TITULO: Juego de Niños - A la Una, la Mula ,. Sábado - 5- Agosto ,.
Juegos de niños,.
Sabado -5- Agosto , a las 22:00 por La 1, foto,.
Juego de Niños - A la Una, la Mula,.
A la Una, la Mula,.
Para dar inicio al juego, se elige quien será el que haga de mula o burro, en la posición de “burro” (como en la pídola).
Los demás de jugadores se colocan en fila para saltar consecutivamente por encima de él sin tocarlo con los pies mientras que cantan la estrofa correspondiente y realiza la acción ordenada.
Si algún jugador se equivoca recitando la letra o haciendo mal los gestos, paga y se convierte en la nueva mula.
Recitación de las acciones:
A la una, la mula
(saltar por encima, sin realizar ninguna acción especial)
A las dos, el gos
(saltar)
A las tres, las manecicas del revés
(poner las manos al revés cuando saltas),.
TITULO: LA PANTERA ROSA - Y LUKE LUKE - Cuerpos y ceremonias de Otobong Nkanga ,.
LA PANTERA ROSA - Y LUKE LUKE - Cuerpos y ceremonias de Otobong Nkanga , fotos,.
Cuerpos y ceremonias de Otobong Nkanga,.
El público podrá disfrutar de la puesta en escena de las piezas 'Somos', que firman las coreógrafas Carla Cervantes Caro y Sandra Egido Ibáñez; 'Lucero', de Alejandro Moya González; e '(Íor)', a cargo de Marc Fernández Mercadé,.
Un momento de un espectáculo de danza.
La quinta edición de 'Danza en el Camino', el festival itinerante organizado por la Consejería de Cultura y Turismo de la Junta de Castilla y León en el marco del 22º Certamen Internacional de Coreografía Burgos & Nueva York, llega este sábado 22 de julio a la plaza San Marcelo de León (21.00 horas).
El público podrá disfrutar de la representación de tres espectáculos que tienen en común su particular forma de vincular la danza contemporánea, los nuevos lenguajes coreográficos urbanos y la monumental arquitectura del Camino de Santiago. Las piezas seleccionadas son 'Somos', que firman las coreógrafas Carla Cervantes Caro y Sandra Egido Ibáñez; 'Lucero', a cargo del creador Alejandro Moya González; e '(Íor)', de Marc Fernández Mercadé.
La primera de las obras a concurso lleva el sello de Carla Cervantes Caro y Sandra Egido Ibáñez. Interpretada también por las propias coreógrafas, 'Somos' es un dúo de danza donde el lenguaje y el movimiento corporal dialogan con la intención de transmitir un mensaje íntimo que reivindica el momento presente. Su propuesta encarna y simboliza un viaje de conexiones y conversaciones internas que, según sus creadoras, «nos llevan a afrontar enredos emocionales». Es, afirman, un trabajo que aborda «ese espacio en el que poder apreciar la belleza del desorden, del arte en movimiento, de la unión y el conjunto, de la escucha interna y el vínculo».
La coreografía 'Lucero' de Alejandro Moya González es la segunda de las obras a competición. Bailada por su coreógrafo, la pieza surge como un encuentro, un rito, una historia de amor entre un hombre y un objeto: un capote. Un encuentro para dar vida a lo inanimado, para enamorarse de lo que no se ve, del vacío que rellena las formas, de los sentimientos que habitan ocultos detrás de acciones. Una ceremonia íntima, en la búsqueda de un modo de sentir. Es también un homenaje, una búsqueda de las raíces y una forma de situarse en relación a ellas.
La tercera y última de las piezas a concurso lleva el título '(Íor)'. Marc Fernández Mercadé bailará esta pieza, en la que no importa de dónde vienen ni a dónde van, ni tan solo saber si realmente llega a suceder. '(Íor)' es simplemente un paréntesis; un encuentro efímero que se dilata en un espacio-tiempo de «nuestro imaginario y nos arrastra en una espiral de fuerzas contrarias que se ayudan y se impiden mutuamente. Un viaje in crescendo entre dureza y fragilidad, dos cuerpos en busca de la simbiosis perfecta que les permita, juntas, seguir avanzando», afirma el autor.
Organización
'Danza en el Camino' está dirigido por el coreógrafo Alberto Estébanez y organizado por la Junta de Castilla y León. Cuenta con el patrocinio de la Xunta de Galicia a través de AGADIC (Axencia Galega das Industrias Culturais) y el Centro Coreográfico Galego a través de la colaboración con la Plataforma Cultural Sólodos y con el apoyo las diputaciones de Burgos, Palencia y León y los ayuntamientos de Burgos, Castrojeriz, Villalcázar de Sirga, Carrión de los Condes, Frómista, Mansilla de las Mulas, Carracedo, Sarria, Portomarín, Santiago de Compostela, León, Bilbao, Canfranc y Jaca.
Se enmarca en el programa de actividades del Certamen Internacional de Coreografía Burgos & Nueva York, una iniciativa de CIDANZ Ballet Contemporáneo de Burgos con el patrocinio del Instituto Municipal de Cultura y Turismo del Ayuntamiento de Burgos y el Ministerio de Cultura y Deporte.
