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viernes, 17 de octubre de 2014

CAFE TARDE, "Chaplin antes de Charlot",./ EL BLOC CALLEJERO, ENVIDIA, ( II ),./ LA COCINA VIERNES,

TÍTULO: CAFE TARDE,  "Chaplin antes de Charlot",.

 Vivió en cuartuchos húmedos y en asilos para pobres con su madre, una actriz ...fotos,

Cine

Chaplin antes de Charlot,.

Vivió en cuartuchos húmedos y en asilos para pobres con su madre, una actriz cómica que acabó desnutrida y demente. Con ella debutó Charles Chaplin, a sus cinco años, en un antro londinense. No fue fácil su camino hasta conquistar Hollywood, pero todo cambió al crear a su eterno Charlot, el vagabundo que hacía reír y llorar al mismo tiempo y el cual cumple cien años. 
Hannah Hill era una cómica de vodevil con dos hijos Sydney, de nueve años, y Charlie, de cinco de distintos padres. Pese a sus muchas dificultades, era alegre y cariñosa. Y por no dejar a sus niños solos en turbias habitaciones alquiladas, cuando ella actuaba, se los llevaba al teatro.
Una noche, en the canteen un tugurio lleno de soldados, Hannah se quedó sin voz mientras actuaba. Atronaron los insultos y silbidos, y ella debió abandonar el escenario, desesperada. En bastidores, el director de escena le dijo que saliera el niño a quien había oído cantar a veces. Así debutó Charles Chaplin, con cinco años y ante un público difícil. Ante el resplandor de las candilejas, el niño cantó y gustó. Tanto que empezaron a llover monedas sobre el escenario. «Inmediatamente me interrumpí y dije que cogería el dinero antes de seguir cantando», cuenta el propio Chaplin en su Autobiografía (Lumen). El director acudió a ayudarlo a recoger las monedas, pero Charlie pensó que el hombre quería quedarse con su dinero y comenzó a perseguirlo. «No volví a cantar contó Chaplinhasta que se lo entregó todo a mamá».

