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viernes, 4 de enero de 2019

GAFAS ROJAS - ME RESBALA -El líder independentista filipino que declaró arrepentido su «amor» incondicional a España,./ ¡ QUE GRANDE ES EL CINE ! - AQUEMARROPA - ¡ QUE TIEMPO TAN FELIZ ! - La ejecución «olvidada» de los 300 españoles de Manila en 1945,.

TITULO: GAFAS ROJAS - ME RESBALA - El líder independentista filipino que declaró arrepentido su «amor» incondicional a España ,.
 

  GAFAS ROJAS - ME RESBALA -El líder independentista filipino que declaró arrepentido su «amor» incondicional a España  , fotos.

 El líder independentista filipino que declaró arrepentido su «amor» incondicional a España ,.

Resultat d'imatges de gafas rojasEn 1962, ABC visitó a Emilio Aguinaldo, primer presidente de la Filipinas independiente, que fue condecorado por la Reina María Cristina por «su nobleza con los enemigos españoles»,.

 Resultat d'imatges de ME RESBALAHabían pasado más de seis décadas desde la independencia de Filipinas con respecto a España –de la que este verano se cumplieron 120 años–, pero Emilio Aguinaldo tenía las cosas claras con respecto a su papel protagonista en la guerra de 1898: «Después de Filipinas, yo amo a la madre patria España y algún día querría ir a ella. Los norteamericanos nos traicionaron», repetía el antiguo general insurrecto cuando recibió a ABC, en 1962, en su casa de Cavite. Un deseo que no pudo cumplir al fallecer, a los 94 años, dos semanas antes de publicarse la entrevista.
Aguinaldo había nacido el 22 de marzo de 1869 en esa misma ciudad. Filipinas pertenecía a España. Al cumplir los 11 años, cuando murió su padre, abandonó la secundaria para ayudar a su madre en la administración de las tierras. Poco a poco fue germinando en él el creciente sentimiento anticolonial de los tagalos. En 1895, cuando tenía 26 años, ingresó con el rango de teniente en la recién creada organización secreta de Katipunan, liderada por Andrés Bonifacio. «Casi al mismo tiempo que don Andrés –así se refirió en la entrevista, con profundo respeto, a su jefe– ataqué las guarniciones españolas en Cavite y las derroté». El objetivo, lograr la independencia a través de las armas. Y su determinación fue tal que, pocos meses después, alcanzó el grado de general, justo en el momento en el que se iniciaba la guerra.
Su liderazgo en la rebelión de su provincia fue incontestable, hasta el punto de que sus compañeros le nombraron presidente de la futura república. Como escribiría en 1962 el escritor yugoslavo Ante Radaic, también presente en la cita con ABC: «Son de sobra conocidos sus triunfos, seguidos y continuos. En donde atacaba, ganaba, y por eso los revolucionarios le reconocieron como el verdadero caudillo de las fuerzas filipinas, mientras Bonifacio, aun habiendo sido primero en organizar el movimiento, perdía su popularidad por sus desaciertos militares».
Casa de Emilio Aguinaldo en Cavite, donde ABC realizó la entrevista en 1962Aquello no gustó al mencionado Bonifacio, que intentó impugnar la elección y se enfrentó contra Aguinaldo sin dudarlo. La batalla interna entre ambos, que se libró mientras el Ejército español trataba de contener el levantamiento de los filipinos, fue favorable a nuestro protagonista. Poco quedaba de aquel guerrero durante la entrevista con este diario: «Era un hombre pequeñito, casi momificado, de andar vacilante. Llevaba grandes gafas que parecían extrañas en la cara. El pelo blanco y abundante. Tenía las mejillas hundidas hasta acusar los pómulos. Los ojos eran diminutos, casi ciegos...», escribía Luis María Ansón en calidad de enviado especial.
