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lunes, 13 de agosto de 2018

Los churros de toda una vida - de la churreria al asfalto, trabajar con la ola de calor,./ LA BICICLETA - 11 CIUDADES PARA VISITAR EN BICICLETA ESTE VERANO,.

TITULO: Los churros de toda una vida  - De la churreria al asfalto, trabajar con la ola de calor ,.
 De la churreria al asfalto, trabajar con la ola de calor,.

En el mostrador de una pollería, frente a los asadores, la temperatura supera los 48 grados,.

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Resultat d'imatges de churrosA las cuatro de la madrugada, mientras la mayoría de los españoles da su enésima vuelta en el colchón, maldiciendo la ola de calor, Enrique Pérez mezcla con sus manos la masa para hacer porras. Entre sus ingredientes lleva bicarbonato, harina y agua casi hirviendo. “Aquí todo quema: el depósito del agua de la amasadora, la masa, la chocolatera, el chocolate, la sartén, los churros recién hechos…”, me advierte, mientras me señala todo lo que no debo tocar.
Resultat d'imatges de churrosPérez es uno de los socios de la churrería Churralia, en Madrid, y me ha dejado acompañarlo durante unas horas para que compruebe cómo es trabajar frente a una sartén enorme llena de aceite hirviendo durante una ola de calor. Y ya me avisa: “Hay otros que lo pasan peor”. Lo compruebo después. Un obrero del asfalto, un pollero y un muñeco viviente han accedido a compartir parte su jornada laboral conmigo este lunes, 6 de agosto, en plena ola de calor. En Madrid, los termómetros rozarán los 40 grados.
8:30: churrería Churralia. 25 grados en el exterior
Resultat d'imatges de de la churreria al asfalto, trabajar con la ola de calorEnrique Pérez me recibe en su churrería del distrito de Chamberí diciéndome que ya ha pasado “lo peor”. Las horas más frescas del día suelen ser de tres a cinco de la madrugada, salvo si eres churrero. “A esas horas es cuando tenemos la sartén a pleno rendimiento”, cuenta. Aunque esta tarde hay alerta naranja por el calor, la mañana ha amanecido fresca y el termómetro no supera los 25 grados en el exterior. Dentro de la churrería hay 32 grados, según un termómetro de interior que he llevado para la ocasión. Cerca de la sartén, 38.
“Nosotros estamos bastante acostumbrados y no lo llevamos mal”, afirma Pérez mientras hace girar una rosca de porras en la sartén. Él puede pasarse horas frente a la pila de aceite. Yo he hecho la prueba y no he aguantado ni cinco minutos: no solo por el calor que emana de la sartén, sino también por el que asciende del humo del aceite.
Para evitar el calor, Pérez explica que intentan “mantenerse lo más alejados posible del aceite”, aunque tampoco es posible alejarse demasiado. En el local de Churralia difícilmente cabrían cinco mesas de ping-pong, a pesar de que de allí salen más de 2.500 porras y 3.000 churros diarios. “Repartimos a muchos bares y hoteles, entre ellos, al Palace o al Madrid Tower”, explica Pérez. Dentro del local están trabajando tres personas. Conmigo, cuatro.
Para mantenerse alejados de la sartén, manejan las roscas con dos largos palos, que no evitan que les llegue alguna de las salpicaduras que se producen al dar la vuelta a las porras. Cada vez que van a voltearlas, me pide que me aleje. “Y por esto llevamos pantalones largos”, dice después de que un buen borbotón salte fuera de la sartén. También cuenta con un relevo: hay tres personas trabajando dentro de la churrería y, “cuando aprieta el calor en la sartén, nos turnamos”, explican. También salen a comprar agua y refrescos.
Enrique Pérez explica que, cuanto más aceite hay en la sartén, más calor genera, pero también es más fácil manejar las roscas que después se cortarán en porras.
Pérez cuenta que, para él, lo peor del verano no son las olas de calor, sino las horas de luz. “Normalmente, trabajo de 4 de la madrugada a 11 de la mañana, aguanto despierto hasta la hora de comer y me acuesto un rato”, cuenta. “Por la noche, en invierno logro acostarme a las 10 o incluso antes, pero en verano a esa hora es casi de día y cerrar los ojos es imposible”. A las 14:00 empieza la alerta naranja por temperaturas que alcanzarán los 39 grados. Esa es la hora a la que Pérez intentará ponerse a dormir.
12:00: asfaltado de la calle San Ildefonso. 33 grados en el exterior
Cuando el camión que transporta el asfalto lo deja caer en la extendedora –la máquina que lo esparce por las calles–, uno de los compañeros de Mario García le introduce un termómetro. Marca 162 grados. “Si no está así de caliente, no se fija bien”, explica Mario, que prefiere no aparecer con su nombre real después de que una de las responsables de seguridad de la obra le llamara la atención, a él y a sus compañeros, por hablar conmigo.
Es mediodía, hay 33 grados y la sombra empieza a escasear en la calle San Ildefonso. En la poca que queda se resguardan media docena de obreros, de entre 30 y 50 años, que trabaja en el asfaltado de la carretera. Nada más entrar en la calle, una bofetada de calor proveniente del suelo me golpea.
El asfalto que cae de la extendedora está a más de 160 grados. A veces, hay que distribuirlo con palas.
Mario es uno de los trabajadores que aguarda, a la sombra, a que llegue un camión con más alquitrán. “Hasta que no llegue, estamos parados”, cuenta. Dice que van con retraso, lo cual es una mala noticia. “Nuestro horario es de 8 de la mañana hasta que terminamos de asfaltar lo que nos toca. Y una hora para comer”, me cuenta. “Hoy no creo que terminemos antes de las seis de la tarde”. A esa hora, la temperatura prevista es de 37 grados.
Le pregunto si sabe que a partir de las 14:00 hay alerta naranja por altas temperaturas y qué hacen en estos casos. “Da igual que haya alerta amarilla, roja o del color que sea”, cuenta. “Nosotros no paramos hasta que no terminamos el trabajo”. Le pregunto qué medidas toman entonces para evitar problemas con el calor. “Espera, que te lo enseño”, dice uno de sus compañeros, entre risas. Se aleja y vuelve con un botijo.

