TITULO: EL SILENCIO POR FAVOR - DESAYUNO -CENA - DOMINGO -LUNES - EL ARBOL DE TU VIDA - MARTES - 1, 8 - Noviembre -Nacho Cano Cantante y compositor ,.
EL ARBOL DE TU VIDA - MARTES - 1, 8 - Noviembre,.
Conducido por Toñi Moreno, el espacio investiga el árbol genealógico de los personajes más queridos de nuestro país. El martes- 1, 8 - Noviembre , a las 22:30 por antena 3, etc.
EL SILENCIO POR FAVOR - DESAYUNO - CENA - DOMINGO - LUNES -Nacho Cano Cantante y compositor ,.
EL SILENCIO POR FAVOR - DESAYUNO - CENA - DOMINGO - LUNES - Nacho Cano Cantante y compositor .,fotos.
Nacho Cano Cantante y compositor ,.
Malinche’: Nacho Cano convierte la conquista de México en un sainete delirante,.
Música pegadiza, buenos cantantes, una escenografía vistosa y un magnífico cuerpo de baile con la presencia estelar del bailaor Jesús Carmona, ganador del premio Benois al mejor intérprete masculino de danza del mundo el año pasado, que viene a ser como el Oscar en su disciplina. Sin duda sus
Desayuno ,.
coreografías y zapateados son lo mejor de Malinche, el musical creado y dirigido por Nacho Cano, estrenado este jueves en Madrid. Asegura el antiguo integrante del desaparecido grupo Mecano que lleva 12 años trabajando en este proyecto y da fe de ello en un documental de hora y media que se emite en Netflix y que muestra cómo fue el proceso de investigación previo, la composición de la música y los ensayos. Cabía esperar, por tanto, un espectáculo mimado hasta el último detalle. Lo está en los aspectos citados, pero falla en la base: el libreto.
Cena
No solo por la superficialidad del argumento y el nulo desarrollo de los personajes, sino porque convierte la conquista española de México en un sainete con diálogos burdos, chistes picantones y algunas escenas delirantes. Hernán Cortés se embarca para huir de un lío de faldas y pega un brinco cada vez que aparece una moneda de oro en escena. El cura que lo acompaña se pirra por los mozos y por momentos parece una parodia de la Iglesia católica. Su ejército está formado por hombres bulliciosos y alegres que bailan flamenco, mientras que los aztecas son salvajes que sacrifican niños en ofrenda a su dios. Moctezuma es un místico bobalicón que acaba ascendiendo al cielo (literalmente) tras convertirse al cristianismo. Y la indígena Malinche, supuesta protagonista de la historia, apenas tiene dos escenas habladas y le basta un segundo para enamorarse de Cortés.
Si lo que pretendía Nacho Cano era ofrecer una revisión glorificadora de la conquista —o al menos eso se deduce del documental y de lo que explicó la semana pasada en su presentación a la prensa— no lo consigue con el libreto. Es tan simple que no hay por dónde rebatirlo y resulta inocuo. En cambio, las letras de las canciones tienen pegada en ese sentido. Por ahí puede calar el mensaje. Al estilo de los musicales de Disney, de los que parece haberse empapado el autor. “México grande, libre / mágico mundo nuestro”, repite el estribillo del tema estrella, que su autor define como “un himno a la alegría”, con una base musical y unos ritmos que recuerdan a los de Mecano. “Soy hijo del mezcal, la espada y el flamenco”, dice otro que no le debió de encajar en el argumento, pero que los intérpretes ejecutan al final como coda.
Todo invita a celebrar “el encuentro entre dos pueblos y sus culturas” y la bonita historia de amor entre Cortés y Malinche, de la que se dice que nació el mestizaje. La música suena a todo volumen, mucha percusión, guitarras eléctricas de vez en cuando y coreografías veloces para propiciar el subidón. Y por si a alguien no le ha llegado en la función, durante los aplausos de pronto el elenco se pone a cantar grandes éxitos de Mecano y entonces ya logran que todo el público se ponga en pie a bailotear en sus asientos.
