TITULO:
Mi casa es la tuya - ANTONI BALLABRIGA ,. , Viernes -20- Marzo,.
Mi casa es la tuya',.
Este viernes -20- Marzo a las 22.00, Telecinco emite una nueva entrega de 'Mi casa es la tuya', con Bertín Osborne charlando con ANTONI BALLABRIGA, fotos.
ANTONI BALLABRIGA,.
Pensar en el medio ambiente debe ser una obligación para los bancos
Las entidades financieras ya no responden solo ante sus accionistas
sino ante toda la sociedad. Así lo entiende el director global de
Negocio Responsable de BBVA. Y así es como habrá que reinventar (y
humanizar) el capitalismo ante el reto climático.
En
2018, BBVA se convirtió en la primera entidad financiera española en
anunciar su estrategia de cambio climático y desarrollo sostenible. El
anuncio vino acompañado de un compromiso: movilizar 100.000 millones de
euros destinados a financiar esta transición. El responsable de esta
estrategia es Antoni Ballabriga, director global de Negocio Responsable
de la entidad. Desde el año pasado, Ballabriga es también copresidente
del comité directivo global de UNEP FI, Iniciativa Financiera del
Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, en el que
participan más de 250 instituciones financieras de todo el mundo. Por
eso, nadie mejor que él sabe cómo debe afrontar el sector financiero el
reto que representa la emergencia climática.
¿A qué se dedica el director de negocio responsable de un banco como BBVA?
Es una figura cada vez más relevante en
muchas compañías. Nuestra obsesión es asegurar que el banco sitúa a las
personas en el centro de todos los procesos de decisión y que la entidad
funcione como una banca responsable.
Dice que su trabajo consiste en “romper zonas de confort”. ¿Qué quiere decir?
Significa que hay que retar a todas las
áreas del banco para que incorporen esta visión humanista. Y eso
requiere romper esas zonas convencionales para lograr el mayor impacto
positivo.
¿Cuesta hacer entender a los altos
directivos la necesidad de que las entidades financieras se rijan por
prácticas de responsabilidad social?
Todo empieza con definir un propósito
transformacional centrado en el impacto que podemos tener en la vida de
las personas. Entender que no solo respondemos ante los accionistas sino
ante la sociedad en su conjunto. Pero es cierto que en los últimos años
ha habido un gran cambio.
¿En qué sentido?
La presión por parte de los inversores y de la
sociedad y el interés de reguladores y supervisores ha generado un punto
de inflexión que hace que este tema esté en la agenda. Y eso ha ayudado
a que se tomen decisiones relevantes.
La sosteniblidad es la mayor oportunidad de negocio para un banco en los próximos diez años
Se habla mucho de la nueva economía verde, pero ¿en qué consiste exactamente? ¿Y cómo se va a financiar?
El Acuerdo de París y los Objetivos de
Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas han dado lugar a un cambio
radical y a una gran oportunidad para que las empresas canalicen
recursos hacia la transición que necesitamos. Y nuestro sector debe
asegurarse de que esa canalización es adecuada.
Aclaremos un par de conceptos. ¿Qué es la ‘green finance’?
Consiste en canalizar fondos hacia
actividades que tengan un impacto positivo en el medio ambiente. Eso
puede traducirse en emisiones de bonos, préstamos o productos de
inversión.
¿Y la “taxonomía de las finanzas sostenibles”?
Es un término muy técnico, pero en la
práctica es una especie de diccionario que define qué actividades son
sostenibles y cuáles no para evitar malas prácticas. La Comisión Europea
está trabajando en ese diccionario, que será una piedra angular en este
proceso.
¿Los bancos piensan en las personas y en el medio ambiente cuando toman decisiones?
Es su obligación. Debería formar parte de
la misión de cualquier banco. El impacto de nuestra actividad en la vida
de las personas tiene que formar parte de nuestra estrategia y modelo
de negocio. Queda mucho por hacer, pero creo que vamos por el buen
camino.
¿Qué tipo de políticas corporativas tiene que repensar el sector financiero?
Para empezar, estos asuntos tienen que tratarse en
los máximos niveles de decisión, como el consejo o el comité de
dirección. Deben estar presentes en el día a día de los presidentes y
consejeros delegados. Y eso tiene que permear en todas las unidades de
negocios. El equipo de recursos humanos, por ejemplo, tiene que entender
la diversidad como una palanca para destapar el talento dentro de las
organizaciones. Y las distintas áreas de negocio tienen que cambiar la
manera de acompañar a los clientes.
¿Qué puede hacer un banco para ser una empresa medioambientalmente sostenible?