Algunas cifras de mi jornada

2 litros. El agua que me bebí durante las horas que estuve fuera de casa, entre las ocho y media de la mañana y las cuatro y media de la tarde.
25 grados. La temperatura mínima en exterior. Eran las 8:30 de la mañana.
48´2 grados. La temperatura máxima en interior. En Asador de Pollos Navarro.
162 grados. La temperatura máxima que vi en un termómetro. Estaba introducido en el asfalto de una extendedora.
5 minutos. Tiempo máximo que he aguantado frente a los asadores de la pollería Navarro.
“Estos días sabemos que va a hacer mucho calor y venimos preparados”, cuenta Mario. “Llevamos protector solar, bebemos agua cada poco, estamos en la sombra todo lo que podemos y aprovechamos ratos como este para descansar”. Estas medidas coinciden con las que han difundido sindicatos como CC OO para prevenir golpes de calor.
Mientras charlamos llega el camión con más asfalto y García y sus compañeros suben a la extendedora. Uno conduce y el resto va a arreglando las imperfecciones con palas. Sí: pisan el asfalto a 160 grados, lo cogen a paladas y lo distribuyen por el suelo. “Llevamos botas especiales, aunque se te recalientan los pies igualmente”, me explica. Yo, que llevo una camiseta de algodón y unos pantalones vaqueros largos, apenas puedo acercarme a la extendedora, y se ríen de los chorros de sudor que me caen por la cara. “Y tú, ¿has tomado medidas para pasar aquí la alerta naranja?”.
13:45: Asador Navarro. 34 grados en el exterior
Pegado al mostrador que hay frente a los asadores de la pollería Asador Navarro, la temperatura supera los 48 grados. “Ahora solo está encendido uno de los seis fuegos del asador, imagina cuando los encendemos todos”, cuenta Fran Ferrera, de 29 años, uno de los trabajadores del local. Lo único que tienen para combatir el calor es un pequeño ventilador de sobremesa, y está apagado. “Total, solo sirve para mover el calor de un sitio a otro”, cuenta.
Ferrera recuerda que, hace unos años, tenían un reloj con termómetro colgado en una de las paredes más alejadas de los asadores, y que él ha llegado a verlo marcar 51 grados. Los domingos, cuando el Rastro provoca colas que ocupan buena parte de la calle donde se encuentra esta pollería, Ferrera se pasa horas frente al asador (con sus seis fuegos encendidos), sacando y cortando pollos. Yo me coloco cinco minutos (cronometrados) para ver cuál es la sensación de trabajar frente a los fuegos. Termino así:
A la izquierda, lo que marcaba el termómetro ambiental en el mostrador de Asador Navarro. A la derecha, mi cara tras cinco minutos en ese mismo mostrador.
“Por eso es importante llevar gorro, que si no te gotea el sudor de la frente”, explica Ferrera nada más verme la cara. “También es importante ir de negro. Si no, acabas como Camacho”, bromea. He pasado tanto calor frente al asador que he sentido alivio al cambiar de sitio y ponerme al lado de las freidoras llenas de aceite hirviendo.
Ferrera explica que están acostumbrados al calor y que, a título personal, incluso prefiere los días de bullicio. “Se pasa más calor cuando estás sin parar, con más gente dentro del local [los domingos trabajan tres personas, y entre semana, dos] con el asador a pleno rendimiento, pero también te da menos tiempo a pensar en el calor que estás pasando”, cuenta. Como ejemplo de lo habituados que están al calor, me pasa una bandeja de patatas recién salidas de la freidora. La toco con un dedo y me quemo. Él la sujeta sin problema a mano descubierta.
