'La Hora Musa', presentado por Maika Makovski ,
a las 22:55 horas, en La 2 martes -12- FEBRERO,.
La literatura toma tierra ,.
El mundo rural protagoniza las últimas novedades editoriales. Su reto es retratar un universo amenazado sin bucolismo ni tremendismo. La generación de la crisis mezcla memoria personal, crítica al capitalismo y reivindicación feminista,. fotos,.
María Sánchez se mueve como por su casa entre las ovejas que su amigo Felipe Molina
cría en Las Albaidas, muy cerca de Córdoba, pero advierte: lo suyo son
las cabras. Concretamente las de una raza a la que llaman, por las
manchas de la piel, florida. “Las cabras”, explica, “son muy
inteligentes. Y muy inquietas, se aburren”. Sánchez, cordobesa de 29
años, forma parte del grupo de veterinarios que trabaja para una
asociación de 85 ganaderos de toda la Península. Eso supone —de Cataluña
a Portugal, de Cádiz a León— 30.000 cabras. El martes pasado salió a
trabajar por Ávila y Cáceres. El martes que viene Seix Barral publica su
libro Tierra de mujeres, una mezcla de ensayo y memoria
personal que defiende una visión realista —ni bucólica ni tremendista—
del mundo rural al tiempo que reivindica el papel de las mujeres en ese
mundo. Entre ellas, su abuela y su madre, subalternas en un universo de
poder masculino, campesinas en una familia de veterinarios. Lo fue el
abuelo de María Sánchez, lo sigue siendo su padre y lo es también ella,
que, admite, tardó en reconocerse en las figuras femeninas que la
rodeaban: “De chica quería ser un hombre. Ellos eran mi referencia”.
Como escritora también le pasaba: “No hay narradoras del mundo rural
porque las niñas dejaban la escuela para ayudar en el campo mientras sus
hermanos seguían estudiando —le pasó a mi madre— y porque eran las
primeras que se marchaban. Irse a la ciudad era una liberación”.
Autora del poemario Cuaderno de campo (2017), que va por la 12ª edición, Sánchez subraya que si no trabajara entre árboles y animales no escribiría: “Esto es mi vida, mi narrativa invisible”, dice señalando la dehesa. No obstante, admite que “el mundo rural está de moda”. Su propio libro viene a sumarse a títulos recientes como Las ventajas de vivir en el campo, de Pilar Fraile; Donde viven los caracoles, de Emilio Barco, o La tierra desnuda, de Rafael Navarro de Castro.
Este último vive en Monachil, un pueblo de 1.000 habitantes en las
estribaciones de Sierra Nevada. Guionista de cine y televisión, De
Castro (Lorca, 1968) llegó a Granada llevado por la nostalgia de su
infancia en una granja de Albacete, el amor por una granadina y el
hartazgo de la vida en Madrid. “No duras aquí ni un invierno”, bromeaban
sus vecinos. Lleva 18 años. Menos cine, ha hecho de todo: cultivar
olivos, criar gallinas, “sobrevivir”. Sin embargo, conocer a los
campesinos de su valle despertó en él la idea de rodar un documental que
no prosperó pero que le sirvió de germen de La tierra desnuda,
una novela de 500 páginas que cosechó un clamoroso silencio en todas
las editoriales a las que la envió. Su suerte cambió el día que una
amiga puso las primeras páginas en manos de Pilar Álvarez, la editora
que, desde Turner, animó a Sergio del Molino a escribir La España vacía
cuando el libro era solo un proyecto en un folio. La pega era que
Turner no publica ficción; la suerte, que Álvarez fichó el año pasado
por Alfaguara, el sello que acaba de lanzar La tierra desnuda y
al que, cuenta la propia editora, no paran de llegar originales con
historias rurales. Según parece, la España vacía está llena de
escritores.
