El larguero La Ser ,.
El larguero es un programa deportivo radiofónico español, dedicado en su mayoría al fútbol, que se emite en la Cadena SER todos los días, a partir de las 23:30 horas. Su director y presentador principal es Manu Carreño.1 El programa es presentado los viernes y sábados por Yago de Vega, y excepcionalmente lo presenta Francisco José Delgado o Álvaro Benito en ausencia de ambos., etc.
El Transistor Onda Cero ,.
El Transistor es el programa deportivo creado y dirigido por José Ramón de la Morena. Inició su primera emisión el 4 de septiembre de 2016.
Su horario es de lunes a domingo a partir de las 23.30 horas.
José Ramón de la Morena inicia esta andadura deportiva en Onda Cero con colaboradores de su anterior etapa en el Larguero de la Ser: Carlos Bustillo, David Alonso, Eduardo Pidal, Ana María Rodríguez, Aitor Gómez , Ángel Rubiano, Jorge Valdano, el ciclista Perico Delgado, el ex subdirector de As Juanma Trueba, Sebastián Álvaro Lomba , el alpinista que creó y dirigió en TVE Al filo de lo imposible, los doctores José González y Antonio Escribano ., etc.
A Marbella, decidido a colarse en la 'jet set' .
El Badajoz persigue su cuarta victoria seguida para meterse de lleno en la pomada por la fase de ascenso ante un rival también en racha,.
El Badajoz lleva tres victorias consecutivas y cuatro jornadas sin perder, las mismas que sin encajar un gol. El cuadro pacense se encuentra en su mejor momento de la temporada para firmar una tendencia ascendente que le ha permitido dar un salto en sus aspiraciones y colocarse como alternativa al playoff. El Marbella también afronta la cita en una inercia positiva tras encadenar seis partidos sin perder, con dos empates y un solo gol recibido. «Su dinámica es parecida a la nuestra. Son mucho más contundentes que en 2018, un equipo que no hace ruido, pero a tener en cuenta», exponía Nafti. Badajoz y Marbella enfrentan sus rachas en un partido de viejos conocidos. Por un lado, el propio preparador franco-tunecino y Damián Petcoff y Francis Ferrón se reencuentran con su antiguo club; y por otro, el delantero Juanma García, máximo goleador del conjunto de la Costa del Sol, tendrá la oportunidad de enfrentarse a sus excompañeros después de perderse la ida por lesión.
Precisamente, Ferrón es la única duda que tiene Nafti para este partido, aunque finalmente ha entrado en una convocatoria en la que vuelven a quedarse en casa por lesión César Morgado y Adama Fofana, además de Jordan Greenidge. Petcoff, Ferrón y Candelas acabaron el partido ante el San Fernando con molestias. «Damián está mejor y Candelas también. La única duda es la de Francis. Tomaremos la decisión mañana en el último momento. Sé que es un partido especial para él pero yo quiero saber realmente si está al cien por cien para llevármelo a Marbella», comentaba el entrenador del Badajoz el viernes. Ferrón viaja con el equipo por lo que se entiende que se ha recuperado bien, aunque antes del partido el técnico valorará si está en condiciones para ser titular al no haber entrenado con normalidad esta semana.
En el Marbella es baja Álex Bernal por acumulación de amarillas.
TITULO: Al filo de lo imposible - La ocupación no quiere testigos,.
La ocupación no quiere testigos,.
foto / Todo pasó en cinco minutos. Eran como las tres, estábamos durmiendo y nos despertó el ruido de los coches que paraban; mi esposo me dijo ahí están, buscan a algún vecino. Yo le dije duérmete y pensé uy dios, por favor ayuda a la madre del que vienen a buscar. Lo pensé, no sabía y lo pensé. Y entonces escuché los golpes en mi puerta. Mi esposo se levantó de un salto, les abrió la puerta; yo también salí, ni siquiera me cubrí, salí así como estaba y me vieron todos, qué vergüenza. Mi esposo les preguntó qué querían y uno dijo venimos a buscar a Leith.
Eran como quince, había soldados, policías, policías de civil con armas largas, capuchas, yo tenía mucho miedo. Ellos sabían cuál era su cuarto: directo varios fueron para ahí, los demás se quedaron apuntándonos, dando vuelta las cosas, dando gritos. A Leith lo sacaron con las esposas puestas, la cara que tenía, pobrecito. Yo les pregunté por qué se lo llevaban y uno me dijo no, nada, unas preguntas y se lo devolvemos. Entonces yo les dije que si le querían hacer preguntas yo tenía que estar presente, porque Leith es menor, tenía 14 años. Me dijeron sí, venga a la cárcel cuando quiera, y se fueron sin decirme más nada. Entonces mi marido y yo vinimos y nos sentamos, en estos sillones nos sentamos, uno frente al otro y yo pensaba qué fue todo esto, ¿una pesadilla? ¿Ahora me voy a despertar? Me parecía que no podía ser cierto, le dije a mi marido no es cierto que se lo llevaron, ¿no? Dime que no es cierto. Y él me dijo sí pero no te preocupes, a la mañana lo vamos a buscar, no te preocupes, es un chico, no le van a hacer nada; a la mañana nos lo van a devolver. Y yo lo escuchaba y no podía ni llorar. No sé por qué, quería llorar y no podía. Trataba, pero no podía”.
