DOMINIQUE CRENN,. foto
La francesa Dominique Crenn ha sido nombrada la Mejor Chef Femenina del Mundo en 2016.
Es carismática, moderna, sonriente y autodidacta; además, se ha
convertido en el estandarte de la cocina femenina en el mundo. Desde
esta semana, Dominique Crenn, chef nacida hace 50 años en Francia y
afincada en San Francisco, está considerada como la Mejor Chef Femenina
del Mundo en 2016, según la Academia Diners Club, responsable de la
lista The World's 50 Best Restaurants.Cuando el 13 de junio se lea en Nueva York el listado de los 50 mejores restaurantes del globo, se entregarán varios premios personales, como el de la cocinera número uno. "Es obvio que hay que luchar por aumentar la visibilidad de la mujer en el sector de la gastronomía", sostiene.
Para Dominique Crenn, el galardón parece el colofón a una carrera profesional, que tras crecer en la Bretaña francesa, se mudó en 1988 a San Francisco, donde años después abrió Atelier Crenn, su espacio de alta cocina, complementado con Petit Crenn, su segunda marca bajo un formato informal. Antes, la cocinera había oficiado en Luce (en el Intercontinental Hotel, en San Francisco) e, incluso, en locales de Yakarta de la misma cadena.
En 2011, arrancó Atelier Crenn, que suma 40 plazas, aparte del privado The Garden Room, con entre 24 y 50. Funciona con un único menú degustación, que despacha por las noches (cierra a mediodía) por 298 dólares (258 euros). Bajo una propuesta de cocina sostenible sometida a materias primas orgánicas de pequeños proveedores, la chef firma platos de poéticos nombres y barrocos como Un paseo por el bosque, Recuerdo un sentimiento oceánico o El nacimiento.
Petit Crenn abrió en San Francisco en julio de 2015, en el local ocupado pocos meses antes por el conocido Bar Jules. Con una cocina que parte de su infancia en la Bretaña, Crenn apuesta por un mix de carta y menú, con horario non stop y un tícket medio de 79 dólares (68 euros).
TITULO: 7 DIAS CITAS - SI TIENES MINUTOS Y DESCANSO - La chica que lloraba en el metro,.
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El otro día vi en el metro a la chica más triste del planeta. Bajé al andén. Eran las diez de la noche. Y allí estaba ella. Me sorprendió que no se escondiera, que no se tapara la cara con las manos, que no se frotara los ojos. Nada. Estaba de pie, apoyada en la pared, un poco ladeada. Tenía las facciones apagadas, la mirada caída, el pelo lacio vagando sin rumbo fijo, sin forma, sin destino. Supongo que como ella en ese momento. Las lágrimas empezaron a asomar. Lento. Primero una. Luego otra. Luego otra. Cualquier otra persona se habría puesto las gafas de sol, aun siendo ridículo, porque resulta mucho más llamativo y acaba atrayendo un montón de miradas que se preguntan qué hay tras los cristales, qué problema yace, qué clase de desamor, qué tipo de dolor.
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