Navarro de Castro es consciente de que el campo es un género literario en sí mismo. Tanto que al frente de cada capítulo ha colocado citas que —de Miguel Delibes a Miguel Torga, pasando por Robe Iniesta o Luis Berenguer— servirían para levantar una biblioteca especializada. Él, afirma, quería desmarcarse de los clichés que arrastra ese mundo, a veces perpetuado por la propia literatura. A la pregunta de ¿qué clichés?, responde sin tomar aire: “Atraso, miseria, hambre, explotación, analfabetismo, ignorancia, abuso, maltrato, beatería… Al final todo lleva a la brutalidad. Pascual Duarte es un asesino en serie nacido en el campo. En Cañas y barro, Tonet termina matando a su hijo y suicidándose. En Los santos inocentes, el paisano cuelga al terrateniente… Siempre se habla del campo cuando hay un crimen, aunque no hay más crímenes que en las ciudades. Es un mundo muy duro y eso es ineludible, pero también hay gente con principios, que se ayudan unos a otros, que cuida la tierra y respeta la naturaleza”.
También María Sánchez está cansada de la visión negativa del
“periodismo sepulturero” que “se recrea en los pueblos fantasma”. “Del
campo siempre han escrito los mismos: hombres y de ciudad. Delibes está
bien. Se ve que le gustaba el campo, pero iba de paseo. ¡Pregúntale a mi
madre si le gusta el campo! Para ella significa trabajo”. A Sánchez no
le gustó La España vacía: “Puede ser interesante como estudio
sociológico, pero es paternalista”. Ella prefiere hablar de “España
vaciada”: “En los pueblos hay mucha gente haciendo cosas: agricultura
respetuosa con el territorio, ganadería extensiva, gente conectada
gracias a Internet como Ramaderes de Catalunya o Ganaderas en Red.
Muchas mujeres…”. Algunas la acompañarán en las presentaciones de su
ensayo: “En igualdad de condiciones. Se trata de hablar del campo, no de
mi libro”. Entre los títulos ajenos que le han gustado cita Invierno, de Elvira Valgañón; Palabras mayores, de Emilio Gancedo, o Los últimos, de Paco Cerdà. Todos en el sello riojano Pepitas de Calabaza, uno de los que más han apostado por el tema.
Sergio del Molino reconoce que si la postura de María Sánchez es “militante”, la suya es “diletante”, pero considera que su reproche es injusto: “Por un lado, no hay superabundancia de urbanitas hablando del campo: ahí están referentes como Julio Llamazares o Avelino Hernández. Por otro, en La España vacía no finjo hablar desde un punto de vista que no es el mío. El lector lo sabe en todo momento”. Tampoco cree que unas voces estén más autorizadas que otras para “tratar un tema que nos concierne a todos”. Lo que sí admite es que las "grandes desaparecidas" de su libro son las mujeres porque también lo son de los discursos culturales sobre el campo: "El mío es un ensayo sobre discursos culturales y nadie ha recogido hasta ahora esas huellas. Eso está cambiando. Lo importante es que haya una polifonía. Por eso me interesa la postura de María Sánchez aunque no siempre la comparta".
En casi todos los escritores que trabajan sobre el mundo rural se repiten tres referencias: Puerca tierra (1979), de John Berger; La lluvia amarilla (1988), de Llamazares, y, por supuesto, La España vacía (2016). A su lado, pequeños hitos que mantuvieron vivo el interés, como Un millón de vacas (1990), el libro de cuentos y poemas de Manuel Rivas; El cielo gira (2004), el documental de Mercedes Álvarez; Intemperie (2013), la novela de Jesús Carrasco, o El olivo (2016), la película de Iciar Bollain, que ya en 1999 había contado con Llamazares para escribir el guion de Flores de otro mundo.
Julio Llamazares recuerda que escribió La lluvia amarilla “a
contrapelo” de lo que se hacía en la España de los ochenta, “la de la
movida y el pelotazo”, cuando escribir sobre el campo era, dice, “casi
una provocación”. Una provocación que solo se le toleraba a Miguel
Delibes, que en 1978, año incónico de la Transición, publicó El disputado voto del señor Cayo,
una novela sobre el choque entre la cultura urbana (basada en el
consumo) y la campesina (basada en la autosuficiencia). El resultado del
choque ya lo conocemos, sin embargo, pese a la supuesta hostilidad del
ambiente, La lluvia amarilla se convirtió en un fenómeno justo
una década más tarde: “Supongo que tocó una fibra de la sociedad sobre
un problema oculto”. Los lectores se identificaron tanto con la historia
del último habitante de un pueblo del Pirineo, Ainielle, que bautizaban
a sus hijas con ese nombre y peregrinaban a los escenarios del libro.
