TITULO: El
paisano - Viernes - 18 , 25 - Octubre - En la calle San Juan, Málaga, Antonio Banderas rodó El camino de los ingleses,.
Viernes - 18 , 25 - Octubre a las 22:10 horas en La 1 , foto,.
En la calle San Juan, Málaga, Antonio Banderas rodó El camino de los ingleses,.
En la calle San Juan de Málaga se encuentra la iglesia de San Juan Bautista lugar donde fueron bautizados Antonio Banderas y su hermano Francisco Javier Domínguez con el que paseamos, charlamos y conocemos más curiosidades sobre este lugar.
La calle es peatonal y se encuentra en pleno centro de la capital de la Costa del Sol, una de las más transitadas de la ciudad. Además, en esta calle se rodó parte de la película el Camino de los ingleses que dirigió Antonio Banderas en el año 2006,.
TITULO: HOSPITAL - Salud - El «estigma» de estar en una lista de objetores al aborto: «Nos señalan» ,.
El «estigma» de estar en una lista de objetores al aborto: «Nos señalan»,.
Los médicos creen que el registro que ultima Sanidad no respeta su libertad de conciencia y afectará a su profesión,.
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Denuncian que la medida derivará en el traspaso de profesionales a la sanidad privada para esquivarla,.
Si una mujer quiere o necesita abortar y vive en Plasencia, Extremadura, tiene que viajar más de 100 kilómetros hasta otra provincia para lograrlo, porque no existen clínicas en Cáceres que lo practiquen. De hecho, sólo hay un centro privado acreditado en toda la comunidad autónoma, en Badajoz, mientras el número de interrupciones del embarazo que se realizan en la sanidad pública extremeña brilla en las estadísticas del Ministerio de Sanidad: cero.
El aborto, dentro de los plazos legales, es una prestación sanitaria garantizada y gratuita, puesto que está financiada por el Sistema Nacional de Salud, sin embargo, apenas el 15% de ellos se practican en hospitales públicos. La inacción en bloque de servicios y hospitales ha llevado a una perversión de la ley de 2010, que contemplaba solo "excepcionalmente" que se hicieran en centros acreditados fuera de la red pública. Ahora, el Gobierno trata de enmendarlo a través de un registro de objetores de conciencia dentro de la reforma de la ley del aborto.
La propuesta se debate este jueves en el Congreso, pero fuera del hemiciclo no ha seducido a la Organización Médica Colegial y mucho menos a la Asociación Nacional para la Defensa del Derecho a la Objeción de Conciencia (ANDOC), que ve en el registro una "lista negra" y una "limitación injustificada al derecho fundamental a la libertad religiosa y de conciencia".
Las claves del registro
Según explican fuentes del Ministerio de Igualdad, el nuevo mecanismo (que ya se utiliza para la objeción a la eutanasia) servirá para facilitar la organización de los servicios sanitarios, de modo que finalmente puedan practicarse como dice la ley, es decir, en su mayoría en la sanidad pública y, por lo tanto, cerca del domicilio de las pacientes.
Así, apuntan desde el Instituto de las Mujeres, el registro se limitará a la objeción a "la intervención directa" en las interrupciones voluntarias del embarazo, tendrá "carácter obligatorio" y cumplirá con todas las garantías de confidencialidad y protección de datos de los profesionales. Lo pondrán en marcha las comunidades autónomas, que son quienes se encargan de orquestar a los equipos y tienen las competencias sanitarias, aunque los detalles operativos de la herramienta aún tendrán que fijarse después de la reforma que establecerá los criterios generales.
Es resumen, el Gobierno quiere usarlo para contestar a la pregunta que ha marcado los últimos 12 años de legislación: ¿dónde están los médicos y las médicas dispuestos a practicar un aborto en España?
Una respuesta a las objeciones en bloque y la inequidad entre comunidades
"Hasta la fecha, estamos viendo instituciones completas, como puede ser el servicio de un hospital o una comunidad autónoma, que hacen uso de la objeción de conciencia institucional. Eso en sí mismo es un sinsentido porque un hospital no tiene conciencia", razona Raquel Hurtado responsable de intervención social de SEDRA-Federación de Planificación Familiar, sobre la conveniencia de la medida para terminar con la "inequidad tremenda" entre las autonomías. "[El aborto] es un derecho que acaba convirtiéndose en una cuestión de suerte".