Tres cosas. Primero, aportar soluciones a
las personas y empresas que quieren tomar decisiones financieras
teniendo en cuenta criterios ambientales y sociales. Los bancos tenemos
que fomentar esa inversión responsable. La segunda es a través de
nuestra propia actividad. Nosotros, por ejemplo, queremos que toda la
energía que consumimos sea cien por cien renovable en 2030. Por último,
está la actividad que un banco puede desarrollar a través de sus
fundaciones de carácter social. La Fundación Microfianzas de BBVA es la
mayor entindad filantrópica de América Latina y está beneficiando a 2,1
millones de microemprendedores.
Por cierto, ¿puede ser la sostenibilidad rentable para un banco?
Sin duda. Me atrevo a decir que la
sosteniblidad es la mayor oportunidad de negocio para un banco en los
próximos diez años. La Agenda de Desarrollo Sostenible y el Acuerdo de
París implican una lista ingente de inversiones que Naciones Unidas
cuantifica entre 5.000 y 7.000 billones de dólares al año. Y esa es una
gran oportunidad de negocio.
¿Cómo debería ser la banca del futuro? ¿Cómo se imagina el sector dentro de 10 o 20 años?
Es necesario un cambio sistémico, que no
sean solo unas pocas entidades. Y eso implica un cambio cultural, estar
atento a las tendencias sociales. Las nuevas generaciones nos están
pidiendo a gritos un cambio. Hay que visualizar la banca del futuro como
una banca basada en el propósito, que tenga un impacto positivo en la
vida de las personas, que sea un motor de oportunidad.
En 2018, BBVA anunció su estrategia de cambio climático y desarrollo sostenible. ¿Cuáles son los pilares de esa estrategia?
Estamos en la era de la responsabilidad.
La humanidad nunca ha tenido tanta capacidad para decidir sobre su
futuro. Y lo que hacemos hoy condiciona enormemente a las futuras
generaciones. Y eso es lo que quisimos plasmar en esa estrategia que
está basada en tres pilares: financiar, gestionar e involucrar. El
primero se materializa en nuestro compromiso de movilizar 100.000
millones de euros en finanzas sostenibles en los próximos ocho años. El
segundo consiste en gestionar nuestro impacto directo e indirecto. Eso
se traduce en ayudar a nuestros clientes a reducir sus emisiones de CO2 y
en tratar de alinear nuestra actividad al Acuerdo de París de manera
progresiva. Y el tercero es implicar a empleados, clientes, inversores,
reguladores, supervisores y hasta a nuestra propia competencia para
afrontar este reto colectivo. Un ejemplo de eso son los principios de
banca responsable de Naciones Unidas que ya ha suscrito un tercio del
sistema bancario mundial.
El Acuerdo de París establece que
“el sector financiero debería regular los flujos de una manera
conducente a un mundo sostenible”. ¿Qué significa eso y cómo se
consigue?
El espíritu del acuerdo es que el sector
financiero debe jugar un papel clave. Dependemos de lo que hagan las
compañías de movilidad, las energéticas, las ‘pymes’, pero también los
ciudadanos que tenemos que incorporar estas cuestiones en nuestras
decisiones del día a día. Cada sector tiene su propia senda y los bancos
debemos acompañar a las empresas y a las personas en esa transición.
Pero si hay países como Estados Unidos que abandonan los acuerdos. ¿Sirve de algo?
Los gobiernos tarde o temprano actuarán.
Cuanto antes mejor. En EEUU empresas y ciudades ya están liderando la
transición. Los gobernantes tarde o temprano cambiarán o cambiarán sus
políticas.
El Banco Central Europeo ha anunciado que se harán test de estrés vinculados a la emergencia climática. ¿En qué consistirán?
En 2015, el gobernador del Banco de
Inglaterra Mark Carney dio un famoso discurso en el que alertaba sobre
el impacto que el cambio climático podía tener en los sistemas
financieros: desde los riesgos físicos, como los desastres naturales,
hasta los riesgos que supone la transición para algunos sectores. Desde
ese discurso, la Comisión Europea y otros reguladores se han puesto a
trabajar. Y una de las consencuencias es que el Banco Central Europeo
cada vez pide más información relacionada con el cambio climático a los
bancos. De ahí esos test de estrés.
El año pasado, la Business
Rountable, que asocia a los CEOS de las principales compañías
norteamericanas, firmó una declaración defendiendo la función social de
las empresas. ¿Estamos ante un cambio de paradigma?
