dan, porque te sobrecogen y te absorben de tal forma que casi te olvidas de lo que es la vida real alrededor. A veces, te da mucho más juego una pequeña catedral, como la de Huelva, donde te echan de allí porque al cura le gusta decir la misa solo, y eso te permite visitar la ciudad y conocer más de ella, que a lo mejor una gran catedral que te absorbe sólo con su contemplación y descripción.
Siento especial predilección por las pequeñitas catedrales románicas que sobrevivieron a la moda del gótico porque los obispos eran pobres, como sucede en Jaca, en Roda de Isábena , en parte de la de Tuy, en la Seo de Urgel o en las catedrales viejas de Salamanca o Plasencia.
Tengo predilección por el románico, y, como decía en el primer volumen, creo que desde el románico no hemos hecho más que retroceder. Es una opinión absolutamente insostenible, pero yo la mantengo. Para mí el románico es superior al gótico en cuanto a expresión de la belleza, conseguir emocionar con la mínima expresión.
—Las leyendas, supersticiones y reliquias están muy presentes en tu libro. Hablando de estas últimas, quizá se lleven la palma las de la catedral de Coria, donde guardan el mantel de la Última Cena, un trozo del lignum crucis, un hueso de san Juan Bautista, una ampolla con leche de la Virgen, una pluma del arcángel san Gabriel… “El viajero, estupefacto, las contempla una tras otra sin saber si sentirse objeto de una gran broma o caer rendido ante ellas implorando el perdón del cielo”, escribes.
—Y no solo eso. En Coria, donde está el museo más fantástico de las catedrales, hay también barro del que fue hecho Adán…. A mí, ese aspecto es uno de los que más me gusta al viajar, los elementos fantásticos, que tienen que ver con la literatura pura y dura, y el mundo de las catedrales está lleno de leyendas. No deja de ser narrativa popular trufada de imaginación.
—Cuando visitas la última catedral, la de la Laguna, sientes la melancolía propia del final de un viaje tan largo y citas una frase del mexicano José Vasconcelo: “Un libro, como un viaje, se empieza con inquietud y se termina con melancolía”.
—Cuando leí esa frase, tuve claro que sería la que cerraría el libro porque resume muy bien mi idea sobre cómo se emprende un viaje o un libro y cómo se termina. Pero pasa con todo en la vida. A medida que vas terminando algo, sobre todo un proyecto tan largo y tan trabajoso como este, te invaden sentimientos contradictorios. Al final, la melancolía es ingrediente que está implícito en el viaje porque se sabe que se va a terminar. Y también está implícito en la literatura, porque la literatura no deja de ser un esfuerzo inútil como la vida, y decía Ortega y Gasset que el esfuerzo inútil conduce a la melancolía.
—¿Volverías a meterte en un proyecto de este calibre?
—No, ni por edad ni por fuerzas. Te cuento una anécdota para que me entiendas: en una ocasión entrevisté a un hombre que, durante la guerra, estuvo enterrado vivo en su casa, en una especie de fosa, durante diez años. El topo más topo que yo he conocido. Yo le pregunté que cómo había podido aguantar aquello. Y me dijo: – “Porque no sabía que iban a ser diez años. Si lo hubiera sabido el primer día que me encerré allí, me habría pegado un tiro”.
Yo no me hubiera pegado un tiro, pero a lo mejor lo hubiera pensado dos o tres veces antes de empezar estos viajes. Me podrán negar el valor literario de este proyecto, pero no me podrán negar la pasión, el esfuerzo y la perseverancia.
TITULO:
No sé de qué me habla - Loteria - El Rasca de la Galleta de la Fortuna
-Eloy Urroz ,.
No
sé de qué me habla - Loteria - El Rasca de la Galleta de la Fortuna - Eloy Urroz ,
fotos,.
Eloy Urroz,.
Eloy Urroz: “La corrupción está agarrada en el sistema sanguíneo de los mexicanos”,.