Para aguantar el calor, tratan de mantenerse hidratados. Me enseña la botella de agua de litro y medio que ha abierto esa misma mañana. Le quedan menos de tres dedos. “Y, por supuesto, si no hay clientes y no tenemos que mover los pollos, ni nos acercamos a los asadores”, cuenta. Tanto él como su compañera, Mercedes Robles, tienen colocadas dos sillas en el punto más lejano a los asadores, y es ahí donde esperan a los clientes.
15:00: muñecos vivientes de Sol. 36 grados en el exterior
A las tres de la tarde no hay ni una sombra en la Puerta del Sol, y el que tiene que atravesar la plaza lo hace lo más rápido posible. Solo se detienen los turistas que quieren sacarse fotos, y a ellos se acercan rápidamente los pocos muñecos vivientes que se encuentran trabajando a esas horas. Cuando no hay turistas cerca, se levantan las máscaras e incluso de lejos se puede ver brillar sus chorros de sudor.
“Paso mucho calor, pero no queda otra que aguantarse”, explica entre sudores Adrián Gómez, de solo 17 años, que trabaja vestido de Mickey Mouse. “Además, yo no soy de los que peor lo pasa”. Él lleva una camisa y, sobre ella, un disfraz ligero, pero otro de los Mickeys viste un traje de Papá Noel y lleva puestos incluso unos guantes de lana. Claramente, son disfraces pensados para llevar en Navidad, a 10 grados, y no a los 36 a los que estamos en este momento. Me acerco a hablar con el Mickey de los guantes de lana, pero no responde. “No habla casi nada de español, como casi todos los Mickeys”, explica Gómez. “Menos yo, los demás son de Bangladés”.
Este es uno de los Mickeys que estaba trabajando a las tres de la tarde en Sol, a pesar de la ola de calor.
Carmen Mancheño, secretaria de Salud Laboral de CC OO Madrid, explica a Verne que estos trabajadores, al estar en una situación irregular, "están en total desprotección de cualquier riesgo laboral, ya sea un golpe de calor o un atraco". No solo no existe legislación que los proteja en este aspecto sino que, apunta Mancheño, "de tener un problema con el calor, ni siquiera quedaría reflejado como accidente laboral, sino como si un viandante cualquiera hubiera sufrido un golpe de calor".
Gómez cuenta que hay días que pasa 12 horas (de 11 de la mañana a 11 de la noche) con el traje, aunque otros, como hoy, llega después de comer y se queda hasta la 1 de la madrugada. Desconocía que hubiera alerta naranja por el calor, aunque el tiempo no cambia sus planes. “Da igual que haga calor, si aprieta mucho subo a la calle Preciados, que hay sombra, y si tengo que descansar me siento en la calle Arenal”. Allí hay sentadas más personas que se dedican a lo mismo, pero están descansando: sus trajes cuelgan de un árbol que hay frente a ellos.
El joven ni siquiera lleva agua encima. “Cuando tengo sed me compro una botella en alguno de los grandes almacenes de la zona”, cuenta. “Así me la puedo beber fresca”. Se despide de mí cuando pasa cerca una mujer con un niño pequeño, que se sorprende al ver a Gómez, que todavía no se había bajado la máscara de Mickey. “Espero no haberlo traumatizado, pero peor lo estoy pasando yo”, bromea.

