TITULO: La noche encendida - Lady Gaga: La ambición rubia asalta Hollywood,. ,.
La noche encendida,.
'La noche encendida'
no será solo un programa de charlas, espectáculo, música, comedia,
sorpresas e invitados, presentado por Pedro Ruiz, por La 2, etc.
Lady Gaga: La ambición rubia asalta Hollywood,.

Es una estrella con mayúsculas. Ha logrado todo en el mundo de la música. Ahora su reto es el Oscar como mejor actriz
Su salto de la música al cine no deja de brindarle éxitos. Y en consonancia, lleva meses sin parar de llorar. Hasta Bradley Cooper, renacido como realizador, productor, guionista y compañero de reparto de Lady Gaga en Ha nacido una estrella, sonríe cuando recuerda los pucheros que se gasta su amiga. Menos mal, dice durante un encuentro en Los Ángeles (California, EE UU), que las lágrimas caen ahora y no lo hicieron durante el rodaje de una de las películas que han seducido a la crítica esta temporada. Y han puesto a Lady Gaga en las quinielas para los Oscar. “¿Te imaginas? Lo rodamos en 42 días, y algo así como su llanto me habría puesto en un aprieto tremendo retrasándolo todo”, explica Cooper. “Ella no solo es una actriz increíble. Tiene sus emociones a flor de piel, y eso es lo que uno busca a la hora de trabajar”.
“No es solo una actriz increíble, tiene sus emociones a flor de piel”, dice Bradley Cooper
Esa palabra, “humildad”, es la última que alguien asociaría a Lady Gaga. Atesora más de 77 millones de seguidores en Twitter y una fortuna de 280 millones de euros. Su amigo Elton John es el que mejor define a esta cantante reconvertida en actriz. “Es como mi hija bastarda”. El falso parentesco al que se refiere el cantante, que pidió a Lady Gaga convertirse en madrina de sus dos hijos, está centrado en el gusto por la sed de triunfo y el amor por la farándula.
“Me gusta cocinar”, dice ella. Segunda generación de sicilianos y venecianos, heredera de las mejores tradiciones culinarias italianas, asegura que la conexión con Bradley Cooper fue inmediata frente a un plato de pasta del día anterior. Cooper asiente. “Fue así, como ella lo cuenta. En cinco minutos supe que tenía que ser la protagonista de Ha nacido una estrella. ¿Te puedes creer que no la conocía? Pero escuché su versión de La vie en rose y me quedé prendado. Luego vi sus ojos. Supe que los dos teníamos herencia italiana. Fue mágico. La cosa se complicó cuando hablé con Warner Bros. Tuvimos que rodar una escena de prueba y hacer varios test, pero al final nos dieron luz verde. Y fuimos adelante”.
El estudio tenía poco que perder con el filme de debut de Bradley Cooper como director. El presupuesto, 31 millones de euros, es bajo para Hollywood. Pero la historia del cine está llena de oportunidades musicales fallidas. Desde Bowie hasta Taylor Swift, Britney Spears, Rihanna, Eminem o Madonna. Eso sí, Lady Gaga se desmarca de sus predecesores esbozando un discurso sobre cómo se preparó para ser actriz antes que cantante. “Lo que pasó es que la música me aceptó primero”. Cuenta que estudió interpretación en el Instituto Lee Strasberg, “una derivación del método Stanislavski”. Y que cada uno de sus vídeos, de sus conciertos y sus interpretaciones en público tiene mucho de actuación. “Yo la llamo Lady”, dice la actriz Chlöe Sevigny, que trabajó con ella en la serie American Horror Story. “Es una figura icónica y puedes ver en sus vídeos musicales y sobre el escenario que se trata de alguien que controla, que sabe dónde están las luces y la cámara”.
Barbra Streisand interpretó el mismo papel hace más de cuatro décadas. Y considera a Lady Gaga como una estrella, pero sobre todo en el campo de la música. “Tiene un verdadero don, un gran talento. Es, en resumen, una gran cantante”. El veterano John Travolta, otro actor y cantante, admirador de las dos divas, asegura que propició el encuentro entre ambas en la casa de Streisand. “Me encantó ser el pegamento que unió a esas dos grandes intérpretes para que se profesaran su admiración. Hasta proporcioné el chef y la cena”.