Al menos, eso pasó la noche del estreno. Nunca hay que confiar en la reacción de los espectadores de una première porque la mayoría son amigos o familiares. Todos invitados, por supuesto. Pero en el caso de Malinche todavía menos por los elementos “extrateatrales” que han rodeado la producción desde sus inicios. Primero, por la romantización de una historia cargada de violencia. En segundo lugar, porque esa perspectiva parece gustar al Ayuntamiento de Madrid, gobernado por el PP, que el año pasado ofreció un solar para levantar una pirámide azteca como escenario del espectáculo, aunque poco después tuvo que recular por ceder a dedo un espacio público y al final Nacho Cano ha tenido que conformarse con una carpa en el recinto ferial Ifema (enorme, eso sí). A lo que se añade la confesada amistad entre el músico y la presidenta madrileña Isabel Díaz Ayuso. El proyecto quedó entonces irremediablemente señalado como el “musical de la derecha española”. Alimento para las trincheras de las guerras culturales.
Por eso había muchas expectativas cruzadas anoche. ¿Estaría Ayuso? Por supuesto, fue una de las primeras en llegar. También José María Aznar, Marta Sánchez y Toni Cantó. Y un popurrí variado en el que cabían desde Butragueño o Joaquín de Luz (director de la Compañía Nacional de Danza) hasta Massiel, Carlos Latre y Paco Clavel. No estaba Chanel, que iba a encarnar a Malinche hasta que hace dos semanas anunció que se bajaba del proyecto para grabar un disco. Al menos no se la vio por las primeras filas. Nacho Cano salió a saludar al final de la función y agradeció su apoyo a los amigos de las primeras filas, “sin los cuales no habría sido posible este sueño”. Mencionó expresamente a Ayuso. Y a ella pareció gustarle todo mucho porque aplaudió a rabiar.
TITULO:
Lunes -7, 14 - Noviembre - Imprescindibles - Attilio, el autor de 99 años que inventa y dibuja historias para niños ,.
LUNES -7, 14 - Noviembre - Imprescindibles ,.
Imprescindibles,
serie de documentales sobre los personajes más destacados de la cultura
española del siglo XX cada semana en La 2, el lunes - 7, 14 - Noviembre , a las
21:00, foto . Attilio, el autor de 99 años que inventa y dibuja historias para niños ,. El maestro de la ilustración italiana sigue publicando obras para lectores casi un siglo más jóvenes que él. “Escribo para el niño que fui hace muchísimo tiempo”, asegura,.
Attilio Cassinelli ha vivido la Segunda Guerra Mundial e incontables crisis económicas. La mayoría de sus lectores, en cambio, no sabe ni qué significan esas palabras. El escritor lleva casi un siglo en el planeta: le falta justo un año para cumplirlo. Sus fans, al revés, acaban de llegar al mundo. Él lo ha visto casi todo. Ellos, casi nada. Aun así, el señor muy mayor y los señores muy pequeños se entienden de maravilla. Tanto que Cassinelli sigue a sus 99 años (Génova, 1923) creando y dibujando libros infantiles que el público devora. “No escribo para ellos, sino para mí, para el niño que fui hace muchísimo tiempo. Si la cosa sigue funcionando, tal vez sea porque los niños no han cambiado mucho o porque, al menos de jovencitos, tenemos algo que nos hace iguales a todos”, asegura el autor en un correo electrónico. Su talento, eso sí, supera cualquier comparación.
Las pruebas sobran: más de 200 obras publicadas, traducidas a una quincena de idiomas —en castellano, catalán y euskera le edita Edebé—. Más de cinco décadas de carrera, celebradas en 2020 con la primera muestra que la Galería de Arte Moderno y Contemporáneo de Roma dedicó a un ilustrador. Cuando Attilio —su nombre artístico, sin el apellido— visitó por primera vez la Feria del Libro infantil de Bolonia, a España aún le quedaba casi una década de franquismo. Era 1966 y aquel dibujante desconocido colgaba en un pequeño stand su primera obra, La casa en el árbol. Medio siglo después, el mismo evento le dedicó un gran homenaje. Porque, mientras tanto, Attilio se había convertido en un maestro.