Que los líderes de las mayores empresas de
Estados Unidos hicieran una declaración de este estilo cuando vienen de
una posición más tradicional, en la que la compañía solo se debe a sus
accionistas, es efectivamente un cambio de una gran dimensión. Y tiene
una dosis de autocrítica.
¿Pero qué quiere decir esto en la práctica?
Para que signifique algo, las empresas
deben compensar a sus empleados por criterios vinculados a la
sostenibilidad. Además, debe haber un modelo reforzado de gobernanza
para que estos temas se traten al nivel que deben de tratarse. Y por
último, tienen que fijarse objetivos y medir su impacto. En eso debería
materializarse esa declaración. Si no, se quedará en eso: una simple
declaración.
¿Pretenden este tipo de iniciativas reinventar el capitalismo?
Sí, lo que hay detrás es la idea de
repensar el capitalismo, de humanizarlo, de poner a las personas en el
centro. Que va en línea con lo que nosotros predicamos desde hace años.
Pero es muy relevante que lo diga la institución empresarial más
influyente de EEUU, que no deja de ser el foro de empresas más
influyentes de Estados Unidos, que no deja de ser la cuna del
capitalismo. Pero repito, la prueba del algodón será ver si dentro de
diez años esas compañías han integrado estos temas en su estrategia y
gobernanza.
TITULO:
Pekín Express - Poblados ferroviarios: el tren ya no para aquí ,.
Pekín Express ,.
Cristina Pedroche conduce 'Pekín Express: La ruta de los elefantes', una aventura en mitad del Índico, en la que 10 parejas con perfiles muy diferentes, etc.
Poblados ferroviarios: el tren ya no para aquí ,.
La llegada del tren a mediados del siglo XIX propició la construcción
de poblados ferroviarios por toda España. Superados por la
transformación social de la industrialización, muchos quedaron obsoletos
en pocos años. De los que resisten, la mayoría se encuentra en franca
decadencia. Sus habitantes se asoman hoy a un futuro incierto.
UN SOL EN ascuas cae oblicuo sobre el poblado de Algodor. En esa
muesca de tierra donde Madrid se adentra en Toledo, la llanura roja y
verde se rasga con el perfil de una construcción neomudéjar, un edificio
solitario con un tejado de ocho puntas y ventanas abiertas en arcos. La
vieja estación de tren se erigió en 1929 en sustitución de una
anterior, más humilde. Enfrente, un haz de vías reparte dos orillas de
casas bajas, 60 en total, todas en hilera. Todas quietas. Una profunda
calma se cierne sobre el lugar casi hasta el desasosiego. El gorjeo de
los pájaros se superpone al ritmo de la gravilla que cruje bajo los
pasos. El óxido infecta los hierros de los raíles, desbordados por las
malas hierbas. Una vieja máquina con dos decenas de vagones de
mercancías duerme un sueño que se antoja eterno. En los pilares que
sujetan las marquesinas aún se aprecia el logotipo de la compañía
ferroviaria que levantó estas 20 hectáreas de ciudad fantasma: MZA,
Madrid-Zaragoza-Alicante. Un reloj señala impasible las 4.08. En su
reverso marca las 4.30.
Fue en 2005 cuando se hizo el silencio en Algodor. Entonces terminó
la circulación de trenes a Madrid, que había fluido regularmente durante
casi un siglo y medio. Ese mismo año se inauguró el AVE que une la
capital con Toledo. Y la estación, y con ella el asentamiento que había
proliferado a su alrededor, quedaron definitivamente obsoletos. “Era un
pueblo pequeñito pero con mucha vida. Algodor fue la felicidad de mis
años de infancia”, rememora Pepe Rodríguez, hijo de ferroviario, que
llegó allí con su familia desde Toledo en 1946, con dos años. “Ahora
llevamos más de tres lustros peleando con el Ayuntamiento de Aranjuez
[al que pertenecen] y con Adif [la entidad pública creada en 2005 como
escisión de Renfe que construye y explota las líneas, y que también
gestiona el patrimonio ferroviario]: no tenemos agua potable, no hay
línea telefónica… y nos tienen abandonados”, protesta. La decadencia de
este enclave, donde perviven una veintena de hogares, se remonta a los
años cincuenta. Fueron los tiempos de la modernización ferroviaria
impulsada por el desarrollismo. El declive se exacerbó en los setenta,
con la desaparición de la tracción a vapor, que hizo innecesaria la
mayor parte de la mano de obra. La apuesta por la alta velocidad y el
transporte en carretera acabó por hacer el resto.
