Juegos de niños,.
Sabado -11- Julio a las 22:00 por La 1, fotos,.
Juego - Los BOLINDRES,.
Los BOLINDRES,.
Los juegos infantiles de mi niñez, me refiero a los juegos de tradición,
son aquellos que desde muchísimos años atrás, seguían perdurando de
generación en generación, siendo transmitidos de forma oral de abuelos a
padres y de padres a hijos, a veces sufriendo algunos cambios; pero
transmitiendo su esencia que permanece. No existía ningún manual para su
ejecución ni en la forma de jugar, ni la jerga utilizada, porque en
cada zona de España se empleada un vocabulario distinto. Es curioso que
estos juegos aparezcan y desaparecen en determinadas épocas del año,
por periodos indeterminados que no se pueden explicar y sin tener en
cuenta la estación del año. Lo cierto que cuando los niños empezábamos a
jugar al trompo, decíamos: «Ha llegado el tiempo del trompo», ¡hale y
todo los niños a jugar al trompo!
AQUELLOS JUEGOS.En los años cincuenta del siglo pasado, los niños nos entreteníamos aparte del fútbol, con el juego del trompo, mocho y la billarda, juego de la palmá, salto en búa, máquina cincel, salto de la pared, bolindres, cilin sin cerra, nicle nacle y colate, pelota al ruedo, etc. Había juegos para niños, niñas y mixtos; por describir algunos me referiré en este trabajo al juego del bolindre.
El juego del bolindre, boliche, boli o canicas, probablemente sea uno
de los juegos de niños más antiguos que se conocen, según algunos
estudios su origen es de postneolítico; se han encontrado canicas en
tumbas infantiles en la zona del río Nilo y han aparecido bolitas de
barro del tiempo de las cavernas.
Existía en cada lugar un vocabulario al efecto, que se empleaba cuando
se jugaba; en cada sitio se regía por normas distintas, incluso para
la misma modalidad, yo me limitaré sin más, a hacerlo como entonces
jugábamos los muchachos en El Puerto.
Bolis de barro ‘cacho’ y ‘cuatro cachos’. /Foto: Manuel Cabello y Esperanza Izquierdo.
LOS BOLIS.
Lo bolis, como aquí se denominaban, eran bolitas de barro cocido, que se solían comprar en los refinos, mercerías y algún almacén de ultramarinos. Recuerdo los que vendían en casa de la Chana, el refino de Miseria, el almacén del Cañón, o el refino de Pérez Grant. Existían también bolas de cristal, que eran los tapones de gaseosa y bolas de acero que eran poco utilizadas por lo pesadas. Los más sibaritas, se hacían a su medida el bolindre que utilizaban para jugar, para ello iban a la fábrica de ladrillos de los hermanos Lorenzo y Manuel Cauqui Badallo –esta fábrica de ladrillos toscos, estaba situada en lo que fue el almacén de hierros de Almacenes Osca, frente de la finca “El Caracol”– y pedían un pedacito de barro que convenientemente trabajado le daban el diámetro y la redondez necesaria a su maña, después se secaba al sol y luego se cocía al horno Existían dos tamaños de bolindres, los bolis y bolas. Las bolas equivalían a cuatro bolis pequeños; los bolis pequeños con el tiempo dejaron de fabricarse y quedaron solamente las bolas.
El bolindre pequeño o boli, equivalía en el argot del jugador a un cacho
y la bola a cuatro cachos, casi siempre se empezaba jugando a dos
cachos, es decir a dos bolindres pequeños o la mitad de una bola.Lo bolis, como aquí se denominaban, eran bolitas de barro cocido, que se solían comprar en los refinos, mercerías y algún almacén de ultramarinos. Recuerdo los que vendían en casa de la Chana, el refino de Miseria, el almacén del Cañón, o el refino de Pérez Grant. Existían también bolas de cristal, que eran los tapones de gaseosa y bolas de acero que eran poco utilizadas por lo pesadas. Los más sibaritas, se hacían a su medida el bolindre que utilizaban para jugar, para ello iban a la fábrica de ladrillos de los hermanos Lorenzo y Manuel Cauqui Badallo –esta fábrica de ladrillos toscos, estaba situada en lo que fue el almacén de hierros de Almacenes Osca, frente de la finca “El Caracol”– y pedían un pedacito de barro que convenientemente trabajado le daban el diámetro y la redondez necesaria a su maña, después se secaba al sol y luego se cocía al horno Existían dos tamaños de bolindres, los bolis y bolas. Las bolas equivalían a cuatro bolis pequeños; los bolis pequeños con el tiempo dejaron de fabricarse y quedaron solamente las bolas.
