¡ QUIEN VIVE AHI ! - Miguel Ángel Jiménez - El golfista que ama la vida,. / LAS MIRADAS DEL MUSEO DEL PRADO,.
TITULO: ¡ QUIEN VIVE AHI ! - Miguel Ángel Jiménez - El golfista que ama la vida .
El golfista que ama la vida,.
fotos - Miguel Ángel Jiménez es adorado
fuera de España. Su filosofía de vida representa una descarga eléctrica
en un deporte clásico,.
Pepón, ponme colesterol!”. Los pocos hombres que se acodan en la
barra de la cafetería Casa Paco no necesitan apartar la vista del
desayuno para saber quién ha llegado. Sobre el ruido de los coches que
bordean este popular establecimiento, pegado a la carretera de Málaga a
Torremolinos, se eleva la voz de Miguel Ángel Jiménez. Tan inconfundible
como su imagen. El BMW gris está aparcado en la puerta. De él baja el
Pisha con el pelo suelto, vestido con un traje oscuro, y con hambre. Es
un día especial porque inaugura la casa club de la escuela municipal de
golf que lleva su nombre en Torremolinos.
Jiménez saluda a Baldomero, el dueño del pequeño estanco, a la
entrada de la cafetería, en el que compra esos puros que le retratan
tanto como su coleta. Luego pide a Pepón el tentempié habitual: “Un
mollete de chorizo, un café y un zumo”. En el bolsillo acaricia el
Cohiba Siglo VI que se muere por encender.
La prensa estadounidense le bautizó en el pasado Masters de Augusta
como “el golfista más interesante del mundo”. Jiménez fue cuarto. Entre jugadores a los que dobla la edad,
el andaluz hizo preguntarse otra vez por el secreto de su eterna
juventud. A los 50 años, es el ganador más veterano en el circuito
europeo, ha logrado 14 de sus 21 títulos cumplidos los 40 y a partir del
próximo jueves puja en el Open Británico por lograr su primer grande y
destrozar otra marca de longevidad. Récords aparte, su figura encandila
por su manera de entender la vida y el juego. Miguel lleva escrito el
carpe diem en el alma y esa filosofía vital de paladear cada segundo de
existencia la ha transmitido a un deporte en el que los resultados
tienen mucha conexión con la felicidad.
Podría decirse que hay dos Jiménez. El puro, la coleta, el rioja, las
hebillas grandes y el Ferrari Maranello de 1999 son lo que viste al
personaje. Es lo que se ve de él, lo que vende porque le hace diferente a todos los demás golfistas,
por lo general cortados por un patrón similar, que dicen lo mismo y
visten igual. Jiménez es la nota discordante, el macarra, el abuelo
rebelde que rompe los esquemas. Pero hay otro Jiménez sin el cual el
primero no existiría. Detrás del puro anida un hombre forjado en el
sacrificio. En verdad, para saber quién es Miguel Ángel Jiménez hay que
volver a sus orígenes. Así que una vez ha dado cuenta del mollete,
mientras se envuelve placentero en las volutas del cohiba, rememora…
Olazábal, campeón de dos Masters: “Ha roto
moldes y cánones. Tiene una actitud maravillosa y una confianza en sí
mismo desbordante”
Churriana, 1964. “Fui el quinto de siete hermanos, todos chicos. Mi
padre era albañil. Recuerdo una vida sencilla, en un pueblo con las
calles sin asfaltar. En casa éramos muchas bocas y había que ayudar. Yo
daba de comer a los conejos y las gallinas, salía al campo a recoger
hierbas y cabos [de las cañas de azúcar] para las vacas. Era todo campo.
Mi primer trabajo fue en un taller. Limpiaba y lijaba los coches. Con
14 años iba los fines de semana al campo de golf a sacarme unas
perrillas haciendo de caddie…”. El golf. Ya nada fue lo mismo. Había
pisado por primera vez un campo, en Torrequebrada, de la mano de su
hermano Juan, El Pecas. Y aquel niño descubrió otro mundo.
“Veía que mi hermano les llevaba la bolsa de palos a los clientes,
ponía la mano y le pagaban. Era dinero para ayudar a los padres. Y
empecé yo también. Me pagaban 200 pesetas por hacer de caddie. El golf
no me había atraído hasta entonces. En el colegio practicaba voleibol.