“En el fondo hablaba del paso del mundo agrario a uno urbano e
industrial. Por eso conectó con la gente. Incluso fuera de España. El
tema es universal”. El escritor leonés compara el interés por el mundo
rural con el que suscita la memoria histórica: una generación lo vive,
la siguiente quiere olvidarlo y la tercera, recuperarlo: “Son los nietos
los que quieren saber qué pasó en la Guerra Civil. También cómo vivían
sus abuelos, por qué emigraron sus padres y con qué resultado”.
Llamazares, no obstante, aprecia en los jóvenes una mirada distinta que
está calando en la literatura: “La globalización genera insatisfacción y
la gente busca en los pueblos algo que a veces está idealizado pero que
tiene otros valores: la ecología, por ejemplo”. La editora Pilar
Álvarez abunda en esa insatisfacción y le pone fecha: 2008. “La crisis
demostró que la ciudad puede ser muy dura y que te expulsa fácilmente de
la sociedad”. María Sánchez añade un elemento más: “La gente empieza a
preguntarse de dónde sale lo que come. Por eso proliferan los grupos de
consumo a pesar de la presión de la industria alimentaria y del supuesto
progreso. Hoy empujar el carrito de la compra es un acto político”.
No es raro que el debate sobre la definición de progreso haya puesto en el centro de atención la obra de John Berger. Un año después de ganar el Premio Booker con la novela G. (1972), el escritor londinense se instaló en Quincy, un pueblo de los Alpes franceses. En 1979 publicó Puerca tierra, primer volumen de una trilogía sobre la desaparición del mundo campesino que completó con Una vez en Europa (1983) y Lila y Flag (1990). Aquella obra inaugural, que mezcla poemas y cuentos, se abre con una reflexión sobre la relación del escritor con el lugar y la gente sobre los que escribe, continúa con un aviso -"No soy campesino. Soy escritor: mi escritura es al mismo tiempo un vínculo y una barrera"- y se cierra con un ensayo cuyo fin es colocar la ficción en su contexto económico. Berger, traducido por Pilar Vázquez para Alfaguara, escribe allí: “Las fuerzas que hoy están eliminando o destruyendo el campesinado representan la contradicción de muchas de las esperanzas contenidas en su momento en el principio de progreso histórico. La productividad no reduce la escasez. La expansión del conocimiento no lleva inequívocamente a una mayor democracia. El advenimiento del ocio en las sociedades industrializadas no ha traído la satisfacción personal, sino una mayor manipulación de las masas”. De este párrafo hace 40 años.
Rafael Navarro de Castro coincide con otro de los apuntes de Berger:
lo que hay que conservar no son las tradicionales condiciones de trabajo
de los campesinos, sino sus valores: “Hasta ayer”, dice el novelista,
“se juntaban para ayudarse recogiendo la cereza o la aceituna, para
hacer la matanza… Tenían un espíritu colaborativo, no competitivo.
Además, son ecologistas sin saberlo. Plantan un árbol cuando se muere
otro, cuidan la tierra. Nosotros ¿qué hacemos? La esquilmamos, la
envenenamos y la dejamos inservible. Ellos piensan en la continuidad,
piensan a largo plazo, en sus hijos, en sus nietos o en el que vendrá.
Nosotros pensamos en la cuenta de resultados: sacar el máximo beneficio
en el mínimo tiempo posible”. “Ahora”, añade María Sánchez, “nos cuentan
en revistas científicas técnicas contra la erosión que sabe desde
siempre cualquier pastor”.
Las palabras que más se oyen en cualquier conversación sobre el campo
no son “desde siempre” sino “hasta cuándo”. ¿Hay futuro? Julio
Llamazares reconoce que los nuevos escritores han devuelto el tema a la
actualidad, pero avisa: “Va camino de convertirse en un género. Yo he
empezado a rechazar invitaciones a coloquios porque hablar ya está todo
hablado, ahora toca actuar”. De Castro, como apunta en su novela, cree
que la reforma agraria de la Segunda República fue tal vez la última
oportunidad: “El resto fue ir cuesta abajo. Primero, el franquismo y los
terratenientes; luego, la globalización y la presión del capitalismo.
