El sabado -1- Agosto a las 16:00 por Telecinco , foto,.
Gabi Martínez
Gabi Martínez | ||
---|---|---|
Información personal | ||
Nacimiento |
1971 Barcelona (España) | |
Nacionalidad | Española | |
Información profesional | ||
Ocupación | Escritor | |
Géneros | Literatura de viajes, novela y periodismo literario | |
Biografía
El año 2002 publica Hora de Times Square (Mondadori) y en 2004 Ático (Destino), obra que afinó su carácter renovador y que fue seleccionada entre las cinco novelas más representativas de la vanguardia española de los últimos 20 años, según el editorial Palgrave/MacMillan.4 En este título el autor defiende la necesidad de incorporar a la novela temas propios del siglo XXI como las nuevas tendencias tecnológicas o el mundo virtual.
El año 2005 publica su libro de reportajes Una España inesperada por el que El Periódico de Catalunya lo distingue como uno de “los doce apóstoles” del periodismo literario en español.
El año 2007, raíz de un viaje que hizo por el río Nilo, publica la novela Sudd (Alfaguara), considerada por la revista Qué Leer y El Periódico de Cataluña cómo una de las diez mejores novelas de 2007, y convertida en cómic por Glénat. Ambientada en África, la novela invita al lector a descubrir una geografía hostil y devoradora con un grupo de empresarios, políticos y representantes de tribus que viajan hacia el sur del país, con la intención de acabar con un conflicto de más de 20 años.
El libro Los mares de Wang (Alfaguara, 2008) fue escogido entre los diez mejores libros de no ficción de 2008 por la revista Qué Leer y quedó finalista del II Premio Internacional de la Literatura de viajes Camino del Cid5 El autor narra el viaje que él mismo hizo por la costa china con su traductor Wang, un chico de interior educado en los valores comunistas que nunca había visto el mar. Desde la frontera con Corea del Sur hasta Vietnam, el libro describe la vida de la China actual, motor de cambios mundiales.
El año 2011 publica Sólo para gigantes (Alfaguara), escogida como mejor obra de no ficción en lengua española del 2011. En 2019 fue elegido runner up del Premio Valle Inclán como mejor traducción a la lengua inglesa de un libro escrito en español. Astiberri publica la versión en cómic ilustrada por Tyto Alba. La obra narra la historia del zoólogo y cooperante Jordi Magraner, asesinado en el Pakistán en 2002.
El año 2012 publica En la barrera (Altaïr), un libro de viajes por la Gran Barrera de Coral australiana. Este mismo Gabi Martínez recibe el premio Continuará de TVE Cataluña por su trayectoria literaria.6 Con la publicación de Voy (Alfaguara, 2014) el escritor considera culminada una etapa caracterizada por la creación de libros de viajes, tal como expresa en una entrevista en el País.7
Una ñ inesperada. Crónica de una desobediencia es la crónica del seguimiento que Gabi Martínez hizo al líder de la CUP Antonio Baños durante la campaña electoral de las Elecciones al Parlamento de Cataluña de 2015. Ciertos imprevistos provocaron que el autor la haya publicado en Amazon de forma independiente.
Con Las defensas (Seix Barral), el autor ofrece una novela sobre Barcelona protagonizada por un neurólogo. La historia evidencia la enorme presión y las muchas contradicciones que hoy se viven en las ciudades del primer mundo. Considerado mejor libro en español de 2017 por Librotea de El País, está siendo traducido en varios países.8
Animales invisibles (Capitán Swing y Nórdica) se publica en 2019. Es el fruto de quince años de exploraciones siguiendo junto al arqueólogo Jordi Serrallonga el rastro de animales legendarios, extinguidos o muy difíciles de ver pero anclados en el imaginario de las sociedades a las que pertenecen. El Tigre blanco coreano, el moa neozelandés, el yeti del Hindu Kush, el picozapato de Uganda y Sudán, la danta de Venezuela y la Gran Barrera de Coral australiana son los protagonistas.9
Gabi Martínez ha coguionizado 2 documentales: Ordinary boys (2008), un documental de ficción sobre el barrio de Tetuan y que fue seleccionado por el MoMA de Nueva York para la sección New directors / New films Series, i Angels & Dusts (2013), un documental sobre el DJ barcelonés encarcelado en Panamá, Angel Dust.
Su obra ha sido traducida a varias lenguas., etc,.
TITULO: VIVA LA VIDA - Domingo Escudero , ,. DOMINGO -2- Agosto.
Domingo Escudero,.