El niño continuó actuando e incluso improvisó imitaciones; una de ellas, de su propia madre. Llovieron aplausos y más monedas, que aumentaron cuando Hannah se unió a Charlie en el saludo final. «Aquella noche fue mi primera actuación y la última de mi madre», agrega también en su Autobiografía. Charles Chaplin [Inglaterra, 1889 -Suiza, 1977], el hombre que inventó a Charlot, uno de los artistas más ricos e influyentes del siglo XX, tuvo una infancia dickensiana que asoma en sus películas. Vivió en cuartuchos de Londres donde «el aire viciado hedía a gachas rancias y a ropa vieja», cuenta. Pero reconoce que, de niño, «apenas era consciente de la crisis porque vivíamos en una constante crisis». Además, contó con el cariño de su madre, tierna y quebradiza, que acabó incluso demente, pero de quien dice Chaplin aprendió la compasión y el amor.A Hannah la habían abandonado los padres de sus hijos; el de Sydney era un hombre mucho mayor que ella, de buena familia, con el que no se casó; el de Charlie, un actor cómico alcohólico. Mientras ella pudo actuar, mantuvo a sus hijos con desenvoltura: llegó a tener buen cartel. Pero la edad y los achaques le bajaron el telón. Pasó a coser camisas a destajo y con tarifas de esclava. Y, aun así, el dinero no daba.
Desde muy niños, Sydney y Charlie buscaron trabajillos para aportar algo, pero la afección mental y la desnutrición acabaron por derrumbar a Hannah: los tres pasaron temporadas en asilos públicos. Charlie fue recadero y botones, trabajó en una imprenta, en una compañía de claqué... Cuando Sydney creció, se embarcó en un mercante y enviaba dinero a casa. Fue él quien consiguió que le hicieran una prueba a su hermano para actuar. Así, Charlie se convirtió en actor con 12 años: su primer papel importante fue el de Billie, el botones de Sherlock Holmes. Recorrió Inglaterra con pequeñas compañías de teatro y poco a poco fue haciendo oficio.
En 1910, CHaplin llegó a América, su ansiado destino. Fue con la compañía de teatro de Fred Karno. Trabajó en varias obras y realizó giras por Chicago y San Francisco. Fue una etapa dura, de mucha soledad, cuenta. Tenía sus propias ideas que solían chocar con las del director y hambre de conocimiento (apenas había ido a la escuela); leía a Schopenhauer y ansiaba ser un hombre ilustrado, «no por amor a la ciencia dijo, sino como una defensa contra el desprecio que siente el mundo por el ignorante».
Su gran oportunidad se la dio Mack Sennett, que lo fichó para el cine en 1913. Para él fue una ventana de nuevas posibilidades: no había que repetir el mismo papel cada día, se trabajaba rápido y se rodaba en una sola jornada.De nuevo, Chaplin chocó con los directores: se le ocurrían escenas y gags, los proponía, pero no le hacían caso. Hasta que un día que le pidieron una escena ocurrente para suplir unos gags, Chaplin se inventó a Charlot. Fue en 1914. Había nacido un personaje mítico. El primer filme de Charlot, Making a living, se estrenó ese mismo año. El personaje siguió inspirando a Chaplin cientos de gags y despertó algo nuevo: el sentimentalismo en el humor. De ello habla mucho en su Autobiografía: de su querencia por la melancolía, de su timidez, de la aplastante sensación de soledad que sintió incluso cuando logró el ansiado éxito y pasó a ser rico.
«El éxito, dijo, sirve para que lo quieran a uno». Pero en amores no le iba demasiado bien al inicio. Sus dos primeras esposas eran adolescentes [tenían 16 años] a las que había dejado embarazadas. Mildred Harris, la primera, perdió al niño al poco de la boda. Con Lita Grey, la segunda, tuvo dos hijos: Charlie júnior y Sydney. De Mildred habla como de algo pasajero. De Lita, ni pronunciar el nombre: todo acabó en escándalo. Ella lo acusó de maltrato, racanería suprema y de obligarla a practicar «aberraciones sexuales». Los tabloides americanos disfrutaron con la guerra por el divorcio. El juez sentenció a favor de ella: Chaplin debía pagarle 825.000 dólares; entre otros motivos, por haber ejercido una intolerable crueldad mental.
No fue su único batacazo judicial por temas de 'faldas': años después, Joan Barry una alocada aspirante a actriz lo acusó de ser el padre de su hijo. De nuevo perdió Chaplin, aunque los análisis de sangre negaban su paternidad. Con su tercera mujer, Paulette Goddard, una actriz ya de renombre, la relación fue menos tempestuosa. Por esa época, Chaplin ya un meteoro imparable hacia el éxito filmaba a destajo. Escribía, dirigía y a veces componía la música de sus filmes. «Para hacer una buena comedia solo necesito un parque público, un policía y una chica guapa», decía. Pero surgió un imprevisto: el cine sonoro. Le costó digerirlo. «¿Qué voz tiene Charlot?», se preguntaba.
Siguió filmando sin sonido, a contracorriente, y le fue bien. El chico, La quimera del oro, El circo, Luces de la ciudad, Tiempos modernos... Obras geniales. Pero en 1940 se rindió: El gran dictador fue sonora... en todos los sentidos del término.Se la sugirió el cineasta Alexander Korda: Hitler y tú tenéis el mismo bigote, ¿por qué no haces una película? Chaplin estuvo de acuerdo: «Hitler es una mala imitación mía», dijo. El gran dictador fue un proyecto difícil [tardó dos años en desarrollar la historia] y con sinsabores. Mil veces dijo después que, de haber sabido de la existencia de los campos nazis, no habría hecho el filme. Lo sorprendente es que tuvo problemas de censura en Gran Bretaña y los Estados Unidos. La situación empeoró cuando Chaplin se pronunció a favor de abrir un segundo frente en la Segunda Guerra Mundial, de echar una mano a los soviéticos que luchaban contra Hitler desde el este. Lo acusaron de comunista. Hubo boicots contra sus películas, críticas en la prensa...
Además, todo coincidió con la demanda de paternidad de Joan Barry y su romance con Oona O'Neill, la hija del dramaturgo Eugene O'Neill, su 'nueva' adolescente: ella tenía 17 años y él, 53. Se casaron en cuanto Oona cumplió los 18, y esta vez sí funcionó. Tolerante, de una belleza luminosa, dulce, atractiva... Chaplin se deshace en elogios hacia ella y se congratula de haber encontrado a una mujer que no quiere ser actriz, sino que prefiere dedicarse a ser su esposa. Eso hizo Oona: dedicó su vida al genio y a los ocho hijos que tuvieron. Con ella, Chaplin vivió sus últimos años en Suiza. Se marchó, desencantado, de los Estados Unidos en 1953 y en el barco recibió la notificación que le prohibía la entrada en el país. Regresó en 1972 para recoger un Óscar honorífico. Hollywood le dijo adiós con una ovación de doce minutos, la más larga jamás registrada.
Chaplin y las adolescentes
-La primera, Mildred Harris
Se casaron al quedarse ella embarazada a los 16 años. Perdió ese bebé. Y otro que tuvo después, solo vivió tres días. El matrimonio duró dos años.
-La segunda, Lita Grey
Tenía también 16 años al conocerse. Tuvieron dos hijos y acabaron en los tribunales. Ella lo acusó de maltrato.
-La tercera, Paulette Goddard
Fue una relación más tranquila. Buenos amigos al inicio, se casaron y, cuando la distancia era insalvable, se divorciaron sin mayor escándalo.
-La definitiva, Oona O'Neill
Chaplin y Oona O'Neill, la hija del dramaturgo Eugene O'Neill, iniciaron su relación cuando ella tenía 17 años y él, 53. La actriz Geraldine Chaplin, uno de los ocho hijos que tuvieron él y Oona, cuenta que su padre le enseñaba siempre a su mujer lo que escribía y que tenía muy en cuenta sus opiniones. Dice también que era severo, trabajador y disciplinado: «Se pasaba meses ante un papel en blanco buscando la perfección, agrega Geraldine. Tenía mucha humanidad y sentido de la justicia e intentaba entender a todos sin renunciar a sus principios. Y sí, le gustaban las jovencitas, ¡pero se casaba con ellas!».

