REVISTA XL SEMANAL PORTADA - Sara Baras - Desde que soy mamá y conozco a Martina bailo de otra forma,./ EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA - EL MENDIGO DEL PERRO,.
TÍTULO: REVISTA XL SEMANAL PORTADA - Sara Baras - Desde que soy mamá y conozco a Martina bailo de otra forma,.
Desde que soy mamá y conozco a Martina bailo de otra forma,. foto
El próximo miércoles y jueves, Sara Baras estrena su espectáculo
'Voces' en el López de Ayala y dedica la recaudación a la lucha contra
el Síndrome Rett,.
En todas las charlas con Sara Baras en torno a la danza, la
conversación siempre la envuelve una alta dosis de sensibilidad. Habla
de «lenguaje directo», de «dejarse el alma» o de «más corazón que
técnica». Pero si a toda esta carga emocional se suma su implicación con
las niñas que sufren el Síndrome Rett, una enfermedad rara que se
confunde con el autismo y la parálisis cerebral, la sensibilidad se
multiplica por mucho. Es probable que el 'Voces' que presenta el próximo
miércoles y jueves en el López resulte un derroche distinto a lo visto
hasta ahora a la bailaora en Badajoz. La I Edición del Festival 'Mi
Princesa Rett', bajo el auspicio de Caja Badajoz, entrega la recaudación
a investigar esta alteración genética. En Badajoz, la lucha la
protagoniza Martina, una niña de cinco años con la que se ha volcado
toda la ciudad. Partidos de fútbol, veladas carnavaleras y conciertos
han dado visibilidad a su lucha. El útimo ejemplo se pudo ver en la
cabalgata de Reyes cuando un agente de la Policía Nacional entregó a
Martina un juguete para llamar la atención sobre la patología.
Le definen a usted como la mejor madrina de las guerreras Rett.
Nuestra amistad con Paco, Marina y Martina, viene de hace años.
Martina es de la edad de mi hijo y eso hace que tenga muy presente lo
que supone todo esto. Siento verdadera admiración por estos padres, que
como todos los casos de niñas Rett, son un ejemplo de amor y de fuerza
descomunal. Llevamos tiempo poniendo nuestro granito de arena para que
la investigación de esta enfermedad avance.
¿Usted es testigo de esos pequeños avances?
Se han unido muchísimas familias y ya hay terapias especializadas.
Hasta no hace mucho, no había un método de ayuda, ahora con esa unión,
todo va mejor. Eso te impresiona más y quieres seguir haciendo cosas
cada vez más grandes.
La Fundación dice que todas las princesas merece un final feliz.
En investigación parece que estamos cerquita de algo. Se ponen los
pelos de punta cuando colaboras con los padres y muchos te dicen que
quizás llegue tarde para sus hijas, pero realmente luchan por las que
vendrán. Mantenemos la esperanza de que pronto habrá resultados
científicos, pero no llegan solos. Después estamos con las terapias, que
son inalcanzables para algunos por lo que cuestan. Otra parte pasa por
dar a conocer la enfermedad en la sociedad, que cuando digas «mi hija es
Rett», la gente sepa lo que le ocurre. Hay muchos frentes abiertos.
Usted se considera muy pasional, ¿cómo le afecta todo esto en el escenario?
Desde la compañía intentamos aliviar un poquito el dolor de estos
padres. Cuando me hablan del éxito, en mi caso el verdadero éxito es que
mi nombre signifique algo para personas que lo necesitan. Cuando
bailas, buscas un lenguaje muy directo y eso te da la oportundidad de
poder acordarte de ellas.
Salir ante un público tan receptivo también ayuda.
Nosotros en la gira ya hacemos partícipes a nuestras princesas.
Ensayamos con las camisetas de la fundación y muchas veces no las
ponemos al finalizar. Estamos muy sensibilizados y queríamos hacer estas
galas por encima de todo. Que se recaude cada vez más, que llegue más
lejos...
A usted le he escuchado alguna vez de su implicación contra el Rett como madre más que como artista.
Al poco tiempo de ser mamá me encontré con Martina y desde entonces
bailo de otra forma. Yo he ayudado en muchas campañas contra el cáncer,
con asociaciones Down, pero lo que te entra por dentro al ser tú mamá y
ver lo que pasan las niñas Rett es diferente. Mi hijo, afortunadamente
está sano, y yo creo que precisamente por eso tenemos que ayudar. Somos
unos privilegiados. Ayudar no es una obligación, es un privilegio.
Cuando eres madre hay cosas que te cambian y la escala de valores se
modifica.
Es una forma muy gráfica de explicar el instinto maternal.
Supongo, pero cuando cuando eres mamá te conviertes en una leona.
Ganas en seguridad, haces todo con el cien por cien de tu corazón. Sacas
fuerza que no creías tener. Yo, físicamente siempre he sido muy fuerte.
Paré de bailar por la maternidad durante un año y medio y pensé que
nunca volvería ni a la velocidad ni a la fuerza de antes. Pues todo lo
contrario, lo hago mejor. Es la naturaleza pura y dura. Busco que mi
hijo me tenga como una persona con valores y una referencia en que uno
tiene que entregarse en lo que hace. Y supongo que de esa
responsabilidad nace todo eso.
