La Justicia europea desestima el recurso de Naturgy por su marca de GPG
La
compañía energética también ha conocido este miércoles que el Trubunal
General de la Unión Europea (TGUE) ha desestimado su recurso contra la
marca de la empresa italiana Global Power Service (GPS). Esta decisión confirma la sentencia de la Oficina de Propiedad Intelectual de la Unión Europea (EUIPO).
La firma transalpina solicitó en diciembre de 2018 que
la Oficina de Propiedad Intelectual de la Unión Europea (EUIPO)
registrara su marca para una amplia gama de productos relacionados con
la energía y su distribución, con un logotipo con las letras GPS en verde sobre las palabras Gobal Power Service. Naturgy Energy Group se opuso al registro al considerar que generaba confusión con su marca GPG Global Power Generation, cuyo distintivo son las siglas en azul junto a una mariposa y las palabras del nombre de la marca debajo.
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La oficina de patentes señaló entonces que el nivel de atención
del público de referencia respecto a esos servicios, aunque algunos
fueran idénticos, variaba de superior a la media a elevado. Además,
considera que los signos enfrentados solo eran escasamente similares, de
modo que presentaban diferencias suficientes para descartar con seguridad todo riesgo de confusión. El TGUE confirma esta argumentación al desestimar el recurso de la compañía española.
TITULO: Mi casa es la vuestra - Adam Michnik - Europa en la encrucijada ,.Viernes - 2 - Agosto ,.
Viernes - 2 - Agosto a las 22.00, en Telecinco, foto,.
Adam Michnik - Europa en la encrucijada,.
Adam Michnik,.
Hemos sido testigos de un milagro. Porque,
¿cuál era el tenor de las plegarias polacas de hace veinte años?
Detengámonos un momento a recordarlo:
Señor, haz que la libertad sustituya a la dictadura en
Polonia; haz que Polonia tenga un parlamento elegido democráticamente;
concédele una televisión, una radio, una prensa y unas editoriales sin
censura, unas fronteras abiertas y un mercado libre; haz que Polonia
deje de ser un Estado satélite, que las tropas soviéticas se retiren y
que los polacos puedan tomar por su cuenta y riesgo la decisión de
incorporarse a la Alianza Atlántica y a la Unión Europea.
Y cuando nosotros, sin un miserable zloty en el bolsillo, afrontamos el lanzamiento de la Gazeta Wyborcza,
sólo podíamos implorar que nuestra empresa no acabara haciendo el más
estrepitoso de los ridículos y que aquel periódico publicado por
militantes de la oposición democrática, por gente proveniente de la
clandestina Solidaridad, del exilio o incluso de la cárcel, consiguiera
conquistar los corazones de los lectores y fuese capaz de asegurar su
fidelidad durante algún tiempo, o por lo menos durante los años más
difíciles de la transición.
El buen Dios escuchó aquellas plegarias tan poco realistas y permitió
que el sueño de los polacos se hiciera realidad. ¿Por qué demonios
ahora, tras quince años de libertad, los polacos están enfadados?
¿Por qué estamos enfadados incluso nosotros, el equipo de la Gazeta Wyborcza, claros beneficiarios de la trasformación polaca y bendecidos por la fortuna?
Ésta será una confesión personal, puesto que, en parte, me siento
responsable del enfado de mis compatriotas y de mis amigos de la Gazeta.
En 1980, todavía en la época de la primera Solidaridad, cuando la
Providencia parecía estar dándole la vuelta al destino de los polacos,
siempre tan lleno de chascos, nos planteábamos la siguiente pregunta
imitando a Słowacki: Polonia sí, pero ¿cuál? Y respondíamos vacilantes:
una Polonia independiente, multicolor, basada en los valores cristianos y
socialmente justa. Una Polonia bien dispuesta para con sus vecinos. Una
Polonia capaz de asumir compromisos. Una Polonia comedida, realista y
leal a sus aliados, pero inmune a la esclavitud y espiritualmente
insumisa. Una Polonia con los conflictos propios de cualquier sociedad
moderna, pero impregnada de la idea de solidaridad. Una Polonia donde
los intelectuales defiendan a los obreros perseguidos y los obreros
estén dispuestos a declararse en huelga en defensa de la libertad de la
cultura. Una Polonia que, al hablar de sí misma, sepa usar un tono
dramático pero también sarcástico. La Polonia tantas veces derrotada,
pero jamás vencida, la Polonia que acaba de recuperar su identidad, su
lengua y su rostro.
Hoy nos preguntamos: ¿qué queda de aquel sueño? Nos repetimos esta pregunta una y otra vez, y por eso estamos enfadados.
Creíamos en el mito de la emancipación del mundo del trabajo,
creíamos que los obreros tomarían las riendas de las grandes industrias.
