TITULO: El paisano - Viernes - 12 - Abril - Fran dejó su formación en economía para ser agricultor en La Mojonera ,.
Viernes - 12 - Abril a las 22:10 horas en La 1 , foto,.
Fran dejó su formación en economía para ser agricultor en La Mojonera,.
La tranquilidad, el espacio y sus raíces familiares han sido determinantes para dejar aparcado el estrés de la ciudad y volver a trabajar en el campo.
Fran tiene 36 años, nació en la localidad almeriense de La Mojonera, pero se marchó del pueblo para estudiar Economía. Tras vivir 5 años entre Granada y Almería, decidió dejar sus estudios y regresar a sus orígenes para ser agricultor. La vida en la ciudad no le llenaba y echaba mucho de menos el campo, donde había crecido junto a sus padres y abuelos, también agricultores.
Ahora Fran ha recuperado una vida más natural y más sana para él y su familia, criando a sus tres hijos en un entorno mucho más amable para su desarrollo. Fran regresó a La Mojonera con su pareja, Mari, y juntos trabajan una de las explotaciones de cultivos bajo plástico que tanto proliferan en la localidad y que son la fuente principal de su economía.
TITULO:
VACACIONES - EUROPA DE PELICULA - Las estaciones invernales leonesas reciben 16.000 esquiadores en Semana Santa,.
Las estaciones invernales leonesas reciben 16.000 esquiadores en Semana Santa,.
San Isidro experimenta el mejor balance en cinco temporadas con más de 11.000 usuarios,.
foto / Las estaciones invernales leonesas de San Isidro y Valle Laciana-Leitariegos han recibido 16.006 esquiadores durante las fechas de Semana Santa (del 23 al 31 de marzo). Las instalaciones dependientes de la Diputación han ofrecido en su conjunto entre siete y los actuales casi nueve kilómetros de pistas, con espesores de entre 20 y 70 centímetros de nieve que ha variado de primavera a polvo y polvo-dura y que se han visto incrementados entre cinco y diez entímetros más.
San Isidro (Puebla de Lillo), pese a la meteorología desfavorable de la borrasca Nelson, ha ofrecido la mayor oferta continuada de nieve de toda la Cordillera Cantábrica durante esta Semana Santa (4,5 kilómetros), lo que ha permitido disfrutar a un total de 11.385 esquiadores, con el 29 de marzo, día de Viernes Santo, como el de mayor afluencia (2.067 usuarios).
Cabe destacar que esta Semana Santa ha sido la de mayor afluencia de esquiadores de las últimas cinco temporadas abiertas al público y los usuarios proceden, fundamentalmente, de la provincia de León, Asturias, Galicia y Portugal.
Las vacaciones de Semana Santa también han venido acompañadas de nieve en el caso de la estación de Valle Laciana-Leitariegos (Villablino). Salvo el Jueves Santo, que el viento complicó la jornada en momentos puntuales, los demás días ha habido una meteorología favorable, con ligeras nevadas y buenas condiciones para la práctica del esquí y el 'snowboard', lo que ha permitido la afluencia de 4.621 esquiadores, con León, Galicia, Asturias y Portugal también como puntos principales de procedencia. Igualmente, Viernes Santo fue el día que aglutinó el mayor número de usuarios, con 1.095, según informan desde la institución provincial.
La estación lacianiega ha podido ampliar los kilómetros esquiables de 2,5 a los actuales 4,2, abriendo de nuevo las pistas de la zona baja de la estación y ha permanecido abierto el 'snowpark', para disfrute de los aficionados a estos espacios, con nuevos módulos de saltos, así como el circuito 'El Cuélebre', con actividades lúdicas para el aprendizaje de la población infantil.
Así, ha habido una afluencia importante de visitantes que se han iniciado en estos días en la práctica del deporte blanco, lo que ha repercutido en un aumento considerable de alquiler de equipos de esquí o 'snowboard,' siendo un tercio de los usuarios totales los que han utilizado este servicio que ofrece la propia estación.
TITULO: HOSPITAL - ¿Por qué pensábamos que el dolor menstrual era normal?,.
¿Por qué pensábamos que el dolor menstrual era normal?,.
¿Por qué pensábamos que el dolor menstrual era normal?
Dada la escasez de conocimiento sobre la salud menstrual, resulta paradójico que la sobremedicalización de la menstruación sea una triste realidad. ¿Por qué hemos normalizado este tipo de dolor?,.
foto / La menstruación es la fase del sangrado uterino que se produce durante el ciclo menstrual. Este proceso fisiológico ocurre en las mujeres en edad reproductiva, periodo vital que abarca desde la primera regla (menarquia) hasta su desaparición (menopausia), en torno a los 50 años.
El ciclo menstrual dura aproximadamente 28 días y consta de varias fases. En cada ciclo, un ovario se encarga de madurar y liberar un óvulo hacia las trompas de Falopio (ovulación). Además, y de forma simultánea, en la capa que recubre el útero (endometrio) se van produciendo cambios secretores que se traducen en un engrosamiento de la mucosa para poder acoger a un futuro posible embrión (anidación).
Si el óvulo no es fecundado por un espermatozooide, la parte engrosada del endometrio se descama (menstruación) y se rompen los vasos sanguíneos que lo nutren. Por eso se produce una hemorragia que es expulsada a través de la vagina. El inicio de la menstruación marca el comienzo de un nuevo ciclo.
¿A qué se debe el dolor menstrual?
La menstruación es la fase del ciclo menstrual que trae de cabeza a muchas mujeres por los dolores que puede llegar a provocar. Y es que el dolor de regla o dismenorrea afecta entre el 45 y el 95 % de las personas menstruantes.
Según su intensidad, puede fluctuar desde una molestia leve hasta llegar a afectar de un modo importante la calidad de vida de quien lo padece. Además, como el dolor es un parámetro que no puede medirse, esto dificulta el entendimiento entre médicos y pacientes.