Su persecución política
¿Fue Comunista?
Su intervención a favor del Frente Soviético y contra los nazis durante la Segunda Guerra Mundial agravó la tensa relación que mantenía con el gobierno de los Estados Unidos. Eran los tiempos de la caza de brujas y las listas negras en Hollywood. Chaplin nunca había ocultado sus simpatías por los laboristas británicos (aunque en la foto pose con el conservador Winston Churchill en 1931) y había confesado cierta filia socialista, pero negó ser comunista. Con todo, el Comité de Actividades Antiamericanas lo puso en el punto de mira. En 1953, cansado del acoso, Chaplin se marchó de los Estados Unidos. Volvió en 1972, a recoger un Óscar honorífico.
El día que se inventó a Charlot
Un personaje polifacético y nada armónico «Necesitamos unos gags. Maquíllese y póngase un disfraz cómico. Cualquier cosa», le dijo el actor Ford Sterling a Chaplin durante el rodaje de la película Extraños dilemas de Mabel, donde el inglés tenía un pequeño papel. «Al dirigirme hacia el vestuario, pensé que podría ponerme unos pantalones muy holgados, unos zapatones y añadir al conjunto un bastón y un sombrero hongo, quería que nada fuera armónico», cuenta Chaplin. Como le habían dicho varias veces que era muy joven, se pintó un bigote que lo envejeciera, sin ocultar su expresión.
De camino al set empezó a contonearse y a hacer molinetes con el bastón. «Este personaje es polifacético: es a la vez un vagabundo, un caballero, un poeta, un soñador, un tipo solitario que espera siempre el idilio y la aventura», explicó a Sterling. «Suba al plató y veremos qué puede hacer», le dijeron. La escena discurría en el vestíbulo de un hotel. Chaplin se sentía como «un impostor que se hacía pasar por uno de los huéspedes, cuando en realidad era un vagabundo que buscaba cobijo. Entré y tropecé con el pie de una dama. Me volví y me quité el sombrero; luego choqué con una escupidera; me volví una vez más y levanté el sombrero ante la escupidera». Las carcajadas resonaban en el plató. Acudieron actores de otros estudios, escenógrafos, carpinteros, sastres. Todos se desternillaban. Charlot había triunfado.

