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Metrópolis - Pilleria ,.
El lunes - 22 - Julio , los lunes a partir de las 00:30, en La2, foto,.
Pilleria,.
Es bastante conocida la frase atribuida a Aristóteles —“La victoria tiene muchas madres y la derrota es huérfana”— frente otra ligada a Napoleón Bonaparte cambiando la maternidad por la paternidad: «La victoria tiene muchos padres pero la derrota es huérfana».
Perder es tan necesario como oxigenador, tan sano como enriquecedor. De las mayores derrotas el ser humano ha aprendido, aunque a veces no lo parezca a tenor de los bucles que vivimos. Y sin embargo, el valor —ahora parece que denostado— de perder para ganar, ha quedado olvidado por el cortoplacismo.
A colación de ganar o perder me han venido muchos pensamientos a la cabeza en estos tiempos que no caducan, y que seguramente tendrán vigencia décadas por la ausencia de honra y dignidad. La victoria o la derrota siempre han sido extremos de una horquilla tan aparentemente lejanos como paralelos, y sin embargo también cercanos y con tendencia a unirse en el horizonte.
La objetividad a la hora de definir determinadas acciones y resultados siempre ha propiciado ríos de tinta defendiendo ora las derrotas —el mancillamiento—, ora inflando las victorias. Pero sobre todo instalando en los alardes del ego el valor —a veces inexistente o mínimo— de “ganar”.
Vivimos tiempos convulsos, o eso nos gusta creer cuando seguramente y mirando atrás, somos unos privilegiados. La cuestión es que no son buenos momentos para la lírica ni el libre pensamiento. Y de eso se encargan los que a diestra y siniestra tachan, censuran y señalan a los que razonan, discrepan y argumentan. El que se mueva no sale en la foto, y de hecho es casi mejor que te borren de la foto a que la fijen en un poste virtual y te claven dagas a lo Marco Junio Bruto por la espalda del anonimato.
Los que antes renegaban de comulgar con piedras de molino hoy tiran sus principios gratuitamente a las apisonadoras, imitando de forma burda y sin gracia al gran Marx, Groucho, cuyos principios cambiaba como un mercenario. A él le reíamos las gracias, porque detrás de la imitación de su personaje estaba precisamente el cinismo más crítico de los proselitistas y evangelizadores que tenían en su gabardina crece pelos de todo tipo.
Suelo casi siempre acudir a los clásicos griegos y latinos para asegurarme de que la distancia y la perspectiva temporal sirven de aislante frente al ruido y a la superficial dualidad del bien y el mal.
A veces recurro al Juicio de Sócrates y a la acusación del poeta trágico Meleto sobre el sabio ateniense. Personajes como Meleto no solo abundan hoy en día, si no que en determinados espectros de la sociedad se vienen ensalzando con asombrosa impavidez y sobre todo con una ausencia notoria —y además ensalzada— de memoria y coherencia.
En otros viajes temporales regreso a mi pasado, en el que siempre encuentro vivencias que me vienen al dedillo para solventar los nudos que se enquistan en esas sogas que nos ponen al cuello y aún nosotros apretamos más de forma suicida.
Uno de esos “yo” pasados me sitúa en la universidad, cuando durante un año ejercí de entrenador del equipo de fútbol sala de mi antiguo instituto en el barrio bilbaíno de Rekalde.
Ese año, una cuadrilla de chavales de catorce años en pleno progreso de maduración me ponía continuamente en una tesitura en la que, además de entrenador, ejercías de profesor, padre o amigo dependiendo las circunstancias.
Allí estaban Felipe, Sergio, Matu, Endika, Epi, Sendoa, Monje —el portero al que le enseñé a tirarse al suelo y desgastar sus rodilleras—, Mara (apodo de sus amigos a ese pequeño y rebelde Maradona) o Miguel, alias “Topo”.
Este último era posiblemente una de las personas más torpes que he visto en mi vida. El Euclides más paciente le habría lanzado los números a su cabeza para romperle la crisma y comprobar —empíricamente eso sí— si tenía cerebro o una calabaza.
Topo —mote acuñado por sus amigos— era tan cegato y descoordinado que a veces le miraba sus zapatillas deportivas para cerciorarme de si estaban puestas al revés.