El dolor menstrual se puede clasificar en dos tipos dependiendo de su origen: dismenorrea primaria y dismenorrea secundaria.
La dismenorrea primaria es una de las principales causas de dolor pélvico entre las mujeres. Es un dolor de regla que no tiene una causa definida, es decir, que no está asociado a una enfermedad. Su aparición está asociada al inicio del sangrado, es de corta duración (entre 2 y 3 días) y la intensidad del dolor no suele ser limitante.
En su origen participa un aumento de sustancias proinflamatorias, en particular ciertas prostaglandinas que causan contracciones uterinas (calambres) y dolor abdominal, entre otros efectos.
Por su parte, la dismenorrea secundaria es el dolor menstrual que sí tiene su base en alguna patología, como pueden ser la endometriosis o la enfermedad inflamatoria pélvica.
Por tanto, es muy importante poder distinguir entre ambos tipos, para identificar si existe alguna enfermedad que genera este dolor y aplicar un tratamiento adecuado.
¿Es normal tener dolor durante la menstruación?
La idea errónea de que el dolor de regla es normal está muy extendida. Debido a este halo de aparente normalidad, el diagnóstico de ciertos procesos patológicos que afectan al cuerpo femenino se ve retrasado, con las consecuencias personales y socioeconómicas que conlleva.
El uso de antiinflamatorios no esteroideos y anticonceptivos orales puede ser útil para tratar la dismenorrea primaria. Sin embargo, su uso indiscriminado puede contribuir a ignorar los síntomas de enfermedades ginecológicas como la endometriosis, adenomiosis o la presencia de miomas. La endometriosis es uno de los casos más llamativos de enfermedad crónica ampliamente infradiagnosticada.
Además, es importante destacar que, si no se trata adecuadamente, en determinadas circunstancias la dismenorrea puede derivar en dolor pélvico crónico.
Por tanto, ante dolores menstruales frecuentes e intensos que no responden a los tratamiento comunes se recomienda acudir a un especialista. Además de ello, no debemos normalizar ningún tipo de dolor de regla para que las chicas jóvenes y mujeres se atrevan a decirlo y a buscar asistencia. Así podrán descartarse otros problemas más graves, incluyendo la cronificación del dolor por un problema de hipersensibilización del sistema nervioso central.
El sesgo de género en la ciencia
Un factor que ha dificultado la distinción entre lo que es normal y lo que no lo es ha sido la escasez de conocimiento sobre la fisiología y la salud menstrual. Por eso mismo también resulta paradójico que la sobremedicalización de la menstruación sea una triste realidad.
El bajo número de artículos científicos en comparación con otros procesos fisiológicos se puede comprobar fácilmente haciendo búsquedas en bases de datos especializadas como PubMed.
Una de las bases que sostienen este problema es que la ciencia ha crecido en una sociedad androcéntrica y ha desarrollado muchos de sus trabajos bajo un sesgo sexual y de género. Es decir, se ha dejado un cerco inexplorado en cuanto a la fisiología y patologías femeninas, incluyendo la salud sexual y reproductiva.
No solo en estos campos en concreto, pues durante mucho tiempo se había creído que los datos científicos obtenidos al estudiar individuos macho podían ser extrapolados a las hembras, algo que hoy la comunidad científica ya ha empezado a admitir como un error. Además, las fluctuaciones hormonales que ocurren en las hembras eran consideradas tradicionalmente como un inconveniente a la hora de realizar investigaciones biomédicas. El motivo que se daba era una mayor dificultad a la hora de interpretar los resultados de los experimentos.
Por estas razones, muchos ensayos preclínicos sobre medicamentos realizados, o bien no han contado con representación femenina entre los grupos analizados, o esta ha sido insuficiente.
Este sesgo ha dado lugar a vacíos informativos con respecto a cómo diagnosticar y tratar correctamente a la mitad de la población mundial. De hecho, el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos (NIH) ha instaurado una política para que el sexo sea considerado como un parámetro biológico a tener en cuenta en los estudios que financia.
A un lado de esto, el escaso nivel de información y concienciación a nivel social también ejerce un papel muy importante.
La regla como un proceso natural y no de condena
Es tiempo ya de que aspectos relacionados con el cuerpo de la mujer como la menstruación dejen de ser un tabú y que se le dé visibilidad tanto a la regla como a las enfermedades agudas o crónicas que pueden producir trastornos menstruales.
De este modo, las mujeres podrán vivir la regla como un proceso natural y también como una herramienta que les permita valorar si hay algo que no va bien en su cuerpo, en lugar de como una condena. Así podrán acudir a los centros de salud a pedir un diagnóstico, un tratamiento y un seguimiento adecuados sin el temor de ser juzgadas o tachadas como débiles.
Estamos entrando en la era de los tratamientos personalizados y las mujeres deben recibir lo que realmente necesitan. En palabras de la experta Carme Valls, es necesario aplicar una «ciencia de la diferencia» para dejar atrás estos sesgos que discriminan el cuidado de las mujeres por todo el mundo.
TITULO: VUELTA AL COLE - Un tiempo de preguntas - Un proyecto del Colegio Santa Teresa de León, premio nacional eTwinning,.
Un tiempo de preguntas - Un proyecto del Colegio Santa Teresa de León, premio nacional eTwinning,.
El proyecto de 3 ESO 'Al pan, pan' logra además un premio de buenas prácticas de innovación educativa,.
fotos / Alumnos del colegio Santa Teresa que participaron en el proyecto 'Al pan, pan'.
El Colegio Santa Teresa en León ha sido reconocido con el Premio Nacional eTwinning y con el tercer puesto del Premio de Buenas Prácticas Docentes de Innovación Educativa 2023 por el proyecto eTwinning 'Al Pan, Pan', que fomenta la comunicación, la colaboración entre el alumnado a nivel europeo y la cultura emprendedora.