“Ginecóloga: "Nadie te pregunta: ¿tú harías un aborto?". “
Lourdes, una ginecóloga en Andalucía cuyo nombre ha sido cambiado para mantener el anonimato, confirma esta situación y nos explica cómo derivan a clínicas concertadas todos los abortos que les llegan al hospital, incluidos aquellos necesarios porque el embarazo no es viable. En la víspera de nuestra conversación, le ocurrió con una de sus pacientes.
"Imagínate, vas a tu ‘eco’ de 20 semanas y te dicen eso [que hay una malformación en el feto]. Si tú quieres interrumpir, te damos los papeles y vete al mostrador de atención al paciente para que te den información de la clínica", desarrolla sobre un proceso que encuentra frío y desagradable para las pacientes.
Pero preguntada por su postura en todo esto, la médica reconoce que en un principio "no sabía que el servicio se declarara objetor", simplemente, pensaba que allí se hacían así las cosas, como con tantos otros circuitos asistenciales pautados: "A ti nadie te pregunta en ningún momento cuando llegas o haces la residencia, ¿tú harías un aborto?".
Los objetores temen que sea una "lista negra": "No respeta la pluralidad"
Pero el registro planteado por Igualdad no convence a todas las partes. "Nos genera bastantes dudas. Primero, que sea necesario y, después, que sea una medida idónea. Creo que hay otras medidas que son mucho menos perjudiciales para los derechos fundamentales de los médicos y que tampoco perjudican al derecho de las mujeres a interrumpir su embarazo", defiende el abogado José Antonio Díez, coordinador de la Asociación Nacional para la Defensa del Derecho a la Objeción de Conciencia (ANDOC), si bien reconoce que su legalidad ya fue avalada por el Tribunal Constitucional en 2014, a raíz de una ley en Navarra.
“ANDOC: "Lo lógico sería hacer un registro de médicos y sanitarios que sí estén dispuestos a practicar un aborto"“
La asociación de médicos objetores considera que sería un error "acabar discriminando a nadie por sus opiniones, sólo bajo el pretexto de que hay que cumplir la ley", cuando además en España "la mujer que quiere abortar puede hacerlo", aunque sea desplazándose a otra región.
"Lo lógico sería hacer un registro de médicos y personal sanitario que sí estén dispuestos a practicar un aborto, porque lo otro es hacer una lista negra y crear guetos donde meter a los profesionales que conciben su profesión quizás de manera un poco distinta a las políticas santarias. No respeta la pluralidad", subraya Díez, que antes hablaba de la "incongruencia" del Gobierno en este procedimiento respecto a otros servicios sanitarios esenciales. "A nadie se le ocurre mirar en listas de personas que no prestan un servicio".
La cuestión de fondo -reconoce- está en ponderar y equilibrar el derecho al cumplimiento de la ley del aborto y a la libertad ideológica. Y en la necesidad de "conjugar" todos los factores incide también la Organización Médica Colegial (OMC). "Los gestores no tienen que trasladarnos la responsabilidad a profesionales médicos y sanitarios. Tienen que gestionar ese circuito asistencial que permita contemplar los dos ámbitos", valora el presidente Tomás Cobo, que presta su "colaboración" a la Administración para lograrlo, sin concretar de qué forma podría hacerse.
La objeción no es estática: "Cada situación clínica es diferente"
Y es que, en la práctica, la objeción no es "estática", subrayan las dos asociaciones de profesionales. "Cada situación clínica es diferente y el objetor tiene derecho a cambiar su manera de pensar", arguye el presidente de los colegios de médicos. "Las situaciones pueden ser muy distintas. Los médicos de atención primaria no saben muy bien qué papel van a jugar (...) Y en el aborto no solamente participa el médico que lo práctica, se requieren anestesistas, enfermeras, enfermero", agrega Díez, coordinador de los objetores de ANDOC.
En este sentido, desde la SEDRA-Federación de Planificación Familiar sí tienen claras cuáles deberían ser las "características específicas" del registro: "Los gestores tienen que garantizar, primero, que la prestación se da y, segundo, que aquellas cuestiones derivadas de la interrupción del embarazo se atiendan incluso por aquellas personas que han objetado, porque su objeción está limitada a la relización de abortos".
Estigmas sobre mujeres, médicos y objetores
Además, las distintas partes consideran que el registro de objetores podría ser una fuente de estigmatización, de maneras distintas: para quienes objetan, para quienes están dispuestos y para las mujeres que han decidido abortar voluntariamente.
