El Objetivo La Sexta -Frustrado un golpe de Estado en Gabón cuando el presidente estaba en Marruecos ,./ SALVADOS LA SEXTA - Putin, entre el desgaste y la adicción al poder,.
TITULO: El Objetivo La Sexta -Frustrado un golpe de Estado en Gabón cuando el presidente estaba en Marruecos ,.
Frustrado un golpe de Estado en Gabón cuando el presidente estaba en Marruecos,.
Un grupo de militares que pretendía derrocar a Ali Bongo tomó la televisión estatal, pero han sido detenidos, foto,.
Un grupo de militares ha protagonizado este lunes por la mañana un
intento de golpe de Estado en Gabón que, según el Gobierno, ha
fracasado. Los hechos tuvieron lugar de madrugada, cuando cinco miembros
de la Guardia de Honor penetraron en el estudio de la Radio Televisión
Gabonesa y emitieron un comunicado en el que aseguraban que el actual
presidente, Ali Bongo, quien se encuentra en Marruecos tras sufrir una
crisis cardiovascular en octubre, era incapaz de seguir en el cargo y que, por ello, tomaban el poder para nombrar un Consejo Nacional de Restauración de la democracia.
Sin
embargo, a media mañana, el portavoz del Gobierno gabonés, Guy-Bertrand
Mapangou, aseguraba en una entrevista a Radio Francia Internacional
(RFI) que “la situación está bajo control” y que los golpistas son cinco
soldados sin conexión con la jerarquía militar, que no estaba al
corriente. “Más bien parece un grupo de bromistas. Cuatro han sido
detenidos y uno se encuentra huido”, añadió Mapangou. Las calles de
Libreville quedaron desiertas durante toda la mañana y los militares
leales al Gobierno ocuparon los puntos estratégicos de la capital.
El soldado que leyó el comunicado es el teniente Kelly Ondo
Obiang y es precisamente él quien se dio a la fuga. Según fuentes
gubernamentales, obligó a un técnico de la radio a desvestirse y se puso
su ropa, escapando en medio de la confusión. Los golpistas se mostraron
muy críticos con el Gobierno en su mensaje: “Los férreos usurpadores
del poder, en su funesta labor, siguen instrumentalizando y cosificando
la figura de Ali Bongo Ondimba bajo la mirada cómplice de la alta
jerarquía militar”, dijeron. La Unión Africana, Francia y Estados Unidos
se han apresurado a condenar este intento de golpe de Estado.
El estado de salud del presidente Ali Bongo, de 59 años, ha sido
objeto de intensos rumores y debates en Gabón desde que el pasado 24 de
octubre sufriera un accidente cardiovascular mientras se encontraba de
viaje en Arabia Saudí. La falta de información precisa durante largos
periodos de tiempo y la difusión de noticias sin contrastar acerca de su
situación médica, e incluso de su posible muerte, alimentaron toda
suerte de especulaciones. Para tratar de poner freno a la confusión, el
propio presidente decidió realizar su tradicional discurso de fin de año
desde Rabat.
Ali Bongo (derecha) recibe la visita del rey de Marruecos, Mohamed VI, en el hospital militar de Rabat, el 3 de diciembre.
El vídeo fue difundido el pasado 31 de diciembre y en él se ve a un
Ali Bongo más delgado pero sin secuelas físicas aparentes que anuncia
que se encuentra mejor y que se prepara para regresar a Gabón lo más
rápido posible, pero sin precisar una fecha. Tras el accidente
cardiovascular, el presidente gabonés permaneció hospitalizado en Riad
durante más de un mes hasta que el pasado 29 de noviembre fue trasladado
e ingresó en un hospital militar marroquí para posteriormente pasar a
una residencia privada para continuar su convalecencia y su proceso de
rehabilitación.
En su ausencia ha sido el vicepresidente Pierre Claver Maganga quien
ha garantizado la estabilidad del Gobierno. El pasado 27 de diciembre la
presidenta del Tribunal Constitucional, Marie-Madeleine Mborantsuo, se
trasladó hasta Rabat para comunicar al presidente los resultados
definitivos de las elecciones legislativas celebradas el pasado mes de
octubre en las que el partido de Ali Bongo obtuvo una aplastante
victoria tras el boicot del principal líder de la oposición, Jean Ping.