Con el pan como excusa, los alumnos de 3º de ESO trabajaron durante el curso 2021-22 junto a compañeros rumanos e italianos de 12 a 16 años estrategias de comunicación y de participación responsable y activa a través de la integración de los contenidos del aula, el uso de herramientas digitales y la creación de actividades a diferentes niveles.
Partiendo de una pregunta formulada por los alumnos: ¿Por qué el consumo desorbitado de harina y levadura hizo que desapareciesen esos productos de las tiendas durante el confinamiento?, se buscaron las razones de la importancia que el pan tiene y los alumnos analizaron su procedencia y elaboración, sin perder de vista el significado sentimental que puede llegar a tener y las representaciones que el alimento adquiere en otros ámbitos como el arte o la literatura.
'Al pan, pan'
'Al Pan, Pan' se plantea desde la asignatura de Inglés como un proyecto interdisciplinar y su éxito tiene que ver con el hecho de que los alumnos se implicaron en el debate con sus compañeros extranjeros. La colaboración no puede hacerse sin diálogo, lo que también significa respeto por los demás y tolerancia. Llevar a cabo proyectos como «Al Pan Pan» rompe con las viejas teorías que consideran el aprendizaje un proceso exclusivamente cognitivo. El proyecto ha activado el ámbito emocional del aprendizaje y al mismo tiempo ha tenido en cuenta el análisis, la práctica y la aplicación. Los resultados físicos de las actividades son de alta calidad (mapas, presentaciones, archivos de audio…), pero la comunicación y el desarrollo de las habilidades sociales han sido los puntos más relevantes.
También se reforzó la idea de que el aprendizaje es un proceso creativo: lo que aprendemos está estrechamente relacionado con cómo, en qué circunstancias y dónde lo hacemos. La creatividad conecta mente, corazón y mano y, tal como lo vemos, la experiencia creativa es siempre gratificante y ha proporciona una visión más profunda de nuestros alumnos. El proyecto es aquí un campo de acción y expresión, donde todos y cada uno de los alumnos, independientemente de su nivel competencial, han tenido voz.
Metodologías educativas
Otra de las claves del proyecto ha sido la combinación de tres metodologías activas junto con el hecho de que se trata de un proyecto interdisciplinar, siendo más rico desde el punto de vista de los contenidos y pudiéndose integrar en el plan de estudios fácilmente.
Unido al Aprendizaje Basado en Proyectos, se siguió el modelo del Diseño Universal de Aprendizaje, previendo múltiples medios de participación, representación, acción y expresión, y se optimizaron la elección individual y la autonomía, así como las demandas y los recursos para hacer que el proyecto fuese más desafiante. Se fomentó la colaboración, se utilizaron medios para la comunicación variados y herramientas colaborativas, dejando que los alumnos administrasen y gestionasen los medios de expresión. Además, se incluyeron los principios de Cubing, método de instrucción diferenciada que permitió tratar el tema desde seis ángulos adaptándose a las necesidades y estilos de aprendizaje individuales, acercándose además a la Agenda 2030 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Por lo tanto, el enfoque del estudio del pan incluyó estrategias de descripción, análisis, comparación, asociación, razonamiento y aplicación.
Apertura al exterior desde un centro de León
Se ha demostrado que la combinación de varias metodologías es altamente productiva, son complementarias, y su conjugación se traduce en mayor autonomía e iniciativa por parte de los alumnos, quienes desarrollaron, entre otras, habilidades para la negociación y resolución de conflictos y, por supuesto, destrezas para la comunicación en una segunda lengua.
eTwinning ha aportado además un enfoque global que conduce a un proceso de digitalización e impulsa a la internacionalización del centro potenciando una dimensión europea e intercultural. Al Pan Pan contribuye así a la apertura al exterior y a la búsqueda de nuevos entornos para el aprendizaje, y desde eTwinning conocemos otras realidades desde nuestras aulas, y esto favorece el entendimiento y respeto entre los pueblos y hace de nuestros alumnos ciudadanos más responsables y comprometidos,.
TITULO: EN PRIMER PLANO - A FONDO - REVISTA XL SEMANAL PORTADA ENTREVISTA - En la tuya o en la mía - Miercoles - 10 - Abril - Leire Martinez ,.
En la tuya o en la mía - Miercoles - 10 - Abril ,.
En la tuya o en la mía', presentado por Bertín Osborne, acerca a los espectadores el lado más desconocido de personajes relevantes de diversos ámbitos. Durante aproximadamente una hora, los telespectadores tienen la oportunidad de conocer mejor al invitado y también al propio Bertín Osborne, en La 1 a las 22:30, el miercoles- 10 - Abril , etc.La Oreja de Van Gogh: “En verano se bailan hasta las penas”,.
Los donostiarras vuelven con la canción oficial de la Vuelta ciclista 2012, un valor seguro para colocarse entre los temas del verano,.
fotos / Leire Martinez,.
“Sabemos que la gente nos quiere y que nos ha querido mucho a lo largo de casi treinta años”
Leire Martínez, Xabi San Martín, Pablo Benegas, Álvaro Fuentes y Haritz Garde forman una de las bandas más reconocidas del panorama musical estatal e internacional,.
Se llaman Leire Martínez, Xabi San Martín, Pablo Benegas, Álvaro Fuentes y Haritz Garde y juntos forman La Oreja de Van Gogh, una de las bandas más reconocidas del panorama musical estatal e internacional. En diciembre de 2022, pusieron punto y final a su gira Un susurro en la tormenta, con más de cuatrocientas mil personas como público y ciento veinticinco actuaciones en dos años por diversos lugares del mundo. Ahora, y después de un pequeño parón para tomar aire tras este largo viaje de su anterior disco, los cinco integrantes del grupo están ya preparados para su próxima gira que comenzará en el SanSan Festival de Benicàssim (Castellón) y finalizará en octubre tras una treintena de actuaciones. Hablamos con Haritz Garde, batería de la banda, para hacer un balance de estos ya casi treinta años en el mundo de la música.