"La mayoría de los médicos y médicas que no quiere hacer abortos no tienen que ver con un problema de conciencia. Tiene que ver más con el problema del estigma. Hacer abortos marca y no suma en el curriculum, realmente te señala como un profesional de segunda categoría. Hay que trabajar en contra del estigma", reivindica Francisca García, presidenta de la Asociación de Clínicas Acreditadas para la Interrupción del Embarazo (ACAI).
Tanto es así, que Lourdes admite que "muchos" compañeros preferirían declararse objetores "por evitar líos". "Si no me considero objetora y soy la única de mi servicio, ¿voy a hacer yo todas las interrupciones voluntarias del embarazo de mi área? Tu actividad profesional queda reducida a ser la abortera", relata sobre los corrillos en los hospitales.
En respuesta, Francisca García reprocha que quienes denuncian esas situaciones tampoco "han reivindicado para nada" el derecho al aborto. "En ginecología y obstetricia lo que se hace fundamentalmente es partos, partos y partos. Qué curioso que nadie quiera ser el abortero de su unidad, porque así le llamarán, pero si hace partos no le llamarán partero", desliza.
La presidenta de ACAI advierte además del riesgo de una objeción "a la carta", dependiendo de si la interrupción del embarazo es voluntaria o como consecuencia de una patología fetal: "Es aumentar el estigma y la culpabilidad de las mujeres, el señalamiento social".
Frente al doble rasero, en la pública y en la privada
Pero lo cierto es que, aunque no se practican abortos en la sanidad pública por una objeción "institucional" que emana de los jefes de servicios o las direcciones de los hospitales, algunos profesionales del sistema nacional de salud trabajan paralelamente también en los centros privados que prestan el servicio público.
"Existe la ley de incompatibilidades", recuerda Francisca García, de ACAI. Sin embargo, tras consultarlo con ginecólogos, sí constan excepciones autorizadas a tiempo parcial. Para subsanarlo, de hecho, el anteproyecto de la reforma de la ley del aborto fija en el artículo 19 que los objetores del registro lo serán a efectos tanto de la sanidad pública como de la privada.
Sin formación está en riesgo el relevo generacional
Con todo, las fuentes consultadas no creen que el registro vaya a solucionar el problema de la estigmatización en la sanidad pública, puesto que persiste la carencia de formación de los profesionales médicos y sanitarios que se detectó ya para la ley de 2010.
"Todavía no ha llegado. Vamos a la facultad de medicina y de enfermería de las universidades públicas españolas y vemos que en ningún momento el currículum educativo menciona la IVE [interrupción voluntaria del embarazo]. Son los profesionales que mañana van a enfrentarse a un problema, incluso, de relevo generacional. Ya podemos hablar de que no hay profesionales del futuro porque no se están formando", denuncia Ada Santana, presidenta de la Federación de Mujeres Jóvenes en una rueda de prensa el pasado miércoles.
Por ello, la Federación de Planificación Familiar incide en que las clínicas concertadas tienen "un papel fundamental" en la garantía del derecho al aborto en España, porque actualmente estas cuentan con "todo el conocimiento y la experiencia". Pese a eso, puntualiza Hurtado, no son suficientes para dar una atención de continuidad y cercana a los ciudadanos, dos cuestiones que sí podrían cubrirse si se utilizaran los centros públicos del sistema nacional de salud.
TITULO: VACACIONES - EUROPA DE PELICULA - La terraza de un café ,.
La terraza de un café,.
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TITULO: VUELTA AL COLE - El alumno más brillante de la ESO en Navarra,.
El alumno más brillante de la ESO en Navarra,.
Carlos Javier Manresa Nalda, alumno del
colegio Miravalles-El Redín, ha obtenido el primer Premio Extraordinario
de Secundaria que concede el Gobierno de Navarra al alumnado con mejor
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TITULO: EN PRIMER PLANO - A FONDO - REVISTA XL SEMANAL PORTADA ENTREVISTA - En la tuya o en la mía - Miercoles - 16 , 23 , 30 - Octubre - Valentina Şcerbani - Nostalgia del imperio ,.
En la tuya o en la mía - Miercoles - 16 , 23 , 30 - Octubre ,.