Pero empecé a ver cómo jugaban y a imitarles. Enseguida me gustó, me
enamoré del golf. Así aprendí, solo, mirando. Yo era un niño que crecía
en el campo. No veía más allá, así que no podía aspirar a otra cosa.
Veía a mi padre albañil, cojo por un accidente, y para mí no había otra
cosa que dar de comer a los animales y jugar a las canicas. En ese
entorno no avanzabas más porque no veías más. Mi mente no iba más allá
de lo que tenía delante. Con el golf vi que había otra vida”.
Fue en el Open de España de 1979, celebrado en Torrequebrada. Allí
estaban las estrellas de la época. Seve Ballesteros, Woosnam, Faldo…
Juan necesitaba ayuda y se llevó al campo a Miguel Ángel. El pequeño
quedó impactado. Cuando volvió a casa, le dijo a su madre: “Quiero ser
como ellos”. A ella, Carmen, no le gustaba que su hijo regresara del
taller con las manos manchadas de grasa, y mucho menos le auguraba
futuro en aquello del golf. De modo que le buscó trabajo como mozo de
farmacia. Pero Jiménez ya había decidido. “No, mamá, yo seré golfista”.
Jiménez y su mujer.
“Fue amor a primera vista”, revive Fernando, uno de sus hermanos,
mientras entre ellos rememoran esos años de felices carencias. “¡La
película Siete novias para siete hermanos se hizo por nosotros!”,
bromean. “Miguel era el mayor de los pequeños”, apunta José Antonio;
“los mayores trabajábamos fuera todo el día y él cuidaba de los
pequeños. Era excesivamente responsable. Era frecuente llegar a casa y
verle participar en las tareas del hogar, en una época en que el varón
no hacía nada. Su idea de responsabilidad y sacrificio viene de muy
niño. Y tenía un espíritu muy vivo, siempre aprendiendo”. Los recuerdos
afloran entre los hermanos Jiménez: cuando Miguel llegó de noche con las
manos ensangrentadas tras jugar sin desmayo todo el día; cuando se
entrenaba a las cuatro de la tarde en agosto, con 40 grados; y la vez
que estaba en el campo de prácticas y empezó a diluviar. “Todos huyeron,
pero él se puso el traje de agua y siguió. Se reían de él, pero Miguel
decía que debía saber jugar con viento y lluvia porque así se juega en
Inglaterra”.
Ese es el Jiménez que forjó el actual tipo del puro y la coleta. “No
sé lo que hubiera sido de mí sin el golf. La suerte de mi vida es que he
conocido el golf y me he enamorado del golf. Nunca me ha costado darle
el tiempo necesario”, dice. Los compañeros que compartieron con él
aquellos primeros años siguen siendo algunos de sus mejores amigos.
“Miguel ya era de joven un cabezota. Si no le salía un golpe, no paraba
hasta conseguirlo”, explica Andrés Jiménez, que se hizo profesional con
el Pisha y fue con él campeón de España de dobles. “Discutíamos todos
con él porque jugaba un hoyo de manera diferente a todos. Y hasta la
cena seguíamos así. Va a muerte con lo que piensa. En los viajes
parábamos a desayunar y hablábamos de nuestros objetivos. Para el resto
era pasar el corte, cubrir gastos… Él decía que quería ganar, y nos
echábamos a reír. Pero lo decía muy en serio”. También Jiménez se
apellida Pascual, amigo de Miguel desde los 16 años. “Siempre ha tenido
las ideas muy claras, más que ninguno. Esa forma de hablar a veces
rozaba la poca humildad, pero era lo que sentía, que iba a ganar… Y
ganaba. Siempre ha estado muy seguro de sí mismo. Se decía: ‘Tengo los
palos, los guantes, las bolas… ¿por qué no le puedo ganar a
cualquiera?’. Ahora es igual. Le he llevado los palos y es un
matahombres, un matacaddies. Abre el campo de prácticas y lo cierra.
Vive cada momento de una forma total, esté currando o de fiesta”.
Jiménez puede ser el más serio y el más bromista. Disfruta con su imagen rompedora
aunque le señalen por salirse del carril, y sabe que si baja la
exigencia le darán “la patada”. Él no quiere oír hablar todavía del
circuito sénior, el de los golfistas retirados, sino que siente “el nudo
en el estómago” cuando se mide a los jóvenes. “Eso me encanta”, afirma.