El domingo -2- Agosto a las 16:00 por Telecinco , foto.
En las Navidades de 2005, el neurólogo Domingo Escudero sólo quería
vestirse de azul, había descuidado su aspecto y presentaba un cuadro
febril. Cuando Pilar Latorre, amiga de Escudero y compañera neuróloga en
el hospital de Can Ruti, detectó su comportamiento irregular, se prestó
a acompañarle al médico. Escudero se había separado cuatro años antes,
con Latorre compartía el gusto por José Angel Valente, Philip Roth y la
vanguardia de la neurociencia, de modo que, aun en su creciente
confusión, aceptó.
En el hospital observaron la agitación sin localizar el origen de la misma y volvió a casa con un puñado de sedantes. Desde el sofá, Escudero percibió que su cerebro continuaba extraño. Le costaba enlazar ideas y perdía la orientación a la vez que le embriagaba una euforia estupendamente anómala. Como logró temer una deriva incontrolable, tomó papel, bolígrafo y estableció su propio diagnóstico diferencial: encefalitis límbica por garrapatas, porque semanas antes había ido de excursión y estuvo en contacto con perros.
Desde la juventud, a Escudero le habían apasionado las enfermedades autoinmunes hasta dedicarles su tesis doctoral, había viajado a Estados Unidos para ampliar conocimientos sobre el tema, y aunque es evidente que controlaba muchos síntomas, también lo es que se le estaba yendo la cabeza. De modo que cuando dos días después le sobrevinieron consecutivos arrebatos psicóticos y varios enfermeros tuvieron que reducirle por la fuerza al ingresarle en Can Ruti, entre insulto y procacidad e intento de agresión a los que le rodeaban, Escudero gritó -o al menos pensó- que padecía una encefalitis.
No estaba en condiciones de ser creíble pero en cualquier caso sus colegas le hicieron una resonancia y varias pruebas que descartaron la hipótesis. Aun sin especificar el diagnóstico, los doctores atribuyeron la enfermedad a una causa psiquiátrica, y se acordó internarle en la unidad de internamiento psiquiátrico del hospital de Bellvitge. Le aplicaron una camisa de fuerza y más tarde cinchas que le ataron a la cama mientras los medicamentos actuaban en sus flujos, si bien el estado de Escudero resultaba tan ingobernable que el doctor jefe preguntó a Clara si firmaría un permiso para someter a su padre a electroshock. A sus 19 años, Clara se sintió superada aunque por fortuna no tuvo que decidir: un nuevo reconocimiento señaló una deficiencia cardiovascular que libró al paciente de aquel método que la joven creía extinguido.
El mes que Escudero permaneció en Can Ruti, intentó estrangular a tres mujeres a las que había querido. Su hermana Carmen afirma que cuando la agarró del cuello “su cuerpo era una piedra. No era el suyo. Estaba como poseído. Parecerá una tontería pero pensé en la niña de El exorcista”. Que los doctores y enfermeros que cuidaban de Escudero fueran sus propios colegas acentuaba la violencia de la situación. “Fue muy impresionante, y muy triste -dice Rebeca, la enfermera de guardia el día que ingresó Escudero-. A él le correspondía curar, no ponerse enfermo. No había pensado que un doctor también podía encontrarse ahí. Así”.
Escudero recuerda aquellos días a intermitencias. Bajo el efecto de los antipsicóticos, el insomnio le impulsaba a paseos nocturnos por el pasillo, donde solía cruzarse con un hombre marcado por una cicatriz en el cráneo que siempre leía un volumen sobre la Historia del Mundo. Recuerda la ansiedad de cada despertar, el amontonamiento en la infernal sala de fumadores, el silencioso discurrir de los vehículos por la autovía que divisaba desde su ventana herméticamente cerrada.
Tras un mes de internamiento, fue enviado al PAIMM (Programa de Atención Integral al Médico Enfermo), un centro exclusivo para personal sanitario. Ideado para preservar el anonimato de los pacientes, el PAIMM se centraba en la rehabilitación, sobre todo, de adictos. Así, Escudero empezó a compartir espacio con doctoras cleptómanas, anestesistas drogodependientes, enfermeras bulímicas... Supone que por eso la psiquiatra del centro hizo hincapié en la afición al whisky que había complicado su último tramo de vida, y le interrogó sobre las cantidades que gastaba en webs sexuales, confundiendo su frecuentación a la web de contactos meetic con el sexo de pago. Escudero negó estas presuntas adicciones, cada vez más convencido de que él no encajaba en un lugar donde al final cinco doctores consensuaron que padecía un trastorno bipolar. Y se le medicó en consecuencia. “Yo había tenido pacientes con trastorno bipolar y mis síntomas no eran en absoluto los mismos -dice Escudero-. Pero me tomé todo lo que me dijeron”.
