LA PANTERA ROSA Y LUKE LUKE - Ni "maricones" ni "tóxicos": así es la nueva masculinidad en la música . , fotos.
Ni "maricones" ni "tóxicos": así es la nueva masculinidad en la música,.
Megansito El Guapo,Sen Senra, Goa, Ghouljaboy... los jóvenes españoles le dan la vuelta a décadas de dominio varonil.Me encantan los chicos que se pintan las uñas". A Rosalía le basta un tuit para que a la industria musical le crezca un signo de interrogación en la cocorota. Está más o menos claro que las mujeres poderosas como ella son quienes dominan el panorama. Pero: ¿qué lugar ocupa ahora lo masculino? Y sobre todo: ¿Qué significa ser hombre en la música de 2020?,.
Tal vez tenga la respuesta Bad Bunny, el icono puertorriqueño del trap-reguetón, que sí, nos recuerda todo el tiempo lo mucho que le gusta el esmalte en sus cutículas. O quizá habría que fijarse en Frank Ocean, la primera gran estrella de la escena hip hop y urbana en declararse abiertamente 'queer'. O, mejor aún, en Tyler the Creator: cuando empezó, hace una década, en sus canciones prácticamente sólo se oía una palabra. "Faggot" ("maricón"), con su sonido de bóveda -'copyright' de Miguel de Molina-, apenas desaparecía de su boca. Y si algo no le molaba, es que era muy "gay". Con el tiempo, el rapero californiano (y colaborador cercano de Ocean) ha ido dejando atrás ese vocabulario hasta convertirse en un modelo de las nuevas masculinidades: menos toxicidad y más abrirse. Incluso Eminem le ha terminado llamando eso mismo: maricón.
Resulta curioso que en España uno de los primeros casos de este 'nuevo hetero' fuese C. Tangana. En sus iniciales 'mixtapes', muy influidas por otro icono del revisionismo testosterónico como Drake, el madrileño rompía con la tradición del hip hop español hasta entonces: todos muy concienciados socialmente, pero siempre más chulos que un ocho. Estoy aquí arriba y no puedes llegar, porque soy más listo, más macarra o más bueno que tú. Puchito, en cambio, mostraba miserias que hasta entonces casi nadie había sacado a pasear (inseguridades, cocaína, terrorismo emocional, depresión), lo cual coincidió con la explosión del 'trap' (Pxxr Gvng, Cecilio G, Pimp Flaco) y un nuevo derrumbe de valores en la escena. La paradoja es que Tangana haya terminado haciendo justo lo contrario: un personaje que sintetiza la chulería española y al que le encanta concitar envidias y odios de la gente.
Pero ya no hay vuelta atrás. Megansito El Guapo es, como tantos otros chavales de veintipocos, un mar de contradicciones. Le gusta escuchar Food, Sade, Marvin Gaye, Black Sabbath y The Internet. Acaba de publicar con DJ Hater un EP, 'MEG' (Ground Control) con mucha seda R&B, aunque también le encantaría "dar gritos y pegar saltos" como otros músicos de su edad. Le encanta el formato álbum pero en su ordenador casi siempre hay 15 ventanas abiertas con otros tantos temas ("es como una maldición", se queja) y su canción de presentación se llama 'Mentiroso', otra paradoja: la confesión de alguien que nunca dice la verdad "aunque no hay quien se lo crea".
Igual que Toro y Moi, otro de los referentes de esta generación de "productores de habitación", Megansito salió un día de su cuarto de Madrid sin pegar ninguna patada en la puerta ni hacer mucho ruido. "Me mola una cosa que dice Tyler", apunta, "y es que él siempre ha querido hacer los beats más duros y a la vez que salgan tan bonitos que casi sean aburridos".
Aún así, toda esta historia de la nueva masculinidad le resulta un poco "cansina". Primero, porque le parece "una manera de apropiarse de lo 'queer': que se preste más atención a Bad Bunny porque se pinta las uñas es centrar la movida en gente que en realidad se tira todo el día hablando de que si les gustan más las culonas o las delgadas". Él lo entiende desde otro lado: "No me cuesta nada contar algo en lo que yo quede mal o la cague. Igual que me sale natural estar atento a cómo se encuentra la gente. En definitiva, hablar de las cosas que me pasan. Las buenas y las que me avergüenzan".