El ambiente político gabonés está muy enrarecido después de los comicios presidenciales celebrados en agosto de 2016,
en los que Bongo se impuso a Ping por un estrecho margen de votos
(49,8% frente a 48,2%). El líder opositor denunció fraude y no reconoció
estos resultados, lo que provocó que decenas de miles de personas se
echaran a las calles en unos disturbios reprimidos con violencia por las
fuerzas del orden y que acabaron con un puñado de muertos, decenas de
heridos y un millar de personas detenidas.
Ali Bongo es presidente desde 2009 y accedió al cargo tras el
fallecimiento de su padre, Omar Bongo, quien ocupó la Presidencia desde
1967. En total, entre ambos llevan 52 años en el poder.
TITULO: SALVADOS LA SEXTA -Putin, entre el desgaste y la adicción al poder,.
Putin, entre el desgaste y la adicción al poder,.
Con una
popularidad tocada y una relación tensa con Occidente, el presidente
ruso afronta un año clave para su legado y su posible sucesión, fotos,.
El Kremlin suele presentarle como una especie de zar, como el salvador de Rusia.
El antiguo espía hecho a sí mismo, fuerte, visceral y cercano al pueblo
que logró que el país dejase de estar de rodillas tras el colapso de la
Unión Soviética. Pero Vladímir Putin afronta este 2019
un periodo clave para el legado que dejará cuando, en 2024 —si no se
produce ninguna maniobra legal—, deje definitivamente la presidencia de
Rusia. Un momento decisivo para terminar de construirlo y asentarlo.
Pero también para mantenerlo. Y de mantenerse en los libros de historia
nacionales como ese ‘guardián del alma rusa’ que busca ser.
Si 2018 fue un año con algunas victorias pero extremadamente
complicado, el que comienza lo será aún más para Rusia y para Putin, considera Mark Galeotti, experto en política y seguridad rusas.
“Su principal objetivo ahora mismo es garantizarse su supervivencia y
lograr que todo siga funcionando, pero está perdiendo la conexión con la
ciudadanía rusa”, apunta Galeotti, miembro del Instituto de Relaciones
Internacionales de Praga. El presidente ruso, de 66 años, que el pasado
marzo logró revalidar el que debería ser su último mandato con una
histórica mayoría (casi 77%), debe lidiar ahora con la renqueante
economía del país euroasiático, el creciente descontento social y las
constantes crisis en el terreno internacional en el que Rusia reclama su
papel —con métodos de diversa índole— como superpotencia.
El
líder ruso cumplirá dos décadas en el poder —entre sus años de
presidente y primer ministro— y toca hacer el balance de logros y daños.
No ha empezado bien este último periodo de seis años. Sus índices de
popularidad han bajado y están casi al mismo nivel — si no algo menos— que antes de que se anexionase Crimea (en marzo 2014)
y de cumplir lo que considera “una justicia histórica”. Con un discurso
nacionalista, conservador, beligerante y a ratos paternalista, Putin
mantiene el apoyo de un 65% de los rusos; un porcentaje con el que
cualquier político estaría contento, ha apuntado el analista Leonid
Bershidsky, pero que supone una pérdida de casi 20 puntos
y que en el caso de Putin puede ser síntoma de grietas. Y más si ese
dato se lee con otro que va de la mano con su fórmula personalista de
gobierno: el 61% de los rusos cree que el presidente es totalmente
responsable de los problemas de la nación; en marzo de 2014 lo pensaba
el 52%, según un sondeo del centro Levada.
La impopular decisión de aumentar la edad de jubilación
ha provocado una de esas grietas. La medida, que entra en vigor —aunque
progresivamente-- en las próximas semanas, no solo ha derivado en
protestas ciudadanas; también ha contribuido a que empiece a erosionarse
la super-mayoría de Rusia Unida, apunta la investigadora de la
Universidad de Maryland Maria Snegovaya. Y aunque las manifestaciones no
llegaron a cuajar a nivel nacional, la desazón le ha costado algunos
disgustos en las elecciones regionales que pueden volver a repetirse,
dice esta experta en estudios rusos.
Putin en la ceremonia de inauguración del puente de Kerch, que une Crimea con el territorio ruso.