Tras desempeñar un papel importante en el movimiento
de liberación de su país, hoy se encuentran con los mismos problemas de
siempre: marginación política, resistencias de los grupos de poder y
discriminación y opresión por parte de soldados israelíes.
Hanan es la madre de Leith, que fue, el año pasado, cuando lo
detuvieron, el preso político más joven del país. Las autoridades
israelíes dijeron que Leith participó en manifestaciones, que tiró
piedras a unos soldados en la entrada del campo, que era peligroso para
Israel y debía estar encerrado: le pidieron dos años de cárcel. Lo
condenaron a nueve meses más tres años de condicional.
–¿Cree que Leith atacó a los soldados?
–¿Honestamente? Sí, yo creo que lo hizo. Pero es un chico de 14 años y los soldados insultaban a su madre.
–¿Qué decían?
Hanan no quiere repetirlo; palabrotas, dice, palabras muy malas. Le decían esas cosas y él tenía que reaccionar, ¿qué podía hacer? Suenan gallos, varios gallos –o un gallo persistente.
–¿O sea que se peleó por defender a su madre, no a su patria?
–No, no solo. También vio cómo los soldados golpeaban a varios de sus amigos, y eso tampoco pudo soportarlo.
Hanan tiene una túnica negra con bordados plateados y un hiyab turquesa, los ojos muy oscuros. Viene de una familia acomodada; en 1996 se fue a Miami y estudió Negocios, se casó, tuvo sus dos primeros hijos. En 2004 decidieron volverse: South Beach les parecía un lugar peligroso para criar chicos. Ahora, su marido tiene un restorán y los dos tienen dos hijos más y todos viven en el campo de refugiados de Shuafat, en Cisjordania. Un campo de refugiados no es un campo; es una ciudad bien tercermundo, las calles angostas llenas de gentes y de coches viejos y de cables colgando, los frentes de las casas sin revoque –como si todo fuera provisorio: 50, 60 años provisorio. Por fuera, la casa de Hanan parece a medio hacer; por dentro tiene su equipo de música, su plasma, una cocina grande y bien provista, los sillones: esos sillones gordos, orondos, que son la marca del éxito en tantos países donde el calor los hace tan incómodos.
–Leith no se va a olvidar nunca de lo que le hicieron. Le pegaron mucho, lo tenían días y días sin dormir, lo pateaban para despertarlo; todavía se despierta sobresaltado cada noche. Nunca se va a olvidar. Y yo tampoco.
–O sea que hay tres posibilidades: o esa tierra se reparte en dos, o los dos viven juntos en ella, o uno de los dos echa o extermina al otro. En general la que prima es la tercera opción, pero digamos que no la queremos. Dice Marius Schattner, 71, periodista franco-israelí, ex maoísta, ex sionista de izquierda, varios libros sobre la cuestión.
–La coexistencia es muy difícil y supondría un Estado con ciudadanos de primera, los israelíes, y ciudadanos de segunda, los palestinos, una segregación, si no un apartheid. El reparto en dos Estados es la opción más lógica; la fuerza principal que se le opone es el Estado de Israel, el Gobierno israelí, que produce hechos –las ocupaciones, las nuevas colonias– que lo hagan imposible.
Hace décadas que colonos judíos empezaron a construir casas y ocupar espacios en los territorios ocupados, supuestamente palestinos, pero el movimiento se aceleró en los diez últimos años. Ahora hay por lo menos 300.000 en Cisjordania, 200.000 en Jerusalén Este: medio millón de personas, una masa crítica difícil de expulsar.
–Hace unos años los colonos eran una franja extrema de la población judía. Hoy es una corriente central, que ocupa cada vez más lugar en las conciencias y en el Gobierno del Estado. Dice Micha Kurz, 32, enérgico, sonriente, israelí, judío askenazí, activista de organizaciones palestinas.
Hay una guerra. Como en toda guerra hay intrigas, héroes, ratas, fanáticos, intereses, desinteresados, razones que la razón ignora, corazones que ignoran la razón. Como en toda guerra, todos tienen razón y ninguno la tiene. (Marius me contó un cuento: la mujer del rabino le dice Shlomo, no te entiendo. Primero vino el zapatero y te dijo que había peleado con el panadero y le dijiste que tenía razón; después vino el panadero y te dijo que había peleado con el zapatero y le dijiste que tenía razón. A mí no me parece que les puedas decir a los dos que tienen razón.
–Mujer, tienes razón.)
Hay una guerra y a veces los que intentan disimularlo lo consiguen. Salvo en Hebrón: aquí, está claro, hay una guerra. Hay una guerra y no hay otro lugar donde esta guerra esté tan marcada en el espacio. Hebrón es la ciudad más grande de Cisjordania: un cuarto de millón de palestinos a 30 kilómetros de Jerusalén. Hace diez años la calle Shohada –la calle de los Mártires– era el corazón de Hebrón: el mercado en medio de la ciudad vieja, miles y miles de personas comprando, vendiendo, encontrándose.