Poca prevención, muchos riesgos laborales

La primera ola de calor en España ha dejado nueve muertos a su paso, entre los que se encuentran ancianos, personas que se encontraban realizando actividades deportivas y trabajadores expuestos al sol. "Cuando los mecanismos fisiológicos de eliminación de calor son insuficientes y persiste la agresión térmica, la temperatura interna del organismo aumenta hasta que se produce un golpe de calor", explica Carmen Mancheño, secretaria de Salud Laboral de CCOO de Madrid. "Es una condición muy peligrosa que puede ocasionar pérdida del conocimiento, daño cerebral irreversible y muerte".
Mancheño explica a Verne que, "por ley, las empresas deben evaluar y prevenir cualquier riesgo al que puedan enfrentarse sus trabajadores, y el calor es un de ellos". Sin embargo, "la mayoría no lo evalúa, y solo se toman medidas en caso de que se encuentren ante quejas de los trabajadores".
Las condiciones y riesgos son diferentes en cada trabajo, "por eso hay que crear normas preventivas según la labor a realizar: reorganizar el trabajo para evitar las horas de máximo calor o disminuir la carga de trabajo en esas horas, organizar pausas, ofrecer agua...".
También considera muy importante formar a los trabajadores. "En muchos casos no son conscientes del riesgo que puede suponer el calor", cuenta. "Conocer los síntomas de un golpe de calor (dolor de cabeza, mareos, titubeos, aumento de la temperatura corporal) y tomar medidas a tiempo es importantísimo para evitar males mayores".
El Ministerio de Sanidad cuenta con un decálogo con recomendaciones tanto para el trabajo como para el día a día durante las olas de calor. Es el siguiente:
  • Beba agua o líquidos con frecuencia, aunque no sienta sed y con independencia de la actividad física que realice.
  • No abuse de las bebidas con cafeína, alcohol o grandes cantidades de azúcar, ya que pueden hacer perder más líquido corporal.
  • Aunque cualquier persona puede sufrir un problema relacionado con el calor, preste especial atención a bebés y niños pequeños, mayores y personas con enfermedades que puedan agravarse con el calor y la deshidratación, como las patologías cardíacas.
  • Permanezca el mayor tiempo posible en lugares frescos, a la sombra o climatizados, y refrésquese cada vez que lo necesite.
  • Procure reducir la actividad física y evitar practicar deportes al aire libre en las horas más calurosas (de 12.00 a 17.00).
  • Use ropa ligera, holgada y que deje transpirar.
  • Nunca deje a ninguna persona en un vehículo estacionado y cerrado (especialmente a niños, ancianos o enfermos crónicos).
  • Consulte a su médico ante síntomas que se prolonguen más de una hora y que puedan estar relacionados con las altas temperaturas.
  • Mantenga sus medicinas en un lugar fresco; el calor puede alterar su composición y sus efectos.
  • Haga comidas ligeras que ayuden a reponer las sales perdidas por el sudor (ensaladas, frutas, verduras, zumos, etc.).
    TITULO: LA BICICLETA -  CIUDADES PARA VISITAR EN BICICLETA ESTE VERANO,.
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  •  11 CIUDADES PARA VISITAR EN BICICLETA ESTE VERANO,.
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  • 11 ciudades para disfrutar con la bici,.