Casa de Emilio Aguinaldo en Cavite, donde ABC realizó la entrevista en 1962 - WIKIPEDIA
Héroes filipinos de la independencia. Sentados, Pedro Paterno (Izquierda) y Emilio Aguinaldo. Detrás, de derecha a izquierda: Isabel Artacho, Baldomero Aguinaldo, Sevrino Alas, Antonio Montenegro y un ayudante del general AguinaldoEn la confrontación, Bonifacio fue capturado y, tras un juicio militar, condenado a muerte por sedición el 10 de diciembre de 1897. El mismo día fue ejecutado y Aguinaldo alzado como líder indiscutible en la guerra contra los españoles, donde se ganó el respeto de todos por «su nobleza en el campo de batalla para con sus enemigos», tal y como reconocía Ansón en su reportaje. De hecho, la Reina María Cristina le concedió la más alta distinción de la Cruz Roja, por el trato que tuvo con sus prisioneros y, en especial, con los héroes de Baler. «Siempre he guardado un gran cariño a España y en los día de la guerra siempre ordenaba a mis soldados que tuvieran un gran respeto a su bandera. Siempre he querido y sigo queriendo a vuestro país como a mi propia madre. Cuando hablaba así de España durante la revolución, mis soldados y oficiales me lo reprochaban. Nunca he permitido maltratar a los españoles. A los prisioneros sanos los mandaba a España y a los enfermos los curaba en los hospitales», aseguraba en 1962 el antiguo jefe de los rebeldes, en el salón de su casa, repleto de algunas fotografías curiosas de aquel pasado glorioso. Entre ellas destacaba una del Rey Alfonso XIII y otra del antiguo capitán general de Filipinas, Fernando Primo de Rivera, tío del dictador español, que le infligió una dura derrota en la primera parte de la guerra, por la cual Aguinaldo tuvo que marchar al exilio de Hong Kong durante unos meses. En dicho retrato, figuraba esta emotiva dedicatorio: «Al general Aguinaldo, bravo y leal adversario en la noble batalla y fiel amigo en la paz».
Nuestro protagonista, sin embargo, no habló de los muertos provocados entre sus «queridos españoles» cuando le dio la vuelta al conflicto gracias al apoyo interesado de Estados Unidos. Así contó él mismo este episodio en su libro « Reseña verídica de la revolución»: «El almirante George Dewey me pidió que volviera a Filipinas para que reanudara la guerra de independencia, ofreciéndome la ayuda de sus tropas. Pregunté entonces lo que le concedería a Filipinas en caso de ganar, a lo que contestó que ellos ya eran una nación grande y rica y que no necesitaban colonias». La misma promesa le hicieron los americanos en los meses posteriores: Filipinas sería para los filipinos cuando España cayera.
Al contrario de Cuba y Puerto Rico, no hay muchos datos de esta guerra a pesar de todo lo contado sobre Baler y la batalla naval de Cavite. Se sabe que en el sitio de Manila participaron 8.500 soldados estadounidenses y 12.000 filipinos comandados por Aguinaldo, que aceptó el trato ante las suculentas promesas. El historiador Jesús Flores Thies aseguró en un estudio de 1999 que no solo fue más larga que la de Cuba, sino también muy cruenta, aunque no daba cifra de bajas, ya que los listados publicados en el Diario Oficial del Ministerio de Guerra español eran muy confusos. El historiador David F. Trask barajó en «The war with Spain in 1898» (1996) que los soldados españoles muertos en combate en Filipinas ascendieron a unos 3.000 solo del Ejército de Tierra, sin contar los que pudieran fallecer en las batallas navales o durante la repatriación por las enfermedades contraídas.