Ante la pérdida de peso específico de muchas de las nuevas estrellas de Hollywood, la meca del cine parece abrir sus brazos al poder de fascinación que despierta alguien como Lady Gaga en el escenario. Ha ido enamorando a los gerifaltes de la industria. El realizador Ryan Murphy fue quien le dio la oportunidad de trabajar en la serie American Horror Story. “Pertenece a la antigua escuela. Me recuerda en su estilo a una Barbara Stanwyck. Y su piel refleja la luz como la de Marilyn Monroe. Eso además de ser la persona con más talento de todo el planeta”. El Sindicato de Actores ya se ha apresurado a seleccionar su trabajo en Ha nacido una estrella entre los mejores del año. “Haga lo que haga, tiene un gran talento”, dice el cineasta Robert Rodriguez. “Es alguien capaz de decir lo mismo una y otra vez y sonar con tal convicción que parece la primera ocasión: eso es ser buena”, recalcó el actor Jonah Hill ante el ataque de quienes proclamaron la “afectación” de la estrella a la hora de promocionar la película.
La próxima gala de los Oscar será la tercera en la vida de Lady Gaga. En 2015 fue la primera, cuando Scarlett Johansson la presentó como “única e inigualable” antes de que cantara una memorable versión del tema principal de Sonrisas y lágrimas. Su segunda aparición estelar en la alfombra roja fue como candidata a la mejor canción por Til It Happens To You, del documental The Hunting Ground. Las dos veces salió del teatro sin premio, y las dos veces acabó vomitado de lo nerviosa que se puso en el coche camino a la ceremonia. Ella, siempre melodramática, dice que es algo que le pasa con frecuencia. Temas como Shallow, Always Remember Us This Way y I’ll Never Love Again, que ha coescrito e interpreta en Ha nacido una estrella, suenan ya como candidatos a los Grammy y a los Globos de Oro. Las dos versiones previas de esta película también defendieron el Oscar por canciones como The Man That Got Away (1954) y Evergreen (1976), que interpretaron Judy Garland y Barbra Streisand, respectivamente. El crítico de cine británico Robbie Collins ha recordado en The Daily Telegraph que para cualquier cantante seguir los pasos de Judy Garland en su primera película sería una pesadilla. “Pero Gaga está a la altura”.
“La ambición es como el oxígeno que aviva el fuego, la única manera de seguir adelante”
Fuera del entorno familiar su vida se fue complicando. Hija de inmigrantes italianos en Estados Unidos, su look era muy diferente al de sus compañeras de clase. Ya fuera en el Convento del Sagrado Corazón, una escuela privada de Manhattan donde estudió piano, o en la Escuela de las Artes Tisch. “Mis facciones no tenían nada que ver con las de las jóvenes rubias de ojos azules y rostros simétricos que tenía por compañeras. Solo cuando crecí aprendí a apreciar mis rasgos, mi herencia”. Más adelante también tuvo que escuchar sugerencias indeseables, como la de aquel ejecutivo discográfico que le sugirió que se hiciera una rinoplastia antes de sacar al mercado su primer álbum. O que abusaran de ella. “Empecé en la música a los 19 años. Los abusos eran la norma y no la excepción cuando pisabas un estudio de grabación”, dijo recientemente en una entrevista a The Hollywood Reporter.

Quizá sean lágrimas de cocodrilo. O discursos para calentar la gala de los Oscar. Pero la meca del cine ha encontrado la estrella que llevaba tiempo buscando.
HOY LE TOCA A - RETRATOS - Mal, muy mal, malamente , fotos,.
Mal, muy mal, malamente,.
Hay muchos odios en el mundo literario, pero pocos comparables a los que, fatalmente, sufren los adverbios terminados en mente,.
MALAMENTE, DE ROSALÍA, ha sido la canción más escuchada en
España durante 2018. Premio Grammy Latino a la “mejor canción
alternativa”, también ha sido un éxito mundo adelante. Y el vídeo
musical deslumbra en millones de pantallas, e incluso ha puesto en
órbita nuevos iconos de marca hispánica, como el nazareno skater y el torero que hace pases de capote a una potente moto. El nazareno skater,
con hábito y capirote de Semana Santa, haciendo mil diabluras con el
patín, semeja una figura de la estirpe surrealista de Luis Buñuel,
Berlanga y José Luis Cuerda.