TITULO: EL CLUB COMEDIA - Manet y Degas, Pintar la modernidad,.
Manet y Degas, Pintar la modernidad,.
Algún día, a principios de los años 1860, Édouard Manet paseaba por las salas del Louvre con su bastón de marfil y su sombrero de copa. Sus pasos, como acostumbraban, le dirigieron hasta el Retrato de la infanta Margarita de Velázquez que, aquella mañana, un joven artista copiaba sosteniendo en la mano una plancha de cobre que atacaba con una punta de aguafuerte. Intrigado por su manera de hacer las cosas, Manet se acercó para hablar con él. Fue la chispa que prendió la relación entre Édouard Manet y Edgar Degas, los dos genios de la “Nueva Pintura” francesa formados en la tradición de los maestros antiguos antes de convertirse en revolucionarios. Los grabados de Degas y Manet a partir de este retrato de Velázquez están entre las 120 obras de la gran exposición de esta primavera en el Museo de Orsay de Paris que viajará en septiembre al Metropolitan de Nueva York, es: “Manet/Degas”. La idea de reunir y confrontar por primera vez a estos dos gigantes en un diálogo inédito fue la última ambición de su directora, Laurence des Cars, antes de ser nombrada por Macron primera mujer en dirigir el Louvre.
Abren la muestra los autorretratos de Édouard Manet (1832-1883) y Edgard Degas (1834-1917). El de Manet es vivo, suelto y de una pincelada tan libre que su mano está solo sugerida por una simple mancha ocre. Sin embargo, Degas desde su retrato de factura más tradicional, nos mira con unos ojos intensos y ya apesadumbrados. Entre ambos cuadros el montaje de la exposición ha dejado un pequeño hueco vacío, una rendija por la que asoma Olympia colgada detrás. Sólo vemos parte de su cara y del ramo de flores que, como un intenso fuego artificial, le acerca su criada.
Edouard Manet, Autorretrato (1878-1879), Colección particular.
Edgar Degas, Retrato del artista (1855), Paris, Museo de Orsay.
Ambos nacieron en París en los primeros años de la Monarquía de Julio, eran hijos de familias burguesas bien establecidas y compartieron tardes en los cafés y en las carreras de caballos.Tras asistir a escuelas de sólida reputación, abandonaron sus estudios de Derecho, a los que les predestinaban sus orígenes, para dedicarse a su vocación artística que completaron con viajes a Italia. Participaron en la guerra de 1870 y en las consecuencias de la Comuna. Estuvieron unidos por muchas circunstancias y permanentemente separados por otras. Manet era radiante, arrollador, un republicano convencido que teñía sus obras de política y tenía un estudio siempre abierto a amigos, críticos y escritores. Degas era más introvertido, nunca se casó, su taller era un espacio reducido a sus búsquedas y prácticas artísticas.
Antes y después del nacimiento del Impresionismo, abordado por la exposición bajo una nueva perspectiva, las similitudes y diferencias estilísticas entre los dos pintores resultan evidentes en los temas que pintaron, en las escenas de la vida parisina que comparten la misma cualidad de instantánea y en el mercado y los coleccionistas que conquistaron. Pero mientras Manet se limitó a conservar una fotografía de Degas, éste pintó varios retratos de Manet, entre ellos Monsieur et Madame Edouard Manet (1868-69). Es una escena de interior en la que Manet aparece cómodamente recostado en un sofá, con una pierna doblada sobre el asiento y una mano metida en el bolsillo, mira y escucha con atención a su mujer que toca el piano. Suzanne Leenhoff, música holandesa, fue su profesora de piano antes de convertirse en su mujer en 1863. Su presencia, siempre serena, aparece regularmente en las obras del artista. Cuando Manet, quien no soportaba "una deformación de los rasgos de su querida Suzanne", recibió el cuadro, lleno de ira recortó con una navaja toda la franja en la que aparecía ella. Degas descubrió su cuadro incompleto y se ofendió profundamente. Fue la causa de la "más grave disputa" entre los dos pintores. Años más tarde, Degas añadiría una tira de lienzo a la obra en la idea de "restaurar a Madame Manet" y devolverle su cuadro, pero nunca llegó a terminarlo. La exposición completa este vacío con una obra de Manet: Madame Manet al piano, en la que sí vemos a Suzanne vestida de negro, con su mirada fija en la partitura, delante de su piano y de un espejo dorado de estilo Napoleón III.
Edgar Degas, Monsieur et Madame Édouard Manet (1869-1869), Kitakyushu Municipal Museum of Art.
Es tentador suponer que el añadido de esta tira de lienzo fue realizado en la década de 1890, cuando Degas buscaba y reunía los fragmentos dispersos de la segunda versión de La ejecución de Maximiliano que la familia de Manet se había "atrevido a recortar". Este cuadro mutilado y brutal cierra hoy la exposición en una sala reservada solo para él. Sobre un fondo de paisaje en Querétaro, siete soldados apuntan sus fusiles sobre el emperador de México en una versión moderna de Los fusilamientos de la Moncloa de Goya. La influencia de Velázquez sobre Manet, que fue casi total entre 1865 y 1867, es sustituida por la huella de Goya que aparece cuando Manet se enfrenta a la composición de esta obra y a la de El balcón. Era como si la constante confrontación de Manet con el modelo antiguo fuera la esencia misma de su modernidad.