Como el medio centenar de poblados ferroviarios que existen en España, esta localidad se fundó ex novo,
de la nada, para cubrir las necesidades derivadas del tren, enseña de
la revolución industrial del siglo XIX. A partir de 1860, y a lo largo
de décadas, trabajadores llegados de todo el país fueron instalándose en
estos asentamientos, que pronto se convirtieron en los lugares de
nacimiento de sus hijos. La de ferroviario —casi siempre así, en
masculino— era una profesión nómada, de destino en destino. Y muchas
veces se heredaba. “Aquellos primeros pobladores eran como marcianos,
una especie de paracaidistas que desembarcaron en un territorio con el
que no tenían nada que ver”, explica Miguel Jiménez, gerente de
patrimonio histórico y turismo ferroviario en la Fundación de los Ferrocarriles Españoles, que firma junto a Domingo Cuéllar y Francisco Polo la publicación de referencia sobre esta cuestión, Historia de los poblados ferroviarios en España
(Fundación de los Ferrocarriles Españoles, 2005). Lo que antes eran
tierras sin uso o cultivadas se fueron transformando en ciudades en
miniatura con lo necesario para articular la convivencia: escuelas,
economato, médico, iglesia, fonda, bares y hasta cines… Toda una vida
que, al verse atropellada por la rápida transformación social en el
siglo XX, acabaría siendo víctima de una muerte lenta. Al igual que
Algodor, la mayor parte de los poblados ferroviarios de España se
encuentran hoy en franca decadencia. Y, con ellos, sus habitantes se
asoman a un futuro incierto.
En medio de una paz monacal en los límites de Algodor aparece Maribel
Uría. Vio la luz hace 56 años en este rincón de España hoy casi
olvidado. Es la única autóctona que queda. La suya y el resto de
familias que viven en este enclave alquilan sus casas a Adif, empresa
propietaria del parque de viviendas ferroviarias. Algunos son
descendientes de los pobladores originales, quienes tienen preferencia
para acceder a las residencias ferroviarias. El resto son forasteros
atraídos por los precios bajos de las cada vez más abundantes viviendas
deshabitadas. “Antes estábamos acostumbrados al ruido y no nos
molestaba”, recuerda Maribel sobre los años en los que los trenes
llenaban casi todo el espacio y el tiempo. “Ahora ya me he hecho al
silencio”.
Antes de que la empresa pública Renfe
se fundara en la posguerra (1941), las distintas compañías privadas que
operaban en el territorio nacional (MZA, Oeste, Norte, Ferrocarriles
Andaluces…) se encargaron de levantar estos poblados con el mismo celo
de un padre que cuida de sus hijos: con un carácter protector y a la vez
autoritario. Todo, o casi, estaba provisto por la empresa. Poco a poco,
los precarios asentamientos fueron cobrando forma. De residir en
chabolas o vagones, las familias recién llegadas fueron ocupando las
casas que se iban construyendo. Si bien el economato o el médico estaban
pagados por la ferroviaria, hubo quien estableció comercios por
iniciativa privada.
En Almorchón (pedanía de Cabeza del Buey, Badajoz; 45 habitantes), Mari Loli Sánchez todavía reside en la misma vivienda donde su padre y su abuelo ejercían su oficio de carniceros. Aún se conservan, vacías, las cuadras donde dormían los animales, y en la sala de despiece se guardan el tajo y la antigua báscula. Del techo cuelgan unos pimientos secos y una tira pegajosa con unas cuantas moscas apelotonadas. En esta misma calle, con media docena de casas, hubo un par de fondas donde se hospedaban los viajeros de paso. En las aceras ahora desérticas se desplegaban terrazas donde parroquianos y visitantes se juntaban a tomar algo cuando caía la fresca. Eran los sesenta y en el poblado vivían más de 1.200 personas. “Aquí enlazaban los trenes de Córdoba, Madrid y Badajoz: esto era un hervidero”, recuerda Clemencia Muñoz Seco, una vecina que, junto a Mari Loli y otros lugareños, ha formado la asociación Vecinos de Almorchón para conservar y difundir su patrimonio ferroviario. “No se trata de obsesionarse con lo que fue”, explica Mari Loli, “sino en pensar todo lo que podría ser”.