Sí, desayuna el mollete “al estilo churrianero” que Pepón asegura que
es el secreto de sus éxitos, da cuenta del cohiba y lleva a los suyos a
La Sardiná, un restaurante en la playa, a comer espetos, busanos y mero.
Cuando puede, se pone a los fogones para cocinar arroz. Son los
“placeres” sin los que Jiménez no hallaría la felicidad. Y sin ella no
sabría jugar al golf. “Yo lo que quiero es vivir, y vivir bien. Me gusta
fumar puros, comer bien, beber rioja… sí, pero solo con eso no se va a
ninguna parte. Soy mucho más trabajador de lo que la gente se cree. ¿O
estaría ahora aquí? ¿Acaso no voy a disfrutar lo que he trabajado, y
viniendo de donde vengo? Yo no quiero amasar dinero, no me hace ilusión.
Quiero disfrutar. Lo hago y trabajo todo lo que haga falta, no me
descuido. El puro y el vino es lo que se refleja de mí, lo que se ve. La
gente no está cuando me levanto para ir al gimnasio. Ve la foto con el
humo”.
Yo lo que quiero es vivir, y vivir bien. Me gusta fumar puros, comer
bien, beber rioja… Eso es lo que se ve de mí, pero soy mucho más
trabajador de lo que creen”
“Puede que piensen que Miguel es un juerguista, pero no. Cuando nos
reunimos los hermanos, todos nos bebemos un whisky y él una cerveza sin
alcohol. ‘Ahí os quedáis’, nos dice, ‘que mañana a las siete me
entreno”, cuenta Fernando. María Acacia López-Bachiller, jefa de prensa
del circuito europeo en España, estaba en aquel Open de 1979 que cambió
la vida de Jiménez. “Miguel es un disfrutón de cada minuto de la vida,
pero es tan currante como disfrutón. Se machaca. Detrás de esa
barriguita hay un trabajador. Disfruta igual de un platito de jamón que
de jugar o una charla. Con unas sardinas y una cerveza es el más feliz
del mundo, igual que compitiendo. Y nunca ha dejado de ser persona. Es
muy recto, le ves venir, no va serpenteando. Olazábal y él son nuestros
dos mayores lujos”. El Pisha y el Vascorro son una pareja singular. Tan
diferentes y tan iguales, guardianes de unos valores muy arraigados de
respeto y deportividad, hoy casi una especie en extinción. “Seve fue mi
espejo, por su determinación y su pasión”, cuenta Jiménez, “y Olazábal
es el carácter, la lucha, no da nunca nada por perdido, debes mirarte en
él para aprender”. “Miguel ha roto moldes. Es un personaje único, que
ha roto cánones y que tiene una actitud maravillosa y una confianza en
sí mismo desbordante y extraordinaria”, le elogia su querido amigo
Vascorro, campeón de dos Masters de Augusta.
Miguel fue el niño que mamó la devoción familiar y la cultura del
trabajo. Si sacó algún provecho de la mili que hizo en León y
Valladolid, en una batería de armas, fue “la disciplina”. “Me pareció
una pérdida de tiempo, pero, viendo cómo está hoy la juventud, aprendías
respeto. Ahora hay un poco de falta de ética y de formas. Yo le daba
valor a todo. Mis padres no se gastaban una peseta si no era
imprescindible. Era economía de guerra, austeridad total. Lo fundamental
era comer”, rememora Jiménez, hoy un padre que intenta transmitir a sus
hijos la misma seriedad. Miguel Ángel tiene 19 años, estudia Finanzas
en Estados Unidos y sueña con ser golfista. Víctor tiene 15 años y
apunta al mismo camino. “Les quiero enseñar el compromiso, con uno mismo
y con los demás, involucrarte, trabajar. Tienen que entender que aquí
nada cae del cielo y que yo no trabajo para ellos, para que no hagan
nada en su vida. Quiero que sean independientes, que se lo ganen. Tienen
que vivir su vida, no la mía”, cuenta.