“Realmente no sé cómo debe ser un buen libro para niños. Solo puedo decir que siempre he buscado la ligereza y la síntesis. Creo que las cosas sencillas son más fáciles de llevar”, asegura. Para comprobarlo, basta mirar sus obras. Trazos limpios y concisos, colores brillantes, una pincelada de humor. Las palabras son pocas, en mayúsculas. A veces, incluso desaparecen. Y, así, los dibujos abrazan toda la página y al propio lector. “Poeta en imágenes”, le han bautizado algunos. “Creo que cada cuento debe incluir una pausa, un respiro hecho solo de una atmósfera, o un silencio. Y me gusta pensar que un vacío permite al niño imaginar una parte de la historia”, defiende Attilio. Por ejemplo, de dónde salió la cabra que se come las hojas de los ratoncitos Titta y Neo. O qué se le ha ocurrido a Bob el perro para ayudar a Pericles el gato a encontrar un tesoro.
Attilio se fía de la inteligencia de sus lectores. Al fin y al cabo, les unen muchos años de alegrías. Aunque, a la vez, sus historias les cuidan. “En las tramas entran siempre argumentos primarios tangibles, como la naturaleza, los animales, los árboles, la amistad o merendar juntos. La vida del campo, la que prefiero”, explica el autor. En ocasiones, adapta a su estilo clásicos como Caperucita Roja, Los tres cerditos o Los músicos de Bremen. O sus célebres ilustraciones de Pinocho. En otras, crea desde cero fábulas y dibujos. O juegos de mesa, dominós y hasta un zoo de papel. Es probable que muchas de sus obras hayan descubierto un nuevo mundo a unos cuantos lectores. Pero él lo relativiza. “Nunca lo había pensado, e intentaré seguir sin hacerlo. De todos modos, espero no haber arruinado a ningún ser humano en su primera lectura”, responde. Por si no estuviera clara la ironía, el propio correo lo remarca entre paréntesis: “Se ríe”.
Sus libros, en realidad, han recibido decenas de reconocimientos. Attilio confiesa que le gustan, los agradece: “Me hago el modesto, pero me pongo contento”. Todavía recuerda cuando, después de una cirugía complicada en los ochenta, una clase de niños de Sicilia le envió dibujos, cartas y un regalo, para amenizar su convalecencia: “Me hizo sentir importante”.
Desde luego, lo es. Para sus lectores. Y para toda la ilustración italiana. Huérfano de madre, Attilio empezó trabajando en un banco, por deseo de su padre. Pronto, sin embargo, se fugó hacia la pintura. También fue diseñador gráfico de publicidad, aunque, según él, el camino siempre estuvo claro: “No creo que haya elegido. Ha sucedido, simplemente porque nunca he dejado de dibujar. De pequeño, antes de la guerra, durante, después, desde los cincuenta hasta hoy. Y una serie de combinaciones hizo de la literatura infantil mi oficio”.
En ello continúa. Aunque, desde hace un tiempo, le ayuda su hija, Alessandra. Él sostiene que antes podía apañárselas solo, pero el mundo editorial se ha vuelto “más complejo”. Aun así, nada frena sus ganas de inventar historias. “Sustancialmente, porque es divertido. En la tele echan siempre las mismas películas. Además, la relación con tantos niños y profesores que me rodean me resulta estimulante. Es una forma de mantenerme joven”, afirma. Parece uno de sus cuentos: érase una vez un hombre de casi un siglo que todavía aprendía. Y unos maestros de dos o tres años, que tenían muchísimo que enseñar.
El maestro de la ilustración italiana sigue publicando obras para lectores casi un siglo más jóvenes que él. “Escribo para el niño que fui hace muchísimo tiempo”, asegura,.