Desde su creación, Adif
tiene la misión de gestionar el conjunto de sus bienes, que Renfe
heredó de las anteriores compañías privadas. Acumulan casas de más o
menos categoría; pabellones, estaciones; edificaciones que albergaron
colegios, consultorios médicos, residencias para trabajadores… Muchos se
encuentran en estado de ruina, o casi. En las grandes ciudades, como
ocurre con el barrio ferroviario de Vicálvaro, en Madrid, hace tiempo
que se vendieron casi todos los inmuebles. “Son edificios antiguos, en
los que se ha hecho el mantenimiento que se ha podido”, reconoce José
Luis García Montón, a cargo del patrimonio de Adif en Madrid. “Por eso
no se ofertan a los valores del mercado”. Consultados diferentes vecinos
de varios poblados para este reportaje, los precios de alquiler oscilan
entre 100 y 200 euros mensuales. En la misma estación de Algodor vive
Irene Muñoz, toledana de 34 años, que arrenda junto a su pareja y su
hija parte de la que fuera la casa del jefe de estación. Aunque la han
reformado de su bolsillo, no pueden optar a compra.
A la hora en que la tarde se vuelve violeta se perfila la silueta de
Paco, profesor jubilado, en una calle de Algodor. Descarga del maletero
la compra que ha hecho en un supermercado. “No tenemos trenes ni
autobuses, así que dependemos de nuestro vehículo”, suspira. Antaño, el
ferrocarril constituía un medio de transporte diario. Con él iban de
compras o de visita a Madrid, Toledo, Aranjuez, Ciudad Real… Más allá de
las estancias vacacionales —hay hasta quien se ha construido una
piscina—, la actividad que resiste en este lugar, que alcanzó los 384
habitantes en 1940, la mantienen los aficionados a la fotografía que se
presentan aquí los fines de semana. El paisaje es tan evocador que
numerosas parejas vienen a sacarse su álbum de boda. Además, Adif
alquila distintos espacios, en especial la estación, para rodajes. Aquí
se han grabado la Julieta de Almodóvar y un capítulo de la ficción de TVE El caso.
Tampoco faltan los aventureros con ganas de explorar la zona, donde hay
desperdigados una docena de búnkeres de la Guerra Civil.
En aquellos años de sangre, una bomba atravesó la escuela del hoy llamado poblado de Monfragüe (nacido como Plasencia-Empalme y rebautizado como Palazuelo-Empalme). Situado en Cáceres y erigido a partir de 1880, los paisanos vieron morir a siete niños y dos adultos en aquella jornada fatídica que, aunque no presenciaron, todos recuerdan hoy en el pueblo. En una casa cercana aún se aprecian las dentelladas de la metralla. Frente a los 8 o 10 habitantes que residen en invierno, en este tórrido último día de mayo hay congregados una docena de forasteros, antiguos vecinos y sus consortes que en la actualidad, ya jubilados, viven esparcidos por el país. Hace dos décadas, varios vecinos tomaron el relevo de sus padres para organizar las fiestas. Han llegado a reunir a 125 personas, aunque ahora se juntan unas 70. Este viernes colocan guirnaldas y unas sillas de plástico en una plazoleta junto a la iglesia, tapiada, en cuyo campanario reposan unas estilizadas cigüeñas. “Hacemos un baile, una rifa y una misa. Luego comemos en el campin”, cuenta Víctor Macías, antiguo maquinista de 70 años. “Sobre todo lo hacemos por vernos, por juntarnos y saludarnos”.
A partir de los años cuarenta, cuando alcanzó su pico de 800
habitantes, la vida en Monfragüe se fue desmoronando. Hoy solo hay un
ferroviario empleado: el jefe de estación. Desde la ventana de su
oficina se ven más vacas pastando que vagones en movimiento: se
mantienen 10 servicios diarios. En los buenos tiempos se empleaban 225
personas. Todo el poblado vivía del ferrocarril. Y sus calles se
llenaban con las historias de las rutinas diarias. “Había un tren que
iba todos los días a La Bazagona [a unos 20 kilómetros] para traer agua,
y los niños aprovechaban el viaje para bañarse en el Tiétar”, rememora
Víctor. Por entonces, los juegos de los chavales discurrían entre vías
mientras sus padres desempeñaban las labores que exigía el sector:
factor de circulación, fogonero, maquinista, interventor… Aunque estaban
acostumbrados al trasiego de vagones, de vez en cuando ocurría alguna
desgracia. Soledad, hija del médico, aún se acuerda con espanto de
cuando presenció cómo un tren decapitaba a un hombre.