Maña más usual para jugar al bolindre, utilizada en El Puerto
LA MAÑA.
‘La maña’, era la forma que cada jugador empleaba en lanzar el bolindre, se utilizaba de la forma siguiente, salvo excepciones, el jugador con la mano que le servía de soporte, medía una cuarta desde el dedo pulgar al meñique, una vez medida la cuarta se levanta la mano quedando la palma de la misma perpendicular al suelo, después aguantaba el bolindre con el dedo índice, anular y corazón de la otra mano, ayudándose también con el dedo índice de la mano que sirve de soporte, de esta forma ‘la maña’ quedaba compuesta y se lanzaba el boli al objetivo que podía ser el hoyo o el bolindre contrario.
‘La maña’, era la forma que cada jugador empleaba en lanzar el bolindre, se utilizaba de la forma siguiente, salvo excepciones, el jugador con la mano que le servía de soporte, medía una cuarta desde el dedo pulgar al meñique, una vez medida la cuarta se levanta la mano quedando la palma de la misma perpendicular al suelo, después aguantaba el bolindre con el dedo índice, anular y corazón de la otra mano, ayudándose también con el dedo índice de la mano que sirve de soporte, de esta forma ‘la maña’ quedaba compuesta y se lanzaba el boli al objetivo que podía ser el hoyo o el bolindre contrario.
EL HOYO.
Había tres modalidades de juegos: el hoyo, el crimen y a perseguir o el cate. El hoyo era el más popular y se jugaba casi siempre en los espacios que quedaban libres entre los chinos que empedraban las calles, buscando siempre hacer el hoyo pegado al bordillo de las aceras; el hoyo se procuraba que entrase el puño de una mano. Cuando un jugador conseguía colar su bolindre en el hoyo con facilidad, se decía que ese hoyo lo tenía al zope.
Había tres modalidades de juegos: el hoyo, el crimen y a perseguir o el cate. El hoyo era el más popular y se jugaba casi siempre en los espacios que quedaban libres entre los chinos que empedraban las calles, buscando siempre hacer el hoyo pegado al bordillo de las aceras; el hoyo se procuraba que entrase el puño de una mano. Cuando un jugador conseguía colar su bolindre en el hoyo con facilidad, se decía que ese hoyo lo tenía al zope.
La calle Zarza, en 1969, con aceras de losas de Tarifa y calzadas de chinos, lugares ideales para jugar al hoyo. / Foto: C.P.O.
En la modalidad del hoyo en las calles empedradas, intervenían dos
jugadores que previamente y de común acuerdo uno ‘plantaba’ su boli a
una distancia del hoyo de dos metros aproximadamente; el siguiente
jugador apuntaba desde el hoyo con su maña y lanzaba su boli contra el
boli del primer jugador, si acertaba y le daba desde donde quedaba,
lanzaba su bolindre al hoyo, si entraba en el mismo la jugada quedaba
consumada y el ganador en este caso ganaba la cantidad de bolindres en
juego. En el caso que el jugador que retornara al hoyo no acertare y su
bolindre quedaba fuera del hoyo, el otro jugador, podía retornar al
hoyo y desde allí tirar al bolindre el jugador que había quedado cerca
del hoyo y retornar nuevamente a éste, ganando la jugada.