Van camino de tres décadas en activo. ¿Qué balance hace de todos estos años?
-Nos parece increíble que ya hayan pasado casi treinta años. El balance solo puede ser positivo, más bien, muy positivo. Después de tanto tiempo, y tantísimas cosas maravillosas que nos han pasado, es todo un lujo que podamos seguir disfrutando de lo que más nos gusta y que siga siendo nuestro modo de vida. Por supuesto, todo esto no hubiera sido posible sin toda la gente que nos ha seguido y nos ha apoyado todos estos años. Les estaremos siempre agradecidos.
¿Cómo se les ocurrió el nombre del grupo?
-Se nos ocurrió de manera muy espontánea. Estábamos empezando a hacer nuestros primeros conciertos en bares de Donostia-San Sebastián y no teníamos nombre, así que un día nos juntamos a tomar un café y empezamos a decir posibles nombres. No sabemos cómo terminamos hablando de Van Gogh, pero alguno dijo que podríamos ponerle La Oreja de Van Gogh. A todos nos pareció bien y así se quedó. No imaginábamos que treinta años después seguiríamos hablando del origen del nombre.
Lejos quedan aquellos años en que formaron la banda, todavía sin Amaia Montero, y comenzaron a tocar versiones. ¿Con qué soñaban en aquella época?
-La verdad es que no teníamos muchas pretensiones. Solo queríamos pasarlo bien, aprender a tocar juntos y hacer versiones de las bandas que nos gustaban. Poco a poco fuimos metiendo alguna idea propia y lo disfrutábamos mucho. Nuestro sueño era enseñarles las canciones nuevas a los amigos.
¿Cómo describiría la evolución de la música de La Oreja de Van Gogh desde que empezaron hasta ahora?
-Una evolución lógica de una banda que crece y aprende al mismo ritmo. Siempre siendo fieles a nosotros mismos y manteniendo la ilusión por hacer canciones y contar historias nuevas. Evidentemente, siempre pierdes frescura según vas evolucionando y aprendiendo, pero intentamos no alejarnos de nuestra esencia y no dejarnos llevar mucho por las modas.
Llegar es complicado, pero mantenerse lo es aún más. ¿Cuál es su secreto ?
-No lo sabemos. Creemos que son muchos factores. Las canciones, que son nuestro tesoro, mucho trabajo, no perder de vista el porqué empezamos a hacer música y, sobre todo, la amistad y el respeto mutuo que seguimos teniéndonos.
¿Hay grupo para otros treinta años más?
-Esperemos que sí. Nuestra idea es seguir contando historias y cantándolas. Ya vamos cumpliendo años, pero de momento seguimos disfrutando mucho de lo que hacemos.
¿Son conscientes de que son una de las bandas más importantes de nuestra historia?
-La verdad es que no. Eso suena muy grande. Sabemos que la gente nos quiere y que nos ha querido mucho a lo largo de casi treinta años. Estamos muy orgullosos de todo lo que hemos conseguido. Nos ha permitido viajar por el mundo y poder vivir de lo que más nos gusta. Seguimos disfrutando como niños de este sueño que estamos viviendo.
Uno de sus temas más emblemáticos es Jueves, tema que grabaron en recuerdo de los atentados del 11-M y cuyos beneficios se destinaron a la Asociación 11-M Afectados del Terrorismo. ¿La letra está basada en un hecho real?
-Es una historia que podría haber pasado en uno de aquellos trenes. Queríamos hacer un homenaje a todas las víctimas, pero con todo el respeto del mundo. Se nos ocurrió esta historia, cotidiana, que podría pasar en cualquier tren del mundo, pero al final se trunca por un atentado horrible.
De todas sus canciones, ¿cuál es su preferida y por qué?
-Es casi imposible quedarse con una canción. Tenemos la suerte de tener muchas canciones que son importantes para la historia del grupo. Desde El 28, la primera canción que salió en la radio, pasando por La playa, que nos abrió las puertas de México, o Rosas, que nos introdujo en el resto de América. También El último vals, la primera canción con Leire. Pero claro, todas y cada una de nuestras canciones tienen una historia personal detrás y sería injusto quedarse solo con una.
¿Donostia siempre tendrá un sitio especial en sus letras?
-Por supuesto. Es nuestra ciudad y el mejor sitio del mundo para vivir. Además es muy inspiradora. Es donde La Oreja de Van Gogh volvemos a ser Leire, Xabi, Pablo, Álvaro y yo y allí nos sentimos muy queridos y respaldados.
¿Qué opina de Zorra, la canción de Nebulossa seleccionada para Eurovisión?
-Nos ha gustado mucho y seguro que le va a ir de maravilla en Eurovisión. Está siendo todo un fenómeno por todas partes. Todo lo que nos siga acercando a la igualdad es bienvenido.
¿Se han planteado alguna vez ir a Eurovisión?
-Nunca nos lo hemos planteado. Nos parece que es una buena plataforma para grupos nuevos o que no sean tan conocidos. Hay que darles más espacios como este.
La cantante Vicco, que tiene una gran devoción por su grupo, hizo una versión del tema Pop. ¿Les gusta cómo suena?
-Nos encanta la versión que ha hecho porque la ha hecho suya. Es lo que mola de las versiones. Es todo un honor para nosotros.
El conocido DJ Rubén Coton cuelga en su perfil de TikTok vídeos mezclando canciones en combinaciones inimaginables, como por ejemplo temas de La Oreja junto a canciones del grupo Arde Bogotá. ¿Sería posible una colaboración con ellos?