La vida de los trabajadores del ferrocarril, coinciden los entrevistados, requería de grandes esfuerzos. Pero, en una época de penurias, recibían un sueldo fijo todos los meses. Que no era poco. Muchos invocan un dicho: “El hambre pasa por la puerta del ferroviario, pero no entra”. Organizados y sindicados, se trataba también de un colectivo reivindicativo que en ocasiones plantó cara al régimen de Franco. El 19 de julio de 1936, tras el alzamiento, numerosos trabajadores del tren organizaron una huelga espontánea en la estación de Arroyo-Malpartida (Cáceres). Más de uno no vivió para contarlo. Más tarde llegaron las tropas de Mussolini para ayudar a controlar el tráfico ferroviario a Portugal, y un soldado se quedó para regentar un bar, el Italia. “En la Guerra Civil estos lugares desempeñaron un papel estratégico. Eran objetivos militares y luego fueron estaciones de castigo”, ilustra Francisco Polo, director del Museo del Ferrocarril de Madrid y autor de La depuración del personal ferroviario durante la Guerra Civil y el franquismo (Fundación de los Ferrocarriles Españoles, 2019). Como empleados de empresas concesionarias del Estado, 83.000 ferroviarios fueron sometidos a procesos de depuración en la posguerra. “Más de 7.000 fueron despedidos y 13.000 o 14.000 sancionados. Una sanción muy común fue la del traslado a estos poblados”, explica Polo, quien añade en su libro que, en un proceso que se prolongó hasta la muerte del dictador en 1975, “la sublevación militar de 1936 se cebaría con este grupo profesional, fuertemente politizado y sindicalizado, que había puesto en jaque al país en diferentes momentos de su historia [principalmente a través de la huelga]. El franquismo debía neutralizar todas las fuerzas que podrían volverse en su contra en el futuro”.
En estos enclaves, los vecinos se han ido asociando para salvaguardar
y dar nuevos usos al patrimonio que se conserva. La mayoría defiende
que en los edificios vacíos se podrían montar residencias de ancianos,
centros culturales, hoteles… También aspiran a preservar y difundir los
usos y objetos ferroviarios en museos como los que ya existen en
Almorchón o Las Matas (Madrid).
Para montar estas colecciones, los lugareños han contado con el apoyo
de Adif, que les ha cedido materiales. Sin embargo, en no pocos poblados
resuena un eco de quejas por la “dejadez” de la empresa pública con
respecto a su patrimonio inmobiliario. Desde Adif responden que hacen
todo lo que se encuentra en su mano. Y que el futuro de estas
propiedades no depende solo de ellos, sino también de las
Administraciones. “Nuestra intención es vender la vivienda del parque
antiguo, que rehabilitamos en la medida de lo posible”, apunta Fernando
Gómez, gerente de patrimonio y urbanismo sur de Adif, “pero además del
saneamiento físico también es necesario un saneamiento jurídico”, un
proceso burocrático que se encuentra en diferentes estadios dependiendo
del poblado (de ahí que en algunos se pueda optar a compra de las
viviendas y en otros no). Desde 2000, el Ministerio de Cultura trabaja
en el Plan Nacional de Patrimonio Industrial, a través del cual se incoó
en 2004 el expediente para declarar bien de interés cultural el poblado
de Monfragüe. Para ello se diseñó un proyecto de rehabilitación que
también pondría en valor el cercano parque nacional de Monfragüe, hogar
de buitres negros y búhos reales. Pero en estos 15 años la declaración
no se ha hecho efectiva. Y el poblado se cae a pedazos.
El de Monfragüe o Arroyo-Malpartida, ambos con una arquitectura
similar, de inspiración alsaciana, fueron poblados “puros”. Es decir, se
dedicaron exclusivamente al tren. En Arroyo, que tuvo 1.100 habitantes y
donde hoy no pasan de los 50, aún quedan vestigios de esa fijación: el
sagrario de la iglesia (que antes fue un cine) se apoya en dos topes de
vagón, hay vigas hechas con raíles… Antonio Salomón, exmaquinista, sigue
conservando a sus 83 años el uniforme y la gorra impecables, junto con
piezas de exposición como una trompetilla y un farol de tres fuegos.
Durante largos años, iba y volvía todos los días a Madrid, a la estación
de Delicias. Muchas veces, confiesa con picardía, cargaban café
portugués de contrabando. De todos sus viajes, nunca fue tan feliz como
en su poblado. “Era el mejor depósito de máquinas de España”, afirma
orgulloso, caminando sobre las vías semiabandonadas. Otros lugares
fueron lo que Cuéllar, Jiménez y Polo clasifican como “poblados mixtos”.
En ellos se alternaban otras actividades económicas, especialmente en
enclaves fronterizos o mineros. Este es el caso de Barruelo de
Santullán, en las tripas de la montaña palentina. Allí, Fernando Cuevas,
responsable del centro de interpretación de la minería, no escatima en
desvelos para mantener la memoria de esta población surgida en el siglo
XIX. “A lo largo de casi toda su historia, las minas de Barruelo
estuvieron vinculadas al ferrocarril, produciendo briquetas (bloques
combustibles elaborados con carbón), hasta que este ya no necesitó
carbón”, explica.
