TITULO: UN CAFE POR FAVOR - ALBERTO POZAS periodista,.
Alberto Pozas - foto,.
Alberto Pozas (
Madrid, 1959) es un
periodista español, director desde el año 2008 de la
revista Interviú.
1
Empezó a trabajar en el año 1979 en el boletín
Off the record, para luego ser reportero de
Actual,
Tiempo de Hoy e
Interviú.
2 Ha sido director del programa de
TVE La ley del jurado y de la
agencia de noticias OTR/Press.
2 En el año 1985 se le concede el
Premio Ejército de Periodismo,
2 compartido con
José Antonio Vera.
3 En el año 1992 publica el libro
Las conversaciones secretas Gobierno-ETA.
2 En el 2008 sustituye a
Manuel Cerdán como director de
Interviú.
Colabora como tertuliano en el programa radiofónico
Hora 25 de la
Cadena SER y en el programa de televisión
Los desayunos de TVE.
1
Obras,.
- Las conversaciones secretas Gobierno-ETA (Ediciones B, 1992).
TITULO: EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA - UNA HISTORIA DE ESPAÑA ( LXII),.
foto - manzanas verdes,.

Godoy no era exactamente gilipollas. Nos salió listo y con afición, pero
el asunto que se ganó a pulso arrugando sábanas del lecho real,
gobernar aquella España, era tela marinera. Echen cuentas ustedes
mismos: una reina propensa a abrir 180º las piernas varias veces al día,
un rey bondadoso y estúpido, una iglesia católica irreductible, una
aristocracia inculta e impresentable, una progresía acojonada por los
excesos guillotineros de la Revolución francesa, y un pueblo analfabeto,
indolente, más inclinado a los toros y a los sainetes de majos y copla
en plan Sálvame -y ahí seguimos todos- que al estudio y al trabajo del
que pocos solían dar ejemplo. Aquéllos, desde luego, no eran mimbres
para hacer cestos. A eso hay que añadir la mala fe tradicional de Gran
Bretaña, sus negociantes y tenderos, siempre con un ávido ojo puesto en
lo nuestro de América y en el Mediterráneo, que con el habitual cinismo
inglés procuraban engorrinar el paisaje cuanto podían. Lo que en plena
crisis revolucionaria europea, con aquella España indecisa y mal
gobernada, estaba chupado. El caso es que Godoy, pese a sus buenas
intenciones -era un chaval moderno, protector de ilustrados como el
dramaturgo Moratín-, se vio todo el rato entre Pinto y Valdemoro, o sea,
entre los ingleses, que daban por saco lo que no está escrito, y los
franceses, a los que ya se les imponía Napoleón e iban de macarras
insoportables. Alianzas y contraalianzas diversas, en fin, nos llevaron
de aquí para allá, de luchar contra Francia a ser sus aliados para
enfrentarnos a Inglaterra, pagando nosotros la factura, como de
costumbre. Hubo una guerrita cómoda y facilona contra Portugal -la
guerra de las Naranjas-, un intento de toma de Tenerife por Nelson donde
los canarios le hicieron perder un brazo y le dieron, a ese chulo de
mierda, las suyas y las del pulpo, y una batalla de Trafalgar, ya en
1805, donde la poca talla política de Godoy nos puso bajo el
incompetente mando del almirante gabacho Villeneuve, y donde Nelson,
aunque palmó en el combate, se cobró lo del brazo tinerfeño haciéndonos
comernos una derrota como el sombrero de un picador. Lo de Trafalgar fue
grave por muchos motivos: aparte de quedarnos sin barcos para proteger
las comunicaciones con América, convirtió a los ingleses en dueños del
mar para casi un siglo y medio, y a nosotros nos hizo polvo porque allí
quedó destrozada la marina española, que por tales fechas estaba mandada
por oficiales de élite como Churruca, Gravina y Alcalá Galiano, marinos
y científicos ilustrados, prestigiosos herederos de Jorge Juan, que
leían libros, sabían quién era Newton y eran respetados hasta por sus
enemigos. Trafalgar acabó con todo eso, barcos, hombres y futuro, y nos
dejó a punto de caramelo para los desastres que iban a llegar con el
nuevo siglo, mientras las dos Españas que habían ido apuntando como
resultado de las ideas modernas y el enciclopedismo, o sea y resumiendo
fácil, la partidaria del trono y del altar y la inclinada a ponerlos
patas arriba, se iban definiendo con más nitidez. España había
registrado muchos cambios positivos, e incluso en los sectores
reaccionarios había una tendencia inevitable a la modernidad que se
sentía también en las colonias americanas, que todavía no cuestionaban
su españolidad. Todo podía haberse logrado, progreso e independencias
americanas, de manera natural, amistosa, a su propio ritmo histórico.
Pero la incompetencia política de Godoy y la arrogante personalidad de
Napoleón fabricaron una trampa mortal. Con el pretexto de conquistar
Portugal, el ya emperador de los franceses introdujo sus ejércitos en
España, anuló a la familia real, que dio el mayor ejemplo de bajeza,
servilismo y abyección de nuestra historia, y después de que el motín de
Aranjuez (organizado por el príncipe heredero Fernando, que odiaba a
Godoy) derribase al favorito, se llevó a Bayona, en Francia, invitados
en lo formal pero prisioneros en la práctica, a los reyes viejos y al
principito, que dieron allí un espectáculo de ruindad y rencillas
familiares que todavía hoy avergüenza recordar. Bajo tutela napoleónica,
Carlos IV acabó abdicando en Fernando VII, pero aquello era un paripé.
La península estaba ocupada por ejércitos franceses, y el emperador,
ignorando con qué súbditos se jugaba los cuartos, había decidido apartar
a los Borbones del trono español, nombrando a un rey de su familia. «Un
pueblo gobernado por curas -comentó, convencido- es incapaz de luchar».
Y luego se fumó un puro. Y es que como militar y emperador Napoleón era
un filigranas; pero como psicólogo no tenía ni puta idea,.
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