Edouard Manet, Ejecución de Maximiliano (1867-1868), Londres, National Gallery.
La Olympia (1863-1865) de Manet se expone centrada en la primera sala junto a otros desnudos de Degas. Es una obra poderosa en el despliegue de su belleza, en la espesura de todos los blancos de las sábanas conseguidos con una densidad excepcional de los pigmentos y en el abanico en platas y grises que conforman los pliegues de las almohadas. Sobre ellas, descansa la modelo favorita de Manet, Victorine Meurent, de piel clara y ojos avellana. Tiene una flor enganchada en el moño y nos mira fija en la misma postura de la Venus de Urbino de Tiziano. Está vestida solo por sus joyas, calzada con unos zapatos escotados de seda y tumbada sobre un mantón de Manila. Su criada le acerca un ramo que nos recuerda la delicadeza con la que Manet pintó pequeños jarrones de flores.
Édouard Manet, Olympia (1863-1865), Paris, Museo de Orsay.
Detrás de Olympia hay una pared dedicada a dos retratos de grupo: La familia Bellelli de Degas y El balcón de Manet. Degas pinta un monumental retrato de familia en el interior de su salón florentino. En el verano de 1858 se traslada a casa de su tía Laure de Gas -verdadera grafía del apellido que el artista utilizó hasta 1873- donde el joven pintor comenzó a trabajar en uno de sus lienzos más importantes. Ampliado al formato de un cuadro de Historia su modernidad reside en la sutileza con la que Degas expresa las tensiones de un hogar profundamente infeliz: delante de una pared de salón teñida en azules aparece Laure de Gas, aún joven pero rígida y vestida de luto hasta los pies. Al pintor le interesa tanto la fuerza expresiva de los cuerpos como la de los rostros. Su figura forma un gran triángulo en el cuadro junto a sus dos niñas también vestidas de negro y con delantales blancos y almidonados. El spaniel de la familia aparece decapitado por el borde del cuadro en un alarde de modernidad fotográfica.
Edgar Degas, Retrato de la familia Bellelli (1858-1869), Paris, Museo de Orsay.
La parte más poderosa de la exposición es una esquina en la que, por la proximidad de los lienzos, la comparación resulta fascinante. De un lado, Torero muerto (1864) de Manet, del otro Jockey herido (1866) por Degas, unidas por el fuerte escorzo de sus protagonistas. En la soledad del torero muerto sobre el suelo, en sus negros, marrones y el capote rosa, en la espada, en la mano del torero apoyada sobre la herida mortal, en los botones azabache, en las medias blancas y en la profundidad del fondo en un ocre indefinido, Manet pinta el silencio y la muerte. Su moderna mirada sobre Velázquez buscaba trascenderlo y crear un realismo de su propio tiempo. En la otra pared, Degas y Jockey herido (1866). En él tres caballos en mitad de una carrera atraviesan el lienzo con la velocidad del galope tendido dejando atrás a un jinete caído. La solidez del cuerpo del torero tumbado sobre el suelo no está en el jinete, quien, con una perspectiva extraña y distinta, parece flotar en un terreno indefinido entre el sonido del galope y el relincho de la carrera.
Édouard Manet, El torero muerto (1864). Washington, National Gallery of Art.
Edgar Degas, Jockey herido (1866), Washington, National Gallery of Art.
El resto de la exposición transcurre por unas salas con escenas en el mar de uno y otro pintor, en plancheros, entre modistas y sombreros, en jardines y, sobre todo, por los soberbios retratos de los dos pintores. Como Manet, Degas fue ante todo un pintor del figuras, por sus venas corría la sangre de los hombres de ciudad, el flaneur parisino. Frente al Retrato de Diego Martelli (1879) de Degas, Manet exhibe el Retrato de Stéphane Mallarmé con la frescura de un apunte.
En 1883, Manet muere de manera repentina a los 51 años. Su fallecimiento marcó de manera profunda a Degas, quien en su entierro afirmó: “Era mucho más grande de lo que pensábamos”, y empezó a comprar obras de Manet como parte de su colección privada.
Edgar Degas, Retrato de M.Diego Martelli, (1879),Edimburgo, National Galleries of Scotland.
fotos / Édouard Manet, Retrato de Stéphane Mallarmé (1876), Paris, Museo de Orsay.
Al salir de la exposición, nos acercamos hasta la sala en la que cuelga Homenaje a Delacroix (1864), el cuadro de grupo en el que Henri Fantin-Latour pintó a Manet entre Baudelaire, Whistler y otros intelectuales del momento. Esos diez hombres severos de levita negra y camisa de cuello duro, en unos blancos y negros más propios de Frans Hals, impulsaron la revolución de la pintura moderna.
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