En el caso de más de dos jugadores, por ejemplo de los jugadores A, B y
C, el jugador A plantaba su bolindre a una distancia de dos metros
aproximadamente, a continuación lanzaba el jugador B contra el A y si le
acertaba retornaba al hoyo, si entraba el bolindre del jugador B en el
hoyo, el jugador B ganaba y el jugador A tenía que pagar, en el caso de
que el jugador B fallase y su bolindre no entraba en el hoyo, la ventaja
era para el jugador C que les estaba esperando y podía darle al
bolindre del jugador B y retornar al hoyo, entonces tendría que pagar el
jugador B al C.Maña utilizada para el juego del bolindre, utilizada en El Puerto con cierta frecuencia
Bien, pero volvamos al inicio del juego, imaginemos que el jugador A,
esta plantado y el jugador B le tira con su bolindre y falla, el jugador
C, tiene la posibilidad de lanzar su bolindre a cualquiera de los dos
jugadores A ó B, si acierta a uno de ellos tiene la oportunidad que
desde donde queda su bolindre tirarle al otro, si logra darle, se dice
que ha hecho repiquete, y desde allí retornar al hoyo y si acierta a
meterlo en el mismo, la jugada termina en este instante debiendo pagar
los dos al ganador, en este caso el ganador sería el jugador C.
EL CRIMEN.La modalidad del crimen, consiste en una linea de salida y a una distancia de tres metros más o menos, un triángulo equilátero –-en otros lugares en vez de un triángulo se utilizaba un circulo– de aproximadamente de treinta o treinta cinco centímetros de lado en el cual, cada jugador ponía la misma cantidad de bolindres.
TITULO: LA PANTERA ROSA - Y LUKE LUKE -A liberar el río secuestrado de Cáceres que tuvo isla y piscinas! ,.
LA PANTERA ROSA - Y LUKE LUKE -A liberar el río secuestrado de Cáceres que tuvo isla y piscinas! ,. fotos.
A liberar el río secuestrado de Cáceres que tuvo isla y piscinas!
Cuanto
más sé del río que tuvo Cáceres, menos entiendo cómo pudo ser posible
perder algo así... y no fue hace mucho, según me comentó Fernando García Figueroa:
«Los que tenemos más de ochenta años, – me dijo –, hemos conocido El
Marco hasta como piscina natural. Se dividía en dos partes separadas por
un muro de cantería, que en principio tenía por objeto contener el agua
como si fuera una presa, y que fue el origen del primer abastecimiento
fallido de aguas de Cáceres efectuado por Don José Castell.
Aguas abajo surgía lo que se conocía como la Bula, donde mi padre
curaba las aceitunas dentro de un saco por donde pasaba el agua y así se
endulzaban. Al llegar el agua a Fuente Concejo, aparte
de una serie de caños donde la gente cogíamos el agua, a la otra parte
de la calzada, aparecía otra piscina natural donde nos bañábamos».
El asunto me tenía intrigado y fui a preguntarle al viejo periodista Sanjosé, que conoce bien la zona por haber vivido en la Plaza de Santiago.
–Pero, bueno – le pregunté – ¿Es qué el río, además de molinos, batanes y tenerías... tenía hasta piscinas naturales?
–Y más cosas. Era un señor río – respondió el difunto –. ¡Mira en los planos antiguos de la ciudad! Investiga, juntaletras, investiga, que no sé en que rifa te dieron el título de periodista.
Tragándome una mala contestación, me fui a mirar planos de Cáceres en el Sistema de Información Geográfica (SIG) del Ayuntamiento, y me sorprendió el ver el río dibujado, con un ancho notable, en los planos de 1845 y 1900; y con algo de menos presencia, pero aún destacable, en el de 1931. Le pedí al fotógrafo Guinea que intercediera para que Sanjosé nos diera un paseo por la Ribera del Marco, y lo consiguió.
Sanjosé escogió el día que más le gusta salir a los espíritus, el día de San Juan, el pasado 24 de junio, para hacernos de cicerone. Empezamos por Fuente Rocha o de los curtidores, y cuando íbamos por el pasadizo peatonal que une Ronda de Puente Vadillo con el barrio de Las Tenerías, nos dijo: «Os voy a proponer un juego: Un río tiene que tener un libre acceso a él por parte de los ciudadanos. Intentar llegar al río de Cáceres, a ver si podéis».