“Sentía como si poco a poco hubiese ido ingresando en una suave pesadilla en que todo era irreal y absurdo”. Esa cita de Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sábato, abre la nueva novela del escritor Eloy Urroz y debería servir para poner en guardia al lector de Demencia, una obra en la que nada, o casi nada, es lo que parece y en la que su autor, miembro destacado del Crack mexicano, se mueve con asombrosa facilidad por la delgada línea que separa el sueño de la realidad, la vigilia de la alucinación.
De ritmo trepidante, en especial su primer capítulo, Demencia es un cóctel explosivo con elementos propios del thriller psicológico y otros más oníricos y surrealistas. Urroz (Nueva York, 1967) consigue atrapar al lector desde la primera página de esta novela divertida e inteligente, desconcertante y escabrosa a ratos, “en la que no hay certeza de nada. Es la novela de las incertidumbres”, asegura en una entrevista con Zenda, en la que reconoce que ha disfrutado, y mucho, al escribir este libro, entre otras razones porque se permitió “ser libérrimo”.
“Eso no significa que haya escrito a lo loco, pero sí me permití ciertas transgresiones. Aparte, tengo que decir que la novela, y el arte en general, me gustan porque parecen ser el terreno de la libertad por antonomasia. Todas las transgresiones que los seres humanos sueñan, desde el marqués de Sade, se pueden escribir”, afirma este novelista, poeta y ensayista, que desde hace veintitrés años vive en Estados Unidos y da clases de Literatura Latinoamericana en The Citadel College, en Charleston, Carolina del Sur. Pero va “constantemente” a México, cuya capital aparece transformada en la novela, quizá porque esa ciudad que él dejó en el 95, está “cada vez peor, más insegura, más complicada y caótica”.
Publicada por Alfaguara, Demencia tiene ocho narradores distintos, aunque Eloy Urroz logra que la estructura, complicada en apariencia, no dificulte la lectura de esta novela coral, en la que hay un personaje, el del violinista Fabián Alfaro, que conquista claramente al lector y que es el que, debido quizá a su esquizofrenia, no sabe si lo que le sucede es real o pertenece al reino del sueño o de la alucinación. Y el escritor tampoco lo quiere aclarar, por más que se le pregunte por ello, y se ríe abiertamente cada vez que se intenta aclarar cualquier situación confusa de la novela. Juega a “la ambigüedad de principio a fin” en un libro en el que no ha hecho “concesiones al lector”.
El violinista tiene comprometido el 27 de junio para dar un concierto sobre las tres sonatas Opus 30 de Beethoven, acompañado al piano por Daniela. Sin embargo, cada vez que intenta ensayar con ella, aparece otra mujer, Herminia, más sensual, un poco bruja y otra de las grandes sorpresas de esta novela sobre la amistad y el amor, y con frecuentes “guiños” a Kafka y a Buñuel.
A finales del siglo pasado, Eloy Urroz, Jorge Volpi, Ignacio Padilla (fallecido hace dos años) y Pedro Ángel Palou, entre otros escritores, formaron el grupo del Crack mexicano, en señal de ruptura con la literatura del post Boom, la de autores como Isabel Allende o Antonio Skármeta, que, dice Urroz, “no estaban a la altura del Boom, de aquellas grandes novelas que nosotros utilizábamos como modelo”.
Demencia es la novela número diez de Urroz, que ha publicado también Las leyes que el amor elige, Las rémoras, Herir tu fiera carne, Fricción, La familia interrumpida y La mujer del novelista, entre otras. Su obra está traducida al inglés, francés, italiano, alemán y portugués.
En la sede de Alfaguara, Eloy Urroz conversa con Zenda sobre su nueva novela:
—Demencia es una novela en la que todo es ambiguo y queda muy abierto, incluso el final del libro.
—Sí, lo he dejado todo muy abierto, muy ambiguo. Yo quería crear esa ambigüedad de principio a fin, que en ningún momento el lector pudiera decantarse por una cosa o por la otra, porque yo mismo como autor no te puedo dar una respuesta definitiva sobre los acontecimientos. Es una novela en la que no hay certeza de nada. Es la novela de las incertidumbres.
—¿Cuál sería el origen de este thriller psicológico?