Su filosofía se podría resumir en dos frases: "La vida tiene mucha mierda. Y si eres capaz de sacarle la magia a toda esa mierda que te está pasando, es la hostia". A partir de ahí, reconoce un proceso de cambio entre ellos. "Sí que hay una mayor abertura a mostrar tus debilidades, la sensibilidad que todos tenemos. Antes había cierto miedo pudor en decir: estoy llorando por una chavala y se lo suelto a todo dios", plantea. "Yo no te voy a vender que soy un jefe ni el más duro. Porque no lo soy".
La fragilidad, dice Senra, es la nueva fortaleza. "Me parece un acto de valentía, de pureza, de verdad: abrirte así y mostrar esa sensibilidad. Aunque luego también puedas hacer una canción de ponerte la chaqueta de cuero e ir de cabrón", matiza. "En mi caso, la parte creativa nace de las cosas que me tocan la fibra. Me inspira ver ese sentimiento en artistas, pero luego también me parece la hostia verlo en lo personal, en mis amigos. Que no haya miedo en decir: 'estoy mal'". Al final, recuerda, "todos sentimos cosas muy parecidas. Cada uno tiene sus sensaciones únicas, pero todos pasamos por lo mismo. Por eso hay que abrirse".
De primeras, Ghouljaboy podría pasar por uno de estos 'sadboys', pero sus referencias lo convierten en una 'rara avis'dentro del universo urbano hispano. "Creo en el tópico de las vivencias propias, pero entendidas desde el momento cultural actual en el que las redes sociales y el contacto virtual entre personas está siendo más relevante", se presenta. En cuanto a sonidos, "siempre miro hacia el futuro con artistas que parecen de otro tiempo, como Yung Lean, El Alfa, Arca o Porches, pero a su vez bebo mucho del pasado, del 'post-punk' de principios de los 80 o del puro City pop japonés".
Jordi, que es como se llama este joven jerezano, publica en breve en La Vendición 'El Rascal', con colaboraciones de Yung Beef, Antifan o Pedro La Droga. Tiene un tema que se llama 'Los chicos no lloran', pero él aparece a menudo llorando en sus canciones. Es lo que hay, sí: "Lo mejor que le ha podido pasar al mundo de la música, del arte en general, y que espero que avance cada vez a pasos mayores, es la desaparición de la masculinidad tóxica que lleva envolviendo todo el tinglado desde siempre. Las nuevas generaciones estamos mucho más concienciadas en todo esto y trabajamos en ello con conocimiento y total libertad".
Sobra sentimiento
"No disfruto con el sexo,/ no lo entiendo". Sin caer en la pornografía sentimental, proyectos como Confeti de odio ponen música a una realidad. El melón ya está abierto y hay muchas formas de comérselo. Daniel Daniel le canta a esa Chica bonita que comparte un pincho tortilla. mori apenas acaba de llegar a la mayoría de edad y ya habla de pedir perdón como si tuviese varias vidas a cuestas. Y Oso Leone se han reinventado con una reinvención del aire 'smooth' de Sade filtrado por el aire mediterráneo de su Mallorca natal.
TITULO: EL CLUB COMEDIA - Peter Kaldheim: camello, vagabundo, beatnick y escritor debutante a los 70 años,.
Un resumen: estamos en Nueva York, en 1987 y Kaldheim es un escritor fracasado que consume y vende cocaína. En los últimos años ha perdido y enterrado a un par de parejas, se ha peleado con sus padres y ha sido despedido del trabajo de manera bochornosa. En el fin de semana de la Super Bowl (gana su equipo pero a él le da igual) culmina su carrera de camello: se compromete a vender siete gramos de cocaína pero esnifa 14 en dos días y descubre que no puede pagar a su proveedor. Así que se gasta sus últimos 30 dólares en un autobús que lo saque de la ciudad, lo más lejos que se pueda. Un amigo le ofrece cobijo en San Francisco, así que Kaldheim, que ha estudiado Letras en una universidad buena, se siente un poco Sal Paradise en En el camino.