En la
tuya o en la mía', presentado por Bertín Osborne, acerca a los espectadores
el lado más desconocido de personajes relevantes de diversos ámbitos. Durante
aproximadamente una hora, los telespectadores tienen la oportunidad de conocer
mejor al invitado y también al propio Bertín Osborne, en La 1 a las 22:30, el
miercoles - 16 , 23 , 30 - Octubre , etc.
Valentina Şcerbani, uno de los talentos emergentes del Este de Europa, publica La ciudad prometida (Impedimenta), una historia sobre la pérdida de la madre que está ambientada en Moldavia y que nos permite intuir las cicatrices que dejó el comunismo y la historia reciente en ese país.
Valentina Şcerbani es una escritora que permanece en ese complejo cruce que forman los sueños y la realidad, el presente y el pasado. Unas bifurcaciones que maneja en la literatura con equilibrios de solvente funambulista. Nació un año antes de que desapareciera el telón de acero, en 1988, en la ciudad Glodeni, ubicada al norte de Moldavia, y es una de las voces más subrayadas y celebradas de la joven narrativa de su país. Una autora que articula con un particular acierto las dimensiones de los personal y familiar, y reconcilia con sensibilidad los recuerdos que conservan los individuos con la memoria que pervive en lo colectivo. «Vengo de una país pequeño situado entre Rumanía y Ucrania. Está situado en una encrucijada de acontecimientos históricos y políticos que han dejado huella en nuestros antepasados y me han inspirado para construir mi novela».
La escritora, que considera una bendición o una suerte, que «la vida venga acompañada con la capacidad de crear ficciones», se ha desmarcado con un texto de márgenes intimistas, pero calafateado por la cruda realidad de un país que ha transitado por el comunismo, que ha quedado atrás, pero no así su sombra, que todavía pervive. La ciudad prometida (Impedimenta) es una narración con un fuerte acento femenino que cuenta con una protagonista, Ileana, que vive con sus tías, pero aspira volver a ver una vez más a su madre con vida. Una esperanza que no pierde y que da pie a una larga reflexión sobre las vivencias y los rincones donde aguardan, agazapados, los recuerdos. «A medida que nos alejamos de un suceso, parece que pierden entidad y llegamos a preguntarnos si en realidad han existido. Esto ocurre con lo persona. Pero esto también pasa con la historia».
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—Los arrecifes de Toltra, donde discurre la historia, existen.
—Nací en el norte de la República de Moldavia. Una ciudad muy pequeñita. Esta historia está inspirada por el pueblo de mis abuelos. Para mí es un espacio mítico, repleto de leyendas y de historias aterradoras, pero que significa mucho para mí. Es interesante recordar que la República de Moldavia ha tenido muchas fronteras con muchos otros espacios y que ha vivido situaciones bastante diferentes. De hecho, mi abuela, que vivió en la aldea que nombro en el libro, nació en el imperio ruso, pasó la infancia en lo que se conocía entonces como la Gran Rumanía y de adulta se desenvolvió en la Unión Soviética. Y, al final, murió en la República de Moldavia, cuando ya fue un Estado independiente. Y sin moverse nunca del mismo pueblito. En este libro existe la geografía que describo. De hecho, evoco la figura de un elefante en piedra que existe. En la realidad es exactamente como lo describo en el texto. Lo que sucede es que ahora no quiero volver allí. Siento algo de miedo, porque, a lo mejor, al verlo de nuevo, me provoque una decepción y ya no me resulte lleno de encanto y de misterio como todavía lo recuerdo.
—Esos recuerdos están en el libro.
—Sobre todo en la atmósfera que detallo, en el ambiente que creo. Está descrito el lugar, es cierto, la casa de mis abuelos y los alrededores. Y también la roca donde pasaba la mayor parte del tiempo cuando era más joven. Allí jugaba y se contaban a la vez muchas leyendas. Esto lo he detallado con la mayor precisión que he podido.
—Tiene algo que ver con la protagonista, ¿o no?
—Siempre es una pregunta difícil. Muchas veces los lectores confunden al narrador de una obra con el escritor. Incluso les sucede a los escritores, también. La novela, esto es cierto, parte de una experiencia personal, pero al mismo tiempo es una novela de ficción y no se ha desprendido de ese carácter esencial. La protagonista vive la pérdida de la madre y la obra nace, también, de que perdí a mi madre cuando era pequeña. Mi intención era representar este dolor, cómo un niño debe afrontar una pérdida tan dolorosa y de esta envergadura. Este libro realiza la autopsia de esa situación, del dolor que desencadena y los sentimientos que abren en las personas que lo sufren. Es una respuesta personal ante la pérdida de la madre. Podemos decir que, de alguna manera, es una larga carta de despedida. Un adiós.