 Cafe Tarde : «Tarde,  a las siete y entreno dos horas. Luego, me ducho y tomo: un café cortado, fruta, una tostada de pan de centeno con pavo y un zumo de naranja». 

 TÍTULO: EL BLOC CALLEJERO, ENVIDIA, ( II ),.

A simple vista, una pasión tan universal e innoble como la envidia haría ingobernable cualquier sociedad. En efecto, la envidia, que amarga y ...foto,.

A simple vista, una pasión tan universal e innoble como la envidia haría ingobernable cualquier sociedad. En efecto, la envidia, que amarga y destruye tanto a quien la sufre como a quien la suscita, envenena la vida social y genera insolidaridad e individualismo, así como aversión hacia quienes se perciben como superiores, instaurando el reinado de la mediocridad. Todos los regímenes políticos se han tropezado con la cizaña insalvable de la envidia; y con ella han tenido que bregar, tratando de impedir que se extendiese su torva carcoma. Max Scheler, gran estudioso de la envidia, señala que solo hay dos modelos políticos que lograrían atemperar (ya que no reprimir del todo) sus efectos deletéreos: una democracia social, acaso quimérica, que propiciase una solidaridad perfecta entre sus miembros; y una organización jerárquica muy rigurosamente articulada. En cambio, afirma que la sociedad que favorece más la envidia es aquella en que «los derechos políticos y la igualdad social, públicamente reconocidos, coexisten con diferencias muy notables en el poder efectivo y en la riqueza efectiva; una sociedad en que cualquiera tiene 'derecho' a compararse con cualquiera y, sin embargo, no puede compararse de hecho».
¿Acaso no está refiriéndose Scheler, exactamente, a la sociedad en la que vivimos? No es el filósofo alemán el único que ha establecido este vínculo entre envidia y democracia. Así, por ejemplo, Nicolás Gómez Dávila escribió que «en las democracias, donde el igualitarismo impide que la admiración sane la herida que la superioridad ajena saja en nuestras almas, la envidia prolifera». Unamuno afirmaba, por su parte, que, cuando la envidia «su hiel en muchedumbre vacía / de gratitud al llamamiento sorda / suele dejarla y la convierte en horda, / que ella es la madre de la democracia». Bertrand Russell consideraba que las teorías políticas «son siempre el disfraz de la pasión, y la pasión que ha reforzado las teorías democráticas es indiscutiblemente la envidia». Y, para no seguir aburriendo al lector con la coincidencia en este extremo de pensadores tan diversos, aportaremos la opinión de Fernando Savater: «La envidia es la virtud democrática por excelencia (...). Es en cierta medida origen de la propia democracia, y sirve para vigilar el correcto desempeño del sistema (...). Hay un importante componente de envidia vigilante que mantiene la igualdad y el funcionamiento democrático».
Si repasamos las citas anteriores, descubriremos que no solo afirman que la democracia sea incapaz de mitigar la envidia, sino también que la envidia da sentido (es 'refuerzo' de la democracia, según Russell; 'madre', según Unamuno; 'origen', según Savater) a la democracia; como si dijéramos que la envidia le brinda su alma a la democracia. Se trata, desde luego, de una reflexión desazonante; pero son muchos los pensadores que han llegado a la misma conclusión desde puntos de partida muy distintos, casi antípodas. Sa vater llama a la envidia, incluso, «virtud democrática»; pero todos tenemos una experiencia nítida e intransferible de la envidia (por padecerla, por despertarla o por ambas cosas), y sabemos que no es una virtud, del mismo modo que sabemos que lo que la envidia propicia no puede ser virtuoso. Por no emplear palabras con connotaciones morales, podríamos decir (y creo que es una expresión que los autores citados podrían aceptar por 'consenso') que la envidia es 'motor de democracia'.
Como sostiene Savater, la envidia mantiene a los gobernados vigilantes en una demanda constante de igualdad; pero la igualdad que les procura no es efectiva, como sagazmente observa Scheler. Y en una sociedad en que cualquiera tiene derecho a compararse con cualquiera y, sin embargo, no puede compararse de hecho, la envidia no hace sino proliferar como los conejos. Esta proliferación de la envidia la utilizan luego los demagogos, dividiendo a las masas en facciones contrapuestas, a las que llamarán 'privilegiados' y 'oprimidos', o 'retrógrados' y 'progresistas', o 'rojos' y 'azules', o 'negros' y 'blancos', o como les plazca. De este modo, todo el encono social que produce constatar que la igualdad prometida no es efectiva, en lugar de dirigirse contra los urdidores del engaño, se convierte en gresca que incendia el cuerpo social; y los demagogos pueden así apacentarlo, estableciendo alianzas entre quienes tienen envidias comunes para llevar acciones comunes contra los envidiados.
A la larga, una sociedad así se convierte en una junta de caníbales; pero, entretanto, los demagogos hacen su agosto. 