Nos metimos por las callejuelas de la zona de Tenerías, en donde se curtían las pieles, evitando la descomposición del cuero que era usado para calzado y guarniciones, viendo hermosos rincones casi parisinos. Pasamos por las calles Sinaí, Ribera de Curtidores, Tenerías, incluso Caleros, y cuando parecía que la calle nos llevaba hacía el río, nos paraba un muro o una puerta de metal. La suerte hizo que nos encontráramos a un vecino amigo, que al contarle que no éramos capaces de llegar al río, bajando la voz nos dijo: «Es imposible. La gente aquí ha cortado los accesos, han cerrado callejones y han puesto muros y puertas de garaje... se han quedado con espacio público por la cara». Nos llevó a un portal con un largo pasillo, que terminaba en una verja cerrada; al fondo, la zona del río. Sanjosé (invisible para el amigo) sonreía ante nuestras caras de asombro.
Luego el difunto nos llevó a la zona de Fuente Concejo. Nos puso ante una vivienda con el siguiente letrero: Casa de La Isla, y nos dijo: «Sí. Además de piscinas naturales y molinos, el río tenía aquí una isla, ya que se había bifurcado, para que el agua de un ramal moviera varios molinos en esta zona. La isla dejó luego de serlo al tapar con tierra el ramal». Vimos la Fuente Concejo, recordándonos que es la fuente más importante de la ciudad desde el siglo XV, y que era tanta el agua que salía de sus caños, que en un día llenaba 13.000 cántaros.
Nos colocó frente al puente de Fuente Concejo, viendo a la derecha del puente la famosa fuente, y a la izquierda una zona ajardinada con palmeras, bordeada por un muro que tiene escrito el aviso de que 'se vende'. Fue en ese lugar donde nos dio un discurso de época:
–En el solar que está vallado, en el que pone 'se vende', había dos casas en ruinas ocupadas por indigentes, que se derrumbaron el 23 de febrero de 2010, por suerte sin producir víctimas. Una de las casas había sido panadería. Al tirar totalmente los edificios, se descubrió entonces un jardín público con hermosas palmeras al que los ciudadanos no tienen acceso. Sé que el solar, de 200 metros cuadrados, se vende por 180.000 euros, estando interesados constructores que quieren levantar aquí apartamentos y, otra vez, encajonar el jardín público. Es hora – empezó Sanjosé a alzar la voz y enfatizar sus palabras subiendo y bajando la mano derecha –, de que el pueblo de Cáceres recupere su río. ¡Es hora de que el Ayuntamiento compre este terreno y haga aquí un parque que se una con el pequeño que está detrás de Fuente Concejo! Y teniendo esto, aplicar el artículo 553 del Código Civil y la Ley de Aguas, que indica que en las márgenes de los ríos, cinco metros son para uso público. ¡Es hora de tirar muros y puertas que impiden llegar al río! Hacerle saber al alcalde que se atenga a las consecuencias si no lo hace.
–¡Hombre! – protesté –. Eso suena a amenaza.
–¡Qué suene a lo que quieras! ¡Hay que liberar, de una vez por todas, el río de Cáceres que nos tienen secuestrado!
Bueno, yo lo escribo y que el señor alcalde se dé por enterado. Y le advierto que el difunto tiene bastante malaleche.
El asunto me tenía intrigado y fui a preguntarle al viejo periodista Sanjosé, que conoce bien la zona por haber vivido en la Plaza de Santiago.
–Pero, bueno – le pregunté – ¿Es qué el río, además de molinos, batanes y tenerías... tenía hasta piscinas naturales?
–Y más cosas. Era un señor río – respondió el difunto –. ¡Mira en los planos antiguos de la ciudad! Investiga, juntaletras, investiga, que no sé en que rifa te dieron el título de periodista.
Tragándome una mala contestación, me fui a mirar planos de Cáceres en el Sistema de Información Geográfica (SIG) del Ayuntamiento, y me sorprendió el ver el río dibujado, con un ancho notable, en los planos de 1845 y 1900; y con algo de menos presencia, pero aún destacable, en el de 1931. Le pedí al fotógrafo Guinea que intercediera para que Sanjosé nos diera un paseo por la Ribera del Marco, y lo consiguió.
