TITULO: Atención obras - Cine - Marta Nieto ,. Viernes - 8 - Noviembre ,.
Viernes - 8 - Noviembre ,. a las 20:00 horas en La 2, foto,.
Marta Nieto ,.
Después de haberse hecho un nombre como actriz de cine, teatro y televisión, Marta Nieto se estrena detrás de la cámara con la película ‘La mitad de Ana’, participada por RTVE, con la que compite en la Sección Oficial de la Seminci por la Espiga de Oro.
En su primera película como directora, Marta aborda el tema de la maternidad y la identidad de género infantil. Narra la historia de Ana, una madre separada que compagina su trabajo de vigilante de sala en un centro de arte con el cuidado de Son, su hija de ocho años. Cuando esta inicia un proceso de exploración de su identidad de género, Ana deberá emprender también un viaje interno que la llevará a mirar atrás: a la mujer que era antes de ser madre.
Reportaje sobre la exposición de la Colección Perez Simón, que reúne más de 4.000 obras de arte, y que, por primera vez, se puede ver en Madrid.
Ángeles Toledano, una de las voces más prometedoras del mundo del flamenco. Su primer trabajo, ‘Sangre sucia’, tiene una clara inspiración femenina y dará mucho que hablar.
Además, el equipo del programa visita una exposición que se puede ver, también, en Valladolid, en el Museo Patio Herreriano: la de la artista aragonesa Lara Almarcegui.
Y, aprovechando esta edición especial en la Seminci, la agenda del programa muestra varias citas culturales que tienen lugar, también, en Valladolid.
TITULO: Detrás del instante - Joseph Conrad: capitán del barco de la palabra y galeón embravecido de las tinieblas literarias ,.
Miércoles - 13 - Noviembre a las 20:00 horas en La 2 / foto,.
Joseph Conrad: capitán del barco de la palabra y galeón embravecido de las tinieblas literarias,.
Mañana sábado, 3 de agosto, se celebra el centenario de la muerte de este cuestionado y celebrado escritor, admirador de los hombres que surcaban las aguas, que llegó a firmar según Borges, "el más intenso de los relatos que la imaginación humana ha labrado",.
Decía Esteban Pujals, en un viejo manual de historia de la literatura inglesa, que las novelas de Joseph Conrad «muestran una concepción fatalista de la vida, frente a la cual no cabe más que la resignación»; así las cosas, el autor intentó reflejar que el ser humano no podía alcanzar sus ambiciones más nobles, y que estaba abocado al sufrimiento y a salir vencido por las fuerzas naturales. Por su parte, Virginia Woolf decía que Conrad tenía un aire de misterio; le encandilaba una prosa que consideraba pura hermosura –según algunos críticos, esto fue por escribir en una lengua adoptiva–, que desarrolló un lenguaje exuberante y sugestivo, a la vez que comunicaba «su inmensa e implacable integridad, cómo es mejor ser bueno que malo, cómo la lealtad es buena, y la honradez y el valor, aunque en apariencia Conrad se preocupe simplemente por mostrarnos la belleza de una noche en el mar».
Y es que todo nace para él en el agua y mirando al horizonte, en su trayectoria personal, y le llevará de la máxima acción al más puro sedentarismo; de vivir en un país hostigado por todo tipo de problemas a la placentera cotidianidad aislada en el campo inglés; de un intento juvenil de suicidio por sufrir un desamor a un matrimonio sin aspiraciones pero largo y fructífero. Es un ejemplo de dos vidas dentro de una misma vida: los hechos, los viajes por los océanos, fueron sustituidos por un escritorio. El primer obstáculo fue la orfandad: en la región ucraniana de Polonia donde había nacido en 1857, entonces ocupada por el ejército ruso, sus padres se habían consagrado a la lucha por la liberación, lo que les llevaría a ser condenados a trabajos forzados en Rusia y a morir en el exilio. Un tío, entonces, se ocupa del pequeño Teodor Josef Konrad Korzeniowski, en Kiev y Cracovia.
El futuro pronto fue para él incierto, tanto que mereció una huida: en 1874, ya ha subido a un barco mercante que parte desde Marsella hacia España con un cargamento de armas para los carlistas, y cuatro años más tarde es parte integrante de la flota inglesa. En esa existencia marina se va a ir formando como persona; observa, enfrente cada día, la manifestación del bien y del mal, la miseria y la esperanza, la decisión y el azar. ¿Qué le lleva a inclinarse por la escritura narrativa a los treinta y siete años? Hasta su muerte, en 1924, le esperan trece novelas, dos libros de memorias y veintiocho cuentos; una de esas obras, las quinientas páginas de «Salvamento», lo acompañarán veintitrés años como una obsesión, en una reescritura mezclada de bloqueos creativos y prórrogas que se impone.
