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Leí hace unos días el librito España, república de trabajadores
que el ruso y muy estalinista Ilia Ehrenburg escribió tras hacer un
corto viaje por nuestro país en 1931: un libro amargo pero interesante,
de útil lectura incluso ahora -o especialmente ahora-, que no traza el
mejor retrato posible de la España de entonces, y critica el modo
desastroso con que, según opinión de ese ilustre viajero -que al poco
tiempo se convirtió en alta personalidad del régimen soviético-, los
españoles encarábamos aquella todavía joven democracia: nuestro recién
conquistado gobierno popular. Y cuando uno lee el libro, al fin
publicado con su texto íntegro, se le caen bastantes palos del sombrajo.
No porque la Rusia estalinista de entonces, por contraste, fuese
precisamente el paraíso del proletariado; pero sí porque la descripción y
opiniones de Ehrenburg, demoledoras, superficiales, disparatadas a
veces, explican sin embargo muchas cosas de las que ocurrieron después.
Eso convierte el libro en recomendable lectura para saber cómo se nos
veía entonces desde fuera; y también, dicho sea de paso, para que
templen su entusiasmo los simples que hoy describen la Segunda República
como una Arcadia feliz rota sólo por obra y gracia de un par de obispos
y cuatro generales malvados. Aquello nos lo cargamos entre todos, desde
luego. Y el libro de Ehrenburg, aunque parcial y relativo, torpe a
menudo, relaciona bien algunos porqués.
Pero, en realidad, de lo que yo quiero hablarles hoy es de limpiabotas. De una anécdota reciente que retuve quizá porque en ese momento, hace sólo unos días, me encontraba leyendo lo de Ehrenburg, y el libro se refiere también a los limpiabotas de aquellos años, criticando la obsesión de los españoles de entonces por llevar los zapatos limpios y relucientes. Unos cuantos muertos de hambre, viene a decir, pasaban la tarde entera con una peseta haciendo tertulia en una mesa de café, pero en cuanto disponían de alguna calderilla, todos llamaban altivamente al limpiabotas. La lectura de esas líneas me hizo pensar en lo que los tiempos han cambiado, y en la práctica desaparición en España del útil oficio de limpia. Hay quien se alegra de ello, pues lo considera denigrante y servil, pero no comparto esa opinión. Llevar los zapatos limpios, de casa o de fuera, sobre todo si son un par de buenos zapatos, es una magnífica tarjeta de presentación; pero es que, además, ese trabajo, como otro cualquiera, da de comer a gente que se gana dignamente su jornal. Remarco lo de dignamente, pues nunca vi nada deshonroso en el oficio de limpiabotas u otros similares. Al contrario, recurro a ellos cuando los necesito, conozco a varios hasta casi la amistad, y algunos -como uno de la Campana de Sevilla, ex legionario, ya fallecido, al que hace años dediqué un artículo- pueden dar lecciones de dignidad a la mayor parte de sus clientes, como las daba Alfonso, el cerillero del café Gijón, o las da Luis, el melancólico y profesional limpiabotas del Palace de Madrid, que lleva su oficio con estoica imperturbabilidad y sólo se lamenta, cuando hay confianza, de que cada vez hay más clientes con zapatillas deportivas, y eso no hay cristo que lo embetune.
Sobre Luis, el limpia, es la anécdota. Porque estaba yo el otro día por allí, presentando libros y de charla con Miguel, el más impecable maître de restaurante del mundo, cuando advertí que un político de los que viven con suite o frecuentan el Palace -y no precisamente de su bolsillo-, de ésos que basan su negocio en proclamar lo poco españoles que son y lo menos que van a serlo cuando puedan, estaba allí sentado, leyendo el periódico mientras Luis le limpiaba los zapatos. Y lo miré, claro, pensando: tiene flecos la cosa. Cualquiera puede limpiarse los zapatos, si lo necesita. Puede y debe hacerlo. Todo el que pase por aquí, que es el hotel más elegante de Madrid, o se detenga en plena calle, ante los boleros mejicanos que atienden en la Gran Vía, por ejemplo. Pero no un político, rediós, en este lugar, a cien pasos del Parlamento. No ese fulano, que lleva más de veinte años enrocado aquí por la cara, pisando moqueta, y ahí sigue, haciéndose limpiar los zapatos en público, con absoluta indiferencia, dándole igual lo que piense quien lo vea. Con total e indecorosa desvergüenza. Así que no pude contenerme y le dije al limpia, cuando el otro ya se levantaba: «Luis, esos zapatos los hemos limpiado y pagado a medias entre usted y yo». Y Luis, que es sabio y gallego hasta en los cepillos, me miró en silencio, guardó el betún en la caja, sacó un pañuelo arrugado, se sonó la nariz y no dijo nada.
TÍTULO: ¡ QUE TIEMPO TAN FELIZ ! Norberto Alvarez Gil gana el XXXIII premio internacional de pintura eugenio hermoso,.