Ahora, Malamente parece el resultado de una alquimia perfecta. Algo que estaba en el aire antes de nacer. Algo que era esperado, sin saber lo que se espera. A veces tenemos la sensación de que, aprovechando la lucha universal contra el aburrimiento, la industria cultural nos avasalla con productos transgénicos. Música, películas o libros que parecen planeados por un algoritmo, según un cóctel estadístico de pulsiones y deseos. También hay elitistas que consideran que todo éxito comercial es sospechoso, y algo de razón tienen porque vivimos en la religión del éxito.
Reconozco que escuché con atención Malamente cuando ya era un gran éxito. Pero me gusta esa canción, y mucho, al margen de la gloria alcanzada. Al contrario, a lo que es tan exitoso uno se acerca con cautela y con exigencia. Buscas lo que puede haber de especial. Y en Rosalía lo encuentras. En cómo canta y en lo que canta. El poeta cubano Virgilio Piñera recordaba con humor autocrítico la primera vez que se atrevió a mostrar un texto, un poema “muy alambicado, muy hecho”, a alguien que reconocía como maestro, y cómo en vez de un veredicto triunfal recibió una pregunta que era también una inquietante lección: “Pero, aquí, ¿dónde estás tú, Virgilio?”.
En las canciones de Rosalía hay esa zona secreta, una claridad que alterna con versos oscuros. Esta joven catalana, nacida en 1993 en Sant Esteve Sesrovires, ha germinado en la naturaleza del flamenco. Lo ha estudiado con pasión y método. Hay puristas que la acusan de “apropiación indebida”. Pero eso, más que dañar a Rosalía, es enjaular al propio flamenco. Poner cerco a una cultura como propiedad y coto particular. La historia del flamenco es la de un hábitat de libertad y metamorfosis. El flamenco poliniza al trap, al rap, a cualquier levadura que fermente algo nuevo. A todas las músicas les gusta la orilla, los encuentros furtivos, los amores libres.
Y la tradición, ¿qué me dice de la tradición? Pues lo peor que le puede pasar a la tradición es volverse tradicionalista. Parte de la tarea creativa es justamente arrancar la tradición de las manos del conformismo. Una fadista extraordinaria, Lucília do Carmo, tenía en su repertorio una canción, Mãos do povo (manos del pueblo), en la que defendía de forma apasionada el fado tradicional frente a experimentaciones que consideraba inauténticas: “Refuto pois para mim o chamado estilo novo / cantareí até ao fim o fado que herdei do povo” (rechazo pues para mí el llamado estilo nuevo / cantaré hasta el final el fado que heredé del pueblo). La pieza suena entrañable, esa nostalgia tenaz, insobornable. Pero a las “manos del pueblo” les encanta modelar estilos nuevos.
Son comprensibles las posturas defensivas, de protección de la diversidad, cuando la uniformización actúa como una apisonadora. Es desesperante, por ejemplo, la desconsideración que existe en España hacia los propios recursos culturales. Para empezar, las lenguas. Una marginación que no solo afecta a las mal llamadas “periféricas”, sino también a la lengua de uso común, el castellano o español. Cada vez es más difícil, casi exótico, escuchar en radios o televisiones de ámbito estatal canciones interpretadas en catalán, gallego o vasco. Es más fácil, y no exagero, escuchar a una gran intérprete como Mercedes Peón (premio Folkworld) en radios alemanas que en las de España. Pero, en la programación musical, también el castellano es tratado como una lengua subalterna, por detrás del inglés.
Hay otra razón, voy a confesarme finalmente, por la que me alegro del éxito de Malamente. Por fin, felizmente, podemos celebrar el triunfo de un adverbio terminado en mente. Una novela, con ese título, sería cruelmente sentenciada sin ser leída atentamente. Hay muchos odios en el mundo literario, pero pocos comparables a los que, fatalmente, sufren los adverbios terminados en mente. Son tratados como bandidos alevosamente emboscados en la espesura del lenguaje. Una de las tareas de la corrección literaria es perseguir ferozmente, implacablemente, a estos forajidos terminados en mente. Menos mal que Borges escribió: “Incesantemente la rosa se convierte en otra rosa”.
