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TITULO:
A Crush, la pasta te aplasta - Wagner y el despertar de los sentidos, . El viernes -18- Enero a las 22:00 por La 1, foto.
Wagner y el despertar de los sentidos, .
El director de orquesta narra el viaje que lo ha llevado hasta el estreno de 'El oro del Rin' en el Teatro Real Con veintipocos años, fui becado para participar en el Festival de Verano para Jóvenes Artistas de Bayreuth.
Fue una experiencia extraordinaria pero también un viaje a lo
desconocido, pues hasta ese momento la música de Wagner no había
ejercido una gran influencia en mí. Nada más poner un pie en la ciudad
bávara fui a visitar la residencia del compositor. La
famosa villa Wahnfried es la fusión de dos conceptos: Wahn, que se
traduce como «locura», y Friede, que quiere decir «paz». Había leído
tanto sobre Wagner en los últimos meses que no pude evitar emocionarme
al descubrir en uno de los jardines de la casa las tumbas del compositor y de su mujer, Cosima Liszt. Por un momento, me invadió la extraña sensación de haber llegado tarde.
Cerca de allí, en la Verde Colina donde Wagner mandó levantar un teatro a la medida de sus óperas, tuve mi primer contacto con la Tetralogía.
Cada verano, las óperas de Wagner convocan en el Festival Bayreuth a
melómanos de todo el mundo que pueden llegar a esperar varios años para
conseguir una entrada a precio de infarto. Yo tuve la suerte de que la
organización del festival me obsequiara con la última butaca del
gallinero para presenciar una función de El oro del Rin que
nunca olvidaré. Fue la primera ópera de Wagner que vi y será el segundo
título del compositor que dirija en el Teatro Real. Han pasado casi dos
décadas desde aquel primer acercamiento al prólogo de la Tetralogía, pero ya no me angustia el tiempo transcurrido.
Hoy tengo la absoluta convicción de que El oro del Rin
me ha llegado en el momento más oportuno de mi carrera, después de un
largo proceso de aprendizaje que me ha permitido adentrarme, poco a
poco, en el universo wagneriano. En este tiempo he podido leer sus
libros, profundizar en sus partituras y seguir el rastro de su música en
las obras de otros compositores. Me refiero, por supuesto, a Beethoven,
Mendelssohn y Brahms. Pero también a autores posteriores que se dejaron
influir por él, tanto en el ámbito operístico (Richard Strauss) como en
el sinfónico (Bruckner, Mahler, Berlioz...) o el pianístico (Liszt). Es
posible, incluso, encontrar a Wagner en algunas obras de Schoenberg, cuya revolución atonal se anuncia de alguna manera en las disonancias y en los complejísimos acordes de El oro del Rin.
Wagner
concibió el preludio orquestal de la primera ópera del ciclo tras una
siesta. Una calurosa tarde de septiembre de 1853 encontró en las aguas
del Rin una fuente inagotable de inspiración para una leyenda, la de los
nibelungos, que le serviría para crear su propia mitología de la humanidad.
«Caí en una especie de estado de sonambulismo, y noté de modo repentino
como si estuviera hundiéndome en una corriente de agua», relata en su
autobiografía. «El ímpetu del agua se convirtió en el acorde de mi
bemol, ampliamente desarrollado en arpegios...». Aquel despertar supuso
el advenimiento de un nuevo paradigma orquestal: aumentó la sección de
cuerdas, amplió la plantilla (hasta siete arpas), introdujo un nuevo tipo de tuba y, lo que quizá sea más importante, convirtió la voz humana en un instrumento más de la orquesta.
Después de Wagner la música ya no volvería a ser igual. Fue él quien acuñó el impronunciable término Gesamtkunstwerk
para referirse a la ópera como obra de arte total en el sentido de una
perfecta y casi inalcanzable combinación de música, teatro, danza,
pintura, arquitectura y otras tantas disciplinas. El anillo
es la culminación de esta idea, que no llegaría a desarrollarse hasta
sus últimas consecuencias pero que convierte cada representación en un
acontecimiento irrepetible en el que todo lo relativo al ser humano se
abraza en una única experiencia artística. Nada de lo cual sería posible
sin la entrega absoluta de los músicos de la orquesta titular del
Teatro Real y la impecable factura de un reparto vocal que le va a este título, permítanme decirlo, como anillo al dedo.
El
ambicioso montaje de Robert Carsen nos sitúa en un mundo contaminado y
devastado por la avaricia de poder. Wagner empezó a escribir el libreto
de la Tetralogía con la esperanza de que Sigfrido, su
héroe del futuro, acabara erradicando la corrupción del oro y anunciando
una nueva sociedad basada en el amor. Sin embargo, terminó sucumbiendo a
la certeza pesimista de Wotan, un dios tan poderoso como ineficaz. A
partir de ahí, cualquier respuesta al dilema wagneriano (esto es: la
lucha entre el amor y el poder) le concierne única y exclusivamente al
espectador. Wagner tardó 26 años en concluir el ciclo y, tras escribir el último compás de El ocaso de los dioses, añadió al final de la página: «No diré nada más».
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