BLOC CULTURAL,

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martes, 17 de noviembre de 2015

SILENCIO POR FAVOR - Llega el 'smelfie', mensaje con olor,./ EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA - HOY QUIERO SER FRANCES,.

TÍTULO: SILENCIO POR FAVOR  - Llega el 'smelfie', mensaje con olor,.

Llega el 'smelfie', mensaje con olor - foto

Enviar olores por whatsapp será posible en 2016 con ophone, que desarrolla una empresa española.
El olor de un ramo de rosas, de la colonia de su pareja o de las lentejas de su madre, a partir del próximo año, podrá llegarle de igual forma que le llega un mensaje al móvil. Eso pretende el oPhone, un dispositivo creado David Edgard y Rachel Field, dos profesores de la Universidad de Harvard y el Instituto Wyss, y desarrollado por la empresa española Kibo Studios. El aparato permite enviar mensajes con olor a través de un dispositivo móvil o una tableta, de momento, solo el iPhone y el iPad. Consiste en dos terminales cargados con cartuchos que contienen esencias que el usuario podrá mezclar a través de una gama preestablecida y transmitir luego el olor que haya compuesto. De momento ofrece una gama de unas 300.000 combinaciones olfativas y se requiere un dispositivo de considerable tamaño, pero ya están trabajando en una carcasa para el móvil con igual prestación y mucho más reducida. El oPhone podrá comercializarse en 2016 y su precio rondará los 150 euros. El desarrollo de aplicaciones y servicios a partir de este invento es enorme. Las películas se podrían proyectar con olores según las escenas, los libros transmitir los aromas de lo que cuentan... y las empresas de perfumes podrían anunciarse haciendo llegar sus esencias directamente al cliente. Por no hablar de sus aplicaciones con alimentos.
Sabía que...
Recordamos el 5% de lo que vemos, el 2% de lo que oímos, el 1% de lo que tocamos y el 35% de lo que olemos. El olfato tiene una gran capacidad de evocación porque asociamos los olores con experiencias emocionales en las que la razón apenas interviene.
El oPhone se podría comercializar el año que viene a un precio de unos 150 euros.

 TÍTULO:  EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA -HOY QUIERO SER FRANCES,.

foto - reloj

RELOJ.jpgSentado en el café Le Bonaparte, frente a Saint Germain, tomo notas para una novela que llevo por la mitad y que tal vez se publique a finales del año próximo. Se trata de una escena que transcurre exactamente en este café, en la mesa misma en la que estoy sentado: dos personajes, uno joven y otro viejo, dialogando sobre un libro perdido y un misterio. Y estoy en ello, como digo, cuando miro hacia la calle y pienso que hay lugares y ciudades estimulantes, que crean un estado de ánimo favorable para narrar historias. No me ocurre en todas partes, pero sí aquí, en París. Desde que tengo memoria, no hay una sola vez que haya caminado por esta ciudad, entrado en sus librerías, leído en sus cafés, que no me haya sentido vivo y lúcido, con ganas de escribir. Con ánimo de contar. Y eso, que siempre fue importante para mí, lo es más ahora, cuando los años, las cosas y los libros que dejaste atrás podrían entibiarte el ánimo. Aflojar las ganas. Dije alguna vez que sólo se es joven en vísperas de una batalla; al día siguiente, ganes o pierdas, ya has envejecido. Por eso es tan importante disponer batallas nuevas, vísperas tensas en las que engrasar los arneses y afilar la espada, dispuesto de nuevo al combate. A la aventura que te impide, o lo retrasa de modo razonable, envejecer de mala manera. En mi caso, el recurso son el mar y los libros. Y esta vez se trata de libros.
Quizá el influjo se deba a las librerías. A su número y calidad. Aunque muchas han cerrado -la última, a pocos pasos de aquí-, París sigue siendo el paraíso del transeúnte lector que describí hace veinticinco años en El club Dumas, territorio habitual del cazador de libros Lucas Corso. Pienso en ello mientras comparo esta ciudad con el desolado páramo en el que la indiferencia gubernamental y la incompetencia municipal han convertido el paisaje librero de Madrid: un centro de ciudad donde no sólo las librerías, sino el comercio tradicional, lo que da vida y carácter a un barrio y a una ciudad, han sido arrasados por las franquicias absurdas y las tiendas de ropa. Un paseo atento por esas calles es desolador: imposible encontrar ya un zapatero, un panadero, un ferretero. Para todo hay que peregrinar a la moderna catedral de nuestro tiempo, que diría el buen Pepe Saramago: El Corte Inglés. Y así, cada viejo comercio de toda la vida que cierra se convierte, automáticamente, en un bar o en una tienda de ropa; lo que es, por otra parte, fiel reflejo de lo que somos y de lo que nos gusta ser. Y de lo que seguiremos siendo.
La verdad es que no deja de tener su retorcida gracia, aunque sea siniestra. Paseo por París viendo escaparates de librerías y viejos comercios que se mantienen, y pienso inevitablemente en la desertificación comercial de Madrid y en el estúpido relaxing cup of café con leche de aquella alcaldesa por fin desaparecida, o en el bajuno concepto que de la palabra cultura tiene la que manda ahora. Y me pregunto si alguna vez habrán oído hablar, ellas o sus colaboradores, de cosas como el proyecto Vital Quartier, por ejemplo, que desde hace años se ocupa en París de mantener vivo el comercio tradicional que anima los barrios principales, facilitando sus alquileres, rehabilitaciones y rebaja de impuestos, favoreciendo que los pequeños negocios subsistan, humanicen las calles y animen en torno otros espacios comerciales gratos al ciudadano, complementándolo todo con una política de salubridad, higiene y seguridad callejera. Un esfuerzo al que se destina dinero, imaginación y buena voluntad en vez de desidia y burdo afán recaudatorio, y que ya ha logrado tener tres centenares de tiendas tradicionales, de diversas actividades, protegidas en seis de los principales barrios de París.
Por supuesto, y también a diferencia de Madrid, donde hasta la magnífica Cuesta Moyano y sus librerías se ven olvidadas y maltratadas por el Ayuntamiento, uno de los sectores donde más cuidado ha puesto el plan parisino de apoyo al comercio tradicional es el de las librerías. Sólo a eso, a defender la existencia del comercio cultural que ennoblece el centro de la ciudad y mantiene su carácter, la alcaldía de París acaba de destinar una ayuda complementaria de dos millones de euros, amén de exenciones fiscales si una librería dedica a salarios el 12% de su facturación, así como subvenciones por promoción de libros de fondo -no torpes novedades de aquí te pillo y aquí te mato-, pagos de alquiler a la mitad del precio del mercado y créditos con dos años de carencia. Y ahora piensen ustedes en Madrid, aprieten los dientes y hagan, como yo, un esfuerzo para no blasfemar en arameo y que se los lleve el diablo.

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