LA CARTERA - EL SOFA - Conversar En la Obra de Arte ,. , fotos.
Conversar En la Obra de Arte ,.
Lo que más amenaza la lectura: la
realidad del lector, su personalidad, su inmodestia, su manera
encarnizada de querer seguir siendo el mismo frente a lo que lee, de
querer ser un hombre que sabe leer en general.
Maurice Blanchot
Maurice Blanchot
El acto de la lectura radica en hablar sobre lo que has leído.
Aidan Chambers
Aidan Chambers
Creo que en gran medida todo esto
tiene que ver con que me encanta conversar de literatura, de libros, de
cuentos, de narrativa, de películas, de historias. No me es tan común
tener espacio para compartir lecturas y conversar. Y me enriquece mucho
conversar a partir del leer, y leer para conversar. Creo que leer ya es
de por sí un conversar; que cuando leemos, solos, ya estamos creando
conversaciones. Me gusta hacerlo con otras personas, y en especial con
textos literarios, con ficciones, porque las ficciones son de por sí
materiales que posibilitan y propician la diversidad de lecturas.
Me gusta conversar de las historias para
poder verlas desde diferentes perspectivas. Un texto (una ficción) es
algo así como un pedazo de mundo enmarcado y organizado de una manera
específica. Una ficción es algo sobre lo que podemos estar de acuerdo.
Más bien, es el acuerdo. Una ficción es un acuerdo, un orden
acordado de cosas. Un relato es una organización, un tejido de
relaciones. Podemos imaginar que una ficción (un relato) es una
determinada postura del cuerpo del mundo. Me da la impresión de que, al
crear estos acuerdos (textos) y adoptar (quienes leemos) la postura de
ese texto, posibilitamos la multiplicación del mundo. Leemos para
multiplicar al mundo. Al fijar al desordenado e indiferente mundo en una
forma precisa, ordenada y diferente (un texto), podemos hacer eso que
llamamos leer, que no es sino poner algo fijo (el texto) en movimiento
(la lectura). Leer es poner en movimiento. Entonces la ficción sería
fijación, una fijación que nos permite el movimiento. Algo así como el
punto de apoyo que Arquímedes pidió para hacer palanca y mover al
universo. Crear relatos, obras de arte, ficciones, sería algo así como
definir puntos de apoyo para mover el universo. Conversar es mover al
universo.
Crear una obra es definir un material de
lectura, es decir, un punto de apoyo para el movimiento de la lectura.
Al leer y conversar, al leer juntos, al juntarnos a leer, nos damos el
regalo de descubrir (reconocer) cómo un minúsculo punto del mundo
(llamémosle una obra) puede significar tantas cosas (tantas lecturas).
Leer, conversar, multiplicar el mundo. Entonces, escribir para leer para
conversar para multiplicar al mundo. Hacer ficción: dejar algo quieto
para movernos alrededor. Escribimos para detener el mundo, detenemos el
mundo para movernos. Detenemos a las palabras (a las cosas) en el libro,
como quien atornilla unas maderas, para bailar. Podemos bailar también
sobre la tierra movediza, sí, sólo que bailar sobre una pista…
El libro, la obra, es como una pista de
baile. En el libro, los humanos contenemos un paquete de posibles
experiencias dentro de un volumen limitado. El libro es un marco, un
borde, dos tapas que guardan un pedazo de mundo. Leer es liberar ese
mundo. Creo que venimos pensando que la ficción es ese pequeño universo
que queda contenido dentro de los bordes de la obra. Y que leer es sólo
asomarse dentro de la obra. Me pregunto si no es más apropiado,
o nutritivo o divertido, pensar que la ficción no es lo contenido por
el borde, sino el borde mismo. Ficción no como lo que está dentro del
borde, ficción como el borde mismo. El acuerdo. El borde como un
acuerdo. Hacemos acuerdos, libros, obras, bordes, para conversar.