Es, sin embargo, la disminución de los ingresos reales
durante los últimos cuatro años lo que está causando verdadera
frustración y ansiedad entre la ciudadanía rusa, que ve cómo su poder
adquisitivo merma por un efecto acumulado de las fluctuaciones del
precio de los hidrocarburos, las sanciones occidentales o la fuga de
inversiones. “La economía rusa está estancada
e incluso el propio Putin reconoce que el país necesita una ‘nueva base
tecnológica’”, sostiene Emily J. Holland, profesora de Ciencias
Políticas de la Academia Naval de EE UU.
Ya se está notando en la cesta de la compra. Los precios de los
alimentos aumentaron un 3,3% de enero a noviembre del año pasado,
mientras que en la media de los países de la UE ese aumento fue de un
1%, según el Servicio Federal de Estadísticas del Estado (Rosstat).
También en las condiciones de vida: solo un 40% de los rusos se ha ido
de vacaciones en fin de año —una gran tradición— frente al 70% de hace
dos. El Banco Central de Rusia aumentó las tasas dos veces a finales de
2018 para evitar la inflación. Y pese a esto, los economistas predicen
que esta superará su objetivo del 4% y alcanzará el 5% para 2019.
Al inaugurar su mandato, Putin prometió mejorar los estándares de vida
de los rusos aumentando el gasto en salud y educación y dar vida a la
estancada economía rusa. Se marcó nueve “objetivos de desarrollo
nacional” para 2024. Entre ellos, reducir a la mitad el nivel de pobreza
(bajo cuyo umbral viven 20 millones de los 144,5 millones de rusos) y
situar a Rusia entre las cinco principales economías del mundo.
Propósito oceánico, ya que no se espera que el PIB ruso supere el 2%.
“La incertidumbre en el precio del petróleo, la posibilidad de otra
crisis financiera mundial y la falta de inversión extranjera están
empujando al Kremlin a extraer cada vez más recursos de la población
rusa para crear reservas de seguridad. Eso explica medidas como el
aumento del IVA, los peajes adicionales o el aumento en la edad de
jubilación”, dice Snegovaya.
El
presdiente ruso, Vladímir Putin, (izquierda) durante el ya tradicional
partido de hockey de fin de año, el 29 de diciembre en Moscú.
El descontento económico es palpable. Y el Gobierno tiene miedo de
que cristalice y vaya calando y creando un tejido social resistente.
Putin tiene miedo a la disidencia y ahora que ha logrado neutralizar
prácticamente a la oposición —la única voz potente es Alexéi Navalni y se le impidió concurrir a los comicios de marzo— trata de combatirla restringiendo los derechos de manifestación,
poniendo coto a las redes sociales o incluso poniendo en marcha una
campaña de represión cultural hacia géneros contestatarios como el rap.
Bajo esa batuta, trata de evitar que se vea cualquier signo de que
las cosas no van bien. Ahora, una nueva ley quiere prohibir incluso que
se muestren los carteles con el tipo de cambio del rublo en el exterior
de las casas de cambio que, en ciudades como Moscú, adornan casi cada
esquina. No es algo para nada casual. El año pasado el rublo perdió un
15,5% de su valor frente al euro (más de un 21% frente al dólar) y ahora
la moneda de la UE se cambia a casi 80 rublos.
Relaciones complicadas
Tras casi cinco años de crecientes e imparables tensiones, los rusos
se muestran también cansados del aislacionismo de Rusia hacia Occidente y
empiezan a preocuparse. Si en 2017 solo el 24% de la ciudadanía
consideraba necesario mejorar definitivamente las relaciones con Estados
Unidos y la Unión Europea, ese porcentaje subió en 2018 al 36%.
Putin y el patriarca de la iglesia ortodoxa rusa, Kiril, el pasado noviembre en una ceremonia en la Plaza Roja de Moscú.
Pese a esto, Dmitri Suslov, profesor de la Escuela Superior de
Economía de la Universidad Nacional de Investigación, con sede en Moscú,
considera que las relaciones con EE UU y con la UE difícilmente
mejorarán. Este experto en política exterior rusa vaticina que en los
próximos meses se desestabilizará de nuevo la situación en Ucrania,
tanto en el Donbás —donde el conflicto entre los leales a Kiev y los
separatistas prorrusos respaldados por el Kremlin ha causado ya más de
10.000 muertos— como en el Mar de Azov. Y todo cuando aún colea el incidente en el estrecho de Kerch,
donde guardacostas rusos abordaron, tirotearon y apresaron una flotilla
ucrania por entrar en aguas que Rusia considera suyas. “La
desestabilización acercaría a EE UU y la UE y afianzaría el eje
antirruso”, dice Suslov, que apunta que sería la “excusa” para imponer
nuevas sanciones contra Moscú.