Con esos chavales aprendí mucho. Solamente el padre de uno de ellos, del portero, acudía a vernos en los partidos, durante mañanas frías y lluviosas. Mi buen amigo ‘»Pitu» ejercía de árbitro, a veces con cierta pillería para beneficiarnos, que yo no compartía y continuamente le recriminaba con miradas asesinas.
No nos fue mal la Liga, aunque para mi lo más importante era asentar cuatro bases de la deportividad, la diversión, la amistad y el respeto. Lidié con los típicos arrebatos de la tribu adolescente, gestionando los humores con alabanzas que se mezclaban con mano dura cuando esos pequeños tiranos siracusanos se salían del tiesto.
Pero en ese año disfrute con el veloz Hermes Endika, con los Hercúleos Sendoa y Epifanio, con el Cancerbero Iván, con el sereno y valiente Aquiles Felipe, con el combativo Ares “Mara” o el más hedonista Miguel alias “Topo” que me recuerda a Dionisio.
A Mara le tenía que moldear como una joya en bruto que desaprovechaba su talento con alardes de pereza. A Endika le tenía que quitar el cigarrillo de la boca antes de cada entrenamiento para que su asma no apareciese como el fuego del Vesubio después de regatear prodigiosamente a todo el equipo contrario. A Matu le expulsé más de diez veces de los entrenamientos cuando el desafío a las normas hacía explotar el ambiente. A Sergio le moldeaba esos arrebatos de enconamiento que le llevaban a estados de negatividad. Pero con Miguel —”Topo”— tenía que manejar una paciencia infinita, pues su incapacidad era una suma de elementos entre los que la inocencia y la bondad equilibraban la desesperación que producía entrenarle.
En uno de los últimos partidos nos jugábamos optar a las posiciones más altas. El partido estaba muy igualado y para ganar había que evitar errores. Los chavales lo estaba dando todo, y después de meses en los que yo había sido seguramente un dolor testicular con tantas normas, habían llegado a un grado de disciplina y compañerismo que me hacía estar orgulloso.
Sin embargo, como buenos mortales —ya sea en la más justificable edad de los catorce, como en la menos comprensible madurez adulta—, siempre hay un clic que nos detona. Uno de los chavales, cuyo nombre no es no quiera acordarme, si no que de verdad no recuerdo, se puso a hacer la guerra por su lado, quizá buscando ese gol que sueñan todos los niños.
Tras advertirle sin éxito, no me tembló el pulso de quitarlo del partido, aún a sabiendas que quitaba a mi mejor jugador. En el banquillo ese día tenía algún lesionado, amén de otros ausentes y agotados. Cualquier elección suponía mermar las opciones de salir victoriosos. En una esquina, sentado con codos cosidos en las rodillas estaba Topo.
Le miré y le dije, ¡Sales!
Topo abrió los ojos y contestó: —Yo… pero entonces vamos a perder.
Algunos compañeros suyos miraban también incrédulos, escrutando si el siroco me había desnortado. Entonces, mientras sintiéndome Sócrates —o mi profesor de filosofía en el instituto Jose Mari—, y ante el estupor general maridado con miradas que dudaban de mi estado mental, solté: En ese caso, prefiero perder.
Topo jugó ese final de partido. Y poco importa si perdimos o ganamos porque ese día se fue feliz a casa. Y creo que sus compañeros también aprendieron algo, o así quiero creerlo. La cuestión es que diez años después, en una de esas escapadas desde Barcelona a Bilbao para recuperar las caras de mi cuadrilla —y por qué negarlo del atroz kalimotxo de fiestas del barrio— unos mozos que ya me superaban en altura y corpulencia se me acercaron.
Me costó reconocerlos, pero eran varios de esos niños. Me contaron muchas victorias y empates que tuvieron en todos esos años. Me hablaron de novias, de profesores, de derrotas y de grandes recuerdos que hoy me vienen cuando miro las fotos de sus caras en las fichas que la federación de fútbol sala que aún conservo.
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DIAS DE TOROS - Imbatible Diego Ventura, con una faena volcánica de dos trofeos,.
Imbatible Diego Ventura, con una faena volcánica de dos trofeos,.