Parecía distinto pero terminó siendo igual: someterlos a base de
precios. Te impongo unas condiciones de producción y unos precios de
venta y te asfixio. El futuro pasa por cultivar tomates y que sea viable
porque todo el mundo come tomates y encima los paga caros. No lo es
porque hay toda una red de intermediarios que deja al agricultor como el
eslabón más débil. Al final los tomates se cultivan en invernaderos
industriales a base de química y de explotar a los inmigrantes”. Eso sí,
tiene fe en los grupos de consumo que tratan de “romper las cadenas de
comercialización y de la larga distancia. ¡Si es que nos traen la comida
del culo del mundo!”. También Emilio Barco confía en los “jóvenes hortelanos”. Profesor de Economía Agraria en la Universidad de La Rioja, Barco acaba de publicar Donde viven los caracoles,
una mezcla de testimonios y análisis en crudo con John Berger en el
horizonte. “Que desaparezcan las huertas”, escribe con ironía, “no es
ningún problema mientras estén los lineales de los supermercados
abastecidos de lechugas, acelgas, judías verdes…, vengan de donde
vengan. Para las hortalizas no se quisieron en su día las denominaciones
de origen. Así les va”.
María Sánchez insiste en que es urgente “dejar de tratar a la gente del campo como a ciudadanos de segunda” para que se quede el que quiera quedarse: “No se trata de que haya un instituto en cada pueblo, sino uno por comarca. O médicos que puedan atender a los niños, no solo a los viejos. Y que llegue Internet, porque hoy es imposible hacer rentable una ganadería o un cultivo sin conexión”. Para ella, los grandes problemas son la falta de servicios básicos, la política agraria comunitaria —“que beneficia a los grandes propietarios y no a los que trabajan en el campo”— y el desconocimiento de la sociedad. “La gente está haciendo cosas, pero no se les da espacio. Preferimos el tópico. Mis ganaderos nunca han hecho comentarios sobre mi físico. Empecé a oírlos de la gente de la literatura cuando publiqué los poemas. El lunes pasado fui al Premio Biblioteca Breve y un editor forastero me dijo: ‘Para ser veterinaria de campo vistes muy bien’. Así estamos. Como si fuera incompatible que yo me pinte cuando me apetezca con, si hace falta, gritarles a las cabras”.
TITULO: Cachitos de hierro y cromo - .Un lugar en la escena musical , . Martes - 12- FEBRERO,.
Martes- 12- FEBRERO a las 22:00 horas en La 2, foto.
Un lugar en la escena musical .
Antonio, Javier y José se conocieron estudiando. Los dos primeros en la Escuela de Música Creativa, los dos segundos en la Autónoma cuando eran alumnos de Musicología. Hace dos años nació Ambre. “Nos recluimos en verano en una casita en el campo para componer las primeras canciones”. Antes tuvieron otro grupo. “Nuestro proyecto nace de la ruptura del anterior. Nos quedamos sin cantante y me animé a cantar. Un productor me dijo que no valía para hacerlo y por eso decidí intentarlo. A cabezón no me gana nadie”, explica Antonio Trapote (Aranjuez, 1992), voz y guitarra de la banda.
Lleva un peinado similar al de Neil Harbisson, cíborg al que admira. “Tiene una antena implantada en la cabeza que le permite recibir imágenes, vídeos y llamadas directamente a su cerebro. Está siempre conectado a Internet”. Como él, defiende el transhumanismo. “Los humanos estamos cambiando para transformarnos en otra cosa. La tecnología nos ofrece cada vez más herramientas para superar nuestras limitaciones”. De eso habla en Binary Lovers, cuya letra es suya.
Del rock progresivo, kraut y psicodelia con atmósferas densas el trío madrileño se va a pasar al baile. “Nos lanzamos a la pista. Ahora tenemos un nuevo miembro en la banda: el ordenador. En cada directo nos han dado más ganas de que la gente baile”. Tras la buena acogida de su EP, Mercury Man, están trabajando en su primer álbum. Se encierran en un local al lado de una iglesia evangélica, en Tetuán. “La verdad es que pasamos allí muchas horas. Ensayamos antes de cada concierto y todas las semanas vamos construyendo nuevas canciones”, apunta Javier Oleaga (Madrid, 1993), guitarra. “De manera natural nos estamos pasando del inglés al castellano”, avanza José Doel (El Bierzo, 1990), teclista y sintetizadores. En marzo presentarán single. El disco completo esperan tenerlo en otoño. “Queda mucho trabajo aún”.
