TITULO: España Directo - Economía - Auge y caída de Joaquín Parra, el rey de Babilonia,.
Auge y caída de Joaquín Parra, el rey de Babilonia,.
Durante dos años el empresario sevillano deslumbró a los pacenses y enamoró a los aficionados del CD Badajoz, pero se marcha estando en prisión y teniendo que vender un equipo al borde de la ruina,.
foto / Joaquín Parra, micro en mano, en el estadio Nuevo Vivero ante la afición y las autoridades,.
El Antiguo Testamento cuenta que Nabucodonosor, el rey de Babilonia, era un fanfarrón y quiso construir un ídolo gigante que deslumbrase al reino. Le puso cabeza de oro, torso de plata y piernas de hierro, pero sus pies eran de barro. Una piedra rodó hacía la estatua y todo se desplomó. En el caso del Club Deportivo Badajoz la piedra pudo ser el gol del Amorebieta el 22 de mayo, la detención de su presidente en julio o el plantón de la afición, que ya ha dicho basta, pero está claro que Nabucodonosor es Joaquín Parra.
Como el rey de Babilonia, el empresario sevillano pasó dos años en Badajoz ilusionando a los aficionados. Pagó deudas antiguas, reformó el estadio, batió récords de abonados e hizo soñar a todo el mundo con declaraciones como que el CD Badajoz jugaría la Champions en un estadio diseñado por los arquitectos de la Ciudad Deportiva del Real Madrid. Esa era la resplandeciente fachada. Pero en la trastienda las deudas se acumulaban y los problemas legales del propietario del 99% de las acciones.
En las dos últimas temporadas el CD Badajoz rozó el ascenso a Segunda, jugó los octavos de final de la Copa del Rey y tuvo 9.600 abonados cuando el récord anterior era de 5.600 y estando el club en Segunda. Pero los pies de barro eran los impagos a Hacienda, la Seguridad Social y los proveedores, que se iban acumulando.
Viernes - 8 - Noviembre a las 22.00, en Telecinco, foto,.
Quim Carro - La fábrica de bulos produce chivos expiatorios,.
Quim Carro,.
Que sí, que ya sé que internet ha ayudado a su expansión, pero lo de los bulos y las conspiranoias no son algo de ahora. Por eso cuando eras pequeño un perro se comió tus deberes y “el profe me tiene manía” era tu respuesta para casi todo. Lo que yo no sabía es que cuando me internaran en el sanatorio de Carfax iba a conocer a personajes tan pintorescos como el hombre que repartía cromos impregnados de droga a la puerta de los colegios; también al que compró un cocodrilo y al crecer lo tiró a las alcantarillas, generando el terror en el subsuelo de Nueva York, o a Vanessa, la niña, ahora rozando los cuarenta, que vivió un curioso percance con su perro, un bote de mermelada y Ricky Martin, todo ello emitido en un programa llamado Sorpresa, sorpresa. Ellos y otros personajes similares ocupaban un pabellón anexo al edificio principal del psiquiátrico, rodeado por una elevada verja, y apenas tenían contacto con el resto de pacientes.
Hasta que Carfax decidió abrir perfiles en todas las redes sociales.
No sé si esto tuvo algo que ver con el que desapareciera la valla que separaba los dos inmuebles, pero lo cierto es que ambos hechos coincidieron en el tiempo. Aunque siguieran viviendo en su propio espacio, al interactuar con el resto de internos sus estrafalarias ideas empezaron a cuajar entre los que, como yo, vivíamos en el edificio principal; y a partir de entonces las conversaciones sobre reptilianos, intraterrestres y conspiraciones judeo-masónicas pasaron a ser la banda sonora habitual en todos los rincones. Solo un pequeño detalle nos diferenciaba: ellos tenían su propio menú. Consistía en esa pizza que decías en tu casa que te había sentado mal para disimular tu evidente borrachera, y zumo natural: un zumo que bebían con la máxima rapidez posible, ya que si no se le iban las vitaminas.