«Nos traicionaron»

Unos muertos que Aguinaldo asumió sin saber que aquel trato con Estados Unidos acabaría convirtiéndose en su pesadilla. «Los americanos nos traicionaron, nos traicionaron...», repetía en 1962. Cuando se reinició la guerra el 25 de abril de 1898, no duró ni dos meses. El 12 de junio Aguinaldo proclamó la independencia y era elegido primer presidente de su país desde el mismo balcón en el que se produjo el encuentro con este periódico: «Mire usted, entre estos dos cañones que usted ve, yo hice a Filipinas nación independiente. Y unas semanas después de mi proclamación, se arrió la bandera española», comentaba con cierta orgullo al recordar también el decreto firmado al respecto de los «heroicos» soldados de Baler: «No serán considerados prisioneros, sino todo lo contrario, amigos. Y en consecuencia, se les proveerá de pases para que puedan regresar a su país».
Pronto comprendió Aguinaldo que había sido engañado por Estados Unidos cuando, pocos meses después, comprobaba con sus propios ojos como estos se quedaban con Filipinas a través del famoso Tratado de París firmado con España. «A los soldados filipinos que habían peleado heroicamente en la guerra no se les permitió entrar en Manila. Los norteamericanos ocuparon el país, a pesar de que los filipinos, inspirados por la libertad, habían tomado las armas en defensa de su independencia», contaba Radaic. Para los que apoyaban esta versión, el presidente William McKinley no solo había traicionado a sus aliados, también a sus instituciones democráticas y a toda la nación. Los simpatizantes del colonialismo, por su parte, rechazaron los argumentos. Para ellos no hubo tal promesa a los tagalos y no entendían como un «buen norteamericano» podía confiar en la palabra de un bandido extranjero como Aguinaldo, más que en la de un héroe nacional del calibre del almirante Dewey.
Héroes filipinos de la independencia. Sentados, Pedro Paterno (Izquierda) y Emilio Aguinaldo. Detrás, de derecha a izquierda: Isabel Artacho, Baldomero Aguinaldo, Sevrino Alas, Antonio Montenegro y un ayudante del general Aguinaldo - ABC
Para justificar que se habían quedado con el control del archipiélago asiático, muchos escritores y conferenciantes estadounidenses manipularon la historia en sus textos y análisis. Los filipinos no dudaron en ir de nuevo a la guerra, pero esta vez contra los que fueron sus aliados. La contienda se prolongó durante tres años y acabó con una derrota apabullante de Emilio Aguinaldo y su ejército. Siguiendo con la tendencia, el historiador americano Theodore Noyes justificó la conquista acusando a los tagalos de traidores. Una década después, el sacerdote español Manuel Arellano Remondo estimó que más de un millón de hombres, mujeres y niños civiles filipinos habían muerto a consecuencia de los ataques de Estados Unidos.
Cuando en 1958, poco antes de su entrevista con ABC, el escritor y periodista filipino Guillermo Gómez Rivera le preguntó a Aguinaldo si se arrepentía de haberse levantado contra España, su respuesta fue: «Sí, estoy arrepentido. Por eso, cuando se celebraron los funerales en Manila en honor del Rey Alfonso XIII en 1941, yo me presenté en la catedral para sorpresa de los españoles. Allí me preguntaron que por qué había ido a los funerales del Rey contra el cual me había alzado en rebelión. Y les dije que sigue siendo mi Rey, porque bajo España siempre fuimos súbditos o ciudadanos españoles, pero que ahora, bajo el poder de Estados Unidos, somos tan solo un mercado de consumidores de sus exportaciones, cuando no parias. Nunca nos han hecho ciudadanos de ninguno de sus estados. Los españoles, sin embargo, me abrieron paso y me trataron como su hermano en aquel día tan significativo».
Filipinas no obtuvo la independencia definitiva de Estados Unidos hasta más de cuarenta años (y otro millón de muertos más a consecuencia de la Segunda Guerra Mundial) después de la guerra. «Nunca olvido a la madre patria, a quien saludo a través de ABC», añadió de nuevo en su despedida Emilio Aguinaldo.


TITULO: ¡ QUE GRANDE ES EL CINE !  - AQUEMARROPA - ¡ QUE TIEMPO TAN FELIZ ! -  La ejecución «olvidada» de los 300 españoles de Manila en 1945 ,.
 

  ¡ QUE GRANDE ES EL CINE ! ,.

 ¡Qué grande es el cine! fue un programa de cine dirigido por José Luis Garci y emitido por Televisión Española por su cadena La 2.
El programa comenzaba con una presentación de la película que se emitía esa noche, posteriormente esta película se emitía y acababa con una tertulia entre Garci y los invitados del día sobre ella.1​ El programa comenzó a llevarse a cabo en enero de 1995 y comenzó sus emisiones el 13 de febrero del mismo año., etc.


  AQUEMARROPA - ¡ QUE TIEMPO TAN FELIZ ! - La ejecución «olvidada» de los 300 españoles de Manila en 1945,.

La ejecución «olvidada» de los 300 españoles de Manila en 1945,.

Resultado de imagen de La ejecución «olvidada» de los 300 españoles de Manila en 1945,.La victoria aliada sobre los japoneses en Filipinas se cobró 100.000 vidas, 70.000 de los cuales fueron ejecutados deliberadamente por los soldados nipones, foto,.