–¿Cree que Leith atacó a los soldados?
–¿Honestamente? Sí, yo creo que lo hizo. Pero es un chico de 14 años y los soldados insultaban a su madre.
–¿Qué decían?
Hanan no quiere repetirlo; palabrotas, dice, palabras muy malas. Le decían esas cosas y él tenía que reaccionar, ¿qué podía hacer? Suenan gallos, varios gallos –o un gallo persistente.
–¿O sea que se peleó por defender a su madre, no a su patria?
–No, no solo. También vio cómo los soldados golpeaban a varios de sus amigos, y eso tampoco pudo soportarlo.
Hanan tiene una túnica negra con bordados plateados y un hiyab turquesa, los ojos muy oscuros. Viene de una familia acomodada; en 1996 se fue a Miami y estudió Negocios, se casó, tuvo sus dos primeros hijos. En 2004 decidieron volverse: South Beach les parecía un lugar peligroso para criar chicos. Ahora, su marido tiene un restorán y los dos tienen dos hijos más y todos viven en el campo de refugiados de Shuafat, en Cisjordania. Un campo de refugiados no es un campo; es una ciudad bien tercermundo, las calles angostas llenas de gentes y de coches viejos y de cables colgando, los frentes de las casas sin revoque –como si todo fuera provisorio: 50, 60 años provisorio. Por fuera, la casa de Hanan parece a medio hacer; por dentro tiene su equipo de música, su plasma, una cocina grande y bien provista, los sillones: esos sillones gordos, orondos, que son la marca del éxito en tantos países donde el calor los hace tan incómodos.
–Leith no se va a olvidar nunca de lo que le hicieron. Le pegaron mucho, lo tenían días y días sin dormir, lo pateaban para despertarlo; todavía se despierta sobresaltado cada noche. Nunca se va a olvidar. Y yo tampoco.
Hay una guerra. Como en toda guerra hay intrigas, héroes, ratas, fanáticos, intereses, corazones que ignoran la razónHay una guerra. A veces la pelean con armas, otras veces con piedras, con palabras, con acuerdos de paz, con bombas varias, con miradas, golpes, esperanzas, con rezos, con abrazos. Hay una guerra porque hay dos pueblos que quieren la misma tierra. Uno tiene un Estado que lo estructura, un ejército que lo defiende; el otro no. Ambos enarbolan sus derechos: la historia, tradiciones, mitos.
–O sea que hay tres posibilidades: o esa tierra se reparte en dos, o los dos viven juntos en ella, o uno de los dos echa o extermina al otro. En general la que prima es la tercera opción, pero digamos que no la queremos. Dice Marius Schattner, 71, periodista franco-israelí, ex maoísta, ex sionista de izquierda, varios libros sobre la cuestión.
–La coexistencia es muy difícil y supondría un Estado con ciudadanos de primera, los israelíes, y ciudadanos de segunda, los palestinos, una segregación, si no un apartheid. El reparto en dos Estados es la opción más lógica; la fuerza principal que se le opone es el Estado de Israel, el Gobierno israelí, que produce hechos –las ocupaciones, las nuevas colonias– que lo hagan imposible.
Hace décadas que colonos judíos empezaron a construir casas y ocupar espacios en los territorios ocupados, supuestamente palestinos, pero el movimiento se aceleró en los diez últimos años. Ahora hay por lo menos 300.000 en Cisjordania, 200.000 en Jerusalén Este: medio millón de personas, una masa crítica difícil de expulsar.
–Hace unos años los colonos eran una franja extrema de la población judía. Hoy es una corriente central, que ocupa cada vez más lugar en las conciencias y en el Gobierno del Estado. Dice Micha Kurz, 32, enérgico, sonriente, israelí, judío askenazí, activista de organizaciones palestinas.
Hay una guerra. Como en toda guerra hay intrigas, héroes, ratas, fanáticos, intereses, desinteresados, razones que la razón ignora, corazones que ignoran la razón. Como en toda guerra, todos tienen razón y ninguno la tiene. (Marius me contó un cuento: la mujer del rabino le dice Shlomo, no te entiendo. Primero vino el zapatero y te dijo que había peleado con el panadero y le dijiste que tenía razón; después vino el panadero y te dijo que había peleado con el zapatero y le dijiste que tenía razón. A mí no me parece que les puedas decir a los dos que tienen razón.
–Mujer, tienes razón.)
Hay una guerra y a veces los que intentan disimularlo lo consiguen. Salvo en Hebrón: aquí, está claro, hay una guerra. Hay una guerra y no hay otro lugar donde esta guerra esté tan marcada en el espacio. Hebrón es la ciudad más grande de Cisjordania: un cuarto de millón de palestinos a 30 kilómetros de Jerusalén. Hace diez años la calle Shohada –la calle de los Mártires– era el corazón de Hebrón: el mercado en medio de la ciudad vieja, miles y miles de personas comprando, vendiendo, encontrándose.
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