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Tierras sorianas,.
Nuestro presentador visita Soria, escenario de las primeras luchas del
Cid Campeador. El frío marca su gastronomía. Gonzalo inicia este viaje
en Ágreda para conocer un cultivo de cardo rojo. Un producto que tanto
en crudo como cocinado vale la pena probar.
TITULO: LAS RUTAS DE VERONICA - CASTELAR, EL GASTRÓNOMO INSOSPECHADO ,.
El sabado -2 -Febrero a las 18:10 por La 2, foto,.
El
nombre de Emilio Castelar y Ripoll (1832-1899), les sonará a ustedes a
historia, periodismo, oratoria y república. También a esos años
convulsos, llenos de pronunciamientos y reyes destronados, que rigieron
España desde la revolución de 1868 hasta la restauración borbónica en
1874. Una época confusa, esta del Sexenio Democrático, que parece que
únicamente dominan los historiadores o los libros de texto de
bachillerato pero que alumbró figuras y acontecimientos dignos de ser
recordados hoy en día. También en el plano gastronómico, que es el que
nos interesa a nosotros aquí. De don Emilio Castelar, líder de los
republicanos y jefe de Estado entre septiembre de 1873 y enero de 1874,
se suele destacar que fue un orador excepcional y un autor prolífico,
pero no que fuera un refinado gastrónomo. Y vaya si lo fue. Su buen
saque fue famoso en su tiempo y no pocos cantares le sacaron por ello.
Comensal habitual en las mesas más floridas de Madrid,
solía ser en ellas el centro de atención por sus dotes para monopolizar
la conversación pero sobre todo por el ingenio y expresividad con que
contaba las cosas. Amigo de Cánovas del Castillo, José Castro y Serrano o
Emilia Pardo Bazán, Castelar cautivaba a sus contertulios entre bocado y
bocado. Ángel Muro, escritor gastronómico y conocido personal del
político republicano, escribió en 1890 sobre la dieta de distintos
líderes como Canalejas o Sagasta, detallando acerca de Castelar que
«come mucho, pero mucho, y lo come bueno y bien, porque en su posición
no cabe otra cosa. Bebe en proporción y no fuma. Cuando come, habla.
Tiene pretensiones culinarias y no se le indigestan más que los
discursos que no puede pronunciar». Se tildaban sus tragaderas de
pantagruélicas -su oronda silueta no dejaba lugar a dudas- y sus gustos
de demasiado exquisitos. En una ocasión hizo Castelar servir a su mesa
treinta y tantos postres, regalo de correligionarios de diferentes
puntos de España y exponentes de la riqueza gastronómica nacional, con
tan mala pata que el dato salió publicado en prensa y varios periódicos
le censuraron gravemente, como si el tomar muchos dulces fuese delito de
lesa democracia.
Aparte del dulce, lo que más le gustaba era el castizo cocido. En
el libro 'Volanderas' (1895) del escritor venezolano Miguel Eduardo
Pardo, hay un capítulo dedicado a la faceta gastrónoma de Castelar en el
que se cuenta que «su mejor distracción consiste en confeccionar un
menú que le dé quince y raya a los inventados por Lúculo». Más práctico
que el célebre glotón romano, don Emilio comenzaba casi siempre su lista
de platos «con uno eminentemente español: el cocido [...] Al ilustre
tribuno le sabe a gloria el plato de rubios garbanzos aderezado con
blancas pechugas de gallina, patatas tiernas y otros ingredientes
substanciosos». En uno de sus numerosos discursos públicos, Castelar
llegó a decir que lo más patriota del hombre es su estómago, y en 1917
su amiga Pardo Bazán recordó que también solía decir, que «hasta el
arte, la elocuencia, todo lo bello, se hace, tanto como con el cerebro,
con el estómago».
Pero sin duda la gran aportación del señor Castelar al mundo de
la gastronomía fue el invento del que ha sido uno de los eslóganes más
populares de la publicidad española. ¿Les suena lo de 'Tío Pepe, sol de
Andalucía embotellado'? Pues esa frase, ya mítica en el imaginario
nacional, se la debemos al político gaditano. Nacido en Cádiz por
accidente, por cierto, porque sus padres eran ambos alicantinos, se ve
que el gusto por los vinos andaluces y en especial por el jerez le
acompañó toda su vida. El 23 de diciembre de 1875 y en relación a los
productos nacionales que nos representarían en la Exposición Universal
de Filadelfia (EE UU) de 1876, Castelar pronunció un discurso en el que
habló de las materias que desde nuestro país importaban los americanos.
Entre minerales, frutas, aceite o corcho y seguramente sin percatarse de
que sus frases podrían pasar a la historia, dijo que los Estados Unidos
se llevaban «los ardientes vinos que mezclan a la sangre de los hombres
del Norte átomos del espléndido sol de Andalucía». Me van a decir
ustedes ahora que esto está un poco traído por los pelos, pero la
cuestión es que la metáfora cayó en gracia y, más importante aún, en
manos de una persona que la redondearía y popularizaría. El ya mentado
Ángel Muro Goiri (1839-1897) escribiría en 1892 un 'Diccionario general
de cocina' en el que se referiría al vino de jerez como aquel «de quien
dijo Castelar que estaba hecho con gotas de sol de Andalucía». De ahí al
embotellado no quedaba nada y ese paso se produjo en 1894, año en el
que salió a la venta una nueva obra de Muro, un auténtico recetario
superventas titulado 'El practicón'. En su apéndice, y sobre el uso de
los vinos de postres se puede leer que «sobre todos los conocidos y por
conocer, el Jerez N. P. U. de González Byass y Cía, del que dice
Castelar que es el sol de Andalucía embotellado». Es probable que el
mismo Castelar, amigo del autor, hubiera adaptado la frase a su jerez
favorito: el Non Plus Ultra, marca registrada por González Byass en
1888.
El concepto tomó vida propia y ya en 1898 fue usado, en una
versión larga y poco afortunada, en la publicidad del Vermouth Champagne
Santa Elena. Esta bebida elaborada en Jerez de la Frontera por la
bodega de Cayetano del Pino se anunciaba como el vino que, según
Castelar «está formado por gotas fundidas en el mismo Sol». La frase que
verdaderamente triunfó fue la resumida, ese «sol de Andalucía
embotellado» que a principios del siglo XX servía ya como sinónimo del
vino de Jerez y que a partir de 1936 se convirtió en el eslogan mítico
del fino Tío Pepe, antes incluso de que su botella se vistiera a lo
flamenco. González Byass registró la frase en 1957, pero seguro que
Castelar estaría encantado. Al fin y al cabo, si lo más patriota que
tenemos es el estómago, qué hay mejor que el que unas palabras que den a
conocer un vino español en todo el mundo.
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