Ellos (llamémosles así) son los que más hablan, son los que más alzan la voz, han ido cogiendo todo el protagonismo y el patio es suyo. Pero entre el resquebrajado cemento del claustro comienzan a surgir briznas de esperanza: en voz baja somos algunos ya los que nos atrevemos a defender teorías ahora revolucionarias como que la tierra es redonda o que las vacunas salvan vidas.
TITULO: Detrás del muro - PÁGINA DOS - Jairo Marcos y María Ángeles Fernández , Martes - 12 - Noviembre ,.
PÁGINA DOS - Jairo Marcos y María Ángeles Fernández ,.
Martes - 12 - Noviembre , a las 22:00, en La2, foto,.
Página Dos se traslada al Embalse del Ebro para conocer Memorias ahogadas, de Jairo Marcos y María Ángeles Fernández, un ensayo sobre pueblos sumergidos. Virginia Mendoza en La sed, repasa la escasez de agua en la historia de la humanidad. Y Jorge Freire en Los extrañados habla del desarraigo.
TITULO: Cartas de amor - Amor y armisticio,.
Amor y armisticio,.
foto / No soy de tomar notas. Prefiero dejar que mi memoria filtre. En los últimos años, más que filtrar mi memoria impide el paso de los recuerdos. Pero de vez en cuando alguna inesperada reminiscencia del pasado me asalta como un chaparrón de primavera. ¿Cómo dejé sin escribir la historia de Voti? No me la había olvidado, pero me costaba encontrar el tono o el momento. Voti era uno de los pocos alumnos que leía en los recreos. No era de mi curso, pero formábamos parte del disperso conjunto de lectores. Intercambiábamos recomendaciones, críticas, anatemas. Era un fanático de Tolkien. Tenía un anillo que su abuela materna le había traído de Alemania: aparentemente, una réplica autorizada de la saga. Siempre según Voti, la familia de su abuela materna, alemana, tenía una relación lejana con los antepasados de Tolkien, que también eran alemanes. Aunque el autor nació en Sudáfrica y murió en el Reino Unido. El abuelo materno de Voti era italiano. Ambos, Hanna y Tono, habían llegado a la Argentina de adolescentes, solos. Hanna recaló en el puerto de Buenos Aires en 1922, Tono en 1924. Mussolini ya desplegaba su poder en Italia, y su fétido mensaje comenzaba a permear la frágil capa de civilización europea. En 1925, en prisión, Hitler escribiría Mein Kampf, una elocuente amenaza, que apenas unos pocos quisieron escuchar: proponía exterminar a los judíos y a la democracia. Tono provenía de una familia comunista: a diferencia de importantes comunistas italianos, los padres de Tono habían sido cautivados por la férrea apariencia de Stalin apenas falleció Lenin. Tono y Hanna se conocieron en un conventillo. Ella era más refinada, él más culto. Tono trabajaba en el Mercado del Abasto, primero como cargador, luego con su propio puesto. Hanna era mecanógrafa. Tono escribía artículos para el periódico del PC, y el director se los pasaba a Hanna para que los mecanografiara. Hanna y Tono se habían saludado y mirado con interés varias veces en el patio comunal, pero desconocían esta conexión: en un desayuno, la descubrieron como una decisión del destino. Fue un amor apasionado pero extrañamente equilibrado. Tono descreía de la institución del matrimonio, a Hanna no le importaba. Se instalaron en una sola pieza, apenas algo más grande, en el mismo conventillo. Para 1932, los padres de Hanna, en Munich, se hicieron orgullosamente nazis, y ella también. Tono combatía a los nazis locales en ocasiones a puñetazos. El noviazgo terminó. Cada cual abandonó el conventillo por su cuenta, sin saludarse. Pero siete años después ninguno de los dos había formado una nueva pareja estable. Los padres de Hanna le insistían para que regresara al Reich de los mil años. Pero ella prefería su independencia en el nuevo país. También en Argentina podía ser una nazi plena. En 1939, Hitler y Stalin, a través de sus cancilleres Molotov y Ribbentrop, firmaron un armisticio amistoso: se dividirían Polonia, y al menos