Pero, en realidad, de lo que yo quiero hablarles hoy es de limpiabotas. De una anécdota reciente que retuve quizá porque en ese momento, hace sólo unos días, me encontraba leyendo lo de Ehrenburg, y el libro se refiere también a los limpiabotas de aquellos años, criticando la obsesión de los españoles de entonces por llevar los zapatos limpios y relucientes. Unos cuantos muertos de hambre, viene a decir, pasaban la tarde entera con una peseta haciendo tertulia en una mesa de café, pero en cuanto disponían de alguna calderilla, todos llamaban altivamente al limpiabotas. La lectura de esas líneas me hizo pensar en lo que los tiempos han cambiado, y en la práctica desaparición en España del útil oficio de limpia. Hay quien se alegra de ello, pues lo considera denigrante y servil, pero no comparto esa opinión. Llevar los zapatos limpios, de casa o de fuera, sobre todo si son un par de buenos zapatos, es una magnífica tarjeta de presentación; pero es que, además, ese trabajo, como otro cualquiera, da de comer a gente que se gana dignamente su jornal. Remarco lo de dignamente, pues nunca vi nada deshonroso en el oficio de limpiabotas u otros similares. Al contrario, recurro a ellos cuando los necesito, conozco a varios hasta casi la amistad, y algunos -como uno de la Campana de Sevilla, ex legionario, ya fallecido, al que hace años dediqué un artículo- pueden dar lecciones de dignidad a la mayor parte de sus clientes, como las daba Alfonso, el cerillero del café Gijón, o las da Luis, el melancólico y profesional limpiabotas del Palace de Madrid, que lleva su oficio con estoica imperturbabilidad y sólo se lamenta, cuando hay confianza, de que cada vez hay más clientes con zapatillas deportivas, y eso no hay cristo que lo embetune.
Sobre Luis, el limpia, es la anécdota. Porque estaba yo el otro día por allí, presentando libros y de charla con Miguel, el más impecable maître de restaurante del mundo, cuando advertí que un político de los que viven con suite o frecuentan el Palace -y no precisamente de su bolsillo-, de ésos que basan su negocio en proclamar lo poco españoles que son y lo menos que van a serlo cuando puedan, estaba allí sentado, leyendo el periódico mientras Luis le limpiaba los zapatos. Y lo miré, claro, pensando: tiene flecos la cosa. Cualquiera puede limpiarse los zapatos, si lo necesita. Puede y debe hacerlo. Todo el que pase por aquí, que es el hotel más elegante de Madrid, o se detenga en plena calle, ante los boleros mejicanos que atienden en la Gran Vía, por ejemplo. Pero no un político, rediós, en este lugar, a cien pasos del Parlamento. No ese fulano, que lleva más de veinte años enrocado aquí por la cara, pisando moqueta, y ahí sigue, haciéndose limpiar los zapatos en público, con absoluta indiferencia, dándole igual lo que piense quien lo vea. Con total e indecorosa desvergüenza. Así que no pude contenerme y le dije al limpia, cuando el otro ya se levantaba: «Luis, esos zapatos los hemos limpiado y pagado a medias entre usted y yo». Y Luis, que es sabio y gallego hasta en los cepillos, me miró en silencio, guardó el betún en la caja, sacó un pañuelo arrugado, se sonó la nariz y no dijo nada.
TÍTULO: ¡ QUE TIEMPO TAN FELIZ ! Norberto Alvarez Gil gana el XXXIII premio internacional de pintura eugenio hermoso,.
El sevillano de ascendencia extremeña Norberto Gil vencedor del XXXIII Premio Internacional de Pintura Eugenio Hermoso
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El artista Norberto Álvarez Gil
obtenía en la mañana de este sábado el Premio Adquisición de la XXXIII edición
del Internacional de Pintura Eugenio Hermoso, que se fallaba en el convento de
San Francisco de Fregenal de la Sierra.
Norberto Gil, de origen sevillano y ascendencia extremeña, se hacía con este importante reconocimiento tras crear una llamativa obra, 'Tobira Midori', que logró el consenso de un jurado calificador que estuvo presidido por: Manuel Parralo Dorado, Decano de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid y director técnico de este Premio, Antonio Franco Domínguez, director del MEIAC, Tomás Paredes Romero, presidente de la Asociación Madrileña de Críticos de Arte y Lourdes Román Aragón, conservadora del museo de Bellas Artes de Badajoz, actuando como secretario el pintor local, José Vargas Lasso.
El autor galardonado se mostró muy satisfecho con esta distinción señalando: "A nivel artístico cabe señalar que esta exposición siempre tiene un nivel muy alto, nunca esperas que visitando una población de la dehesa de Extremadura aparezca arte contemporáneo de un nivel tan alto. Una ciudad que, como decía su alcalde hoy, ha hecho una gran apuesta por el patrimonio y este tipo de arte, lo que desde mi punto de vista es muy de valorar. En lo personal este premio es un espaldarazo importante y un notable reconocimiento a tu trabajo, un verdadero honor que pone en valor cada minuto, cada pincelada y cada sesión de estudio. El entorno que tenemos ahora mismo los artistas con la coyuntura económica nos lleva a agradecer, especialmente, reconocimientos como este que te ayuda a seguir trabajando".