—Mezclas lo no real y lo onírico. ¿Por qué?
—Jorge Luis Borges decía que tendríamos que aceptar los sueños tal y como son. Aceptarlos. Yo lo hago. Para mí son la otra cara de la moneda. Los sueños perviven con nosotros. Están vinculados al pasado. Cuando pienso en el pasado, me sucede que pienso en muchos sueños que he tenido. Estos sueños son reales, porque los he vivido. Desde este punto de vista, los sueños son también autobiográficos y forman parte de los recuerdos de uno.
—Los sueños son verdaderos, como dice en la novela.
—Sí, y, de hecho, algunos se han repetido. Los he tenido muchas veces. Y me ha sucedido que a veces los he tenido con las mismas personas y que estas personas, de un sueño al otro, habían envejecido. Es una cosa que me ha sorprendido mucho. Y esto aparece en la novela. El libro arranca con ese primer sueño y desde el principio entendí que tenía que acabar con ese sueño que ya no era sueño, sino que era ya una realidad cumplida. Para mí fue un reto conseguir que la novela resultara circular, llegar desde un sueño al otro. Esto lo he hecho porque muchas veces los sueños añaden contenido a la realidad. La completan.
—A la literatura, para que sea verdadera, a veces hay que añadirle ficción.
—Es cierto. La literatura tiene un papel fundamental en esto, porque añade detalles importantes. Esa parte de la literatura es la que te invita a adentrarte en una casa, a simpatizar y conocer mejor a los personajes, a entrar en la cabeza de ellos y llegar hasta los pensamientos más profundos, aunque en ocasiones resulten mezquinos, vulgares, ocultos, escondidos. Y es la literatura, su parte de ficción, la que permite esto.
—¿Y cómo ayuda la literatura a pasar al luto?
—Para mí, a modo personal, ha sido fundamental. Debo decir que este libro ha cerrado un capítulo de mi vida. Después de escribir este libro, las cosas no vuelven a ser las mismas para mí. Yo sentí que había cerrado una puerta de forma definitiva. Y después de acabar de redactarlo, sentí que la presencia de mi madre se había atenuado, que había disminuido. Creo que este libro es un libro sobre mí, sobre el duelo que pasé. Es un libro de luto.
—Pero en su novela también pesa la historia. ¿El contexto social deja una huella? ¿Influye en los personajes?
—Cuando se desmembró la Unión Soviética y Moldavia, la situación era verdaderamente difícil. Hubo grandes oleadas de emigración hacia Rusia y Europa. A principios de 2000, Moldavia era una nación pequeña. Pero entonces, en mi país, había más de 100.000 niños que tenían un padre que había emigrado. Esto sucedía prácticamente en todas las familias. En una de cada dos familias había un hijo con un progenitor ausente. Esto lo he trasladado a mi personaje, Ileana, que aparece como una niña huérfana. Ella revive esta situación procedentes de la realidad. Ella vive esa sensación de orfandad que han compartido muchos jóvenes de mi generación y que teniendo incluso ambos padres, se han identificado con la orfandad de ella y con la soledad que acompaña a la protagonista. Yo he vivido con mi madre y con mi padre. No he sido una huérfana. Pero me he sentido igualmente sola.
—En su libro tienen importancia los objetos. Los describe. ¿Son recipientes de la memoria?
—Sin duda. La memoria esta vinculada con los objetos y, de manera, especial con las fotografías. Tengo una pañuelo de color naranja donde guardo las fotos que conservo todavía de mi madre. Gracias a estas imágenes he podido revisitar su vida, como si fueran escenas procedentes de una película. En la mitad de esas fotos, aparece con gente desconocida, pero gracias a este testimonio, me he dado cuenta de que ella era muy social y que se desenvolvió en la sociedad muy bien. Es importante conocer eso.
—Porque la construcción de narraciones personales son fundamentales donde el Estado ha pesado tanto. ¿O no?