El rejoneador llevó la espectacularidad y la emoción a los tendidos en Sevilla,.
Llevábamos días de emoción. Entre la Puerta del Príncipe de Miguel Ángel Perera, la de Daniel Luque y la épica de la tarde anterior con un Manuel Escribano que nos desbordó y la inconmensurable tarde de Borja Jiménez llegamos a la corrida de rejones con el ferial ya a pleno rendimiento después del alumbrado.
Sergio Galán abrió plaza con una faena ajustada, medida, plena de elegancia y queriendo hacer las cosas siempre con mucha verdad y entrega. Cayó el rejón de muerte un poco trasero y requirió del descabello. A la puerta de toriles se fue a recibir al cuarto y lo paró desde ahí con mucho temple. El toro tuvo más movilidad y la faena más que explosiva fue de disfrutar la puesta en escena del jinete en todas las suertes. Desde «Bribón» y ese gustazo de ver cómo el animal da los pechos al toro en los encuentros a las cercanías de las suertes.
Explosivo fue el galope a dos pistas de Diego Ventura tras el primer rejón de castigo con dos trincheras incluidas. El toro de San Pelayo tenía muchas cosas buenas, pero había que llegarlo y para mantenerlo entretenido en las cabalgaduras. Se paraba si no era así. Y eso es lo que ocurrió. Ventura tiró de recursos y de doma y con «Guadiana» hizo la reverencia antes de clavar para después poner las tres rosas. Era la única manera de conectar con el público y salvar la sosería del toro. No estuvo tan certero con el rejón de muerte.
Ventura
Espectacular fue la manera en la que Diego Ventura paró al quinto toro de la tarde y brillante cómo clavó el primer rejón de castigo. Comenzaba la faena por todo lo alto. Con «Nómada» hizo lo que le dio la gana mientras el toro colaboraba y el rejoneador se lo dejaba llegar. Con «Lío» Diego ya se había hecho con la Maestranza de lleno. Aprovechó la bravura del toro para torearlo desde la distancia, citarlo desde la otra punta de la plaza y en la rectitud, cuando llegaba el momento del encuentro, la plaza era un manicomio. Se inventaba y reinventaba Diego según iban evolucionando las condiciones del toro. Con «Bronce» vino el momento más templado y la reverencia y ya sin cabezada a dos manos puso un par volcánico. Las cortas y las rosas hicieron el resto. Lo había cuajado. El cómplice había sido maravilloso.
Hermoso
Guillermo Hermoso de Mendoza se las vio con un tercero al que le faltó transmisión y movilidad, por lo que todo lo que hizo fue a cargo suyo. De ahí que después de probarse con «Martincho» las rosas y las cortas a dos manos fueron muy por los adentros para aprovechar la querencia y la inercia del toro hacia tablas. Con el rejón de muerte fue algo extraño porque pareció algo así como un metisaca, la cosa es que el rejoneador lo vio claro y se bajó del caballo para acompañar en la muerte al toro y hacerlo desprovisto de muleta y tocando la testuz del animal.
Tras la revolución de Ventura fue su segundo y último turno. Eso le exigió echar toda la carne en el asador.La faena al noble toro fue de menos a más, porque se lo trabajó, arriesgó, se metió por los adentros, a veces más de lo necesario, hasta ir convenciendo al público. Y ya al final en una innovadora y arriesgada manera de entrar a matar en una distancia muy larga. Sorprendente actuación.
Ficha del festejo
sevilla. Feria de Abril de Sevilla. Se lidiaron toros de la ganadería de Capea y San Pelayo. El 1º, noble; 2º y 3º, soso y parado; 4º, noble; 5º, bravo y noble; 6º, noble.
Lleno en los tendidos.
Sergio Galán, rejón trasero, dos descabellos (saludos); rejón, rejón (saludos).
Diego Ventura, dos pinchazos, rejón (saludos); rejón (dos orejas).
Guillermo Hermoso de Mendoza, metisaca (saludos); rejón, descabello (saludos).
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Retratos con alma - Don Quijote y Sancho Panza ,.
La periodista Isabel Gemio regresa a la televisión para presentar 'Retratos con alma', el nuevo programa producido por RTVE en colaboración,.
