Alberto López Simón, torero madrileño, llegó a Pamplona como un
desconocido y salió a hombros de la plaza entre los vítores de una
afición conmocionada por un chaval con aire flemático y frío, pero
preñado de valor inteligente, que cuenta con todas las papeletas para
ser pronto figura del toreo.
Llegó a San Fermín tras salir dos veces por la puerta grande de Las
Ventas el pasado mes de mayo, lo que le convierte en la esperanza más
importante de la temporada, aunque su nombre no figure en muchas ferias
por la mortecina miopía de los empresarios.
Jandilla/ Padilla, Moral, Simón
Toros de Jandilla, muy bien presentados, mansurrones, blandos, descastados y dificultosos.
Juan José Padilla: estocada caída (silencio), pinchazo, casi entera, casi entera contraria —aviso— y un descabello (silencio).
Pepe Moral: pinchazo, estocada tendida —aviso— cinco descabellos —2º
aviso— y un descabello (silencio); media estocada (silencio).
López Simón: estocada caída (oreja); estocada (dos orejas). Salió a hombros por la puerta grande.
Plaza de Pamplona. 7 de julio. Primera corrida de la feria de San Fermín. Lleno.
Este López Simón está dotado de un extraordinario valor, que combina
con una cabeza bien amueblada, lo que le permite colocarse en el sitio
que embisten los toros, atornillar las zapatillas, ofrecer una imagen de
sosiego, serenidad y templanza, y trazar muletazos que, a veces,
parecen imposibles, pero que son fruto de un deseo irrefrenable por ser
un torero de verdad.
No fue buena la corrida de Jandilla; grande, aparatosa de pitones,
—especialmente, quinto y sexto—, sosa, reservona y dificultosa, y bien
que lo pagaron en sus carnes Padilla y Moral, que no acabaron de ponerse
de acuerdo con sus respectivos lotes, sobre todo el jerezano, héroe de
Pamplona, que apareció desdibujado y con pocas ideas.
Pues con esos toros triunfó López Simón, porque su pundonor le
permitió superar la escasa calidad de sus toros; porque sus ganas
sobresalieron por encima de las dificultades, y porque llegó a esta
plaza dispuesto a demostrar que va a ser torero grande lo pongan o no en
las ferias.
Quieto como una vela, por estatuarios, comenzó la faena de muleta a
su primero, al que muleteó con la mano derecha de verdad, quieta la
planta, en un alarde de buen gusto y ligazón. Cuando el público le
prestaba ya más atención que a las viandas, bajó el diapasón con la
zurda, y López Simón se hincó de rodillas y, con pasmosa serenidad,
toreó por alto y se atrevió con un circular invertido que acabó con el
cuerpo del torero arrollado por un toro que no tenía espacio para pasar.
No contento aún con el derroche, citó por bernardinas antes de cobrar
una estocada caída.
Salió a por todas en el sexto, un toraco con astifinas defensas, y
ofreció otra lección de serenidad, quietud y ligazón, siempre muy bien
colocado, cerca de los pitones, y robando meritorios muletazos. Un
estoconazo de rápido efecto le colocó las dos orejas en las manos y lo
pasaportó para esa gloria que ojalá se transforme en muchos contratos.
Lo que está claro es que López Simón ha llegado para quedarse. Su
palmarés es envidiable: lleva cuatro corridas toreadas (dos en Madrid,
una en Istres y esta de Pamplona) y en todas ellas ha salido por la
puerta grande.
Caso muy distinto fue el de Juan José Padilla. El ídolo de Pamplona
no tuvo su día; es más, tuvo un día malísimo. Se le vio tristón,
alicaído, sin recursos, precavido y desconfiado. También tiene derecho
el hombre, pero llamó la atención cómo naufragó ante dos toros nada
fáciles que en otras épocas hubieran lucido en las manos de este
gladiador que ha podido con enemigos más complicados.
Tomó la muleta con la derrota en el semblante; no había más que ver
su disposición ante el primero para constatar que no estaba dispuesto a
entablar pelea alguna. El animal derrochó brusquedad en la misma medida
que Padilla evidenció que carecía de las armas precisas para plantarle
cara. Era un toro para jugársela y el torero consideró que, a estas
alturas, ya se la había jugado muchas veces. Algo parecido le ocurrió
ante el soso cuarto, con el ánimo por los suelos, y así se encerró en el
callejón a la espera de la segunda oportunidad que tendrá en esta feria
el próximo día 13.
Tampoco encontró el camino adecuado Pepe Moral, a quien tanta falta
le hace un triunfo. Áspero fueron sus toros, y él buscó y buscó en dos
faenas interminables en las que no encontró nada. Se eternizó, además,
con el descabello en el segundo, lo que acabó por enfadar a las peñas.
Encima…
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