—Surge de diferentes formas. En primer lugar, a mí no me gusta repetirme, cada una de mis novelas es completamente diferente. Yo nunca había intentado hacer thriller ni novela negra, porque no soy un lector muy asiduo de esos subgéneros. Soy lector simplemente de buena novela. Pero quise hacer mi propia versión de una novela negra, que pasara en la Ciudad de México, pero una Ciudad de México transfigurada, extraña, donde el lector ni siquiera está del todo seguro de que lo sea. Sí, se parece, pero de pronto pasan cosas o hay ambientes demasiado ensordecidos, aunque la ciudad ya de por sí lo es; cambian los nombres de algunas calles, otros son reales. Lo que sí hay en el origen de esta novela fue la anécdota de las tres hermanas Ricart, enamoradas de Néstor, el escritor. Esa anécdota me la contó un chico madrileño, antes justo de empezar la novela, y yo no me lo podía creer. Ese chico tenía una novia española, conoció a la hermana y dejó a la novia para estar con la hermana, y la tercera hermana se acostó con él. O sea, con las tres. «Esto no es posible», pensaba yo, y decidí incorporar como fuera esa historia a la novela, que no es la más importante del libro, pero da mucho juego”.
Y, luego, la parte de Fabián. Yo quería que hubiera un músico, que fuera violinista. Mi hijo toca violín, pero es un niño. El de la novela es un adulto, es un buen violinista, y también quería que la idea del plazo fijo para tener listas las sonatas de Beethoven creara tensión en el lector, y que se preguntara cuándo iba a ensayar el concierto, porque cada vez que va a reunirse con Daniela, la pianista, surge Herminia, la otra mujer, y eso, a mí, tengo que decir que me cogió por sorpresa, yo no lo esperaba, no lo preví. Cuando Fabián sale en ese primer capítulo de su casa para encontrarse con Daniela, yo mismo, autor del libro, dije: «¡Pero no es Daniela, es Herminia!» ¡Dios! Herminia surgió, yo no la pensé, y me pareció que era un personaje que le daba mucha fuerza a la novela. Daniela es la luz y Herminia las tinieblas; es el diablo que seduce a Fabián, le inspira sus instintos más sexuales. Y luego el padre de Herminia, el del «bigotito ralo» [se muere de risa al pensar en él]. Me gusta eso porque hay novelas donde uno simplemente reconoce a algún personaje por algún rasgo específico, en lugar de por su nombre. Este es el del «bigotito ralo», un hombre extraño, antipático, es misterioso y no se sabe bien si es bueno o es malo.
—Hay un toque surrealista en esta novela.
—Ya que hablamos de surrealismo, al escribir la novela pensé en varios cineastas, entre ellos en Buñuel, sobre todo en la película de Ese oscuro objeto del deseo, donde hay dos actrices que hacen el mismo papel de la mujer, y cuando él se acerca a ella, desaparece y aparece la otra. Se visten igual, se transfigura la mujer. También eso tenía que ver un poquito con Daniela y con Herminia.
—Además de la cita inicial de Sábato, en un momento dado hablas de Kafka, y tu tesis es la de que casi todo lo que leemos del autor de La metamorfosis “se origina en un sueño”.
—A Kafka también lo tuve muy presente. He leído mucho de él y sobre él. Y si uno lee, por ejemplo, El castillo, El proceso o incluso La metamorfosis, todo es muy raro, no es sobrenatural, no es fantástico, pero es raro. El lector no entiende bien por qué están pasando esas cosas tan extrañas. Y entonces yo me dije: «¿Qué tal si es que Kafka tenía un sueño y, a partir de él, simplemente lo utilizaba como punto de partida para una alegoría, y sin decir nunca que es un sueño? Lo hace pasar como literatura realista, pero no tiene nada de realista». Y de alguna manera, en Demencia le estoy haciendo un guiño a Kafka. Por eso la novela tiene también este tono onírico. Por ejemplo, el capítulo de los inspectores. ¿Lo torturaron a Fabián o no lo torturaron? Ese capítulo fue muy difícil de escribir, crear esa ambigüedad para que el lector en ningún momento estuviera seguro, porque ni él mismo sabía con exactitud lo que le había pasado. ¡Es una locura, es una locura!, [dice entre risas].
