BLOC CULTURAL,

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domingo, 15 de marzo de 2015

EL BLOC DEL CARTERO, UNA HISTORIA DE ESPAÑA ( XL ) / LA CARTA DE LA SEMANA, SILENCIO POR FAVOR, PINTURAS DE BODA,.

TÍTULO: EL BLOC DEL CARTERO, UNA HISTORIA DE ESPAÑA ( XL ) ,.

Resultado de imagen de UNA HISTORIA DE ESPAÑA ( XL )foto,.Arturo Pérez-Reverte,.

Godoy no era exactamente gilipollas. Nos salió listo y con afición, pero el asunto que se ganó a pulso arrugando sábanas del lecho real, gobernar aquella España, era tela marinera. Echen cuentas ustedes mismos: una reina propensa a abrir 180º las piernas varias veces al día, un rey bondadoso y estúpido, una iglesia católica irreductible, una aristocracia inculta e impresentable, una progresía acojonada por los excesos guillotineros de la Revolución francesa, y un pueblo analfabeto, indolente, más inclinado a los toros y a los sainetes de majos y copla en plan Sálvame -y ahí seguimos todos- que al estudio y al trabajo del que pocos solían dar ejemplo. Aquéllos, desde luego, no eran mimbres para hacer cestos. A eso hay que añadir la mala fe tradicional de Gran Bretaña, sus negociantes y tenderos, siempre con un ávido ojo puesto en lo nuestro de América y en el Mediterráneo, que con el habitual cinismo inglés procuraban engorrinar el paisaje cuanto podían. Lo que en plena crisis revolucionaria europea, con aquella España indecisa y mal gobernada, estaba chupado. El caso es que Godoy, pese a sus buenas intenciones -era un chaval moderno, protector de ilustrados como el dramaturgo Moratín-, se vio todo el rato entre Pinto y Valdemoro, o sea, entre los ingleses, que daban por saco lo que no está escrito, y los franceses, a los que ya se les imponía Napoleón e iban de macarras insoportables. Alianzas y contraalianzas diversas, en fin, nos llevaron de aquí para allá, de luchar contra Francia a ser sus aliados para enfrentarnos a Inglaterra, pagando nosotros la factura, como de costumbre. Hubo una guerrita cómoda y facilona contra Portugal -la guerra de las Naranjas-, un intento de toma de Tenerife por Nelson donde los canarios le hicieron perder un brazo y le dieron, a ese chulo de mierda, las suyas y las del pulpo, y una batalla de Trafalgar, ya en 1805, donde la poca talla política de Godoy nos puso bajo el incompetente mando del almirante gabacho Villeneuve, y donde Nelson, aunque palmó en el combate, se cobró lo del brazo tinerfeño haciéndonos comernos una derrota como el sombrero de un picador. Lo de Trafalgar fue grave por muchos motivos: aparte de quedarnos sin barcos para proteger las comunicaciones con América, convirtió a los ingleses en dueños del mar para casi un siglo y medio, y a nosotros nos hizo polvo porque allí quedó destrozada la marina española, que por tales fechas estaba mandada por oficiales de élite como Churruca, Gravina y Alcalá Galiano, marinos y científicos ilustrados, prestigiosos herederos de Jorge Juan, que leían libros, sabían quién era Newton y eran respetados hasta por sus enemigos. Trafalgar acabó con todo eso, barcos, hombres y futuro, y nos dejó a punto de caramelo para los desastres que iban a llegar con el nuevo siglo, mientras las dos Españas que habían ido apuntando como resultado de las ideas modernas y el enciclopedismo, o sea y resumiendo fácil, la partidaria del trono y del altar y la inclinada a ponerlos patas arriba, se iban definiendo con más nitidez. España había registrado muchos cambios positivos, e incluso en los sectores reaccionarios había una tendencia inevitable a la modernidad que se sentía también en las colonias americanas, que todavía no cuestionaban su españolidad. Todo podía haberse logrado, progreso e independencias americanas, de manera natural, amistosa, a su propio ritmo histórico. Pero la incompetencia política de Godoy y la arrogante personalidad de Napoleón fabricaron una trampa mortal. Con el pretexto de conquistar Portugal, el ya emperador de los franceses introdujo sus ejércitos en España, anuló a la familia real, que dio el mayor ejemplo de bajeza, servilismo y abyección de nuestra historia, y después de que el motín de Aranjuez (organizado por el príncipe heredero Fernando, que odiaba a Godoy) derribase al favorito, se llevó a Bayona, en Francia, invitados en lo formal pero prisioneros en la práctica, a los reyes viejos y al principito, que dieron allí un espectáculo de ruindad y rencillas familiares que todavía hoy avergüenza recordar. Bajo tutela napoleónica, Carlos IV acabó abdicando en Fernando VII, pero aquello era un paripé. La península estaba ocupada por ejércitos franceses, y el emperador, ignorando con qué súbditos se jugaba los cuartos, había decidido apartar a los Borbones del trono español, nombrando a un rey de su familia. «Un pueblo gobernado por curas -comentó, convencido- es incapaz de luchar». Y luego se fumó un puro. Y es que como militar y emperador Napoleón era un filigranas; pero como psicólogo no tenía ni puta idea. [Continuará].