En diciembre de 2012, todo estuvo a punto de hundirse. Para un amante
de la adrenalina como él, con alguna multa en la guantera y que no
confiesa la máxima velocidad a la que ha conducido, el esquí era un
subidón. Aunque lo maldijo esa Navidad cuando una caída en Sierra Nevada
le mandó al quirófano con la tibia derecha rota. Una lesión tan grave
que con su DNI ponía en riesgo su carrera. “Cuando me rompí se me pasó
todo por la cabeza”, admite. “Nadie daba un duro por él”, añade su
hermano Juan, “pero volvió”. “Lo que no quería era terminar así mi
carrera”, dice Jiménez, que presume de ser el golfista de las tres
generaciones, la de Seve, la de Tiger Woods y la actual. Todavía le
quedaban retos por delante. Y no solo regresó, sino que batió el récord
de ganador más veterano del circuito europeo, quiere ser el participante
de más edad en la historia de la Copa Ryder y no descarta ser olímpico
en Río 2016. “Quiero ganar un grande, y creo que puedo. La edad está en
la mente. Puedes tener veintipocos y estar sin hacer nada, o tener 60 y
no parar. ¿Cuál es el más joven? Yo físicamente no estoy como con 30
años, que era un toro. Ahora soy un toro más viejo. El mensaje que
transmito es que sigue habiendo vida cuando hay dedicación y compromiso,
que nunca es tarde. Soy un luchador. Espero que a la gente le sirva de
reflejo”. Eso sí, adiós al esquí hasta la jubilación.
Fede Serra
Jiménez necesitaría un día de 30 horas para hacer todo lo que quiere.
Organizó durante años el Open de Andalucía, ya desaparecido por falta
de ayudas económicas, decepcionado el Pisha con las instituciones
públicas. Y ahora ha invertido 3,5 millones de euros en la Escuela
Municipal de Golf de Torremolinos, su modo de quedar en paz con el golf.
“Se lo he dado todo, y el golf me lo ha dado todo en la vida. Aunque me
lo he trabajado. Nunca me han regalado nada. Llevo 25 años dándole
vueltas al mundo. Después de todo, me sigo sintiendo en deuda con el
golf. Con la escuela quiero acercarlo a la gente, que sea más asequible
para todos. En España hacen falta más campos públicos”.
Hay asuntos que a Jiménez le cambian la cara. Como la política.
“Estoy desencantado. A mí nunca me ha importado dar mi opinión. Soy
rojillo y lo seré toda mi vida. Hay que socializar y redistribuir,
cambiar caras e ideas, ser más solidario. Hay cosas que no entiendo. Yo
compito 30 semanas al año fuera y es abusivo que no hayamos tenido un
trato fiscal especial. Se sacó una ley para que los futbolistas
extranjeros pagaran menos impuestos, y nosotros no. Es injusto”. El
mosqueo le dura poco. Una mujer interrumpe la conversación. Es
irlandesa. Se acerca a él, le abraza y le besa. “Tú eres mi héroe”, le
dice marcando las sílabas. “Eres maravilloso”. Él responde con ese
inglés con acento andaluz que tanto divierte por su tendencia a traducir
literalmente expresiones típicas españolas. Como Until the tail, everything is bull. Hasta el rabo, todo es toro, en inglés versión Pisha.
Con la coleta y el pelo largo me siento distinto. A mucha gente no le
gusta la imagen que tengo, pero lo siento mucho, a mí sí. Si no, no
mires”
“Siento el reconocimiento de la gente”, cuenta feliz Jiménez, a quien
esa mañana han dedicado una calle en Torremolinos. “Miguel Ángel
Jiménez. Golfista”, pone en la placa. “Estoy en un momento muy bonito de
mi vida”. El amor forma parte de él. En mayo se casó con Susanne Styblo
(su segundo matrimonio), una auditora de banca, austriaca, con la que
vive en Viena. La boda se celebró en el hoyo 7 de la escuela de golf,
llamado Angustias, una réplica del hoyo 12 de Augusta. Ella llegó en un
Rolls-Royce negro. Sonaba un terceto de cuerda en el atardecer
malagueño. En el banquete recitaron los Cantares de Machado, él en
español y ella en alemán.
El puro y la coleta no siempre estuvieron ahí. Llegaron a Jiménez
como fases en su crecimiento vital. Dejó los cigarrillos en 2000 para
curarse un resfriado y se pasó a los cohibas (el Siglo VI vale 28 euros)
y los partagás. Empezó a dejarse el pelo largo dos años después.