Tras unas semanas, fue enviado a casa de sus padres con la condición se seguir asistiendo a diario al PAIMM, incluidas unas sesiones de psicoterapia “que me sacaban de quicio. Yo no tenía que estar ahí”.
Dos meses antes de que Escudero fuera ingresado, el neuroncólogo Josep Dalmau publicó en la revista especializada Brain un artículo sobre un nuevo síndrome que afectaba sobre todo a mujeres jóvenes y caracterizado por los síntomas psiquiátricos, la hiperventilación y el teratoma (un tipo de tumor benigno) de ovarios. Dalmau trabajaba en Estados Unidos desde 1988, cuando aterrizó en el Sloan-Kettering Cancer Center de Nueva York. Más tarde pasó tres años en Arkansas, y en 2002 le contrató la Universidad de Pennsylvania.
Dalmau había estudiado cómo ciertos tipos de cáncer provocaban una confusión en el sistema inmunológico, desencadenando ataques contra el cerebro del sistema que debía defenderlo. E intentaba averiguar cómo detener ese ataque. “Tratamos a una chica joven que comenzó con una alteración de conducta muy importante -dice Dalmau-. Presentó un cuadro psicótico, tuvo un bajón en su nivel de conciencia y entró en coma en la unidad de cuidados intensivos, ventilada artificialmente. Tras meses de estudio, le dimos inmunoterapia a ciegas, porque no teníamos un diagnóstico. Mejoró del todo”.
El equipo de Dalmau trató a siete enfermos con sintomatología similar y resultó que “cada uno presentaba anticuerpos distintos, de modo que cada uno nos abrió una puerta a una enfermedad diferente”. Confirmaron que todas las chicas con teratoma respondían igual de bien al tratamiento, y publicaron sus primeras conclusiones. “Empezamos a recibir emails de todo el mundo -explica Dalmau mostrando imágenes de jóvenes indias, japonesas convulsionándose en camillas, en camastros-. Comprendimos la envergadura de lo que investigábamos. Se trataba de una enfermedad nueva... que siempre había existido y había matado a mucha gente porque, en según qué países, se dejaba morir a las pacientes o se las desconectaba al creerlas irreversibles”.
Mientras, en Barcelona Escudero intentaba recuperarse en compañía de sus padres. Pronto cumpliría cincuenta años y verse en aquella situación de dependencia le destrozaba. Imaginó varias veces su suicidio. En mayo, volvió a asomarse por internet, aunque no aguantó mucho ante la pantalla. En otoño, y pese al limbo en el que continuaba viviendo, le recomendaron que intentara regresar a su piso del Guinardó. Debía recuperar al menos una cierta autonomía. Se fue sintiendo lentamente más despejado. Se atrevió a conducir. En enero de 2007, justo un año después del brote, volvió a trabajar.
De su primer día laboral en Can Ruti, Escudero solo recuerda el miedo, la sensación de estar siendo observado, de ser objeto de comentarios. Sobre los días siguientes tampoco sabe explicar demasiado, aunque su mente cada vez se aclaraba más. Retomó el contacto con su antiguo mundo, también con Elsa, una joven neuróloga con la que había coqueteado antes del brote. Comenzaron a salir.
En Pennsylvania, Dalmau trabajaba con su esposa, la neuróloga norteamericana Myrna Rosenfeld, cuando ese mismo 2007 localizaron el anticuerpo que atacaba al receptor de NMDA del cerebro, y describieron una encefalitis autoinmune. Hasta 2007, Dalmau había sido un científico más que nada asociado a los denominados fascinomas (enfermedades fascinantes pero muy raras) y por eso, antes de lanzar la noticia, advirtió a sus colegas: “Esta vez voy a presentar algo más que un fascinoma”.
El siguiente año, el equipo de Dalmau identificó más de cien casos de encefalitis. Si un solo equipo había obtenido esa cifra, ¿cuántos enfermos aguardaban su turno en el planeta? Sendos artículos en la revista especializada The Lancet Neurology y en The New York Times catapultaron el hallazgo del neuroncólogo. La prensa amarilla divulgó que acababa de descubrirse la enfermedad que en realidad padecía “la niña del exorcista”. Dalmau había descubierto, en fin, una enfermedad popular en el siglo XXI, casi el equivalente a hallar un mamífero en una época en la que se cree que todos están descubiertos. Pero el hallazgo aún debía difundirse y asimilarse. La sintomatología seguía confundiendo a médicos de todo el mundo inspirándoles diagnósticos erróneos.