Lunes - 22 - Julio - a las 22:40 horas en La 1 / fotos,.
Don Quijote y Sancho Panza,.
Un hombre muere realmente a la vida cuando pierde la capacidad de soñar, y cuando Miguel de Cervantes acababa los últimos capítulos de la que él creía su mejor obra, Los Trabajos de Persiles y Sigismunda, escribió este prólogo viendo venir su último suspiro y el fin de sus sueños.
Un preámbulo que a modo de testamento trascendental y literario, viene a descubrir la auténtica alma del autor del Quijote:
“Puesto ya el pie en el estribo, con las ansias de la muerte, gran Señor, ésta te escribo. Pero si está decretado que la haya de perder, cúmplase la voluntad de los Cielos. Ayer me dieron la Extremaunción, y hoy escribo ésta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir. Mi vida se va acabando, y al paso de las efemérides de mis pulsos, que, a más tardar, acabarán su carrera este domingo, acabaré yo la de mi vida. Adiós, gracias. Adiós, donaires. Adiós, regocijados amigos, que yo me voy muriendo y deseando veros presto contentos en la otra vida.
De Madrid, a diez y nueve de abril de 1616 años”.
Con cada centenario surge una disquisición más o menos revolucionaria de la interpretación de su obra más capital, el Quijote, que si no niega el sentido de las anteriores, las eclipsa. Javier Cercas, en un atinado ensayo sobre el Quijote, sostiene que Cervantes funda la novela moderna, y a la vez la agota, porque entre sus páginas se hallan todas las posibilidades posibles de la creación novelística.
El Quijote no fue apreciado en su tiempo en su verdadera hondura. Cervantes nunca hubiera ganado un premio literario, teniendo por encima y con el favor del público a autores tan apreciados como Lope de Vega y toda una pléyade de renombrados poetas. Así se escribe la historia, pues la novela en el siglo XVI estaba desprestigiada, y sólo la poesía y el teatro eran consideradas disciplinas literarias clásicas y aceptadas.
Cervantes inventa el género híbrido y mestizo en el que caben todos los géneros novelísticos posibles: el pastoril, el histórico, el bizantino, el aventuresco o el sicológico, en una multiplicidad estilística asombrosa. Como en el siglo que vio nacer a Cervantes, y también en el actual, la figura del intelectual, o del novelista en particular, está desacreditada por la aparición de otros iconos mucho más poderosos que la lectura, nuestro futuro cultural está herido de muerte.
Sin leer no seremos ni más libres, ni más cultos, ni más críticos.
La sociedad nos ofrece hoy atractivos fetiches del espectáculo cultural, que nos sustraen de la lectura. Hoy nos movemos en espacios tecnológicos, que nos apartan de pensar y nos conducen a una frustración vital carente de trascendencia. La grandeza del Quijote es que está llena de ironía, que nos ayuda a soportar la vida y que Cervantes inventó como recurso literario. Don Miguel nos regala su obra para que podamos descubrir el alma del hombre y acusar al mismo tiempo a una sociedad hipócrita, acaparadora y materialista.
Cervantes, como todos los novelistas, escribe para entretener, claro está, pero también para curar nuestras grises vidas y llenarlas de contenidos y fantasías. El Quijote es una novela rebelde y conspiradora en sí misma, sobre todo en la segunda parte. Los consejos del Caballero y el Escudero pueden ser aplicados a los problemas concretos que nos plantea la vida actual, como erigirse también en la tesis medular de la interpretación mística de nuestra España y del universo en general. Sus capítulos son una iluminación global para movernos en nuestra época, aunque recree el mundo del siglo XVI, al que agrega múltiples derivaciones que por sí mismas constituyen un modo de comprender al ser humano.
El psiquiatra Castilla del Pino nos invita a pensar que el Quijote, personaje cómico y grotesco donde los haya, no es un loco en el sentido terapéutico de la palabra, sino en el significado ficcional y literario, y por lo tanto no lo podemos ni diagnosticar, ni comprender, ni curar. El apaleado caballero entra y sale de la locura, según conviene al creador.
Unas veces ve a Dulcinea y otras a una labriega que huele a ajo. Es una novela de equívocos, de discordancias e ironías como expresión máxima del autor. Su enigma —si está loco o no— pervive del principio al fin de la novela, pues es un libro lleno de verdades paradójicas.