Cada poblado es el único que puede contar la historia de su
desaparición. Existen también algunos ejemplos de supervivencia. La
estación de Las Matas, en Madrid, pertenece a Las Rozas, uno de los
municipios más ricos de España. “En los setenta, la poca luz que había
venía de unas farolitas colocadas en las esquinas de cada casa. Y ni
siquiera había asfalto”, rememora Vicente Virtus, antiguo factor de
circulación, quien vive desde entonces en esta recoleta barriada, ya con
todas las comodidades. Venta de Baños, en Palencia, creció mucho más
allá del ferrocarril hasta alcanzar los 7.500 habitantes en los sesenta
(ahora son 6.300). De ellos, más de 1.200 eran empleados del tren. La
alta velocidad terminó de rematar buena parte de la actividad de esta
localidad que, como dice José Luis Renedo, presidente de la Asociación Venteña de Amigos del Ferrocarril,
“ya no es ni sombra de lo que era”. “El AVE dividió el pueblo y ni
siquiera hay estación ni puesto de adelantamiento, como se dijo”, se
queja. En esta localidad, dentro de una nave cedida por Adif, unos
cuantos ferroviarios jubilados como él continúan volcados en su pasión,
en esos trenes que les “corren por las venas”. Con 87 años, Emilio López
construye maquetas de trenes a vapor. No solo tienen un aspecto
realista, sino que funcionan perfectamente. Realiza los cálculos a mano,
anotando las cuentas con tiza en una pizarra, mientras otros compañeros
se dedican a rehabilitar antiguos vagones charlando de los buenos
tiempos. “Había gente muy muy competente trabajando en Venta de Baños”,
suspira Eugenio de Val, antiguo maquinista de 82 años. “¡Si supierais la
categoría que tuvo esta estación y lo que le han hecho!”.
TITULO: UN BUEN PLAN ES IR AL CINE - Hasta que la muerte nos separe ,.
En Almorchón (pedanía de Cabeza del Buey, Badajoz; 45 habitantes), Mari Loli Sánchez todavía reside en la misma vivienda donde su padre y su abuelo ejercían su oficio de carniceros. Aún se conservan, vacías, las cuadras donde dormían los animales, y en la sala de despiece se guardan el tajo y la antigua báscula. Del techo cuelgan unos pimientos secos y una tira pegajosa con unas cuantas moscas apelotonadas. En esta misma calle, con media docena de casas, hubo un par de fondas donde se hospedaban los viajeros de paso. En las aceras ahora desérticas se desplegaban terrazas donde parroquianos y visitantes se juntaban a tomar algo cuando caía la fresca. Eran los sesenta y en el poblado vivían más de 1.200 personas. “Aquí enlazaban los trenes de Córdoba, Madrid y Badajoz: esto era un hervidero”, recuerda Clemencia Muñoz Seco, una vecina que, junto a Mari Loli y otros lugareños, ha formado la asociación Vecinos de Almorchón para conservar y difundir su patrimonio ferroviario. “No se trata de obsesionarse con lo que fue”, explica Mari Loli, “sino en pensar todo lo que podría ser”.
En aquellos años de sangre, una bomba atravesó la escuela del hoy llamado poblado de Monfragüe (nacido como Plasencia-Empalme y rebautizado como Palazuelo-Empalme). Situado en Cáceres y erigido a partir de 1880, los paisanos vieron morir a siete niños y dos adultos en aquella jornada fatídica que, aunque no presenciaron, todos recuerdan hoy en el pueblo. En una casa cercana aún se aprecian las dentelladas de la metralla. Frente a los 8 o 10 habitantes que residen en invierno, en este tórrido último día de mayo hay congregados una docena de forasteros, antiguos vecinos y sus consortes que en la actualidad, ya jubilados, viven esparcidos por el país. Hace dos décadas, varios vecinos tomaron el relevo de sus padres para organizar las fiestas. Han llegado a reunir a 125 personas, aunque ahora se juntan unas 70. Este viernes colocan guirnaldas y unas sillas de plástico en una plazoleta junto a la iglesia, tapiada, en cuyo campanario reposan unas estilizadas cigüeñas. “Hacemos un baile, una rifa y una misa. Luego comemos en el campin”, cuenta Víctor Macías, antiguo maquinista de 70 años. “Sobre todo lo hacemos por vernos, por juntarnos y saludarnos”.