Los siguientes meses, llenos de noches al raso, viajes en autoestop, vagabundos sabios, paisajes bellísimos y gente generosa que se cruza por su camino, confirman ese presagio. «Durante ese tiempo, hablar de Kerouac con la gente con la que me hablaba fue una manera de recordarme lo que de verdad me gustaba de vivir», explica Kaldheim. «¿Sabe lo que me gusta hoy de En el camino? Todo el jazz que sale».
¿Qué iba mal en su vida? «Yo quería ser escritor, pero en 10 años no había hecho más de 100 páginas y había dejado todas las historias que empecé», explica el autor. «Iba a los bares del ambiente literario para sentir que era parte de ese mundo y bebía y me drogaba para olvidar mi fracaso. Mi autoestima se estaba derrumbando. Y puede que hubiese algo aprendido: todos los escritores en los que me fijaba tenían vidas autodestructivas. Supongo que pensaba imitarlos para poder cumplir con mi misión como escritor».
Así, hasta llegar al punto dramático en el que Kaldheim se lanzó al muy americano viaje de redención, al estilo de las canciones de Springsteen. ¿Por qué los estadounidenses siempre se están marchando de casa en sus libros? «Somos un país de inmigrantes. Todos somos hijos de alguien que se fue y tenemos esa forma de vida interiorizada. Y supongo que las familias en Estados Unidos son un poco problemáticas y por eso la gente tiene raíces frágiles».
El viaje de Kaldheim estuvo lleno de momentos sórdidos y solitarios. Fue el viaje de un vagabundo, no el de un mochilero. Sin embargo, su relato es alegre. «La depresión no la sentí al huir. La depresión la tenía antes, mis adicciones expresaban esa angustia. En cuanto me subí al autobús me sentí libre de las responsabilidades que me atenazaban, alegre por empezar una nueva vida».
En los días buenos, el viajero de El viento idiota dormía y comía de la caridad del Ejército de Salvación; en los días muy buenos, tenía una biblioteca pública en la que pasar la tarde y leer. «Las bibliotecas admiten a los vagabundos, nadie te pregunta nada. Leí a Joyce».
¿Y no eran los 80 una época de valores conservadores y más bien egoístas? «Entre los vagabundos, no. Igual que no ocurre ahora. ¿Qué conservadurismo puede haber entre los que no tienen nada? Hay gente que duda de que un viaje así sea posible hoy en día. Bueno, creo que colarse en un tren de mercancías no es tan fácil como antes. Pero la gente es la misma. Vas a encontrar más gente buena que mala allá donde vayas».
Un ejemplo: Gino, el dueño de un Audi que cruzaba el país de sur a norte y que reclutó a Kaldheim para que le diese relevos al volante. Al principio, Gino era un tío enrollado con ganas de charla; después, se convirtió en su irritante mala conciencia: «Se parecía físicamente a mi padre. Era un hombre muy recto que había perdido a su familia por la adicción a la cocaína de su mujer. Era el espejo que reflejaba el daño que había hecho, el que me decía que crecer consistía en asumir mi responsabilidad. Un adicto es sobre todo, eso, alguien que vive en un presente perpetuo y que intenta creer que sus actos no tienen consecuencias».
El viento idiota necesitaba una enseñanza vital de ese tipo para ser un texto redondo. Eso y un final feliz como los que aún promete América.
TITULO: EL CLUB COMEDIA - Peter Kaldheim: camello, vagabundo, beatnick y escritor debutante a los 70 años,.
Peter Kaldheim: camello, vagabundo, beatnick y escritor debutante a los 70 años,.
'El viento idiota' recoge el viaje de huida y redención un admirador de Kerouac que recorre Estados Unidos para salvar su vida,.
- La primera vez que Kerouac se enamoró. Romanticismo y carretera
- La América salvaje.
Podríamos
leer 200 libros sobre Trump y sus tretas, sobre Kissinger y su política
exterior, sobre el racismo y la violencia de las ciudades de
Norteamérica, sobre la ñoñería de sus universidades y el despilfarro de
su urbanismo... Y daría igual todo lo malo que aprendiésemos porque
siempre podríamos encontrar una nueva historia que renueve la promesa
de inocencia y libertad que asociamos a Estados Unidos.