Conversar, entonces, no sería confirmar los límites de esos acuerdos,
dejar encerrado lo que el libro guarda, sino poner lo que el libro
guarda en circulación, en relación con el mundo. Leer, entonces, no
sería sólo asomarnos dentro de la obra, sino hacerle a la
muralla de la obra pequeñas aberturas. Conversar, en este sentido, no
tendría el signo del fijar sino la fuerza del mover. Conversar no sería
confirmar la identidad de una experiencia, el sentido de una vida o de
una obra, sino producir resonancias para un juego que ya no se sabe del
todo dónde empieza y dónde termina. Conversar (leer) no como eliminar
los bordes, sino como celebrarlos. Celebrar los bordes sería ponerlos en
duda, en movimiento, hacerles hablar, cantar.
Hacer cantar al borde. Eso me hace pensar
en un círculo de personas alrededor de un fuego. Cantando, conversando,
mirando el fuego. Hacer ficción, pienso, es como hacer un fuego. Hasta
hace poco pensaba que las piedras que rodean al fuego tenían la función
doble de evitar que cayéramos en las llamas, y de evitar que las llamas
se derramaran hacia el mundo. Una noche me senté sobre esas piedras que
rodean al fuego. Sin pensar, mi cuerpo dejó de usarlas como borde y pasó
a usarlas como asiento. Lo que creía era el límite de la experiencia
fuego, límite que no debía ser perforado, pasó a ser banqueta. Me senté
sobre el borde. Mi cuerpo se sentó sobre la ficción.
Ahora me gusta pensar al arte, a la
ficción, a la experiencia estética, como ese círculo que organizamos
para sentarnos a conversar. Lugar de encuentro, espacio y disparador de
la conversación. Pienso a la conversación artística como parte de la
obra. La obra como escenario, casi como excusa, para el crear de la
conversación. La conversación del proceso creativo y la conversación de
la lectura. Conversamos para construir una pista para conversar. La obra
no sólo como texto, sino como contexto. Pienso que conversar sobre (más bien en) la obra de arte posibilita aprendizajes, reflexiones, expansiones del convivir, del crear, del interesarnos y del amar.
TITULO: LA NOVIA DE WALLY - Para quién canto yo entonces,.
LA NOVIA DE WALLY -Para quién canto yo entonces . , fotos.
LA NOVIA DE WALLY -Para quién canto yo entonces . , fotos.
Para quién canto yo entonces,.
¿Qué hago con mi nuevo libro de cuentos?
¿Por dónde lo muevo? ¿Soy Yo quien lo mueve? “Propagación”, en vez de
“difusión”, me dijo recién un colega escritor. Las obras como un virus, y
una vez más, me encuentro haciéndome preguntas en relación a la
circulación de lo que llamamos obras de arte; en especial en relación a
la circulación de “mis” obras. En esta ocasión, me encuentro con un
nuevo libro de cuentos bajo el brazo, uno que viene siendo escrito y
re-escrito hace más de dos años. Es mi tercer volumen de cuentos, al
menos de mi vida adulta. ¿Adulta? ¿Cuándo la producción artística dejó
de ser un juego? ¿Dejó de ser un juego? No, sólo a veces deja de serlo.
Tal vez, cuando algo se pone pretencioso, formal, profesional. Tal vez,
cuando algo valora más los resultados que el proceso de aprendizaje. ¿Es
así? Digamos que tengo un nuevo libro de cuentos terminado, listo para
salir a ser leído, y la editorial que me lo iba a recibir ahora ya no
está disponible. Me encuentro una vez más sin saber qué hacer, para
dónde tirar el centro. ¿Dónde está el arco? Esa es una buena pregunta,
una que un amigo me tiró: ¿cuál es tu blanco? ¿A qué personas apuntás
con tu libro? Hoy pensaba: no sé si me interesa tanto que me lean las
personas del circuito literario. No es que me interese que no me lean
esas personas (si es que esas personas existen, si es que ese circuito
existe). Pero, digamos, que no solamente… ¿A quién quiero llegar
entonces? O más bien: ¿a quién quieren llegar estos relatos? Cuando mi
amigo me hizo esa pregunta, creo que no tuve una respuesta muy concreta.