La vida de los trabajadores del ferrocarril, coinciden los entrevistados, requería de grandes esfuerzos. Pero, en una época de penurias, recibían un sueldo fijo todos los meses. Que no era poco. Muchos invocan un dicho: “El hambre pasa por la puerta del ferroviario, pero no entra”. Organizados y sindicados, se trataba también de un colectivo reivindicativo que en ocasiones plantó cara al régimen de Franco. El 19 de julio de 1936, tras el alzamiento, numerosos trabajadores del tren organizaron una huelga espontánea en la estación de Arroyo-Malpartida (Cáceres). Más de uno no vivió para contarlo. Más tarde llegaron las tropas de Mussolini para ayudar a controlar el tráfico ferroviario a Portugal, y un soldado se quedó para regentar un bar, el Italia. “En la Guerra Civil estos lugares desempeñaron un papel estratégico. Eran objetivos militares y luego fueron estaciones de castigo”, ilustra Francisco Polo, director del Museo del Ferrocarril de Madrid y autor de La depuración del personal ferroviario durante la Guerra Civil y el franquismo (Fundación de los Ferrocarriles Españoles, 2019). Como empleados de empresas concesionarias del Estado, 83.000 ferroviarios fueron sometidos a procesos de depuración en la posguerra. “Más de 7.000 fueron despedidos y 13.000 o 14.000 sancionados. Una sanción muy común fue la del traslado a estos poblados”, explica Polo, quien añade en su libro que, en un proceso que se prolongó hasta la muerte del dictador en 1975, “la sublevación militar de 1936 se cebaría con este grupo profesional, fuertemente politizado y sindicalizado, que había puesto en jaque al país en diferentes momentos de su historia [principalmente a través de la huelga]. El franquismo debía neutralizar todas las fuerzas que podrían volverse en su contra en el futuro”.
TITULO: UN BUEN PLAN ES IR AL CINE - Hasta que la muerte nos separe ,.
- Reparto
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- Sara, que tiene una dolencia cardiaca, entabla amistad con un compañero de su nuevo trabajo. La profesora está en plena mudanza con su marido cuando su amigo es detenido para sorpresa de todos.
- TITULO:
Días de cine - Octavi Pujades, el médico que renunció a su plaza en psiquiatría por ser actor ,. Viernes -20-
Marzo,.
Viernes-20- Marzo a las 20:30 horas en La 2 y a las 22:00 en Canal 24 Horas / fotos,. -
Octavi Pujades, el médico que renunció a su plaza en psiquiatría por ser actor,.
Da vida a Ximo Moltó, un artificiero fan de Chimo Bayo en 'Cuerpo de élite'. Nos desvela que al artista de los 90 no le importaría hacer un cameo.Octavi Pujades es Ximo Moltó en 'Cuerpo de Élite'. Valenciano, miembro de los Tedax, fan del mismísimo Chimo Bayo y el Mozart de la pólvora. Tratará de arreglarlo todo haciéndolo volar por los aires. En la vida real muy poco tiene que ver con su nuevo personaje en la serie que arrasa los martes en Antena 3.Pujades estudió la carrera de medicina, se presentó al MIR, sacó plaza como psiquiatra... y lo dejó todo por la interpretación. Así nos desvela en una entrevista en la que confiesa que Chimo Bayo se puso en contacto con él tras el primer capítulo "y creo que no le importaría hacer un cameo".
El médico de profesión pero artista de vocación ya había aparecido con un papel en la película del mismo título. Cuando el guión llegó a sus manos "me hizo muchísima ilusión". Del personaje "comparto que es muy inocente. Yo soy muy niño en el sentido de intentar ilusionarme por las cosas y ver siempre el lado positivo".Ya de pequeño "escribía y dirigía las funciones de teatro en el colegio, pero la cosa quedó ahí y me centré en estudiar". Así llegó a presentarse al examen MIR y sacar una plaza "a la que al final renuncié".
Mientras se preparaba el examen empezó a hacer trabajos de fotografía, para publicidad. También se presentó a varios casting hasta que en uno le dijeron que sí. Interpretó un papel en la serie de 1999 ' Happy House', donde cuatro estudiantes del Instituto de arte dramático vivían en un piso.
Ahí empezó todo y tras aplazar su plaza en Psiquiatría un año decidió rechazar a ella para dedicarse a la interpretación. De aquellos momentos en los que casi es médico ahora se aprovecha "a la hora de estudiar los guiones sigo teniendo la misma disciplina".
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