BLOC CULTURAL,

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lunes, 8 de septiembre de 2014

EL BLOC DEL CARTERO, Una historia de España (XXXII) / LA CARTA DE LA SEMANA, Por amor -

TÍTULO: EL BLOC DEL CARTERO, Una historia de España (XXXII) ,.

  1. Y así, tacita a tacita, fue llegando el día en que el imperio de los Austrias, o más bien la hegemonía española en el mundo, el pisar fuerte y ...foto,.
     Y así, tacita a tacita, fue llegando el día en que el imperio de los Austrias, o más bien la hegemonía española en el mundo, el pisar fuerte y ganar todas las finales de liga, se fueron por la alcantarilla. Siglo y medio, más o menos. Demasiado había durado el asunto, si echamos cuentas, para tanta incompetencia, tanto gobernante mediocre, tanta gente -curas, monjas, frailes, nobles, hidalgos- que no trabajaba, tanta vileza interior y tanta metida de gamba. Lo de «muchos reinos pero una sola ley» era imposible de tragar, a tales alturas, por unos poderes periféricos acostumbrados durante más de un siglo a conservar sus fueros y privilegios intactos (lo mismo les suena a ustedes por familiar la situación). Así que la proyectada conversión de este putiferio marmotil en una nación unificada y solidaria se fue del todo al carajo. Estaba claro que aquella España no tenía arreglo, y que la futura, por ese camino, resultaba imposible. Felipe IV le dijo al conde duque de Olivares que se jubilara y se fuera a hacer rimas a Parla, y el intento de transformarnos en un estado moderno, económica, política y militarmente, fuerte y centralizado -justo lo que estaba haciendo Richelieu en Francia, para convertirla en nuevo árbitro de Europa-, acabó como el rosario de la aurora. En guerra con media Europa y vista con recelo por la otra media, desangrada por la guerra de los Treinta años, la guerra con Holanda y la guerra de Cataluña, a España le acabaron saliendo goteras por todas partes: sublevación de Nápoles, conspiraciones separatistas del duque de Medina Sidonia en Andalucía, del duque de Híjar en Aragón y de Miguel Itúrbide en Navarra. Y como mazazo final, la guerra y separación de Portugal, que, alentada por Francia, Inglaterra y Holanda (a ninguno de ellos interesaba que la Península volviera a unificarse), nos abrió otra brecha en la retaguardia. Literalmente hasta el gorro del desastre español, marginados, cosidos a impuestos, desatendidos en sus derechos y pagando también el pato en sus posesiones ultramarinas acosadas por los piratas enemigos de España, con un imperio colonial propio que en teoría les daba recursos para rato, en 1640 los portugueses decidieron recobrar la independencia después de sesenta años bajo el trono español. Que os vayan dando, dijeron. Así que proclamaron rey a Juan IV, antes duque de Braganza, y empezó una guerra larga, veintiocho años nada menos, que acabó de capar al gorrino. Al principio, tras hacer una buena montería general de españoles y españófilos -al secretario de Estado Vasconcelos lo tiraron por una ventana-, la guerra consistió en una larga sucesión de devastaciones locales, escaramuzas e incursiones, aprovechando que España, ocupada en todos los otros frentes, no podía destinar demasiadas tropas a Portugal. Fue una etapa de guerra menor pero cruel, llena de odio como las que se dan entre vecinos, con correrías, robos y asesinatos por todas partes, donde los campesinos, cual suele ocurrir, especialmente en la frontera y en Extremadura, sufrieron lo que no está escrito. Y que, abordada con extrema incompetencia por parte española, acabó con una serie de derrotas para las armas hispanas, que se comieron una sucesiva y espectacular serie de hostias en las batallas de Montijo, Elvas, Évora, Salgadela y Montes Claros. Que se dice pronto. Con lo que en 1668, tras firmar el tratado de Lisboa, Portugal volvió a ser independiente, ganándoselo a pulso. De todo su imperio sólo nos quedó Ceuta, que ahí sigue. Mientras tanto, a las armas españolas las cosas les habían seguido yendo fatal en la guerra europea; que al final, transacciones, claudicaciones y pérdidas aparte, quedó en lucha a cara de perro con la pujante Francia del jovencito Luis XIV. La ruta militar, el famoso Camino Español que por Génova, Milán y Suiza permitía enviar tropas a Flandes, se había mantenido con mucho sacrificio, y los tercios de infantería española, apoyados por soldados italianos y flamencos católicos, combatían a la desesperada en varios frentes distintos, yéndosenos ahí todo el dinero y la sangre. Al fin se dio una batalla, ganada por Francia, que aunque no tuvo la trascendencia que se dijo -después hubo otras victorias y derrotas-, quedaría como símbolo del ocaso español. Fue la batalla de Rocroi, donde nuestros veteranos tercios viejos, que durante siglo y medio habían hecho temblar a Europa, se dejaron destrozar silenciosos e impávidos en sus formaciones, en el campo de batalla. Fieles a su leyenda. Y fue de ese modo cuando, tras haber sido dueños de medio mundo -aún retuvimos un buen trozo durante dos siglos y pico más-, en Flandes se nos puso el sol.