Sanjosé escogió el día que más le gusta salir a los espíritus, el día de San Juan, el pasado 24 de junio, para hacernos de cicerone. Empezamos por Fuente Rocha o de los curtidores, y cuando íbamos por el pasadizo peatonal que une Ronda de Puente Vadillo con el barrio de Las Tenerías, nos dijo: «Os voy a proponer un juego: Un río tiene que tener un libre acceso a él por parte de los ciudadanos. Intentar llegar al río de Cáceres, a ver si podéis».
Nos metimos por las callejuelas de la zona de Tenerías, en donde se curtían las pieles, evitando la descomposición del cuero que era usado para calzado y guarniciones, viendo hermosos rincones casi parisinos. Pasamos por las calles Sinaí, Ribera de Curtidores, Tenerías, incluso Caleros, y cuando parecía que la calle nos llevaba hacía el río, nos paraba un muro o una puerta de metal. La suerte hizo que nos encontráramos a un vecino amigo, que al contarle que no éramos capaces de llegar al río, bajando la voz nos dijo: «Es imposible. La gente aquí ha cortado los accesos, han cerrado callejones y han puesto muros y puertas de garaje... se han quedado con espacio público por la cara». Nos llevó a un portal con un largo pasillo, que terminaba en una verja cerrada; al fondo, la zona del río. Sanjosé (invisible para el amigo) sonreía ante nuestras caras de asombro.
Luego el difunto nos llevó a la zona de Fuente Concejo. Nos puso ante una vivienda con el siguiente letrero: Casa de La Isla, y nos dijo: «Sí. Además de piscinas naturales y molinos, el río tenía aquí una isla, ya que se había bifurcado, para que el agua de un ramal moviera varios molinos en esta zona. La isla dejó luego de serlo al tapar con tierra el ramal». Vimos la Fuente Concejo, recordándonos que es la fuente más importante de la ciudad desde el siglo XV, y que era tanta el agua que salía de sus caños, que en un día llenaba 13.000 cántaros.
Nos colocó frente al puente de Fuente Concejo, viendo a la derecha del puente la famosa fuente, y a la izquierda una zona ajardinada con palmeras, bordeada por un muro que tiene escrito el aviso de que 'se vende'. Fue en ese lugar donde nos dio un discurso de época:
–En el solar que está vallado, en el que pone 'se vende', había dos casas en ruinas ocupadas por indigentes, que se derrumbaron el 23 de febrero de 2010, por suerte sin producir víctimas. Una de las casas había sido panadería. Al tirar totalmente los edificios, se descubrió entonces un jardín público con hermosas palmeras al que los ciudadanos no tienen acceso. Sé que el solar, de 200 metros cuadrados, se vende por 180.000 euros, estando interesados constructores que quieren levantar aquí apartamentos y, otra vez, encajonar el jardín público. Es hora – empezó Sanjosé a alzar la voz y enfatizar sus palabras subiendo y bajando la mano derecha –, de que el pueblo de Cáceres recupere su río. ¡Es hora de que el Ayuntamiento compre este terreno y haga aquí un parque que se una con el pequeño que está detrás de Fuente Concejo! Y teniendo esto, aplicar el artículo 553 del Código Civil y la Ley de Aguas, que indica que en las márgenes de los ríos, cinco metros son para uso público. ¡Es hora de tirar muros y puertas que impiden llegar al río! Hacerle saber al alcalde que se atenga a las consecuencias si no lo hace.
–¡Hombre! – protesté –. Eso suena a amenaza.
–¡Qué suene a lo que quieras! ¡Hay que liberar, de una vez por todas, el río de Cáceres que nos tienen secuestrado!
Bueno, yo lo escribo y que el señor alcalde se dé por enterado. Y le advierto que el difunto tiene bastante malaleche.
TITULO: EL CLUB COMEDIA - Cuando Cáceres tenía molinos de chocolate y la estupidez de perder un río,.