-Son un grupo que nos encanta. Nos identificamos mucho con este tipo de bandas que hacen sus canciones y luego las defienden en directo con mucha energía. Este año coincidiremos con ellos en varios festivales y quién sabe si de ahí podría salir una colaboración. Estaríamos encantados.
¿Qué opina sobre el impacto de las redes sociales en la industria musical?
-Las redes sociales han cambiado el mundo en general y, por supuesto, la música también. Ahora puedes comunicar lo que quieras de manera más directa con la gente. Es verdad que requiere más trabajo para estar conectado con tus seguidores, pero merece la pena.
TITULO :EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA - MI CASA ES LA TUYA - viernes - 12 - Abril - Arturo Pérez Reverte - Leer (Aduanas mediante) perjudica la salud ,.
MI CASA ES LA TUYA - VIERNES - 12 - Abril ,.
MI CASA ES LA TUYA -', presentado por Bertín Osborne,.
acerca a los espectadores el lado más desconocido de personajes relevantes de diversos ámbitos. Durante aproximadamente una hora, los telespectadores tienen la oportunidad de conocer mejor al invitado y también al propio Bertín Osborne, en Telecinco a las 22:00, el viernes - 12 - Abril ,etc.
EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA - MI CASA ES LA TUYA - viernes - 12 - Abril - Arturo Pérez Reverte - Leer (Aduanas mediante) perjudica la salud ,.
Eran otros tiempos. Ahora cualquier imbécil puede llevar un barco a base de apretar botones y con una terminal de satélite; pero entonces todavía quedábamos hombres en los puentes, en cubierta y en los sollados. Hombres para palear carbón empapados en sudor como en la boca del infierno, o pasar días con el sextante en la mano, en mitad del Atlántico y con mal tiempo, acechando la aparición del sol o de una estrella para determinar latitud y longitud sobre una carta náutica. Hombres para destrozar un burdel en Rotterdam, secar un bar en Tánger, o mantenerse al timón con olas de ocho metros y a la capa, mirando al capitán silencioso y acodado junto a la bitácora como quien mira a Dios.
También eran otros barcos, y otros pasajeros. Los unos eran motoveleros que parecían aves blancas en el horizonte, o vapores de hierro testarudos y sólido en el andar. Los otros eran tipos cuya fisonomía delataba su pasado o su futuro: plantadores tostados por el sol, con ojos amarillos de malaria; misioneros jóvenes acariciando sueños de martirio y gloria, o barbudos, flacos y febriles, atiborrados de dudas y de quinina; militares de caqui abrevando en grupos; funcionarios de blanco colonial, hundida la nariz en vasos de ginebra: esposas de tez pálida o enrojecida, avejentadas por los trópicos; negros de corbata, miembros del clan favorecido por la metrópoli, futuros ministros y también futura carne de linchamiento tras la independencia.
Ésos eran mis pasajeros. Durante muchos años los estuve llevando con sus equipajes, ida y vuelta una vez al mes. Entre Cádiz y Santa Isabel, con buen y mal tiempo, sin ningún percance que anotar en el cuaderno de bitácora del San Carlos, Salvo la última maniobra, con doscientos treinta y cuatro refugiados, veinte guardias civiles y dos ametralladoras en el puente, cuando largamos amarras de Santa Isabel pegando tiros al aire para mantener alejada a la muchedumbre que pretendía asaltar el barco; aún no estoy seguro de si para cortamos el cuello o para que los sacáramos de allí. Pero esa es otra historia.
La que pretendo contarles empezó seis o siete años antes del último viaje. Corrían los tiempos en que Fernando Poo era todavía eso: una colonia próspera y ejemplar habitada por blancos altaneros y negritos buenos, con plantadores de cacao que dedicaban el tiempo libre a emborracharse y a engendrar mestizos, y con un gobernador militar, hombre recto y católico practicante, que iba a misa los domingos y que, al caer cada tarde, rezaba el rosario en familia en la veranda de su residencia, un palacete colgado entre buganvillas, ceibas y cocoteros, sobre el Atlántico.
A ella la vi subir al barco en Cádiz. Recorrió la escala real, cinco metros de plancha inestable vibrando bajo sus tacones altos, como sólo una de cada cien mujeres sabe hacerlo: con seguro balanceo de piernas y caderas, leve como un soplo, con la brisa cómplice luciendo ondear la falda de su vestido blanco. Todo en ella parecía dorado: el cabello, las pestañas, la piel. Martín, mi tercero, que por aquel entonces era aún demasiado joven y demasiado impresionable, alargó una mano para ayudarla a pisar cubierta y ella se lo agradeció con una mirada azul que lo hizo enrojecer. Una mirada de esas por las que un hombre de los de antes era capaz de hacerse matar en el acto. Pero de todos nosotros fue el contramaestre Ceniza, acodado en la regala con los ojos entornados por el humo de un cigarrillo, quien resumió mejor la cuestión: «He ahí una mujer», dijo entre dientes. Y aunque yo, que estaba cerca, apenas pude escuchar el comentario, bastó el gesto de homenaje, una breve señal de asentimiento que hizo inclinando un poco la cabeza gris, para que leyese en sus labios sin palabras. Porque, de una u otra forma, el contramaestre se limitaba a expresar un sentimiento general, compartido desde el puente, donde yo mismo estaba con un ojo en la maniobra y otro en la escala real, hasta el muelle, donde los estibadores, con los brazos en jarras, observaban admirados el paisaje. Ella era, exactamente, lo que en aquel tiempo aún llamábamos una mujer de bandera.
El subió detrás. Flaco y bien vestido, sombrero de paja y corbata con calcetines a juego, con una maleta de piel en cada mano. Se le veía chico de buena familia en pos de un destino decente al regreso, dieciocho meses en los trópicos, funcionario medio de la administración colonial con prometedora carrera más adelante, si lograba sobrevivir a la humedad, a la fiebre, al alcohol, al aburrimiento. Le calculé treinta años; un par más que a ella. Y poco tiempo decasados. Dos o tres meses, a lo sumo.