El viento idiota (Temas
de Hoy), memoria de juventud del escritor debutante Peter Kaldheim
(1949), es un nuevo ejemplo de esa literatura tan dulce y esencialmente
estadounidense. Un resumen: estamos en Nueva York, en 1987 y Kaldheim es un escritor fracasado que consume y vende cocaína. En los últimos años ha perdido y enterrado a un par de parejas, se ha peleado con sus padres y ha sido despedido del trabajo de manera bochornosa. En el fin de semana de la Super Bowl (gana su equipo pero a él le da igual) culmina su carrera de camello: se compromete a vender siete gramos de cocaína pero esnifa 14 en dos días y descubre que no puede pagar a su proveedor. Así que se gasta sus últimos 30 dólares en un autobús que lo saque de la ciudad, lo más lejos que se pueda. Un amigo le ofrece cobijo en San Francisco, así que Kaldheim, que ha estudiado Letras en una universidad buena, se siente un poco Sal Paradise en En el camino.
Los siguientes meses, llenos de noches al raso, viajes en autoestop, vagabundos sabios, paisajes bellísimos y gente generosa que se cruza por su camino, confirman ese presagio. «Durante ese tiempo, hablar de Kerouac con la gente con la que me hablaba fue una manera de recordarme lo que de verdad me gustaba de vivir», explica Kaldheim. «¿Sabe lo que me gusta hoy de En el camino? Todo el jazz que sale».
¿Qué iba mal en su vida? «Yo quería ser escritor, pero en 10 años no había hecho más de 100 páginas y había dejado todas las historias que empecé», explica el autor. «Iba a los bares del ambiente literario para sentir que era parte de ese mundo y bebía y me drogaba para olvidar mi fracaso. Mi autoestima se estaba derrumbando. Y puede que hubiese algo aprendido: todos los escritores en los que me fijaba tenían vidas autodestructivas. Supongo que pensaba imitarlos para poder cumplir con mi misión como escritor».
Así, hasta llegar al punto dramático en el que Kaldheim se lanzó al muy americano viaje de redención, al estilo de las canciones de Springsteen. ¿Por qué los estadounidenses siempre se están marchando de casa en sus libros? «Somos un país de inmigrantes. Todos somos hijos de alguien que se fue y tenemos esa forma de vida interiorizada. Y supongo que las familias en Estados Unidos son un poco problemáticas y por eso la gente tiene raíces frágiles».
El viaje de Kaldheim estuvo lleno de momentos sórdidos y solitarios. Fue el viaje de un vagabundo, no el de un mochilero. Sin embargo, su relato es alegre. «La depresión no la sentí al huir. La depresión la tenía antes, mis adicciones expresaban esa angustia. En cuanto me subí al autobús me sentí libre de las responsabilidades que me atenazaban, alegre por empezar una nueva vida».
En los días buenos, el viajero de El viento idiota dormía y comía de la caridad del Ejército de Salvación; en los días muy buenos, tenía una biblioteca pública en la que pasar la tarde y leer. «Las bibliotecas admiten a los vagabundos, nadie te pregunta nada. Leí a Joyce».
¿Y no eran los 80 una época de valores conservadores y más bien egoístas? «Entre los vagabundos, no. Igual que no ocurre ahora. ¿Qué conservadurismo puede haber entre los que no tienen nada? Hay gente que duda de que un viaje así sea posible hoy en día. Bueno, creo que colarse en un tren de mercancías no es tan fácil como antes. Pero la gente es la misma. Vas a encontrar más gente buena que mala allá donde vayas».
Un ejemplo: Gino, el dueño de un Audi que cruzaba el país de sur a norte y que reclutó a Kaldheim para que le diese relevos al volante. Al principio, Gino era un tío enrollado con ganas de charla; después, se convirtió en su irritante mala conciencia: «Se parecía físicamente a mi padre. Era un hombre muy recto que había perdido a su familia por la adicción a la cocaína de su mujer. Era el espejo que reflejaba el daño que había hecho, el que me decía que crecer consistía en asumir mi responsabilidad. Un adicto es sobre todo, eso, alguien que vive en un presente perpetuo y que intenta creer que sus actos no tienen consecuencias».
El viento idiota necesitaba una enseñanza vital de ese tipo para ser un texto redondo. Eso y un final feliz como los que aún promete América.
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