En sus letras seguirán trasladando sus convicciones. “En lugar de
vivir en el neoliberalismo estamos en el necroliberalismo. Nos asfixian.
Uno de los temas que ya tenemos para el disco habla sobre la dificultad
que tiene la gente como nosotros para encontrar un espacio digno para
vivir”. Pagan sus alquileres con sus trabajos fuera de la música.
“Estamos intentando que hacer música al menos no nos cueste dinero. Todo
conlleva mucho gasto: las grabaciones, los videoclips, los
desplazamientos…”.
Por falta de presupuesto han abandonado Slapback TV, un proyecto que impulsaron para dar espacio a bandas emergentes de la capital. Ellos mismos grababan y producían conciertos que subían a YouTube. Ahí siguen los directos de Los Nastys, Cala Vento o la propia Cintia Lund. “Nos permitió conocer a mucha gente y estamos muy orgullosos de haberlo hecho. Nos encantaría recuperarlo, pero no podíamos seguir gastando nuestro dinero en eso”.
En su álbum New York Anthem le canta a la ciudad en la que vivió desde los 17 a los 20 años. “Allí me hice adulta y empecé a componer. En Nueva York desarrollé mi personalidad artística. Hubo momentos duros, pero mereció la pena. Aprendí mucho de la vida”. Una colección de canciones de dream-pop que no ha dejado de presentar en directo desde su publicación. “Le he sacado mucho provecho al disco y le sigo sacando, pero no dejo de lanzar cosas nuevas constantemente”.
La semana que viene presentará una versión de Sangre en el Museo de Cera, de Los Nikis, cuyo vídeo ya tiene listo. “He estado muy centrada editándolo. Es el vídeo más ambicioso hasta el momento que he hecho, el de mayor producción”, adelanta. “Hay guiños a Bowie, Alaska, Divine, las gemelas de El resplandor o Freddy Krueger”. La canción de la banda madrileña será la primera que publicará en español, pero probablemente no sea la última. “Últimamente estoy escuchando mucho a Mecano”, desliza.
De su canal de YouTube (/uncannyland) no ha retirado vídeos subidos hace 9 años, con canciones que grabó cuando era una adolescente. Versionaba a Eurythmics, Nancy Sinatra o Madonna. “A cantar aprendí cantando”. Su nombre es artístico. “Me gusta que parezca que es mi nombre real. Lo uso desde los 12 años. Me lo puse para un concurso de Disney Channel y así se quedó. Es el apellido de mi abuela sueca”. Nacida en Canarias, Cintia pasó su infancia y adolescencia en Estocolmo.
Está feliz en Madrid. “Aprovecho todo lo que la ciudad me puede ofrecer. Todo me alimenta para crear la música. Voy al cine, a conciertos, a fiestas, a galerías…”. Ahora mismo comparte piso. “Me gustaría vivir sola, pero es complicado hacerlo de una manera decente. Los alquileres están a la altura de Nueva York o Estocolmo con sueldos y condiciones que no tienen nada que ver. Es increíble”.
Cintia Lund y Ambre comparten discográfica, Subterfuge Records. “Hay muchas cosas muy buenas que vienen pegando muy fuerte desde abajo. Ojalá la gente las aprecie y las conozca más allá del pequeño círculo en que se conocen ahora”. Mow es una de sus filias comunes. Después de su encuentro en Mision Café (c/ Reyes, 5) quedan en verse en el concierto de la artista el jueves 14 en Siroco. Allí estarán.
Autora del poemario Cuaderno de campo (2017), que va por la 12ª edición, Sánchez subraya que si no trabajara entre árboles y animales no escribiría: “Esto es mi vida, mi narrativa invisible”, dice señalando la dehesa. No obstante, admite que “el mundo rural está de moda”. Su propio libro viene a sumarse a títulos recientes como Las ventajas de vivir en el campo, de Pilar Fraile; Donde viven los caracoles, de Emilio Barco, o La tierra desnuda, de Rafael Navarro de Castro.