Aquellas «semanas indescriptibles» para los españoles residentes en Manila de las que informaba ABC en 1948, después de que Japón hiciera público un informe de 135 páginas «sobre las atrocidades» cometidas por sus tropas durante la ocupación de Filipinas en la Segunda Guerra Mundial, tuvieron lugar en apenas unos días de 1945.
Los victoria aliada era ya un hecho y los japoneses, que habían invadido la isla cuatro años antes, lo sabían. Pero no les valió con huir, ya que en la retirada ejecutaron deliberadamente a 70.000 personas, de los cuales 300 eran españoles. «De aquellos años recuerdo el comentario de un buen padre español que pensaba que “los japoneses nos han sacado la espinilla del 98”. Fue decapitado por ellos en el patio de la iglesia», contaba hace años el periodista José María Massip sobre su estancia en Filipinas aquel infausto año en el que la histórica influencia española en aquellas tierras fue borrada de un plumazo.
La victoria aliada sobre los japoneses tuvo, por lo tanto, un terrible coste material y humano en Manila, que pasó a ser, después de Varsovia, la segunda ciudad más devastada por los bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial. Y dentro de la ciudad, la zona habitada por las familias españolas, la del sur de Malate y de Intramuros, fue precisamente la más castigada de todas.

Aquellas «semanas indescriptibles»

«En España hay centenares de familias que saben, o que no saben, como murieron sus deudos en la capital de Filipinas, durante aquellas semanas indescriptibles», comentaba el corresponsal de ABC en Londres, tras la publicación del brutal informe del Gobierno japonés, sobre el considerado como «uno de los capítulos más negros de la historia militar del mundo».
Durante la retirada, las tropas japonesas prefirieron incendiar la ciudad indefensa y acabar con la vida de cuantos más ciudadanos y militares les fuera posible, en un cruel y desesperado intento por evitar que los supervivientes contaran su derrota. En total, 70.000 de los más de 100.000 muertos que tuvieron aquellos enfrentamiento en Filipinas.
«Cuando perdieron todo se complicó y el trato a la población se volvió violento. Sus víctimas fueron tanto filipinos, como chinos alemanes, suizos o españoles. No podían tolerar que el resto del mundo se enterase de su humillación, así que se negaron a abandonar el país por las buenas y se produjo una matanza indiscriminada», contaba la escritora Carmen Güell, autora de «La última de Filipinas», donde relata en primera persona el testimonio de Elena Lizarraga, una de las supervivientes de origen español que sufrió las consecuencias del salvajismo nipón.

Brutalmente asesinados

En pocos días, todo el pasado colonial español de Manila, presente en sus edificios históricos, fue arrasado y alrededor de 300 españoles de los 3.000 censados murieron brutalmente asesinados. «Muchos eran terratenientes que se habían quedado en Filipinas después de desaparecer como colonia», puntualizaba Güell.
«La piedad y la diplomacia no existieron. Sólo el horror de la guerra y el fuego»«La piedad, la diplomacia, la previsión, la hermandad asiática no existieron. Sólo existió el horror de la guerra y el fuego», contaba Massip en el 64 sobre la sangrienta, devastadora y absurda retirada nipona del archipiélago, donde murieron más personas que con las bombas atómicas que caerían, cinco meses después, sobre Hiroshima y Nagasaki.
La victoria aliada sobre los japoneses tuvo, por lo tanto, un terrible coste material y humano en Manila, que pasó a ser, desde entonces, la segunda ciudad más devastada por los bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial, después de Varsovia. Y dentro de Manila, la zona sur de Malate y de Intramuros, habitada por muchas familias españolas, la más castigada de todas.

«Aún sigue sin entenderlo»

Aquel traumático final de la guerra del Pacífico significó, además el fin de la impronta española en las Filipinas, que se había mantenido fuertemente a pesar de los más de cuarenta años de colonización norteamericana. La propia presencia de ciudadanos españoles disminuyó en picado, ya que, además de los tres centenares que murieron de entre los 3.000 residentes, otros 500 volvieron a la Península, incapaces de empezar una nueva vida.
Elena Lizarraga, que en aquellos tristes días de 1945 fue herida de bala en el cuello, una buena cantidad de metralla se le incrustó en las piernas y a quien un soldado le hundió dos bayonetazos en la espalda que a punto estuvieron de matarla a sus 21 años, regresó pocos años después. El recuerdo de su padre y de su hermana pequeña Baby, que fueron asesinados, y la mutilación que sufrió otra de sus hermanas, Vicky, fue difícil de superar.
«Aún sigue sin entenderlo –concluye Güell sobre la tragedia de Lizarraga–. No tenía ningún sentido, ya habían perdido la guerra, no sacaban nada en limpio, pero se fueron matando y destruyendo para que no quedase nada en pie, ningún testigo de su derrota».

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