Misticismo marítimo
He ahí el lado más inquietante de una personalidad por lo demás exquisita: una irritabilidad, una autoexigencia creativa, que le conduce a una tensión doméstica continua contrasta con lo que dijo Virginia Woolf, quien se refería a un hombre «con los modales más perfectos, los ojos más brillantes, y hablaba inglés con un fuerte acento extranjero». La escritora apuntó que Conrad fue el autor con mayor reputación de su tiempo en Inglaterra, aunque no llegara a ser popular, y afirma: «En Conrad no hay nada coloquial, no hay nada íntimo, y no hay ni rastro del sentido del humor, al menos según se entiende en Inglaterra. Y todos estos son importantes reveses en el caso de un novelista». Y ciertamente, qué decir de la densa solemnidad de «El corazón de las tinieblas» (1902), «acaso el más intenso de los relatos que la imaginación humana ha labrado», según Jorge Luis Borges, un libro tan extraño como susceptible de diversas y atemporales interpretaciones.
A este respecto, hay un precioso pasaje del propio Conrad en su «Crónica personal» (1909) donde reconoce que una vida como la suya, en sus inicios, en primera instancia tan alejada de los ambientes intelectuales, «no constituye la mejor de las preparaciones para dedicarse a la vida literaria». Pero entonces, se corrige: «Tal vez no debiera haber empleado la palabra “literaria”. Dicha palabra presupone un íntimo conocimiento de las letras, una mentalidad y un sentimiento de los que no me atrevo a declararme en posesión. Tan solo amo las letras, bien que el amor por las letras no hace de nadie un literato, así como tampoco el amor por el mar hace de nadie un marino». Y aquí es donde queríamos llegar a parar: «Es muy posible que ame las letras del mismo modo en que un literato ame el mar que ve desde la costa, un paisaje de grandes esfuerzos y de grandes logros, que transforman el rostro de este mundo, la gran vía abierta hacia toda clase de países aún por descubrir».
Qué escritor, en verdad, ha sabido compenetrarse de forma tan profunda y delicada, mediante la ficción literaria, con el misticismo del mar –Cesare Pavese hablaba del «lugar del alma»– y con los antihéroes que lo transitan, de Londres a Australia, y muy especialmente por ciertos rincones de África y Centroamérica, como en el tríptico «Entre tierra y mar», cuyo nexo común son los mares del Índico. Josep Pla comentó estos aspectos estupendamente: «Nadie como él ha transmitido la angustia que producen determinados parajes de la Tierra, incluso de ciertos parajes totalmente conocidos. Y lo de la putrefacción de la voluntad en los trópicos, el deshuesado por la fiebre tropical, ¿quién lo ha descrito con más perspicacia? La lejanía colonial, la tenacidad colonial, callada y muda, por otro lado, ha sido contada por Conrad con léxico de poeta. Es siempre lo mismo: la mezcla de lo angélico y lo diabólico».
Viajes de tinieblas
¿Y qué decir del espacio protagonista, en primera línea o como trasfondo o espacio argumental? A ojos del autor catalán, «el mar no se puede amar. Se teme, simplemente. Lo que Conrad amó del mar fue la lucha de los hombres contra su desaforada y terrible dureza. Conrad amó a estos hombres brumosos y cínicos, criminales o ángeles, vagabundos o ambiciosos, que luchan en el mar. Este material lo manipuló con una sola preocupación de verdad y de vida». Y al cenit de tal cosa llegará Conrad con el viaje de Kurtz y Marlow, lleno de paisajes de tinieblas que en el fondo, y con sólo un puñado de páginas, llega al corazón del alma humana. A ello, como no podía ser de otra manera, fue sensible el mundo del cine. Hasta once de sus narraciones se han llevado a la gran pantalla, sobre todo mediante su adaptación más célebre, «Apocalypse Now», con la que Francis Ford Coppola trasladó a la guerra del Vietnam el Congo de finales del siglo XIX recreado en «El corazón de las tinieblas».