—Néstor, el escritor, otro de los personajes más interesantes del libro, trata de seguir los consejos que le da su hermano Raimundo sobre cómo debe ser una novela para que el lector no la suelte: “Si no consigues engancharlo en las primeras líneas, pocos seguirán leyéndote”, le dice Raimundo.
—Eso es una reprimenda que me ha hecho mi hermano Ricardo, porque algunas de mis novelas sí son más sesudas, y me pide que haga otro tipo de novela. Y Demencia es una novela diferente a otras que yo he escrito, aunque no he hecho concesiones al lector, pero yo tenía que conseguir desde el principio que el lector no la soltara. Ese primer capítulo, que es muy largo (50 páginas), antes de avanzar lo reescribí cuarenta o cincuenta veces, no te miento, hasta estar seguro de que el lector no iba a soltar la novela. La fui escribiendo por párrafos, asegurándome de que iba a ser como un thriller.
—De todas maneras, Eloy, en la época en la que vivimos, con el predominio de lo digital y de las redes sociales, ¿no crees que la literatura que hace pensar va perdiendo adeptos?
—Sí, aunque yo quiero pensar que siempre hay lectores que buscan novelas que le exijan un poco más. Y yo aquí traté de conseguir las dos cosas, no sé si lo logré o no. Si te das cuenta, la estructura de la novela no es fácil, pero al mismo tiempo, por su trama, quería que el lector no dejara de leerla. O sea, creo que permite dos lecturas y puede leerla también aquel que no ha leído nunca un libro y se quiere divertir y entretener, y no se entera siquiera de lo de los puntos de vista, de que es una novela coral. A mí me sorprendió muchísimo el final de mi novela, yo no lo sabía. Es más, te voy a decir, el final de mi novela me lo dio Jorge Volpi. Yo había escrito otro diferente, pero él me dijo que no era el adecuado, que si no me había dado cuenta de que durante toda la novela había estado latente la homosexualidad de Néstor y de Fabián. Yo no lo había visto, y lo cambié. Es una novela desconcertante. Es una novela escabrosa, pero no todas las mías son así, [dice entre carcajadas].
—“Nadie tiene tiempo de leerse quinientas páginas de elaborado pensamiento existencial. ¿Quién lee a Dostoievski o a Proust, salvo tú?”, le decía Raimundo a su hermano.
—Eso es irónico, porque yo sí los leo. Qué más quisiera yo que los jóvenes empezaran leyendo a Tolstoi, pero eso no va a pasar. Qué más quisiera yo que todo el mundo no más leyéramos clásicos, pero, evidentemente, somos sólo un grupo, una clase de gente que seguimos leyendo a los grandes autores.
—Aunque Demencia es una novela coral, el personaje del violinista es el que más atrapa al lector. ¿Te ha sido difícil crear el personaje de un esquizofrénico, que no distingue entre realidad y alucinación?
—Es que yo no sé si realmente Fabián es un esquizofrénico. Es más, lo dejo abierto para que ni siquiera se defina claramente si es que tiene un problema mental o si hay cosas que sí están pasando en la realidad. Por ejemplo, la muerte de la su vecina anciana, ¿pasa o no pasa? Sinceramente, no quiero decantarme por una o por otra porque no lo sé. Yo mismo no lo sé y me gusta que no se sepa. El lector tradicional quiere certidumbres, pero no hay certidumbres. Y yo creo que en las mejores novelas no las hay, es lo que yo pienso como lector.
—En esta novela hay pasión por la música, en especial por Beethoven. ¿Es uno de tus músicos preferidos?
—Me gusta toda la música, pero especialmente Beethoven. Me gusta también el rock, pero siempre que sea buena música. Me he vuelto muy selectivo con la música. Hay alguna que no soporto y que yo no la llamaría ni música, son más bien ruidos y tonterías.
—Muy interesante lo que cuentas de las sonatas que Beethoven le dedicó al zar Alejandro I y que tardó doce años en cobrar los cien ducados que le tenían que dar por ellas.
—Todo esto coincide con que, poco antes de comenzar la novela, yo leí la gran biografía de Solomon sobre Beethoven. Y tenía muy fresco todo el asunto.