Este sueño resultó una ilusión vana, y las duras reglas del mercado
sustituyeron a la lógica de la emancipación. Las primeras víctimas
fueron los que nos habían traído la libertad a golpe de huelgas: los
mineros y los obreros de las fundiciones, de los astilleros y de las
refinerías. No tenían culpa alguna, pero pagaron el precio más alto. No
trabajaban peor que antes, pero el fantasma del paro se cernió sobre
ellos. Y nosotros no sabíamos cómo hacer compatible la aspiración a
tener una economía saneada con la preocupación por aquella gente que,
sin ser culpable de nada, caía víctima del mercado.
Aquél no era un dilema específicamente polaco, pero en ninguna otra
parte del mundo ha habido una oposición tan arraigada en las grandes
empresas como Solidaridad. Esta gente tiene derecho a sentirse
traicionada, a pesar de que la gran reforma de Leszek Balcerowicz fuese
probablemente la única manera de romper el círculo vicioso del
subdesarrollo.
Creíamos en Solidaridad. Era el único instrumento capaz de arrancar
de las autoridades comunistas el consentimiento para sacar a Polonia de
la dictadura por la vía de la negociación. Pero Solidaridad, aquella
magnífica confederación de gente unida por la resistencia contra la
dictadura comunista, no supo encontrar su sitio en la nueva realidad. Y,
para colmo, se debatía entre la repetición de tics adquiridos durante
la dictadura y la aspiración a ocupar el lugar del antiguo poder. Las
huelgas y las manifestaciones chocaban contra los intentos de tomar el
gobierno de las empresas. Tiempo atrás, el Partido Obrero Unificado
Polaco había controlado la política de personal de todas las estructuras
de poder. Solidaridad quiso hacerlo también. Quería decidir quién sería
voivoda, jefe de una estafeta de correos o de una oficina del registro
civil, rector de una universidad o director de un hospital. Al mismo
tiempo, Solidaridad no tenía ni la menor idea de cómo comportarse como
sindicato en un país que estaba sufriendo tantas transformaciones.
Andaba perdida, y esto es comprensible, ya que nunca se habían producido
cambios de tal envergadura.
En la Polonia libre, Solidaridad se vio cada vez más marginada, y muchos de sus militantes se sintieron estafados.
Solidaridad tenía una magnífica carta a jugar: Lech Wałęsa, el hombre
que personificaba el sueño de millones de compatriotas, sedientos de
libertad, justicia y solidaridad. Aquel electricista que lucía la
insignia de la Virgen prendida en la solapa sabía fascinar y
enfervorizar a las multitudes, pero él solito destruyó su imagen épica y
heroica, luchando sin escrúpulos por el cargo de presidente, hundiendo
el gobierno de Tadeusz Mazowiecki e insultando públicamente a Jerzy
Turowicz. Wałęsa fue el primero en instaurar el modelo de la demagogia
falaz cuando prometió dejar a los ladrones «en pelota picada» y repartir
gratificaciones millonarias. Wałęsa, el héroe nacional polaco, fue el
primero en utilizar la retórica barriobajera que luego tendría tantos
adeptos.
Wałęsa fue un presidente imprevisible e incompetente, aunque siempre
recordaremos que defendió a ultranza la economía de mercado y la
orientación prooccidental de Polonia. Y nadie ni nada cambiará el hecho
de que Lech Wałęsa dio un rumbo nuevo a la historia de Polonia y la dejó
mejor que antes.
Durante muchos años creímos que la Iglesia católica amparaba las
libertades. Nunca olvidaremos el sabio heroísmo del «primado del
milenio», el cardenal Stefan Wyszyński, que supo compaginar el
testimonio del cristianismo con el perdido compromiso con el bien común.
Para nosotros, la Iglesia de aquella época tenía el rostro del
semanario Tygodnik Powszechny, dirigido por Jerzy Turowicz, de la revista mensual Znak, dirigida por Hanna Malewska, y de la revista Więź
de Tadeusz Mazowiecki. La elección de Karol Wojtyła como Sumo Pontífice
nos reafirmó en la convicción de que la Iglesia católica, que siempre
había sido la abanderada de la disconformidad, ya no sería nunca más la
abanderada de la opresión. El martirio del padre Jerzy Popiełuszko nos
volvió a confirmar que la Iglesia representaba lo mejor de la
espiritualidad polaca.
Pensar así fue un error. Después de 1989, se puso de manifiesto que
la Iglesia católica representaba lo mejor y lo peor de Polonia.
Aparecieron los fantasmas del integrismo, del triunfalismo, de la
intolerancia y de la xenofobia. Buena parte de la Iglesia hablaba el
lenguaje del desdén y del odio hacia los que piensan de otra manera.
Desde el púlpito, se lanzaban conminaciones a votar a partidos
extremistas que pregonaban la destrucción. Aquella situación duró poco
tiempo, pero logró sembrar el miedo a lo que el clero sería capaz de
hacer.
Hoy, gracias a Dios, la Iglesia habla un lenguaje distinto. La
Iglesia habla de pluralismo, de diálogo y de tolerancia, y declara
abiertamente que la Unión Europea no es una desgracia, sino una gran
oportunidad para Polonia. Esto está muy bien. Sin embargo, que nadie se
extrañe de que conservemos el recuerdo de épocas en que la voz de los
obispos no sonaba así.