“No había escritoras del campo porque las niñas dejaban la escuela para trabajar”, dice María Sánchez
Navarro de Castro es consciente de que el campo es un género literario en sí mismo. Tanto que al frente de cada capítulo ha colocado citas que —de Miguel Delibes a Miguel Torga, pasando por Robe Iniesta o Luis Berenguer— servirían para levantar una biblioteca especializada. Él, afirma, quería desmarcarse de los clichés que arrastra ese mundo, a veces perpetuado por la propia literatura. A la pregunta de ¿qué clichés?, responde sin tomar aire: “Atraso, miseria, hambre, explotación, analfabetismo, ignorancia, abuso, maltrato, beatería… Al final todo lleva a la brutalidad. Pascual Duarte es un asesino en serie nacido en el campo. En Cañas y barro, Tonet termina matando a su hijo y suicidándose. En Los santos inocentes, el paisano cuelga al terrateniente… Siempre se habla del campo cuando hay un crimen, aunque no hay más crímenes que en las ciudades. Es un mundo muy duro y eso es ineludible, pero también hay gente con principios, que se ayudan unos a otros, que cuida la tierra y respeta la naturaleza”.
Sergio del Molino reconoce que si la postura de María Sánchez es “militante”, la suya es “diletante”, pero considera que su reproche es injusto: “Por un lado, no hay superabundancia de urbanitas hablando del campo: ahí están referentes como Julio Llamazares o Avelino Hernández. Por otro, en La España vacía no finjo hablar desde un punto de vista que no es el mío. El lector lo sabe en todo momento”. Tampoco cree que unas voces estén más autorizadas que otras para “tratar un tema que nos concierne a todos”. Lo que sí admite es que las "grandes desaparecidas" de su libro son las mujeres porque también lo son de los discursos culturales sobre el campo: "El mío es un ensayo sobre discursos culturales y nadie ha recogido hasta ahora esas huellas. Eso está cambiando. Lo importante es que haya una polifonía. Por eso me interesa la postura de María Sánchez aunque no siempre la comparta".
En casi todos los escritores que trabajan sobre el mundo rural se repiten tres referencias: Puerca tierra (1979), de John Berger; La lluvia amarilla (1988), de Llamazares, y, por supuesto, La España vacía (2016). A su lado, pequeños hitos que mantuvieron vivo el interés, como Un millón de vacas (1990), el libro de cuentos y poemas de Manuel Rivas; El cielo gira (2004), el documental de Mercedes Álvarez; Intemperie (2013), la novela de Jesús Carrasco, o El olivo (2016), la película de Iciar Bollain, que ya en 1999 había contado con Llamazares para escribir el guion de Flores de otro mundo.
“La globalización produce insatisfacción y los jóvenes buscan otros valores”, sostiene Julio Llamazares
No es raro que el debate sobre la definición de progreso haya puesto en el centro de atención la obra de John Berger. Un año después de ganar el Premio Booker con la novela G. (1972), el escritor londinense se instaló en Quincy, un pueblo de los Alpes franceses. En 1979 publicó Puerca tierra, primer volumen de una trilogía sobre la desaparición del mundo campesino que completó con Una vez en Europa (1983) y Lila y Flag (1990). Aquella obra inaugural, que mezcla poemas y cuentos, se abre con una reflexión sobre la relación del escritor con el lugar y la gente sobre los que escribe, continúa con un aviso -"No soy campesino. Soy escritor: mi escritura es al mismo tiempo un vínculo y una barrera"- y se cierra con un ensayo cuyo fin es colocar la ficción en su contexto económico. Berger, traducido por Pilar Vázquez para Alfaguara, escribe allí: “Las fuerzas que hoy están eliminando o destruyendo el campesinado representan la contradicción de muchas de las esperanzas contenidas en su momento en el principio de progreso histórico. La productividad no reduce la escasez. La expansión del conocimiento no lleva inequívocamente a una mayor democracia. El advenimiento del ocio en las sociedades industrializadas no ha traído la satisfacción personal, sino una mayor manipulación de las masas”. De este párrafo hace 40 años.