Totalmente recuperado de su extraño brote, en 2009 Escudero asistió a una conferencia de Dalmau en Barcelona. Al escuchar los síntomas de la encefalitis allí descrita, Escudero murmuró: “Es lo que tuve yo”. De todas formas, él ya era un hombre de más de cincuenta años y, aunque el equipo de Dalmau había identificado algún perfil de paciente similar, su edad y la ausencia de teratoma planteaban dudas.
En la charla, Dalmau afirmó desconocer el origen de esta enfermedad si bien se atrevió a discernir entre unas dos terceras partes de causas medioambientales y un tercio genéticas. Dijo que en los niños la enfermedad solía diagnosticarse como autismo, que en según qué países se consideraba posesión satánica, y que era difícil encontrar otras enfermedades en las que el paciente cayera en estado comatoso -algo común- y se recuperara sin consecuencias.
Desde luego que Escudero se había recuperado bien: a los pocos meses, su equipo diagnosticó los dos primeros casos de NMDA y en enero de 2011 se estrenó como jefe de neurología en Can Ruti desoyendo las recomendaciones de algunos amigos y seres queridos.
La presión del nuevo cargo disparó su estrés. El tercer mes en la jefatura, Escudero comenzó a irritarse con inusual frecuencia, a hablar con aceleración y de forma poco inteligible. La noche en la que reventó la central nuclear de Fukushima, comenzó a emborronar páginas mezclando ideas sobre el accidente y su estado mental. Elsa insistió en que le hicieran una punción lumbar para determinar si se trataba de un segundo brote de la encefalitis que obsesionaba a su marido. La madrugada después de la punción, Escudero sufrió un infarto. Mientras se recuperaba, recibió el resultado de la punción: positivo. Tras cinco semanas de correcta medicación, el neurólogo se recuperó.
“Era lo que yo me diagnostiqué al principio”, recordó entonces un Escudero “tan contento que parecía que le había tocado la lotería”, señala su hija Clara. “Hay una enfermedad que me ha obsesionado a lo largo de la vida -dice el neurólogo- y he tenido la suerte de padecerla”.
El pasado mes de marzo, Escudero y Dalmau coincidieron en una certamen del gremio en Barcelona. Los neurólogos intercambiaron impresiones sobre los muchos casos que no habían sabido reconocer a lo largo de los años. Escudero pensó en su peculiar coyuntura, porque quienes al principio le diagnosticaron equivocadamente fueron sus propios colegas. “Durante un tiempo sentí resentimiento hacia ellos -dice Escudero-. Pensaba que no habían hecho lo suficiente, que si yo mismo me había acercado al diagnóstico por qué ellos no... pero ha sido fácil superarlo. Al fin y al cabo, cuando enfermé nadie sabía aún que se trataba de la encefalitis NMDA”.
En el certamen barcelonés, Dalmau estrechó muchas manos. Está considerado una figura capital de la neurología contemporánea. La American Academy of Neurology le concedió en 2010 el premio George W. Jacoby, que reconoce a las personas que han cambiado la manera de pensar en el campo de la neurología. También ha recibido distinciones en Chicago, Toronto, India... Y en 2011 fue aceptado como investigador ICREA. Además de recibir apoyo de la Fundación CELLEX, la Universidad de Barcelona ha puesto a su disposición un laboratorio para continuar sus estudios, cuyos resultados continúa difundiendo a gran escala gracias al eco que obtiene en Estados Unidos. Dalmau lamenta el poco caso que España ha hecho a un hallazgo de tremendo impacto internacional. “El doctor Dalmau ha cambiado la vida de innumerables pacientes, y de sus familias”, subraya la biografía que divulga la Academia Americana.
“Dr. Dalmau, help us”, ha sido la frase recurrente en los emails recibidos a lo largo de la última década, en la que Dalmau ha patentado el diagnóstico para detectar una enfermedad de la que “cada año nos llegan unos tres mil casos aunque ya sólo nos envían los que no mejoran”. En este período, su equipo ha identificado nueve enfermedades más. Dalmau, que desde hace años colabora estrechamente con el equipo del doctor Francesc Graus, asegura que “la neurociencia es tan importante como el cáncer. Hablamos de profundizar en la memoria, del Alzheimer, de los mecanismos de la conciencia”. Por eso reclama más inversión para una disciplina cuyos avances acaban beneficiando al conjunto de nuestro organismo y sobre la que quedan infinitos por descubrir. “Hay gente -ha dicho el doctor- que considera que es más fácil entender el universo que la conciencia”.