    De Ámsterdam a Melbourne y de Montreal a Kioto, ciclorutas urbanas que invitan a pedalear,.

    Resultat d'imatges de bicicleta montaña 

    La bicicleta ha dejado de ser una moda para convertirse en la gran alternativa para moverse por la ciudad. Y no solo para sus habitantes urbanitas, sino también para los viajeros. Un paseo en bici es otra forma de ver la ciudad, mezclándose con la gente, parando en cualquier sitio y disfrutando del placer de hacer las cosas lentamente. Todas las grandes empiezan a estar adaptadas para las bicicletas y algunas han apostado firmemente por esta forma de moverse. Estos son algunos de los paseos urbanos en bici más recomendables en todo el mundo.
    Una ciclista en Ámsterdam (Países Bajos).
     
    Una ciclista en Ámsterdam (Países Bajos). Getty Images

    1 Pedaleando junto a los canales

    ÁMSTERDAM (PAÍSES BAJOS)
    Las bicis son parte del tejido de Ámsterdam, probablemente la ciudad más adaptada al ciclismo del planeta. Todos los días, 400.000 personas ruedan por los 400 kilómetros de carriles bici que llegan hasta prácticamente todos los rincones y canales de esta ciudad del siglo XVII. La capital holandesa y sus alrededores son completamente planos, así que moverse por ella en bici resulta muy sencillo. Las bicis que predominan en Ámsterdam son las de paseo, con un porte recto y desenfadado.
    En Ámsterdam se puede elegir entre pedalear por el centro de la ciudad, recorriendo los principales puntos de interés, o animarse a realizar un circuito desde la estación de Amsterdam Centraal por las orillas del río Amstel hasta Ouderkerk aan de Amstel, antes de dirigirse a Abcoude y la ciudad fortificada de Weesp, por los ríos Bullewijk, Waver, Winkel y Gein. Si quedan energías, se puede seguir el cauce del Vecht hasta el castillo de Muiderslot, pasando por el Diemerpark, y desde allí regresar al centro. En total, 46 kilómetros.
    Una bicicleta en la plaza de Olles, en Barcelona.
     
    Una bicicleta en la plaza de Olles, en Barcelona. Getty Images

    2 De Montjuïc al barrio gótico

    BARCELONA
    Tras bordear sus calles medievales con un laberinto moderno de carriles bici (172 kilómetros), Barcelona se ha convertido en la última década en una de las grandes ciudades para ciclistas urbanos. Su sistema Bicing va dirigido a los residentes, pero por todas partes hay locales donde alquilar bicis o contratar circuitos guiados.
    Resulta aconsejable un paseo hasta el castillo de Montjuïc, la fortaleza y antigua prisión del siglo XVIII que vigila la ciudad desde lo alto, con vistas espectaculares de la ciudad y el Mediterráneo; o bien optar por un circuito urbano desde la plaza de Catalunya recorriendo el Barrio Gótico y Santa María del Mar hasta el parque de la Ciutadella. Luego se toman los paseos de Lluis Companys y Sant Joan (cruzando el Arco del Triunfo) y se gira a la derecha, hacia la Sagrada Familia, por la Gran Vía para regresar por la Casa Batlló y La Rambla. En total, unos 9 kilómetros.
    Un carril bici en Montreal (Canadá).  
    Un carril bici en Montreal (Canadá).