Contra el agro-pop
“El campo tiene cosas cómicas, pero falta humor al
hablar de él”. Lo dice Santiago Lorenzo (Portugalete, Bizkaia, 1964),
que lleva seis años viviendo en una aldea de Segovia cuyo nombre no
quiere que se publique. Tras dirigir películas como Mamá es boba o Un buen día lo tiene cualquiera, Lorenzo se ha volcado en la literatura. Su última novela, Los asquerosos, la
epopeya sin épica de un hombre que se refugia en un pueblo huyendo de
la policía, tiene algo de burla de los “alardes agropop” de los
urbanitas: “He visto comportamientos más paletos en Madrid que en el
pueblo, pero siempre se habla del campo como de las catedrales, con
gravedad”. A él no le preocupa que el país se despueble: “¿Que hay mucha
España vacía? Cuanta más haya, mejor. Así tenemos para elegir. A los
que se lamentan les digo lo mismo que a los que se quejan cuando cierran
una sala de cine: ‘Haber ido, si es que no ibas…”. Su opción por la
aldea se debe, explica, a que siempre ha vivido en “la inconsistencia”:
“Y aquí estoy muy bien”. Al protagonista de su libro le parece “una
fantasmada de revista de tendencias” dedicarse a la agricultura, pero
disfruta como un niño del silencio y del aire puro: “Yo no hago
mermeladas, siembro ajos. El silencio y el aire son dos grandes ventajas
del campo. La desventaja es que no hay pastelerías. Y que a veces se
pierden los de MRW”.
María Sánchez insiste en que es urgente “dejar de tratar a la gente del campo como a ciudadanos de segunda” para que se quede el que quiera quedarse: “No se trata de que haya un instituto en cada pueblo, sino uno por comarca. O médicos que puedan atender a los niños, no solo a los viejos. Y que llegue Internet, porque hoy es imposible hacer rentable una ganadería o un cultivo sin conexión”. Para ella, los grandes problemas son la falta de servicios básicos, la política agraria comunitaria —“que beneficia a los grandes propietarios y no a los que trabajan en el campo”— y el desconocimiento de la sociedad. “La gente está haciendo cosas, pero no se les da espacio. Preferimos el tópico. Mis ganaderos nunca han hecho comentarios sobre mi físico. Empecé a oírlos de la gente de la literatura cuando publiqué los poemas. El lunes pasado fui al Premio Biblioteca Breve y un editor forastero me dijo: ‘Para ser veterinaria de campo vistes muy bien’. Así estamos. Como si fuera incompatible que yo me pinte cuando me apetezca con, si hace falta, gritarles a las cabras”.
TITULO: Cachitos de hierro y cromo - .Un lugar en la escena musical , . Martes - 12- FEBRERO,.
Martes- 12- FEBRERO a las 22:00 horas en La 2, foto.
Un lugar en la escena musical .
El grupo Ambre y la cantante Cintia Lund sacan la cabeza en la escena musical a base de conciertos en vivo,.
Poco a poco están encontrando su lugar en la escena musical. Raro es el mes en el que no tienen algún concierto. Tanto al grupo Ambre como a la cantante Cintia Lund lo que más les gusta es defender sus canciones en directo. Han coincidido en algún festival y están deseando volver a hacerlo. Es lo primero que reconocen, café en mano, al encontrarse de buena mañana. Los cuatro no sólo hacen música. Comparten otras inquietudes artísticas y tienen puntos de vista similares sobre muchas cosas. Ninguno ha cumplido aún 30 años. “Somos de una generación a la que nadie nos para. Estamos acostumbrados a tirar para adelante, hemos crecido en plena crisis”.
Antonio, Javier y José se conocieron estudiando. Los dos primeros en la Escuela de Música Creativa, los dos segundos en la Autónoma cuando eran alumnos de Musicología. Hace dos años nació Ambre. “Nos recluimos en verano en una casita en el campo para componer las primeras canciones”. Antes tuvieron otro grupo. “Nuestro proyecto nace de la ruptura del anterior. Nos quedamos sin cantante y me animé a cantar. Un productor me dijo que no valía para hacerlo y por eso decidí intentarlo. A cabezón no me gana nadie”, explica Antonio Trapote (Aranjuez, 1992), voz y guitarra de la banda.
Lleva un peinado similar al de Neil Harbisson, cíborg al que admira. “Tiene una antena implantada en la cabeza que le permite recibir imágenes, vídeos y llamadas directamente a su cerebro. Está siempre conectado a Internet”. Como él, defiende el transhumanismo. “Los humanos estamos cambiando para transformarnos en otra cosa. La tecnología nos ofrece cada vez más herramientas para superar nuestras limitaciones”. De eso habla en Binary Lovers, cuya letra es suya.