 TÍTULO: LA COCINA VIERNES, PASTA CON RAPE Y REFRITO,.
 

Ingredientes:-foto -Para la pasta: 300 g de orecchiette, 50 g de mantequilla, l de caldo de ave, 50 g de cebolla, 200 g de vino blanco, 30 g de aceite de oliva virgen extra, 30 g de parmesano rallado, sal y pimienta. -Para el rape con refrito: 200 g de lomo de rape, 25 g de aceite de oliva suave, media cayena fresca, 1 diente de ajo y 1 cucharada sopera de vinagre de sidra. Elaboración: se pica la cebolla en cuadraditos pequeños, se rehoga en una cazuela con el aceite, se añade la pasta y se deja sudar dos minutos. Se desglasa con el vino y se incorpora el caldo de ave caliente poco a poco dándole vueltas, como a un risotto, durante 14 minutos. Cuando la pasta esté en su punto, se retira del fuego, se agrega el parmesano, se mezcla bien y se salpimenta. Del rape con refrito: se filetean el ajo y la cayena. Se sazona el rape y se marca en la sartén cinco minutos por cada lado. Acabado y presentación: se hace un refrito con el aceite, los ajos y la guindilla. Cuando el ajo esté dorado, se vuelca todo sobre el rape. Se añade el vinagre y se recuperan los jugos. Se vuelcan otra vez sobre el pescado y se repite la operación dos veces más. Se sirve con la pasta. Mis trucos
En contra de lo que se piensa, es una buena idea sazonar el pescado con mucha antelación para que el punto de sazón sea perfecto. Cuando llegamos a casa con él, y si no lo vamos a consumir de inmediato, conviene salarlo y guardarlo en la nevera.
Reinos de humo, por Carlos Maribona La exquisitez de los despojos
Callos, morros, sesos, carrilleras, lenguas, orejas, mollejas, hígados, riñones, criadillas, manitas... Si usted es de esas personas a las que solo oír hablar de vísceras ya les revuelve el estómago, lo mejor es que no siga leyendo. Según cifras oficiales, los españoles comemos al año cerca de 60 millones de kilos de estos 'despojos', palabra francamente fea que no hace justicia a un producto tan exquisito. Quienes hayan superado ya la cincuentena recordarán el empeño de nuestras madres, que venían de las penurias alimenticias de la posguerra, en que comiéramos filetes de hígado para sobrealimentarnos. Algo que a los niños de entonces nos provocaba pavor. Sin embargo, con la edad todo cambia.
Ahora es difícil resistirse a la delicia del tuétano extraído de un hueso de caña, bien caliente, untado sobre una tostada de pan. O a unos callos a la madrileña, de esos que dejan pegados los labios. O a unos riñones salteados al Jerez. O a unos delicados sesos rebozados y fritos. Por fortuna, en nuestros restaurantes se encuentran con facilidad platos de casquería, productos con precios muy asequibles, algo importante en los tiempos que corren. En Madrid es un fijo De la Riva, que toca todas las teclas. En Barcelona, no dejen de visitar Ca LIsidre, con sus sesos a la manteca negra, las manitas o los callos. No les hagan ascos.

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