Attilio Cassinelli ha vivido la Segunda Guerra Mundial e incontables crisis económicas. La mayoría de sus lectores, en cambio, no sabe ni qué significan esas palabras. El escritor lleva casi un siglo en el planeta: le falta justo un año para cumplirlo. Sus fans, al revés, acaban de llegar al mundo. Él lo ha visto casi todo. Ellos, casi nada. Aun así, el señor muy mayor y los señores muy pequeños se entienden de maravilla. Tanto que Cassinelli sigue a sus 99 años (Génova, 1923) creando y dibujando libros infantiles que el público devora. “No escribo para ellos, sino para mí, para el niño que fui hace muchísimo tiempo. Si la cosa sigue funcionando, tal vez sea porque los niños no han cambiado mucho o porque, al menos de jovencitos, tenemos algo que nos hace iguales a todos”, asegura el autor en un correo electrónico. Su talento, eso sí, supera cualquier comparación.
Las pruebas sobran: más de 200 obras publicadas, traducidas a una quincena de idiomas —en castellano, catalán y euskera le edita Edebé—. Más de cinco décadas de carrera, celebradas en 2020 con la primera muestra que la Galería de Arte Moderno y Contemporáneo de Roma dedicó a un ilustrador. Cuando Attilio —su nombre artístico, sin el apellido— visitó por primera vez la Feria del Libro infantil de Bolonia, a España aún le quedaba casi una década de franquismo. Era 1966 y aquel dibujante desconocido colgaba en un pequeño stand su primera obra, La casa en el árbol. Medio siglo después, el mismo evento le dedicó un gran homenaje. Porque, mientras tanto, Attilio se había convertido en un maestro.
“Realmente no sé cómo debe ser un buen libro para niños. Solo puedo decir que siempre he buscado la ligereza y la síntesis. Creo que las cosas sencillas son más fáciles de llevar”, asegura. Para comprobarlo, basta mirar sus obras. Trazos limpios y concisos, colores brillantes, una pincelada de humor. Las palabras son pocas, en mayúsculas. A veces, incluso desaparecen. Y, así, los dibujos abrazan toda la página y al propio lector. “Poeta en imágenes”, le han bautizado algunos. “Creo que cada cuento debe incluir una pausa, un respiro hecho solo de una atmósfera, o un silencio. Y me gusta pensar que un vacío permite al niño imaginar una parte de la historia”, defiende Attilio. Por ejemplo, de dónde salió la cabra que se come las hojas de los ratoncitos Titta y Neo. O qué se le ha ocurrido a Bob el perro para ayudar a Pericles el gato a encontrar un tesoro.
Attilio se fía de la inteligencia de sus lectores. Al fin y al cabo, les unen muchos años de alegrías. Aunque, a la vez, sus historias les cuidan. “En las tramas entran siempre argumentos primarios tangibles, como la naturaleza, los animales, los árboles, la amistad o merendar juntos. La vida del campo, la que prefiero”, explica el autor. En ocasiones, adapta a su estilo clásicos como Caperucita Roja, Los tres cerditos o Los músicos de Bremen. O sus célebres ilustraciones de Pinocho. En otras, crea desde cero fábulas y dibujos. O juegos de mesa, dominós y hasta un zoo de papel. Es probable que muchas de sus obras hayan descubierto un nuevo mundo a unos cuantos lectores. Pero él lo relativiza. “Nunca lo había pensado, e intentaré seguir sin hacerlo. De todos modos, espero no haber arruinado a ningún ser humano en su primera lectura”, responde. Por si no estuviera clara la ironía, el propio correo lo remarca entre paréntesis: “Se ríe”.
Sus libros, en realidad, han recibido decenas de reconocimientos. Attilio confiesa que le gustan, los agradece: “Me hago el modesto, pero me pongo contento”. Todavía recuerda cuando, después de una cirugía complicada en los ochenta, una clase de niños de Sicilia le envió dibujos, cartas y un regalo, para amenizar su convalecencia: “Me hizo sentir importante”.