TITULO: Detrás del muro - PÁGINA DOS - María Oruña, Martes - 30 - Julio ,.
PÁGINA DOS - María Oruña,.
Martes - 30 - Julio , a las 22:00, en La2, foto,.
María Oruña,.
Página Dos visita Cantabria, donde María Oruña sitúa un asesinato
múltiple ocurrido en el Balneario de Puente Viesgo. Los inocentes es la
sexta entrega de su serie negra. Además, se dan las claves de por qué El
Conde de Montecristo es de lectura obligada.
TITULO: Cartas de amor - El tiempo del amor - John Berger y Selçuk Demirel,.
El tiempo del amor - John Berger y Selçuk Demirel ,.
fotos / Nórdica publica un libro inédito de John Berger, ¿Estamos a tiempo? En él, junto al ilustrador Selçuk Demirel,
trata una cuestión crucial para ambos: el tiempo. El tiempo como
concepto filosófico que cambia según los momentos históricos y políticos
del pensamiento; el tiempo de la memoria y del duelo; el tiempo del
amor y de la esperanza; el tiempo del cuerpo biológico, prisionero de
sus ritmos implacables, y aquel, eterno, de la conciencia; el tiempo de
la resistencia y de la revuelta, del proyecto y de la visión; el tiempo
de la naturaleza, entre la duración efímera de la mariposa y el tiempo
rocoso y, sin embargo, morrénico, de las montañas y de los glaciares; el
tiempo despiadado e indiferente del capital, que condena a la
obsolescencia todo lo que encuentra a su paso; el tiempo de los sueños y
de la invención, de la escritura y del dibujo.
En una plaza mayor, el gran reloj del ayuntamiento daba las horas.
Todos los días, por la mañana temprano, a la hora que llegaba el tren
desde los pueblos vecinos, se veía a un hombre de aspecto elegante en la
plaza, comparando la hora del reloj del ayuntamiento con la de su
leontina. Un pastor que acababa de llegar a la ciudad en busca de
trabajo le preguntó al hombre que qué hacía allí parado durante tanto
rato. Estoy esperando, le explicó el hombre, este es uno de mis
trabajos, comprobar el reloj de la ciudad. Cuando se para, yo tengo aquí
la hora exacta, continuó, señalando a su leontina, de modo que el
encargado municipal puede volver a poner el reloj del ayuntamiento en
hora. ¿Y se para muchas veces? Varias veces a la semana, y cuando se
para, vienen a preguntarme a mí, y yo les digo la hora y me pagan por
ello. Me pagan casi un dólar. Es un dinero fácil. A decir verdad, tengo
muchos trabajos, demasiados. Mira, me has caído bien, si quieres te paso
este. Te doy la leontina —va con el trabajo— por medio dólar.
La narrativa es otra manera de hacer un momento imborrable, pues los
relatos, cuando hay alguien para escucharlos, detienen el curso
unidireccional del tiempo.
Hasta el siglo xix, era una creencia generalizada, cuando no
universal, que el mundo tenía unos cuantos miles de años de antigüedad,
algo medible conforme a la escala temporal de las generaciones humanas.
Pero en 1830, Charles Lyell publicó sus Principios de Geología, en los
que proponía que la Tierra, «sin vestigio alguno de su comienzo ni
perspectivas de un final», tenía millones, tal vez cientos de millones,
de años de antigüedad.
Los acontecimientos crean el tiempo. En un universo sin
acontecimientos no habría tiempo. Los distintos acontecimientos crean
tiempos distintos. Tenemos el tiempo galáctico de las estrellas, el
tiempo geológico de las montañas, el tiempo vital de la mariposa. Estos
tiempos diferentes solo se pueden comparar utilizando una abstracción
matemática. El hombre inventó esta abstracción. Inventó un tiempo
«exterior» regulado en el que encajaba más o menos todo. Después de
esto, podía, por ejemplo, organizar una carrera entre una tortuga y una
liebre y medir el resultado utilizando una unidad de tiempo abstracta
(los minutos).
El tiempo, como lo han explicado Einstein y otros físicos, no es
lineal, sino circular. Nuestras vidas no son puntos en una línea —una
línea que hoy está siendo amputada por la avaricia instantánea de un
orden capitalista global sin precedentes—, no somos puntos en una línea;
somos más bien los centros de unos círculos.
La diferencia entre las estaciones, al igual que la diferencia entre
el día y la noche o entre un día soleado y un día lluvioso, es vital. El
discurrir del tiempo es turbulento. La turbulencia acorta los tiempos
vitales, objetiva y subjetivamente. La duración es breve. Nada dura.
Esto es tanto una oración como un lamento.
Si solo pienso en mí, ¿quiénes son los otros? Si los otros solo
piensan en ellos, ¿quién soy yo? Si no ahora, ¿cuándo? Si no aquí,
¿dónde?,.
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