Europa del Este —Hitler pensaba en el resto del mundo—, mitad para cada uno. Hanna y Tono se encontraron casualmente en una peña salteña, sobre la calle Ecuador, y retomaron el amor que ninguno de los dos había podido olvidar. Tono debió despedir a una mucama que se le había aquerenciado, y esta vez Hanna y Tono, aún sin casarse, tuvieron un hijo. Cuando Giacomo cumplió dos años —Hanna no lo sabía, pero Tono le había puesto Giacomo al primogénito en honor al asesinado militante socialista italiano Giacomo Matteotti—, Hitler invadió la Unión Soviética. Ese movimiento todavía sigue desconcertándome. Algunos historiadores lo consideran fatal: Hitler no se resignaría a convivir con una Rusia comunista. Pero lo cierto es que Stalin no representaba un peligro para el nazismo ni en 1941 ni a mediano plazo. Stalinistas como el historiador inglés Eric Hobsbawm defendieron el pacto Hitler–Stalin aseverando que las democracias capitalistas eran un peligro para la justicia social mayor que el nazismo. A Hobsbawm no le importó que el nazismo se propusiera como meta asesinarlo a él y a sus padres junto a todos los judíos del mundo. Tampoco que Stalin le regalara a Hitler esposados a los comunistas alemanes en el exilio soviético. Y cuando Hitler finalmente atacó, siguieron defendiendo a Stalin con el argumento de que esos dos años habían permitido el fortalecimiento industrial y armamentístico de la URRS. De ser cierta esta teoría de “la espera solapada”, no se entiende por qué Stalin se negó a contraatacar, e incluso negaba que los alemanes estuvieran invadiendo hasta que ya habían entrado miles de kilómetros. Fueron sus generales quienes los obligaron a reaccionar. Para cuando los Aliados, y 22 millones de rusos muertos, derrotaron al nazismo, Hanna fue a buscar a Tono. Disimuló su amargura en un festejo que organizaban los principales referentes de lo que luego sería la Unión Democrática, por la victoria aliada. Pero cuando ganó Perón, a los cuatro años de Giacomo, Hanna se hizo peronista y Tono mantuvo su antiperonismo comunista. La pareja se separó una vez más: Hanna se llevó en su vientre a Eva, la hermana de Giacomo, la madre de Voti. Siempre le dijo a Tono que era en honor a Duarte de Perón, pero se susurraba a sí misma que era en primer lugar la evocación de la breve y suicidada esposa de Hitler. En el 55, como dos caballos cansados, con su hija de diez y su hijo adolescente, Hanna y Tono se reunieron y se casaron. El nuevo intento duró hasta 1961, cuando Kruschov levantó el Muro de Berlín. Tono defendía la República Democrática Alemana, Hanna se fue directamente a vivir a Alemania Federal. A los 54 años, se juntó en Bonn con un nazi: un discípulo pero coetáneo de Martin Heidgger, de 70 años. Voti nunca me dijo el nombre de este novio de su abuela. Pero fue el que le consiguió el anillo que ella finalmente le regaló en uno de sus periódicos viajes.
No creo haber encontrado el tono para narrar este romance. Quizás el peso de los acontecimientos históricos, tan evidentes y caudalosos, me frena la mano, me dificulta apropiármelos. Pero sí el momento: me encontré con Voti sobre Avenida de Mayo. Él mismo me saludó. Descubrió en Hamás y Hezbollah, entre otros grupos terroristas fundamentalistas islámicos que mencionó, su nueva fe. Las mujeres debían ser cubiertas de pies a cabeza. A mí me perdonarían, por su personal intermediación, si aceptaba convertirme. Le dije que no estaba entre mis planes. Se había anotado para participar de una charla del filósofo islamista Tarik Ramadan, nieto de Hassan Al Banna, fundador de los Hermanos Musulmanes, admirador de Hitler y promotor de la sharía, la ley que Isis y sus secuaces pretenden imponerle al mundo. ¿Podía existir un cóctel semejante? Me negué a darle la mano. Hay algunas personas con las que me niego incluso a un armisticio.
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