Lo pienso y me digo: estos relatos quieren llegar a quienes quieran
leerlos, a quienes quieran maravillarse con ellos: en ellos. ¿Suena muy
vago? Sí, es vago. Es incierto. No sabemos para quiénes estamos creando
las cosas que creamos. No sabemos a quién tocará la obra en cuestión. No
sabemos, tampoco, qué significa que algo toque a alguien. ¿Cómo se usa
la obra de arte? ¿Qué es una obra de arte sino una herramienta para…?
¿Para qué? El otro día asistí a un taller de lectura en donde se dijo,
de varias maneras, algo así como que no importan los textos sino lo que
se conversa a partir de ellos. Entonces, la obra vale en las
conversaciones que provoca. Las conversaciones de unos con otros, de una
con una misma, de todxs con todxs, del mundo con el mundo. No tenemos
la más mínima posibilidad, creo, de medir el impacto de nuestras
acciones. El valor de lo que hacemos, por lo tanto, es muy difícil, sino
imposible, de definir. ¿Qué nos queda? ¿Qué nos queda ahora que las
estatuillas no tienen el indiscutible valor de conectarnos con lo
divino? Recién conversaba con un colega escritor. Le pregunté cuántos
libros vendió y más o menos en cuánto tiempo. Me tiró un número. Me dio
una idea. Nos pusimos a dialogar en torno a la pregunta por lo que
conviene. ¿Qué conviene? Mi primer libro de cuentos, Todos queremos, salió en septiembre de 2016 con la editorial Peces de ciudad y vendió en este tiempo unos 250 ejemplares. En diciembre del año pasado saqué el libro digital Yo, cuento,
de distribución gratuita, y en unos meses le llegó a más o menos la
misma cantidad de gente. Ahora, no tenemos idea de si las personas que
compraron el primer libro lo leyeron, ni si las personas que recibieron
el segundo libro, en digital, y gratis, lo leyeron. Lo que me decía mi
colega escritor es que al menos al publicar con la editorial, cuando
vendés un libro te entra un dinero que sirve para que la editorial
publique otros libros; y que cuando alguien se descarga tu libro
gratuito, no podés medir ninguna utilidad de manera objetiva. Si nadie
lee los libros, entonces, cuando vendés un libro al menos te entra un
dinero que te sirve para publicar otro libro. Sí, le decía yo, pero lo
que quiero, lo que busco, creo, es que el libro pueda ser leído por
la mayor cantidad de gente posible. Creo que eso es lo más útil para
mí. Más que ese dinero que permita publicar otro libro (otro libro que, a
su vez, no hay forma de saber si se leerá), lo que me interesa es la
posibilidad de la lectura. ¿Es eso? ¿Qué significa, entonces, que un
libro sea leído? ¿Qué es leer un libro? Leer un libro, ¿es decodificar
el significado de sus palabras de principio a fin? ¿Es entenderlo? ¿Es…?
¿Qué es entender? Leer un libro, atravesar el cuerpo verbal de un
libro, ¿significa algo en sí? Hace un tiempo jugaba con la idea de que
un best-seller puede tener menos impacto en la historia del universo que
una frase leída por una persona por ahí. De nuevo, no tenemos idea del
afecto, del efecto, de las cosas sobre las cosas. Cómo las cosas agitan a
las cosas. Cómo el mundo se mueve a sí mismo. ¿Por qué, entonces,
publicar? Digamos que hace unos días algo cambió de signo: me descubrí a
mí mismo contándome que quería publicar este libro para recibir
reconocimiento, y que entonces no necesitaba publicarlo, porque creo, no
necesito reconocimiento. Me encontré a mí mismo enfrascado en un
diálogo interno conmigo mismo, un enrosque acerca de mi necesidad de ser
reconocido, o de mi no-necesidad de ser reconocido, y algo de que no
quiero necesitar publicar, o que no necesito publicar, porque no
necesito ser reconocido… Supongamos que eso es cierto, que no necesito
reconocimiento. No lo sé, no importa ahora, no lo sepamos. Supongamos
por un momento que es así, que no necesito eso que llamamos
reconocimiento. Entonces, ¿de dónde viene esta fuerza que busca publicar
este libro? ¿Será que el libro es una fuerza que ya no tiene que ver
conmigo, una fuerza que quiere desplegarse? ¿Será que el libro mismo
quiere ser publicado? Ahí algo pasó, en un nivel de mi psiquis, digamos.