II
Fue un viaje tranquilo. Tuvimos buen tiempo y hermosas puestas de sol costeando África hasta el golfo de Guinea. Ella solía pasar el tiempo en una hamaca de cubierta, bronceándose la piel con el cabello recogido en un pañuelo de seda, gafas oscuras y un libro en las manos. Al atardecer, antes de vestirse para la cena, la veíamos siempre a popa, observando las aves marinas que planeaban en la estela mientras la corredera desgranaba milla tras milla en el Atlántico. Tenía una forma peculiar de inclinar el rostro sobre la borda, como si la espuma de las hélices, al batir las aguas, arrastrase imágenes que no le disgustara ver desvanecerse mar adentro. Sólo en aquel momento parecía sonreír como para sí misma, algo distante, con ese leve toque de fatiga, o de hastío, que a veces es posible percibir en algunas mujeres jóvenes a las que suponemos una historia que contar.
Pero ella jamás contó nada. Se limitaba a una breve inclinación de cabeza cuando algún pasajero o tripulante le dirigía un saludo, o cuando alguien, más atrevido, se hacía el encontradizo sobre cubierta. Creo que jamás la vi reír, o pronunciar diez palabras seguidas; ni siquiera cuando Martín, las dos o tres veces que ella y su marido fueron invitados a cenar en mi mesa de la cámara, hacía esfuerzos desesperados para llamar su atención. A pesar de ello, cuando dejamos atrás el trópico de Cáncer mi tercero estaba enamorado hasta la médula, y su dolencia aumentó a medida que nuestra latitud se aproximaba al Ecuador. Aquello me hubiera dado lo mismo en otras circunstancias; pero a fin de cuentas se trataba de mi barco. Ella era una mujer casada y su marido un pasajero absolutamente honorable, en principio. Además estábamos en alta mar, lo que me convertía en responsable moral de la situación. Así que una noche subí al puente mientras Martín hacía su cuarto de guardia, me apoyé a su lado en la bitácora y en voz baja, para evitar que nos oyera el timonel, le dije que estaba dispuesto a colgarlo del palo mayor si seguía haciendo el idiota. Creo que captó el fondo del asunto, pues a partir de entonces dejó de tartamudear en su presencia y todo fue como una seda.
Y no es que al marido le hubiera importado mucho. Lo cierto es que resultaba un tipo curioso. Yo estaba al corriente — a un capitán, en un barco, se le ocultan muy pocas cosas— de que las noches en el camarote de primera que ambos ocupaban eran ardientes, por decirlo de algún modo. Mayordomos y camareros daban fe, y era inevitable que eso llegara a mis oídos, de que tras la cena, ya en la intimidad de sus estrechas literas, ambos se entregaban a prolongados y ruidosos ejercicios conyugales. Lo extraño de todo aquello es que, durante el día, en la vida cotidiana de a bordo, apenas se prestaban atención, y era imposible, por mucho que se acechase, percibir en ellos los gestos tradicionales que uno suele esperar en tales casos, cuando hay de por medio una joven pareja de recién casados. Mientras ella permanecía en cubierta, con su libro o absorta en la estela del barco, él consolidaba una estrecha relación con Óscar, el barman de a bordo, a cuyo segundo taburete por la izquierda, el que daba a uno de los ojos de buey de estribor, parecía abonado en permanencia. Bebía como un profesional: solo, despacio y en silencio. Y a pesar de su aire de muchacho de buena familia, Óscar terminó confesándome que había algo encanallado en la forma de torcer el bigote rubio a la hora de contemplar al trasluz la transparencia del sexto o séptimo martini. El resto del tiempo lo pasaba en el salón de juego, compartiendo tapete y baraja con un plantador muy adinerado, un comandante de la policía territorial que era una auténtica mala bestia, y el obispo de Bata, que regresaba de un cónclave en la Península y se moría por el poker descubierto. El joven marido jugaba bien y tranquilo, con mucha sangre fría, perdía con una sonrisa de desdén bajo el bigotillo rubio y ganaba encogiéndose de hombros, con los ojos entornados por el humo del cigarrillo americano que, invariablemente, tenía colgado en la comisurade la boca. En toda una vida de zarandeos en la mar y broncas en los puertos he aprendido un par de cosas sobre los hombres. Sé a quién confiar el timón cuando la mar pega de través, reconozco a un fogonero en tierra por su forma de caminar cuando está borracho, y en un bar adivino de un vistazo, entre veinte fulanos, el que lleva un cuchillo escondido en la caña de la bota. Por eso ante aquel mozo estaba seguro de no engañarme: alguien, su padre o su tutor, tenía que haber suspirado con alivio cuando, tras mover un par de influencias y conseguir meterle un destino en el bolsillo, logró subirlo a un barco, facturándolo para las colonias con su flamante mujercita. Con la esperanza, imagino, de que tardase mucho en volver.
III
Una mañana, con el sol reverberando en la rada de Santa Isabel como en un círculo de plata, echamos el ancla con el estrépito de cadenas y las maniobras de rigor mientras harapientos negros en calzón cono afirmaban las estachas chorreantes de agua sucia. Se tendió la escala real y primero ella sin volver la cabeza, y luego él tocándose el ala del sombrero, desembarcaron sin más ceremonia y salieron de nuestras vidas.
