GAFAS ROJAS - ME RESBALA -El líder independentista filipino que declaró arrepentido su «amor» incondicional a España,./ ¡ QUE GRANDE ES EL CINE ! - AQUEMARROPA - ¡ QUE TIEMPO TAN FELIZ ! - La ejecución «olvidada» de los 300 españoles de Manila en 1945,.
TITULO: GAFAS ROJAS - ME RESBALA - El líder independentista filipino que declaró arrepentido su «amor» incondicional a España ,.
GAFAS ROJAS - ME RESBALA -El líder independentista filipino que declaró arrepentido su «amor» incondicional a España , fotos.
El líder independentista filipino que declaró arrepentido su «amor» incondicional a España ,.
En
1962, ABC visitó a Emilio Aguinaldo, primer presidente de la Filipinas
independiente, que fue condecorado por la Reina María Cristina por «su
nobleza con los enemigos españoles»,.
Habían
pasado más de seis décadas desde la independencia de Filipinas con
respecto a España –de la que este verano se cumplieron 120 años–, pero
Emilio Aguinaldo tenía
las cosas claras con respecto a su papel protagonista en la guerra de
1898: «Después de Filipinas, yo amo a la madre patria España y algún día
querría ir a ella. Los norteamericanos nos traicionaron», repetía el
antiguo general insurrecto cuando recibió a ABC, en 1962, en su casa de Cavite. Un deseo que no pudo cumplir al fallecer, a los 94 años, dos semanas antes de publicarse la entrevista.
Aguinaldo
había nacido el 22 de marzo de 1869 en esa misma ciudad. Filipinas
pertenecía a España. Al cumplir los 11 años, cuando murió su padre,
abandonó la secundaria para ayudar a su madre en la administración de
las tierras. Poco a poco fue germinando en él el creciente sentimiento
anticolonial de los tagalos. En 1895, cuando tenía 26 años, ingresó con
el rango de teniente en la recién creada organización secreta de Katipunan, liderada por Andrés Bonifacio.
«Casi al mismo tiempo que don Andrés –así se refirió en la entrevista,
con profundo respeto, a su jefe– ataqué las guarniciones españolas en
Cavite y las derroté». El objetivo, lograr la independencia a través de
las armas. Y su determinación fue tal que, pocos meses después, alcanzó
el grado de general, justo en el momento en el que se iniciaba la
guerra.
Su liderazgo en la rebelión de su provincia fue
incontestable, hasta el punto de que sus compañeros le nombraron
presidente de la futura república. Como escribiría en 1962 el escritor
yugoslavo Ante Radaic, también presente en la cita con ABC: «Son de
sobra conocidos sus triunfos, seguidos y continuos. En donde atacaba,
ganaba, y por eso los revolucionarios le reconocieron como el verdadero
caudillo de las fuerzas filipinas, mientras Bonifacio, aun habiendo sido
primero en organizar el movimiento, perdía su popularidad por sus
desaciertos militares». Aquello
no gustó al mencionado Bonifacio, que intentó impugnar la elección y se
enfrentó contra Aguinaldo sin dudarlo. La batalla interna entre ambos,
que se libró mientras el Ejército español trataba de contener el
levantamiento de los filipinos, fue favorable a nuestro protagonista.
Poco quedaba de aquel guerrero durante la entrevista con este diario:
«Era un hombre pequeñito, casi momificado, de andar vacilante. Llevaba
grandes gafas que parecían extrañas en la cara. El pelo blanco y
abundante. Tenía las mejillas hundidas hasta acusar los pómulos. Los
ojos eran diminutos, casi ciegos...», escribía Luis María Ansón en
calidad de enviado especial. Casa de Emilio Aguinaldo en Cavite, donde ABC realizó la entrevista en 1962 - WIKIPEDIAEn
la confrontación, Bonifacio fue capturado y, tras un juicio militar,
condenado a muerte por sedición el 10 de diciembre de 1897. El mismo día
fue ejecutado y Aguinaldo alzado como líder indiscutible en la guerra
contra los españoles, donde se ganó el respeto de todos por «su nobleza
en el campo de batalla para con sus enemigos», tal y como reconocía
Ansón en su reportaje. De hecho, la Reina María Cristina le concedió la más alta distinción de la Cruz Roja, por el trato que tuvo con sus prisioneros y, en especial, con los héroes de Baler.