Cuando Cáceres tenía molinos de chocolate y la estupidez de perder un río,.
fotos / Vi que la cara del compañero Manuel Caridad se desencajaba, cuando estando en la terraza del bar que hay junto a la ermita del Espíritu Santo, el fotógrafo Salvador Guinea dejó en el aire una pregunta mientras hablaba de su reciente descubrimiento, del artista Gustavo Hurtado Muro:
–De los cuadros que hay de él en el Museo Casa Pedrilla – indicó, inocente de él –, sin duda, el que más de gusta es el de un molino en ruinas; pero, por cierto, en el cartelito del cuadro dice que estaba en Cáceres... ¿Es que en Cáceres había molinos? Si aquí no hay río...
–¡Madre del Amor Hermoso! ¡Qué atrevida es la ignorancia! '¿Qué si había molinos en Cáceres?' pregunta el gachó. ¡A tomar por culo! – dijo Caridad tirando con desgana su bastón hacía el crucero que hay frente a la ermita, ante los ladridos de Jack que fue a recogerlo.
–Sí, había alguno; pero, bueno, tampoco es para ponerse así, Manuel – salí al quite para intentar calmarle.
–¿Alguno? Mirad, desde aquí cerca hasta el río Guadiloba, todo estaba lleno de molinos, los había de aceite, de harina, hasta de chocolate...
–Sí, hombre, como si aquí estuviera la fábrica de chocolate de la película de Tim Burtón – dijo carcajeándose burlonamente el fotógrafo Guinea, durándole la risa lo que Jack en traer en la boca el bastón.
–Hasta cinco molinos de chocolate tuvo Cáceres, ¡cinco! – le respondió levantándose de la silla, blandiendo la vara cerca de su cabeza. – Estáis haciendo que me suba la tensión. Venga, vamos a dar un paseo por la Ribera del Marco, que intente desasnaros un poco: no hay mayor burro que el que desconoce la ciudad en la que vive.
Fue así como esa tarde nos llevó a la cercana Charca del Marco. «Aquí nace la Ribera del Marco – nos dijo el docto cojitranco –. Es uno de los lugares por donde surgen las aguas subterráneas de El Calerizo de Cáceres, el inmenso pozo que tiene Cáceres bajo tierra. Aquí está la Fuente del Marco o del Rey, que llegó a tener un caudal medio de 95 litros por segundo. Era un río que mantenía molinos, batanes (con los mazos que golpeaban paños de lana), tenerías (donde se curtían pieles)... y regaba muchos más huertos que los que hay ahora, hasta llegar al río Guadiloba, a unos siete kilómetros». Nos señaló el Espacio para la Creación Joven, diciendo que fue un molino de aceite.
Luego nos llevo frente al Palacio de Justicia de Cáceres, a enseñarnos la casa palacio de la Huerta del Conde, «aquí – nos dijo – había otro molino de aceite. Por cierto, el cuadro de Gustavo Hurtado del molino lo pintó hace un siglo, en 1919, y parece que era el Molino de la Gula, ya desaparecido, que estaba en esta Huerta del Conde».
Nos llevó al Museo Guayasamín, que está al lado del Museo Casa Pedrilla, «el Guayasamín se levantó hace 25 años en las ruinas de otro molino de aceite, teniendo el acierto de conservar las ruedas del molino en la zona de exposiciones».
Siguió el paseo hasta el puente de Fuente Concejo. Caridad nos puso mirando hacía la Ciudad Monumental, y dijo con maneras de maestro antiguo: «¡Qué venga para acá el que decía que Cáceres no tiene río!». Se le acercó cabizbajo el fotógrafo, y él apoyó su mano izquierda en el hombro derecho de Guinea, mientras le decía usando la diestra para señalar con el bastón: «Por allí viene la calle Miralrío... ¡Qué digo yo que por algo se llamará así!, y enfrente tienes el Arco del Cristo o la Puerta del Río... ¡Qué también digo yo que por algo tiene ese nombre! Y en medio de los dos, está ese edificio grande con chimeneas, que se levantó en donde antes había un molino, un batán y una tenería. ¿Te has enterado?», le preguntó al fotógrafo que asintió y calló para no disgustarle, asombrado de la soltura con la que el compañero movía el bastón.