—Por supuesto. Es esencial recuperar la memoria de las personas. Sobre todo, por ellas mismas, porque si no sabes de dónde provienes, cuál ha sido tu pasado, tampoco puedes orientarte respecto al futuro. Hay un ejemplo muy claro. Si no recuerdo mal sucedió que en un caserón abandonado, un periodista encontró unas imágenes olvidadas en las que nadie había reparado. Eran unas instantáneas de la época soviética. Pero lo que resulta interesante de este caso es la vibración que provocó en la sociedad cuando salieron a la luz. Mucha gente hablaba de ellas como si pertenecieran a una vida personal próxima. Incluso yo misma me sentí emocionada con esas fotografías, porque, en realidad, había poco material que haya sobrevivido de esa época en concreto. Todavía, cuando se hacen exposiciones con ese material fotográfico, la gente las aprecia como si formara parte de su vida.
—El régimen comunista se hace sentir en su libro.
—Yo no he vivido la época comunista. Nací en 1988, pero he podido ver y sentir la nostalgia que muchos sienten por el periodo comunista. Y muchas veces esa nostalgia es más terrible que cualquier otra cosa. La nostalgia te impide avanzar hacia el futuro. Lo vemos en estos momentos con lo que está sucediendo en Ucrania. Es lo que ocurre cuando intentas resucitar lo que ya no puede regresar. A veces sucede porque no se ha hablado suficiente del pasado. En Moldavia hablamos muy poco de lo que ocurrió y no hablamos de los crímenes de la época soviética. De los horrores que sucedieron en ese tiempo. No tenemos museos que nos recuerden lo que pasó. En Europa, por ejemplo, se habla del Holocausto. Me parece bien, porque es algo que hay que hacer. Hay que hablar del pasado y estoy contenta hoy porque la literatura joven de mi país habla de lo que sucedió en el pasado. He observado al leer autores de distintos países de qué manera distinta se enfoca esto. La literatura francesa está muy anclada en el presente; la griega está preocupada por recuperar los mitos y la de Moldavia, en el pasado. Ahora los escritores de mi país están explorando ese pasado y los traumas que lo habitan. Pertenezco a una familia que no habla del pasado ni del pasado de la familia. He llegado a pensar que el pasado de mi familia empezaba conmigo (risas). En un determinado momento esto agobia y provoca conflictos mentales, pero luego llegué a una etapa de mi vida en que mi interés por el pasado de mi familia y de mi país creció.
—¿A qué se debe el auge de escritores de Europa del Este?
—Creo que hoy hay más atención hacia Europa del Este debido a la guerra de Rusia contra Ucrania. Europa occidental se ha familiarizado más con la historia y la geografía de Ucrania, por ejemplo. Hoy en día, todos nosotros no sólo conocemos las grandes ciudades como Kiev y Odesa, sino que también reconocemos las medianas, como Mykolayiv, Kharkiv o Kherson. Este tipo de noticias —sobre masacres y violencia— provocan un escalofrío de atención, curiosidad y horror ante lo que está sucediendo allí en este momento. A todos nos fascina la resistencia y el coraje de Ucrania. Esta curiosidad se expande a otros países del Este, como Rumanía o Moldavia.
—Pero hay un público al que también le interesan las experiencias que cuenta.
—De hecho, la historia y la experiencia de Europa del Este son tan fascinantes y sólidas como lo es la historia y la experiencia en Occidente. La larga y complicada historia de los países de Europa del Este no siempre ha sido feliz, pero sería un error pensar que se trata de algo separado. Europa oriental y occidental son dos partes del mismo organismo, y lo que sucede en cada una de estas partes es nuestro problema común. La literatura es el espejo de cualquier nación y creo que es importante mirarse en ella para comprender mejor estas cosas. Nuestra región siempre tuvo grandes escritores pero a veces es una cuestión de interés y de «espacio». No creo que un hombre o un escritor de Oriente sea diferente de uno de Occidente, todos estamos en el mismo barco. La diferencia consiste en nuestra experiencia humana y en nuestro interés por escucharnos o ignorarnos unos a otros.
—¿Es una literatura marcada por el pasado?
—Cada período está marcado por distintos estilos y temas literarios que reflejan los contextos históricos y culturales de la época. Por ejemplo, Carlos Fuentes dijo sobre Kafka que no se puede entender el siglo XX sin leer a Kafka. En Oriente, y si nos referimos específicamente a Moldavia o a la literatura rumana, el «fantasma» del pasado aún no ha sido derrotado. El pasado todavía ocupa un lugar muy importante en nuestra mente. Para avanzar, necesitamos aclarar estas cosas. Y aquí entra la literatura, con su papel de hacer la higiene del alma. Hablando de historia reciente, Moldavia estuvo bajo ocupación soviética durante casi 60 años —si no contamos la anexión al Imperio Ruso durante cien años— y a lo largo de este periodo se nos impuso el alfabeto cirílico, que significaba escribir palabras en rumano, pero con letras cirílicas. Fue un largo periodo de escribir y publicar libros en una lengua inventada y mutilada, y puedes imaginar lo que esto impactó en nuestra memoria y forma de ser.