«Siempre he guardado un gran cariño a España y en los día de la guerra
siempre ordenaba a mis soldados que tuvieran un gran respeto a su
bandera. Siempre he querido y sigo queriendo a vuestro país como a mi
propia madre. Cuando hablaba así de España durante la revolución, mis
soldados y oficiales me lo reprochaban. Nunca he permitido maltratar a
los españoles. A los prisioneros sanos los mandaba a España y a los
enfermos los curaba en los hospitales», aseguraba en 1962 el antiguo
jefe de los rebeldes, en el salón de su casa, repleto de algunas
fotografías curiosas de aquel pasado glorioso. Entre ellas destacaba una
del Rey Alfonso XIII y otra del antiguo capitán general de Filipinas,
Fernando Primo de Rivera, tío del dictador español, que le infligió una
dura derrota en la primera parte de la guerra, por la cual Aguinaldo
tuvo que marchar al exilio de Hong Kong durante unos meses. En dicho
retrato, figuraba esta emotiva dedicatorio: «Al general Aguinaldo, bravo
y leal adversario en la noble batalla y fiel amigo en la paz».
Nuestro
protagonista, sin embargo, no habló de los muertos provocados entre sus
«queridos españoles» cuando le dio la vuelta al conflicto gracias al
apoyo interesado de Estados Unidos. Así contó él mismo este episodio en
su libro « Reseña verídica de la revolución»:
«El almirante George Dewey me pidió que volviera a Filipinas para que
reanudara la guerra de independencia, ofreciéndome la ayuda de sus
tropas. Pregunté entonces lo que le concedería a Filipinas en caso de
ganar, a lo que contestó que ellos ya eran una nación grande y rica y
que no necesitaban colonias». La misma promesa le hicieron los
americanos en los meses posteriores: Filipinas sería para los filipinos
cuando España cayera.
Al contrario de Cuba y Puerto Rico, no hay
muchos datos de esta guerra a pesar de todo lo contado sobre Baler y la
batalla naval de Cavite. Se sabe que en el sitio de Manila participaron
8.500 soldados estadounidenses y 12.000 filipinos comandados por
Aguinaldo, que aceptó el trato ante las suculentas promesas. El
historiador Jesús Flores Thies aseguró en un estudio de 1999 que no solo
fue más larga que la de Cuba, sino también muy cruenta, aunque no daba
cifra de bajas, ya que los listados publicados en el Diario Oficial del
Ministerio de Guerra español eran muy confusos. El historiador David F.
Trask barajó en «The war with Spain in 1898» (1996) que los soldados
españoles muertos en combate en Filipinas ascendieron a unos 3.000 solo
del Ejército de Tierra, sin contar los que pudieran fallecer en las
batallas navales o durante la repatriación por las enfermedades
contraídas.
«Nos traicionaron»
Unos
muertos que Aguinaldo asumió sin saber que aquel trato con Estados
Unidos acabaría convirtiéndose en su pesadilla. «Los americanos nos
traicionaron, nos traicionaron...», repetía en 1962. Cuando se reinició la guerra el 25 de abril de 1898,
no duró ni dos meses. El 12 de junio Aguinaldo proclamó la
independencia y era elegido primer presidente de su país desde el mismo
balcón en el que se produjo el encuentro con este periódico: «Mire
usted, entre estos dos cañones que usted ve, yo hice a Filipinas nación
independiente. Y unas semanas después de mi proclamación, se arrió la
bandera española», comentaba con cierta orgullo al recordar también el
decreto firmado al respecto de los «heroicos» soldados de Baler:
«No serán considerados prisioneros, sino todo lo contrario, amigos. Y
en consecuencia, se les proveerá de pases para que puedan regresar a su
país».