En la monótona existencia local, que sólo se animaba cuando algún plantador se volvía majara y le pegaba un tiro a su mujer, o los pamues del interior violaban a una monja antes de hacerla filetes a machetazos, la llegada mensual del San Carlos era fiesta de precepto en el calendario local. Mi barco era el único vínculo que en aquel tiempo unía a los colonos con la metrópoli, así que la arribada rozaba el acontecimiento. La mayor parte de la población masculina blanca se congregaba en el muelle para asistir a la maniobra de atraque, ver qué novedades deparaba la lista de pasaje, y subir después a bordo para instalarse en el confortable, ventilado y bien provisto bar de la cámara, del que procuraban no salir hasta dos días después, cuando llegaba la hora de largar amarras. Entonces se agrupaban todos de nuevo en el muelle para agitar pañuelos y envidiar la suerte de quienes ponían agua de por medio. Todavía me parece verlos: ruidosos, maledicientes y malhumorados, despotricando de los negros, del meapilas del gobernador y de los precios del cacao, enflaquecidos por las fiebres o grasientos y sudorosos, con sus camisas blancas o caquis pegadas al cuerpo por la transpiración, y trasegando alcohol como si les fuera la vida en ello. Deshechos por el calor, la cirrosis, la gonorrea y el aburrimiento.
Por supuesto que se fijaron en ella. Yo imaginaba lo que iba a ocurrir y no quise perdérmelo, asomado al alerón de babor. Apenas apareció su melena rubia en lo alto de la escala real los vi agitarse en tierra, sorprendidos y ávidos, venteando una caza que, eso saltaba a la vista, estaba muy por encima de sus posibilidades. Hubo hasta algún silbido de admiración contenido a duras penas cuando el marido, que bajó tras ella ajeno en apariencia a la expectación suscitada, llegó al muelle y, tras quitarse un instante el sombrero con irónica cortesía en atención a los espectadores, se la llevó del brazo. A mi lado, en el puente. Martín miraba obstinadamente en dirección contraria, hacia el mar, apretada la mandíbula y pálido como la chaqueta de uniforme que se había abotonado hasta el cuello para la ocasión. Ella ni siquiera se había vuelto a decirle adiós.
IV
Pasaron ocho meses antes de que volviéramos a verla. Al marido sí nos lo encontramos puntualmente a bordo, de treinta en treinta días, siempre ocupando su taburete favorito cada vez que tocábamos tierra en Santa Isabel. Llegaba a bordo con el resto de los blancos locales, saludaba a Óscar y se pasaba dos días bebiendo como una esponja hasta que retirábamos la escala y largábamos amarras. Fue así, en el atestado bar del San Carlos, entre humo de cigarros, rumor de conversaciones, codazos disimulados y risitas en voz baja, cómo las almas caritativas en que tan pródiga era la pequeña vida social de la colonia me mantuvieron informado de los acontecimientos. Al principio el tono era compasivo, del tipo «pobre chico, con una mujer así, usted ya me entiende, capitán»… seguido todo ello de una mueca desdeñosa o burlona y un guiño socarrón sobre el borde de un vaso mientras al fondo de la barra, ajeno en apariencia a la glosa de su desgracia, el marido miraba abstraído por el ojo de buey, rumiando sus pensamientos entre los vapores siempre compasivos del martini. En sucesivos viajes, a medida que el rumor del asunto se extendía hasta extremos que no podían pasar inadvertidos al propio interesado, el tono era ya de abierta rechifla, con bromas en voz alta, gestos alusivos e incluso comentarios directos que el marido encajaba con una media sonrisa entre aturdida y distante, como si aquella humillación pública pudiera ser aceptada de más o menos buen grado, a modo de resignada expiación por oscuros pecados sólo por él conocidos.
Así, de escala en escala, fuimos siguiendo puntualmente la evolución de la historia. En principio había sido un plantador de cacao; el mismo que, en el primer viaje, compartió tapete y baraja con el marido en la cámara. Después vino el turno de un poderoso comerciante en maderas, antes de que la fortuna sonriese a uno de los más altos funcionarios de la administración colonial. No tardó en correrse la voz, y menudearon los candidatos. En el microcosmos blanco de la colonia no había secreto que resistiese un par de copas entre amigos; además, los agraciados eran los primeros en alardear públicamente de tan soberbio trofeo de caza. Ella, matizaban con una mueca de envidia quienes quedaban fuera de la categoría mínima exigida para ejercer derecho a opción, picaba muy alto. Era también, al parecer, de gustos caros y muy ambiciosa, y sabía sacar partido de ello. Se hablaba de joyas, talones bancarios firmados entre arrebatos de pasión, y también de un par de apacibles vidas familiares deshechas irremediablemente, para gran escándalo de las almas pías locales y regocijo de quienes miraban los toros desde la barrera.
Hacia los últimos viajes comprendí que la situación se volvía insostenible. El amante de turno, otro plantador de categoría, con posesiones en la isla y el continente, ocupaba la cabecera de la crónica local a causa de cierto desagradable suceso doméstico. Para una esposa cualquiera, a quien el espejo mantenía con objetiva crueldad al corriente de los estragos de una docena de años entre humedades ecuatoriales y fiebres diversas, una cosa era no darse por enterada de que el marido se alegrara la vida jugueteando con las siempre dóciles miningas del servicio doméstico, y otra muy distinta que el interesado regresara a casa al amanecer silbando alegremente y con cabellos rubios enredados en la ropa. Así que, una de tales madrugadas, una esposa se había sentado a esperar en camisón, bajo el ventilador que giraba perezosamente en el techo, con una botella de ginebra en una mano y una pistola en la otra. Había errado el blanco por quince centímetros, quizá porque cuando el marido abrió la puerta y se encontró con el cañón del arma apuntándole a bocajarro, la esposa ya se había bebido la botella de ginebra y su pulso dejaba mucho que desear. Aquel tiro hizo mucho ruido, valga el fácil retruécano: el caso se hizo del dominio público y el gobernador militar, que hasta entonces había procurado no darse por enterado, decidió tomar canas en el asunto. Aquello no era moral. El marido fue convocado por vía de urgencia y, tras una breve conversación cuyos pormenores jamás salieron a la luz, abandonó el despacho de Su Excelencia con un traslado fulminante a la Península que equivalía a una expulsión sumaria.