En el hospital observaron la agitación sin localizar el origen de la misma y volvió a casa con un puñado de sedantes. Desde el sofá, Escudero percibió que su cerebro continuaba extraño. Le costaba enlazar ideas y perdía la orientación a la vez que le embriagaba una euforia estupendamente anómala. Como logró temer una deriva incontrolable, tomó papel, bolígrafo y estableció su propio diagnóstico diferencial: encefalitis límbica por garrapatas, porque semanas antes había ido de excursión y estuvo en contacto con perros.
Desde la juventud, a Escudero le habían apasionado las enfermedades autoinmunes hasta dedicarles su tesis doctoral, había viajado a Estados Unidos para ampliar conocimientos sobre el tema, y aunque es evidente que controlaba muchos síntomas, también lo es que se le estaba yendo la cabeza. De modo que cuando dos días después le sobrevinieron consecutivos arrebatos psicóticos y varios enfermeros tuvieron que reducirle por la fuerza al ingresarle en Can Ruti, entre insulto y procacidad e intento de agresión a los que le rodeaban, Escudero gritó -o al menos pensó- que padecía una encefalitis.
No estaba en condiciones de ser creíble pero en cualquier caso sus colegas le hicieron una resonancia y varias pruebas que descartaron la hipótesis. Aun sin especificar el diagnóstico, los doctores atribuyeron la enfermedad a una causa psiquiátrica, y se acordó internarle en la unidad de internamiento psiquiátrico del hospital de Bellvitge. Le aplicaron una camisa de fuerza y más tarde cinchas que le ataron a la cama mientras los medicamentos actuaban en sus flujos, si bien el estado de Escudero resultaba tan ingobernable que el doctor jefe preguntó a Clara si firmaría un permiso para someter a su padre a electroshock. A sus 19 años, Clara se sintió superada aunque por fortuna no tuvo que decidir: un nuevo reconocimiento señaló una deficiencia cardiovascular que libró al paciente de aquel método que la joven creía extinguido.
El mes que Escudero permaneció en Can Ruti, intentó estrangular a tres mujeres a las que había querido. Su hermana Carmen afirma que cuando la agarró del cuello “su cuerpo era una piedra. No era el suyo. Estaba como poseído. Parecerá una tontería pero pensé en la niña de El exorcista”. Que los doctores y enfermeros que cuidaban de Escudero fueran sus propios colegas acentuaba la violencia de la situación. “Fue muy impresionante, y muy triste -dice Rebeca, la enfermera de guardia el día que ingresó Escudero-. A él le correspondía curar, no ponerse enfermo. No había pensado que un doctor también podía encontrarse ahí. Así”.
Escudero recuerda aquellos días a intermitencias. Bajo el efecto de los antipsicóticos, el insomnio le impulsaba a paseos nocturnos por el pasillo, donde solía cruzarse con un hombre marcado por una cicatriz en el cráneo que siempre leía un volumen sobre la Historia del Mundo. Recuerda la ansiedad de cada despertar, el amontonamiento en la infernal sala de fumadores, el silencioso discurrir de los vehículos por la autovía que divisaba desde su ventana herméticamente cerrada.
Tras un mes de internamiento, fue enviado al PAIMM (Programa de Atención Integral al Médico Enfermo), un centro exclusivo para personal sanitario. Ideado para preservar el anonimato de los pacientes, el PAIMM se centraba en la rehabilitación, sobre todo, de adictos. Así, Escudero empezó a compartir espacio con doctoras cleptómanas, anestesistas drogodependientes, enfermeras bulímicas... Supone que por eso la psiquiatra del centro hizo hincapié en la afición al whisky que había complicado su último tramo de vida, y le interrogó sobre las cantidades que gastaba en webs sexuales, confundiendo su frecuentación a la web de contactos meetic con el sexo de pago. Escudero negó estas presuntas adicciones, cada vez más convencido de que él no encajaba en un lugar donde al final cinco doctores consensuaron que padecía un trastorno bipolar. Y se le medicó en consecuencia. “Yo había tenido pacientes con trastorno bipolar y mis síntomas no eran en absoluto los mismos -dice Escudero-. Pero me tomé todo lo que me dijeron”.