    TÍTULO:  LA CARTA DE LA SEMANA, Por amor -

     Por amor. llave. Compartir en Menéame; Tweet. Imprimir. Hay un célebre pasaje de El principito en el que Antoine de Saint-Exupéry, ...foto,.
     Hay un célebre pasaje de El principito en el que Antoine de Saint-Exupéry, sirviéndose de un diálogo entre el protagonista y un zorro, nos explica que la única manera verdadera de amar no es otra sino dedicarnos con paciencia al objeto de nuestro amor, porque solo se puede amar aquello que se conoce, aquello que hemos modelado con nuestras manos, aquello que hemos cuidado con paciencia y veneración. El zorro le pide al principito que lo domestique, pues de ese esfuerzo nacerá el verdadero amor entre ellos; y esta enseñanza, una vez asimilada por el principito, le hará luego decir al principito, dirigiéndose a unas rosas engreídas que se creen las más hermosas del mundo: «Sois bellas, pero estáis vacías. No se puede morir por vosotras. Sin duda que un transeúnte común creerá que mi rosa se os parece. Pero ella sola es más importante que todas vosotras, puesto que es ella la rosa a quien he regado. Puesto que es ella la rosa a quien puse bajo un globo. Puesto que es ella la rosa a quien abrigué con el biombo. Puesto que es ella la rosa cuyas orugas maté (salvo las dos o tres que se hicieron mariposas). Puesto que es ella la rosa a quien escuché quejarse, o alabarse, o aun algunas veces callarse. Puesto que ella es mi rosa».
    Creo que en la raíz de muchos de nuestros fracasos vitales se halla esta ausencia de amor abnegado y cuidadoso a las cosas, que es lo que las hace conocidas y únicas. El amor que el zorro le enseña al principito ha sido sustituido por un amor compulsivo, ofuscado por brillos y oropeles que deseamos poseer de forma inmediata: los hombres han dejado de hacer las cosas con sus propias manos y se las compran a los mercaderes, dice con tristeza el zorro al principito; y aquí podríamos añadir otras muchas expresiones de este amor ofuscado y urgente: el idilio que nace de un deslumbramiento y oscurece una incompatibilidad manifiesta de caracteres; el oficio elegido a tontas y locas, por una expectativa de triunfo social o económico inmediato, que nos aparta de nuestra verdadera vocación, a la que tendríamos que haber dedicado mucho tiempo, tal vez a cambio de una recompensa social o económica exigua... Me atrevería a decir, incluso, que en la exaltación de ese amor vitalista y urgente, hecho de pulsiones y arrebatos, y en el desprestigio y execración del amor paciente que nace de regar cada día nuestra rosa y abrigarla y matar pacientemente sus orugas se cifra una de las estrategias principales de destrucción de nuestra humanidad que se libran en el mundo moderno.
    Según esta estrategia destructiva, amar consiste en tomar posesión de algo o de alguien, en adueñarnos de lo que está a nuestro alcance para colmar nuestras expectativas o suplir nuestras carencias o saciar nuestros anhelos; e inevitablemente, cuando no conseguimos la reciprocidad, nos sentimos decepcionados, doloridos y maltrechos. Algo de esto sucede con la propia vocación literaria: se puede escribir buscando honores, recompensas, éxitos mundanos; se puede escribir tratando de halagar el espíritu de nuestro tiempo y alcanzar de este modo esas metas ridículas (que, sin embargo, nos empujarán de inmediato a buscar otras más altas, en una insensata carrera bulímica); y cuando no las alcanzamos nos sentiremos desfondados, angustiados, envenenados de fracaso y frustración, y nuestra vocación ahogada de estúpidas ansias y angustias. Y se puede escribir 'domesticando' el oficio, que no anhela otra cosa sino entregarse sin reticencias, quemando las naves del aplauso mundano; no es un aprendizaje sencillo, porque las tentaciones son muchas (casi tantas como las magulladuras), pero entonces uno descubre que aquel amor interesado del principio poco a poco es sustituido, anegado, colonizado por la marea de un amor paciente, del que brotan la fecundidad y la abundancia, esa caliente capacidad de fabulación que solo se alcanza cuando uno vive en conformidad con lo que tiene y lo que es.Y así, donde el amor interesado crea personajes que se nos diluyen y se nos pierden hasta tornarse borrones, el amor paciente mira al rostro de sus criaturas, las pasa por el corazón, las mete en el torrente circulatorio y les entrega su propia vida. Por supuesto, a veces esos personajes se revuelven contra nosotros, se niegan a acatar nuestras órdenes, toman por la calle de en medio contra toda lógica y disciplina y se nos escapan, insurrectos. Pero vamos a por ellos por amor, les pedimos perdón, los abrazamos, los volvemos a traer a casa y les preparamos una habitación espaciosa; y así también, por amor, se los entregamos al lector, tintos de nuestra propia sangre y nuestra propia alma. Quien lo probó lo sabe.

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