Necesitaba un cambio de imagen tras dos temporadas viviendo en Estados
Unidos que le hicieron darse cuenta de que ese no era su sitio. “Mi
juego se venía abajo, estaba empantanado. Decidí no cortarme el pelo. En
el Masters de 2003 me hice mi primera coleta. La gente comenzó a hablar
de mí. Y yo dije: ‘Quieto, eso es distinto de todo lo demás’. Y me la
dejé. Me hace sentir especial, mi coleta, el puro, mis zapatos… Me
siento distinto, y me gusta. Hay que dar un poco de chispa. Soy aire fresco.
Es la imagen que tengo, rompedora. A mucha gente no le gusta, pero lo
siento mucho porque a mí sí. Me dicen: ‘A ver si te cortas el pelo’.
‘¿Te molesta?’. ‘No, pero estarías mejor’. ‘Para ti, no para mí. Si no
te gusta, no me mires”. Su amigo Pascual le defiende: “Su forma de ser
está por encima de las opiniones de los demás. Él pone las cartas encima
de la mesa, no se esconde. Es como es”.
El sol cae en Torremolinos. Por unos minutos, Jiménez deja de ser el
caddie, el golfista, el empresario, el personaje público. Mira por el
ventanal de la escuela y observa a sus hijos jugando al golf. Puede que
entonces se vea a sí mismo de niño, soñando con ser golfista. Mientras
le saca todo el sabor al puro, sonríe. Simplemente, es feliz.
TITULO: LAS MIRADAS DEL MUSEO DEL PRADO,.
Las miradas del Museo del Prado
Cuadro de la Gioconda que se puede ver en el Museo del Prado. fotos
El oftalmólogo de Torrejoncillo Enrique Santos repasa las
enfermedades visuales que pueden verse en los protagonistas de la
pinacoteca madrileña | Propone un recorrido a lo largo de 34 obras,
diseccionando posibles patologías y ofreciendo detalles sobre asuntos
relacionados con la vista,.
No hay duda de que los ojos son nuestra ventana al mundo y nuestro
mejor elemento de expresividad. Su poderío es tal que abarca muchas
facetas de la vida. Enrique Santos Bueso (Torrejoncillo, 1968) ha
fundido dos de ellas en su libro 'Oftalmología en el Museo del Prado',
en el que se traza un recorrido por la pinacoteca madrileña con el hilo
conductor de los ojos o el tratamiento médico de enfermedades visuales.
Santos Bueso ejerce su profesión el hospital clínico San Carlos de
Madrid. Su pasión por el arte se remonta a mucho tiempo atrás. «Durante
mi época de universitario, cuando estudiaba en Badajoz y viajaba a
Madrid, iba mucho al Prado», recuerda. Cuando se especializó en
Oftalmología aterrizó esa idea, la de ir localizando patologías oculares
en los cuadros de esta pinacoteca y agruparlas en una publicación.
Propone también crear una ruta muy concreta dentro de un Museo que
resulta inabarcable si nos proponemos verlo en su integridad. Su
propuesta se concretó en un libro editado por laboratorios THEA que se
presentó en Sevilla, durante la reunión de la Sociedad Española de
Oftalmología. La obra, escrita en colaboración Julián García Sánchez y
Josefa Vinuesa, también oftalmólogos, está agotado, pero dado el interés
que está despertando su contenido tal vez se pueda reeditar. Gran parte
de los capítulos fueron apareciendo, como artículos, en la revista 'Los
archivos de la Sociedad Española de Oftalmología'. La publicación
cuenta con láminas de cada una de las obras a las que se hace alusión,
cedidas por el Museo del Prado, y cuenta también con un detalle visual
del elemento que centra la atención de cada una de las pinturas
seleccionadas.
El médico Enrique Santos.
El recorrido que propone Enrique Santos Bueso, y que duraría, en
tiempo real, una hora y media, incluye 34 obras. Hay autores distintas
etapas y escuelas, y obras culmen de la historia del arte como 'Las
Meninas', de Velázquez, o 'El jardín de las delicias' de El Bosco. En el
primero se pone el foco en la óptica, en el reflejo de la escena en el
espejo, y en el segundo se resalta el detalle de la órbita de la
calavera atravesada por una lanza.
En algunos casos la relación con el mundo de la Oftalmología es
evidente, como en los cuadros 'La curación de Tobías', de Bernardo
Strozzi o 'El escultor ciego', de José de Rivera. En otros casos, la
lectura es un poco más fina. Por ejemplo en 'La vista', de Pedro Pablo
Rubens, hay una serie de objetos relacionados con la visión, y en donde
aparece también, dentro del cuadro, la obra 'La curación del ciego'.