—Pero ahí hubo más.
—Sí, al mismo tiempo, fue un período de silencio y censura. Después de 1989, Moldavia volvió al alfabeto latino y hoy existe un mayor interés y más espacio para que los jóvenes escritores lo cuestionen. La nueva literatura está documentando los traumas del pasado, cómo los —siempre— nuevos cambios de poder y política están impactando en nuestras pequeñas vidas, cómo estas cosas, al final, penetran en los rincones íntimos de nuestra mente.
—¿Es el hombre prisionero de la historia?
—El hombre es prisionero de sus propias heridas y de su propio pasado. A veces, las proyecciones del pasado traen consigo una oferta más atractiva que las proyecciones del presente y del futuro. El futuro, por ejemplo, no existe en la práctica, y es más fácil imaginar y confiar en cosas que ya sucedieron. Por eso muchas personas están decepcionadas de su propia realidad y viven con acontecimientos del pasado. Yo misma había pasado por este proceso. Me quedé atrapada en un período de mi infancia, como el divorcio de mis padres seguido de la muerte de mi madre, y, en un momento, estos acontecimientos del pasado ocuparon un territorio demasiado grande en mi presente y me sentí asfixiada. También vi a mi padre bloqueado en un período de tiempo. A veces pienso que incluso yo, a través de mi literatura, intenté «estetizar» algunas cosas que no deberían ser «estetizadas», como la nostalgia, el dolor, la soledad o el miedo. Los estamos poniendo en una atmósfera horrible pero hermosa que nos seduce a soñar. Incluso en Occidente, revelar una experiencia poscomunista se percibe como algo surrealista o incluso puede explicarse como un «ejercicio metafórico», pero no lo es.
—¿Cómo influye el pasado comunista en la democracia en los países del Este?
—El comunismo no «cayó» al mismo tiempo que la caída de la Unión Soviética, y todavía estamos atravesando el proceso de transición. Y este es un proceso muy desafiante y difícil. En primer lugar, creo que estamos ante un enorme vacío espiritual. Esto es inevitable cuando cambias algo grande por algo más grande. Además, creo que hoy estamos más dispuestos a aceptar algo concreto que algo «abstracto». Para Moldavia, por ejemplo, cuando se dice democracia sigue siendo un concepto genérico, pero cuando se dice Europa, ya es algo concreto: geografía concreta, territorio concreto, normas concretas, oportunidades concretas, nivel de vida concreto. Para las personas que alguna vez vivieron bajo la ideología es más fácil aceptar algo que se puede visualizar, algo que se puede tocar. Un concepto es un lugar. Al mismo tiempo, el camino de Moldavia desde el comunismo hacia la democracia me recuerda a estar sentado en un atasco de tráfico, la dirección es clara, pero avanzamos lentamente. Y este es un sentimiento muy desagradable.
—Vives al lado de Ucrania. ¿Cómo ves esta guerra?
—En Ucrania ocurrió algo que todos tememos. Es como si una tragedia pudiera ocurrir en tu casa pero sucediera en la casa de tu vecino. ¡Y esto es aterrador! ¿Qué nos pasó? Esta guerra de Rusia contra Ucrania ha fracturado nuestras familias en dos y nos ha obligado a tomar decisiones difíciles. Padres e hijos, madres e hijas se separaron por visiones diferentes sobre la guerra. Este caso lo tuve también en mi familia, con mi padre y lo vi en las familias de mis amigos. Algunos padres apoyaron a Rusia debido a las noticias propagandísticas y muchos niños dejaron de hablarles. La guerra nos ha puesto a todos en la situación de elegir un bando u otro. Por otro lado, ya aceptamos la guerra como algo normal. Tengo miedo de esta normalización de la violencia. Al final lo aceptamos todo. Si al inicio de la guerra todos vivíamos aterrados por lo sucedido, e incluso yo viví varios meses con el equipaje hecho, ahora estamos absortos en nuestros propios tiempos.
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