Tras unas semanas, fue enviado a casa de sus padres con la condición se seguir asistiendo a diario al PAIMM, incluidas unas sesiones de psicoterapia “que me sacaban de quicio. Yo no tenía que estar ahí”.
Dos meses antes de que Escudero fuera ingresado, el neuroncólogo Josep Dalmau publicó en la revista especializada Brain un artículo sobre un nuevo síndrome que afectaba sobre todo a mujeres jóvenes y caracterizado por los síntomas psiquiátricos, la hiperventilación y el teratoma (un tipo de tumor benigno) de ovarios. Dalmau trabajaba en Estados Unidos desde 1988, cuando aterrizó en el Sloan-Kettering Cancer Center de Nueva York. Más tarde pasó tres años en Arkansas, y en 2002 le contrató la Universidad de Pennsylvania.
Dalmau había estudiado cómo ciertos tipos de cáncer provocaban una confusión en el sistema inmunológico, desencadenando ataques contra el cerebro del sistema que debía defenderlo. E intentaba averiguar cómo detener ese ataque. “Tratamos a una chica joven que comenzó con una alteración de conducta muy importante -dice Dalmau-. Presentó un cuadro psicótico, tuvo un bajón en su nivel de conciencia y entró en coma en la unidad de cuidados intensivos, ventilada artificialmente. Tras meses de estudio, le dimos inmunoterapia a ciegas, porque no teníamos un diagnóstico. Mejoró del todo”.
El equipo de Dalmau trató a siete enfermos con sintomatología similar y resultó que “cada uno presentaba anticuerpos distintos, de modo que cada uno nos abrió una puerta a una enfermedad diferente”. Confirmaron que todas las chicas con teratoma respondían igual de bien al tratamiento, y publicaron sus primeras conclusiones. “Empezamos a recibir emails de todo el mundo -explica Dalmau mostrando imágenes de jóvenes indias, japonesas convulsionándose en camillas, en camastros-. Comprendimos la envergadura de lo que investigábamos. Se trataba de una enfermedad nueva... que siempre había existido y había matado a mucha gente porque, en según qué países, se dejaba morir a las pacientes o se las desconectaba al creerlas irreversibles”.
Mientras, en Barcelona Escudero intentaba recuperarse en compañía de sus padres. Pronto cumpliría cincuenta años y verse en aquella situación de dependencia le destrozaba. Imaginó varias veces su suicidio. En mayo, volvió a asomarse por internet, aunque no aguantó mucho ante la pantalla. En otoño, y pese al limbo en el que continuaba viviendo, le recomendaron que intentara regresar a su piso del Guinardó. Debía recuperar al menos una cierta autonomía. Se fue sintiendo lentamente más despejado. Se atrevió a conducir. En enero de 2007, justo un año después del brote, volvió a trabajar.
De su primer día laboral en Can Ruti, Escudero solo recuerda el miedo, la sensación de estar siendo observado, de ser objeto de comentarios. Sobre los días siguientes tampoco sabe explicar demasiado, aunque su mente cada vez se aclaraba más. Retomó el contacto con su antiguo mundo, también con Elsa, una joven neuróloga con la que había coqueteado antes del brote. Comenzaron a salir.
En Pennsylvania, Dalmau trabajaba con su esposa, la neuróloga norteamericana Myrna Rosenfeld, cuando ese mismo 2007 localizaron el anticuerpo que atacaba al receptor de NMDA del cerebro, y describieron una encefalitis autoinmune. Hasta 2007, Dalmau había sido un científico más que nada asociado a los denominados fascinomas (enfermedades fascinantes pero muy raras) y por eso, antes de lanzar la noticia, advirtió a sus colegas: “Esta vez voy a presentar algo más que un fascinoma”.
El siguiente año, el equipo de Dalmau identificó más de cien casos de encefalitis. Si un solo equipo había obtenido esa cifra, ¿cuántos enfermos aguardaban su turno en el planeta? Sendos artículos en la revista especializada The Lancet Neurology y en The New York Times catapultaron el hallazgo del neuroncólogo. La prensa amarilla divulgó que acababa de descubrirse la enfermedad que en realidad padecía “la niña del exorcista”. Dalmau había descubierto, en fin, una enfermedad popular en el siglo XXI, casi el equivalente a hallar un mamífero en una época en la que se cree que todos están descubiertos. Pero el hallazgo aún debía difundirse y asimilarse. La sintomatología seguía confundiendo a médicos de todo el mundo inspirándoles diagnósticos erróneos.