 TÍTULO: LA CARTA DE LA SEMANA, SILENCIO POR FAVOR, PINTURAS DE BODA,.

Las bodas de Caná (Veronese) foto

Las bodas de Caná
(Nozze di Cana)
Paolo Veronese 008.jpg
Autor Paolo Veronese, 1563
Técnica Óleo sobre lienzo
Estilo Manierismo
Tamaño 677 cm × 994 cm
Localización Museo del Louvre, París, Flag of France.svg Francia

Las bodas de Caná es una de las pinturas más famosas de la producción total del pintor italiano Paolo Veronese, conocido por Veronés. Está realizada al óleo sobre tela, y fue pintada en el 1563. Es una obra colosal: mide 994 cm de largo y 677 cm de alto.

Historia

Este cuadro fue encargado el 6 de junio de 1562 para el refectorio del convento benedictino de San Giorgio, estancia proyectada por Palladio. Según el contrato, Veronés, que entonces tenía 34 años, recibiría 324 ducados, más la manutención y un barril de vino.
Veronés pintó la obra a lo largo de quince meses, durante los cuales probablemente fue ayudado por su hermano, Benedetto Caliari. La entregó al monasterio en septiembre de 1563 y allí se conservó durante 235 años. Colgaba a unos dos metros y medio del suelo, lo que teniendo en cuenta sus dimensiones, permite suponer la amplitud del edificio.
El cuadro fue sustraído por Napoleón durante la Campaña de Italia, en 1797, y enviado a París, encontrándose en el primer piso del Museo del Louvre desde 1798. Cuando Antonio Canova, el célebre escultor, negoció recuperar todas las obras de arte italiano confiscadas por Napoléon, dejó Las Bodas en Francia, convencido por Vivant Denon de la gran fragilidad de este lienzo. A cambio, ofrecieron a Italia una obra de Charles Le Brun.
Durante la Segunda guerra mundial, el cuadro fue llevado al sur de Francia para protegerlo, lo que evidencia que no era imposible desplazarlo. Después de la guerra, regresó a París, aunque quedó dañado por el transporte. De 1990 a 1992 se produjo una restauración que tuvo bastante eco en los medios de comunicación: parte del lienzo se hundía, lo que retrasó los trabajos; igualmente se descubrió que el abrigo de uno de los personajes no era el inicial y, finalmente, hubo un movimiento de opinión a favor de devolverlo al monasterio veneciano de donde procede, petición sustentada, entre otros, por el abogado Arno Klarsfeld y la modelo Carla Bruni.