TÍTULO: EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA - EL MENDIGO DEL PERRO,.
EL MENDIGO DEL PERRO - foto ,.
Blancos copos de nieve caían sobre una acera poco cuidada, en
una ciudad a la que nadie le importa ya el nombre. Sobre el sucio
asfalto muchos rostros anónimos caminaban mientras miraban con
indiferencia a su alrededor, pero sobre todo a un anciano señor que
reposaba en el suelo, cobijándose del frío en un portal.
Un letrero: “Por favor algo para comer” escrito con tinta deleble y
borrosa por las gotas de lluvia caídas de antes. Un escabroso gorro le
cubría sus canosas melenas que se movían con el son del viento, debajo
de sus labios una barba si cuidar, su rostro, triste, sus ojos, fríos,
tal y como la nieve que lograba quedarse en la acera y no era aplastada
por las pisadas de gente “media”. Él intentaba clavar la mirada en
alguno de aquellos transeúntes, pero todos se la rechazaban, entonces se
quedó atónito contemplando como los fríos copos de nieve flotaban por
el aire con una libertad impresionante. El ruido de una moneda al chocar
contra las pocas que reposaban en otro gorro en el suelo le espabiló.
-¡Muchísimas gracias!-exclamó el vagabundo.
El señor acabó perdiéndose de vista entre la calle, al igual que
los últimos rayos del sol desaparecían tras grises nubes, se aproximaba
la noche, fría, cruel y sola, típica de invierno. Con las monedas entró
al bar más cercano a pedir un bocadillo. De nuevo en el portal
acurrucado en su vieja manta el mendigo empezó a comer mientras miraba
fijamente como la luminosidad de las farolas iban atenuando a más
oscuro. Poco a poco la calle se fue quedando si gente, la hora a nadie
le importaba. El vagabundo reclinó la cabeza sobre la pared y cerró sus
ojos intentando descansar mientras los copos de nieve le cubrían poco a
poco la cara. Escuchó un ladrido, poco a poco fue abriendo sus ojos,
frente él un cachorro labrador de apenas una semana le miraba fijamente,
el mendigo se arrodilló ante él totalmente incrédulo.
-¿Qué haces solo en una noche tan fría? Eres lo último que me
podía imaginar ¿Tus dueños, los has perdido? -preguntaba sabiendo que no
iba a obtener respuesta, el perro lo miraba directamente a los ojos,
ambos rostros eran tristes- No tengo mucho que ofrecerte, pero mejor en
compañía- cogió al perrito en brazos y lo llevó hasta el portal,
con cuidado se sentó y lo colocó en sus piernas, poco a poco lo cubrió
con la manta dejando al aire su cabeza. El perro cerró los ojos y se
durmió, el mendigo los cerró también y se dedicó a pensar, lentamente se
fundió en sus sueños.
Ambos despertaron con los primeros rayos del amanecer tras una nube grisácea típica de un invierno frío.
-¿Tienes hambre? –preguntó el vagabundo sin esperar respuesta-
toma este trozo de pan que me sobró de ayer- mientras el perro lo comía
le dijo- ya lo siento pero he de dejarte, no soy buen dueño para ti- el
mendigo se levantó y dejó al perro en el portal. De fondo se escuchaban los sollozos del cachorrito, y el mendigo lo miró directamente hacia sus tristes ojos- anda ven.
Pasaron el día de calle en calle, ganándose alguna monedilla por
tocar una melodía con la flauta, el perro le hacía compañía en todo
momento, pasaron las horas, y volvió la noche, esta vez en un banco del
parque descansaron cubiertos por esa vieja manta, haciéndose compañía el
uno al otro, siendo ambos sus mejores amigos.
Si algo caracteriza a los mendigos es su rutina, pasaron los
días, y para el vagabundo se le pasó la semana como unos minutos, ahora
detestaba la soledad, quería a su fiel amigo el perro, sin nombre, igual
que el mendigo, solos y olvidados, tal para cual. En el mismo parque
dormían todas las noches, totalmente rutinarios.
La noche era fría, como cualquier otra, el vagabundo no se
sentía con ganas de comer y le dio la mitad del bocata al cachorro. Ya
no le hablaba, sabía que era inútil, pero amaba su compañía más que su
vida. El perro apoyó su cabecita en la rodilla del mendigo mientras este
perfeccionaba una almohada con sus pocos harapos, con cariño cubrió al
perro rutinariamente con la vieja manta dejando asomarse su pequeña
cabeza, sus ojos se fueron cerrando al igual que los del mendigo.
Su última noche. A la mañana siguiente el cachorro se levantó antes
que su dueño, y corriendo entre el cuerpo del vagabundo llegó a su
cabeza, la empezó a lamer, pero no se despertaba, siguió lamiendo la
cara durante un rato y se percató de la situación, comenzó a ladrarle,
pero aquella persona no reaccionaba, los sollozos del perro cada vez se
hacían más fuertes y dándolo todo por perdido volvió a las piernas del
mendigo por debajo de la manta, y allí se quedó acurrucado entre sus
piernas y llorando en el interior por el que había sido su mejor amo, y
amigo.
Permanecieron olvidados durante mucho tiempo y el mendigo nunca
más despertó, olvidados como lo habían sido ambos durante toda su vida,
solo recordados el uno por el otro.
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