Desde luego, lo es. Para sus lectores. Y para toda la ilustración italiana. Huérfano de madre, Attilio empezó trabajando en un banco, por deseo de su padre. Pronto, sin embargo, se fugó hacia la pintura. También fue diseñador gráfico de publicidad, aunque, según él, el camino siempre estuvo claro: “No creo que haya elegido. Ha sucedido, simplemente porque nunca he dejado de dibujar. De pequeño, antes de la guerra, durante, después, desde los cincuenta hasta hoy. Y una serie de combinaciones hizo de la literatura infantil mi oficio”.
En ello continúa. Aunque, desde hace un tiempo, le ayuda su hija, Alessandra. Él sostiene que antes podía apañárselas solo, pero el mundo editorial se ha vuelto “más complejo”. Aun así, nada frena sus ganas de inventar historias. “Sustancialmente, porque es divertido. En la tele echan siempre las mismas películas. Además, la relación con tantos niños y profesores que me rodean me resulta estimulante. Es una forma de mantenerme joven”, afirma. Parece uno de sus cuentos: érase una vez un hombre de casi un siglo que todavía aprendía. Y unos maestros de dos o tres años, que tenían muchísimo que enseñar.
TITULO: ELLA & -¿A quién le interesa un colegio de periodistas?,.
¿A quién le interesa un colegio de periodistas?,.
foto / Seamos prácticos. ¿En qué nos puede beneficiar a los periodistas que los poderes públicos impulsen la creación de un colegio tal y como se ha planteado al margen de las organizaciones profesionales representativas?
Un colegio no garantiza ninguna mejora laboral o salarial. Para eso están los sindicatos. Tampoco acabará con el espantajo del intrusismo profesional porque la colegiación obligatoria para ejercer como informador es ilegal, como bien saben en la oficina del Defensor del Pueblo, que recurrió esta exigencia ante el Tribunal Constitucional en marzo de 1986.
¿Tal vez tendríamos mejores posibilidades de formación y reciclaje profesional? No necesariamente. Esto no depende de la existencia de ningún colegio, sino de la disponibilidad de recursos. Y estas entidades no son precisamente la mejor fórmula legal para obtener financiación externa. Colegios de otras profesiones se han visto últimamente en la necesidad de crear una fundación para no perder las posibilidades económicas que se les escapaban por su condición de "corporación de derecho público". Y hay que suponer que la idea última no sería tener un colegio subvencionado por el gobierno de turno, porque, entonces, adiós definitivo al mito de la independencia.
Se argumenta también que nos serviría para la defensa de la profesión y la salvaguarda de la libertad de expresión. Tal vez. Pero eso ya lo estamos haciendo desde hace muchos años (y con ejemplos muy recientes) las organizaciones reconocidas en todo el Estado como la Unió de Periodistes Valencians.
En un gremio como el periodístico, primo hermano de la clase política, izar la bandera colegial como la gran solución a nuestros problemas es, en el mejor de los casos, una colosal maniobra de distracción dirigida a las generaciones más jóvenes, aquellas que más intensamente sufren la desprotección de un mercado laboral cada vez más inundado de contratos precarios por jornadas interminables de trabajo. Esta situación sangrante se vive aquí, pero también en Galicia y en Cataluña, los únicos territorios de la Europa comunitaria donde teóricamente funcionan colegios de periodistas. Y decimos teóricamente porque, desde el punto de vista jurídico, tampoco en estos casos se puede hablar stricto sensu de colegios. Mirándolo bien, son unas asociaciones profesionales más, porque ningún periodista gallego o catalán está obligado a colegiarse para trabajar. Mientras tanto, en el resto del continente no hay instituciones que reconozcan esta clase de organismos como interlocutores válidos de los profesionales de la comunicación. En el caso de los periodistas, los consideran una reminiscencia decimonónica; tal vez tan pintoresca como sería exigir ahora la creación de un Colegio Oficial de Políticos (al que, en justa correspondencia, sólo podrían acceder los licenciados en Ciencias Políticas) para hacer de concejal, diputado o consejero, pongamos por caso.