Pronto comprendió Aguinaldo que había sido engañado por
Estados Unidos cuando, pocos meses después, comprobaba con sus propios
ojos como estos se quedaban con Filipinas a través del famoso
Tratado de París
firmado con España. «A los soldados filipinos que habían peleado
heroicamente en la guerra no se les permitió entrar en Manila. Los
norteamericanos ocuparon el país, a pesar de que los filipinos,
inspirados por la libertad, habían tomado las armas en defensa de su
independencia», contaba Radaic. Para los que apoyaban esta versión, el
presidente William McKinley no solo había traicionado a
sus aliados, también a sus instituciones democráticas y a toda la
nación. Los simpatizantes del colonialismo, por su parte, rechazaron los
argumentos. Para ellos no hubo tal promesa a los tagalos y no entendían
como un «buen norteamericano» podía confiar en la palabra de un bandido
extranjero como Aguinaldo, más que en la de un héroe nacional del
calibre del almirante Dewey. Héroes
filipinos de la independencia. Sentados, Pedro Paterno (Izquierda) y
Emilio Aguinaldo. Detrás, de derecha a izquierda: Isabel Artacho,
Baldomero Aguinaldo, Sevrino Alas, Antonio Montenegro y un ayudante del
general Aguinaldo - ABCPara
justificar que se habían quedado con el control del archipiélago
asiático, muchos escritores y conferenciantes estadounidenses
manipularon la historia en sus textos y análisis. Los filipinos no
dudaron en ir de nuevo a la guerra, pero esta vez contra los que fueron
sus aliados. La contienda se prolongó durante tres años y acabó con una
derrota apabullante de Emilio Aguinaldo y su ejército. Siguiendo con la
tendencia, el historiador americano Theodore Noyes justificó la conquista acusando a los tagalos de traidores. Una década después, el sacerdote español Manuel Arellano Remondo
estimó que más de un millón de hombres, mujeres y niños civiles
filipinos habían muerto a consecuencia de los ataques de Estados Unidos.
Cuando
en 1958, poco antes de su entrevista con ABC, el escritor y periodista
filipino Guillermo Gómez Rivera le
preguntó a Aguinaldo si se arrepentía de haberse levantado contra
España, su respuesta fue: «Sí, estoy arrepentido. Por eso, cuando se
celebraron los funerales en Manila en honor del Rey Alfonso XIII en
1941, yo me presenté en la catedral para sorpresa de los españoles. Allí
me preguntaron que por qué había ido a los funerales del Rey contra el
cual me había alzado en rebelión. Y les dije que sigue siendo mi Rey,
porque bajo España siempre fuimos súbditos o ciudadanos españoles, pero
que ahora, bajo el poder de Estados Unidos, somos tan solo un mercado de
consumidores de sus exportaciones, cuando no parias. Nunca nos han
hecho ciudadanos de ninguno de sus estados. Los españoles, sin embargo,
me abrieron paso y me trataron como su hermano en aquel día tan
significativo».
Filipinas no obtuvo la independencia definitiva
de Estados Unidos hasta más de cuarenta años (y otro millón de muertos
más a consecuencia de la Segunda Guerra Mundial)
después de la guerra. «Nunca olvido a la madre patria, a quien saludo a
través de ABC», añadió de nuevo en su despedida Emilio Aguinaldo.
TITULO:
¡ QUE GRANDE ES EL CINE ! - AQUEMARROPA - ¡ QUE TIEMPO TAN FELIZ ! - La ejecución «olvidada» de los 300 españoles de Manila en 1945 ,. ¡ QUE GRANDE ES EL CINE ! ,. ¡Qué grande es el cine! fue un programa de cine dirigido por José Luis Garci y emitido por Televisión Española por su cadena La 2.
El programa comenzaba con una presentación de la película que se
emitía esa noche, posteriormente esta película se emitía y acababa con
una tertulia entre Garci y los invitados del día sobre ella.1 El programa comenzó a llevarse a cabo en enero de 1995 y comenzó sus emisiones el 13 de febrero del mismo año., etc.
AQUEMARROPA - ¡ QUE TIEMPO TAN FELIZ ! - La ejecución «olvidada» de los 300 españoles de Manila en 1945,.
La ejecución «olvidada» de los 300 españoles de Manila en 1945,.
La
victoria aliada sobre los japoneses en Filipinas se cobró 100.000
vidas, 70.000 de los cuales fueron ejecutados deliberadamente por los
soldados nipones, foto,.
Aquellas «semanas indescriptibles» para los españoles residentes en Manila de las que informaba ABC en 1948,
después de que Japón hiciera público un informe de 135 páginas «sobre
las atrocidades» cometidas por sus tropas durante la ocupación de
Filipinas en la Segunda Guerra Mundial, tuvieron lugar en apenas unos
días de 1945.
Los victoria aliada era ya un hecho y los japoneses,
que habían invadido la isla cuatro años antes, lo sabían. Pero no les
valió con huir, ya que en la retirada ejecutaron deliberadamente a
70.000 personas, de los cuales 300 eran españoles.