    3 Montreal, 600 kilómetros de carril bici

    CANADÁ
    Con un perfil topográfico enormemente montañoso y duras condiciones climáticas casi todo el año, de Montreal se ha dicho que no podría ser una ciudad bikefriendly, pero se ha convertido justo en eso, con más de 600 kilómetros de carriles bici desplegados por la ciudad –casi 250 de ellos aislados por completo del trafico– y más de 5.000 bicicletas de uso público para alquilar. Todos los veranos unas 30.000 personas se reúnen en el parque Jeanne-Mance para participar en el Tour de l’Ille de Montreal, una carrera con varias distancias a elegir (la clásica, de 25 o 50 kilómetros, y la Decouverte de 65 o 100). Las rutas recorren la isla de Montreal y cruzan el gran río San Lorenzo por los puentes de JacquesCartier y Champlain, sobre Ile Sainte Helene y por el Parc Jean-Drapeau, exploran Longueuil y Parc Michel-Chartrand antes de regresar al punto de inicio.
    Ciclistas y 'geishas' en el centro de Kioto (Japón).
     
    Ciclistas y 'geishas' en el centro de Kioto (Japón). Getty Images

    4 Los colores de otoño desde la bici

    KIOTO (JAPÓN)
    El mosaico de colores que forman las koyo (hojas) de Kioto en otoño es una imagen menos comercializada que la explosión rosa y blanca de la primavera (con los cerezos en flor), pero resulta igualmente sensacional, sobre todo vista desde el sillín. Desde mediados de septiembre, una marea carmesí –el llamado frente koyo– arranca en Hokkaido y baja por todo el país. Un sitio genial para ver los árboles y arbustos en sus tonalidades más rojas es el templo de Tofukuji, que puede explorarse en un circuito ciclista muy fácil desde la estación de Kioto. Hay que reservar dos horas para hacer la ruta (11 kilómetros, con paradas), que avanza al oeste desde la estación de aspecto espacial de la ciudad (por carriles mixtos para bicis y peatones), luego sigue al sur por Higashinotoin-dori, continua (de nuevo hacia el oeste) hasta el templo de Toji (construido en el año 796 y patrimonio mundial) y pedalear, siguiendo el río Kamo, hasta el gran templo zen de Tofukuji. Los increíbles arces se disfrutan mejor desde el puente de Tsutenkyo. Desde ahí, se llega al santuario de Meiji-jingu, y luego en dirección este, siguiendo el río, se regresa al centro.
    El cruce de Shibuya, en Tokio.
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    El cruce de Shibuya, en Tokio. Getty Images

    5 La otra cara de Tokio

    JAPÓN
    La otra gran experiencia de ciclismo urbano en Japón es Tokio. Aunque pueda parecer la antítesis de un destino ciclista por su gran extensión, con un poco de ayuda puede ser una urbe sorprendente sobre dos ruedas. La ruta Edo-Tokyo Culture Ride (6 horas), organizada por Tokyo Great Cycling Tours, visita el estadio de sumo de Ryōgoku y el parque Ueno, y acaba en el Palacio Imperial. Hay que reservar con antelación. Podremos ver otra faceta de la cultura ciclista de Japón en uno de los 47 velódromos del país –como Keiokaku y Tachikawa– donde se organizan las populares carreras de keirin, uno de los pocos acontecimientos deportivos de Japón en el que se permite apostar.
    Un ciclista en el puente de Brooklyn, en Nueva York (EE UU).
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    Un ciclista en el puente de Brooklyn, en Nueva York (EE UU).