Los periodistas, los que estamos en activo y los que se preparan para estarlo, tenemos por delante una enormidad de retos. Si hemos decidido ejercer la libertad de expresión de modo continuo y remunerado (el oficio no es más que eso en realidad) es para preguntar y contar lo que alguien intenta ocultar, pero que la ciudadanía tiene derecho a saber. Y para cumplir con lo que se espera de nosotros de manera honesta y responsable, con sentido crítico y sin sensacionalismo zafio, no necesitamos ningún colegio. El prestigio social que se han comido tantos programas de chácharas, polémicas prefabricadas, rutinas de oficina y servilismos diversos, no lo vamos a recuperar a base de etiquetas colegiales. Carl Bernstein no la necesitó para destapar el caso Watergate porque ni tan sólo era universitario. En cambio, Bob Woodward lucía un buen currículum académico. Con trayectorias tan diferentes, a ellos sólo les unió un interés: el periodismo bien hecho y de calidad. Con título y sin él. Justo lo mismo que desde siempre han reivindicado la Unió de Periodistes Valencians y la Federación de Asociaciones de Prensa de España donde estamos integrados. ¿Será por eso que nos quieren colar el submarino de un colegio autóctono? Por cierto, ¿qué hacemos con los cámaras, los fotógrafos o los dibujantes de prensa? ¿Es que no son periodistas por no haber pasado por la facultad como la mayoría de nosotros?,.
TITULO:
EL BAR ESQUINA - REVISTA CAMPO - TAPAS Y BARRAS - UN PAIS PARA
COMERSELO -PESADILLA EN LA COCINA -Jueves -3, 10 - Noviembre -Ensalada asiática con ternera, chile y cilantro ,.
Jueves - 3, 10 - Noviembre - Pesadilla en la Cocina es
un programa de televisión español de telerrealidad culinaria,
presentado por el chef Alberto Chicote, emitido habitualmente los jueves
a las 22:30 en La Sexta. Nuevas broncas, enfrentamientos y arcadas; Alberto Chicote regresará con nueva temporada de Pesadilla en la cocina. Tras una temporada de descanso, Pesadilla en la cocina vuelve
Alberto Chicote con las pilas bien cargadas. El chef de laSexta
intentará reflotar nuevos restaurantes y se enfrentará a nuevos retos,
etc.
EL BAR ESQUINA - REVISTA CAMPO - TAPAS Y BARRAS - UN PAIS PARA COMERSELO - LA COCINA DOMINGO - LUNES -Ensalada asiática con ternera, chile y cilantro ,.
EL BAR ESQUINA - REVISTA CAMPO - TAPAS Y BARRAS - UN PAIS PARA COMERSELO - LA COCINA DOMINGO - LUNES - Ensalada asiática con ternera, chile y cilantro .,fotos.
Ensalada asiática con ternera, chile y cilantro,.
Aunque en mi área de influencia el verano no está siendo especialmente cabrito –traducido: hace calor, pero por las noches se puede dormir–, la cosa tampoco está para cocidos, así que la ensalada y las cosas frescas siguen siendo el plato estrella hasta nueva orden. En busca de esa variedad que le da la vida a la ensalada como concepto -y a todo en general: comer cada día sota, caballo y rey te puede matar de aburrimiento por mucho que te guste el ingrediente en cuestión– nació esta ensalada un poco japonesa, algo chinorri, ligeramente tailandesa y bastante frescachona.
Le añadí un poco de ternera que había sobrado de un roast beef que hice para una cena con amigotes el día anterior para convertirla en plato único, pero la carnaca es perfectamente sustituible por pollo,
tortilla a tiritas o huevo duro, gambas o tofu. La idea es que la proteína en cuestión sea una porción pequeña, a modo de acompañamientode un plato vegetal. También podemos usar, directamente, nada más que los vegetales, pero es posible que un par de horas después de la comida nos 'hable la pansita', como decíanPiecitoy sus amigos en alguna de las chiquicientas entregas de En busca del Valle Encantado.