«De aquellos años recuerdo el comentario de un buen padre español que
pensaba que “los japoneses nos han sacado la espinilla del 98”. Fue
decapitado por ellos en el patio de la iglesia», contaba hace años el
periodista José María Massip sobre
su estancia en Filipinas aquel infausto año en el que la histórica
influencia española en aquellas tierras fue borrada de un plumazo.
La
victoria aliada sobre los japoneses tuvo, por lo tanto, un terrible
coste material y humano en Manila, que pasó a ser, después de Varsovia,
la segunda ciudad más devastada por los bombardeos durante la Segunda
Guerra Mundial. Y dentro de la ciudad, la zona habitada por las familias
españolas, la del sur de Malate y de Intramuros, fue precisamente la
más castigada de todas.
Aquellas «semanas indescriptibles»
«En
España hay centenares de familias que saben, o que no saben, como
murieron sus deudos en la capital de Filipinas, durante aquellas semanas
indescriptibles», comentaba el corresponsal de ABC en Londres, tras la
publicación del brutal informe del Gobierno japonés, sobre el
considerado como «uno de los capítulos más negros de la historia militar
del mundo».
Durante la retirada, las tropas japonesas prefirieron
incendiar la ciudad indefensa y acabar con la vida de cuantos más
ciudadanos y militares les fuera posible, en un cruel y desesperado
intento por evitar que los supervivientes contaran su derrota. En total,
70.000 de los más de 100.000 muertos que tuvieron aquellos
enfrentamiento en Filipinas.
«Cuando perdieron todo se complicó y
el trato a la población se volvió violento. Sus víctimas fueron tanto
filipinos, como chinos alemanes, suizos o españoles. No podían tolerar
que el resto del mundo se enterase de su humillación, así que se negaron
a abandonar el país por las buenas y se produjo una matanza
indiscriminada», contaba la escritora Carmen Güell, autora de «La última de Filipinas»,
donde relata en primera persona el testimonio de Elena Lizarraga, una
de las supervivientes de origen español que sufrió las consecuencias del
salvajismo nipón.
Brutalmente asesinados
En
pocos días, todo el pasado colonial español de Manila, presente en sus
edificios históricos, fue arrasado y alrededor de 300 españoles de los
3.000 censados murieron brutalmente asesinados. «Muchos eran
terratenientes que se habían quedado en Filipinas después de desaparecer
como colonia», puntualizaba Güell.
«La piedad y la diplomacia no
existieron. Sólo el horror de la guerra y el fuego»«La piedad, la
diplomacia, la previsión, la hermandad asiática no existieron. Sólo
existió el horror de la guerra y el fuego», contaba Massip en el 64
sobre la sangrienta, devastadora y absurda retirada nipona del
archipiélago, donde murieron más personas que con las bombas atómicas
que caerían, cinco meses después, sobre Hiroshima y Nagasaki.
La
victoria aliada sobre los japoneses tuvo, por lo tanto, un terrible
coste material y humano en Manila, que pasó a ser, desde entonces, la
segunda ciudad más devastada por los bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial, después de Varsovia. Y dentro de Manila, la zona sur de Malate y de Intramuros, habitada por muchas familias españolas, la más castigada de todas.
«Aún sigue sin entenderlo»
Aquel
traumático final de la guerra del Pacífico significó, además el fin de
la impronta española en las Filipinas, que se había mantenido
fuertemente a pesar de los más de cuarenta años de colonización
norteamericana. La propia presencia de ciudadanos españoles disminuyó en
picado, ya que, además de los tres centenares que murieron de entre los
3.000 residentes, otros 500 volvieron a la Península, incapaces de
empezar una nueva vida.
Elena Lizarraga, que en aquellos tristes
días de 1945 fue herida de bala en el cuello, una buena cantidad de
metralla se le incrustó en las piernas y a quien un soldado le hundió
dos bayonetazos en la espalda que a punto estuvieron de matarla a sus 21
años, regresó pocos años después. El recuerdo de su padre y de su
hermana pequeña Baby, que fueron asesinados, y la mutilación que sufrió
otra de sus hermanas, Vicky, fue difícil de superar.
«Aún sigue
sin entenderlo –concluye Güell sobre la tragedia de Lizarraga–. No tenía
ningún sentido, ya habían perdido la guerra, no sacaban nada en limpio,
pero se fueron matando y destruyendo para que no quedase nada en pie,
ningún testigo de su derrota».
No hay comentarios:
Publicar un comentario