Totalmente recuperado de su extraño brote, en 2009 Escudero asistió a una conferencia de Dalmau en Barcelona. Al escuchar los síntomas de la encefalitis allí descrita, Escudero murmuró: “Es lo que tuve yo”. De todas formas, él ya era un hombre de más de cincuenta años y, aunque el equipo de Dalmau había identificado algún perfil de paciente similar, su edad y la ausencia de teratoma planteaban dudas.
En la charla, Dalmau afirmó desconocer el origen de esta enfermedad si bien se atrevió a discernir entre unas dos terceras partes de causas medioambientales y un tercio genéticas. Dijo que en los niños la enfermedad solía diagnosticarse como autismo, que en según qué países se consideraba posesión satánica, y que era difícil encontrar otras enfermedades en las que el paciente cayera en estado comatoso -algo común- y se recuperara sin consecuencias.
Desde luego que Escudero se había recuperado bien: a los pocos meses, su equipo diagnosticó los dos primeros casos de NMDA y en enero de 2011 se estrenó como jefe de neurología en Can Ruti desoyendo las recomendaciones de algunos amigos y seres queridos.
La presión del nuevo cargo disparó su estrés. El tercer mes en la jefatura, Escudero comenzó a irritarse con inusual frecuencia, a hablar con aceleración y de forma poco inteligible. La noche en la que reventó la central nuclear de Fukushima, comenzó a emborronar páginas mezclando ideas sobre el accidente y su estado mental. Elsa insistió en que le hicieran una punción lumbar para determinar si se trataba de un segundo brote de la encefalitis que obsesionaba a su marido. La madrugada después de la punción, Escudero sufrió un infarto. Mientras se recuperaba, recibió el resultado de la punción: positivo. Tras cinco semanas de correcta medicación, el neurólogo se recuperó.
“Era lo que yo me diagnostiqué al principio”, recordó entonces un Escudero “tan contento que parecía que le había tocado la lotería”, señala su hija Clara. “Hay una enfermedad que me ha obsesionado a lo largo de la vida -dice el neurólogo- y he tenido la suerte de padecerla”.
El pasado mes de marzo, Escudero y Dalmau coincidieron en una certamen del gremio en Barcelona. Los neurólogos intercambiaron impresiones sobre los muchos casos que no habían sabido reconocer a lo largo de los años. Escudero pensó en su peculiar coyuntura, porque quienes al principio le diagnosticaron equivocadamente fueron sus propios colegas. “Durante un tiempo sentí resentimiento hacia ellos -dice Escudero-. Pensaba que no habían hecho lo suficiente, que si yo mismo me había acercado al diagnóstico por qué ellos no... pero ha sido fácil superarlo. Al fin y al cabo, cuando enfermé nadie sabía aún que se trataba de la encefalitis NMDA”.
En el certamen barcelonés, Dalmau estrechó muchas manos. Está considerado una figura capital de la neurología contemporánea. La American Academy of Neurology le concedió en 2010 el premio George W. Jacoby, que reconoce a las personas que han cambiado la manera de pensar en el campo de la neurología. También ha recibido distinciones en Chicago, Toronto, India... Y en 2011 fue aceptado como investigador ICREA. Además de recibir apoyo de la Fundación CELLEX, la Universidad de Barcelona ha puesto a su disposición un laboratorio para continuar sus estudios, cuyos resultados continúa difundiendo a gran escala gracias al eco que obtiene en Estados Unidos. Dalmau lamenta el poco caso que España ha hecho a un hallazgo de tremendo impacto internacional. “El doctor Dalmau ha cambiado la vida de innumerables pacientes, y de sus familias”, subraya la biografía que divulga la Academia Americana.
“Dr. Dalmau, help us”, ha sido la frase recurrente en los emails recibidos a lo largo de la última década, en la que Dalmau ha patentado el diagnóstico para detectar una enfermedad de la que “cada año nos llegan unos tres mil casos aunque ya sólo nos envían los que no mejoran”. En este período, su equipo ha identificado nueve enfermedades más. Dalmau, que desde hace años colabora estrechamente con el equipo del doctor Francesc Graus, asegura que “la neurociencia es tan importante como el cáncer. Hablamos de profundizar en la memoria, del Alzheimer, de los mecanismos de la conciencia”. Por eso reclama más inversión para una disciplina cuyos avances acaban beneficiando al conjunto de nuestro organismo y sobre la que quedan infinitos por descubrir. “Hay gente -ha dicho el doctor- que considera que es más fácil entender el universo que la conciencia”.
TITULO: Ese programa del que usted me habla con - Plaza de Llerena ,.
