«Venezuela
es como un videojuego, cada día un nivel más alto de dificultad». A
Jesús Manosalva, taxista, los turistas a los que transporta le recuerdan
constantemente lo mal repartido que está el mundo. Se ha acostumbrado a
sus caras de asombro cuando van a un hotel y descubren que no pueden
cambiar moneda local porque no hay efectivo en las calles, ni pagar con
tarjeta de crédito o de débito salvo si son locales -¿cuánta gente tiene
una cuenta en un país al que va de visita?-, ni echar mano de sus euros
porque se los tasarán por debajo de dólar y encima no les darán las
vueltas. Enamorado de García Márquez, compara su país con Macondo, «pero
multiplicado por mil».
La mañana comenzó con un bulo que
no tardó en extenderse por todo el país, según el cual un meteorito
había caído al sur de Valencia, lo que obligó a intervenir al gobernador
Rafael Lacava -por Twitter- para desmentir la noticia. Esto dos días
después de que las redes sociales echaran chispas con la (falsa)
advertencia de que el Gobierno estaba reclutando a los niños en los
colegios sin permiso de sus padres y de que alguien, quizá el propio
Gobierno, extendiese el rumor de que un avión supuestamente cargado con
ayuda humanitaria había sido interceptado con armas.
El último
llega de la mano del abastecimiento de combustible. «En Valencia, los
carros hacen colas de cientos de metros a la altura de los surtidores
porque 'suena por ahí' que van a parar la producción de gasolina». En
Caracas, los coches circulan con normalidad y la tranquilidad en las
estaciones de servicio es absoluta. Muchos conductores ni siquiera pagan
por ella o lo hacen con un billete de cinco bolívares, un tercio de
centavo de dólar. «El otro día llevé a otro gallego (español en el
argot) e hicimos cuentas -explica Manosalva-. Con lo que les cuesta a
ustedes un depósito de diésel, unos 60 euros, nosotros pagamos el
salario mínimo de todo un año».
A la conversación no tarda en
sumarse José Rivero, apuntado a todos los grupos de WhatsApp
imaginables. Uno le avisa de dónde hay gasolina, otro de cuándo llegan
cauchos -neumáticos- a buen precio, un tercero de cuándo hace su ruta el
camión del gas. «Si no estás atento, pueden pasar cinco meses sin que
te visite de nuevo, y a mí me queda sólo media bombona». Son cinco
bolívares, pero nadie quiere ese dinero porque no vale nada. Así que el
butanero pide que se pague en especias, por ejemplo con un kilo de
arroz, que si es producto regulado -subsidiado- cuesta 300 'bolos', y si
se adquiere en el mercado libre, 3.000. Seiscientas veces el precio
oficial de la bombona.
Ruedas pinchadas
José empieza
entonces una letanía de miserias. La última, y la que más le preocupa,
la renovación del pasaporte, ya que realiza el grueso de su trabajo en
el extranjero. «Me piden 2.500 dólares. Coño, ¿y por qué no la Luna?
Cómo es posible semejante atraco por una póliza que apenas cuesta 50
centavos». Cuando encara una rotonda repara en el policía que hace
guardia allí, indolente. «Ponte el cinturón», exclama de golpe. Lo llevo
puesto, pero le pregunto por el motivo de su inquietud. «Sólo ganan
18.000 bolívares, el salario mínimo, y tienen permiso del gobernador
para quedarse con las multas. Si están tiesos, te joden con cualquier
excusa».
Bajo la ventana y vuelve perder los nervios. «Súbala,
pinga. Cómo se le ocurre. Y con el móvil en la mano». Teme por los
'colectivos', como conocen aquí a grupos organizados, de estética a lo
Che Guevara y generalmente en moto, que son maestros del robo y la
extorsión. Hace unas semanas, explica, pararon junto a una terraza
abarrotada de gente tomándose su zumo o su café, les encañonaron y se
llevaron el teléfono móvil de todos. «Esos malandros -rufianes- no
tienen una idea sana; el último grito es sembrar la calle de
'miguelitos', cables con clavos que tiran a la carretera para pincharte
las ruedas y así aprovechar para desvalijarte».
Unos metros más
adelante, el coche se adentra en la avenida Bolívar. Las obras del
suburbano llevan paralizadas nueve años, los mismos que la Torre Isla
que domina toda la ciudad, y seis menos que el Palacio de Justicia,
donde funcionan sólo parte de las dependencias y a cuya puerta esperan
las familias de los que cumplen penas de cárcel, mientras los niños
salen de las escuelas con su morralito tricolor. Librerías, tabernas, el
antiguo hotel Stauffer... Los negocios cerrados ganan por goleada y las
salas de cine han sido sustituidas por iglesias evangélicas que a su
vez han echado la persiana.