Leyendo esta obra, uno puede apreciar todo tipo de problemas visuales
representados.
En esta especial visita también entra una copia de 'La Gioconda', del
taller de Leonardo da Vinci. Y aquí, el retrato que ha causado más
misterio en el mundo del arte queda detallado con todas sus
características oculares. «Tenía hiposfagma en el ojo derecho y
conjuntivocalasia en el ojo izquierdo», explica el médico cacereño. Para
entendernos, unos vasos sanguíneos rotos y síndrome de ojo seco.
También puede verse la abundancia de anteojos y gafas en cuadros como
'Los poetas contemporáneos. Una lectura de Zorrilla en el estudio del
pintor', de Antonio María Esquivel y Suárez de Urbina. Las gafas no son
muy habituales en los cuadros del Prado, por el periodo temporal que
abarca. Aquí, en este cuadro, es curioso el catálogo de este elemento
que puede verse. En el siglo XIX la gente que necesitaba gafas podía
tener unas para toda la vida. Hoy es un complemento que tenemos hasta
por partida doble.
Son también llamativas las gafas de San Jerónimo en la obra de
Marinus van Reymerswaele. Es un cuadro de 1547 y en la que se muestra la
senectud en la vida de este santo. Sobre el escritorio, varios símbolos
de sabiduría y actividad intelectual como las cartas, libros y legajos.
También hay una pluma y un tintero. La fugacidad de la vida quedan
representadas en una vela a punto de consumirse y también en un cráneo
sobre la mesa.
Los diagnósticos que Santos Buesa ha hecho son, tal y como él apunta,
«de presunción», ya que esos pacientes no se pueden explorar. «Hay
evidencias en muchos de ellos, como por ejemplo el estrabismo que se ve
en el niño endemoniado de 'La Transfiguración', de Giovanni Francesco
Penni, o la atrofia del globo ocular del cuadro de Tegeo».
También hay mucha presencia de Santa Lucía, la patrona de la vista.
«Son detalles muy minuciosos, he descubierto seis Santa Lucías en el
Museo del Prado, me hizo mucha ilusión descubrir una de sus imágenes en
un retablo, en una entrecalle de la obra», cuenta. La oftalmología
moderna, tal y como cuenta este doctor, es cosa de hace cincuenta años,
por lo cual, se ven patologías que probablemente a día de hoy tendrían
cura.
Hay obra de El Greco en esta compilación. Acerca de la creencia de
que el pintor sufría astigmatismo y que por eso pintaba figuras
alargadas este autor asegura que «es una leyenda urbana que ha ido de
boca en boca desde principios de siglo, en 1913 un oftalmólogo aragonés
publicó un artículo y generó una polémica que ha durado hasta nuestros
días, pero en realidad El Greco pintaba así porque quería, fue un pintor
que rompió con los cánones de la época».
Goya
Francisco de Goya, uno de los pintores españoles más universales,
tiene también una presencia destacada en este libro. Hay tres obras
suyas que Santos Bueso selecciona dentro de esta temática. La primera de
ellas es 'El pintor Francisco Bayeu'. Sus ojos padecen blefarocalasia y
madarosis, es decir, bolsas y pérdida de pestañas. En la obra 'Los
duques de Osuna y sus hijos', de Francisco de Goya, varios de sus
integrantes padecen falta de asimetría ocular. Perteneciente a las
pinturas negras, 'Las Parcas o Átropos' aborda un asunto más general, el
del fin de la vida, que de una forma inevitable, nos ha de llegar a
todos. La oscuridad y esas miradas apocalípticas de la muerte inspiran
esta obra.
Santos Bueso acaba de recibir el Premio Nacional de Oftalmología y
Humanidades, concedido por la asociación 'Cultura Viva'. Este médico
reivindica el lazo entre ambos mundos. «El modelo sanitario actual, que
estamos copiando el anglosajón y norteamericano, de saber cada vez más
pero de cosas muy concretas, nos está haciendo perder la figura de
médicos humanistas como Gregorio Marañón o como Mario Esteban de
Antonio».
Cree que es importante recuperar ese perfil de médico interesado por
la literatura y por el arte. Cuenta que desde la Sociedad de
Oftalmología, desde el grupo de Historia y Humanidades, que integra,
hace muchas actividades para fomentar estos intereses.
No hay comentarios:
Publicar un comentario