—Dices que no sabes cómo surgió el personaje de Herminia y que hay otras cosas que te sorprendieron al escribir la novela, pero ¿eso es verdad, Eloy? Cada vez que escucho a un escritor decir que los personajes a veces se os van de las manos o que no sabéis de dónde salen, lo veo más como una pose, no como algo que os sucede realmente.
—No es pose. Es verdad, te juro que es verdad. Muchas cosas yo no las sabía. Por ejemplo, el final no lo sabía, no me había dado cuenta de que Néstor y Fabián eran posiblemente bisexuales. Tampoco había previsto lo de Herminia, y cuando el violinista llega al restaurante a buscar a Daniela, de pronto me di cuenta de que no era a ella a quien iba a encontrar, sino a Herminia. No soy de los que prepara a fondo sus novelas antes de escribirlas, aunque en algunas sí lo hice, como en mi libro sobre Luis Cernuda, La familia interrumpida. Esa novela sí fue fruto de mucha investigación sobre Cernuda, su exilio, sobre la guerra civil española, sobre los niños vascos exiliados… Esa sí fue muy planeada, pero Demencia no. En ella dejé que fueran pasando cosas y, por ejemplo, tampoco planeé que el padre de las tres hermanas y de Rogelio fuera por el día un eminente neurocirujano y por las noches se convirtiera en un travesti.
—Demencia pertenecería a lo que Sábato llamaba escritura “nocturna”.
—Sí, la novela a veces te muestra un rostro tuyo que no conocías, esas pulsaciones tanáticas. Eso lo explica Sábato mejor en un libro que se llama El escritor y sus fantasmas. Es muy importante el arte en general y la literatura, porque esas pulsaciones que los seres humanos tenemos las saca uno ahí, y dice Sábato que es muy contraproducente tratar de adormecerlas o tratar de obviarlas, porque pueden hacer mucho daño. Crean guerras, violencia. Forman parte del inconsciente del ser humano.
—Vives en Estados Unidos, pero vas con frecuencia a México.
—Vivo en Carolina del Sur, y doy clases de Literatura Latinoamericana en The Citadel College, en Charleston, pero voy constantemente a México, por lo menos dos veces al año. Y también tiene que ver la novela con una sensación de “mi” ciudad de México. Esa ciudad que yo dejé en el 95 y que cuando regreso a ella la veo cada vez peor, más insegura, más complicada, caótica. No sé. Y yo quería crear un México así, como yo lo sentía.
—¿Y cómo ves a López Obrador, el nuevo presidente de México?
—Creo que está la gente contenta, optimista. Yo soy más cauto, la verdad, porque no sé si podrá llevar a cabo cambios sustanciales. Pero, por otro lado, estoy muy contento de que parece que ya sí es el acta de defunción del PRI, y eso me parece una muy buena noticia, aunque tampoco estoy seguro de que de la noche a la mañana se va a acabar la corrupción. Ya está muy enquistada, agarrada en el sistema sanguíneo de los mexicanos. Por eso soy cauto.
—¿Qué queda del Crack, de aquel grupo que formasteis a mediados de los noventa?
—Sobre todo hay que entender que somos amigos, éramos amigos y continuamos siéndolo. No fue una cosa mercadotécnica, como algunos quisieron atacarnos. Simplemente éramos un grupo de amigos del bachillerato, con los mismos gustos artísticos y literarios que nos reuníamos a tomar café, y un buen día decidimos autonombrarnos, y nos pusimos ese nombre, nada más. Y a mucha gente les cayó muy gordo, quizá porque el nombre no se le ocurrió a ningún crítico. A partir de ahí, empezaron a hablar de movimiento y de generación, y no era ni lo uno ni lo otro. Como mucho, yo diría que somos un grupo de amigos que formamos parte de una generación de escritores latinoamericanos, que es bastante más amplia, nacidos en esa época, escritores que comparten lecturas, músicas, películas…
—¿Cómo llevas la presidencia de Donald Trump?
—Hay que padecerlo, pero se va a acabar. Todo se acaba. No creo que repita mandato, pero también todo el mundo esperaba que no ganara, y ganó.
TITULO: TIERRA DE TOROS - El toro congregó a más de 90.000 espectadores en Valencia ,.