El metro llega sólo hasta la
Universidad de Carabobo. Allí, las clases se acaban y los chavales se
apuran para que no se les eche la noche encima en esta ciudad donde la
iluminación brilla pero por su ausencia. Lo mismo hace Grace Chávez, que
trabaja en el Rectorado y prefiere dar un nombre falso. «Está más
oscuro dentro que fuera», repite desolada, mientras las bombillas se
funden en los pasillos y nadie las repone. «El Gobierno está
estrangulando a la institución porque no le sigue el juego; el
presupuesto que le destina apenas da para comprar un bote de cloro,
cuatro bombillas y un paquete de papel higiénico». Son 60.000 alumnos y
la mayoría acaban yéndose al extranjero, igual que los profesores, «que
cobran salarios de miseria o directamente no cobran», resopla indignada.
Si uno bucea un poco en sus anuarios descubre entre los matriculados a
alumnos tan dispares como el director del Massachusetts Institute of
Technology, Rafael Reif, o el terrorista Carlos 'el Chacal'.
TITULO: SALVADOS LA SEXTA -Beto O'Rourke le corta El Paso a Trump en la frontera,.
Miente
continuamente y está obsesionado con un muro, ¿de quién se trata? Es
como la leche, blanca y en botella. No hacía falta mencionar su nombre
en las más de 2.000 palabras que Beto O'Rourke escribió en Medium para
explicar su política migratoria y convocar una 'Marcha por la Verdad' a
modo de antídoto. Todo el mundo sabía, como él, lo que Donald Trump iba a
decir anoche en su primer mitin del año, celebrado en El Paso (Texas):
«Va a prometer un muro y repetirá sus mentiras sobre el peligro que
suponen los inmigrantes».
El excongresista que la
izquierda estadounidense desea ver en la arena presidencial prometió
«darle la bienvenida» con un contraevento auspiciado por el capítulo
local de la Marcha de las Mujeres. «Responderemos a sus mentiras y a su
odio con la verdad y una visión de futuro desde la frontera de EE UU con
México». A los asistentes se les pidió ir vestidos de blanco y llevar
pancartas «positivas», compartir coche en un país casi sin transporte
público y prepararse para un concierto pacifista. Organizaciones de
derechos humanos como Border Network for Human Rights y American Civil
Liberties Union (ACLU) se sumaron al acto celebrado a poca distancia de
donde el presidente había convocado a sus fieles.
El
Paso no es uno de sus bastiones, sino el instrumento de propaganda que
utilizó la semana pasada en su discurso sobre el Estado de la Unión para
asegurar, falsamente, que «lo muros funcionan». Según Trump, la ciudad
fronteriza «solía tener índices de crímenes violentos extremadamente
altos» hasta que la construcción de una valla «la convirtió en una de
las más seguras».
Nada podía estar más lejos de la realidad. Hace
20 años que El Paso es una de las ciudades más seguras del país, mucho
antes de que en 2008 se construyera la verja. De hecho, fue a partir de
ahí cuando perdió su posición nacional, al aumentar el índice de
crímenes violentos un 17%, aunque sigue siendo líder en Texas, para su
tamaño, según el estudio del fiscal general Ken Paxton que utiliza los
informes del FBI y el Departamento de Policía de El Paso.
Lo que
tampoco es nuevo es utilizar a los inmigrantes como cabezas de turco en
la política estadounidense, algo que el ex congresista que en noviembre
estuvo cerca de arrebatar a Ted Cruz su asiento al Senado documenta con
lujo de fuentes en su post, ilustrado con estadísticas que datan de
1955. «He llegado a la conclusión de que los retos que enfrentamos son
mayormente culpa nuestra», explica O'Rourke, «porque casi en cada paso
de la política migratoria de nuestra historia moderna hemos exacerbado
las causas subyacentes empeorando las cosas, a veces con la mejor de las
intenciones y a veces explotando cínicamente el miedo y la ingenuidad».
Trump
encaja en este último supuesto, porque al presidente no le faltan
asesores que corrijan sus discursos. A cinco días de que expire el plazo
que ha dado para negociar los presupuestos, en los que demanda
financiación para el muro, el mandatario subió ayer la temperatura de su
retórica anti inmigrante. Dos delegaciones del Congreso intentan
revivir las negociaciones descarriladas el pasado fin de semana por
discrepancias en el número de inmigrantes que este acuerdo permitirá
detener en EE UU, «una nueva demanda, los demócratas están locos», bramó
Trump por Twitter. Sus bases están dispuestas a aceptar un nuevo cierre
de gobierno para conseguir el muro, pero prefieren que el mandatario
declare una emergencia nacional para apropiarse de los fondos sin
permiso del Congreso. Algo que tendría que defender en los tribunales,
por eso el autor de 'El Arte del Trato' prefiere negociar. Eso sí, con
la baza del miedo por delante.
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