Análisis del cuadro

El lienzo tiene un tamaño impresionante, de 677 x 990 cm. Con tales dimensiones, es el más imponente de los cuadros de las colecciones nacionales francesas, y en todo caso, las del Louvre.
La pintura representa las Bodas de Caná, recogido en el Evangelio de Juan, una historia sobre un milagro tomada del Nuevo Testamento cristiano. En la historia, la Virgen María, Jesús y algunos de sus discípulos están invitados a una celebración nupcial en Caná, Galilea. Hacia el final de la fiesta, cuando se quedan sin vino, Jesús ordenó a los siervos que llenaran tinajas con agua, que él convirtió en vino, siendo este su primer milagro.
Como es usual en Veronés, representa un episodio evangélico -ocurrido en la antigua ciudad de Caná- al estilo de las grandes fiestas venecianas de la época, en un marco arquitectónico renacentista, con columnas dóricas y corintias alrededor de un patio abierto. Pero también causó cierto escándalo, al insistir más en la fiesta que en los elementos religiosos. Se decía en la época que los venecianos creían "muchísimo en san Marcos, bastante en Dios y poco o nada en el Papa"). Resultaba un cuadro muy moderno, pues algunos elementos de arquitectura reflejaban edificios creados por Palladio ese mismo año; y también cosmopolita, al mezclarse personas y trajes orientales y occidentales.
El cuadro tiene dos partes diferenciadas: la inferior, en la que se amontonan hasta 130 figuras, y la superior, dominada por la arquitectura en la que personajes populares se representan en arriesgados escorzos, y con unos elementos arquitectónicos captados en perspectiva.
En el centro del cuadro (algo muy frecuente en pinturas italianas de esta época) está Jesucristo, sentado, con un halo alrededor de la cabeza; a su derecha, la Virgen María con un halo más débil; y junto a ambos, alguno de los Apóstoles. En este sentido, el simbolismo religioso se impone sobre la lógica del protocolo del banquete. Así, mientras estos invitados ocupan el centro de la mesa, los recién casados aparecen sentados en el extremo izquierdo1 (desde el punto de vista del espectador).
En el centro del patio se sientan un grupo de músicos tocando instrumentos renacentistas: laúd y los primeros instrumentos de cuerda. El artista se autorretrató aquí, vestido con una túnica blanca y sosteniendo una viola da gamba. El pintor veneciano Tiziano se sienta enfrente, vestido de rojo, tocando un violonchelo; Tintoretto se encuentra al violín y Jacopo Bassano a la flauta.
Señala L. Monreal que en el lienzo aparecen representados distintos personajes de la época: Alfonso de Ávalos, marqués del Vasto, que gobernaba el Milanesado; Leonor de Austria, Francisco I, María de Inglaterra, Solimán el Magnífico, que sería el personaje de la izquierda con turbante alto; Vittoria Colonna, y Carlos V de perfil, dirigiéndose a un sirviente.
Sobre Jesús, sobre una pasarela elevada, varios hombres cortan la carne de un animal no identificado. A su derecha, traen otro animal para sacrificarlo. Los críticos de arte generalmente consideran que este animal es un cordero, considerando que Jesús es el Agnus Dei o "Cordero de Dios". El cordero sacrificado es por lo tanto un símbolo de su futuro sacrificio. Cristo se halla justo bajo la hoja. Hacia la parte inferior izquierda de la pintura, hay un hombre sirviéndose vino de un jarro enorme y ornamentado. A su lado, un hombre permanece de pie, estudiando una copa de vino; es Benedetto, hermano de Veronés. Debe destacarse que, aunque muchos de los personajes en la pintura, sostienen vasos de vino, nadie parece estar ebrio, sino que disfrutan sanamente de la fiesta. Este eje vertical es también sumamente simbólico, porque detrás de Cristo está el cordero sacrificado, debajo de él, los músicos y justo en frente de los músicos hay un reloj de arena, que en arte es llamado una "vanidad". Muestra los placeres terrenales como la música, pero al tiempo recuerda la muerte (el reloj de arena, el sacrificio).
No se aprecia que ninguna de las figuras del cuadro estén claramente hablando. Esto es así porque fue encargado por un monasterio benedictino, y el silencio en el refectorio se observaba estrictamente. El centro de la pintura está dominado por un cielo azul, abierto, en el que se ve una airosa torre, importante elemento que abría la habitación donde la pintura colgó originariamente.

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