El martes -28- julio por La 2 a las 21:30, foto,.
ESTA
plaza, que según opiniones distintas tiene un diseño oriental, indiano o
castellano, va recuperando poco a poco a las personas después de la
soledad de los días de confinamiento. Un grupo de hombres pasea por el
recinto interior, más elevado que el resto y limitado por bancos de
granito y baranda metálica de forja. Van y vienen sobre las losas una y
otra vez. El espacio exterior que circunda a este espacio está empedrado
con menudos rollos.
En un momento se mezclan con estruendosa algarabía los graznidos de los grajos, el piar de los vencejos, el griterío de la chiquillería y los toques de las campanas. Unas madres conversan sin perder de vista a sus hijos pequeños que ora ríen, ora acuden llorando porque les han quitado la pelota.
En la parte que da al poniente se levantan dos encinas nuevas que escoltan a la antigua fuente diseñada por Francisco de Zurbarán, quien vivió y tuvo su taller en una de las casas de los soportales. Pintor de claroscuros religiosos que mira atentamente, paleta y pincel en mano, desde el atrio del templo en una estatua sedente, obra del escultor llerenense Ramón Chaparro Gómez.
El sol ha abandonado ya las 'picochas' y retirado de los tejados los últimos flecos dorados de su vestido. Vuelve el silencio acompañado por una suave brisa.
A medida que oscurece brilla más la luz de los relojes de la torre y el ayuntamiento, con números de caracteres árabes el primero y de romanos el segundo. Un estrabismo conciliador. Las campanadas de las horas se retiran lánguidamente por el zaguán de la noche.
Aparecen las primeras estrellas en el trozo de cielo limitado por las fachadas. El mismo cielo que en otros tiempos fue testigo de autos de fe de la Inquisición, de fiestas, zarzuelas, verbenas, mercados, corridas de toros y de despedidas de aventureros que hicieron las Américas. Hay mucha historia escrita en las hojas azules de sus archivos.
En un momento se mezclan con estruendosa algarabía los graznidos de los grajos, el piar de los vencejos, el griterío de la chiquillería y los toques de las campanas. Unas madres conversan sin perder de vista a sus hijos pequeños que ora ríen, ora acuden llorando porque les han quitado la pelota.
En la parte que da al poniente se levantan dos encinas nuevas que escoltan a la antigua fuente diseñada por Francisco de Zurbarán, quien vivió y tuvo su taller en una de las casas de los soportales. Pintor de claroscuros religiosos que mira atentamente, paleta y pincel en mano, desde el atrio del templo en una estatua sedente, obra del escultor llerenense Ramón Chaparro Gómez.
¿Por dónde irán mis rezos infantiles? Los más temerosos salieron de mi
almohada, súplicas nacidas del miedo al fuego eterno por si la muerte
me cortaba el paso una mañana
Acuden al toque de las campanas algunos
fieles, pocos en los tiempos que corren. Imagino que sus rezos se
elevarán por los muros de la iglesia como humo de incienso rumoroso y
alcanzarán en la veleta el último sol de la tarde que los llevará por
los caminos de su fe en un largo viaje. Si los dogmas admitieran
pensamientos se enredarían en las marañas de las dudas. ¿Por dónde irán
mis rezos infantiles? ¿Habrán llegado al destino que imaginé entonces
entre nubes blancas de algodón y coros de rubicundos querubines? Iban
vestidos de inocencia, puro candor de niño crédulo, desde las
majestuosas catedrales y la penumbra de iglesias de pueblo, sin acuse de
recibo. Tal vez se extraviaron entre las galaxias por los inextricables
laberintos de estrellas y agujeros negros. Los más temerosos salieron
de mi almohada, súplicas nacidas del miedo al fuego eterno por si la
muerte me cortaba el paso una mañana.El sol ha abandonado ya las 'picochas' y retirado de los tejados los últimos flecos dorados de su vestido. Vuelve el silencio acompañado por una suave brisa.
A medida que oscurece brilla más la luz de los relojes de la torre y el ayuntamiento, con números de caracteres árabes el primero y de romanos el segundo. Un estrabismo conciliador. Las campanadas de las horas se retiran lánguidamente por el zaguán de la noche.
Aparecen las primeras estrellas en el trozo de cielo limitado por las fachadas. El mismo cielo que en otros tiempos fue testigo de autos de fe de la Inquisición, de fiestas, zarzuelas, verbenas, mercados, corridas de toros y de despedidas de aventureros que hicieron las Américas. Hay mucha historia escrita en las hojas azules de sus archivos.