En un país supersticioso, pobre y decadente, asfixiado por la Iglesia y la Monarquía autoritaria de los Habsburgo, era imposible entender en aquel momento las verdades que encerraba el Quijote en cuanto a la libertad individual, la opresión del Estado, la defensa de los débiles y la tiranía de la Santa Inquisición. Él propone continuamente una nueva sociedad más abierta, igualitaria y laicista, pero nadie lo comprende. Por eso hoy se la considera una novela pionera del mundo moderno.
El Quijote constituyó el modelo fundacional de un nuevo modo de escribir: la novela como género. Cada lector encuentra en ese libro aquello que le permite entender su tiempo. Indudablemente el Quijote posee el poder de crear espectáculos interiores en nuestro interior. Paradójicamente, Cervantes describe en una cárcel los personajes más libres de su carrera literaria, y ellos son los que pueden cambiar nuestra forma de pensar.
Estamos pues ante un autor portentosamente irónico y con un feroz sentido del humor, que lo convierte en el gran clásico de la historia de la literatura. Jorge Luis Borges define “un clásico” como aquella obra que, una tras otra, todas las generaciones lo leen con fervor y lealtad, porque en él descubren el enigma del alma y del universo. El Quijote es, en boca de muchos autores, un milagro eterno.
Desconocemos si don Miguel fue consciente de haber creado una nueva variedad literaria, la novela actual y total, la gran sátira social de la historia. Él aseguraba que era un poeta frustrado y se convirtió en el peor promotor de sí mismo. Cervantes se consideraba un rimador fallido. Cuando se habla de su obra poética, se suelen citar aquellos versos en los que se autodefinía: “Yo que siempre trabajo y me desvelo por parecer que tengo de poeta la gracia que no quiso darme el cielo”. De modo que si el propio autor reconoce su incompetencia poética, no hay más que hablar.
Su efímera visión del mundo y su experiencia de hombre desengañado de la vida, impregnan de escepticismo sus obras y el Quijote en particular, una novela de asombrosa originalidad, donde Cervantes recurre al atrevimiento y la mordacidad para denunciar los despropósitos de una España decadente, que muy bien podría ser la de hoy. Por no tener ni siquiera tenemos un retrato del genial escritor. Ni siquiera sabemos si su verdadero rostro corresponde al que pintara Juan de Jáuregui, posiblemente basándose en la descripción que el mismo Cervantes se hiciera en el prólogo a sus Novelas Ejemplares: “Este que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro”.
Como es sabido, apenas contamos con hechos biográficos relevantes de Cervantes. ¿Amó a su mujer, Catalina de Salazar? ¿Fue feliz con ella? ¿Le confesó que cuándo él muriera profesaría como monja? ¿Le echó en cara que la abandonara? Su vida es una vida de novela, y su carácter empático, como se deriva de la ternura y humor que encierran sus personajes, arrebatador. En la locura de don Quijote conviven la tragedia al interpretar erróneamente la realidad y el idealismo en el que se convierte el extravío del caballero al desafiar las normas que rigen el mundo. Liberado por Sansón Carrasco, el Caballero de la Blanca Luna, don Quijote adopta definitivamente el camino de la cordura, y olvida su locura monomaníaca, que no era otra que su amor por los libros de caballerías.
De todas formas, sus reflexiones nunca pasarán de moda, porque sus obras encierran en sí mismas el factor sorpresa y personajes insólitos que sorprendieron a los lectores, y que nos sirven de modelos. El Quijote tuvo gran éxito y rápidamente se crearon dibujos del Caballero de la Triste Figura y de su escudero, que podían verse en las tiendas de Europa y América. Y en el siglo XXI, la NASA, para conmemorar su IV centenario, ha acomodado el nombre de Cervantes a una estrella nueva, y a sus cuatro planetas: Dulcinea, Don Quijote, Sancho y Rocinante.
Estoy firmemente persuadido que Don Quijote cabalgará allá donde haya hombres que luchen por la igualdad de los hombres, por la cultura y por la libertad, hasta la eternidad de los tiempos, porque el que es vencido hoy, podrá ser el vencedor mañana.
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