Dice Mario Vargas Llosa que la novela es «un exorcismo contra el colonialismo y el imperialismo, trasciende la circunstancia histórica y social para convertirse en una exploración de las raíces de lo humano [...] Pocas historias han logrado expresar, de manera tan sintética como subyugante, el “mal”, entendido en sus connotaciones metafísicas individuales y en sus proyecciones sociales». El trasfondo marítimo y trepidante es, por lo tanto, una excusa para ir más lejos; lo comentó Carlos Pujol: «Habla mucho del mar, pero este no es su tema principal; hay aventuras, pero la acción es un medio y no un fin. Su objeto es el misterio del hombre tratando de “escapar a la fea sombra del conocimiento de sí mismo”».
Y todo ello con una gran modestia, como se aprecia en «Crónica personal», libro en que explica cómo se decantó por la lengua inglesa, y no por el polaco o el francés (también sabía alemán y ruso), ya desde «La locura de Almayer» (1895), dejando caer esta exagerada hipótesis: «De no haber escrito en inglés nunca habría escrito ni una sola palabra». Bendita decisión: considerando sus constantes traducciones, sus renovados lectores, Conrad sigue presente gracias a sus libros de aventuras exóticas y psicológicas, y la grandeza de su narrativa ha generado una influencia tan positiva como, incluso, negativa: en una entrevista de José Martí Gómez a Norman Sherry, el biógrafo de Graham Greene –este lo eligió para tal empresa exclusivamente porque Sherry era el autor de una biografía de Conrad, habló de cómo «algunos libros de Conrad fueron desastrosos para Greene»; como «El corazón de las tinieblas», «que Greene siempre aspiró a escribir. Siempre soñó con escribir algo comparable a esa obra», hasta reconocer esa «influencia desastrosa» y obligarse a no leer a su ídolo durante treinta años.
TITULO:TARDE DE CINE CON - Roald Dahl, las cartas adultas del escritor para niños,.
Roald Dahl, las cartas adultas del escritor para niños,.
El autor, cuestionado por la corrección política, muestra su lado más íntimo en un epistolario donde se confiesa a su madre
Alerta, tenga cuidado si pretende leer al autor de cuentos infantiles Roald Dahl (1916-1990, de ascendencia noruega, nacido en Gales y criado en Inglaterra), cuya una de sus obras está de actualidad este mes gracias al estreno de la película musical «Charlie y la fábrica de chocolate». Este mismo relato, como se dijo en la prensa inglesa el pasado febrero, sufrió la guadaña censora para congraciarse con lo que ahora se denomina lector sensible. Antaño, este podría ser aquel apto para apreciar los matices del lenguaje, la belleza de una metáfora, la audacia de una determinada estructura poética o narrativa, o la originalidad del enfoque elegido para llevar a la suprema libertad de la literatura un asunto concreto.
Pero, en la actualidad, es otra cosa. En la posmodernidad, el raciocinio y los conocimientos han sido sustituidos por la búsqueda de lo sensitivo, en que no es necesario saber de nada, ni tener criterio, solamente ser una persona y tener ganas de opinar de todo y siempre. El despropósito, en efecto, ha llegado a la lectura, como saben los aficionados no solamente a Dahl sino a Ian Fleming, Hemingway o Christie, es decir, siempre en entornos anglosajones, de mojigatería inquisitorial. ¿Cuándo se acabará semejante delirio en algo que será interminable, pues siempre prorrumpirá quien abandere el hecho de sentirse ofendido por una cosa y otra, en torno a la raza, el género, la nacionalidad, etc.? Roal publicó «Charlie and the Chocolate Factory» en 1964 y él mismo escribió el guion de su adaptación a la gran pantalla en 1971 con Gene Wilder como protagonista. Más tarde, llegaría otro film basado en esta historia de Charlie Bucket, un niño pobre que está deseoso a un muy singular dueño de la fábrica de chocolate cercana a su casa, con actuación de Johnny Depp y dirección de Tim Burton, en el año 2005, y finalmente «Wonka», con el rostro juvenil de Timothée Chalamet.
Pues bien, se informó de que a Roald Dahl Story Company trabajó con editoriales y asociaciones que trabajan «por la inclusión y la accesibilidad en la literatura infantil» para borrar o modificar pasajes de la obra de Dahl, si bien también se dice que iban echarse atrás. Ya no habría gordos, sino personas «enormes», por ejemplo; otro personaje dejaría de ser «feo» y ya nadie estaría «loco», pues esto alude a una posible enfermedad mental. Por supuesto, semejantes tonterías atentan contra la escritura primigenia de todo creador, y así lo señaló mediante un tuit el rey de los escritores censurados –hasta vivir décadas con el peso de que lo asesinaran–, Salman Rush-die: «Roald Dahl no era un ángel, pero esto es una censura absurda. Puffin Books y los encargados del legado de Dahl deberían estar avergonzados».