Más adelante señaló: "No es la primera vez que me presento, lo hice también en dos ediciones anteriores, en una de ellas fui seleccionado, y siempre ha sido un placer venir a Fregenal porque aquí han apostado de forma decidida por la Cultura con un premio que tiene una bolsa muy importante. Por otro lado, desde el punto de vista personal, para mi es muy importante, también, llegar hasta aquí porque mi bisabuela era de Zahinos, otra localidad de Extremadura y eso me ha permitido sentir siempre muchos afectos por esta tierra, una región en la que, para más detalle, mi familia se reúne todos los años, en una visita anual a Guadalupe, por lo que le tengo un cariño especial a todo lo que se hace por aquí".
Junto a los miembros del jurado y el presidente de la Fundación Eugenio Hermoso 'Legado Rosario Hermoso', José Eugenio Carretero Galán, participaban del acto de entrega de este premio el Diputado de Cultura de la Diputación Provincial de Badajoz, Miguel Ruiz Martínez y el alcalde de Fregenal de la Sierra, Juan Francisco Ceballos, en representación de las dos instituciones de patrocinan y organizan este certamen pictórico.
La exposición con las obras finalistas, entre las que se encontraban varios trabajos de artistas extremeños: Pedro Muñoz Gijón, de Mérida; José Pérez Hornero y Nacho Lobato Aguirre, de Cáceres y el frexnense, Francisco Javier Fernández Carretero; podrá visitarse hasta el próximo día treinta de abril, en esta misma sala, trasladándose entre el uno y el treinta de junio a la Sala Vaquero Poblador de la Diputación de Badajoz.
Norberto Gil, de origen sevillano y ascendencia extremeña, se hacía con este importante reconocimiento tras crear una llamativa obra, 'Tobira Midori', que logró el consenso de un jurado calificador que estuvo presidido por: Manuel Parralo Dorado, Decano de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid y director técnico de este Premio, Antonio Franco Domínguez, director del MEIAC, Tomás Paredes Romero, presidente de la Asociación Madrileña de Críticos de Arte y Lourdes Román Aragón, conservadora del museo de Bellas Artes de Badajoz, actuando como secretario el pintor local, José Vargas Lasso.
El autor galardonado se mostró muy satisfecho con esta distinción señalando: "A nivel artístico cabe señalar que esta exposición siempre tiene un nivel muy alto, nunca esperas que visitando una población de la dehesa de Extremadura aparezca arte contemporáneo de un nivel tan alto. Una ciudad que, como decía su alcalde hoy, ha hecho una gran apuesta por el patrimonio y este tipo de arte, lo que desde mi punto de vista es muy de valorar. En lo personal este premio es un espaldarazo importante y un notable reconocimiento a tu trabajo, un verdadero honor que pone en valor cada minuto, cada pincelada y cada sesión de estudio. El entorno que tenemos ahora mismo los artistas con la coyuntura económica nos lleva a agradecer, especialmente, reconocimientos como este que te ayuda a seguir trabajando".
Más adelante señaló: "No es la primera vez que me presento, lo hice también en dos ediciones anteriores, en una de ellas fui seleccionado, y siempre ha sido un placer venir a Fregenal porque aquí han apostado de forma decidida por la Cultura con un premio que tiene una bolsa muy importante. Por otro lado, desde el punto de vista personal, para mi es muy importante, también, llegar hasta aquí porque mi bisabuela era de Zahinos, otra localidad de Extremadura y eso me ha permitido sentir siempre muchos afectos por esta tierra, una región en la que, para más detalle, mi familia se reúne todos los años, en una visita anual a Guadalupe, por lo que le tengo un cariño especial a todo lo que se hace por aquí".
Junto a los miembros del jurado y el presidente de la Fundación Eugenio Hermoso 'Legado Rosario Hermoso', José Eugenio Carretero Galán, participaban del acto de entrega de este premio el Diputado de Cultura de la Diputación Provincial de Badajoz, Miguel Ruiz Martínez y el alcalde de Fregenal de la Sierra, Juan Francisco Ceballos, en representación de las dos instituciones de patrocinan y organizan este certamen pictórico.
La exposición con las obras finalistas, entre las que se encontraban varios trabajos de artistas extremeños: Pedro Muñoz Gijón, de Mérida; José Pérez Hornero y Nacho Lobato Aguirre, de Cáceres y el frexnense, Francisco Javier Fernández Carretero; podrá visitarse hasta el próximo día treinta de abril, en esta misma sala, trasladándose entre el uno y el treinta de junio a la Sala Vaquero Poblador de la Diputación de Badajoz.
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