Putin lleva un tiempo clamando que está listo para conversar con el
presidente estadounidense, Donald Trump, pero es muy complicado que esto
suceda, reconoce la profesora Emily Holland, experta en relaciones EE
UU-Rusia. Y esa falta de diálogo, sostiene Suslov, va a ser “aún más
preocupante” cuando dentro de unos meses se produzca la retirada real de
EE UU del tratado clave de la Guerra Fría para el control de armas nucleares de corto y medio alcance (el llamado INF).
“Si no hay un control de armas y si EE UU coloca misiles nucleares en
Europa, volveríamos a una situación como la de los años noventa. Y eso
es bastante peligroso, porque la situación actual es más conflictiva y
mucho menos manejable que en la Guerra Fría”, dice.
Trump y Putin en la cumbre de Helsinki, el pasado julio.
El año que termina también ha dejado algunas importantes victorias de
Putin en el mapa geopolítico global que marcarán la senda en 2019. Con
la retirada de EE UU de Siria, Moscú reforzará su papel en Oriente
Próximo, también continuará diversificando su política hacia Asia
Pacífico y tratará de ganar terreno en África. E incluso puede intentar
aumentar hasta el extremo la integración con Bielorrusia. Además, Rusia
ha intensificado el diálogo con Japón para la preparación de un tratado
de paz —el gran tema pendiente desde 1945—
y la resolución de los conflictos territoriales entre ambos países. “Si
se lograra sería uno de los grandes puntos del legado de Putin en
política exterior”, señala Suslov.
Legado y sucesor
“Putin ha sido increíblemente afortunado durante su mandato.
Occidente estaba centrado en otros asuntos, como el terrorismo global, y
los altos precios del petróleo impulsaban el crecimiento de la economía
rusa. Había dinero para gastar… Ahora la situación es otra. No es
desastrosa, pero no es buena”, dice Mark Galeotti. Y eso puede empañar
su legado en la recta final y la forma en la que le ve la ciudadanía
rusa, considera este experto.
Putin, en Kyzyl (Siberia), en 2009.
Todavía tiene casi un lustro por delante, pero Putin “comenzará a
buscar ahora seguridad para sí mismo y seguridad para su legado”, afirma
Galeotti. En las últimas semanas, han crecido los rumores de que el
Kremlin podría llevar a cabo una reforma constitucional que permita a
Putin concurrir por tercera vez consecutiva a las elecciones en 2024. Y
perpetuarse así en la presidencia. Algo que la profesora Holland
considera factible, pero sobre lo que el experto del Instituto de
Relaciones Internacionales de Praga es escéptico. “Sería reconocer un
fracaso: que Putin no ha logrado encontrar a nadie para sucederle”,
remarca Galeotti.
Hay otras fórmulas menos costosas que permitirían al antiguo espía
del KGB hacerse a un lado pero seguir en el poder. Una opción es repetir
la maniobra de 2008 —cuando Dmitri Medvedev ocupó la presidencia— y
volver al puesto de primer ministro. Otra, tomar el sillón de mando de
un Consejo de Estado remodelado y con nuevos poderes sobre, por ejemplo,
las fuerzas militares.
Pero ambas implican que Putin debe designar a su delfín. Hace ya tiempo que abrió el casting.
El líder nacionalista ruso busca, por supuesto, a alguien leal. Pero
también joven. Y a ser posible que se haya fogueado en los terrenos
locales. En los últimos años, Putin ha colocado a una cosecha de
funcionarios jóvenes el frente de algunas gobernaciones locales.
Personas que le deben toda su carrera, como su ex guardaespaldas, Alexéi
Dyumin, de 46 años, que desde 2016 es gobernador de la región
occidental de Tula. No obstante, analistas como Galeotti sostienen que
la persona que sucederá al que ya es el dirigente más longevo de Rusia
desde Stalin todavía es desconocida.
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