Del rock progresivo, kraut y psicodelia con atmósferas densas el trío madrileño se va a pasar al baile. “Nos lanzamos a la pista. Ahora tenemos un nuevo miembro en la banda: el ordenador. En cada directo nos han dado más ganas de que la gente baile”. Tras la buena acogida de su EP, Mercury Man, están trabajando en su primer álbum. Se encierran en un local al lado de una iglesia evangélica, en Tetuán. “La verdad es que pasamos allí muchas horas. Ensayamos antes de cada concierto y todas las semanas vamos construyendo nuevas canciones”, apunta Javier Oleaga (Madrid, 1993), guitarra. “De manera natural nos estamos pasando del inglés al castellano”, avanza José Doel (El Bierzo, 1990), teclista y sintetizadores. En marzo presentarán single. El disco completo esperan tenerlo en otoño. “Queda mucho trabajo aún”.
Por falta de presupuesto han abandonado Slapback TV, un proyecto que impulsaron para dar espacio a bandas emergentes de la capital. Ellos mismos grababan y producían conciertos que subían a YouTube. Ahí siguen los directos de Los Nastys, Cala Vento o la propia Cintia Lund. “Nos permitió conocer a mucha gente y estamos muy orgullosos de haberlo hecho. Nos encantaría recuperarlo, pero no podíamos seguir gastando nuestro dinero en eso”.
Hacerlo todo
Cintia Lund compone, arregla y musicaliza todos sus temas, diseña sus portadas y realiza sus videoclips. “Después de vivir tres años en Nueva York se me acabó el visado y decidí volver a mis raíces suecas”. Estuvo dos años en Estocolmo, donde grabó su primer disco. “Tras mi primer concierto en Madrid decidí volver porque vi que aquí estaban pasando muchas cosas. Hice balanza con las cosas que tenía allí y las que creía que podía tener aquí y decidí pasar página y mudarme hace tres años”.En su álbum New York Anthem le canta a la ciudad en la que vivió desde los 17 a los 20 años. “Allí me hice adulta y empecé a componer. En Nueva York desarrollé mi personalidad artística. Hubo momentos duros, pero mereció la pena. Aprendí mucho de la vida”. Una colección de canciones de dream-pop que no ha dejado de presentar en directo desde su publicación. “Le he sacado mucho provecho al disco y le sigo sacando, pero no dejo de lanzar cosas nuevas constantemente”.
La semana que viene presentará una versión de Sangre en el Museo de Cera, de Los Nikis, cuyo vídeo ya tiene listo. “He estado muy centrada editándolo. Es el vídeo más ambicioso hasta el momento que he hecho, el de mayor producción”, adelanta. “Hay guiños a Bowie, Alaska, Divine, las gemelas de El resplandor o Freddy Krueger”. La canción de la banda madrileña será la primera que publicará en español, pero probablemente no sea la última. “Últimamente estoy escuchando mucho a Mecano”, desliza.
De su canal de YouTube (/uncannyland) no ha retirado vídeos subidos hace 9 años, con canciones que grabó cuando era una adolescente. Versionaba a Eurythmics, Nancy Sinatra o Madonna. “A cantar aprendí cantando”. Su nombre es artístico. “Me gusta que parezca que es mi nombre real. Lo uso desde los 12 años. Me lo puse para un concurso de Disney Channel y así se quedó. Es el apellido de mi abuela sueca”. Nacida en Canarias, Cintia pasó su infancia y adolescencia en Estocolmo.
Está feliz en Madrid. “Aprovecho todo lo que la ciudad me puede ofrecer. Todo me alimenta para crear la música. Voy al cine, a conciertos, a fiestas, a galerías…”. Ahora mismo comparte piso. “Me gustaría vivir sola, pero es complicado hacerlo de una manera decente. Los alquileres están a la altura de Nueva York o Estocolmo con sueldos y condiciones que no tienen nada que ver. Es increíble”.
Cintia Lund y Ambre comparten discográfica, Subterfuge Records. “Hay muchas cosas muy buenas que vienen pegando muy fuerte desde abajo. Ojalá la gente las aprecie y las conozca más allá del pequeño círculo en que se conocen ahora”. Mow es una de sus filias comunes. Después de su encuentro en Mision Café (c/ Reyes, 5) quedan en verse en el concierto de la artista el jueves 14 en Siroco. Allí estarán.
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