    6 En bici por los barrios neoyorquinos

    NUEVA YORK
    Toda la ciudad de Nueva York es apta para las bicis, desde los amplios bulevares de Central Park, cerrados al tráfico gran parte del día, hasta una creciente red de carriles bici que cruzan monumentos icónicos y puentes, aunque los visitantes solo aprovechan esto en parte. Pocos se aventuran más allá del extremo opuesto del puente de Brooklyn y es una pena. La auténtica joya ciclista es el Manhattan Waterfront Greenway, una ruta que serpentea por casi toda la isla durante 50 maravillosos kilómetros e invita a pedalear explorar otras zonas de la ciudad a través de los puentes que unen Manhattan con los barrios exteriores, como la típica pasarela de madera del puente de Brooklyn, o el más antiguo (y más reciente a la vez), High Bridge, entre Harlem y el Bronx, original de 1848 cuando se construyó a modo de acueducto y que conduce a peatones y ciclistas por encima del río Harlem.
    El Brooklyn-Queens Greenway, de 64 kilómetros, es la excusa perfecta para pasar un gran día al aire libre pedaleando desde Little Bay Park (en Queens) hasta Coney Island por un circuito que une varias atracciones como el acuario, el Brooklyn Museum y el jardín botánico de Brooklyn. Eso sí, evitando en lo posible el pegajoso calor del verano y la nieve del invierno.
    Ciclistas en el Paseo de la Reforma, en Ciudad de México.
     
    Ciclistas en el Paseo de la Reforma, en Ciudad de México.

    7 De Chapultepec al centro histórico

    CIUDAD DE MÉXICO
    Las megalópolis no suelen parecen prometedoras para quien planea recorrerlas en bici. La población es enorme, las redes de transporte extensísimas y hay una sensación de caos controlado. No obstante, Ciudad de México está erigiéndose como una excepción a la regla conforme crece su reputación como destino urbano. Las vías principales siguen siendo complicadas de recorrer, por el tráfico y las condiciones del asfalto, pero como en cualquier otro sitio del mundo los circuitos en bici para explorar la ciudad son populares entre los visitantes y cubren más terreno del que puede recorrerse a pie. Sobre dos ruedas se pueden aprovechar algunos de los carriles bici especiales que cruzan la ciudad, como el que va desde el bosque de Chapultepec hasta el centro histórico. Hay alquiler de bicicletas gratis (hasta tres horas) en locales del centro y el sistema público de Ecobici ofrece hasta 45 minutos de paseo sin coste. Además, los domingos por la mañana varias calles del centro cierran al tráfico y ofrecen una ruta de 26 kilómetros ininterrumpida.
    Ciclistas a los pies de la torre Eiffel, en París.
     
    Ciclistas a los pies de la torre Eiffel, en París. Getty Images

    8 Rutas monumentales, con pausa-café

    PARÍS
    En Francia se conoce a la bicicleta como le petite reine (la pequeña reina). No es el medio de transporte principal en la capital francesa, pero sí una buena forma de desplazarse. Paris’ Velib (velo liberte, libertad en bicicleta) fue uno de los primeros sistemas de alquiler e intercambio público de bicis y hoy en día cuenta con más de 1.800 estaciones, 20.000 unidades y más de 440 kilómetros de carriles señalizados. Además, las calles del Sena (y otras) se cierran al trafico los domingos, lo que incluye el Louvre, el Jardín de las Tullerías y la torre Eiffel. Una bonita ruta es la que sigue los 4,5 kilómetros del canal St-Martin desde Republique al Quai de Valmy, parando en algún café cuando apetezca un ravitaillement (tentempié). Se pueden seguir los canales, como el canal de l’Ourcq, tan lejos como se quiera.
    Dos ciclistas en Point Ormond, con el perfil urbano de Melbourne al fondo.
    Dos ciclistas en Point Ormond, con el perfil urbano de Melbourne al fondo. Getty Images