Digamos que algo cambió de signo, y pasé de pronto de creer que el
deseo de publicar era una cuestión de ego a creer que no publicar es una cuestión de ego.
Es decir, como creo que YO no necesito publicar, no publico. ¿Pero por
qué moverme de acuerdo a lo que Yo creo necesitar o no necesitar? ¿Qué
hay de todo eso que no es, o creo que no es, Yo? Ahí apareció, entonces,
la idea del servicio, la idea de que el libro quiere ser publicado no
por mí, no para mí, sino por, o para, los otros, lo otro. Las
otras personas, el mundo. Claro, me dije, no publicarlo implica más
esfuerzo que publicarlo. Hay una fuerza en movimiento que yo sólo tengo
que surfear. Acompañar. No se trata de mí, no se trata de lo que el
libro vaya a darme a mí, a mí en tanto persona, o personalidad, se trata
de acompañar un movimiento que ya se está moviendo. En este sentido,
entonces, se aclara la idea de que lo que quiere ser es lo que pueda ser
mejor, es decir más rico, para el mundo. ¿Cómo saber, entonces, qué
quiere ser en el mundo? Bueno, me digo: intuición. Acá aparece esta
cuestión de la intuición. No sé si quiero, no sé ya si puedo, dejarme
llevar por cálculos y lógicas. ¿Cuál es, entonces por intuición, el
movimiento más rico para la circulación de este libro? ¿Importa la
cantidad? ¿Importan las masas? Recuerdo, ahora, una línea de Amanda
Palmer, que nos dice: “Fortalecer la red no es lo mismo que expandirla.
Si desplegás tu red demasiado lejos, se estira tanto que se enflaquece y
se rompe; o se estira tan ancha que se hace incapaz de atrapar nada.”
Recuerdo, entonces, algo que ya vengo sabiendo: la cantidad no tiene un
valor en sí, lo masivo no es valioso en sí. Entonces, ¿por qué pienso
que lo que quiero para el libro es que llegue a la mayor cantidad de
gente posible? Es cierto, creo, que el sólo hecho de estar disponible,
visible, para la mayor cantidad de gente posible, implica que la
experiencia pueda estar disponible para esas personas que puedan
encontrar valor, sentido, en ella. En este sentido, hay algo de la
visibilidad que parece tener cierta importancia. ¿No? Hace unos pocos
días subieron mi película “Escenas de una fiesta rota” a la plataforma
de cine argentino cine.ar y
ahora puede verse online y de forma gratuita. ¿Eso significa algo?
Bueno, creo que significa que puede verse online y de forma gratuita. La
obra, como espacio de posibilidades para la experiencia, digamos, está
disponible. Boris Groys, en su libro Volverse público, nos
recuerda que hoy hay más gente produciendo imágenes que consumiéndolas.
Hoy cualquier persona hace una película con su celular y la sube a
youtube. Hoy, dice Groys, nos contentamos con que nuestras obras estén
disponibles. ¿Cuál es entonces el camino para generar esa
disponibilidad? ¿Qué significa, además, profundamente, que una
experiencia esté disponible? En principio aparece el recuerdo, el
grandioso recuerdo de la no expectativa. Creo que siempre me interesé
más en la producción de obras, en la creación, que en la venta de esas
obras. El jugo, me digo, está en el viaje de investigación, en la
creación, en el encuentro creativo con los otros. Kafka murió pidiendo
que se quemaran todos sus escritos. No le hicieron caso. (El mundo no
necesitaba a Kafka, pero el mundo sería otro sin Kafka, como yo sería
otro si no hubiera leído algunos cuentos de John Cheever, o de Borges, o
de algo que escribió un amigo hace unos días.) ¿Para qué publicar? El
arte es lo menos necesario del mundo, y tal vez por eso, puede ser el
mayor regalo. Algo así. ¿Para qué mostrar? Bueno, parte de la obra, del
juego, parece ser ese choque, ese encuentro con la mirada que participa
de la creación de los sentidos. No suelo saber qué significan las cosas
que hago. Tal vez publico para que me lo digan, para qué me digan qué
les dice lo que digo. No sé qué es lo que digo, y tampoco quiero
saberlo. Entonces, la obra se me figura como un disparador para la
conversación. La obra como un espacio para la conversación. El arte
parece ser, siguiendo a Eco, ese mensaje ambiguo que permite,
posibilita, pide, múltiples lecturas. Si creo estos artefactos que
llamamos arte, entonces, mensajes ambiguos, me interesa, parece, el
diálogo que sucitan. Ese diálogo puede tener muchos niveles. Lo que me
interesa, vuelvo, no es tanto el texto sino el contexto. Pensar al texto
no como un texto (un objeto) sino como un contexto (un lugar). La obra
es un espacio para la conversación. Dentro de unas semanas haremos un
conversatorio. Se nos ocurrió esa idea, una noche de conversación a
partir de la lectura del libro Yo, cuento. Ahí, de pronto, hace
mucho sentido que el libro sea digital y gratuito. Quien quiera venir
al encuentro lo puede recibir con un clic y sin pagar. Lo puede leer y
puede venir a conversar. Creo que la fiesta es la conversación.
¿Conversación entre quienes? Ahí aparece esa pregunta, y esta pregunta:
¿para quién escribo? Recién continuaba la conversación con mi colega
escritor y él me decía algo de que cuando uno se publica a sí mismo,
suele pasar que su obra queda circulando entre sus círculos de amigos. Y
esta idea de que la editorial, aún hoy, garantiza, o supone, cierta
idea de que el material fue seleccionado y que por lo tanto vale, que
tiene un valor. Algo de la idea del prestigio que da la editorial, la
suposición de que porque unas personas de una empresa eligieron tu
material, tu material vale. Lo cierto es que muchas de las cosas que se
publican por editoriales, editoriales prestigiosas, seguramente no me
interesen, no me parezcan valiosas. O no te parezcan valiosas a ti. ¿A
ti? ¿Quién eres tú para definir si algo es valioso? Bueno, supongo que
cada quien define, en cada momento, lo que le es valioso e importante.
El premio Nobel, digamos, no significa nada. Tal vez sólo significa que
unas personas de Suecia decidieron, tomaron una decisión en relación a
un material. Lo que puede significar el Nobel, o el Oscar, o cualquier
premio o mención, además, es la apertura de puertas. Aunque eso tampoco
es garantía. Nada garantiza nada, digamos. Es cierto, o puede ser
cierto, le decía a mi colega escritor, que un libro tiene dos funciones:
una, generar lecturas; la otra, generar un nombre. Generar un nombre,
pero ¿para qué? ¿Para qué queremos ser reconocidos? Conocidos y
reconocidos. Bueno, por ejemplo, si mis libros fueran “más” conocidos,
vendrían más personas a mis talleres. ¿Sí? Bueno, no lo sé, pero puedo
suponer que sí. En definitiva, me digo, son todas suposiciones. En fin,
todo esto es un laberinto de pensamientos. Pero hay algo que me
interesa, cuestionar los valores dados a las cosas. Desentrañar marañas
para entregarme a movimientos de orden más intuitivo. Finalmente, no
tenemos forma de saber qué nos conviene, qué vale más, cuál es el mejor
movimiento para cada momento. Sólo nos queda, tal vez, confiar en que
los movimientos que se producen son los mejores… Porque son los que son.
¿Esta es la conclusión de todo esto? No, no sé si hay conclusiones.
Sigue circulando la pregunta. Y la dejo por ahora vibrando, a ver qué
pasa… Por lo pronto, confío en lo que me excita, en lo que me enciende,
en lo que me vitaliza, como el conversatorio del 16 de mayo, como las
conversaciones con mis amigos, con mis colegas, con mi pequeña y
poderosa red. Devenir minoritarios, decía Deleuze, y algo ahí se me
figura como una clave. El poder de las micropolíticas, de los
movimientos clandestinos, no por clandestinos, sino por libertarios. El
mercado me torra, me dice mi colega escritor, y digo sí, a mí también. Y
vamos por lo que nos despierta, por lo que nos vitaliza, por lo que nos
excita. Vamos,.
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