Sé que los cogollos no son una verdura endémica de Mae Hong Song, Cantón u Okayama, pero mis distribuidores de col china –que aunque se llame así se usa también en la cocina coreana, japonesa o tailandesa– han pasado a mejor vida: han cerrado el chiringuito y se han ido de vacaciones, los muy desaprensivos. Aunque no me di por vencida a la primera, los mercados que hay cerca de casa a los que me acerqué en busca de materia prima parecían el set de rodaje de la próxima entrega de The Walking Dead, así que solo me queda aspirar a vuestra comprensión. A pesar de la intrusión 'lechuguística', debo decir que el aliño y el resto de los ingredientes lo compensan con creces, y el sabor en general es alegre, lleno de matices y muy asiático.
Otro ingrediente que le puede ir de coña a este plato es uno de esos mangos que pueden funcionar más como proyectil tierra-aire que como fruta, ácidos y duros, que nunca llegarán a madurar porque se estropearán antes (y por eso los tienen prácticamente regalados en la frutería). Pues precisamente esos mangos imposibles –o su equivalente en versión papaya– de pulpa dura, ácidos y astringentes, brillarán en este tipo de preparaciones, pelados y cortados en bastoncitos.
La mayoría de vinagretas para ensaladas tailandesas en las que me he inspirado –como siempre, de aquella manera– para preparar la que acompaña esta ensalada llevan salsa de pescado o de calamar. Si tenéis y os apetece, podéis ponérsela, pero yo pasé porque: a) las que suelo encontrar en las tiendas de alimentación asiática son un festival del glutamato monosódico añadido para ponerte los ojos en blanco a base deumami,y a mí con el que lleva naturalmente la salsa de soja ya me llega, y b) en ese caso no podría compartir la ensalada con un vegetariano simplemente cambiando la fuente protéica.¿Más opciones para aliñar? Añadir cacahuetes, leche de coco, salsa de chile dulce o sriracha, sustituir el aceite de oliva por uno de sésamo –y eliminar las semillas–, usar vinagre de arroz en lugar de lima... mientras mantengáis las proporciones de grasa-salado-ácido y no se os vaya la olla con el picante y acabéis así, os aseguro que todo irá bien.
Dificultad:
Lo más difícil es que te sobre algo de roast beef del día anterior, pero tampoco es obligatorio ponérselo.
Ingredientes
Para 4 personas
- 200 g de roast beef (o pechuga de pollo, tofu, huevo duro, gambas, calamar, sepia...)
- 6 cogollos de lechuga
- 16 tomates cherry de pera (o de alguna variedad que tenga sabor)
- 1 pimiento rojo
- 1 cebolleta grande
- 2 cucharadas de salsa de soja
- 1 pepino (o calabacín) sin semillas
- 2 limas
- 1 cucharada de semillas de sésamo
- 3 cucharadas de aceite de oliva suave
- Un trocito de jengibre
- Chile fresco al gusto (rojo o verde, yo usé ambos)
- Cilantro
Preparación
1. Pelar y cortar en tiras la parte blanca de la cebolleta, reservando el tallo. Cortar en tiras finas y marinar con el zumo de una lima, un chorrito de agua y sal para que se marine un poco y pierda algo de fuerza.
Tiempo aproximado: 10 minutos.
2. Lavar y secar los cogollos y cortarlos a lo largo en 6 trozos, eliminando las horas más bastas y la parte del tronco, si la hubiera. Lavar, retirar las semillas y el pedúnculo y cortar en tiras a lo largo el pimiento rojo. Lavar y cortar a lo largo en cuatro los tomates cherry de pera, y hacer bastoncitos con el pepino lavado pero sin pelar.
3. Preparar una vinagreta con el aceite, la salsa de soja, una cucharada de zumo de lima (y un poco de ralladura de su piel), 1/4 de cucharadita de jengibre rallado sin corteza, el sésamo y, si se quiere, el chile.
4. Cortar la ternera en tiras finitas y montar la ensalada poniendo como base todas las verduras con la carne encima, el aliño y cilantro y el tallo de la cebolleta picados para terminar. Mezclar bien, servir y comer al momento (para evitar que las verduras se ablanden por efecto del ácido de la lima).
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