A ver si mejoramos malamente.
Ahora, Malamente parece el resultado de una alquimia perfecta. Algo que estaba en el aire antes de nacer. Algo que era esperado, sin saber lo que se espera. A veces tenemos la sensación de que, aprovechando la lucha universal contra el aburrimiento, la industria cultural nos avasalla con productos transgénicos. Música, películas o libros que parecen planeados por un algoritmo, según un cóctel estadístico de pulsiones y deseos. También hay elitistas que consideran que todo éxito comercial es sospechoso, y algo de razón tienen porque vivimos en la religión del éxito.
Reconozco que escuché con atención Malamente cuando ya era un gran éxito. Pero me gusta esa canción, y mucho, al margen de la gloria alcanzada. Al contrario, a lo que es tan exitoso uno se acerca con cautela y con exigencia. Buscas lo que puede haber de especial. Y en Rosalía lo encuentras. En cómo canta y en lo que canta. El poeta cubano Virgilio Piñera recordaba con humor autocrítico la primera vez que se atrevió a mostrar un texto, un poema “muy alambicado, muy hecho”, a alguien que reconocía como maestro, y cómo en vez de un veredicto triunfal recibió una pregunta que era también una inquietante lección: “Pero, aquí, ¿dónde estás tú, Virgilio?”.
En las canciones de Rosalía hay esa zona secreta, una claridad que alterna con versos oscuros. Esta joven catalana, nacida en 1993 en Sant Esteve Sesrovires, ha germinado en la naturaleza del flamenco. Lo ha estudiado con pasión y método. Hay puristas que la acusan de “apropiación indebida”. Pero eso, más que dañar a Rosalía, es enjaular al propio flamenco. Poner cerco a una cultura como propiedad y coto particular. La historia del flamenco es la de un hábitat de libertad y metamorfosis. El flamenco poliniza al trap, al rap, a cualquier levadura que fermente algo nuevo. A todas las músicas les gusta la orilla, los encuentros furtivos, los amores libres.
Y la tradición, ¿qué me dice de la tradición? Pues lo peor que le puede pasar a la tradición es volverse tradicionalista. Parte de la tarea creativa es justamente arrancar la tradición de las manos del conformismo. Una fadista extraordinaria, Lucília do Carmo, tenía en su repertorio una canción, Mãos do povo (manos del pueblo), en la que defendía de forma apasionada el fado tradicional frente a experimentaciones que consideraba inauténticas: “Refuto pois para mim o chamado estilo novo / cantareí até ao fim o fado que herdei do povo” (rechazo pues para mí el llamado estilo nuevo / cantaré hasta el final el fado que heredé del pueblo). La pieza suena entrañable, esa nostalgia tenaz, insobornable. Pero a las “manos del pueblo” les encanta modelar estilos nuevos.
Son comprensibles las posturas defensivas, de protección de la diversidad, cuando la uniformización actúa como una apisonadora. Es desesperante, por ejemplo, la desconsideración que existe en España hacia los propios recursos culturales. Para empezar, las lenguas. Una marginación que no solo afecta a las mal llamadas “periféricas”, sino también a la lengua de uso común, el castellano o español. Cada vez es más difícil, casi exótico, escuchar en radios o televisiones de ámbito estatal canciones interpretadas en catalán, gallego o vasco. Es más fácil, y no exagero, escuchar a una gran intérprete como Mercedes Peón (premio Folkworld) en radios alemanas que en las de España. Pero, en la programación musical, también el castellano es tratado como una lengua subalterna, por detrás del inglés.
Hay otra razón, voy a confesarme finalmente, por la que me alegro del éxito de Malamente. Por fin, felizmente, podemos celebrar el triunfo de un adverbio terminado en mente. Una novela, con ese título, sería cruelmente sentenciada sin ser leída atentamente. Hay muchos odios en el mundo literario, pero pocos comparables a los que, fatalmente, sufren los adverbios terminados en mente. Son tratados como bandidos alevosamente emboscados en la espesura del lenguaje. Una de las tareas de la corrección literaria es perseguir ferozmente, implacablemente, a estos forajidos terminados en mente. Menos mal que Borges escribió: “Incesantemente la rosa se convierte en otra rosa”.
A ver si mejoramos malamente.
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