-foto--Jourdan Dunn se alegra de que Rihanna no esté en el show de Victoria's Secret,.
- La modelo británica, que ha desfilado para la firma de lencería en los tres últimos años, confiesa que "me siento mucho mejor de no estar en VS ahora que Rihanna tampoco estará",.
- La supermodelo británica Jourdan Dunn ha desfilado para el show de Victoria's Secret
en las tres últimas ocasiones. Sin embargo, no va a haber una cuarta, y
es que Dunn ha decidido no volver a pisar la pasarela de la firma de
lencería neoyorquina y no parece importarle demasiado.
Después de confirmar su ausencia en el show en un comentario en su cuenta de Instagram, la joven tuiteó un mensaje el martes por la mañana, haciendo referencia a la decisión de Rihanna de retirar su intervención en el desfile. "Me siento mucho mejor de no estar en BS...Quiero decir VS, ahora que Rihanna tampoco estará", decía el tweet junto a un emoji riendo. Minutos después la modelo lo borró pero algunos medios ya se habían hecho eco de la noticia.
No esta claro si ha sido Dunn la que ha decidido no participar en el evento del año o ha sido la propia firma la que le ha dado la espalda. Existen varias especulaciones que afirman que la joven de 23 años ha sido reemplazada por Kendall Jenner, después del anuncio de que desfilará por primera vez para Victoria's Secret.
Rihanna se vio obligada a cancelar su actuación por problemas de falta de tiempo debido a la grabación de su nuevo álbum. La firma de lencería reveló que Ellie Goulding será la encargada de sustituir a la cantante de Bridgetown.
foto - reloj navidad
La proximidad de la Navidad siempre me genera una sensación de tristeza, casi rayana en la angustia. Aunque lo procuro apartar de mi cabeza, yo sé muy bien que ese sentimiento proviene de la añoranza de tiempos pasados y, sobre todo, de las personas perdidas en el camino, como mi padre y mis abuelos. Es una herida incurable que se agranda con los años.
Por las noches, escucho los 'Orgelwerke' de Bach, que, quizá por ser una obra vinculada a la religión, me devuelve una cierta paz de espíritu y me hace sentir que algo queda en este mundo de los que se han ido para siempre.
Sumido en la depresión, hace unos días cogí de la estantería la trilogía de Gerald Durrell sobre Corfú, que es uno de mis libros favoritos. Al leer la llegada de toda la familia a la isla griega, con el perro ladrando sobre el coche de caballos, descubrí que me estaba riendo y me entraron unas ganas irreprimibles de seguir leyendo.
Y así lo hice: me imaginé a la madre recorriendo la isla con Spiro para alquilar una villa con baño, a Gerry comiendo una sandía bajo los cipreses, a Larry leyendo a los clásicos en una cala perdida y a Quasimodo, el palomo que no sabía volar, disputando un racimo de uvas con Roger, el perro de la casa.
La familia Durrell viajó a Corfú en la década de los 30 y pasó allí cinco años. Cuando yo estuve en la isla, descubrí sus limones y sandías, sus valles frondosos y quebrados, sus ríos de aguas frescas y sus maravillosas bahías en las que el verde de la vegetación contrasta con el azul turquesa del mar.
"Poco a poco la magia de la isla se nos iba posando suave y adherente como un polen", escribe Durrell, que confiesa que le pareció vivir fuera del tiempo durante aquella estancia, gozando de un presente sin final. El escritor inglés, que tenía 10 años cuando llegó, se pasaba el día recorriendo los parajes de Corfú junto a su perro, buscando animales y haciendo amistad con los aldeanos del lugar.
La experiencia de la que habla Durrell tiene mucho que ver con mis sentimientos de pérdida de una infancia en la que vagaba por las orillas del Ebro para observar los buitres, atrapar ranas y lagartos, pescar cangrejos y bañarme en los remansos tranquilos y profundos del río.
Entonces los veranos me parecían interminables y ni siquiera me daba cuenta de que estaba viviendo en el paraíso. La felicidad era un estado natural y duradero y cada día me levantaba con el ansia de ir a la calle para buscar nuevas aventuras.
Aquel pasado se ha ido alejando lentamente hasta convertirse en algo tan distante como una estrella que brilla en la noche. Y la gente que me rodeaba entonces ha desaparecido para siempre. Cuando voy a Miranda, no encuentro ningún rostro familiar. El tiempo se burla y sólo la estación de ferrocarril permanece fiel a sí misma.
Para los que superamos los 60 años, las Navidades han dejado de ser una promesa y son ya un recuerdo. Los momentos de felicidad parecen un sueño y el pasado es algo tan lejano que resulta irreal. Hay muchas razones para estar tristes y pocas para sentir alegría en un mundo donde la incertidumbre se ha convertido en nuestro estado natural. Supongo que mis sentimientos son los propios de la edad, de alguien que ha cumplido 60 años y que afronta ya la recta final del camino con la conciencia de la fugacidad de todo lo que uno ha amado.
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