Travesuras en un internado
Entre líneas, podemos pensar que el autor de «Los versos satánicos» se estaba refiriendo a que Dahl estuvo muy lejos de ser una persona ejemplar. Racista, antisemita y adúltero (se casó con la actriz Patricia Neal), fue un padre frío que dejó en manos de niñeras el tiempo que no dedicó a sus cinco hijos. Y sin embargo, él mismo padeció la distancia de la familia al crecer como interno en un colegio y sufrir acoso escolar y la violencia y crueldad de los docentes. «La directora del internado me da miedo», le dijo en una carta a su madre, en una de las pocas ocasiones en que confesaba su verdadera situación, pues aun siendo sólo un niño prefirió contar, antes que desgracias y tristezas, todo tipo de travesuras ocurridas en el colegio –como poner un cangrejo en la cama de un compañero– a su progenitora, Sofie Magdalene. Esta, hasta dos años antes de que le llegara la muerte, guardó con celo las más de seiscientas epístolas que recibió de su hijo (él no conservó ninguna de ella) y de ellas hizo una edición el biógrafo de Dahl, Donald Sturrock, en 2016.
Ahora, el libro, «Te quiere, Boy» (traducción de Mariana Sández y Edgardo Scott), nos sirve para indagar en la vida privada del escritor y seguir su trayectoria, pues atraviesa cuatro décadas (1925-1965) a partir de una relación materno-filial llena de complicidades y confianza. De hecho, Sofie fue la primera lectora de los relatos de Roald, que empezó a publicar sus textos ya en edad madura, pero los cuales tuvieron un éxito contundente desde el comienzo. Esa sorpresa se capta en una de las misivas, y otros muchos episodios que tienen que ver con la etapa militar del autor, que fue piloto de aviones y combatió en la Segunda Guerra Mundial, conoció el desierto de Egipto y trabajó en el ámbito del espionaje y la diplomacia en Washington. El libro, además, tiene el aliciente de contar mucho material gráfico, desde fotografías hasta mapas y dibujos, lo que incluye, por cierto, una caricatura de Adolf Hitler.
El autor de clásicos de la literatura infantil como «Matilda» o «El gran gigante bonachón» comparte con su madre juegos de palabras y desata su imaginación delirante: «Querida mamá: He encontrado mi vieja pluma, así que ahora caminará sobre la página un hipopótamo en lugar de una araña desnutrida».
Anécdotas íntimas
Con prólogo de Sandez, se nos aparece este Dahl fuerte y fantasioso, que rechazó emprender estudios universitarios al tener la oportunidad de trabajar para Shell y conocer países exóticos. Son, claro está, papeles personales, y desde esa clave cabe leer páginas donde Dahl bromea sobre váteres donde quedarse encajado por haberlo pintado y estar condenado a «no hacer nada más que cagar durante el resto de su vida»; o, en otro momento, desde la embajada británica de Washington, contar cómo al perro de un amigo al que está cuidando «le dio por tirarse un pedo mientras yo dictaba algo a la secretaria, y tuve que echarlo de la habitación para que ella no pensara que el culpable era yo».
Así, junto con anécdotas surgidas de una mente curiosa y propensa a ver todo el rato el lado cómico de la vida, hay otras partes de esta correspondencia de mayor enjundia experiencial, en especial en torno a lo que tanto disfrutaba, volar, como este que sigue: «Hoy he realizado un vuelo campo a través y he podido ver una parte de Irak desde el aire. He visto la confluencia del Tigris y el Éufrates; he visto Bagdad; en el desierto he visto el Gran Arco de Ctesifonte, una de las siete maravillas y la mayor bóveda del mundo sin soporte; he visto una de las ciudades santas, con su enorme mezquita coronada por una cúpula de oro. Se la veía brillar al sol a muchos kilómetros de distancia. También he visto mucho desierto».
Asimismo, la lectura de todas estas cartas también revelarán el origen del talento literario de un autor que usó bien su propia vida para desarrollar diversos asuntos temáticos que lo acompañaron desde la infancia y que encontraron acomodo en sus ficciones; cuántas de estas, ciertamente, están llenas de niños huérfanos (como él, que lo fue de padre) o que se ven obligados a hacer cosas odiosas hasta que el destino les prepara el encuentro con un adulto salvador, en muchas ocasiones, en un entorno lleno de animales o árboles humanizados.
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