    9 La mejor ciudad australiana para cicloturistas

    MELBOURNE (AUSTRALIA)
    Melbourne es una ciudad completamente adaptada para bicicletas gracias, en buena parte, a la influencia de Jan Ghel, diseñador urbano danés que asesora a ciudades de todo el mundo para seguir el modelo de Copenhague, y que estuvo trabajando en Melbourne en los años noventa. Pero la topografía de la ciudad también juega su papel: el río Yarra fluye del noreste hacia la bahía y, junto a él, discurre el Yarra Trail, un verde y tranquilo corredor de uso mixto. A su paso por el Yarra Bend Park pueden verse, durante el día, zorros voladores colgados de los arboles. Al llegar a la ciudad enlaza con el Bay Trail que recorre la bahía de Melbourne hasta Seaford, por St Kilda. El Yarra Trail tiene 32 kilómetros de recorrido en total.
    Carriles bici en Portland (EE UU).
     
    Carriles bici en Portland (EE UU). Getty Images

    10 Lluvia, bicis, cafés y mucha naturaleza

    PORTLAND (ESTADOS UNIDOS)
    Si hay una ciudad estadounidense que imita el modelo de Copenhague es Portland (Oregón), en la costa del Pacífico, en la que no faltan ni lluvia ni bicicletas de carga. Ecléctica, sostenible e independiente, famosa por su café y su cerveza artesana, en 2015 Portland puso en marcha un sistema de bicicletas compartidas, el Biketown, que cuenta con 600 bicicletas y estaciones por toda la ciudad. Ya existen más de 560 kilómetros de carril para bicicletas, incluidos los 18 del Waterfront Loop, junto al río Willamette. Podemos visitar los alrededores siguiendo el Willamette Valley Scenic Bikeway (de 201 kilómetros), que se adentra por la famosa región vinícola de Oregón, al sur de la ciudad de Portland.
    El puente ciclista y peatonal de Inderhavnsbroen, que une Nyhavn con Christianshavn, en Copenhague.
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    El puente ciclista y peatonal de Inderhavnsbroen, que une Nyhavn con Christianshavn, en Copenhague. Getty Images

    11 Travesía artística en Copenhague

    DINAMARCA
    La capital danesa es una de las ciudades más bikefriendly del mundo. Las bicis circulan en total libertad –unas 30.000 bicicletas cada día– por sus carriles bici (muchos separados por un bordillo) y vías anchas, todo en aras de la seguridad. En 2015 se inauguró una ciclovía aérea, el cykelslangen, por el que las bicicletas pueden bajar directamente al puerto y a un centro comercial. Los daneses van en bicicleta al trabajo, a la escuela y hasta cuando salen de bares, a cenar o de fiesta. Hay 125 puntos de bicicletas públicas de alquiler, también en estaciones de ferrocarril, como Osterport.
    La bicicleta es el mejor medio para disfrutar del lado divertido de Copenhague, desde las cafeterías del parque Amager a los jardines de Frederiksberg. Los aficionados a la arquitectura pueden bajar por el bulevar Orestads hasta el auditorio de Jean Nouvel. Los amantes de la comida pueden pasear por los canales de Christianshavn hasta la antigua ubicación del famoso restaurante Noma y de su vecino, el 108. Uno de los rincones más ciclistas de la ciudad es Christiania, tanto que da nombre a un tipo de bicicletas de transporte en la que los daneses llevan sus compras y a sus hijos. Christiania es también el único sitio en que se fabrican las extravagantes bicicletas Pedersen. Y en las afueras, una sugerencia muy atractiva: dos horas de pedaleo (40 kilómetros) por la Riviera Danesa hasta el Museo Louisiana de Arte Moderno, cerca de Helsingor (Elsinor), donde se encuentra el castillo de Kronborg, el escenario escogido por Shakespeare para su Hamlet.

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