TIERRA DE TOROS,.
Tierra de Toros - Canal Extremadura
Programa presentado por Juan Bazaga dedicado al mundo del toro en nuestra región. Estamos atentos cada semana a la actualidad taurina Programa semanal de información taurina que se encarga de mostrar las tareas cotidianas de las faenas del toro en el campo, así como del perfil más humano , etc.
El toro congregó a más de 90.000 espectadores en Valencia,.
La mejor noticia de la recién finalizada Feria de Fallas ha sido la excelente respuesta del público que abarrotó la plaza de toros
Más allá de lo sucedido en la arena, que analizaremos más abajo, la Feria de Fallas 2024 terminó convirtiéndose en un rotundo éxito en cuanto a la convocatoria de público, superando la barrera de los 90.000 espectadores y confirmando la tendencia al alza de los últimos años. Un total de 90.942 personas disfrutaron de los 12 espectáculos taurinos programados, dejando un dato de crecimiento del 5,5% de asistencia de público con respecto al año anterior.
El fin de semana fue especialmente significativo, con tres de los cinco festejos colgando el cartel de "No hay billetes". El sábado, la plaza se llenó mañana y tarde, primero para presenciar el festejo de recortes protagonizado por los toros de Adolfo Martín, mientras que "La Nit del Foc", con el regreso del "Bou embolat", después de la prohibición firmada por Joan Ribó hace 7 años, congregó más de 6.000 asistentes. La corrida de toros del mismo día, con Castella, Roca Rey y Pablo Aguado, también agotó las entradas, igual que la corrida de Jandilla del domingo, en la que los toros de Jandilla fueron protagonistas al lado de Roca Rey, Manzanares y Talavante. Además, la jornada matinal de rejoneo también registró una gran afluencia de público. Las citas del lunes y martes también gozaron de gran éxito, con dos buenas entradas y una de las mejores del día de San José en los últimos años.
Pero, además de los datos de asistencia, cabe destacar el buen ambiente vivido en la plaza durante toda la feria. Un ambiente festivo y familiar que, acompañado este año de un buen clima, ha contribuido al éxito de esta edición.
Roca Rey, Román y “Leguleyo”
Por encima de todo ello, el nombre de Roca Rey se alzó con fuerza, justificando el hecho de ser el único torero presente en dos tardes del abono fallero. Si bien la oreja obtenida en la decepcionante tarde de los toros de Victoriano del Río supo a poco, la rotundidad alcanzada con “Leguleyo”, un toro de bandera que pudo merecer más que el honor de la vuelta al ruedo que se le concedió, y que ensalzó al hierro de Jandilla, fue suficiente para, tras una actuación mayúscula, marcar el techo artístico del ciclo.
El del peruano fue, sin duda, el más indiscutible de los triunfos de puerta grande en Valencia, pero no fue el único, pues Román, El Fandi y el novillero Alejandro Peñaranda también cruzaron el portón valenciano a hombros de los aficionados. Román lo hizo después de una gesta, cuando lo que debía ser una celebración de su X aniversario de alternativa se convirtió en un esfuerzo de los que honran la profesión, dando la cara con una dignidad tremenda frente a los seis toros de distintos hierros y dificultades, y sobreponiéndose a una estremecedora voltereta que, afortunadamente, no pasó a mayores. Más fría resultó la puerta grande de un Fandi que sigue alegrando al público con una su tauromaquia, mientras que la del novillero Alejandro Peñaranda resultó más sorprendente y esperanzadora, aunque el premio reservado para los novilleros, el cupo en la novillada de la Virgen de los Desamparados, el próximo 11 de mayo, haya sido finalmente para Nek Romero.
No obstante, la feria contó con un importante número de toros buenos, de hierros como los de Jandilla, Montalvo, Juan Pedro Domecq, Luis Algarra y Fuente Ymbro, que propiciaron faenas que, sin el hándicap del viento o la espada, habrían merecido mayor premio. Entre ellas, las de Juan Ortega, Paco Ureña, Morante de la Puebla, Borja Jiménez y Pablo Aguado, entre otras que, en conjunto, completaron una gran feria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario