LOS TOROS LA SER,.
Los toros es un programa radiofónico que dirige el periodista especializado Manuel Molés en la Cadena SER. Desde abril de 2015 se emite los lunes de madrugada tras ser sustituido de su horario habitual de emisión de los domingos por el programa Contigo dentro. Contó con la colaboración de Antonio Chenel Antoñete, fallecido en Madrid el 22 de octubre de 2011, siendo uno de los espacios más antiguos del panorama radiofónico nacional ya que continúa emitiéndose de manera ininterrumpida desde 1982.
Es un espacio taurino a modo de repaso informativo semanal. Consta de tertulias, entrevistas con los personajes de actualidad y crónicas de los eventos taurinos más destacados de la jornada., etc.
La despedida de Juan Bautista,.
Una excelente estocada, la rúbrica de una carrera impecable. Lorenzo, a hombros, se templa con elmejor montalvo. Garrido le gana la pelea a un toraco,.
Hombre de palabra y de bien, Juan Bautista cumplió lo prometido y vistió casi de estreno para la ocasión. Un precioso terno blanco marfil y plata con pequeños golpes de oro. En el brazo izquierdo, un crespón de luto en memoria de su señor padre, el gran Luc Jalabert. Había en la plaza algo más de un centenar de aficionados franceses. Su peña de Arles, en pleno. Amigos y admiradores de Vic Fezensac, de Bayona, Dax, Nimes y San Vicente de Tyrosse también. Fueron ellos, pero no solo ellos, quienes después del paseo lo sacaron a saludar.
FICHA DEL FESTEJO
- uToros
- Buenos puyazos de Puchano y Óscar Bernal a cuarto y quinto. Pares notables de El Puchi, Alberto Zayas y Antonio Chacón.
- uToreros
- Juan Bautista, que se despidió del toreo, silencio y saludos. José Garrido, saludos tras un aviso y una oreja. Álvaro Lorenzo, dos orejas y silencio.
- uPlaza
- Zaragoza, 2ª de feria. 3.500 almas. Templado, casi estival, plegada la cubierta. Dos horas y media de función..
Brindis
Abrazos sentidos y sin estridencias. No fue el brindis clásico de Zaragoza, porque no era el punto y seguido de fin de temporada sino el punto final. El reconocimiento de Juan Bautista a toda su compañía fue uno más de sus generosos detalles de profesional nada común. Cuando, arrastrado el toro de la despedida, rompió una ovación que subrayaba el adiós, fueron sus propios banderilleros y picadores quienes en la boca del burladero aplaudieron al matador. Al toro del adiós lo tumbó Juan Bautista de una excelente estocada hasta la bola y tan certera que lo hizo rodar sin puntilla. Rúbrica cumplida para su leyenda bien labrada de estoqueador de muy alto nivel.Álvaro Lorenzo le brindó la muerte del sexto montalvo, bravucón y agresivo, complicadísimo al defenderse y casi aconcharse en tablas, y de nuevo se subrayó la aparición de Juan Bautista con fuertes aplausos. Que iban tanto por él como por Álvaro, que se había templado a modo con el tercero de corrida, el toro de la tarde, y le había cortado las orejas por aclamación. Tan seria como dispar la corrida de Montalvo, que dio, además del excelente tercero -entregado pero un punto pegajoso-, un segundo con ínfulas de toro de bandera por el cuajo y el galope de salida. Solo que ese toro tan bello y boyante se lastimó tras un lance a pies juntos o en el penúltimo galope, la gente protestó sin esperar a medirlo en el caballo y fue devuelto. Para general desolación. El sobrero de Adelaida Rodríguez, corto, zancudo y cabezón, pegó muchísimos topetazos.
Juan Bautista había toreado de capa con primor de salida al primero -un toro mutante que se distrajo con todo de banderillas en adelante y no fue lo que prometió de salida ser- y Álvaro Lorenzo hizo lo propio con el tercero: lances embraguetados de manos bajas. En ellos se cantó el toro. Con él se dejó ir el torero toledano en tandas cortas, ajustadas, de perder pasos cuando sintió celosas las repeticiones, más logradas con la zurda, pero más abundantes con la diestra. Una tanda final en trenza cobrada sin espada y cambios de manos a la manera de Daniel Luque -autor del invento- fue celebradísima. Y una estocada de mucha fe y letal, también. Para el toro en el arrastre hubo también ovación de gala.
En el sorteo entró de quinto un toro de tremendo aparato, muy astifino, al borde mismo de cumplir los seis años y mole gigante de 613 kilos de báscula. Picado con categoría por Óscar Bernal, el toro hizo hilo en banderillas y tuvo de partida muy bélico aire. Firme, resuelto y paciente le acabó ganando la pelea José Garrido. Faena de aguante, poder, recursos, mérito y emoción. Péndulos finales, circulares y una estocada desprendida porque era imposible cruzar. La guinda fue una tanda con la zurda soberbia. La pelea con el sobrero de Adelaida no pasó de terco combate. Álvaro Lorenzo no perdió los papeles ni los nervios con el venenoso sexto.
TITULO: SITUACIÓN EN EL TIEMPO: El Madrid del capitán Alatriste,.
foto / La
corte se asentó en la villa de Madrid, procedente de Toledo, por orden
de Felipe II en 1561, para no abandonarla excepto entre los años
1601?1606, en que Felipe III la trasladó a Valladolid. Convertida
definitivamente en Villa y Corte, el espacio madrileño se organizó en
torno a tres áreas. En el oeste, el Alcázar Real era el corazón de la
zona residencial cortesana; en el centro de la ciudad, la plaza Mayor y
su entorno constituían el espacio privilegiado de la economía urbana; y
al sur, la zona del Rastro era el principal núcleo productivo de la
ciudad. Como es lógico, la ciudad creció notablemente en este período,
de manera que la construcción era la actividad más pujante en la ciudad.
En el último tercio del siglo XVI se construyó una media de doscientas
casas anuales, además de elevarse la altura de muchas de las ya
existentes. También se edificaron nuevos conventos y palacios, se
trazaron y empedraron calles, se erigieron fuentes y se realizaron
algunas canalizaciones. En la Villa Vieja se situaban aristócratas y
burgueses de alto nivel, a los que se sumaban únicamente oficiales,
plateros y ciertos comerciantes. El centro estaba dominado por el
comercio mayorista y de lujo, así como por artesanos de elevados
ingresos, mientras que la periferia estaba poblada por artesanos
modestos, pobres y gentes vinculadas al abastecimiento y la
construcción. El Alcázar Real era la residencia regia y, por ello
mismo, la sede de la corte y del gobierno, y estaba situado al oeste de
Madrid, en el lugar actualmente ocupado por el Palacio de Oriente.
Basado en la remodelación y ampliación del antiguo castillo medieval,
las reformas se acometieron a partir de 1538, bajo Carlos I, y se
prolongaron durante el reinado de sus tres sucesores, si bien en tiempos
de Felipe II el cuerpo central del edificio había adquirido ya sus
características fundamentales. El Alcázar estaba organizado en torno a
dos grandes patios, el del rey y el de la reina, situados
respectivamente a izquierda y derecha de la entrada principal. En el
patio de la reina se hallaban las sedes de los principales órganos de
gobierno de la monarquía hispana: los consejos reales. En la planta
superior del mismo se hallaban los aposentos reales, los de la reina,
Isabel de Borbón, al este y los del rey al oeste. Residían además en el
alcázar los miembros de la familia real (los infantes don Carlos, don
Fernando y doña María, hermanos del rey) y, excepcionalmente, algunos de
los cortesanos de mayor rango. En particular, Felipe IV entregó a
Olivares las estancias del palacio que daban al norte y que él había
ocupado como príncipe de Asturias. Además de su núcleo central (basado
en el antiguo castillo medieval), el Alcázar se expandió hacia el este
con las Casas de Oficios, las cocinas nuevas y la Casa del Tesoro; hacia
el sur , en torno a la plaza de Palacio, con la Armería y las
Caballerías Reales, la Casa de Pajes, las Caballerías de la Regalada y
las cocheras reales; hacia el norte con la plaza del Picadero, los
jardines de la Priora; y hacia el oeste con el Parque (el actual Campo
del Moro).
Los miembros de la Corte que no se alojaban en el Alcázar Real, eran alojados o pensionados por la Regalía del Aposento y solían residir en los alrededores del palacio real y en los de la Cárcel de Corte (el actual Ministerio de Asuntos Exteriores), los principales enclaves urbanos que en ese momento pertenecían a la Corona. En consecuencia, los cortesanos y los oficiales reales se concentraban al oeste y al norte de la Villa Vieja, en el límite occidental de la Parroquia de San Martín y en la parroquia de Santa Cruz. No obstante, a lo largo del siglo XVII los nobles se diseminarán por casi toda la ciudad (salvo los barrios meridionales), en particular por ciertos ejes del norte (Hortaleza y Fuencarral) y, sobre todo, por las vías del este (Alcalá, San Jerónimo, Atocha) y sus transversales (Príncipe, Baño, Cedaceros, Turco), que, por su proximidad al Palacio del Buen Retiro, atraen a buen número de nobles, llegando a conformar un auténtico barrio aristocrático.
La Plaza Mayor es la célebre plaza porticada de Madrid, de planta rectangular. Formada en la segunda mitad del siglo XV como plaza del Arrabal, su actual apariencia remonta a la importante remodelación efectuada por iniciativa de Felipe III entre 1617 y 1619, bajo la dirección del arquitecto Juan Gómez de Mora. Los edificios que la formaban, de cinco alturas y pórtico, estaban destinados a viviendas, salvo el central del lado norte, que era la segunda Casa Consistorial, más conocida como Casa de la Panadería (un edificio preexistente, de 1590, que quedó integrado en el nuevo proyecto) y el del lado sur, la casa de la Carnicería (donde estaban las carnicerías de la Villa). Los soportales, sobre pilares de granito, y los bajos fueron destinados a comercios, según la siguiente distribución: desde la calle Nueva (hoy de Ciudad Rodrigo) hasta la de Toledo, los portales de paños; desde la de Toledo a la de Gerona, los de cáñamos y sedas (excepto el edificio de la Carnicería), y desde la calle Nueva a la de la Sal, los de sedas e hilos, salvo el tramo correspondiente a la Casa de la Panadería, donde estaban establecidos los despachos del Peso Real y del Fiel Contraste. En términos más generales, la zona oriental de la plaza y de sus aledaños se consagraba al comercio de abastos, mientras que la oriental lo hacía al de productos suntuarios. Además de ser el principal enclave comercial de la ciudad, en la Plaza Mayor se celebraban numerosos festejos y solemnidades, incluidos los juegos de cañas y toros; por ello, el 30 de febrero de 1620, al poco de acabadas las obras, se estableció la tasa por el alquiler de sus balcones para asistir a las fiestas reales: los del primer piso, a 12 ducados; los del segundo, a 8; los del tercero, a 6 y los del cuarto, a 4. También era el lugar donde se celebraban los autos de fe (desde 1624) y las ejecuciones públicas (como la célebre de don Rodrigo Calderón en 1621), colocándose el patíbulo delante del portal de pañeros si la pena era de garrote; frente a la Panadería, si era de horca, y ante los porches de la Carnicería, si era de cuchillo o hacha. La plaza sufrió diversos incendios que obligaron a otras tantas restauraciones, el más importante de los cuales fue el sufrido en agosto de 1790, que obligó a reedificar buena parte de la misma, bajo las órdenes del arquitecto Juan de Villanueva, quien redujo en dos las alturas de los edificios y proyectó el cerramiento de la plaza mediante los arcos realizados sobre sus accesos. Los artesanos y los mercaderes que les suministraban sus materiales o comercializaban sus productos tendían a localizarse en el centro y el sur de la ciudad, especialmente en los alrededores de la plaza Mayor y en la zona del Rastro. En torno a la primera preferían lugares como las plazas de Santa Cruz y Puerta Cerrada, así como las principales arterias de la ciudad (calles de Toledo, Mayor y Atocha). En particular, la confección tenía su sede principal en los soportales de la Plaza Mayor, mientras que las materias primas (seda y paño) se expendían en la calle Mayor. Cerca de la citada plaza se situaban también los cordoneros (calle Mayor y Puerta de Guadalajara), jubeteros (calle de Toledo), tundidores (cava de San Miguel y plaza de Herradores) y sombrereros (Arenal y Santa Cruz). Había zapateros por toda la ciudad, pero buena parte de ellos se concentraba en las cercanías de la iglesia de Santa Cruz, donde se aglutinaban otros oficios relacionados con la elaboración del calzado: esparteros y cordoneros. Dentro de las industrias del metal se establecía una clara diferencia entre los oficios artísticos y los artesanales. Los primeros (plateros, orfebres) se instalaban en la zona denominada la Platería, comprendida entre la calle del mismo nombre (que era el tramo final de la calle Mayor), las calles del Arenal y Santiago, y la plaza de Herradores. Los joyeros se hallaban establecidos en las calles Mayor, Atocha, Santa Cruz, Postas y en las covachuelas de San Francisco. En cambio los artesanos del metal (cuchilleros, latoneros, herreros, espaderos y caldereros) se situaban , siguiendo las ordenanzas municipales, en torno a Puerta Cerrada y la calle de Toledo. Por último, los que trabajaban con pieles(pellejeros, curtidores y zurradores) se situaban en el Rastro, en el límite meridional de la villa. ANÁLISIS DE LA ESTRUCTURA
El nudo o introducción consiste en los capítulos I, II, III y IV, donde la trama ya esta armada y la mayoría de los personajes presentados y, principalmente, la deuda que sienten los ingleses hacia Alatriste es revelada.
Los capítulos V, VI, VII, VIII y IX constituyen el desarrollo. Es donde el escritor muestra la huida del capitán de la casa del conde de Guadalmedina, y después lucha contra sus enemigos que le persiguen.
El desenlace está constituido por los capítulos X y XI, donde los ingleses pagan sus deudas al capitán, primero ayudándole en la pelea en el corral y luego con el anillo y la carta. RESUMEN
Esta historia comienza con la vida de un soldado veterano de los tercios de Flandes, que malvive en el Madrid de los Austrias del s. XVII en una España corrupta y en decadencia.
El capitán Alatriste no era el hombre más honesto, ni el más piadoso, pero era un hombre valiente. Se llamaba Diego Alatriste y Tenorio, y tenia una “excelente hoja militar” por lo que se alquilaba como espadachín para los trabajos sucios que los demás no querían hacer.
Iñigo Balboa, hijo de familia pobre, es acogido por el capitán como promesa a su padre Lope de Balboa, amigo de Diego en las guerras de Flandes.
El capitán, después de salir de la cárcel por impago de impuestos, sin dinero, habla con el teniente de alguaciles Martín Saldaña, antiguo compañero de Diego y Lope de Balboa, que le dice que unos hombres están interesados en su “espada” y que le pagarán muy bien, por lo menos para vivir satisfactoriamente después de pagar los impuestos pendientes.
Por la noche fue al lugar citado para hablar con los que le tenían que contratar. Los enmascarados hablaron de la misión, en la que tenían que asaltar a dos ingleses apellidados Smith, una misión que tenia gato encerrado. Su compañero, el italiano Gualterio Malatesta, también estaba presente. Uno de los enmascarados se marcha no sin antes advertir que no quería sangre, y aparece fray Emilio Bocanegra, el presidente del tribunal de la Inquisición, temido por todos, pues no era muy piadoso tanto con los que no eran católicos como con los que sí lo eran.
Este les dice que no hagan caso de lo que les han dicho y que aparte de robarles debían matarles, a cambio les darían veinte doblones más. Alatriste duda, pero le obligan a cumplir la misión.
Al día siguiente, por la noche, Alatriste y Malatesta acuden a cumplir la misión, y permanecen ocultos en la sombra a la espera de los dos ingleses. Cuando estos llegan empiezan a combatirse, y cuando el mayor, que luchaba contra Alatriste, es desarmado, pide cuartel para su compañero. Esto conmueve al capitán que le perdona la vida y además, desvía una estocada mortal de Malatesta al mas joven de los dos.
Diego los lleva a la casa del conde de Gualmedina donde descubre que los ingleses eran personajes de la realeza británica y que vienen a negociar el matrimonio entre la infanta doña María y uno de ellos, el príncipe Carlos Estuardo.
Alatriste pasa la noche en casa de su amigo pero debe volver a su apartamento donde duerme armado hasta los dientes, por si acaso.
Al día siguiente el teniente Martín le detiene y se lo lleva a una cabaña.
Iñigo en un acto de valentía los sigue y se queda esperando al capitán fuera. Dentro, en la casa, Alatriste se encuentra con uno de los enmascarados y con fray Emilio Bocanegra, que le interrogan sobre lo ocurrido con los ingleses y le dejan marchar sin más. Alatriste desconfía.
Al salir, le tienden una trampa e intentan matarlo unos hombres, entre ellos el italiano Malatesta. Con la ayuda de Iñigo, Diego consigue salvarse.
Mientras tanto, Iñigo se enamora de Angélica de Alquezar, hija de Luis de Alquezar secretario del rey. Inocentemente y sin saber la trampa que la niña le esta tendiendo, le cuenta todos los planes que él y Alatriste tienen.
Diego, ya un poco más tranquilo, va al teatro con Iñigo y sus amigos de la taberna, a ver una obra de Lope de Vega. Pero cinco espadachines le atacan y con mucho valor y la ayuda de Quevedo se enfrentan a ellos. Los ingleses que también estaban presentes al ver que el que estaba en peligro era el capitán no dudan en ayudarle. Por desgracia los guardias aparecen y se llevan a Quevedo, a Diego y a los espadachines que consiguen capturar, presos.
Al día siguiente, el capitán se encuentra con el conde de Olivares, y hablan del historial militar de Alatriste, pero lo que en verdad el conde quiere saber era quienes estaban implicados en la emboscada en la que Alatriste participó. Diego oculta la verdad y aparece Luis de Alquezar, quien implica indirectamente a fray Bocanegra, claro porque él era uno de los enmascarados.
Los ingleses vuelven a su país, pero como agradecimiento le dejan un anillo de oro y una letra de cambio en la que obliga a cualquier súbdito de Su Majestad Británica a ayudarle si lo necesita.
Fuera del edificio, Malatesta deja un recado a Iñigo( que estaba esperando al capitán), sobre asuntos pendientes que tiene con Alatriste.
Los miembros de la Corte que no se alojaban en el Alcázar Real, eran alojados o pensionados por la Regalía del Aposento y solían residir en los alrededores del palacio real y en los de la Cárcel de Corte (el actual Ministerio de Asuntos Exteriores), los principales enclaves urbanos que en ese momento pertenecían a la Corona. En consecuencia, los cortesanos y los oficiales reales se concentraban al oeste y al norte de la Villa Vieja, en el límite occidental de la Parroquia de San Martín y en la parroquia de Santa Cruz. No obstante, a lo largo del siglo XVII los nobles se diseminarán por casi toda la ciudad (salvo los barrios meridionales), en particular por ciertos ejes del norte (Hortaleza y Fuencarral) y, sobre todo, por las vías del este (Alcalá, San Jerónimo, Atocha) y sus transversales (Príncipe, Baño, Cedaceros, Turco), que, por su proximidad al Palacio del Buen Retiro, atraen a buen número de nobles, llegando a conformar un auténtico barrio aristocrático.
La Plaza Mayor es la célebre plaza porticada de Madrid, de planta rectangular. Formada en la segunda mitad del siglo XV como plaza del Arrabal, su actual apariencia remonta a la importante remodelación efectuada por iniciativa de Felipe III entre 1617 y 1619, bajo la dirección del arquitecto Juan Gómez de Mora. Los edificios que la formaban, de cinco alturas y pórtico, estaban destinados a viviendas, salvo el central del lado norte, que era la segunda Casa Consistorial, más conocida como Casa de la Panadería (un edificio preexistente, de 1590, que quedó integrado en el nuevo proyecto) y el del lado sur, la casa de la Carnicería (donde estaban las carnicerías de la Villa). Los soportales, sobre pilares de granito, y los bajos fueron destinados a comercios, según la siguiente distribución: desde la calle Nueva (hoy de Ciudad Rodrigo) hasta la de Toledo, los portales de paños; desde la de Toledo a la de Gerona, los de cáñamos y sedas (excepto el edificio de la Carnicería), y desde la calle Nueva a la de la Sal, los de sedas e hilos, salvo el tramo correspondiente a la Casa de la Panadería, donde estaban establecidos los despachos del Peso Real y del Fiel Contraste. En términos más generales, la zona oriental de la plaza y de sus aledaños se consagraba al comercio de abastos, mientras que la oriental lo hacía al de productos suntuarios. Además de ser el principal enclave comercial de la ciudad, en la Plaza Mayor se celebraban numerosos festejos y solemnidades, incluidos los juegos de cañas y toros; por ello, el 30 de febrero de 1620, al poco de acabadas las obras, se estableció la tasa por el alquiler de sus balcones para asistir a las fiestas reales: los del primer piso, a 12 ducados; los del segundo, a 8; los del tercero, a 6 y los del cuarto, a 4. También era el lugar donde se celebraban los autos de fe (desde 1624) y las ejecuciones públicas (como la célebre de don Rodrigo Calderón en 1621), colocándose el patíbulo delante del portal de pañeros si la pena era de garrote; frente a la Panadería, si era de horca, y ante los porches de la Carnicería, si era de cuchillo o hacha. La plaza sufrió diversos incendios que obligaron a otras tantas restauraciones, el más importante de los cuales fue el sufrido en agosto de 1790, que obligó a reedificar buena parte de la misma, bajo las órdenes del arquitecto Juan de Villanueva, quien redujo en dos las alturas de los edificios y proyectó el cerramiento de la plaza mediante los arcos realizados sobre sus accesos. Los artesanos y los mercaderes que les suministraban sus materiales o comercializaban sus productos tendían a localizarse en el centro y el sur de la ciudad, especialmente en los alrededores de la plaza Mayor y en la zona del Rastro. En torno a la primera preferían lugares como las plazas de Santa Cruz y Puerta Cerrada, así como las principales arterias de la ciudad (calles de Toledo, Mayor y Atocha). En particular, la confección tenía su sede principal en los soportales de la Plaza Mayor, mientras que las materias primas (seda y paño) se expendían en la calle Mayor. Cerca de la citada plaza se situaban también los cordoneros (calle Mayor y Puerta de Guadalajara), jubeteros (calle de Toledo), tundidores (cava de San Miguel y plaza de Herradores) y sombrereros (Arenal y Santa Cruz). Había zapateros por toda la ciudad, pero buena parte de ellos se concentraba en las cercanías de la iglesia de Santa Cruz, donde se aglutinaban otros oficios relacionados con la elaboración del calzado: esparteros y cordoneros. Dentro de las industrias del metal se establecía una clara diferencia entre los oficios artísticos y los artesanales. Los primeros (plateros, orfebres) se instalaban en la zona denominada la Platería, comprendida entre la calle del mismo nombre (que era el tramo final de la calle Mayor), las calles del Arenal y Santiago, y la plaza de Herradores. Los joyeros se hallaban establecidos en las calles Mayor, Atocha, Santa Cruz, Postas y en las covachuelas de San Francisco. En cambio los artesanos del metal (cuchilleros, latoneros, herreros, espaderos y caldereros) se situaban , siguiendo las ordenanzas municipales, en torno a Puerta Cerrada y la calle de Toledo. Por último, los que trabajaban con pieles(pellejeros, curtidores y zurradores) se situaban en el Rastro, en el límite meridional de la villa. ANÁLISIS DE LA ESTRUCTURA
El nudo o introducción consiste en los capítulos I, II, III y IV, donde la trama ya esta armada y la mayoría de los personajes presentados y, principalmente, la deuda que sienten los ingleses hacia Alatriste es revelada.
Los capítulos V, VI, VII, VIII y IX constituyen el desarrollo. Es donde el escritor muestra la huida del capitán de la casa del conde de Guadalmedina, y después lucha contra sus enemigos que le persiguen.
El desenlace está constituido por los capítulos X y XI, donde los ingleses pagan sus deudas al capitán, primero ayudándole en la pelea en el corral y luego con el anillo y la carta. RESUMEN
Esta historia comienza con la vida de un soldado veterano de los tercios de Flandes, que malvive en el Madrid de los Austrias del s. XVII en una España corrupta y en decadencia.
El capitán Alatriste no era el hombre más honesto, ni el más piadoso, pero era un hombre valiente. Se llamaba Diego Alatriste y Tenorio, y tenia una “excelente hoja militar” por lo que se alquilaba como espadachín para los trabajos sucios que los demás no querían hacer.
Iñigo Balboa, hijo de familia pobre, es acogido por el capitán como promesa a su padre Lope de Balboa, amigo de Diego en las guerras de Flandes.
El capitán, después de salir de la cárcel por impago de impuestos, sin dinero, habla con el teniente de alguaciles Martín Saldaña, antiguo compañero de Diego y Lope de Balboa, que le dice que unos hombres están interesados en su “espada” y que le pagarán muy bien, por lo menos para vivir satisfactoriamente después de pagar los impuestos pendientes.
Por la noche fue al lugar citado para hablar con los que le tenían que contratar. Los enmascarados hablaron de la misión, en la que tenían que asaltar a dos ingleses apellidados Smith, una misión que tenia gato encerrado. Su compañero, el italiano Gualterio Malatesta, también estaba presente. Uno de los enmascarados se marcha no sin antes advertir que no quería sangre, y aparece fray Emilio Bocanegra, el presidente del tribunal de la Inquisición, temido por todos, pues no era muy piadoso tanto con los que no eran católicos como con los que sí lo eran.
Este les dice que no hagan caso de lo que les han dicho y que aparte de robarles debían matarles, a cambio les darían veinte doblones más. Alatriste duda, pero le obligan a cumplir la misión.
Al día siguiente, por la noche, Alatriste y Malatesta acuden a cumplir la misión, y permanecen ocultos en la sombra a la espera de los dos ingleses. Cuando estos llegan empiezan a combatirse, y cuando el mayor, que luchaba contra Alatriste, es desarmado, pide cuartel para su compañero. Esto conmueve al capitán que le perdona la vida y además, desvía una estocada mortal de Malatesta al mas joven de los dos.
Diego los lleva a la casa del conde de Gualmedina donde descubre que los ingleses eran personajes de la realeza británica y que vienen a negociar el matrimonio entre la infanta doña María y uno de ellos, el príncipe Carlos Estuardo.
Alatriste pasa la noche en casa de su amigo pero debe volver a su apartamento donde duerme armado hasta los dientes, por si acaso.
Al día siguiente el teniente Martín le detiene y se lo lleva a una cabaña.
Iñigo en un acto de valentía los sigue y se queda esperando al capitán fuera. Dentro, en la casa, Alatriste se encuentra con uno de los enmascarados y con fray Emilio Bocanegra, que le interrogan sobre lo ocurrido con los ingleses y le dejan marchar sin más. Alatriste desconfía.
Al salir, le tienden una trampa e intentan matarlo unos hombres, entre ellos el italiano Malatesta. Con la ayuda de Iñigo, Diego consigue salvarse.
Mientras tanto, Iñigo se enamora de Angélica de Alquezar, hija de Luis de Alquezar secretario del rey. Inocentemente y sin saber la trampa que la niña le esta tendiendo, le cuenta todos los planes que él y Alatriste tienen.
Diego, ya un poco más tranquilo, va al teatro con Iñigo y sus amigos de la taberna, a ver una obra de Lope de Vega. Pero cinco espadachines le atacan y con mucho valor y la ayuda de Quevedo se enfrentan a ellos. Los ingleses que también estaban presentes al ver que el que estaba en peligro era el capitán no dudan en ayudarle. Por desgracia los guardias aparecen y se llevan a Quevedo, a Diego y a los espadachines que consiguen capturar, presos.
Al día siguiente, el capitán se encuentra con el conde de Olivares, y hablan del historial militar de Alatriste, pero lo que en verdad el conde quiere saber era quienes estaban implicados en la emboscada en la que Alatriste participó. Diego oculta la verdad y aparece Luis de Alquezar, quien implica indirectamente a fray Bocanegra, claro porque él era uno de los enmascarados.
Los ingleses vuelven a su país, pero como agradecimiento le dejan un anillo de oro y una letra de cambio en la que obliga a cualquier súbdito de Su Majestad Británica a ayudarle si lo necesita.
Fuera del edificio, Malatesta deja un recado a Iñigo( que estaba esperando al capitán), sobre asuntos pendientes que tiene con Alatriste.
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