V
Y fue así cuando, transcurridos aquellos ocho meses, la vimos subir de nuevo a bordo. Era un atardecer de esos muy lentos y tranquilos, con el sol que se deslizaba despacio a lo largo de la costa, silueteando cocoteros sobre la Cuesta de las Fiebres. Era rojo el reflejo del mar en el puerto y los muelles, y el aire parecía inflamado por algún incendio lejano. Eran rojas las paredes blancas de la Aduana, y rojas las camisas y rostros de los colonos y funcionarios que, como en cada viaje, se congregaban en el muelle después de la última copa a bordo para despedir a los pasajeros y observar la maniobra de largar amarras. Yo sabía lo que iba a suceder, anunciado desde dos días atrás con la ruindad y la mala fe que son de esperar en tales casos. Todos estaban allí aquella tarde: los habituales y también los que no lo eran, venidos expresamente para no perderse el espectáculo.
No quedaron defraudados. Estaba a punto de ordenar la maniobra cuando los vi bajar de un coche, precedidos por un par de negros con su equipaje. La gente que aguardaba a pie de pasarela abrió paso en silencio. Ella vestía de blanco, como al subir al barco en Cádiz, y su cabello dorado tenía reflejos rojizos cuando, antes de ascender por la pasarela, se quitó las gafas oscuras y paseó una mirada azul, serena y singular, por los rostros que la rodeaban. Estaba tan bella como el primer día, y vi que Martín, mi tercero, tragaba saliva con dificultad, aun estando tan al corriente de lo ocurrido como lo estábamos yo y el ruin comité de despedida congregado en el muelle. Entonces el marido, que miraba al suelo, le tocó el codo y ella levantó la barbilla, desafiante, y se puso de nuevo en movimiento como si despertara de un sueño o una imagen, pisó la escala y ascendió por ella con aquel balanceo suave de falda y caderas en las que no se ponía el sol, una entre cien, recuerden, sólo una de cada cien mujeres es capaz de moverse así al abandonar la seguridad de tierra firme, y mucho menos dejando lo que aquella dejaba a su espalda.
Pensé que se encerrarían en su camarote hasta zarpar, pero me equivocaba. Se quedaron los dos en cubierta, mirando hacia el muelle mientras bajaban la pasarela y los negros soltaban amarras de los norays, dejando caer con un chapoteo las estachas al mar. Y mientras yo daba la orden de largar todo a popa, timón a estribor y avante poca, y el San Carlos empezaba a separarse lentamente del muelle, el grupo que estaba en tierra se agitó con un rumor que fue creciendo hasta llegar a los pasajeros en cubierta. Primero fueron sonrisas descaradas, adioses guasones, pañuelos agitándose con mala intención. Después, gestos inequívocos que dieron paso a groseras carcajadas. Me volví a mirar a la pareja, interesado, casi desatendiendo la maniobra. Acodados en la tapa de regala, sin apartar los ojos de tan brutal despedida, los dos observaban impasibles el espectáculo, como si nada de todo aquello se refiriese a sus propias vidas. No había en sus rostros expresión alguna, rastro de ira o vergüenza. Si acaso, altanería en la mirada fría, en los ojos azules de ella. Y quizá un punto de absorta atención, de reflexiva curiosidad en el, en su forma de observar a la gente que lo insultaba. Como si de sus rostros y voces pudiera extraer interesantes consecuencias.
Y entonces, desde el muelle, llegó hasta nosotros, hasta él, clara e indistinta, pronunciada con perfecta nitidez en un grito ruin, aquella palabra que yo había escuchado ya varias veces en voz baja entre los rumores del bar de a bordo, en cada escala, pero que hasta ese momento, ya en la impunidad del muelle con el barco zarpando, nadie había tenido aún el valor de escupirle a la cara:
—¡Adiós, cabrón!
Siguió un estallido de risas y de esa forma quedaron colmadas las expectativas del rebaño congregado en el muelle. Todo estaba consumado. Y entonces, cuando las carcajadas aún restallaban en el aire, él pareció volver lentamente en sí. Lo vi incorporarse un poco, aún apoyado en la borda, e interrumpir a la mirad el gesto, apenas iniciado, de encender un cigarrillo. Se quedó mirando a los de abajo de hito en hito, absorto, como si repasara sus rostros uno por uno. Y entonces torció el bigotillo rubio en una sonrisa que nunca le habíamos visto antes; una mueca desdeñosa, casi cruel, de esas que tardan una eternidad en definirse y que siguen ahí incluso cuando su propietario se ha ido. Y con esa sonrisa en la boca levantó una mano, agitándola lentamente, en gesto de decir adiós.
—Para cabrones, vosotros —dijo por fin en voz alta y clara, muy despacio, arrastrando las palabras, y volviéndose a medias hacia la mujer, que permanecía impasible, le pasó un brazo sobre los hombros y la atrajo hacia si—… Porque ésta es una puta profesional —se puso el cigarrillo en la boca, soltó una carcajada y con la mano libre se tocó la chaqueta, a la altura del bolsillo interior donde tenía la cartera—. Y vuestro dinero me lo llevo aquí… No olvidéis saludar de mí parte al gobernador.
El viento soplaba de tierra, con olor a raíces y humedad, enredando el cabello de la mujer sobre su cara. Ella se lo apartó con un gesto, hermosa y fría como el mármol, inalterable, y pude ver cómo sus ojos azules paseaban un destello de triunfo sobre los rostros estupefactos del muelle rojizo, donde agonizaban los últimos rayos de luz. Entonces ordené timón a la vía y avante a media máquina, y con un rumor de hélices que hacía vibrar su viejo casco, el San Carlos puso proa al mar abierto.
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