Seguimos hasta la Ronda de Puente Vadillo, admirando los huertos de buena tierra y las peculiares casas de la Ribera del Marco. Caridad nos contó que según el catastro del Marqués de la Ensenada, que se hizo a mediados del siglo XVIII, aquí había más de 25 molinos, 3 batanes, 3 lavaderos de ropa, uno de lana y 23 tenerías. Nos recomendó aprender más sobre la importancia de esta zona, leyendo el libro 'La cacereña Ribera del Marco' de Juan Carlos Martín Borreguero, Fernando Jiménez Berrocal y Agustín Pedro Flores Alcántara. Como buen periodista también sabe de tabernas, y para terminar el instructivo paseo nos llevó a una que yo no conocía: al Bar Fuente Rocha, con magníficas vistas hacia la Ribera del Marco.
Cuando bebía Caridad tenía algo de malaleche. Lo curioso es que ha dejado el alcohol, que pensaba yo que era lo que le estropeaba el carácter, pero sigue teniendo mal genio. No sé yo si será la medicación. Lo cierto es que se fue encabronando mirando desde la terraza del bar la Ribera del Marco, mientras el sol se escondía detrás de la Iglesia de Santiago. Empezó a decir que Cáceres tenía que recuperar cuando antes su río:
–Ahora acompaña al arroyo una canalización de hormigón por la que van ocultas las aguas residuales; esa canalización se tiene que enterrar o desviar y que el río recupere su caudal y su anchura, ¡qué se vea el agua!... Limpiar toda esa selva, mejorar los huertos y convertir las ruinas de los molinos en alojamientos turísticos.
–La verdad es que no se entiende que Cáceres hubiera perdido su río – dijo Guinea.
–Pues yo sí que lo entiendo, ¡Porque la gente es estúpida y hace estupideces! – sentenció dando un fuerte bastonazo en el suelo que hizo añicos el palo.
Y así terminó la tarde, con el docto cojitranco regresando a su casa apoyando su mano izquierda en un hombro de Guinea, y en la diestra llevando el bastón roto. Vivir para ver.
–De los cuadros que hay de él en el Museo Casa Pedrilla – indicó, inocente de él –, sin duda, el que más de gusta es el de un molino en ruinas; pero, por cierto, en el cartelito del cuadro dice que estaba en Cáceres... ¿Es que en Cáceres había molinos? Si aquí no hay río...
–¡Madre del Amor Hermoso! ¡Qué atrevida es la ignorancia! '¿Qué si había molinos en Cáceres?' pregunta el gachó. ¡A tomar por culo! – dijo Caridad tirando con desgana su bastón hacía el crucero que hay frente a la ermita, ante los ladridos de Jack que fue a recogerlo.
–Sí, había alguno; pero, bueno, tampoco es para ponerse así, Manuel – salí al quite para intentar calmarle.
–¿Alguno? Mirad, desde aquí cerca hasta el río Guadiloba, todo estaba lleno de molinos, los había de aceite, de harina, hasta de chocolate...
–Sí, hombre, como si aquí estuviera la fábrica de chocolate de la película de Tim Burtón – dijo carcajeándose burlonamente el fotógrafo Guinea, durándole la risa lo que Jack en traer en la boca el bastón.
–Hasta cinco molinos de chocolate tuvo Cáceres, ¡cinco! – le respondió levantándose de la silla, blandiendo la vara cerca de su cabeza. – Estáis haciendo que me suba la tensión. Venga, vamos a dar un paseo por la Ribera del Marco, que intente desasnaros un poco: no hay mayor burro que el que desconoce la ciudad en la que vive.
Fue así como esa tarde nos llevó a la cercana Charca del Marco. «Aquí nace la Ribera del Marco – nos dijo el docto cojitranco –. Es uno de los lugares por donde surgen las aguas subterráneas de El Calerizo de Cáceres, el inmenso pozo que tiene Cáceres bajo tierra. Aquí está la Fuente del Marco o del Rey, que llegó a tener un caudal medio de 95 litros por segundo. Era un río que mantenía molinos, batanes (con los mazos que golpeaban paños de lana), tenerías (donde se curtían pieles)... y regaba muchos más huertos que los que hay ahora, hasta llegar al río Guadiloba, a unos siete kilómetros». Nos señaló el Espacio para la Creación Joven, diciendo que fue un molino de aceite.
Luego nos llevo frente al Palacio de Justicia de Cáceres, a enseñarnos la casa palacio de la Huerta del Conde, «aquí – nos dijo – había otro molino de aceite. Por cierto, el cuadro de Gustavo Hurtado del molino lo pintó hace un siglo, en 1919, y parece que era el Molino de la Gula, ya desaparecido, que estaba en esta Huerta del Conde».
Nos llevó al Museo Guayasamín, que está al lado del Museo Casa Pedrilla, «el Guayasamín se levantó hace 25 años en las ruinas de otro molino de aceite, teniendo el acierto de conservar las ruedas del molino en la zona de exposiciones».
Siguió el paseo hasta el puente de Fuente Concejo. Caridad nos puso mirando hacía la Ciudad Monumental, y dijo con maneras de maestro antiguo: «¡Qué venga para acá el que decía que Cáceres no tiene río!». Se le acercó cabizbajo el fotógrafo, y él apoyó su mano izquierda en el hombro derecho de Guinea, mientras le decía usando la diestra para señalar con el bastón: «Por allí viene la calle Miralrío... ¡Qué digo yo que por algo se llamará así!, y enfrente tienes el Arco del Cristo o la Puerta del Río... ¡Qué también digo yo que por algo tiene ese nombre! Y en medio de los dos, está ese edificio grande con chimeneas, que se levantó en donde antes había un molino, un batán y una tenería. ¿Te has enterado?», le preguntó al fotógrafo que asintió y calló para no disgustarle, asombrado de la soltura con la que el compañero movía el bastón.
Seguimos hasta la Ronda de Puente Vadillo, admirando los huertos de buena tierra y las peculiares casas de la Ribera del Marco. Caridad nos contó que según el catastro del Marqués de la Ensenada, que se hizo a mediados del siglo XVIII, aquí había más de 25 molinos, 3 batanes, 3 lavaderos de ropa, uno de lana y 23 tenerías. Nos recomendó aprender más sobre la importancia de esta zona, leyendo el libro 'La cacereña Ribera del Marco' de Juan Carlos Martín Borreguero, Fernando Jiménez Berrocal y Agustín Pedro Flores Alcántara. Como buen periodista también sabe de tabernas, y para terminar el instructivo paseo nos llevó a una que yo no conocía: al Bar Fuente Rocha, con magníficas vistas hacia la Ribera del Marco.
Cuando bebía Caridad tenía algo de malaleche. Lo curioso es que ha dejado el alcohol, que pensaba yo que era lo que le estropeaba el carácter, pero sigue teniendo mal genio. No sé yo si será la medicación. Lo cierto es que se fue encabronando mirando desde la terraza del bar la Ribera del Marco, mientras el sol se escondía detrás de la Iglesia de Santiago. Empezó a decir que Cáceres tenía que recuperar cuando antes su río:
–Ahora acompaña al arroyo una canalización de hormigón por la que van ocultas las aguas residuales; esa canalización se tiene que enterrar o desviar y que el río recupere su caudal y su anchura, ¡qué se vea el agua!... Limpiar toda esa selva, mejorar los huertos y convertir las ruinas de los molinos en alojamientos turísticos.
–La verdad es que no se entiende que Cáceres hubiera perdido su río – dijo Guinea.
–Pues yo sí que lo entiendo, ¡Porque la gente es estúpida y hace estupideces! – sentenció dando un fuerte bastonazo en el suelo que hizo añicos el palo.
Y así terminó la tarde, con el docto cojitranco regresando a su casa apoyando su mano izquierda en un hombro de Guinea, y en la diestra llevando el bastón roto. Vivir para ver.
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